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FIEBRE DEL SÁBADO NOCHE
José Luis Díaz Marcos
“Debí imaginarlo”, pensó con espantada resignación. Había retrocedido hasta
chocar contra el árbol.
La feroz criatura mostró los colmillos gruñendo de pura excitación homicida.
Si el miedo (paralizante por antonomasia) se lo hubiese permitido, la chica
podría haber reaccionado como mandan los cánones del terror de serie B: gritando,
huyendo o haciendo ambas cosas.
El licántropo se acercaba con la misma parsimonia chulesca de los pandilleros
cuya visión hace que las ancianitas afiancen su bolso, y cambien de acera con
asombrosa rapidez.
HORAS ANTES, EN LA DISCOTECA
“’¡Me está mirando…!. ¡Uy, que viene, que viene…!”. –pensó la chica,
alborotada.
Un hombre cuyo referente estético parecía ser Tony Manero, se acercó provisto
con el reglamentario gin-tonic. Intentó apoyar el codo en la barra,… y resbaló. Tuvo
suerte de no incrustar la cabeza en el sólido mármol.
-¡Hola, nena!. ¿Estás sola?.
Discreta, echó una ojeada al abarrotado local. Se mordió la lengua.
“Al menos parece buena persona…”.
-S, sí…
Intercambiaron sus respectivos nombres entre numerosos “¡¿eh?!”, “¡¿cómo?!” y
“¡ah!”. Fieles al ritual de las presentaciones, y tras el protocolario “¡encantado/a!”, la
chica puso morritos para saludar una mejilla… que pasó de largo.
Lo encontró detrás de ella, agachado, husmeando a la altura de su… de su…
-¡¿Qué haces?!.
-Eh… No, nada. –balbuceó. –Sólo quería… quería… ser amable.
En un episodio de dibujos animados, el rostro de la chica se habría convertido en
un enorme signo de interrogación.
1
“Bueno, quizás sea el saludo de moda. Últimamente tampoco he salido
mucho…”.
Por enésima vez en la historia del ligoteo, el hombre, como casi siempre, usó la
patética excusa:
-Oye, ¿te apetece salir fuera1?. Aquí hace un calor… ¡qué tetorras2!.
La chica consideró la posibilidad de ir a empolvarse la nariz a varios kilómetros
de distancia.
El tipo sonreía de oreja a oreja.
“¡¿Le cuelga la lengua…?!”.
-Humm… Vale3.
Cruzaron la puerta del local (custodiada por dos matones tapizados en negro que
habrían pasado inadvertidos en un catálogo de Ikea) cambiando así el humo, el sudor y
los perfumes (capaces de eliminar el óxido de los metales) vendidos en los “Todo a 0,60
€” por la nube tóxica que gravitaba continuamente sobre el polígono industrial en el que
se encontraban.
El hombre observó la Luna llena sujetándose el vientre.
-¿Estás bien?.
-Sí, no te preocupes… Es el gin, que debe ser de garrafón.
“El gin o la forma de beberlo”. Nunca olvidaría los ruidosos (sin música
atronadora debían serlo) lengüetazos en el vaso de tubo.
-¿Dónde vamos?.
-Pues… Eh… Podríamos… O mejor… Aunque…
Debía ser sincero consigo mismo: ¡ni en sus mejores sueños había creído que
llegaría este momento!. Siempre había pensado que la patética excusa no era más que
una leyenda urbana. Y resulta que no, que a veces (cada cinco siglos, cuando los
planetas se alinean debidamente) funciona.
-Me han dicho que hay un garito nuevo por aquí cerca. ¿Vamos?. – sugirió,
compasiva.
-¡J, justo lo que estaba pensando!.
La risita de la chica sonó como el céntimo arrojado en el cuenco vació de un
mendigo.
1
Ya lo advierte el redundante saber popular del pueblo: todo lo que entra dentro, es susceptible de salir
fuera.
2
Tuvo el detalle de omitir el rebuzno.
3
A la vista del pretendiente, sólo un psiquiatra podría justificar la respuesta afirmativa. Supongo.
2
Unos metros más allá, quedó petrificado. Así, sin más. Se le erizó el vello del
cogote, y comenzó a emitir un gruñido apenas audible.
-¡¿Eso… es… un… gaaatooo…?!. – murmuró. Alf habría preguntado lo mismo,
y en el mismo tono. Si hubieran tenido cola, a ambos se les habría quedado tiesa como
un palo.
La chica siguió su mirada hasta el final de la calle. En la esquina, un minino de
color pardo (de noche, ya se sabe) revolvía el contenido de una bolsa de basura.
“¿Qué le pasa ahora?. ¿Es alérgico a los gatos?”.
-Sí, un gato… Lástima que no haya un reportero de National Geographic por
aquí.
“Y pensar que estuve a punto de quedarme en casa…”.
El hombre adelantó una pierna con el sigilo y la lentitud de un maestro de
Taichi.
Resultó inútil. Su instinto (similar al sentido arácnido de Spiderman) advirtió al
felino de estar siendo observado, y en beneficio de sus siete vidas (todas necesarias en
un mundo como el nuestro) decidió salir por patas. Por las cuatro.
El hombre no lo dudó ni un instante,…
Ella tampoco:
-¡Estás como una cabra!.
…y persiguió al animal hasta el parque.
Preocupada por lo que pudiera ocurrirle, la chica fue tras ellos. El gato no
estaría solo.
-¡Misi,… misi…!. ¡Tú..!. ¡¿Estás por ahí?!. ¡Como le hagas algo…!.
¡Gatitooo…!.
Algo se movió a su izquierda, entre las hojas.
-¿Gatito…?.
Anduvo unos pasos, apartó unas ramas, y…
-¡UUUH!.
-¡AAAHHH!.
El búho, mucho menos asustado que ella, emprendió el vuelo.
La chica maldijo entre dientes (la falta de respiración le impedía gritar) a todos
los escritores de relatos que incluyen el susto del pajarraco en sus historias:
-…aaagh… aaagh… jos… uta…
3
Intentó serenarse ignorando varios pares de ojos que brillaban en la oscuridad.
Debían pertenecer a los familiares del búho. Eso esperaba.
-Miau…
¡¿Eh?!. ¿Había oído bien?.
La chica se volvió. Un árbol. En éste, un agujero del tamaño de una moneda.
-¡¿Estás… ahí dentro?! –preguntó, incrédula. Pego el ojo, y…
Sin duda, un reportero de National Geographic habría dado su navaja suiza y su
botiquín de emergencia por estar en su lugar. Por ser el primer testigo de una escena
insólita4: el gato (adulto y normalmente constituido), después de colarse por la diminuta
abertura (dejando un reguero de pelo, aunque sin mejorar la hazaña bíblica del camello
que pasó por el ojo de una aguja), se escondía tras Chip, la carcajeante ardilla.
¡¡Chop no se lo iba a creer!!.
-¡¿Cómo…?!. Da igual. Ven, gatito. Larguémonos antes de que aparezca el friky.
Un rugido salvaje pareció ofenderse.
La chica se volvió.
“Debí imaginarlo”, pensó con espantada resignación5. Había retrocedido hasta
chocar contra el árbol. “El olfateo de mi…, la forma de beber, la persecución del
gato…”.
El hombre, convertido en una espeluznante criatura, se cernió sobre ella
arrinconándola contra el árbol.
Dentro de éste, se habían vuelto las tornas: el felino intentaba librarse de las
diminutas garras que lo empujaban.
Si el miedo se lo hubiese permitido, la chica podría haber reaccionado, ya lo
sabemos, como mandan los cánones del terror de serie B. En lugar de eso, reaccionó
como mandan los cánones de la política de la misma serie: negando los hechos.
-N, no me refeferíaaa… tiii… L, lo jujurooo…. –Apretaba la corteza con tanta
fuerza que, por primera vez en la historia, estuvo a punto de hacer gritar a un árbol.
El licántropo sonreía mostrando una afiladísima colección de navajas incrustada
en las mandíbulas. Sin mediar gruñido, la chica quedó inmovilizada…
-¡¡Oh…!!. –exclamó. -¡¿Qué… llellevas… en el bolsisilloooh…?!.
…contra el árbol.
4
Merecedora de un montón de prestigiosos galardones con sus respectivos y feísimos cachivaches de
latón.
5
En una peli, terminaría el flash-back y volveríamos al presente.
4
Un aliento semejante al hedor de cubos de basura llenos se aproximó a su rostro.
Contuvo la respiración suplicando desmayarse.
-¿Un besito?. –preguntó la bestia. Su voz, gutural y grave, sonaba como un
desagüe afónico. –Vamos, nena. Soy yo, ¡¡tu lobooouuuh!!.
-L, lo sientooo… Me duélele… la cabebe… ¡¡BLOUAAAGH…!!6.
-¿Eso es un “sí”?.
-¡¡BLOUAAAGH…!!.
-Lo suponía, guapetona. –Se dejó arrastrar por la lujuria, y sin importarle el
color verdoso de la piel que la cubría, hincó los colmillos en la carne poco hecha de
su… gatita.
Horas más tarde, próximo el amanecer, Chop regresó a su agujero en el árbol.
Estaba contento (¿o contenta?). Las visitas no autorizadas a varias despensas ajenas se
habían resuelto con gran provecho para la suya.
“C´est la vie…”.
Los propietarios de la mercancía robada lo habrían expresado de manera menos
filosófica y más contundente. Si lo (¿o la?) hubieran cogido, claro. Exigencias como
“¡enseña las manos!” o “¡vacía los bolsillos!” no habrían supuesto ningún problema.
Pero otras como “¡abre la boca y saca la lengua!”…
Cruzó la corteza,… y escupió todos los frutos. No estaba Chip. Ni la sólida y
curvada madera del fondo.
Múltiples arañazos enmarcaban un boquete por el que habría podido huir hasta
un gato.
6
La náusea le impidió completar la patética excusa de la cefalea.
5