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Carta a Julio Scherer
Revista Mexicana de Comunicación
Omar Raúl Martínez
Libreta de Apuntes
“El periodista escudriña, busca el diálogo, apela al testimonio”
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Muchos lo admiramos por su trayectoria y aportes profesionales, y por ello,
precisamente, me desconcertó la forma como se refiere a Manuel Buendía en un
breve apartado de su libro Historias de muerte y corrupción (Grijalbo, 2011).
Primero reseña la época en que lo conoció desde la secundaria en el Instituto
Bachilleratos (antecedente del Patria) y más adelante escribe que “fue un
periodista corrupto como director de La Prensa y, tiempo después, un columnista
sobresaliente en la primera plana de Excélsior”.
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Julio Scherer – Foto: Archivo Cuartoscuro
Por Omar Raúl Martínez
Publicado originalmente en RMC 134
Respetado don Julio:
Conozco toda su obra, admiro su trayectoria y aprecio su concepción en torno al periodismo y el
poder. Veo en usted a uno de los personajes más influyentes de la prensa nacional de la segunda
mitad del siglo XX. Su aporte y legado al periodismo mexicano quedarán inscritos por muchos años
en varias generaciones entre las cuales me incluyo. Valoro su indeclinable compromiso con la
palabra adherida a la realidad sociopolítica, con la perenne insubordinación frente al poder, con la
voluntad por defender y estimular la naturaleza movilizadora del oficio periodístico.
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Y por todo ello, me desconcertó la forma como se refiere a Manuel Buendía en su libro Historias de
muerte y corrupción (Grijalbo, 2011). Escribe que Manuel Buendía “fue un periodista corrupto como
director de La Prensa y, tiempo después, un columnista sobresaliente en la primera plana de
Excélsior”, lo cual evidentemente le molestó a usted, pues lo fue cuando Regino Díaz Redondo era el
director de este diario.1 También dice usted que siendo Buendía director de La Prensa, entre 1960 y
1963, se mostrara “servil” ante el poder presidencial (p. 94).
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Relata usted que el libro Manuel Buendía en la trinchera periodística le permitió asomarse a rasgos
ignorados de la personalidad del célebre columnista, y al respecto agrega: ”El libro lo escribió Omar
Raúl Martínez, presidente de la Fundación Manuel Buendía. Posiblemente, sin medir el alcance de
sus palabras, exhibió de la peor manera a su admirado personaje”. (p. 95).2 Enseguida transcribe
“párrafos insólitos” en los que incluye, entre otras cosas, la experiencia descrita por Eduardo del
Río, Rius, cuando trabajó al lado del periodista michoacano, quien lo despidió con rudas formas:
―Usted ya no trabaja en La Prensa. Pase mañana por la caja para que le paguen lo que
se le debe. Puede irse.
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―Puse cara de ¿juat? –cuenta Rius– y le pregunté o creí preguntarle a qué se debía esa
decisión tan gacha. Sin mirarme. Buendía me dice:
―Mire, Rius, yo no tengo qué darle explicaciones. Usted ya no trabaja aquí y punto.
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―Abrió un cajón de su escritorio y sacó una pistola que depositó sobre la mesa. Al ver
eso se me desapareció la cara de ¿juat? y salí con la cola entre las patas rumbo a lo
desconocido.3 (p. 96)
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Antes de profundizar en los puntos medulares, una pregunta se hace obligada: ¿Por qué hasta ahora
le escribo a usted para dar una respuesta? ¿Por qué guardé silencio durante tanto tiempo?
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En un principio consideré una batalla asimétrica responder o hacer frente a un personaje con gran
prestigio como el que usted ha construído. Recuerdo, por ejemplo, que en la edición 58 (abril-junio
de 1999) de Revista Mexicana de Comunicación (RMC), que me honro en dirigir desde 1993,
publicamos una amplia entrevista con Carlos Marín, otrora codirector de Proceso (“Don Julio
Scherer traicionó su palabra: Carlos Marín”) en la cual se recogió su versión en torno al conflicto
interno que derivó en el nombramiento de Rafael Rodríguez Castañeda como director del semanario.
Apelando al interés público, RMC ofreció esa perspectiva sin ambages ni editorializaciones ni
enjuiciamientos. En su momento, Miguel Ángel Granados Chapa percibió tal trabajo periodístico
como un “agravio” a usted. Desde luego no compartí su punto de vista y, en carta enviada a
Reforma, señalé que tan lejos estaríamos de un “agravio” que meses previos habíamos ofrecido una
edición especial para reconocer su valioso aporte a la prensa nacional (RMC Núm. 46. Nov 1996-ene
1997: “El Proceso de Scherer”). Entonces me pregunté: “¿Por qué se ve como un atentado a la fama
pública el que se cuestione abiertamente a un personaje del periodismo mexicano?” El recordar ese
episodio en un principio inhibió mi voluntad, pero a la vuelta del tiempo –tras revisar recientemente
los hechos y considerar que sus palabras contra Buendía encerraban una gran dosis de injusticia–
estimuló en mí la convicción de externarle mis consideraciones.
Asumo, pues, el riesgo de responderle con respeto, teniendo como principales referentes y
argumentos sus propias palabras, y partiendo de dos sentencias suyas:
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“Al periodista lo avalan los hechos: sin ellos está perdido”.
“El periodista escudriña, busca el diálogo, apela al testimonio”.
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Tengo el pleno convencimiento de que “admirar” no debe significar poner veladoras e incienso para
honrar a ciegas. Admirar, desde mi punto de vista, es rescatar y reconocer las virtudes –sin desdeñar
las sombras– que condensa un ser humano a fin de abrevar de ello, privilegiando lo mejor de esa
persona. Además, concuerdo con usted cuando ha escrito que “Traiciona y se traiciona el biógrafo
que no enfrenta a su personaje” y que “Nada enferma tanto como la exaltación”.
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Por lo que concierne a la expresión “exhibió de la peor manera”, vale decir que, de acuerdo con el
DRAE, exhibir es “manifestar, mostrar en público”. Y desde el punto de vista jurídico es “presentar
escrituras, documentos, pruebas, etcétera, ante quien corresponda”. Siguiendo tal acepción, la tarea
del periodismo es justamente esa: exhibir, mostrar, presentar, manifestar las diversas aristas de la
vida pública, entre las cuales están, desde luego, las relativas al quehacer de los medios de
comunicación.
¿Pero qué significa “exhibir” de “la peor manera a su admirado personaje”? ¿Habría sido sensato
recurrir a la “autocensura” o silenciamiento propio sobre ese episodio que narra Rius?
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Tuve y tengo clara conciencia de lo que implica ofrecer un rasgo que dibujaba, en un momento
específico, la personalidad de don Manuel Buendía. El hecho (poner una pistola en el escritorio como
un “mensaje” a Rius), sin lugar a dudas, resulta inadmisible. Pero tal circunstancia ocurrió y no
habría resultado honesto ocultarlo en un perfil biográfico en torno a una figura como Buendía
porque, en retrospectiva, lo que observé a partir de entonces fue su evolución profesional, humana,
intelectual y ética.
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Por encima de sus errores, en las personas extraordinarias admiramos sus virtudes, pero lo
sobresaliente o extraordinario de ellas no los hace santos ni semidioses. Son, a fin de cuentas, seres
humanos dignos de aprecio.
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Los periodistas son personajes públicos y como tales se hallan sujetos a escrutinio y crítica. Por
ejemplo, don Julio, muchos lo admiramos a usted por su trayectoria y aportes profesionales, aunque
es lógico pensar que quizás no todos simpatizan a cabalidad con su comportamiento como reportero,
escritor, editor y empresario (al ser dueño principal de la empresa que edita Proceso).
Usted juzga duramente la estancia de Buendía en la dirección de La Prensa por lo que llama el
“servilismo” de este impreso. Al respecto, es justo recordar también su referencia a los años
cincuenta y sesenta en La terca memoria:
Excélsior era nuestra casa, la presumíamos, la llamábamos catedral del periodismo,
pero vivíamos bajo reglas que aceptábamos como el enfermo que ahuyenta al médico,
convencido de su salud. Nos decíamos libres y soñábamos, adormilados. (p. 92)
Del Excélsior encabezado por Rodrigo de Llano dice:
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Algunas ocho columnas, nuestra bandera que ondeaba cada amanecer, tenían precio.
Era dinero secreto, sin factura, misterioso su destino. Las gacetillas, publicidad
embozada como información, costaban caro. (La terca memoria, p. 92)
Tras ocupar usted un cargo en La Extra, aceptó “el ritmo” y celebró sus aniversarios buscando
nutridas planas de publicidad y gacetillas de los diversos niveles y áreas del gobierno para “sumar
dinero al dinero” y congratularse de su aniversario. En esos momentos la comisión para los
reporteros no era el habitual 11% sino el 20% (La terca memoria, p. 93)
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No creo que usted se haya “exhibido de la peor manera” al aceptar de Gustavo Díaz Ordaz doce
camisas de sulka a la medida, directamente traídas de Londres, con sus iniciales bordadas a mano
(Los presidentes, p. 19-20). Tampoco creo que lo haya hecho al relatarnos que “abogó” ante Fausto
Zapata –“hombre dotado” para las relaciones públicas y de todas las confianzas de Gustavo Díaz
Ordaz– por la salud de un “sobrino entrañable” (Los presidentes, p. 49 ).
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No pienso que se haya “exhibido” al contar que, prácticamente, prestó las páginas de Excélsior para
dar a “entender, a quienes quisieran entender”, que José López Portillo era el tapado: el futuro
Presidente de la República. (Los presidentes, págs. 123-124)
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No concuerdo con quienes pudieran pensar que usted se “exhibió de la peor manera” al aceptar, en
un portafolios de Horacio Flores de la Peña (entonces secretario de Patrimonio Nacional del
presidente Luis Echeverría), un millón de pesos para hacer frente al boicot publicitario impuesto por
algunos empresarios y así “mantener a flote la economía de la cooperativa” (Los presidentes, págs.
132-133).
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En sus libros ha recordado episodios como aquel en que recibió como regalo, “sin ánimo de
discutir”, una camioneta último modelo de parte de Carlos Hank González, pese a que representaba
para usted un “símbolo de la corrupción” (La terca memoria, p. 40 y 54), o aquel otro en el que
también aceptó de Hank González una cantina y un biombo chinos, con “formas y figuras talladas en
marfil, arte insólito que combinaba los méritos de la filigrana y la escultura” (La terca memoria, p.
43).
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Yo no pienso que usted se “exhiba” con estos trazos extraídos de su memoria y motivados por su
honestidad. A contrario: mi reconocimiento por el valor moral de rescatarlos y publicarlos. Muy
pocos tendrían la fortaleza ética para seguirlo en tal sentido. Por ello observo en usted, al igual que
en Manuel Buendía, un ánimo por la autoconstrucción ética y profesional.
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Pero considero –lo he escrito– que la ética periodística no puede representar un estatus superior de
conciencia con el fin de criticar, escrutar o echar en cara las carencias o sombras ajenas para
beneplácito público, sino una intransferible licencia cuyo propósito sea reconocer las propias fallas o
debilidades al igual que las potencialidades o virtudes para enriquecimiento de cada quien y, a la
postre, e indirectamente, de los otros. Es decir: no creo en la utilidad de repartir bendiciones o
veredictos implacables (eso dejémoslo a los sumos pontífices o a los curas de la colonia). Prefiero
adherirme a lo que alguna vez escribió usted: “Yo nunca olvidaría una frase de Lenin que llevo en el
cuerpo: `Hay que hacer de la ética una estética´”.
Atentamente
Omar Raúl Martínez
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1) Miguel Ángel Granados Chapa en Buendía. El primer asesinato de la narcopolítica en México
(Grijalbo, 2012) resalta que en su libro Historias de muerte y corrupción (Grijalbo, 2011), “traza su
perspectiva del Buendía de entonces, desde la malquerencia posterior que la vida provocó”. (p. 30)
La “malquerencia” de usted hacia Buendía, se vincula obviamente al hecho de haber aceptado el
autor de “Red Privada” aparecer como columnista en la primera plana del diario Excelsior, dirigido
por Regino Díaz Redondo. Al respecto, algo que rememora Granados Chapa en su libro –y que
también se refería en Manuel Buendía en la trinchera periodística– es que tras haber pasado por El
Día, los Soles (OEM) y El Universal (y renunciado a ellos por razones de censura), pocos espacios
periodísticos le quedaban a Buendía. Ante ello, recuerda Granados, “se hizo representar por la
agencia de Becerra” (Agencia Mexicana de Información) gracias a la cual su columna se distribuyó
en toda la República, incluyendo a Excelsior en la Ciudad de México. “De modo que Buendía
–subraya Granados– no tuvo trato directo nunca con el periódico usurpado en 1976. Cuando dos
años después entró en esa relación indirecta, Buendía me planteó su incomodidad de hacerlo,
porque sabía cuánto despreciaba yo a Regino Díaz Redondo, que traicionó a don Julio Scherer. Me
preguntó si al aceptar no le mentaría yo la madre, en cuyo caso desistiría de hacerlo, no obstante
que era lo que juzgaba su última oportunidad de publicar en ‘la gran prensa’ capitalina. Por
supuesto, le respondí que mi querella moral contra Díaz Redondo no lo involucraba a él de ninguna
manera, puesto que no se había incorporado a ese diario a raíz del golpe de 1976. Respiró
genuinamente aliviado ante mi respuesta”. (p. 116)
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2) Azorado me enteré de lo que usted escribió –a pocos días de haber salido a la luz– por boca de
Miguel Ángel Granados Chapa durante la presentación de un libro mío en febrero de 2011 (Semillas
de periodismo). El noble gesto del maestro Granados consistió en observar que, pese a guardar yo
una profunda admiración por el columnista, era digno de destacar un equilibrio en la semblanza por
razones éticas.
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Fuentes
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3) Al igual que usted, Granados Chapa en Buendía. El primer asesinato de la narcopolítica en México
rescata la anécdota de Rius, aunque aportando mayor contexto (p. 55).
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Estrada Marién, “Ideario de Julio Scherer”, Revista Mexicana de Comunicación Núm. 46, Noviembre
de 1996. págs. 18-19.
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Granados Chapa, Miguel Ángel, Buendía. El primer asesinato de la narcopolítica en México, Grijalbo,
2012.
Martínez Omar Raúl, Manuel Buendía en la trinchera periodística, Universidad de Xalapa /
Fundación Manuel Buendía, México, DF, 1999.
Scherer García, Julio, Los presidentes, Grijalbo, México DF, 1986.
Scherer García, Julio, La terca memoria, Grijalbo, México DF, 2007.
Scherer García, Julio, Historias de muerte y corrupción, Grijalbo, México DF, 2011.
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n
*Profesor e investigador de la UAM Cuajimalpa. Director de Revista Mexicana de Comunicación y
Presidente de la Fundación Manuel Buendía.
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