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Pros y contras del consumo de vino para la salud humana
Alcohol de farmacia
Entre bebidas alcohólicas, el vino es la que mejor fama tiene entre los médicos. Las propiedades de
su consumo moderado empiezan a ser cada vez más conocidas. Pero también los riesgos derivados
de su abuso.
VISTA Los bebedores moderados corren
menos riesgo de verse afectados por una de
las principales causas de ceguera para las
personas mayores de 65 años: la degeneración
macular. Un estudio del Hospital Universitario
Howard en Washington demuestra que la tasa
de afectados puede caer un 20 por ciento.
DIABETES Ciertas pistas hacen pensar que el
vanadio puede ser una sustancia beneficiosa
para el tratamiento de la diabetes, quizá por
sus propiedades antihipertensivas. El vino es
una fuente natural del vanadio y podría ayudar
al etanol a retrasar, aunque no evitar, los
síntomas de este mal.
CALMANTE Los efectos calmantes del alcohol
pueden ser utilizados para ayudar a conciliar el
sueño a personas mayores insomnes. Pero en
dosis más elevadas, el vino produce el efecto
contrario al deseado.
CORAZÓN Posiblemente uno de los efectos
del vino sobre la salud más estudiados es la
prevención de problemas cardiovasculares. La
mayoría de los datos obtenidos proceden de
estudios epidemiológicos en Europa y Estados
Unidos que relacionan el descenso en la
incidencia de arteriosclerosis, hipertensión e
infarto con el consumo moderado de vino.
INFECCIONES El vino parece ejercer una
acción profiláctica protectora contra ciertas
infecciones gastrointestinales. De hecho, desde
hace siglos se conoce el efecto antimicrobiano
y desinfectante del alcohol. En el caso del vino,
su actividad profiláctica no depende tanto del
alcohol como de otras sustancias como los
antocianos presentes en la uva.
ARTRITIS Muchos medicamentos contra la artritis
producen irritaciones en el tejido del estómago.
Algunos compuestos del vino reducen los
síntomas de este efecto secundario. Además, esta
bebida es diurética, con lo que evita la retención
de líquidos y minimiza las inflamaciones de las
articulaciones. El vino puede también evitar los
espasmos musculares.
RIÑÓN Es sabido que el consumo de grandes
cantidades de agua previene la formación de
cálculos en el riñón, ya que el aumento de la
producción de orina evita la cristalización de
oxalatos. Un reciente estudio epidemiológico ha
detectado que las mujeres que toman
habitualmente vino reducen sus probabilidades de
sufrir este mal.
TROMBOS El etanol tiene probadas propiedades
como inhibidor de la agregación de plaquetas, un
fenómeno asociado con la producción de trombos
y el riesgo de accidentes cerebrovasculares.
También hay flavonoides presentes en el vino que
ejercen la misma acción inhibidora.
OXIDACION En pruebas in vitro se ha demostrado
que ciertos polifenoles y taninos encontrados en el
vino reducen el ritmo de oxidación de algunos
componentes celulares y de sustancias como las
lipoproteínas de baja densidad. La oxidación de
estas últimas está relacionada con el aumento de
la tensión arterial y podría conducir al
padecimiento de enfermedades coronarias.
Es como la historia del doctor Jekyll y Mr. Hyde. El vino ejerce a la vez una función social y
antisocial; favorece las relaciones humanas y convierte a ciertos individuos en despojos solitarios;
tiene indiscutibles efectos beneficiosos para la salud, pero puede causar no pocos males. Como es
asumido por todos -consumidores, productores y distribuidores -, la clave de tan radical diferencia
está en la dosis. No superar la frontera entre consumo moderado y excesivo es un compromiso que
han tomado como suyo todos los agentes que participan en la fabricación y disfrute del formidable
vino.
Buena imagen social
Cada vez quedan menos dudas de que la ingesta moderada de vino tiene efectos positivos para el
organismo. Puede reducir las probabilidades de padecer enfermedades cardiovasculares, retrasar la
aparición de diabetes no insulinodependiente, combatir la hipertensión y hacer bajar la frecuencia de
aparición de algunos cánceres. A pesar de tratarse de una bebida adictiva y cuyo abuso tiene
efectos devastadores, el vino es el producto alcohólico con mejor imagen social.
Como indica Ramón Estruch, médico internista, “desde hace muchos años la sociedad ha atribuido
efectos saludables al vino, en la mayoría de los casos sin base científica. Pero en las últimas
décadas se han publicado muchos trabajos serios que indican que su consumo moderado reduce la
mortalidad total, sobre todo la cardiovascular”.
Tóxico o alimenticio
¿Qué entienden los médicos por consumo moderado? Algunos investigadores han propuesto que el
alcohol debería ser evaluado por principios toxicológicos, ya que se trata de un agente
potencialmente tóxico. En este sentido, podría calcularse un umbral por debajo del cual su ingestión
siempre es segura. Dicha frontera parece estar en 120 mililitros diarios de vino para las mujeres y
240 para los hombres. Pero ésta es una medida aislada que no tienen en cuenta factores variables
como la calidad del producto que se toma, si se bebe con las comidas o solo, la predisposición
genética del consumidor y las diferencias en el metabolismo del etanol.
Frente al estudio toxicológico del vino se encuentra su análisis nutricional, es decir, la consideración
de esta bebida como un alimento. El principal valor del jugo fermentado de uva en este sentido es el
índice calórico de su contenido de etanol. El alcohol no necesita ser digerido, es absorbido
directamente por las paredes intestinales, con lo que aporta una rápida dosis de energía metabólica
al organismo. De hecho, en algunas poblaciones rurales el vino ha sido considerado históricamente
un alimento energético.
Esta bebida contiene además pequeñas cantidades de algunas vitaminas, como las del grupo B, y
estimula la secreción de jugos gástricos que favorecen la digestión.
Por desgracia proliferan las informaciones exageradas sobre supuestos prodigios del vino que no
siempre están bien contrastadas. Por eso es muy importante entender en qué estado real se
encuentra la evidencia científica al respecto.
La mayor parte de los estudios realizados son epidemiológicos, pero existe una cantidad mucho
menor de ensayos clínicos aleatorizados que aportan el máximo nivel de evidencia en medicina.
Aun así el consenso parece suficiente como para asegurar que consumir pequeñas cantidades de
vino produce efectos saludables, sobre todo en el sistema cardiovascular.
¿Sirve para todos?
Muchos trabajos han intentado discernir si los beneficios son achacables al vino o al alcohol; es
decir, si los mismo efectos positivos se derivan de la toma de otras bebidas alcohólicas. Un reciente
estudio del Hospital Clínico de Barcelona, España, ha descubierto en parte la respuesta. Tras
comparar la acción del vino tinto y de la ginebra en el organismo, se ha hallado que ambas bebidas
elevan las lipoproteínas de alta densidad (HDL), conocidas popularmente como “colesterol bueno”, y
reducen los perjuicios de la oxidación de las lipoproteínas de baja densidad (LDL). Pero el vino
añade las virtudes de tener una mayor capacidad antioxidante y un mayor efecto antiinflamatorio,
con lo que podría retrasar la aparición de arteriosclerosis.
Esto se debe a la acción de los componentes no alcohólicos de esta bebida de uva. Los más
importantes son los polifenoles, los antioxidantes más abundantes en la dieta humana, que se
encuentran en grandes cantidades en el fruto de la vid pero, además, se generan espontáneamente
cuando el vino envejece en barrica de madera.
Muchos estudios in vitro demuestran que estos compuestos, sobre todo la catequina y la quercitina,
inhiben la tendencia de las LDL a oxidarse. La oxidación de estas proteínas grasas se considera la
principal fuente de formación de placas de ateroma.
Multitud de efectos secundarios
No cabe duda de que, por muchos beneficios que se deriven de su ingesta moderada, el vino es un
producto cuyo consumo excesivo puede tener efectos desastrosos para la salud. De hecho, las
bonanzas médicas que se han descrito sobre esta bebida siempre están sujetas a condiciones
especiales en las que no exista ningún tipo de riesgo que desaconseje su uso. Probablemente, la
contraindicación más clara afecta a aquellas personas que tengan un historial clínico de abuso de
bebidas alcohólicas. Aunque para la mayor parte de la población los valores establecidos como
moderados son altamente beneficiosos, para los afectados de episodios de alcoholismo o
tendencia a la adicción están en grave riesgo incluso por debajo de estos umbrales. Además,
existen otras situaciones más comunes en las que el consumo del jugo de uva fermentado, incluso
en cantidades moderadas, está desaconsejado. No hay que olvidar, por ejemplo, que el vino es una
bebida de naturaleza ácida, por lo que está contraindicada para pacientes con úlceras de
estómago, boca, garganta o tracto intestinal. Estas personas pueden ver agravados sus síntomas
por pequeña que sea la cantidad de vino que ingieran. Algo similar ocurre con los afectados por
alguna enfermedad del hígado. El alcohol ataca especialmente las paredes de este órgano vital de
por sí ya debilitado. Tampoco está indicado el consumo de vino en casos de infección renal, ya que
la bebida puede reducir la capacidad del riñón para eliminar residuos. Otro tanto sucede en las
personas que padezcan prostatitis o infecciones genitourinarias. La acción diurética del vino
conduce a un aumento en la necesidad de orinar, con lo que se acrecientan los dolorosos síntomas
de estas dos afecciones. Se ha demostrado también que la toma de vino, aunque sea en
pequeñísimas dosis, aumenta el riesgo de padecer episodios epilépticos en personas aquejadas
por esta enfermedad del sistema nervioso. Por último, los pacientes que están a punto de ser
intervenidos quirúrgicamente deben evitar tomar vino. Los efectos que inhiben la agregación
plaquetaria y que son muy deseables en condiciones normales, pueden ser poco bienvenidos en la
mesa de operaciones. La razón es obvia: cuanto más fluido sea el tránsito del torrente sanguíneo,
más probabilidades hay de padecer algún tipo de hemorragia interna o externa durante la acción de
la cirugía invasiva. No hay que olvidar, tampoco, que el vino aumenta la concentración de alcohol
en la sangre. Esto puede ser especialmente peligroso en el caso de las mujeres embarazadas. No
existe un umbral de consumo absolutamente seguro para estas personas. Por poco alcohol que se
tome, éste se puede añadir al que de forma habitual se encuentra en el organismo de manera
espontánea producido por la acción de algunas bacterias. Lo mejor es evitarlo por completo.
Estudios deficitarios
Para determinar realmente si esta inhibición tiene efecto en el organismo humano en condiciones
normales es necesario establecer la biodisponibilidad de estas moléculas, es decir, si una vez
ingeridas el cuerpo las pone a disposición de las células o las elimina. En el departamento de
Aterogénesis de la Universidad de Montpellier (Francia) se ha demostrado que tras una toma de
vino tinto de 300 mililitros junto con una comida que aporta 500 kilocalorías, algunos polifenoles se
encuentran en el plasma sanguíneo en una relación de 0.1 moles por litro. Pero, además, la
capacidad máxima antioxidante del plasma coincide con el pico de presencia de estas sustancias.
El punto débil de algunos de estos hallazgos sobre los polifenoles es que, para establecer la
relación entre una o varias sustancias y su supuesta actividad antioxidante, se emplean estudios in
vitro, que son menos concluyentes que los estudios clínicos sobre organismos vivos. Y es que, en
palabras del doctor Claude Louis Leger, de la Universidad de Montpellier, “los estudios in vitro
registrados en la literatura determinan la acción de los compuestos fenólicos del vino a
concentraciones muy superiores a las presentes en el plasma humano”. Por eso, es necesario
conocer aún mejor la actividad metabólica de estas sustancias.
A pesar de ello, algunos expertos se muestran entusiasmados. Ramón Estruch opina que “por el
momento, el vino debe considerarse como un alimento y han de prevalecer en su elaboración las
cualidades organolépticas. No obstante, puede que en un futuro no muy lejano en la etiqueta de la
botella figure también su composición polifenólica, de modo que el consumidor pueda tener en
cuenta las propiedades medicinales a la hora de escoger una marca”.
Para saber más.
El vino y la mesa. José Juan De Blas Díaz Jiménez. Compañía Editorial Continental, 1980.
Wine Science. Principles, practice and perception. Academic press, San Diego, 2000.
FUENTE: Revista Muy Interesante/Septiembre 2004/Editorial Televisa, S.A. de C.V.