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XI Congreso Argentino de Antropología Social
Rosario, 23 al 26 de Julio de 2014
GRUPO DE TRABAJO 74: El mundo de las infancias y adolescencias, Siglo XXI.
TÍTULO DE TRABAJO: “Éste es chorro”: identificaciones masculinas y
aprendizajes infantiles en contextos urbanos1.
1
Nombre y apellido. Institución de pertenencia: Jesús Jaramillo. Becario
CONICET/UNCo/Cehepyc/Clacso
1
Esta ponencia desarrolla algunos avances de una tesis de maestría en curso, realizada en el marco del
Proyecto PICT 1356-2010 “Un nuevo lugar social para la escuela estatal. Entre la irrupción de la política y la
emergencia de nuevas infancias y adolescencias”. Investigadora Responsable: Diana Milstein. Financiado por
ANPCYT/FONCYT - Préstamos BID 2437. Por tratarse de un trabajo en revisión, no se autoriza ninguna
publicación total o parcial del texto para su divulgación.
– XI Congreso Argentino de Antropología Social – Facultad de Humanidades y Artes – UNR – Rosario, Argentina
Introducción.
El trabajo tiene como objeto analizar los procesos de identificación de género en
los niños vinculados al “robo” en la vida barrial. Para ello recupero los diferentes
modos de nombrar y actuar el “choreo” que tenían los niños con los que
realizamos un trabajo de campo en colaboración en un barrio de la ciudad de
Neuquén, provincia homónima, situada al norte de la Patagonia Argentina.
A través de la reconstrucción de los modos en que el “robo” fue nombrado por los
niños y las niñas, veremos que esa acción en el barrio tenía como principales
protagonistas a varones en tanto “chorros” 2. Situarnos en ese cotidiano nos
permitirá mostrar cómo esa acción representada masculina tenía cierto valor
positivo entre los niños, al punto tal que algunos de ellos trasladaron dichas
prácticas al ámbito de la escuela. Luego focalizamos el análisis en el incidente con
Alejandro, un integrante del grupo que fue expulsado del mismo por robar una caja
2
de marcadores. Las diferentes referencias que los niños hicieron de aquel robo no
se limitaron a denunciar la falta de unos marcadores, sino también y sobre todo la
falta a una pertenencia colectiva y la evidencia del quiebre de un código que,
como veremos, regía los vínculos al interior del grupo de varones. Esto dará lugar
a comprender que las relaciones y formas de percepción establecidas por los
niños con el “choreo”, lejos de ser una falla moral de sus protagonistas por una
pertenencia social (Míguez, 2008), respondían a un aprendizaje sobre principios
de organización en la vida grupal que delimitaban formas de prestigios y respetos
asociados a la masculinidad y exhibidos como capital (Bourdieu, 1991 y 1997) en
diferentes espacios del barrio.
El barrio “Toma Norte”.
2
Si bien el trabajo en colaboración se realizó con un grupo de niños y niñas con edades entre 7 y 14 años, en
esta oportunidad nos detendremos en el decir y hacer de los varones por tratarse de relaciones
predominantes entre los niños. Con ello, priorizamos el análisis de las relaciones entre los varones dentro del
propio grupo.
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Toma Norte está ubicado al noroeste de la ciudad de Neuquén, rodeado de
terrenos arcillosos y ondulados caracterizados como “bardas”3. La zona de
“bardas”, alejada del centro de la ciudad, fue por mucho tiempo un área
despoblada por las condiciones del medio natural (Ver imágenes 1 y 2). Las
marcadas pendientes del paisaje, los fuertes vientos y los estratos rocosos son
muy duros para la vegetación y la estabilidad de un proceso de urbanización. Sin
embargo, a principios de los años 90, esa zona comunmente denominada “el
oeste” se constituyó en un área potencialmente habitable debido a las
necesidades habitacionales de la población en crecimiento4. Durante esos años, el
gobierno provincial construyó algunos planes de viviendas en ese sector de la
ciudad, y muchos de los trabajadores de las empresas constructoras que eran
traídos desde el interior y de otras provincias –principalmente del norte argentino–
como de países limítrofes –fundamentalmente Chile y Bolivia– optaron por la
“toma” de terrenos para radicarse en la capital. El origen del barrio data de
3
aquellos años y actualmente radican allí unas 800 familias, algunas pocas ligadas
a empleos estatales -municipio, escuela, policía y hospital- y la mayoría ligadas al
trabajo en la construcción, temporario e informal, y a subsidios estatales.
La ubicación de las casas está determinada por el número de manzana y el
apellido de las familias, aunque formalmente cada casa tiene su número de lote.
En genenal, son construcciones que combinan techo de madera a dos aguas con
paredes de ladrillo y rejas o cercos, algunas son de gamela o premoldeadas.
Actualmente la mayor parte de estas casas se encuentran reacondicionadas y con
algunas ampliaciones, pero todavía no cuentan con los servicios de gas y agua. La
peculiaridad de la geografía barrial la completa la zona extensa de “tomas” que
rodean al barrio y los límites con el plan de vivienda de casas y monoblocks “Gran
3
Las bardas son elevaciones de terreno propias de esta zona de meseta, con alturas que no superan los 150
metros debido a la erosión del viento. Su terreno es pedregoso, resbaladizo y escarpado; contiene arbustos
de escaso tamaño, yuyos y pastos de hojas duras.
4
Según datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística y Censo (INDEC), la provincia cuenta con una
población aproximada de 550.000 habitantes y la ciudad de Neuquén 320.000, de los cuales alrededor de
100.000 fueron los habitantes que se radicaron en la zona “oeste” de la ciudad.
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Neuquén Norte”, lugar donde se sitúan las escuelas primarias, el jardín de
infantes, la comisaría y la comisión vecinal de la cual depende Toma Norte.
El grupo de colaboradores, el “trabajo” en el barrio.
En el marco de la investigación etnográfica colectiva ya mencionada, iniciamos
una experiencia de trabajo de campo en colaboración con un grupo de niños y
niñas durante dos periodos que incluyeron los meses de junio a diciembre en 2010
y de marzo a octubre en 2011. En una primera etapa el grupo se conformó por
ocho niños y tres niñas: Violeta de 9 años, Fernanda, Ernesto y Yony de 14, 15 y
10 años; y Alejandro de 7 años. Al poco tiempo se sumaron Ruth y Elías de 14 y
12 años, hermanos de Violeta; y más tarde Yon, Marcos, Pedro y Nico que tenían
entre 11 y 12 años y jugaban en el mismo equipo de fútbol junto con Elías. En una
segunda etapa, el grupo se termino de conformar por siete niños y dos niñas:
Violeta, Ruth, Elías, Yon, Marcos, Pedro, Nico, Jorgito y el “Pipi”. Estos dos
4
últimos con 10 y 12 años de edad. Todos ellos se definían a sí mismos como
“niños”, compartían alguna de las dos escuelas próximas al barrio y,
eventualmente, los mismos turnos y cursos.
Nuestros encuentros se inicaban en el “Comedor Comunitario Toma Norte” los
días sábados durante un periodo de dos o tres horas en que realizabamos
conversaciones grupales, caminatas por el barrio, observaciones, entrevistas de
audio a vecinos, registros fotográficos, dibujos de planos y la elaboración de un
libro al que titularon “Conociendo Toma Norte”5 (Ver imágenes 3 y 4). En el libro,
el grupo se refiere a las actividades de campo: “fuimos a muchos lugares, hicimos
entrevistas y sacamos muchas fotos. Fuimos a la barda, a muchas casas”, escribió
Violeta. El relato de Pedro también es elocuente: “en el comedor hacemos
nuestras actividades por ejemplo: conocemos a los vecinos, sacamos fotos,
5
El libro está confeccionado por hojas de cartón de 30 x 30 cm., se compone de veinticuatro páginas y está
organizado en cuatro secciones: “El grupo comienza su leyenda”, “Aprendiendo”, “Lugares” y “Planos”. Por
sus dimensiones y características, originalmente el libro fue llamado “libraco”.
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hacemos entrevistas, conosemos el barrio somos 9 chicos y 3 adultos nosotros
nos encargamos de que nos conoscan el barrio tomanorte”. De esta manera, el
trabajo en colaboración incluyó el conocimiento de la cotidianidad barrial a través
de las experiencias que los niños y las niñas establcecían en cada encuentro.
El “choreo” en el barrio.
Desde nuestros primeros encuentros en Toma Norte, los niños y las niñas se
refirieron al barrio como un lugar “tranquilo” al mismo tiempo que hablaban del
“choreo”, las bandas del lugar y la muerte de algún vecino –en ese orden.
“Después de las nueve o diez de la noche se pone pesado”, comentó Ernesto en
nuestra primera caminata por la “Rodhe”, única calle con nombre. “Acá hay
chorrerío, hay que tener cuidado, y no hay que traer mochila porque pasan con las
motos y te las arrancan”, dijo Fernanda. El robo era nombrado por los niños y las
niñas de modos diferentes, vinculado a múltiples prácticas y espacios del lugar y
5
con significados diferentes.
El primero de los modos fue en relación a los juegos del ciber. Comentando las
fotos del libro que con el grupo habíamos confeccionado, los niños contaron que
iban al ciber “casi todos los días” pero que la hora de juego estaba más cara. “Son
unos chorros”, dijo Elías en relación a eso. También contaron que solían pedir allí
el juego del “counter”,
uno de fútbol y el “cta” que “es de unos viejitos que
caminan todo y tienen que matar”, dijo Yon. “¡Y robar!”, agregó Pedro refiriéndose
al juego. Y continuó, “hacen lo que quieren, si quieren robar un auto, una moto,
corren, le pegan a la policía”. Moverse con rapidez era uno de los rasgos que los
niños destacaban al momento de elegir los personajes para el juego. Cuando le
pregunté a Marcos sobre su elección, contestó que era mejor ser ladrón porque
“no te tienen que atrapar, sino te matan”. Elegir ser terrorista o ladron en el juego
implicaba poseer la habilidad de saber escapar a tiempo. Algo que experimenté
con los niños esa misma tarde, cuando al salir del ciber advertí que los niños reían
porque según ellos habíamos “robado” media hora de juego gratis.
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En otros casos, esa habilidad de escapar estaba vinculada a la astucia de no ser
“atrapado” y tampoco penado. Según los niños, algunos adultos referentes del
barrio eran los que solían moverse entre ambos beneficios. Estando en el
comedor, los niños hablaron de las elecciones en el barrio y las diferentes listas
que se postulaban para la dirección de la Comisión Vecinal. Opinaban con
solvencia sobre el desempeño de los referentes, desde las “fiestas del niño” con
peloteros que organizaba una mujer, hasta las “buenas” pelotas que repartía el
encargado del comedor y la liga de fútbol.
6
Elías: – (…) el Cuca también nos dio una bocha, una penalty
Pedro: –pero así (levantando su dedo) una penalty, le dieron como diez cajas de
pelotas y ninguna nos dio…
Yo: –¡y esas son caras!
Silvina (investigadora): –y Cuca también entrena?
Pedro: –no, no sé que le pasa al cuca, pero viste eh…
Elías: –Cuca es el presidente
Tere (investigadora): –el presidente de qué?
Yon: –el presidente de la liga (…)
Pedro: –al Cuca le regalaron como diez cajas de pelotas así y nos regalo una nomá,
se las deja casi todas él si…
(Registro de campo, 2 de abril de 2011).
De esta manera, los niños hablaron del “choreo” también en relación a las pelotas
de fútbol que, según ellos, les correspondía por tratarse de un material donado a
la liga de fútbol en la que participaban y en la que habían conseguido ganar un
campeonato. Y esas maneras de referirse al robo, también coincidía con la
manera en que otros jóvenes y vecinos del lugar opinaban en relación a esas
personas. Elisa, una vecina vinculada a Cáritas de la iglesia y referente del grupo
de jóvenes que relizaba tareas de ayuda social en el barrio, introdujo muy
sutilmente la cuestión del robo para hablar del comedor y la liga de fútbol.
“Lo más lindo sería que [el comedor] sea el espacio de los chicos, un espacio de
todo el barrio, pero no, yo veo que hay como trabas. Por ejemplo, viste que el Cuca
organizó un campeonato, los chicos [del grupo de jóvenes] participaron de ese
campeonato y salieron campeones un tiempo, los chicos grandes. Y después a la
próxima no quisieron participar, y cuando querían retomar los chicos dijeron que el
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Cuca dijo que no, porque dijo que eran chicos conflictivos que se yo. Pero viste, de
ahí los chicos no quieren saber nada… porque ellos vieron otras cosas que no tiene
que ser, él les cobraba el árbitro, les cobraba la inscripción. Supuestamente a él le
dan todo, entonces los chicos como que, como son grandes y se dan cuentas de las
cosas. Y cuando quisieron retomar el cuca les dijo bueno, se ponen pero ustedes
me tienen que pagar una multa de seiscientos pesos y una pelota que ustedes me la
rompieron. Entonces los chicos dijeron no, los chicos son grandes (Registro de
campo, 9 de abril de 2011).
También el “Cuca” se refirió al “choreo”, pero esta vez en relación a los “pibes” del
barrio. En una oportunidad contó que cuando recién habían “tomado” el comedor
quisieron hacer una biblioteca y llevar unas computadoras, pero tuvieron que
colocar una reja a la puerta porque “habían entrado a robar”. Por eso había
decidido colocar un candado en la puerta. Pero el mismo Cuca no tardó en decir
que los “pibes” estaban más “tranquilos”. Esa expresión “tranquilo” también fue
usado por los niños para decir que las bandas no hacían “quilombo” y que “no se
escuchaban tantos tiros en el barrio”. De este modo, Toma Norte era definida
7
como un barrio “dentro de todo tranquilo” en relación al “quilombo”, los “tiros” y,
como consecuencia, los “robos”. Así, los varones del grupo tenían un sinnúmero
de relaciones con personas del barrio que en cierto modo concebían al robo como
práctica que los distinguía.
Esa “tranquilidad” de la que todos hablaban no dejaba de tener sus lugares menos
“tranquilos” por los robos que allí ocurrían. Lugares “protegidos” y “desprotegidos”
en el barrio eran definidos por los niños también en relación al robo. Los varones
con frecuencia se referían a la “canchita” como el lugar en donde solían entrenar,
jugar y divertirse, pero también como un lugar al que no se lo “cuidaba” mucho. En
varias oportunidades recordaron con pesar la vez que le habían robado el cerco
de la cancha. “Nos robaron la mitad de casi toda la cancha que es re grande”,
indicó Yon. Según los niños, el “chorro” había sido un chileno que aparecía en un
auto y “se quedaba parado un rato”. En esa construcción de significados hubo un
doble modo ofensivo vinculado al “choreo”: el primero, por robrar una materialidad
que los niños consideraban como propio al decir “nos robaron el cerco”, el
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segundo, por su condición de extranjeridad al decir “fue un Chileno”. Al mismo
tiempo que los niños reconocían en el barrio algunos beneficios vinculados al
“choreo”, definían a quiénes les estaba permitido robar y a quién no. Aquella doble
condición de “chorro” + extranjero fromaba parte de un conjunto de percepciones
que en el caso de estos niños los habilitaba a re-presentarlos como un otro a
quién se le podía robar. El rap entonado con los varones del grupo la tarde que
caminábamos hasta la cancha “Cuenca XV”6, puede ejemplificar lo que deseamos
exponer. Ese día cuatro de los investigadores del equipo –Tere, Silvina, Raquel y
yo– habíamos llevado temas grabados del grupo de rap “San Lorenzo City”7 con la
intención de estimular un diálogo con ritmo de rap mientras caminábamos.
Tere (investigadora): –y dale Jorgito que siempre hablas de robo, y este de la
muerte me tiene un poco cansada…
Jorgito: –el pipi me robo la canillera -sin rapeo y en tono de broma
Yo: –viste, jorgito está diciendo que el pipi le robó esta canillera (…)
Tere: –y mira y mira, la barda que me mira
Yo: –la cancha, la cancha que no le gusta a Elías que esta toda bien encerrada
Tere: –se siente, se siente, la toma está caliente (…)
Jorgito: –el Elias le robó una media a Rodrigo -sin rapeo
Todos ríen.
Yo: –¿viste? otra vez de robo, me tiene re podrido, por qué hablas de robo? Cada
dos palabras tres son de robo
Elías: –yo le robe al robiño porque es un brasilero culeao, ese negro reculea es regil, entonces le robo a ese robiño (…)
Tere: –¿y qué me dices del policía?
Elías: –los milicos son re-giles, la otra vuelta estábamos en la escuela, estábamos
con mi compañero sentados en la esquina, agarramos un piedra y la tiramos a la
comisaría, salieron los milicos y nosotros salimos picando. Somos unos grosos,
yeah!
Tere: –¿por qué le dicen Cat a la comisaría?
Jorgito: –porque son unos gatos refugiados de mierda.
Elias: –esos cobardes agarran a todos, los giles de mierda, son más zapatos.
Tere: –¿zapatos de qué? -sin rapeo
Jorgito: – zapatos de que no sirven, de zapatillas -sin rapeo
Tere [mirando un cartel colgando en el portón de una casa]: –y dale y dale, mirá,
alimento para perro (…)
8
6
Barrio de la zona ubicado a unas veinte cuadras de Toma Norte.
Este grupo de rap es del barrio San Lorenzo de la zona oeste de la ciudad y sus temas tienen difusión local y
nacional. En varias oportunidades los niños se refirieron al mismo para hablar de música. Un primer análisis
del rap entonado con los niños puede leerse en Milstein (2013).
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Jorgito: –alimeto para perros, tengo siete perros y no me alcanza la comida
Tere: –no te alcanza la comida, ¿por qué?
Jorgito: –porque en el barrio toma norte somos casi todos pobres
Yo: –ahá y qué más, ¡hey!
Jorgito: –y yo todavía no puedo trabajar
Tere: –ahí viene un auto, ahí viene un auto y qué hacemos?
Jorgito: –¡lo robamos! (…)
(Registro de audio, 25 de junio de 2011).
En la interacción en movimiento y dialogada (Milstein, 2013) el robo apareció
ligado a individuos, grupos e instituciones que los niños caracterizaban
despectivamente. Así, el robo apareció contra alguien que “esta todo mal”, el
“brasilero culeao” porque es “re-gil” y la policía porque son “gatos”, “cobardes” y
“agarran a todos”. En este caso, el robo establecía sentidos de pertenencia y de
exclusión en tanto diferenciaban muy claramente
a quién se les podía robar:
aquellos a los que se les tenía desprecio o “se lo merecían”. Tener en claro esta
premisa era para los varones motivo de inclusión. Algo que no sucedió con
9
Alejandro cuando osó robar al interior del grupo. Esto será analizado
posteriormente, pero debemos prevenir que se trató de la puesta en jaque de uno
de los códigos entre los varones del grupo. En el relato de tirarle piedras a la
policía, los niños de alguna manera ponían en acto el coraje y la habilidad del robo
al “salir picando” para que no los agarren y así apropiarse, durante un corto
tiempo, de la autoridad policial.
Los relatos y el rapeo nos permiten exhibir la relevancia que tenía para estos niños
difundir algunas de sus acciones vinculadas al robo. Acciones que en los niños
cobraba un valor positivo más allá de lo material, sobre todo en la importancia de
reconocer dónde y contra quién hacerlo. El valor positivo del “choreo” no era tanto
por la “canillera” o la “media” de Rodrigo, sino por ser considerado por el grupo
“brasilero culeao”. Aquello otorgaba prestigio a quién lo hacía a la vez que lo
posicionaba en relación a un otro a quién se le estaba permitido robar. Divulgar los
robos en los que estos niños se veían involucrados era la forma que tenían de
mostrar la posesión de un cúmulo de saberes y conocimientos que tenían una
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utilización, en principio, en el contexto del barrio y al interior del grupo. De esta
manera, el “chorear” era una manera de formar parte del barrio y del grupo de
amigos donde el coraje, la habilidad y el prestigio aparecían como cualidades
masculinas.
La tarde que con el grupo caminábamos en dirección hacia las “escaleras” para
mirar un partido de fútbol, atravesamos otra cancha que Jorgito describió como el
lugar donde “algunos se chorean películas”. Tiempo después supe que los niños
eran los más ávidos en robar películas en la “feria del truque” 8. Diana –otra
invstigadora del equipo– comentó que había conversado con los varones respecto
del robo en el puesto de feria. Para estos niños robar películas no estaba mal
porque “los de la feria tenían varias”. Y aunque se les explicaba que tenían varias
películas porque las vendían, los niños contestaban categóricamente: “Nosotros
no lo vendemos, lo robo para poder verla en mi casa pero no lo vendo”. En la
perspectiva de estos niños, robar películas de un puesto o golosinas de un kiosco
10
no estaba mal, era una acción que los divertía y que exigía un gran esfuerzo y
valor, otorgando cierto prestigio dentro del grupo a quién lo hacia. Todos estos
niños en algún momento habían experimentado aquel acto habilidoso.
El robo así legitimado era definido por los niños como capital (Bourdieu, 1997). En
palabras del autor, “un capital simbólico es cualquier propiedad (cualquier tipo de
capital, físico, económico, cultural, social) cuando es percibido por agentes
sociales cuyas categorías de percepción son de tal naturaleza que les permite
conocerla (distinguirla) y reconocerla, conferirle algún valor” (1997: 108). En el
caso de estos niños, contar entre ellos y a nosotros que habían robado o
pensaban robar algo que estaba a la venta tenía un valor positivo que enfatizaba
el prestigio al interior del grupo. La autenticidad de sus relatos estaba dada por la
acción y por el tipo de expresiones como “nosotros robamos” y “una vez robaron”.
Un integrante del grupo no podía hablar del robo sin haberlo experimentarlo, de
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Se trata de una feria barrial donde se venden una variedad de cosas, desde alimentos como verduras,
carnes y comida elaborada, productos de limpieza, ropa, cd de música y dvd de películas.
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ahí que la experiencia de vida en el barrio legitimaba el discurso de los niños. Y
sin embargo no se trataba de cualquier robo, sino de aquel que estaba permitido
realizar. Es decir que el “chorear” era un capital definido entre los niños no sólo
por la capacidad de robar, sino también por reconocer cuándo, cómo, contra quién
y dónde exhibir esas capacidades.
El robo en la escuela.
Luego de las vacaciones de invierno, estando con un grupo de maestras en una
de las escuelas próximas al barrio, preguntamos por las clases y los niños que
conocíamos. Una maestra fue la que nos contó que el que estaba faltando era
Nicolás. Y agregó, “hoy vino, está castigado Nicolás”. Preguntamos que había
hecho y la maestra hizo un gesto con una de sus manos, todos entendimos que
había robado. En el caso de Nicolás, nunca habíamos escuchado una historia en
primera persona pero, al igual que sus compañeros, solía hablar todo el tiempo del
11
“choreo”. Los relatos que tenían a los niños como testigos también tenían la
intención de mostrar la posesión del capital, aunque las historias en primera
persona buscaban mostrar la posesión personal de ese capital.
Ya camino hacia la galería de la escuela, mis compañeras cuentan que se habían
cruzado con Nico y que les había dicho no saber el por qué del castigo, “me porté
mal” sentenció. Según el testimonio de Daniela, la maestra del grado, fueron los
propios compañeros quienes lo delataron:
Daniela: –lo bueno de esto es que los compañeros ya no le gusto tampoco la actitud
de ellos y les dijeron. Muchas veces pasa que se cubren entre ellos y pasó mucho
tiempo (…). Al principio no sabíamos que había pasado, nos enteramos porque a la
chica de la tarde le faltaron cosas y después pasó eso.
Tere (investigadora): –le venían faltando cosas?
Daniela: –eh, no
Tere: – ¿qué le robo?
Daniela: –juegos, robo juegos. Juegos pavos viejitos que no tienen valor, qué vos
decís, bueno, no roban por necesidad.
(Nota de campo, 6 de agosto de 2011).
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Tal como expresaba la maestra, el robo de Nico en la escuela no era por
necesidad, sobre todo por lo que conocíamos de él y por cómo actuaba en el
grupo. Era uno de los varones más moderados al momento de hablar, hacer una
propuesta y pedir el grabador al grupo. Aquel robo en la escuela tenía el mismo
sentido que el robo de golosinas y películas en la feria. Robos que para ellos no
eran tan malos. En relación a esto, el relato de Daniela fue más que elocuente:
Daniela: –uno [de sus compañeros] se me paro [en frente] y me dijo, “seño yo abrí el
armario y después Nico se lo guardaron y uno más también de tercero, se lo dejó a
él. Como que a Nico todos lo adoran pero por otro lado no lo ayudaron en esta (…)
Y esos juegos viejitos, si lo compras nuevo no sé cuánto te salen, y para mañana lo
tienen que traer…
(Nota de campo, 6 de agosto de 2011).
El robo de golosinas, películas y también un par de juegos parecían tener algo en
común: no eran objetos de gran valor y tampoco de necesidad para poseerlos. Sin
embargo, estos niños sabían que una cosa era robar en el barrio y otra muy
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distinta era hacerlo en la escuela. Los riesgos que se corren en uno y otro espacio
eran diferentes con consecuencias muy distintas. Lo que está bien y lo que está
mal en la escuela, lo que se puede y lo que no se debe hacer, siempre está
cargado de prejuicio moral, y en ocasiones con una sanción muy visible para el
resto de la comunidad, por ejemplo, pasar gran parte de la mañana en dirección
para luego devolver los juegos. De este modo, el peso del castigo de Nico estaba
en su persona y no tanto en la acción. Lo que buscaban saber las maestras con
interés era quién había sido, en qué momento y con quiénes otros. Y sin embargo
entre los niños del grupo la acción de robar establecía un significado importante: la
distención entre la intención y la acción. Más que hablar del robo, de lo que se
trataba era de participar de una vivencia común que estructuraba las experiencias
y pertenencias en el grupo.
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Con Elías ocurrió algo parecido pero en la escuela contigua. Esta vez fue la
maestra de otro curso la que me contó por teléfono que Elías “se había mandado
unas cuantas, y una fue bastante grosa”, aclaró.
Natalia (maestra): –lo que pasa que Elías (…) está contestador, a mí cuando
estuvieron de paro los porteros y yo le quise explicar por qué no tenían clases me
dijo, “y a mí que mierda me importa”, yo enseguida le llame la atención. Contesta a
las maestras, está discriminador con sus compañeros...
Yo: – ¿pero qué es lo groso que se mandó?
Natalia: –y... lo último fue que robo una cámara de fotos a la seño con la que
ensayaban el acto [de fin de año]
(Nota de campo, 13 de diciembre de 2011).
Hasta ese día, los “Martinez” –así referenciaban en la escuela a Elías y sus
hermanas Ruth, Violeta y Celeste– eran bien vistos por las maestras. En más de
una oportunidad me contaron del buen comportamiento, del cumplimiento y el
desempeño en las asignaturas, sobre todo Elías que había “llegado” a la bandera.
13
Aquel robo no sólo ponía en duda la continuidad en la bandera sino también la
reputación de Elías como alumno, y con él, el de las hermanas ya que para las
maestras más que individualidades representaban un todo, los “Martinez”. Y para
las maestras el hecho se agravaba no sólo por el acto de robar, sino por robarle a
una maestra y luego intentar culpar a un tercero. Pero al igual que el robo de Nico,
sus compañeros también lo “buchonearon”. Lo intersante resaltar aquí son las
discrepancias con respecto al robo establecidas en el grupo de pares. Los niños
con los que trabajé, en muchos casos se encontraban frente a otros niños que no
compartían y estaban en contra de esos “robos”. Sin embargo, los niños buscaban
la ocasión para hacerlo efectivo y mostrarlo. Garriga Zucal (2007), analiza las
prácticas violentas al interior de una hinchada de fútbol como una forma de
prestigio y distinción que les permite establecer relaciones con personas que no
conciben a la violencia como tal. En su etnografía advierte que “exhibir y detentar
la violencia son jugadas que dejan una ganancia, vinculan prácticas con
identidades. Los integrantes de la hinchada hacen visibles características morales
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y estéticas, aprovechando la ocasión se valen de su tiempo para mostrar las
cartas que los identifican, mostrarlas es su ganancia, un acto capitalizado”
(Garriga Zucal, 2007: 92). Bourdieu (1991) analizó cómo en las economías
arcaicas, cuando los capitales simbólicos no estaban institucionalizados, emergían
los “instrumentos de demostración del poder mediante la mostración”, exhibir el
capital contribuía a reproducir y a legitimar el mundo social. En el caso de Nico y
Elías, el barrio y la escuela fueron los espacios que eligieron para mostrar la
posesión del “choreo”. Algo que no estaba claro para Alejandro que decidió
exhibirlo en el grupo.
El robo en el grupo.
Pasó mucho tiempo hasta que percibí el enojo del grupo con Alejandro. La primera
vez que los niños –y esta vez también las niñas– lo increparon fue el día que
armamos el libraco en el comedor. Mientras los varones y Violeta pegaban y
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comentaban fotos, Alejandro entró muy despacio, un poco sorprendido de
habernos encontrado todavía allí. Eran alrededor de las seis de la tarde, horario en
que los niños y las niñas comenzaban a llegar al lugar para la cena. Apenas unos
pasos de Alejandro hacia el interior del comedor, Violeta preguntó soberbia:
“¿trajiste los marcadores?” Alejandro quedó un rato en silencio, y en ese momento
mi compañera lo justificó diciendo en voz alta que se los había olvidado porque no
sabía que ese día trabajábamos en el comedor. Después de eso, Alejandro dijo en
tono bajo: “me olvidé”. Como para quitar importancia otra vez mi compañera
intervino diciendo que lo vaya a buscar porque estábamos armando la carpeta.
Alejando dio media vuelta y salió rumbo a su casa. Los varones siguieron
trabajando y Violeta dando colores a las fotos, pero Alejandro nunca volvió y
tampoco los marcadores.
En esa instancia, nos resultaba extraño el hecho de que Alejandro no apareciera
en el grupo, sin embargo, su ausencia nunca fue debido a la caja de marcadores.
Algo que entendimos el día que con el grupo recortamos las fotos seleccionadas
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para armar el libro. Aquella tarde trabajamos con Ruth, Viole, Marcos, Yon, Elías,
Nico, Pedro y Jorgito. Una de las tantas fotos que ese día recortó Yon, era una en
la que aparecía Alejandro, entonces sugirió en tono de chiste: “esta póngala en
rastreros”. Como ninguno de los adultos lo habíamos escuchado, repitió mirando a
Marcos: “esta póngala en rastrero”. Pero mi compañera volvió a preguntar: “¿ésta
dónde va? ¿en aprendiendo?”.
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Yon: –no, esta va en ratreros
Elías: –porque es rastrero –refiriéndose a Alejandro
Nico: –porque no nos trajo más los marcador
Elías: –aja sí, el rastrillo ese…
Yon le muestra la foto también a Marcos repitiendo el apodo hacia Ale.
Marcos: – ¿cuántas cajas de marcadores nos robo el Ale? –preguntó en tono de risa
Elías: –dos
Yon: –tres
Yo: –no sé, pero no importa, compramos otros
Marcos: –no no pero cuántos nos robo?
Yo: –no me acuerdo Tere –dije mirándola
Marcos: –dos
Yo: –lo importante que entre nosotros ahora no se nos pierdan las cosas
Nico: –y no si el Ale se hizo el re tonto
Ruth: –pero la Martina se dejo los marcadores –denunció
Yo: –claro, están enojados porque el Ale les robo los marcadores –dije mirando a mi
compañera
Tere: –sí, eran re lindos
Ruth: –aja y el otro día se lo fuimos a pedir encima
Elías: –sí, y le dijo a mi hermana, le dijo “no, yo no te lo voy a dar”
Nico: –se hizo el re boludo, vamos a cagarlo a piñas. Vamos buscarlo a su escuela,
lo rastramos por todo el piso, no ni a la escuela va el gil
Elías: –no sabe ni escribir el pelotudo
Nico: –es re gay ahí
(Registro de campo, 11 de octubre de 2010).
Mientras los niños y las niñas hablaban muy enojados de Alejandro, nosotros
escuchábamos pero concentrados en el armado del libro. Aquella situación nos
hizo respetar silencios y tiempos de conversación. De alguna manera nos
incomodaba tener que reclamar junto al grupo una caja de marcadores, algo
insignificante para nosotros. Sin embargo, para los niños y las niñas del grupo
contar con esa caja de marcadores era importante y así lo denunciaban cada vez
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que podían. Comentando las fotos que habíamos seleccionado en el grupo, Elías
que estaba a mi lado, dijo en voz alta: “Jesús está concentrado, este es re gay”
refiriéndose con lo último a Alejandro. Y luego continuó, “porque es gay y nos robó
todo, y le vamos a pegar”. En mi intento de minimizar el hecho atiné a decir “no
importa”, pero los varones pronto me contradijeron, “sí que importa, son los
marcadores del grupo”. Cuando mostraban el libro, también tenían algún
comentario de este tono para Alejandro:
Elías: –mire, mire –dice acercándose a Tere y señalando la tapa del libro
Tere: –sí
Elías: –ahí está usted, éste es rastrero, ahí estoy yo
Silvina: –¿rastrero? Así le dicen? – preguntó mientras Elías hace un gesto con los
codos y manos afirmando el comentario
Silvina: –¿por qué le dicen así? ¿no lo vieron más a Ale?
Nico: –unas ganas de cagarlo a palo…
(Registro de audio, 2 de abril de 2010).
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También el día que con Tere repartimos unas bolsas de regalo entre los
integrantes del grupo se evidenció el enojo de los varones. Esa tarde el paseo fue
en auto, y los varones me acompañaron. Recuerdo que faltaban entregar dos
bolsas, una para Fernanda y otra para Alejandro. Y como sus casas estaban
cerca, decidí acercarme al lugar. Los varones me recordaban permanentemente
que el “boliviano”, así le decían muy enojados, era el que les había robado. Pero
aún con su enojo, quise acercarle el regalo que también le habíamos preparado.
Al llegar a su casa, los varones lo empezaron a insultar en voz baja “chorro”,
“boliviano chorro”, “gay de mierda” fueron algunas de las palabras que alcance a
escuchar. Mientras intentaba calmarlos, ellos más se enfurecían. “No le entregue
nada Jesús”, me decía Elías; “no se baje, no se baje”, acotaba Yon. Cuando
Alejandro nos vio se quedó parado en la puerta de su casa, intenté que se
acercara al auto porque tenía miedo a los perros que había en la cuadra. Pero no
lo hizo. A cada rato giraba su cabeza, mirando hacia el interior de su casa. Como
sabía que no se acercaría por temor al reclamo de los marcadores, decidí
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acercarme aún con cierto temor a los perros que estaban cerca de él. Y al caminar
unos pasos, decidí decirle en voz alta mi interés de verlo: “tenemos un regalo para
vos, como participaste del grupo queríamos entregarte una bolsa de fin de año
que armamos con el equipo”. Recién allí se acercó unos metros. Nos dimos la
mano y muy entusiasmado por mirar lo que había en la bolsa, me agradeció el
gesto. Alcancé a preguntarle por qué no iba más al grupo, le dije que se acercara
cuando quiera, pero su respuesta fue categórica: “no puedo, no me dejan”. Claro
estaba que quienes no lo “dejaban” eras los varones que mientras yo lo saludaba
lo insultaban. Según éstos, el “Ale” había hecho algo que “no se hace”, por lo
menos en el grupo. Una acción como esa al interior del grupo sólo tenía un valor
moral de delimitar las acciones válidas de las no válidas, marcando los códigos del
“choreo” entre ellos mismos. Sólo cuando esos códigos se mostraban fuera del
grupo se hacía parte de una exhibición que permitía establecer relaciones al
interior del grupo (Garriga Zucal, 2007). Con el insulto “negro”, “boliviano” y “gay”
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los niños determinaron que el robo de Alejandro no fue una acción digna de
pertenencia al grupo, por eso su posición en el mismo se trasladó a un otro
distinto, claramente identificable y estigmatizante, como el chileno del cerco de la
cancha de fútbol. Por tratarse de una acción que quebraba los códigos del grupo,
el robo pasaba a considerarse una práctica discriminatoria xenófoba, racial y de
género por falta de virilidad, hecho que lo convertía en “gay”. En la perspectiva de
estos niños, existían en sus vidas cotidianas otros componentes más relevantes
que el origen social y el origen étnico, el compartir un conjunto de experiencias
relacionadas con el robo, el barrio y los códigos de comportamientos masculinos.
A modo de cierre.
Al enfocarnos en las relaciones dentro del grupo, vimos que se trató de un espacio
predominantemente masculino: no sólo por ser sus integrantes mayoría varones,
sino también por las prácticas que allí desempeñaban. En medio de esta
presencia masculina, vimos la centralidad de la categoría “choreo” tanto en el
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contexto del barrio como en la vida cotidiana de los niños. El robo se conformaba
para estos niños en un complejo bien que reunía saberes y formas de ser que
permitía y estimulaba las relaciones al interior del grupo. Como vimos, esto
requería de un aprendizaje por parte de sus poseedores en tanto internalización
de valores y actitudes que regían los vínculos entre los varones. Estos niños
aprendían a hacerlo para formar parte de un grupo, Jorgito lo decía todo el tiempo:
“me robaron”, “¡lo robamos!”, “algunos chorean”, “hay que robarle”. Y en las
explicaciones de los niños, surgía la idea de robar para saber “escapar”, “picar
rápido”, “tener coraje” y no ser “zapato”. El probar robar les daba a estos niños una
pertenencia grupal y al mismo tiempo algunos rasgos masculinos con valor
positivo en sus relaciones cotidianas. No eran las niñas ni tampoco las mujeres las
que solían robar, y en los varones no era cualquier niño el que lo hacía, sino aquel
que sabía exhibirlo. En el caso de Alejandro, ese mostrarse no fue de acuerdo a
los modos que establecían los niños, su acción puso en escena el status de
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correcto e incorrecto a las formas de hacer y de pensar según los parámetros del
grupo. Diremos, entonces, provisoriamente que existío de parte de los niños una
identificación varón-“chorro” que podría pensarse incluso como algo más que una
identificación, donde hacer uso de ese capital sería la condición para ser
considerado varón en el contexto del grupo y el barrio. Un prestigio masculino
dado en la acción de robar aquello que según los propios niños se podía robar,
aún corriendo el riesgo de ser atrapado como en el juego del ciber o los libros de
la escuela. Lo importante para estos niños era exhibir sus prácticas masculinas,
allí mostraban algo de su identidad como varones del grupo.
Bibliografía.
Bourdieu, Pierre. (1991). El sentido práctico. Madrid: Taurus.
__________ (1997). Razones prácticas. Barcelona: Anagrama.
Garriga Zucal, José. (2007). Haciendo amigos a las piñas. Violencia y redes
sociales de una hinchada de fútbol. Buenos Aires: Prometeo.
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Miguez, Daniel. (2008). Delito y cultura. Los códigos de la ilegalidad en la juventud
marginal urbana. Argentina: Biblos.
Milstein, Diana. (2013). “Cuerpos que se desplazan y lugares
que se hacen.
Experiencias etnográficas con niños en dos barrios populares de la Argentina”. En:
Sociedade e Cultura, Vol. 16, N°1, enero-junio, pp.69-80. Universidade Federal de
Goiás Goiania, Brasil.
Anexo.
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Imagen 1. Una parte del barrio Toma Norte, lindante a la zona de “bardas”.
Foto video grabada por Fernanda.
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Área Noroste
Toma Norte
Área centro
Imagen 2. Plano con localización de barrios y áreas de la ciudad de Neuquén, a partir de la
referencia del mapa de Argentina. Plano cedido por la Comisión Vecinal Gran Neuquén Norte.
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Imagen 3. Parte del grupo en el comedor recortando y pegando fotos al momento de armar el libro.
Foto tomada por Elías. La misma aparece en la sección “Aprendiendo” del libro.
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Imagen 4. Silvina y Yon preparando el grabador para hacer entrevistas.
Foto tomada por Marcos. La misma aparece en la sección “Aprendiendo” del libro.
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