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Los demonios son ángeles malos que pecaron contra Dios y que continuamente obran el mal en el
mundo.
Cuando Dios creo el mundo, “miró todo lo que había hecho y consideró que era bueno” (Gen.
1:31). Esto quiere decir que incluso el mundo angélico que Dios había creado no tenía ángeles
malos o demonios en ese tiempo. Pero en Génesis 3 hallamos que Satanás, en forma de serpiente,
tienta a Eva a que peque (Gen. 3:1-5). Por consiguiente, en algún momento entre los eventos de
Gen. 1:31 y Gen. 3:1 debe haber habido una rebelión en el mundo angélico en que muchos
ángeles se revelaron contra Dios y se volvieron malos.
El Nuevo Testamento habla de esto en dos lugares. Pedro nos dice que: “Dios no perdonó a los
ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al abismo, metiéndolos en tenebrosas caverna y
reservándolos para el juicio” (2 Pedro 2:4). Judas habla de que a “los ángeles que no mantuvieron
su posición de autoridad, sino que abandonaron su propia morada, los tiene perpetuamente
encarcelados en oscuridad para el juicio del gran Día” (Jud. 6). De nuevo el énfasis recae sobre el
hecho de que están alejados de la gloria de la presencia de Dios y su actividad está restringida
(metafóricamente, están “en cadenas eternas”). Pero el pasaje no implica que la influencia de los
demonios ha sido quitada del mundo ni que algunos demonios están encerrados en algún lugar de
castigo fuera del mundo mientras que otros pueden influirlo. Más bien 2 Pedro y Judas nos dicen
que algunos demonios se revelaron contra Dios y se volvieron opositores hostiles a su palabra. Su
pecado parece haber sido el orgullo, haber rehusado aceptar el lugar que les habían asignado,
porque “no mantuvieron su posición de autoridad, sino que abandonaron su propia morada” (Jud.
6).
También es posible que haya una referencia a la caída de Satanás, el príncipe de los demonios, en
Isaías 14. Al describir Isaías el juicio de Dios sobre el rey de Babilonia (un rey terrenal humano),
llega a una sección en donde empieza a usar un lenguaje que parece ser demasiado fuerte para
referirse a un rey meramente humano:
12
¡Cómo has caído del cielo,
lucero de la mañana!
Tú, que sometías a las naciones,
has caído por tierra.
13
Decías en tu corazón:
«Subiré hasta los cielos.
¡Levantaré mi trono
por encima de las estrellas de Dios!
Gobernaré desde el extremo norte,
en el monte de los dioses.
14
Subiré a la cresta de las más altas nubes,
seré semejante al Altísimo.»
15
¡Pero has sido arrojado al sepulcro,
a lo más profundo de la fosa!
(Is. 14:12-15; cf. Ez 28:11-19)
Este vocabulario de subir hasta los cielos y establecer su trono en lo alto y decir: “voy a hacerme yo
mismo semejante al Altísimo”, fuertemente sugiere una rebelión de una criatura angélica de gran
poder y dignidad. Si esto es así, el pecado de Satanás se describe como un pecado de orgullo y de
intentar ser igual a Dios en estatus y autoridad.