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Homilía
Bendición imagen Ntra. Sra. de las Mercedes
Parroquia Madre de la Iglesia, Jerez, 29 de mayo de 2011
Sr. Párroco, D. Lorenzo; P. Comendador de la Merced; sacerdotes concelebrantes; Hermandad del Soberano
Poder en este día tan entrañable para vosotros; queridas familias; queridos jóvenes y hermanos todos:
Convocados hoy en esta Pontifical para la bendición de la imagen de Ntra. Sra. de las Mercedes, el
protagonismo de la Virgen en esta celebración, nos pone ante todo de cara a la Palabra, Ella que la acogió
en su corazón y se hizo carne en su seno virginal. En efecto, el Hijo nacido de María es el Señor del
Soberano Poder que vosotros invocáis con tanto afecto y el mismo al que el Diácono Felipe –según nos
narraba la primera lectura- anunciaba en Samaría como vivo y resucitado.
Y “la ciudad se llenó de alegría”, nos sigue diciendo el autor de los Hechos de los Apóstoles, porque la
gente “escuchaba con aprobación lo que decía Felipe .. al ver los signos que hacía”. Y nosotros podemos
convenir en que también la Barriada de la Granja se ha llenado de alegría en cuanto la Hermandad del
Soberano Poder ha puesto en medio de su barrio el poder misericordioso de Dios y ha traído hasta su gente
esta sagrada imagen -que hoy bendecimos- de Ntra. Sra. de las Mercedes para que todos puedan abrir en
sus corazones una puerta a la esperanza.
Un motivo, por tanto, poderoso para que toda la Hermandad pueda dar –como nos pide S. Pedro en la
segunda lectura- “razón de su esperanza”. Esa debe ser una de las razones fundamentales que justifican la
existencia de una Hermandad. Y ése es el objetivo evangelizador que debemos tener todos los cristianos:
anunciar el evangelio con nuestras palabras y con nuestros hechos, sabiendo -como ocurrió en Samaría con
la predicación del Diácono- la alegría que produce en los que lo escuchan cuando éstos ven que la Buena
Noticia del mensaje cristiano no sólo ayuda a la gente a ser más feliz y a superar muchas dificultades
internas y externas, sino que viene corroborada por una vida de entrega y servicio a favor de los demás.
Hoy más que nunca se necesitan cristianos que sean testigos del amor de Dios y puedan dar razón de su fe
y de su esperanza al hombre moderno. Un hombre -afirmaba el Papa recientemente en su visita a Venecia-:
“...a menudo agobiado por grandes e inquietantes problemáticas que ponen en
crisis los cimientos mismos de su ser y de su actuar”. (Cf 8-IV-2011)
Es cuestión de vida o muerte para Europa, sumergida en una cultura “líquida”, superficial e inconsistente,
basada en el consumismo, en el que las relaciones humanas, incluidas las relaciones entre el hombre y la
mujer, quedan sometidas a la lógica del usar y tirar. En pocas palabras, nos encontramos ante el
“relativismo”, para el que no hay ideas verdaderas o falsas, sino útiles o inútiles. Todo se relativiza y se
presenta al hombre como centro del mundo y origen de todo, renegando de su ser criatura. Un hombre
soberbio que se cree más sabio que Dios.
Pues bien, nosotros no relativizamos ni la Verdad ni la Vida, porque seguimos a Aquel que se ha hecho
Camino, precisamente por la actitud opuesta a la soberbia: el Soberano Poder de la humildad, puesto al
servicio del Amor; amor a los hombres ungidos como hermanos en el Espíritu que nos permite invocar a
Dios como nuestro Padre.
He ahí una evocación de lo que debe ser una Hermandad, como mediación evangelizadora en esta cultura
descreída y secularizada. Por eso nosotros, contamos hoy con María, testigo de la Palabra, cuya imagen de
Ntra Sra de las Mercedes acogerá bajo su manto la devoción y el cariño de todos los que en esta populosa
y devota Barriada siguen a Jesús, Nuestro Señor. “Haced lo que Él os diga”, fue el mensaje de la Virgen en
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Caná de Galilea que nosotros recordamos hoy atendiendo al Evangelio que se ha proclamado. Dos palabras
resaltamos de lo que el Señor nos dice:
El que me ama guardará mi Palabra
Lo primero que nos pide es nuestro amor, hecho concreto en la guarda de sus mandamientos. Y el
mandamiento del Señor ya sabemos cuál es: amar a Dios y al prójimo… Sin embargo, ¡cuántos de los que
nos llamamos cristianos estimamos más al dinero, al poder, al éxito social, o a los bienes materiales…!.
Jesús nos invita en primer lugar a establecer una relación amorosa con Él. Pero el signo de ese amor es,
precisamente, guardar sus mandamientos. San Juan nos lo recuerda en su primera Carta:
“Quien dice *Yo le conozco+ y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la
verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha
llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece
en Él, debe vivir como vivió Él.” (cf 1 Jn 2, 4-6)
La Virgen María, Ntra. Sra. de las Mercedes, nos anima a vivir esta vida de seguimiento de Jesucristo; de
Jesús, en su “Soberano Poder”, que conlleva una gran promesa:
“… el que me ame, será amado de mi Padre. Y Yo le amaré y me revelaré a él” (Jn 14,
21).
Otro Paráclito… el Espíritu de la Verdad
Jesús nos promete además que pedirá por nosotros al Padre, a fin de que nos envíe el Espíritu Santo y sea
nuestro Defensor para siempre; el Espíritu de la Verdad que está presente en la Iglesia, para asistirla e
impulsarla, para hacer posible su pervivencia en medio de los avatares de la Historia. No estamos solos,
aunque a veces así pueda parecerlo. Dios está muy cerca, a nuestro lado, dentro del alma. Esta presencia la
aviva en nosotros el Espíritu Santo: “... vosotros le conocéis porque mora con vosotros”.
Es preciso recordarlo con frecuencia, descubrir su huella invisible en cuanto nos circunda, advertir sus mil
detalles de cariño y desvelo. Él está presente en medio de nosotros, nos perdona cuantas veces sean
precisas, nos ayuda a olvidar nuestras penas, nos fortalece para no desalentarnos a pesar de los pesares.
Nos favorece una y otra vez por medio de los sacramentos que la Iglesia administra con generosidad y
constancia.
El Espíritu nos recuerda las palabras de Cristo, nos guía por el camino del seguimiento y nos abre los ojos
del corazón para acoger a María como Madre de Dios y Madre Nuestra. Una Madre que día a día quiere
enseñarnos, como Jesús, el amor de Dios que el Espíritu “derrama en nuestro corazón” (cf Rm 5,5). Ella,
que se tuvo que enfrentar a tantos sufrimientos. Ella, que sintió cómo la espada del dolor traspasó su
corazón y las voces del Calvario cuestionaban toda la luz de su vida.
Pues bien, Ella, que fue ungida por el Espíritu Santo para la misión materna que tendría que desempeñar,
mantuvo la fe y la esperanza en aquella hora, probablemente haciendo presente en su interior las palabras
del ángel, en el momento de la anunciación: «No temas, María» (Cf. Lc 1,30). Y nos lo dice también a
nosotros para que con el auxilio del Espíritu Santo permanezcamos, en medio de tantas tinieblas como hoy
envuelven el mundo de la cultura en que estamos inmersos, fieles a Jesucristo, su Hijo, el Soberano Poder,
que nos exhorta con su misma confianza:
«No temáis... No tiemble vuestro corazón ni se acobarde... Tened valor: Yo he vencido
al mundo» (Cf.: Jn 16,33; 14,27).
En definitiva, hermanos, que este acontecimiento que hoy celebramos selle en nosotros el amor de Dios
como una “merced” más recibida de la Virgen, para que como Ella, y dando razón de nuestra esperanza,
podamos proclamar con palabras y corroborar con las obras “la grandeza del Señor» y esta Barriada
conozca –como Samaría- la gran “alegría” de una Nueva Evangelización. Que así sea.
+ José Mazuelos Pérez
Obispo de Asidonia-Jerez
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