Download La Unión Europea que ha sido galardonada con el Nobel de la Paz

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En ocasión de la ceremonia de entrega del premio Nobel de la Paz a la Unión Europea en
reconocimiento a “las más de seis décadas de contribución de la UE al progreso de la paz
y la reconciliación, la democracia y los derechos humanos”, el Centro de Excelencia Jean
Monnet de la Universidad de Bologna en Argentina propone una breve reflexión de su
directora sobre el tema de la paz en Europa.
La Unión Europea que fue galardonada en 2012 con el Nobel de la Paz es un eslabón de un
designio de gran aliento, que refleja el afán de traducir en clave moderna el proyecto de
emancipación fundamental de la especie humana: liberarnos de las guerras.
Hubo un tiempo, la Edad Media, en que los filósofos vinculaban la violencia a la falta
de orden divino y el bien común no era la sumatoria del bienestar terrenal de los individuos,
de las clases sociales y de las naciones, sino un bien ontológicamente “otro”, proyectado en
el más allá. Con la transición a la modernidad, nos alejamos de esta concepción y
empezamos a buscar caminos para alcanzar el bien común en la tierra.
El afán civilizatorio de la religión fue sustituido por lo que ofrecía el incipiente
capitalismo y el comercio, entendidos el uno como medio material para brindar a cada
sociedad posibilidades de desarrollo y el otro como elemento pacificador de las relaciones
internacionales. Lamentablemente, la historia nos mostró que ni capitalismo ni comercio, por
sí solos, pueden garantizar emancipación y paz. Las ganancias del capital pueden quedarse
en manos de pocos así como el comercio puede beneficiar solo a los más poderosos.
Además, el capitalismo tiene sus crisis y los tratados de libre comercio siempre pueden ser
abolidos por los estados que los firmaron.
Claro está que con la invención de una nueva manera de producir (división del
trabajo) y con la ampliación del mercado fue quedando poco a poco plasmada una nueva
antropología que abarcaba las esferas personal y social. En lo personal, al hombre
parsimonioso, dedicado al ahorro, se substituyó el hombre que arriesga, que apuesta al
futuro en un horizonte terrenal; en lo social, a la visión hobbesiana de una sociedad donde
el hombre es lobo hacia el otro, se sustituyo una visión de hombres proclives a intercambiar
mercaderías.
El nuevo sistema dejaba más libertad a los individuos al tiempo que los fragilizaba,
porque les quitaba el respaldo de los viejos vínculos solidarios a favor del más neutral cash
nexus. El miedo y la anomia empujaron a muchos de los que vivieron estos cambios hacia
doctrinas nacionalistas y racistas. Una no lograda integración social condujo a la mayoría de
los países de Europa hacia regímenes autoritarios. El hombre europeo se volvió lobo para
sus pares y sus avances económicos y tecnológicos fueron utilizados con finalidades
destructivas.
Las Comunidades Europeas surgieron en este punto del desarrollo histórico del continente.
No fue una casualidad. Nacieron con el intento de crear las bases para que los estados
pudiesen cuidar su recuperación política, social y económica en el marco de relaciones
donde el uso de la fuerza se tornara no prohibido, sino impensable. ¿Cómo pudieron hacer
esto? Al responder al miedo y a la anomia por medio de políticas de integración social, al
retomar el proceso interrumpido de ampliación de igualdad y libertad a través de la creación
de sólidas democracias, y al recuperar la antropología individual y social moderna a través
de la institucionalización del mercado.
Unidos en estos objetivos de largo alcance, los estados buscaron el modo de
enfrentar cada una de las cuestiones en su nivel más adecuado con el objetivo de asegurar
el bien común. Así, fueron ellos, los estados, los que se ocuparon de la integración social,
por medio de políticas sociales, y de garantizar igualdad y libertad a sus ciudadanos, por
medio de regímenes democráticos fiables; mientras que un nuevo sistema político regional,
las Comunidades Europeas, fue llamado a dotar de institucionalidad al mercado ampliado,
de manera que no fuesen las relaciones de poder, sino el derecho y las instituciones a nivel
europeo las que dictaran las reglas. Dentro de este nuevo mercado y en un marco de
crecimiento sostenido, se fue creando un entramado de intereses compartidos: los mineros
europeos, luchando por altos salarios y más seguridad en las minas en toda Europa; los
productores de acero, por la implementación de programas europeos de restructuración del
sector; los agricultores, poniéndose de acuerdo sobre la manera para sostener sus ingresos
a nivel europeo. Nunca fue fácil, y quizás, como ocurre en los hechos humanos, hubo
excesos, tergiversaciones, malentendidos. Pero siempre la economía quedó sujeta a las
exigencias políticas ya que hubo un consenso amplio sobre el hecho que la antropología
moderna, por sí sola, no brinda bienestar al conjunto de la sociedad, sino más bien, bajo
ciertas condiciones, recursos materiales para alcanzarlo.
Progreso en la esfera de la igualdad entre hombres, progreso en la esfera de la
igualdad entre clases y progreso en la igualdad entre naciones siguen conformando estas
condiciones. Y siguen siendo los irrenunciables componentes de la paz europea.
Ojalá este Nobel nos ayude a recordarlo.
Lorenza Sebesta,
Buenos Aires, 5 de diciembre 2012