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I- La Reconciliación: Fundamento Bíblico
Marie Françoise Le Bizaut
Angers, junio 2006
Los maestros de la Escuela Francesa (Bérulle, Olier, Juan Eudes) se alimentaban de
la Biblia, que conocían muy bien, según los conocimientos de su tiempo. Ellos la
meditan, en su oración personal y a partir de los comentarios de los Padres de la
Iglesia.
Por lo tanto, antes de ver en qué forma el tema bíblico de la reconciliación fue
tratado en la Escuela Francesa, es importante situar este tema, al menos
brevemente, en el conjunto de la Biblia.
A- Antiguo Testamento
1- La semilla de la violencia en la historia primitiva
Desde el comienzo de la Biblia, está presente la rivalidad, nacida de los celos que
carcomen el corazón de Caín por su hermano Abel, hasta conducirle al asesinato de
éste (Gen 4, 3-10). El relato nos muestra la violencia que se agazapa en el corazón
humano, la complejidad de las relaciones interpersonales, y cómo, la reconciliación
entre las personas, no es espontánea.
Sigue un largo período de corrupción creciente de la humanidad (Gen 1 a 9), que
culmina en el diluvio. Pero lo que hubiera podido firmar la desaparición de la raza
humana, es, al contrario el comienzo de una alianza entre Dios y la
humanidad, como una nueva creación: Noé y los suyos, salvados en el arca, y con
ellos el universo entero, reciben la bendición de Dios, concretizada por el signo del
arco iris. En un lenguaje figurado, Dios mismo se da el recuerdo de la alianza que él
concluye entre Él y la tierra: “Me acordaré de mi alianza con ustedes y todo ser
viviente… el arco estará en las nubes y yo al verlo me acordaré de la alianza
perpetua entre Dios y todo sér animado que vive en una carne …” Este arco iris se
vuelve un signo de la reconciliación entre el Creador y su creación. (Gen 9, 1-17)
Y al mismo tiempo vemos como Dios, toma en cuenta la violencia que está presente
en las relaciones humanas: “cualquiera que derrame sangre humana, su sangre será
derramada” (Gen 9, 6). Más que a una reconciliación, frecuentemente se llega a la
regulación de la fuerza, a un equilibrio de violencias…
Más tarde, precisamente antes del episodio de la Torre de Babel, la Biblia presenta
una armonía aparente de los hombres entre ellos: “Toda la tierra utilizaba la misma
lengua y las mismas palabras”. Pero tenemos que creer que la diferencia es
importante para la vida. Vemos como los hombres construyen una torre,
deseando que la punta toque el cielo. No hay allí una provocación nacida del orgullo?
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En todo caso este episodio misterioso termina con la dispersión de los
hombres (Gen. 11).
En el umbral de la historia del que llegará a ser el Pueblo de Dios (Gen 12), cuando
Dios llama a Abraham para enviarlo hacia el país que Él quiere darle, le anuncia la
bendición sobre él y sobre todos los que le seguirán. Es una nueva etapa de la vida
de la humanidad que allí comienza, con un hombre que acepta apoyarse en
Dios, confiar en él.
Y pronto Abraham se siente invitado a practicar la reconciliación, cuando sus
pastores se disputan con los de Lot, porque no había suficiente espacio para los dos
rebaños: “Que no haya discusiones entre tú y yo…” y los dos grupos se separan sin
discutir más, puesto que Abraham acepta hacer concesiones. (Gen 13, 7-9).
Más tarde, los dos hermanos enemigos: Jacob y Esaú, se reconcilian… al menos por
el tiempo de un encuentro, porque se separan enseguida; Jacob no creía mucho en
la buena fe de su hermano. (Gen 33, 1-17).
En cuanto a la rivalidad entre los otros hijos de Jacob y José, será necesaria toda la
grandeza de alma de José para suscitar la reconciliación, al final de un largo camino
(Gen 43-45).
2- Dios de ternura y piedad
Al término de su estancia en Egipto, cuando Moisés, por la fuerza de Dios, hizo salir
al pueblo de la servidumbre, éste se les revela como: “Dios de ternura y piedad (Ex
34, 6). Esta expresión que define en cierta forma el sér de Dios, es una de las
claves de lectura de la Biblia para descubrir allí la reconciliación en acción.
De manera totalmente gratuita Dios tomó la iniciativa de hacer alianza con un pueblo
al que llamó “su pueblo” (Ex 19, 5). Él entró en “comunidad de vida” con él. En los
términos de esta alianza, hay un vínculo indisoluble entre la relación con Dios
y la relación con el otro. Cf Ex 20, El Decálogo. Es clara la consecuencia de este
vínculo: si hay una ruptura con Dios, también la hay con los semejantes.
Desde entonces, en toda la historia del pueblo de Dios se entremezclan relatos de los
dones de Dios, y de las resistencias y rechazos del pueblo, que comienzan con el
episodio del becerro de oro (Ex 32): en lugar de dominar los animales como se le
invitó en el momento de la creación (Gen 1, 28-29), aquí se ve cómo, el hombre,
creado a imagen de Dios, se somete a un ídolo, con rostro de animal…
Es todo el lugar del pecado en la vida del pueblo de Dios, el pecado como ruptura
de la alianza entre los hombres y Dios, pero también entre los mismos hombres.
Si los hombres se ponen en situación de ruptura de la Alianza, qué va a pasar? A
pesar de su corazón endurecido y su cabeza erguida, Dios les envía, sin cansarse,
profetas para despertar su corazón, para recordarles su Alianza.
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Cfr. Amós, quien denuncia todos los crímenes cometidos por Israel y las
naciones que le rodean: cada pueblo es condenado por no haber buscado
vivir en paz, sino que, al contrario ha practicado la opresión contra los otros pueblos,
ha hecho las guerras sin cesar, deportado pueblos … Y en particular, Israel es
condenado, a la vez por sus idolatrías, y porque “vendió al justo a precio de plata y
al pobre por un par de sandalias, aplastando la cabeza de los sencillos…” (Amos 1)
Las relecturas proféticas de la historia del pueblo de Dios son lecturas de su
infidelidad (Ver Óseas 1-2; Ezequiel 16): como una mujer que se prostituye, el
pueblo desvía su corazón de la Alianza con su Dios, se vuelve hacia la idolatría.
Practica la injusticia en todas sus relaciones. Pero a pesar de estas infidelidades,
Dios toma la iniciativa de la reconciliación, del restablecimiento de la Alianza. Si
los pecados del pueblo son una ruptura de la Alianza por parte de los hombres, Dios,
Él, “ama con un amor eterno” (Is 54, 6-8), «abandona el ardor de su cólera” (Salmo
85, v.4 ).
Con términos muy « humanos », próximos a nuestros sentimientos, Dios expresa el
amor visceral que lo une a su pueblo y, en cierta forma, le impide destruírlo: ¿Cómo
no te voy a rescatar Oh Efraín? Cómo no te voy a rescatar Israel? Será posible que te
abandone como a Adma, o que te trate como a Seboim? Mi corazón se conmueve y
se remueven mis entrañas. No puedo dejarme llevar por mi indignación y destruir a
Efraín, pues yo soy Dios y no hombre. Yo soy el Santo que está en medio de ti: y no
me gusta destruir. (Os. 11, 8-9)
A su esposa infiel, a sus hijos rebeldes, a su pueblo que buscó apoyarse sobre
alianzas humanas y políticas, más bien que poner su confianza en Él, Dios propone
una reconciliación (Os. 2, 16-22; Ez. 18, 31 s).
Teniendo en cuenta que es un «pueblo de dura cerviz” (Dt 9, 13), Él acoge los
deseos de su pueblo para vivir en conformidad con la Alianza, alejarse del pecado y
convertirse. A causa de la fragilidad e inconstancia humanas, el compromiso debe ser
renovado, para comenzar de nuevo, jamás se da por adquirido de una vez por todas.
Hay un rito de renovación” de la Alianza, signo de nueva vitalidad. Ver Josué 24;
Ezequías 2, 29, 10 …. ; Josías 2, 34, 31…).
En cuanto a los ritos de expiación del culto mosaico, ordenados a la purificación de
faltas más variadas, también ellos se orientaban hacia la reconciliación del hombre
con Dios… ellos muestran que la expiación del pecado se percibía como una
condición de esta reconciliación.
Al mismo tiempo que estos ritos exteriores, aún antes del Exilio, germinaba sin
embargo en el pueblo de Israel la esperanza de algo mejor: poco a poco
comprendían que la reconciliación no entraña cambio en Dios, sino sólo en el
hombre pecador, que vuelve a Dios y que es acogido por él: “Crea en mi un
corazón puro… no me arrojes lejos de ti. (Salmo 51, 12-13). El sacrificio del corazón
juega un rol esencial, significa el cambio en el hombre que expía su falta por el
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sufrimiento y el dón de sí. (Salmo 51, 18-19). Vemos como la
interiorización se realizó progresivamente.
Durante el tiempo del Exilio, se continúa esta profundización hacia el interior: el
pueblo de Israel no puede hacerse ilusiones sobre su capacidad de dominar otros
pueblos; él está reducido a un “pequeño resto”. Entonces es cuando Dios, en su
misericordia, habla de paz a su pueblo, toma la iniciativa de anunciar una alianza
nueva y eterna:
“ Vendrán días en que yo pactaré con el pueblo de Israel una alianza nueva… pondré
mi ley en su interior, la escribiré en sus corazones, y yo seré su Dios y ellos serán mi
pueblo… porque yo habré perdonado su culpa y no me acordaré más de su pecado”
(Jer. 31, 31-34)
«Los recogeré de todos los países, los reuniré… los purificaré… les daré un corazón
nuevo…” (Ez. 36, 24-30)
Cuando la Ley de Dios se inscribe en un corazón renovado, el hombre recibe la
fuerza para emprender un camino de reconciliación con sus semejantes, ya que por
sí mismo él es incapaz. Corresponde a Dios tomar la iniciativa, cambiar los
corazones.
3- Dios de paz
Otra clave de lectura de la Biblia para aproximarnos al tema de la reconciliación nos
es dada a través de situaciones y textos que nos hablan de guerra y de paz.
La guerra, la confrontación violenta entre tribus, pueblos, está presente sin cesar en
la larga historia de Israel: venganza de los hijos de Jacob contra los habitantes de
Siquem (Gen. 34); confrontación violenta de Moisés y Aarón para obtener la salida
de Egipto, luchas incesantes contra los “pueblos del país” a fin de instalarse en la
Tierra Prometida (Josué, los Jueces… hasta que Saúl, y después David, logran
establecer un Reino.
También David conocía más los períodos de guerra que los de paz: guerras tribales,
rivalidad que le opone a Saúl, donde vemos la mediación de Jonatán (1Sam 19, 1-7)
buscando una reconciliación que no se hará realmente, aunque, más tarde, Dios da a
David un corazón bastante grande para perdonar a Saúl todas sus intrigas contra él.
(1Sam 24).
Sigue entonces un breve período de paz, bajo el reinado de Salomón: se ven
fraternalmente unidos los reinos del Norte y del Sur (1R 5, 4-5) « Salomón tenía paz
en todas las fronteras vecinas. Judá e Israel habitaron seguros, cada uno bajo su
viñedo y su higuera, desde Dan hasta Bersabé”
Eso no va a durar: después de la muerte de Salomón, vino la separación de los
Reinos del Norte y del Sur (hacia 931) y la reanudación de las guerras, a lo largo de
una historia turbada durante 4 siglos aproximadamente, hasta la toma de Samaria
por los Asirios en 721 (2R 17), después, la de Jerusalén, en 587, por los Babilonios
(2R 25).
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Sin embargo, cuando todo parece humanamente perdido, Jeremías dirige
a los exiliados de Babilonia una palabra de esperanza de parte del Señor: “Yo sé muy
bien lo que haré por ustedes; les quiero dar paz y no desgracia y un porvenir lleno
de esperanza” (Jer. 29, 11)
Casi dos siglos más tarde, Isaías soñaba con el “Príncipe de la Paz” (Is 9, 5), que
daría una paz sin fin (Is 9, 6), y que abriría un nuevo paraíso, porque “Él es quien
nos dará la Paz”» (Mi 5, 4), después de haber extendido su poder hasta las
extremidades del país… Seguramente en el momento en que Isaías o Miqueas
pronunciaban sus oráculos, se sobre-entendía que primero habría una victoria sobre
los enemigos.
Isaías también anunciaba que, en esta nueva era, la naturaleza sería sometida al
hombre (como en el tiempo de la primera creación), que los dos reinos separados se
reconciliarían y que las naciones vivirían en paz: “de sus espadas forjarán arados y
de sus lanzas podaderas. Las naciones no levantarán más la espada una contra otra
y no se ejercitarán más para la guerra” (Is 2, 2 ; cfr. también Is, 11, 1 ; 32, 15-20;
ver igualmente: Os 2, 20).
En el tiempo del Exilio se da una nueva percepción: este evangelio de la paz será
realizado por el Siervo doliente (Is. 53, 5); por su sacrificio, él anuncia cuál será
el precio de la paz. Gracias a este Servidor, vendrá a ser posible la paz: “Paz, paz al
que está lejos y al que está cerca, dice Yahvé. Si, yo te voy a sanar” (Is. 57, 19) Voy
a hacer correr hacia ella, como un río, la paz, y como un torrente que lo inunda todo,
la gloria de las naciones” (Is 66, 12).
Conclusión
Este rápido recorrido del Antiguo Testamento nos hace percibir bien cuánto las
relaciones entre los hombres, entre los pueblos están heridas por la violencia, el
espíritu de rivalidad, de celos, por luchas de poder. Si Dios no cura el corazón del
hombre /mujer, no hay reconciliación posible.
Pero una promesa ha sido sembrada en la tierra de los hombres; el proyecto de Dios
se vuelve hacia una Alianza eterna, que sellará la reconciliación universal.
Traducción: Blanca Inés Velásquez RBP
Angers, Centro Espiritual 06-06