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Este artículo es una publicación de la Corporación Viva la Ciudadanía
Opiniones sobre este artículo escribanos a:
[email protected]
www.viva.org.co
¿Por qué estamos entrando de nuevo en la
guerra fría?
Roberto Savio
Fundador y presidente emérito de la agencia de noticias Inter
Press Service y publisher de Other News – Tomado
de www.othernews.com
Desde hace varias semanas, los medios de comunicación dominantes se han
dedicado unánimemente a denunciar la acción de Vladimir Putin, primero en
Crimea y ahora en Ucrania. La última portada de The Economist representa un
oso tragando Ucrania, bajo el título de “insaciable”. La unanimidad en los
medios de comunicación es siempre preocupante, porque significa que algún
reflejo rotuliano está involucrado. ¿Podrá ser posible que tan sólo se esté
prosiguiendo la inercia de 40 años de Guerra Fría?
Esta inercia en realidad no ha desaparecido. Si se dice o escribe: “el presidente
comunista Raúl Castro”, nadie se sorprenderá. Si se usa la misma lógica,
llamando capitalista al presidente Barack Obama, veamos cómo se acepta.
Aquí en Italia, Silvio Berlusconi, fue capaz de reunir durante 20 años a sus
electores contra la amenaza de los “comunistas”, llamó a los miembros del
Partido Democrático izquierdistas, que ahora está en el poder encabezado por
Matteo Renzi, un católico devoto.
Existen al menos cuatro puntos de análisis que faltan visiblemente en el coro.
El primero es que no hay nunca alusión alguna a las responsabilidades de
Occidente en este asunto. Recordemos que Mikhail Gorbachov estuvo de
acuerdo con George Bush padre, Margaret Thatcher, Helmut Kohl y François
Mitterrand que dejaría pasar la reunificación de Alemania, pero Occidente no
debería tratar de invadir la zona de influencia de Rusia; y sobre esto, existe una
amplia documentación. Por supuesto, una vez que Gorbachov fue eliminado, el
juego se abrió de nuevo. La docilidad total de Boris Yeltsin a los Estados
Unidos es bien conocida.
Lo que es mucho menos conocido es que el Fondo Monetario Internacional
(FMI) hizo un préstamo participativo de 3,5 mil millones de dólares para apoyar
al rublo. El crédito fue para el Banco de América, que distribuyó el dinero a
varias cuentas rusas. Nada de ese dinero llegó alguna vez al Banco Central de
Rusia. En cambio, fue a los oligarcas para que pudieran comprar todas las
empresas públicas rusas y jamás una palabra de protesta del FMI. Giulietto
Chiesa ofrece relación detallada de esto en su libro “Adiós Rusia”. Entonces
llegó el desconocido Putin, colocado en el poder por Yeltsin a condición de su
comprensión que cubriría todo el clientelismo de Yeltsin.
Después de Yeltsin, Putin apoyó la entonces inminente invasión de Washington
a Afganistán de una forma que habría sido impensable durante la Guerra Fría.
Él permitió que los aviones norteamericanos volasen por el espacio aéreo ruso,
autorizó a Estados Unidos para usar bases militares en las antiguas repúblicas
soviéticas del Asia Central y ordenó a su ejército compartir su experiencia en
Afganistán. Luego en noviembre de 2001 Putin visitó a George W. Bush en su
rancho de Texas, en un gesto de publicidad en el sentido de “Putin es un nuevo
líder que trabaja por la paz mundial... trabajando en estrecha colaboración con
los Estados Unidos”.
Unas semanas más tarde, Bush anunció que Estados Unidos se retiraba del
Tratado de Misiles Anti-Balísticos, simplemente para lograr desarrollar un
sistema en Europa del Este para proteger de la amenaza de Irán a los
miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) , una
estrategia que en realidad fue entendida como dirigida contra Rusia, ante la
incredulidad de Putin.
Esto fue seguido por la invitación de Bush en 2002 a siete países de la extinta
Unión Soviética (incluidos Estonia, Lituania y Letonia) a unirse a la OTAN, lo
que hicieron en 2004. Luego, en 2003 se produjo la invasión de Iraq, sin el
consentimiento de las Naciones Unidas y las objeciones de Francia, Alemania y
Rusia, convirtiendo a Putin en un crítico abierto de la alegación de los Estados
Unidos, que la acción militar se destinaba a la promoción de la democracia y la
defensa del derecho internacional.
En noviembre del mismo año en Georgia, la Revolución de las Rosas llevo al
poder a Mijail Saakashvili, un presidente pro-occidental. Cuatro meses
después, las protestas callejeras en Ucrania se convirtieron en la Revolución
Naranja, con lo que a otro presidente pro-occidental Viktor Yushchenko, llegó al
poder. En 2006, la Casa Blanca pidió permiso para aterrizar el avión de Bush
en Moscú para abastecer combustible, pero dejó en claro que el presidente de
EEUU no tenía tiempo para saludar a Putin. En 2008, el Kosovo emitió la
declaración unilateral de independencia de Serbia, con el apoyo de los Estados
Unidos, en contra de las posturas rusas.
Luego Bush pidió a la OTAN la adhesión de Ucrania y Georgia, una bofetada
en pleno rostro a Moscú. Por lo que debe haber sido una sorpresa cuando, en
2008, Putin intervino militarmente cuando Georgia trató de recuperar el control
de la región pro rusa de Osetia del Sur que los separatistas rusos tomaron bajo
control, junto con otra región separatista, Abjasia. Sin embargo, todos
recordamos cómo los medios de comunicación hablaron de una acción
irracional.
Obama trató de reparar los daños causados a las relaciones internacionales
bajo Bush. Pidió un “reinicio” de las relaciones con Rusia, y, al principio, todo
salió bien. Rusia estuvo de acuerdo en el uso de su espacio para suministros
militares a Afganistán. En abril de 2010, Estados Unidos y Rusia firmaron un
nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START), reduciendo sus
arsenales nucleares. Y Rusia respaldó las fuertes sanciones de la ONU contra
Irán y desistió de la venta de sus misiles antiaéreos S-300 a Teherán.
Pero entonces, en 2011, era claro que Estados Unidos estaban expresando
sus puntos de vista sobre las elecciones parlamentarias rusas. Todos los
medios de comunicación occidentales estaban contra Putin, quien acusó a
Estados Unidos de inyectar cientos de millones de dólares en los grupos de
oposición. El entonces embajador de EE.UU. en Rusia, Michael McFaul, calificó
esto una gran exageración. Explicó que de millones de dólares se habían
proporcionado solo a grupos de la sociedad civil.
Putin fue elegido de nuevo en 2012, ya obsesionado con la amenaza occidental
a su poder, y en 2013 le dio asilo al denunciante Edward Snowden, de la
Agencia Nacional de Seguridad (NSA). Obama canceló una reunión cumbre
prevista, algo sin precedentes en los últimos 50 años de cumbres entre EE.UU.
y el Kremlin. Y mientras todo esto sucedía, estalla la Primavera Árabe. Rusia
da su beneplácito a la acción militar en Libia, pero sólo destinada a
proporcionar ayuda humanitaria.
De hecho, esto fue usado para un cambio de régimen, y Rusia sintió que ha
sido engañada, protestando en vano. Luego ocurrió lo de Siria. Occidente trató
nuevamente de obtener el apoyo de Rusia para un cambio de régimen, y se
disgustó cuando Putin se negó. Y finalmente, ahora, ha habido intervención en
Ucrania para lograr llevar a ese país a la Unión Europea y separarlo de un
bloque económico, también con Bielorrusia, que Rusia estaba tratando de
crear.
El segundo punto es que en la acción política, la falta de una guerra en realidad
puede reducir a Rusia a un lugar de poder local. Tiene la masa terrestre más
grande que cualquier país, está en las fronteras de la Unión Europea y se
extiende hasta el Extremo Oriente. Es a la vez Europa y Asia. Es rival de China
en Asia, tiene conflictos territoriales con Japón, y se ubica frente a Estados
Unidos en el Estrecho de Bering. Es un productor importante de petróleo, un
miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y tiene un arsenal
nuclear. Cualquier esfuerzo para cercarla o debilitarla, ahora que los
enfrentamientos ideológicos han desaparecido, puede ser visto sólo una parte
de la vieja política imperial.
Rusia no es una amenaza, como lo fue la Unión Soviética. Su PIB es 15% del
de la Unión Europea, que tiene cerca de 500 millones de habitantes y
representa el 16% de las exportaciones mundiales. China tiene 1,3 mil millones
de personas y el 9% del comercio mundial. La población de Rusia es de 145
millones y se está reduciendo en cerca de un millón de personas cada año y
controla solo 2,5% de las exportaciones mundiales. Tiene pocas industrias,
más bien porque Putin no está interesado en la modernización del país, que
inevitablemente aumentaría la clase profesional ilustrada, la que ya está en su
contra.
El tercer punto, por lo tanto, es que la cuestión de Ucrania se debe tomar con
una pizca de sal.
Es un Estado muy frágil, donde la corrupción controla la política, y tiene
problemas económicos estructurales. Su parte occidental es más rural,
mientras que la más industrializada es la región oriental. Los trabajadores allí
saben que entrar en la Unión Europea significaría la eliminación gradual de
muchas fábricas. En la parte occidental, durante la Segunda Guerra Mundial,
muchos se pusieron de parte de los nazis, y en la actualidad existe un fuerte
movimiento nacionalista, cercano al fascismo. Ucrania es un asunto muy
complicado y costoso.
Está claro que intervenir sólo para desafiar a Putin y ofrecer dinero (que es
básicamente lo que ha hecho la Unión Europea), parece un razonamiento muy
superficial. ¿Estamos realmente dispuestos a cambiar los criterios de la Unión
Europea, aceptando a un país totalmente fuera de sintonía con estos criterios y
asumir una carga enorme, sólo para aparecer que se ha triunfado contra un
hombre fuerte?
Lo que nos lleva al cuarto y último punto. Putin es un ex oficial de la KGB, que
siente que Rusia recibió un trato injusto después del colapso de la Unión
Soviética. Todos los esfuerzos para llegar a una entente con Occidente han
sido traicionados de forma continua, con la sucesiva ampliación de la OTAN, la
red de bases militares que rodean a Rusia, el constante y claro apoyo
occidental a todos sus oponentes y el tratamiento mezquino al comercio.
(Como aquí no hay espacio para los detalles, adjunto a mi artículo un análisis
más
detallado
de
la
intrusión
occidental
a
Rusia
escrito
por Andrew Gavin Marshall).
Él sabe que sus sentimientos sobre declive ruso son compartidos por una gran
mayoría de sus ciudadanos. Pero él es también un autócrata arrogante, por
decir lo menos, que no está haciendo nada para fomentar la modernización de
la economía, ya que manteniendo en sus manos la producción y el comercio,
puede conservar el control.
Para él, Ucrania era políticamente inaceptable. Otro autócrata, Viktor
Yanukovich, el presidente de Ucrania desde febrero de 2010 hasta febrero de
este año, es muy al estilo de Putin. Fue depuesto por las protestas masivas en
las calles, patrocinadas y apoyadas por Occidente.
Cualquier posible contagio debería haber sido detenido en seco. Por lo tanto
Putin está desempeñando el papel de salvador de los ciudadanos rusos, que le
permite actuar donde quiera que haya minorías rusas. La pregunta es: si Putin
se va, ¿vamos a tener una sociedad democrática, participativa, limpia, no
corrupta en Rusia? Los que conocen bien a Rusia, piensan que no.
La historia está llena de ejemplos de que la eliminación de los autócratas por si
mismo, no necesariamente conduce a la democracia. Por lo tanto, la política es
continuar para rodear Putin en nombre de la democracia. Pero, ¿estamos
seguros de que esto no es jugar su juego, al convertirlo en el defensor del
pueblo ruso? También cuentan con la inercia de la guerra fría y ven a
Occidente no exactamente como un aliado. Hoy, Putin es la única fuerza
vinculante en Rusia. Si se va, muy probablemente habría un largo período de
caos.
Es evidente que esto es no es de interés para los ciudadanos rusos... Siempre
es peligroso jugar el juego del poder, sin mirar a la estabilidad de Europa como
tal. Por supuesto, este no es el pensamiento de los estrategas de Occidente,
que les encantaría eliminar cualquier otro poder.
Como escribe Naomi Klein, los únicos ganadores en este asunto son las
empresas de energía. Ellos están empeñados en una campaña mundial para
lograr la independencia del petróleo ruso. Así que, vamos a acelerar la
producción de petróleo en Estados Unidos, sin considerar lo que suceda con el
medio ambiente. Y los europeos vamos a dejar de usar el gas ruso, vamos a
exportar toneladas para ellos. El problema es que no hay estructuras para
hacer eso, y tardaría varios años para construirlas. Cuando todo el mundo está
debatiendo cómo lograr el control del cambio climático y reducir el uso de
energía fósil, una estrategia global importante, se está relegando este tema a
un segundo plano.
Tarzie Vittachi, periodista de Sri Lanka, una vez dijo: “Todo es siempre sobre
otra cosa”... y no hay muchos ejemplos de petróleo y democracia que vayan de
mano tomada.
Anexo: Occidente marcha al Este: La estrategia de Estados Unidos y la
OTAN para aislar a Rusia
Andrew Gavin Marshall*
Instituto Hampton Investigador independiente
A principios de marzo de 2014, tras la invasión rusa de Crimea en Ucrania, la
junta editorial de The New York Times declaró que el presidente ruso Vladimir
Putin había “escalonado mucho más allá de los límites del comportamiento
civilizado”, lo que sugiere que Rusia debería ser aislada política y
económicamente ante de la “continua agresión”.
John Kerry, el Secretario de Estado de EE.UU., arremetió contra el “increíble
acto de agresión” de Rusia, afirmando que “simplemente no se puede
comportar en el siglo 21 al estilo del siglo 19 con la invasión de otro país en
pre-textos completamente inventados”. De hecho, la invasión de las naciones
extranjeras con “pretextos inventados” es algo que sólo a los Estados Unidos y
sus aliados se les permite hacer, no a Rusia ¡Qué atrevimiento!
Incluso el primer ministro de Canadá, Stephen Harper, declaró que las
acciones de Rusia en Ucrania eran “agresivas, militaristas e imperialistas”,
amenazando “la paz y la estabilidad del mundo”. Esto es, por supuesto, a pesar
de que la invasión y ocupación rusa de Crimea la llevaron a cabo sin disparar
un solo tiro, no enfrentaron oposición real y ha sido recibida con alegría por
muchos ciudadanos en la única región de Ucrania con una clara mayoría de
etnia rusa”.
Para EE.UU y sus aliados de la OTAN-capo de la mafia, Ucrania y Rusia han
presentado un reto complejo: ¿cómo se puede castigar a Rusia y controlar
Ucrania sin empujar a Rusia demasiado? En otras palabras, Occidente busca
castigar a Rusia por su “desafío” y “agresión”, pero si el Oeste empuja
demasiado fuerte, puede encontrar una Rusia que empuja aún más duro. Esto
es, después de todo, preguntarse en primer lugar cómo llegamos a esta
situación.
Un poco de contexto histórico ayuda a dilucidar el conflicto actual.
Dejemos de lado la retórica de la “democracia” y encaremos la realidad.
El legado de la Guerra Fría
El fin de la Guerra Fría y el colapso de la Unión Soviética entre 1989 y 1991
presenciaron la aparición de lo que fue llamado por el presidente George HW
Bush un “nuevo orden mundial” en el que los Estados Unidos se imponía como
la única superpotencia del mundo, proclamando la “victoria” sobre la Unión
Soviética y el “comunismo”: la era de “mercados libres” y “democracia” era
inminente.
La caída del muro de Berlín en 1989 condujo a la retirada negociada de la
Unión Soviética de Europa del Este. El “viejo orden” de Europa llegó a su fin, y
“era necesario establecer rápidamente” uno nuevo, señaló María Elise Sarotte
en el New York Times. Este “nuevo orden” iba a comenzar con “la rápida
reunificación de Alemania”. Las negociaciones se llevaron a cabo en 1990
entre el presidente soviético Gorbachov, el canciller alemán Helmut Kohl, y el
secretario de Estado del presidente Bush, James A. Baker III. La negociación
trató de que los soviéticos retirasen sus 380.000 soldados de Alemania
Oriental. A cambio, James Baker y Helmut Kohl prometieron a Gorbachov que
la alianza militar occidental de la OTAN no se expandiría hacia el Este. Ministro
de Relaciones Exteriores Alemania Occidental, Hans-Dietrich Genscher,
prometió a Gorbachov que “la OTAN no va a expandirse hacia el Este”.
Gorbachov estuvo de acuerdo, aunque pidió la promesa por escrito, la que
nunca recibió, quedando como un “acuerdo de caballeros”.
El embajador de EE.UU. en la URSS entre 1987 y 1991, John F. Matlock Jr.,
señaló más tarde que el final de la Guerra Fría no fue “ganado” por el
Occidente sino se produjo “por vía de negociación en beneficio de ambas
partes”. Sin embargo, puntualizó que “los Estados Unidos insistieron en tratar a
Rusia como perdedor”. Los Estados Unidos violaron casi de inmediato el
acuerdo establecido en 1990, la OTAN comenzó a avanzar hacia el Este, para
disgusto de los rusos. El nuevo presidente de Rusia, Boris Yeltsin, advirtió que
la expansión de la OTAN hacia Oriente amenazaba con una “paz fría” y era una
violación del “espíritu de las conversaciones” que tuvieron lugar en febrero de
1990 entre los líderes soviéticos, alemanes occidentales y americanos.
En 1990, en la Estrategia de Seguridad Nacional del presidente Bush, Estados
Unidos admite que, “pese a que las tensiones Este-Oeste disminuyen, los
intereses estratégicos estadounidenses permanecen”, y señaló que las
intervenciones militares norteamericanas anteriores, que fueron justificadas
como una respuesta a “amenazas” soviéticas, eran – en realidad – “en
respuesta a las amenazas a los intereses de EEUU, que no podían ser
cuestionados en las puertas del Kremlin”, y que “la necesidad de defender
nuestros intereses continuará”. En otras palabras, las décadas de
justificaciones para la guerra por parte de Estados Unidos - que culpaban al
“imperialismo soviético” y al “comunismo” - eran mentiras, y cuando la Unión
Soviética dejó de existir como una amenaza, el imperialismo estadounidense
todavía debería proseguir.
El ex asesor de Seguridad Nacional - y estratega-arco imperial - Zbigniew
Brzezinski observó en 1992 que la estrategia de la Guerra Fría de Estados
Unidos en defensa de la “liberación” contra la URSS y el comunismo (que
justifica las intervenciones militares en todo el mundo), “era un farsa
estratégica, diseñada en gran medida por razones políticas internas... la política
era básicamente retórica, a lo más táctica”.
En 1992, el Pentágono elaboró una estrategia diseñada para que los Estados
Unidos dirijan el mundo posterior a la Guerra Fría, donde la misión principal de
EE.UU. era “asegurarse de que no se permite ninguna superpotencia rival a
surgir en Europa Occidental, Asia o los territorios de la antigua Unión
Soviética”. Como señaló el New York Times, el documento - en gran parte
elaborado por funcionarios del Pentágono Paul Wolfowitz y Dick Cheney –
“aboga por un mundo dominado por una superpotencia cuya posición puede
ser perpetuada mediante un comportamiento constructivo y suficiente poder
militar para disuadir a cualquier nación o grupo de naciones a desafiar la
supremacía estadounidense”.
Esta estrategia se consagró aún más con el gobierno de Clinton, cuyo
consejero de Seguridad Nacional, Anthony Lake, articuló en 1993 la doctrina de
Clinton al afirmar: “El sucesor de una doctrina de contención debe ser una
estrategia de ampliación - la ampliación del mundo de comunidades libres de
las democracias de mercado”, que “deben combinar nuestros objetivos
generales de fomento de la democracia y de los mercados con nuestros
intereses geoestratégicos más tradicionales”.
Bajo la presidencia imperial de Bill Clinton, los Estados Unidos y la OTAN
fueron a la guerra contra Serbia, y finalmente desgarraron Yugoslavia en
pedazos (en sí misma representante de una “tercera vía”, de organizar la
sociedad, distinta a Occidente y la URSS), y la OTAN comenzó su expansión
hacia el Este. A finales de 1990, Polonia, Hungría y la República Checa
entraron en la OTAN, y en 2004, siete repúblicas ex soviéticas se unieron a la
alianza.
En 1991, aproximadamente el 80% de los rusos tenía una visión “favorable” de
los Estados Unidos; en 1999, aproximadamente el 80% tenía una opinión
desfavorable de los Estados Unidos. Vladimir Putin, quien fue elegido en 2000,
al comienzo siguió una estrategia pro-occidental de Rusia, apoyando la
invasión y ocupación de la OTAN de Afganistán, recibiendo solamente elogios
del presidente George W. Bush, quien luego procedió a expandir la OTAN más
hacia el Este.
Las revoluciones de color
A lo largo de la década de 2000, los Estados Unidos y otras potencias de la
OTAN, aliados con multimillonarios como George Soros y fundaciones
repartidas por todo el mundo, trabajaron en conjunto para financiar y organizar
grupos de oposición en varios países de Europa oriental y central, promoviendo
el “cambio al régimen democrático”, que en definitiva era colocar en el poder a
líderes más pro-occidentales. Se inició en 2000 en Serbia con la eliminación de
Slobodan Milosevic.
Los Estados Unidos llevaron a cabo una “campaña de construcción de la
democracia” en Serbia, inyectando 41 millones de dólares para sacar a
Milosevic del poder, que incluyó encuestas de financiación, formación de miles
de activistas de la oposición, que el Washington Post refirió como “la encuesta
impulsaba primero el enfoque de grupos-revolución probados”, lo que era “una
estrategia cuidadosamente investigada elaborada por serbios activistas de la
democracia , con la asesoría activa de los consejeros y los encuestadores
occidentales”. La utilización de las organizaciones financiadas por el gobierno
estadounidense alineados con los principales partidos políticos, como el
Instituto Nacional Demócrata y el Instituto Republicano Internacional, el
Departamento de Estado de EE.UU. y la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo
Internacional (USAID), canalizaron dinero, asistencia y capacitación a los
activistas (Michael Dobbs, Washington post, 11 de diciembre de 2000).
Marcos Almond escribió en The Guardian en 2004 que, “durante la década de
1980, con la acumulación de las revoluciones de terciopelo de 1989, un
pequeño ejército de voluntarios - y, seamos francos, espías - cooperaron para
promover lo que se convirtió en Poder Popular”. Esto fue representado por “una
red de fundaciones y organizaciones benéficas entrelazadas [que] se
multiplicaron para organizar la logística de la transferencia de millones de
dólares a los disidentes”. El dinero en sí mismo “provino en su gran mayoría de
países de la OTAN y aliados encubiertos como la ´neutral` Suecia”, así como a
través de la Fundación Open Society del multimillonario George Soros. Almond
observó que estos “modernos revolucionarios del mercado” colocarían a gente
en el poder “con fuerza para privatizar”. Los activistas y las poblaciones se
movilizan con una visión multimedia de prosperidad euro-atlántica presentada
por los medios de comunicación “independientes” financiados por Occidente
para llevarlos a las calles. Después de “revoluciones” de éxito respaldadas por
Occidente, llega la 'terapia de choque' económico usual que trae consigo “el
desempleo masivo, operaciones con información privilegiada desenfrenada, el
crecimiento del crimen organizado, la prostitución y el aumento de las tasas de
mortalidad”. ¡Ah, la democracia!
Después de Serbia en 2000, los activistas, las agencias de “ayuda”
occidentales, las fundaciones y los donantes movieron sus recursos a la ex
república soviética de Georgia, donde en 2003, la “Revolución Rosa”
reemplazó al presidente con un más pro-occidental (y occidental-educado)
líder, Mijail Saakashvili, un protegido de George Soros, quien jugó un papel
importante en la financiación de los llamados grupos “pro-democracia” en
Georgia, país que ha sido a menudo referido como 'Sorosistan'. En 2004,
Ucrania se convirtió en el próximo objetivo apoyado por Occidente, para un
cambio a un régimen “democrático”, lo que se conoció como la “revolución
naranja”. Rusia considera estas “revoluciones de color”, como “parcelas
patrocinadas por Estados Unidos que usan incautos locales para derrocar
gobiernos hostiles a Washington e instalar vasallos americanos”.
Marcos MacKinnon, quien fue jefe de la oficina del Globe and Mail en Moscú
entre 2002 y 2005, cubrió las protestas financiadas por Occidente y desde
entonces ha escrito mucho sobre el tema de las “revoluciones de color”.
Revisando un libro suyo sobre el tema, The Montreal Gazzete observó que
estas llamadas revoluciones no eran “levantamientos populares espontáneos,
sino en realidad fueron planeadas y financiadas directamente por los
diplomáticos estadounidenses o por medio de un conjunto de organizaciones
no gubernamentales que actuaban como frentes para el gobierno de los
Estados Unidos”, y que si bien había una gran cantidad de descontentos con
las gestiones de las élites corruptas en cada país, las “oposiciones
democráticas” dentro de estos países recibieron sus “hojas de marcha y dinero
en efectivo de los funcionarios estadounidenses y europeos, cuyas intenciones
a menudo tenían que ver más con asegurar el acceso a los recursos
energéticos y a las rutas de los oleoductos que con un genuino interés por la
democracia”.
La “Revolución Naranja” en Ucrania en 2004 fue - como Ian Traynor escribió en
The Guardian – “una creación americana, un ejercicio sofisticado y
brillantemente concebido con la marca occidental del marketing de masas”, con
la financiación y la organización del gobierno de EE.UU., mediante “el
despliegue de consultorías, encuestadores, diplomáticos, los dos grandes
partidos estadounidenses y las organizaciones no gubernamentales de los
Estados Unidos”.
En Ucrania, las controvertidas elecciones que estimularon la 'Revolución
Naranja' produjeron acusaciones de fraude electoral formuladas contra Viktor
Yanukovich por su principal opositor, Viktor Yuschenko. Pese a las
afirmaciones de la defensa de la democracia, Yuschenko tenía vínculos con el
régimen anterior, después de haber servido como primer ministro en el
gobierno de Leonid Kuchma, con lo que mantuvo estrechos lazos con los
oligarcas que dirigieron y se beneficiaron de las privatizaciones masivas de la
era post-soviética.
Yuschenko, sin embargo, “ganó el premio occidental, y las inundaciones de
dinero invertido en los grupos que lo apoyaron”. Como Jonathan Steele señaló
en The Guardian, “Ucrania se ha convertido en una cuestión geoestratégica no
para Moscú, sino para los EE.UU., que se niegan a abandonar su política de
guerra fría, cercando a Rusia y tratando de llevar a todas ex repúblicas
soviéticas hacia su lado”.
Como Mark McKinnon escribió en The Globe and Mail algunos años más tarde,
los levantamientos en Georgia y Ucrania “tenían muchas cosas en común,
entre ellos la caída de autócratas que dirigían los gobiernos semiindependientes diferidos de Moscú cuando la suerte cambió” además de ser
“impulsado por las organizaciones que recibieron fondos de la Fundación
Nacional para la Democracia de EE.UU.”, que refleja un punto de vista
sostenido por los gobiernos occidentales que “promover la democracia” en
lugares como el Oriente Medio y Europa del Este era de hecho “una contraseña
para apoyar los políticos pro-occidentales”. Estos levantamientos occidentales
patrocinados, estallaron al unísono con la constante expansión de la OTAN en
su marcha hacia las fronteras de Rusia.
Al año siguiente - en 2005 - las “revoluciones de colores” apoyadas por
Occidente llegó a la república asiático central de Kirguistán, en lo que se
conoció como la “Revolución de los Tulipanes”. Una vez más, elecciones
impugnadas provocaron la movilización de los grupos de la sociedad civil,
medios
de comunicación “independientes”,
y organizaciones
no
gubernamentales apoyadas por Occidente, mediante las fuentes de
financiación habituales de la Fundación Nacional para la Democracia, el NDI,
IRI, Freedom House, y George Soros, entre otros. The New York Times informó
que la “revolución inspirada democráticamente” que los gobiernos occidentales
estaban alabando, comenzó a mirarse “más como un golpe de Estado de
jardín-variedad”. Los esfuerzos no sólo de los EE.UU., sino también de Gran
Bretaña, Noruega y Holanda, fueron fundamentales en la preparación del
terreno para el levantamiento de 2005 en Kirguistán, cuyo presidente de
entonces acusó a Occidente de los disturbios experimentados en su país.
Las organizaciones no gubernamentales estadounidenses que patrocinaron las
“revoluciones de color” eran dirigidas por ex altos funcionarios
gubernamentales y de seguridad nacional, incluyendo la Freedom House, que
fue presidida por el ex director de la CIA James Woolsey, y otros grupos “prodemocracia” que financiaban estas revueltas, liderados por figuras como el
senador John McCain o Anthony Lake, ex asesor de seguridad nacional de Bill
Clinton, que había articulado la estrategia de seguridad nacional de la
administración Clinton para “la ampliación de la comunidad libre del mundo de
las democracias de mercado”. Estas organizaciones actúan en realidad como
una extensión del aparato gubernamental estadounidense para el avance de
los intereses imperiales de Estados Unidos bajo el barniz de una acción “prodemocracia”,
institucionalizado
en
grupos
supuestamente
“no”
gubernamantales.
Sin embargo, en 2010, la mayor parte de los logros de las “revoluciones de
color” que se extendieron por Europa del Este y Asia Central, habían dado
varios pasos hacia atrás. Mientras que el “centro de gravedad político se
inclinaba hacia el Oeste”, señaló la revista Time, en abril de 2010, “ahora se ha
revertido”. Las dirigencias pro-occidentales de Ucrania y Kirguistán, una vez
más fueron sido sustituidas por líderes “mucho más amigables con Rusia”. Los
“buenos” que Occidente apoyó en estos países, resultaron ser tan hambrientos
de poder y codiciosos como sus predecesores, sin tener en cuenta los
principios democráticos ... con el fin de mantenerse en el poder, y explotar el
apoyo diplomático y económico de Estados Unidos como parte de [un esfuerzo]
para contener las amenazas internas y externas para lograr ayuda financiera.
El comportamiento típico que un vasallo declara a cualquier imperio.
La “ampliación” de la Unión Europea: Un Imperio de la Economía
El proceso de integración y el crecimiento de la Unión Europea - en las últimas
tres décadas - impulsado en gran medida por poderosos intereses corporativos
y financieros europeos, en particular por la Mesa Redonda Europea de
Industriales (ERT), un influyente grupo de aproximadamente 50 ejecutivos más
importantes de Europa que hacen lobby y trabajan directamente con las elites
políticas de Europa para diseñar los objetivos y métodos de la integración y la
ampliación del bloque , donde fomentan la promoción e institucionalización de
las reformas económicas neoliberales: la austeridad, las privatizaciones, la
liberalización de los mercados y la destrucción de la fuerza de trabajo.
La ampliación de la Unión Europea hacia Europa oriental se tradujo en un
proceso en las naciones de Europa del Este en el que debieron poner en
práctica reformas neoliberales a fin de unirse a la UE, incluidas las
privatizaciones masivas, la desregulación, la liberalización de los mercados y
duras medidas de austeridad. La ampliación de la UE hacia Europa Central y
Oriental avanzó en 2004 y 2007, cuando nuevos Estados fueron admitidos
como miembros de la UE, incluidos Bulgaria, Rumania, Polonia, la República
Checa, Hungría, Eslovaquia, Letonia, Estonia y Lituania.
Estos nuevos miembros de la UE se vieron gravemente afectados por la crisis
financiera mundial de 2008 y 2009, y posteriormente obligados a imponer duras
medidas de austeridad. Ellos han sido más lentos en 'recuperar' que otras
naciones y cada vez más tienen que lidiar con “la inestabilidad política, el
desempleo masivo y el sufrimiento humano”. La excepción es Polonia, que no
aplicó las medidas de austeridad, lo que ha dejado a la economía polaca en
mejor situación que el resto de los nuevos miembros de la UE. La publicación
financiera Forbes advirtió en 2013 que “la perspectiva de estancamiento
económico sin fin en los nuevos miembros de la UE... tendrá, tarde o temprano,
consecuencias políticas extremadamente perjudiciales”.
Citando palabras de un alto diplomático británico, Robert Cooper, la Unión
Europea representa un tipo de “imperio cooperativo”. La expansión de la UE
hacia Europa Central y Oriental trajo crecientes beneficios a las empresas, con
nuevas inversiones y mano de obra barata para explotar. Además, los nuevos
miembros de la UE fueron más explícitamente pro mercado que los más
antiguos miembros de la UE que continuaron impulsando una economía social
de mercado diferente de las promovidas por los estadounidenses y británicos.
Con estos estados que se incorporaron en la UE, observó Financial Times en
2008, “los nuevos miembros han reforzado las filas de los defensores del libre
mercado y del libre comercio”, y cada vez más integran “el equipo de los
estados del norte votando por la desregulación y la liberalización del mercado”.
El Occidente marcha al Este
Durante el último cuarto de siglo, Rusia ha resistido y vio como los Estados
Unidos, la OTAN y la Unión Europea han movido sus fronteras y su esfera de
influencia hacia el Este llega a la frontera rusa. A medida que el Occidente
marcha al Este, Rusia se ha quejado constantemente de usurpación y que este
proceso está siendo una amenaza directa a Rusia. Las protestas de la antigua
superpotencia en gran medida han sido ignoradas o desestimadas. Después de
todo, en opinión de los estadounidenses, ellos “ganaron” la guerra fría, y por lo
tanto, Rusia tiene ni voz ni voto en el orden mundial de la posguerra fría
diseñado por Occidente.
La continua marcha del Occidente al Este, hasta la frontera rusa, seguirá
siendo examinada en futuras partes de esta serie. Para Rusia, el problema es
claro: el Padrino y sus socios de la OTAN-mafia, están en constante expansión
hacia sus fronteras, lo que es visto (con razón) como una amenaza para el
propio Estado gangsteril ruso. La invasión rusa de Crimea - al igual que la
invasión a Georgia de 2008 - son los primeros ejemplos del empujón de Rusia
para hacer retroceder la expansión imperial occidental hacia el Este. No se
trata entonces de un caso de “agresión rusa”, sino más bien, de la reacción
rusa al imperialismo de Occidente en constante expansión y a la agresión
global.
El Occidente puede pensar que ha golpeado y domado al oso encadenado,
haciéndole bailar con el látigo de la obediencia. Pero de vez en cuando, el oso
replicará golpeando al que hace blandir el látigo. Esto es inevitable. Y mientras
Occidente continúe con su estrategia actual, las reacciones no harán más que
empeorar con el tiempo.
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Edición N° 00397 – Semana del 2 al 8 de Mayo – 2014