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COLOQUIO
REVISTA DE LA ABADIA DE SAN BENITO
PUBLICACIÓN CUATRIMESTRAL
AÑO XVI – 2014 – N° 59
La fe y la voluntad
COLOQUIO XVI, N° 59, 2014
COLOQUIO
ABADÍA DE SAN BENITO DE LUJAN
Av. Fray Manuel de Torres 2208
C.C.202 – B6700WAC – Luján – Argentina
Tel/Fax: (54) 02323 – 494459
e-mail: [email protected]
www.abadiadesanbenito.org
INDICE
La fe y la voluntad
“¡Señor, Enséñanos a Orar1
3
El Laico y la Liturgia de las Horas1
6
Breve diálogo sobre la pureza de corazón con un “monje luterano”
17
El trabajo y la espiritualidad cristiana
según el papa Francisco y la Regla de san Benito
25
Hacia el Centenario X
34
1. En este año del Centenario de la llegada de los monjes de Silos a Argentina, transcribimos los dos primeros
artículos de la revista que ellos publicaron (Revista Litúrgica Argentina), del último número del año 1973.
¡SEÑOR, ENSEÑANOS A ORAR!
Mons. Dr. Antonio Quarracino
Obispo de Avellaneda
Presidente del Secretariado
Nacional de Ecumenismo de la
Conferencia Episcopal Argentina
Hermanos:
1) Desde el primer momento en que el espíritu ecuménico “soplo del
Espíritu Santo” animó las Iglesias, se tuvo clara conciencia de la urgencia de la
oración como privilegiado lugar de encuentro con Dios y los hermanos. ¿Cuándo y dónde el corazón se abre al Señor en una condición que podríamos llamar
de pureza integral y de disponibilidad filial si no es en la oración? ¿No es en
ella donde nuestra más profunda actitud de adoración ante su Trascendencia
infinita, nuestra balbuceante alabanza ante su Grandeza, nuestra cordial acción
de gracias por su Bondad y nuestra encendida súplica delante de su Poder, se
expresan limpiamente, sin otras deficiencias que las de nuestra limitación humana? ¿Acaso, no es verdad indiscutible que sin El -el Señor y su gracia- nada
podemos hacer y que por consiguiente, todos los esfuerzos para la construcción
de la unidad serán vanos El no la edifica? Y siendo la oración una apertura a
El para que actúe en nosotros, la oración ecuménica ¿no es una disponibilidad
para que vaya obrando el misterio de la unidad? Añadiría algo más. Creo que
en las etapas y en el proceso de la tarea ecuménica se llega a puntos o momentos en los cuales el desaliento acecha o las dificultades resultan humanamente
insalvables o las pistas están obscurecidas y surge un interrogante molesto y doloroso: ¿para qué todo esto? Y la fácil actitud de bajar los brazos y clausurarse
en lo propio se presenta como solución. Quizás estemos pasando un momento
semejante. Razón de más para orar sin intermisión, con esperanza confiada en
el Poder e inescrutables designios del Padre, en la fuerza y aliento del Espíritu.
Ignoro cómo puede sonar la palabra “oración” a los oídos de un mundo
tecnificado, a veces presuntamente orgulloso de sus avances científicos y obsesivamente atento a una realidad temporal, que es obra de Dios y que El nos ha
entregado, pero para hermanarnos y para llegar hasta El, no para hacer de ella
nuestra morada permanente y el objeto final de nuestra vida. Sin embargo los
que tenemos y procuramos vivir en el don de la fe sabemos que la oración tiene
vigencia hoy como la tuvo antes y la tendrá siempre.
Providencialmente la Semana de oración por la unidad de los cristianos
nos recuerda rodo esto, sin olvidar por cierto que esa oración no puede circunscribirse solamente en el ámbito de unos días, y teniendo presente que esa
oración es como una prolongación de la del mismo Señor Jesús: “No ruego sólo
por ellos, sino también por aquellos que, mediante la palabra de ellos, crean en
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COLOQUIO XVI, N° 59, 2014
mí. A fin de que todos sean uno, como Tu Padre, en Mi y Yo en Ti, a fin de que
también ellos sean en nosotros, para que el mundo crea que Tú eres el que me
enviaste.”
2) ¡Qué hermoso se nos sugiera para esta semana la consideración de
la plegaria, sencilla, diáfana y profunda, que el Señor enseñó a sus primeros
discípulos!
Todos recordamos que San Mateo nos transmite la oración dominical
insertada en las enseñanzas maravillosas del sermón de la montaña, mientras
San Lucas la hace preceder por una breve introducción personal. Nos dice que
Jesús estaba orando en un cierto lugar y cuando hubo acabado uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar”. Y fue como respuesta a ese pedido
cuando Jesús puso en nuestros labios y en nuestro corazón el Padre Nuestro.
Podemos pensar en la profunda impresión causada en los discípulos por
la actitud orante de Jesús. Sin duda ella trasuntada el insondable misterio de su
unión con el Padre. Pero escapa a nuestra comprensión -y a la de los discípulosla densidad de esa oración. Lo cierto es que el pedido de los discípulos era la
expresión de un ansioso anhelo: queremos orar como Tú; enséñanos a hacerlo.
Hermanos: qué bueno sería que al ver orar fraternalmente a todos cuantos queremos ser seguidores fieles del Maestro y vivir conforme a su Ley, se
despertará el ansia de orar de tantos hermanos nuestros tan distante de esa honda
experiencia que es la oración. Y al mismo tiempo, qué hermoso si ella fuese
cada vez más unitiva con la misteriosa realidad de Dios y nos sintiéramos cada
vez más convencidos que por esa vía se facilita -y al facilitarse se va realizando- nuestro encuentro en la fe y en el amor. Es lógico que leamos en el Decreto
conciliar sobre el ecumenismo: la “conversión del corazón y santidad de vida
juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos,
han de considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico, y con razón puede llamarse ecumenismo espiritual”.
Hemos de pensar que el mismo Espíritu quien suscita en nosotros orar
por la unidad de cuantos profesan el nombre de Jesucristo; y como sabemos que
“el mismo Espíritu pide por nosotros con gemidos inefables”, ¿podemos dudar
de la eficacia de oración por la unidad deseada por Cristo? Pienso que esto
constituye el fundamento más firme de la difícil esperanza de la unidad, de la
convicción de su realización.
3) Cuando el Señor nos invita a invocar a Dios como “Padre”, por un
lado pone en nuestros labios la expresión más amorosa que podemos dirigir a la
Majestad de Dios, y por otra es una directa invitación a sentirnos hermanos por
ser hijos del infinito Amor de la paternidad divina. Claro que también no po4
¡SEÑOR, ENSEÑANOS A ORAR!
demos menos de sentirla como interpelación a nuestras desuniones. ¿Puede un
padre no recriminarlas en sus hijos? ¿Podemos no angustiarnos por el escándalo
que damos los hijos de la familia de Dios cuando pareciera que quisiéramos
como atrapar esa paternidad infinita y clausurarla en núcleos? ¿Acaso nos resulta alegre pronunciar fácilmente el nombre del Padre y no sentir la llaga abierta
de las desuniones que se asemejan a la dilapidación de la riqueza inconmensurable de la única paternidad de Dios?
Señor Dios y Padre Nuestro: nos dirigimos con confianza filial a Ti
porque tu Enviado y Redentor, Jesús, Hijo Tuyo Unigénito, nos hizo conocerte
como Padre. Así nos dirigimos porque “no hemos recibido el espíritu de servidumbre para estar otra vez en temor, sino que hemos recibido el espíritu de adoración por el cual clamamos Abba, Padre. Porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu que somos hijos tuyos”. Pero te decimos que no dejamos
de experimentar un escozor porque estamos divididos ante tus ojos paternales.
¿Cuándo, Padre, nos sentiremos y viviremos totalmente nuestra fe, como hermanos? Lo deseamos y te lo suplicamos.
4) Todos somos pecadores delante de Dios y por consiguiente todos
necesitamos su misericordioso perdón. El Señor Jesús nos lo hace implorar para
que El haga lo que nosotros hacemos respecto a los que nos ofenden: perdonar.
La oración por la unidad contiene implícita esta filial petición del Padre
Nuestro. Entre las cosas por las que los cristianos y las Iglesias suplicamos el
perdón, está precisamente el pecado de la desunión que es un pecado contra el
Espíritu, porque todos debimos y debemos ser “solícitos a guardar la unidad del
Espíritu en el vínculo de la paz”, habiendo sido convocados a formar “un cuerpo y un Espíritu”; como estamos “llamados a una misma esperanza” de nuestra
vocación, según la enseñanza de San Pablo.
Y humildemente debemos pedirnos perdón y perdonarnos de corazón.
No nos atrevamos a suplir el juicio de Dios que es el único que conoce a fondo
el corazón humano y la opaca y obscura trama de los actos humanos. No nos
constituyamos jueces de nuestros hermanos; sencillamente, perdonémonos. Es
una actitud espiritual difícil porque el orgullo se anida en todos nosotros; pero
concordemos en que sin ella no se abaten las barreras que separan los espíritus
humanos.
Hermanos: El Espíritu del Señor nos ha congregado concediéndonos la
gracia de alabar y santificar el sacrosanto Nombre del Padre revelado por Jesús
y ofreciéndonos la oportunidad -que es gracia también- de orar juntos por la
unidad, hagámoslo con sinceridad de corazón, con confianza filial, con amor
fraternal. Y que “la gracia de Nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros.
Amén”.
5
EL LAICO Y LA LITURGIA DE LAS HORAS
COLOQUIO XVI, N° 59, 2014
Ricardo Fernando Isaguirre
Buenos Aires
1. Introducción
“Al tomar el verbo de Dios la naturaleza humana - recordaba Pío XII
-, trajo en este destierro terrenal el canto que se entona en los cielos”1 y ya que
es El quien “une a Sí mismo toda la comunidad de los hombres y los asocia
consigo en el canto de este himno de alabanza”2 , no es osado que Cristo se
asocia la voz humana, en El creada y sólo como respuesta a El dirigida válida y
“contabilizable”3 por parte de su Padre.
El suceso inigualable de la encarnación de la Palabra de Dios introduce en toda
la historia, en toda la actividad de los hombres, una relación nueva, de posibilidades inagotables y de profundidad cabalmente inaudita: da a los hombres la
posibilidad “de hacerse hijos de Dios”4. Puesto que Jesús asume la naturaleza
humana sin absorber, sin dañar, sin confundir, sin cambiar, sin dividir, sin separar5, la palabra, de la que el hombre ha sido dotado, según vemos en el relato
del Génesis, desde un primer momento6, también es tomada por Cristo para que
sólo El subsista7. Podemos decir con propiedad que sólo en el Verbo se expresa
la palabra del hombre8, encargada de expresar todas las cosas del universo y, en
el Verbo, capacitada para poner nombre a toda criatura9 que lo rodea.
Es precisamente en esta operación fundamental de su ser (el hombre es
el “nombrador” de las cosas) donde él descubre que su palabra pronuncia dando
sentido. Así como Dios “dijo… y fue”10, el hombre “dice” lo que por Dios “es”.
En esta operación le es dable reconocer un sonido que supera su propia capacidad de significar: “Nuestro Señor (…) ora en nosotros11 y, por lo tanto, media en
nosotros según la obra cuyo cumplimiento ha recibido en encargo12. Finalmente
1. Pio XII. Enc. “Mediator Dei”. AAS. 39 (1947) 573
2. Ibidem.
3. Cf Lc. 12, 16-21.
4. Jn. 1, 12.
5. Cf. Conc. de Calcedonia. Denz. 148; conc. vat. II const. Past “Gaudium et Spes” Nº 22.
6. Cf. Gen. 2, 20.
7. Cf. Col. 1, 17.
8. Cf. Sto. Tomás de Aquino. Suma Teol. l.q. 34, a. 3.
9. Cf. Gen. 2, 19-20.
10. Cf. Gen. 1, 3.
11. San Agustín. Enerr. in Ps. 85,1.
12. Cf. Jn. 6, 39.
6
EL LAICO Y LA LITURGIA DE LAS HORAS
Él reunirá todas las cosas bajo Aquél que lo ha invitado a su derecha”13, para
participar de su comunión14, que nos hace extensiva, pues nuestra comunión es
con el Padre y con el Hijo15.
Estamos, pues, en pleno misterio de “comunión”16. Es desde aquí de
donde surge toda la luz que alumbra la oración de la iglesia: ser la oración de
Aquél que la ha unido a Sí con el más estrecho vínculo17. Sólo a partir de esta
noción -“gran misterio”, a decir del Apóstol18 - podremos captar la riqueza que
se encierra en la invitación de la Encíclica “Mediator Dei”, renovada por el
Concilio recientemente: Que los laicos “asistan realmente” al Oficio19, “dondequiera que se reúnan en asambleas de oración”20. Que todos se unan a la “oración del Cuerpo Místico de Jesucristo”21
A continuación trataremos de describir en pocas líneas las consecuencias que esta invitación generosa de los Pastores puede tener en nuestras vidas
de fieles laicos, “llamados a ser miembros vivos (…) de Cristo (… y) a promover el crecimiento de la Iglesia”22, puesto que “como adoradores en todo lugar
y obrando santamente (ellos) consagran a Dios el mundo mismo”23.
2. Consecuencias de la “Comunión” (κοινωνία)
Para aquéllos que ya han leído la “ordenación General de la Liturgia de
las Horas”, tal vez serán familiares las palabras con que ésta redondea su punto
veintisiete: “…recuerden (los laicos) que la oración que celebran puede contribuir en considerable medida a la salvación del mundo entero”. Por cierto.
En la regla que San Benito redactara para sus monjes, se encuentra
que el Patriarca llama al oficio que estos celebrarán “Opus Dei”. Por esta expresión24, el Abad no entenderá significar otra cosa, en realidad, que esta que
ha guiado a los padres conciliares en la renovación de todo el Oficio Divino y
que la “Ordenación” recoge. O mejor expresado aún: en la mente del santo y
13. Cf. Sal. 110, 1; Mt. 22, 44; Heb. 1, 13.
14. Cf. 1Jn. 1, 3.
15. Ib.
16. En griego: koinonía.
17. Cf. Ef. 5, 25.
18. Cf. Ib. 5, 32.
19. Enc. “Mediato Dei” AAS.39 (1947) 574; cf. Conc. Vat. II. Const. Sobre la Sagrada Liturgia
“Sacrosanctum Concilium” Nº 100.
20. Ordenación General de la Liturgia de las Horas Nº 27.
21. Enc. “Mediator Dei” AAS.39 (1947) 573.
22. Conc. Vat. II Const. Dogm. sobre la Iglesia “Lumen Gentium” Nº 33.
23. Ib. Nº 34
24. Regla 19, 3.
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COLOQUIO XVI, N° 59, 2014
en la creencia del Concilio, el Oficio es tan fundamental en la colaboración con
Cristo Jesús, Dios-que-salva, que merece llamarse sólo así: OPUS DEI. Oficio,
trabajo, labor de Dios. Es la obra de Dios. Lo es porque Dios trabaja constantemente en el amor redentor en su Hijo, esclavo sumiso de la Cruz25 que desde ella
intercede, “perdónalos”26 al conocer la ignorancia, la ceguera humana y al estar
muriendo a pesar de ellas27. Esta es la última oración de mediación del Cordero
histórico. Enseguida entra su Espíritu a las manos inexplicables de Dios28.
Son las Completas de Cristo. Ha habido en ellas una palabra para los
que aún viven en tinieblas y una encomendación al Padre por aquéllos que El
lleva en su Espíritu, los que eran del mundo y por su intermedio están en manos
de Dios, a su merced. En las manos de Cristo puede leerse (porque se debe leer
tal cosa, sin lugar a dudas) la lluvia fina pero penetrante del perdón divino que
su súplica poderosa consigue no y apara el vellón de Gedeón29 sino para la tierra
entera. Puede leerse como escribe en la puerta de cada ser y de cada cosa algo
como estas palabras: “Sabe que mi Hijo ha pedido por tu causa. Sabe que mi
Hijo todo lo puede con su oración”. Puede leerse en cada cosa la mirada amorosa de Dios que se derrama pues su Hijo ha dicho “perdona”, Padre.
Pero aún no cesa. Habiendo intercedido descendentemente, habiendo
abierto las compuertas del perdón divino, queriendo ahora dinamizar todo con
su súplica, la última, El, que ha sido constituido Cabeza, se lanza al abismo
luminoso del Padre: “A tus manos… encomiendo”.
¿Qué no está pronunciado en el Espíritu del Verbo? “A tus manos, Señor, encomiendo lo que me encomendaste, encareciéndome un cuidado especial: que no se pierda nada”. Así, sobre cada cosa, en especial sobre las que son
dóciles, Jesús deja su marca30 para el Padre de las Misericordias31 que un día
segará los campos y los trigales32 y también para los Hijos de las Misericordias
pues “al padecer por nosotros no sólo nos dejó ejemplo a fin de que sigamos sus
huellas, sino que abrió un camino que, cuando lo seguimos, da sentido nuevo a
la vida y a la muerte”33.
Hay “Obra de Dios” en esta tarea de buscar al Padre para que el Padre
25. Cf. Flp. 2, 7-8.
26. Cf. Lc. 23, 34.
27. Cf. Heb. 9, 13-14.
28. Cf. Lc. 23, 46
29. Cf. Jue. 6, 36-40.
30. Cf. Apoc. 7, 9ss.
31. Cf. 1 Pe. 1, 3.
32. Cf. Mt. 13, 24-30; Jn. 15, 6.
33. Const. Past. “Gaudium et Spes”
8
EL LAICO Y LA LITURGIA DE LAS HORAS
mismo perdone y, perdonando, disponga las cosas para el reencuentro definitivo, tarea de buscar las cosas para devolverlas al dador de las “bendiciones
espirituales”34, buscando en aquéllas las pisadas de Jesús, indelebles pero secretas, interrogantes pero pacificadoras.
Hay “Obra de Dios” en esta voz que la Iglesia une a su Cabeza para
“la santificación del día y de todo esfuerzo humano”35, de todo el tiempo, que
también gime en nuestros oídos al ritmo pendular de la vanidad a la que está
sujeto36.
El tiempo debe ser hecho “santo e irreprochable”37, hasta el punto de
poder permanecer en presencia del Señor y de su eternidad. El tiempo, este
tiempo que en Cristo ha sido también recapitulado38, pues El es el pastor de las
horas39 (“te encomiendo, Señor, todos los días”) y es rabadán de los sucesos que
en esas horas lo nombran o lo niegan (“te encomiendo, Señor, todas las obras”).
¿Y habrá un tiempo que no necesite ser santificado?
El laico vive en contacto con las horas del hombre que, en Cristo-encrucijada, se vuelven Horas de Dios, por la acción de los miembros del Ungido40,
enviados “como el Padre lo ha enviado”41 a buscar enfermos, prostitutas, leprosos y ovejas perdidas42, a propiciar el retorno del mal hijo43, a pasar haciendo el
bien y obrando la justicia44, a dar la vida por los amigos45.
El laico tiene un tiempo que santificar. Un tiempo que, como pocos, está
en contacto con la muerte y con la vida, en sus multiplísimas formas. La muerte interrogándolo y la muerte dejándolo perplejo, la muerte como oscuridad,
como absurdo o como impedimento insuperable. La vida como dilema entre su
belleza perecedera y su esperanza constante. La muerte y la vida de cada hora.
La muerte, el dolor y la vida, triada básica de la pregunta humana, soportal del
tiempo en que el hombre se cuestiona acerca de los propios cimientos que lo
sustentan. ¿Qué es mi vida, que sufre y que va hacia la muerte? ¿Qué es mi dolor, por el pierdo vida y me aproximo a la muerte? ¿Qué es mi muerte, enemiga
de mi vida y único y espantoso paliativo de mi dolor?
34. Col. 1, 4.
35. Ordenación General de la Liturgia de las Horas Nº 11.
36. Cf. Rom. 8, 20.
37. Cf. 1, 4.
38. Cf. Const. Past. “Gaudium et Spes” Nº 45.
39. Cf. Jn. 10, 14.
40. Cf. Const. Past. “Gaudium et Spes” Nº 43.
41. Cf. Jn. 17, 18.
42. Cf. Lc. 15, 4-7.
43. Cf. Ib. 15, 11-32.
44. Cf. Hech. 10, 38.
45. Cf. Jn. 15, 13.
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Este enigma que encadena al hombre y del cual sólo puede liberarlo la
fuerza del Evangelio, que lo encadena para sí mismo y para Dios y, de allí, para
su función de relación con el semejante, matándolo con tres preguntas, este oficio de Tinieblas –Laudes - Vida; Sexta -Dolor; Vísperas – Muerte- “se ilumina
en Cristo”46 para ser, por El, no ya muerte sino resurrección47, no ya dolor sino
gozo48, no ya vida sino vida abundante y plena49.
El laico tiene, en fin, un tiempo que consagrar y una respuesta que dar
urgentemente, “teniendo en cuenta el momento en que vivimos: la noche está
avanzada y se acerca el día”50. Hemos de tomar las ropas de Cristo, teniendo sus
mismos sentimientos51 y ofreciendo constantemente el sacrificio de la alabanza52, siendo “testigo e instrumento vivo de la misión de la Iglesia en la medida
del don recibido de Cristo”53 con el cual es nuestra comunión y por el cual todos
venimos a ser sarmientos de la vid verdadera que el Padre vendimia a su tiempo54.
Si la vid hablase, las uvas serían plegarias. Mediante nuestro injerto en
Cristo, Vid orante, se nos da comunicación con la sabia de Dios que “quiere que
todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad”55 y
con la intercesión del propio Jesús, “que se entregó a sí mismo como rescate
para todos”56. Así, nuestra voz puesta en la de la Iglesia, se transforma en la
“oración de Cristo, con su Cuerpo, al Padre”57.
3. ¿Utopía?
Quizás, de la lectura de este pasaje, puede surgir en el ánimo de quien
lea un cierto sentido de rechazo, o bien el sentimiento, vago o impreciso, de la
imposibilidad real y efectiva de lograr siquiera de igualar en un ápice lo requerido por Jesús-orante a sus vástagos en el terreno de la oración, mediante una vida
laical normal. Quizás quien lea, acuciado por una larga serie de fracasos en la
46. Const. Past. “Gaudium et Spes” Nº 22.
47. Cf. Jn. 11, 25.
48. Cf. Jn. 16, 22 y 24.
49. Cf. Jn. 10, 10.
50. Rom. 13, 11 y 12.
51. Cf. Flp. 2, 5.
52. Cf. Heb. 13, 15.
53. Const. Dogm. “Lumen Gentium” Nº 33.
54. Cf. Jn. 15, 1 y 5.
55. 1 Tim. 2, 4.
56. 1 Tim. 2, 6.
57. Const. sobre la Sagrada Liturgia “Sacrosanctum Concilium” Nº 84.
10
EL LAICO Y LA LITURGIA DE LAS HORAS
perseverancia orante, fracasos producidos, de común, frente a los golpes de una
vida que, tal como el último Concilio Ecuménico la describe, se encuentra hondamente presente en el siglo. Quizás ése que lea piense, en pocas palabras, en
aquéllas ceremonias religiosas que santo Tomás moro describe en su Utopía, tan
unánimes de corazón que resultan casi increíbles. Quizás el que lea, de acuerdo
con su propia experiencia, se diga, con buena fe y ante Dios: “Esto es absurdo.
Yo no puedo llevar a cabo semejante propósito de unirme a Cristo orante. Soy
un laico, no un monje”.
Quien escribe, un laco también, sin embargo, disiente con tal postura,
porque, a su juicio, indica un malentendido: la oración del laico, salvo casos de
verdadera excepción, no debe pretender asemejarse a la de un monje. Más aún:
normalmente se diferenciará de ella, porque debe ser la de un laico y, como tal,
teñida de los elementos buenos y óptimos que esa misma oración lleva implícitos. La oración del laico está llamada, a nuestro parecer, a una gran misión:
la de penetrar en le mundo con la mente puesta en el Padre. La de hablar a los
hombres con el corazón depositado en el Hijo. La de actuar, cada día y cada
hora, en cada circunstancia, con la confianza puesta en el Espíritu “que habla
por nosotros”58.
Sabemos ya que la presencia de la Iglesia, con su “finalidad escatológica de salvación”59 en todas las partes de la comunidad humana es fundamental, exigida por su misma condición y descrita por su fundador mediante las
palabras “luz, sal y levadura”60. Quienes, perteneciendo a esa sal y ese fermento -claridad, sabor y crecimientos espirituales-, se encuentran destinados a dar
testimonio de íntima comunión a que el Padre nos ha llamado, comunión que
con el Hijo es herencia del Reino futuro que se hace de alguna manera presente
por la caridad61, según su vocación, son los laicos, “partícipes a su manera de la
función real, sacerdotal y profética de Cristo”62.
Es el laico quien tiene, por derecho propio, el inmenso material del
tiempo para elevarlo al Señor, aprovechándolo de acuerdo a la luz que surge de
la Palabra de Dios63. Orando con todas las facetas de su vocación (que eventualmente puede llegar a ser muchas). Orando con el mundo sin conformarse con
él64. Buscando el Reino que no es de esta tierra65, según el desafío del Señor:
58. Cf. Lc. 12, 12.
59. Const. Past. Gaudium et Spes” Nº 40.
60. Cf. Mt. 5, 13 y 14; 13, 33.
61. Cf. Mensaje de los Padres Conc. en la Apert. del Conc. Vat. II al mundo Nº 14.
62. Const dogm. “Lumen Gentium” Nº 31.
63. Cf. Ib. Nº 38.
64. Cf. Rom. 12, 2.
65. Cf. Jn. 18, 36.
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el constituye una Iglesia en la tierra que es su Reino en semillas y que, por las
mismas semillas que lleva no es de esta tierra, semilla de una doctrina que no es
de este mundo sino “de Aquél que la envió”66, semillas de un culto que no se tributa al mundo sino a Aquél que lo trasciende todo por medio de Aquél otro que
lo une todo67, y que, al mismo tiempo que es, para los que creen, fuente de agua
viva, manantial de energía68, es un “pregusto” de celebraciones celestiales69.
Todo el cristianismo, para decirlo definitivamente, conoce esta “utopía” de que se lo acusa, la reconoce y la procura70. Quien lo fundó sabía que
la nota más clara la da la cuerda mejor tensada y que el blanco y la punta de la
flecha no pueden ser la misma cosa, a riesgo de poner en peligro la existencia
y la justificación del arquero y su puntería. La conoce pues es enviado por el
que “tanto amó al mundo”71 a no abandonarlo72 hasta que toda criatura oiga la
proclamación del Evangelio73 siempre acompañada de la oración74. La conoce
pues está fundada por quien, siendo “el Primogénito, el Prototipo de la nueva
Humanidad; el Hermano, el Compañero, el Amigo por excelencia, (el que ha)
respetado, realzado y redimido (todo) valor humano”75, en la última hora no se
ha encomendado al hombre, sino a Dios, que “podía salvarlo”76, pero a quien
nadie ha visto77.
La Iglesia, que expresa con la liturgia el florecimiento “en sí de la abundancia de la vida” de que ella toma conciencia al conocerse mejor78, tiene siempre para todos “el mensaje de salvación, de amor y de paz (de) Jesucristo”79 en
cuya difusión ocupa a todos sus hijos sin excepción.
Ni la Iglesia, digamos en conclusión, ni su culto son ajenos al mundo.
Sólo lo contrario se hace a veces cierto y concreto.
66. Cf. Jn. 7, 16.
67. Cf. enc. “Mediator Dei”. AAS. 39 (1947) 528.
68. Cf. Const. sobre Liturgia “Sacrosanctum Concilium” Nº8.
69. Cf. Ib. 10.
70. Cf. Const. Dogm. “Lumen Gentium” Nº 6.
71. Cf. Jn. 3, 16.
72. Cf. Jn. 17, 15.
73. Cf. Mt. 28, 19-20.
74. Cf. Hch. 6, 4.
75. Pablo VI, Mens. desde Belén (6/1/1964) AAS. 56 (1964) 177 y 178.
76. Cf. Heb. 5, 7.
77. Cf. Jn. 1, 18.
78. Cf. Pablo VI, Enc. “Ecclesiam Suam” AAS.
79. Mensaje de los Padres Conc. en la Apert. del Conc. Vat. II al Mundo Nº 1.
12
EL LAICO Y LA LITURGIA DE LAS HORAS
4. ¿Práctica?
Ahora bien: ¿qué hace falta para que esto devenga una realidad patente,
un signo, el signo de que los injertados en la Vid hablan con ella y practican el
diálogo divino que el ella se revela, al cual están invitados todos los hombres,
diálogo con Dios, de infinita profundidad, diálogo externo, “impulso íntimo de
caridad que tiende a hacerse don exterior de caridad”80, diálogo en que el inexhausto caudal aportado por Dios obliga al hombre a “administrar, a ser ministro
de lo recibido”?
Hace falta, simplemente, tomar conciencia de la calidad “apostólica”
de toda realidad eclesial. “El mismo nombre de Apóstol designa el oficio de
delegación, el que de ningún modo puede dejar de cumplirse”81.
Hace falta ver en el encargado acuciante de orar y velar82 una orientación de Jesús, hacia el diálogo y hacia la disposición interior, hacia la “diaconía
de los oídos”, e incluso una descripción de la actitud fundamental del hombre
regenerado y redimido en el cosmos.
Hace falta enfocar desde “la auténtica e inenarrable relación dialogal
que instauró Dios Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo”83 , toda la actividad humana “si (…) queremos comprender cuál sea la relación que debemos entablar” con el mundo84 y hasta qué punto debemos lleva el revestirnos
“de las formas de vida de aquellos a quienes hemos de llevar el mensaje de
Cristo”85. Hasta qué extremo de constante anticipación -en el servicio-, debemos llevar nuestra presencia de cristianos en el mundo, puesto que “Dios nos
amó primero”86. Y hasta qué punto nos hace falta participar “en la misma misión
salvífica de la Iglesia”87.
Puede el laico hacerse uno con la Iglesia en su oración que “hace de todos los que andan dispersos por el mundo un solo corazón y una sola alma”88.
Para ello necesita, evidentemente, formarse. Pero no formarse en elementos extranjeros a su cultura cristiana. Deberá ser formado, en cambio en
el conocimiento de los elementos más prístinos de la vida cristiana, los más
puros.
80. Enc. “Ecclesiam Suam” AAS. 56 (1964) 639.
81. Ib.
82. Cf . Lc. 18, 1.
83. Enc. “Ecclesiam Suam” AAS. 56 (1964) 642
84. Ib.
85. Ib. AAS. 56 (1964) 644.
86. Cf. 1 Jn. 4, 10.
87. Const. Dogm. “Lumen Gentium” Nº 33.
88. Ordenación General de la Liturgia de las Horas Nº 32.
13
COLOQUIO XVI, N° 59, 2014
Deberá ser formado en el conocimiento “sabio” de los salmos que son
“la bendición del pueblo, la alabanza de Dios, el elogio de la gente, el aplauso
de todos, el lenguaje universal, la voz de la Iglesia, la confesión armoniosa de
la fe, el regocijo de la libertad, el clamor del alborozo y el eco de la alegría”89.
Deberá aprender a cantarlos y a hacerlos cantar, a gustarlos y a hacerlos gustar (toda actividad de Iglesia es esencialmente expansiva), a saciarse de ellos
y a hablar con ellos a Dios, con su lenguaje poético denso, con su fuerza y
su profundidad. Deberá poder escuchar a sus pastores, como en la antigüedad,
explayándose sobre ellos -casi nunca sucede esto en las homilías dominicales,
porque a pesar de los esfuerzos realizados el salmo sigue siendo un elemento
“de segunda” en la liturgia de la Palabra-, nutriendo con este caudal casi intacto
al pueblo fiel.
Tendrá que colaborar para que surjan en su semana oportunidades de
encuentro entre sus horas y las horas que la Iglesia dispone para la alabanza,
la gratitud y la súplica. Deberá ser instruido, musical, literaria, escriturística,
litúrgicamente.
Será un gran trabajo para todos. Un trabajo que apenas puede llamarse
iniciado. Hacen falta conferencias y charlas sobre el tema. Hace falta que en
más de una parroquia se mate el dragón del miedo con el dinamismo del amor
y se comience a salmodiar, si aún no se hace, pues “Dios está presente en todas
partes (…) pero sobre todo (…) cuando asistimos al Oficio Divino”90 y si ya se
salmodia, de tal modo que “nuestra mente concuerde con nuestros labios”91.
Es un trabajo arduo que compromete la capacidad de significar de cada
cristiano, de acuerdo a su bautismo, pues no es todo aprender ésta o aquella
cosa: se requerirá, por sobre todo, aprender a orar en común.
Podrá parecer ilógico tal necesidad, pero sin embargo, de acuerdo a la
experiencia cotidiana, no es. Incluso nuestras participaciones en las Asamblea
Eucarística no son aún todo lo unánimes, conscientes y activas que es de desear92 hasta, aunque parezca increíble, en el caso de algún ministro sacerdote.
Deberán aprender funciones nuevas, conforme a ala edad, a la condición, al género de vida, a la formación93. Deberán buscarse soluciones novedosas y acertadas para los problemas que las nuevas responsabilidades litúrgicas
plantearán en breve plazo. Deberá aguzarse en todo el ingenio. Deberá abrirse
el corazón.
89. San Ambrosio, Enarr. in Ps.
90. San Benito. Regla 19, 1-2.
91. Ib. 19, 7.
92. Cf. Const. sobre Liturgia “Sacrosanctum Concilium” Nº 48.
93. Cf. Ib. Nº 19.
14
EL LAICO Y LA LITURGIA DE LAS HORAS
Deberá insistirse en la lectura de la Sagrada Escritura, que nutre y que
ha de regir la religión toda pues es “apoyo y vigor de la Iglesia y fortaleza de fe
para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual”94.
Deberá buscarse la familiaridad de cada fiel con esa Palabra como un imperativo, como una prioridad pastoral y como una obligación ante el mundo95. Deberá
empezar a dársele su puesto en la oración privada, perdido para muchos buenos
cristianos.
Deberá tomarse contacto (¡en cuántos casos por primera vez!) nuevamente con los Santos Padres, pues “mediante el trato asiduo con los documentos
que presenta la tradición universal de la Iglesia, los lectores son llevados a una
meditación más plena de la Sagrada Escritura y a un amor suave y vivo. Porque
los escritos de los Santos Padres son testigos preclaros de aquella meditación de
la Palabra de Dios, producida a lo largo de los siglos, mediante la cual la Esposa
del Verbo encarnado, es decir, la Iglesia, que tiene consigo el consejo y el Espíritu de su Dios y Esposo, se afana por conseguir una inteligencia más profunda
de la Sagrada Escritura”96.
Deberá aprenderse al ritmo del día eclesial, esto es, al ritmo que impone una comunidad donde se busca el encuentro con el hermano y con el Padre
común.
Deberá frecuentarse la proximidad del Verbo, “para que velando o
durmiendo vivamos junto a El”97. Deberá buscarse incesantemente la voz del
Cuerpo de Cristo para llevarla al mundo y deberá cosecharse, “probando todo y
escogiendo lo mejor”98, la voz del mundo para que sea redimida por el Señor.
Se deberá, en una palabra, “ser del día”99 para hacer “plegarias, súplicas
y oraciones (por todos…), pues Dios quiere que todos se salven”100; estar en el
día, el día de los hombres, el día de la vida humana, el día de los pobres, de los
pecadores, de los sencillos de corazón, de los soberbios y de los humildes. El
día creado por Dios para su más amada criatura, el hombre, llamado a la convivencia y al diálogo con Dios que hace posible, vivificar y llevar a su plenitud la
presencia entre los semejantes.
94. Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Sagrada Revelación “Dei Verbum” Nº 21.
95. Cf. Ib. Nº 25.
96. Ordenación General de la Liturgia de las Horas Nº 164.
97. 1 Tes. 5, 10.
98. Ib. 5, 21.
99. Ib. 5, 8.
100. 1 Tim. 2, 1 4.
15
COLOQUIO XVI, N° 59, 2014
5. Un intento de respuesta
San Benito, escribiendo para los monjes, pedía que “nada se anteponga
a la obra de Dios”101, que nada se anteponga, que nada sea considerado de mayor importancia, que nada obstaculice su realización.
Hoy, tantos siglos después, llevando una vida que dista tanto de esta
que describe el Patriarca de Montecasino, podemos preguntarnos acerca del
valor de esta prescripción. ¿Es realmente posible que la vida de un laico, activa
por definición, le encuentre algún sentido todavía? ¿Es realmente posible usar
la fuerza de la oración hoy para los actos de hoy? ¿Es realmente posible comportarse “como adoradores en todo lugar”102? ¿Es realmente posible contemplar
aún? ¿Es realmente posible experimentar en la oración el gozo del salmista ante
la unidad fraterna103? ¿Es realmente posible enriquecer al mundo mediante esta
Liturgia de las Horas?
Confesamos no saber la totalidad de las respuestas a estas preguntas.
Confesamos, eso sí, nuestra fe en que es posible dar a todas una respuesta afirmativa. Sabemos, eso sí, que el tiempo de Dios en que se convierte el instante
humano cuando es elevado hacia Aquél que lo creó, es una reactualización de
las palabras joánicas: la comunión de nuestro tiempo es con el Padre, por el Hijo
y en el Espíritu Santo. Es mucho lo que le cabe al laico por conocer y explorar
en el terreno de su propia vocación, con paciencia, con fe y con obras. Con ello
se cumplirá, seguramente, aquello que Pablo VI señalaba como necesario: “Que
la Iglesia dirija su mirada al fondo de su ser”104.
101. Regla 48, 3.
102. Const. Dogm “Lumen Gentium” Nº 34.
103. Cf. Sal. 132, 1.
104. Enc. “Eccl. Suam” AAS. 56 (1964) 617.
16
BREVE DIÁLOGO SOBRE LA PUREZA DE CORAZÓN CON
UN MONJE LUTERANO1 “
Pedro Edmundo Gómez, osb2
“Bienaventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8).
El tema que nos ocupa y preocupa es la pureza de corazón. Espontáneamente se lo relaciona con la sexualidad, con la virtud de la pureza, como equivalente positivo e interiorizado del sexto mandamiento: “No cometerás actos
impuros”. Esta es la interpretación predominante a partir del siglo XIX hasta
nuestros días, pero no siempre ha sido así.
En la Sagrada Escritura leemos: “¿Quién pude subir al monte del Señor? ¿Quién podrá estar en el recinto sacro? El de manos inocentes y puro corazón” (Sal 24, 3), en sentido exterior: ritual-cultual, no contaminado. También
tiene un sentido interior: circuncisión del corazón3 o en el Salmo: “Crea en
mi, oh Dios, un corazón puro” (Sal 50, 12). En el Nuevo Testamento no se
trata de una virtud particular, sino una cualidad que debe acompañar a todas
las virtudes, para que no sean espléndidos vicios. La castidad (dominio de sí,
templanza) ocupa su puesto, pero secundario. “Para los puros todo es puro, para
los incrédulos contaminados nada es puro, porque tienen contaminada la mente
y la conciencia” (Tt 1,15).
En los Padres la interpretación toma tres direcciones fundamentales:
a) moral (rectitud de intención – Agustín de Hipona, continuada en Ignacio de
Loyola); b) mística (visión de Dios – Gregorio de Nisa, continuada en Bernardo
de Claraval, Buenaventura y los místicos renanos); y c) ascética (lucha contra
las pasiones de la carne – en cierta forma Juan Crisóstomo, siglo XIX en adelante).
En esta oportunidad en lugar de recurrir a la Colación I de Juan Casiano, la conocida conferencia del Abad Moisés sobre el fin y el objetivo de
la vida monástica4, intentaremos “dialogar” brevemente con un “monje luterano” (el oxímoron es intencional ya que Lutero escribió y luchó Contra los
votos monásticos), nos referimos al filósofo y pastor danés: Sören Kierkegaard
(1813-1855). Lo haremos recogiendo seis “migajas” de su tratado La pureza
de corazón es querer una sola cosa, que es el primero de los veinte Discursos
Edificantes de Diverso Tenor (Copenhagen 13 de marzo de 1843), en los cuales
1
Adaptación de una conferencia dada primero a la comunidad de la Abadía Cristo Rey el
26 de diciembre 2012 y luego en el Ciclo de Conferencias “Librería Lectio”, Córdoba, 9 de mayo
de 2014.
2
Monje del Monasterio “Cristo Rey”, El Siambón, Tucumán.
3
Cf. Dt 10, 16, Jr 4, 4.
4
Cf. Juan Casiano, Colación I, IV.
17
COLOQUIO XVI, N° 59, 2014
habla sin “pseudónimos”.
I. Estimado hermano Sören: El carisma propio de la vida monástica, en todas
sus formas y figuras, es la puritas cordis, por eso la primera pregunta que quisiera formularte es: ¿qué es y qué no es?
Kierkegaard dixit: “…la pureza de corazón consiste en querer una sola
cosa; pero querer una sola cosa no puede significar querer los placeres del
mundo y cuanto pertenece a éste, incluso en el supuesto de que alguien se reservara una sola cosa a su elección, puesto que esta sola cosa no sería sino
engaño. Desear una sola cosa no podría significar tampoco quererla en el vano
sentido de su grandeza, pues únicamente a un atolondrado puede parecerle que
es una”5.
Si no comprendo mal tus palabras, la pureza de corazón implicaría:
tanto la unidad del “objeto” querido (una sola cosa, una cosa que sea realmente
una) que unificaría al “sujeto” que lo elige y quiere, cuanto la consecuente renuncia al “mundo” con sus múltiples placeres y su aparente grandeza6, o dicho
en lenguaje benedictino, la renuncia a la “voluntad propia”7. Para realizar el
amor (fin) el monje tiene que morir a la propia voluntad (objetivo), porque renunciando a sí mismo (ego) es como se realiza8. Sólo Dios Es, sólo Dios es Uno,
sólo Dios es el Bien, sólo Dios es Bueno. Querer una sola cosa, es lo mismo que
decir, amar a Dios.
En el siglo XII San Bernardo de Claraval escribió: “Dichosos los limpios de corazón, porque ésos van a ver a Dios. Como si dijera: Purifica el corazón, despreocúpate de todo, sé monje, esto es, único. Pide al Señor una sola
cosa y búscala. Afánate y mira que él es Dios. Así, cuando limpies tu corazón
por el espíritu de inteligencia, inmediatamente verás a Dios por el espíritu de sabiduría; y gozarás de Dios”9. Texto que Cantalamessa comenta en total sintonía
con Kierkegaard: “En algunos ambientes monásticos se añade… una idea nueva
5
S. Kierkegaard, La pureza de corazón es querer una sola cosa, Trad. de L. Farré, La
Aurora, Bs. As., 1979, p. 118.
6
Cf. Colación I, V.
7
Cf. RB. Prol, 1-3; 1, 10-11; 3, 7-8; 4, 59-61; 5, 1-9, 12; 7, 12, 19-22, 31-33; 33, 1-4;
49, 5-10; 71, 3-4; 72, 6-7.
8
Cf. M. I. Rupnik, De la experiencia a la sabiduría, Profecía de la vida religiosa, PPC,
Madrid, 1999, pp. 105-106.
9
San Bernardo de Claraval, Tercera serie de sentencias 2, Obras completas de San
Bernardo VIII, BAC, Madrid, 1993, 117.
18
BREVE DIÁLOGO SOBRE LA PUREZA DE CORAZÓN CON
UN MONJE LUTERANO
e interesante: la de la pureza como unificación interior que se obtiene deseando
una cosa sola, cuando esta «cosa» es Dios. Escribe San Bernardo: «Bienaventurados los puros de corazón porque verán a Dios. Como si dijera: purifica el
corazón, sepárate de todo, sé monje, sólo, busca una cosa sola del Señor y persíguela (Sal 27, 4), libérate de todo y verás a Dios (Sal 46, 11)»…”10.
En una palabra, la puritas cordis hace al monachos, unificado, indiviso,
uno, porque el misterio que le atrae y en el que se deja adentrar, no sin “temor y
temblor”, es esencialmente uno y por lo mismo unificante. “El Señor le replicó:
-Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por muchas cosas, cuando una sola es
necesaria. María escogió la mejor parte y no le será quitada” (Lc 10, 41-42).
II. La segunda cuestión es entonces: ¿cuál es la condición sine qua non de la
pureza de corazón?, o dicho negativamente, ¿qué se opone a ella?
Kierkegaard dixit: “Para querer una cosa se debe querer el Bien. Ahí
está lo primero, la posibilidad de capacitarse para querer una cosa. Pero en
cuanto a querer genuinamente una cosa, no debe sino querer el Bien. Por otro
lado, en cuanto al acto de querer el Bien, a quien no lo quiere de verdad debemos considerarlo de doble mentalidad. (La doblez consiste en dividir la naturaleza del Bien que éste mantiene unido por toda la eternidad: la doblez estriba
en unir lo que el Bien ha mantenido separado en el tiempo. La persona de doble
mentalidad olvida lo Eterno y es así como hace mal empleo del tiempo, no menos que de la eternidad)”11.
Tu respuesta es bastante compleja; querer una cosa exige querer el Bien
y quererlo de verdad. “Querer el Bien”, con mayúsculas (ya sabemos quién es
el Bien y el único Bueno por la parábola del joven rico de Mt 19, 16-30), es “la
posibilidad de capacitarse para querer una cosa”, y esto sería a la vez un don
(posibilidad) y una tarea (capacitarse). La pureza de corazón es sinónimo de
“libertad”, mezcla de “angustia” y “confianza”. La pureza de corazón es pureza
de la voluntad (querer sólo la voluntad de Dios, sin falsa segunda intención) y
pureza de la inteligencia (pensar en Dios).
En cuanto, “al acto de querer el Bien”, cabrían pues dos posibilidades:
a) quererlo religiosamente, de verdad, es decir con “pureza de corazón”, o b) no
quererlo de verdad, sino estética/éticamente, con “doble mentalidad” (dividirlo eterno, unir-lo temporal). Como dice uno de tus amigos: “la vida estética es
la vida superficial, centrada sobre las facultades interiores (aístesis, significa
10
11
R. Cantalamessa, Las bienaventuranzas evangélicas, 9 marzo de 2007.
La pureza de corazón es querer una sola cosa, p. 118.
19
COLOQUIO XVI, N° 59, 2014
sensación); vida ética es la centrada en la voluntad o el entendimiento práctico;
vida religiosa es la centrada sobre la fe. En otras palabras, la vida estética está
bajo el signo del placer; la ética bajo el signo del deber, la religiosa bajo el signo
del sufrimiento”12.
El opuesto a la pureza de corazón no es la impureza, sino la hipocresía,
donde lo primero es el público, la apariencia, lo de fuera, y después Dios, el corazón, lo de adentro. Hipocresía es falta de caridad (los otros son sólo admiradores) y sobre todo falta de fe. “Kierkegaard evidenció la alienación que resulta de
vivir de pura exterioridad, siempre y sólo en presencia de los hombres, y nunca
sólo en presencia de Dios y del propio yo. Un pastor -observa- puede ser un
«yo» frente a sus vacas, si viviendo siempre con ellas no tiene más que esas con
las que medirse. Un rey puede ser un yo de frente a los súbditos y se sentirá un
«yo» importante. El niño se percibe como un «yo» en relación con los padres,
un ciudadano ante el Estado... Pero será siempre un «yo» imperfecto, porque
falta la medida. «Qué realidad infinita adquiere en cambio mi “yo”, cuando
toma conciencia de existir ante Dios, convirtiéndose en un “yo” humano cuya
medida es Dios... ¡Qué acento infinito cae sobre el “yo” en el momento en que
obtiene como medida a Dios!»…”13.
La vida monástica puede ser vivida en los dos primeros estadios, pero
es posible dar el “salto al vacío” necesario para ser acogidos por y en la pureza
de corazón. Es el “Aún te falta una cosa. Vende todo lo que tienes…” del relato
del joven rico. “La viuda de Lc 21, ofreciendo todo lo que tenía para vivir, es la
respuesta más explícita de lo que significa una sola cosa”14.
La pureza de corazón es “el criterio” de discernimiento vocacional: “si
busca verdaderamente a Dios” (Cf. RB. 48, 7), es la base, en cuanto disposición, para el proceso de formación que la tiene como objetivo, y la piedra
de toque de la “conversio-conversatio morum”. Dice el jesuita Rupnik: “Para
quien no procede con la lógica del amor, renunciar a su propia voluntad significa meterse en un camino seguro de frustraciones, de neurosis y de auténtica
despersonalización”15.
El que tiene doble mentalidad olvida lo Eterno, o mejor dicho, al Eterno, por eso pierde el instante, el tiempo y la eternidad. El dolus, que se expresa
en el ocultar, la mentira y la murmuración, es lo que deshace, destruye al mona12
L. Castellani, De Kirkegor a Tomás de Aquino, Guadalupe, Buenos Aires, 1973, p
105.
13
R. Cantalamessa, op. cit.
14
M. I. Rupnik, Jesús en la mesa de Betania, La fe, el sepulcro, la amistad, Monte Carmelo, Burgos, 2008, p. 66.
15
M. I. Rupnik, De la experiencia a la sabiduría, p. 106.
20
chos.
III. Lo opuesto a “pureza de corazón” es entonces la “doble mentalidad”, la
cuestión tercera versa por tanto sobre las especies de doblez:
Kierkegaard dixit: “Hay una clase de doblez que, por su índole intensa
y activa de íntima coherencia, quiere en apariencia el Bien, pero se engaña
pues quiere cualquier otra cosa. Es decir, siempre que aspira al Bien con miras
a la recompensa, por miedo al castigo o como una forma de autoafirmación.
Hay todavía otra clase de doblez que se origina en la debilidad, la más común
entre los hombres, una versátil mentalidad que quiere el Bien con cierta sinceridad, pero únicamente lo quiere ‘de modo gradual’…”16.
Entonces tiene razón Ana María Fioravanti, estudiosa argentina de tu
pensamiento, cuando afirma: “Hay múltiples barreras del autoengaño para no
querer esa sola cosa: a) La variedad de objetivos sensuales y mundanos: placer,
honores, poder, riquezas; b) El deseo de recompensa en un acuerdo entre el Bien
y el mundo, que impide mantenerse ante lo eterno; c) El miedo no al mal sino
al castigo; d) El servicio egocéntrico del Bien: querer que el Bien triunfe por su
intermedio, para apuntar la victoria a su favor, como forma de autoafirmación;
y e) Querer el Bien únicamente en cierto grado”17.
Resumiendo más aún, dos serían las clases de doblez: a) querer en apariencia el Bien, quererlo por otra cosa (medio para…), y b) querer con cierta
sinceridad el Bien, pero de modo gradual (Si, pero…todavía no).
En los pliegues que genera esta doble mentalidad es donde los pensamientos apasionados (logismoi, demonios, pasiones) que “naturalmente” brotan, se esconden, anidan, habitan y dominan. La lucha fundamental del monachos es contra el dolus: “Estrellar inmediatamente contra Cristo los malos
pensamientos que vienen a su corazón, y manifestarlos al anciano espiritual”
(RB 4, 50).
IV. Vuelvo a insistir: ¿Qué hay que querer para ser puro de corazón?, y agregaría
una más, ya que la anterior hace referencia a la voluntad, ¿qué papel juega la
inteligencia en la pureza de corazón?
Kierkegaard dixit: “Si uno quisiera una sola cosa, en tal caso debe
querer el Bien, porque sólo de esta manera le será posible querer una sola
16
17
La pureza de corazón es querer una sola cosa, pp. 137-139.
http://www.sorenkierkegaard.com.ar
21
COLOQUIO XVI, N° 59, 2014
cosa. Si procede con sinceridad ha de querer el Bien de verdad. Ya se trate de
un hombre de acción o de un sufriente debe querer hacerlo todo por el Bien,
o quererlo sufrir todo por el Bien. Y, además ha de permanecer consagrado al
Bien. Sin embargo, puede abusarse de la inteligencia en la búsqueda de evasiones, o bien externamente cayendo en la decepción. El buen hombre, por el
contrario, usa la inteligencia para finalizar con las evasiones y, por ende, para
decirse y permanecer constante en la entrega. Asimismo, emplea la inteligencia
para prevenir las decepciones externas. Ha de querer sufrirlo todo por el Bien
y ser y permanecer consagrado al Bien”18.
Querer el Bien sería sinónimo de escuchar-obedecer la voluntad de
Dios, por eso es lo que posibilita y capacita para querer una sola cosa. Es la
obediencia filial que libera. Luego, si un hombre procede con sinceridad ha de
querer el Bien de verdad, es decir, hacerlo todo (hombre de acción) y sufrirlo
todo (hombre sufriente) por el Bien19, no por sí mismo o por otra cosa. La pureza de corazón permite amar como Dios ama. Querer el Bien es decir en la
angustia del huerto: “Padre que no se haga lo que (como) yo quiero, sino lo que
(como) tu quieres” (Cf. Mt 26, 39 y par).
Tu frase: “ser y permanecer consagrado al Bien” (que es una muy buena
definición de monje) es clave, porque es aquí es donde entra en juego la inteligencia: abusando de ella en búsqueda de evasiones (excusas o justificaciones)
para caer siempre en la presunción o la decepción, o usando de ella, siendo un
hombre (“estadio religioso”), un monje, para finalizar con las evasiones y decidirse a permanecer constante en la entrega, como Abraham, nuestro padre en
la fe. Fioravanti lo dice así: “El precio de querer esa sola cosa es: a) Estar dispuesto a sufrirlo todo; b) Ser leal, comprometerse y poner en evidencia las evasiones; c) Vivir como individuo, centrarse en sí mismo (porque ante lo eterno
ninguno es maestro y cada uno es alumno), significa dar cuenta de la fidelidad,
únicamente personal, a la verdad y al Bien”.
V. ¿Podrías sintetizar tu pensamiento sobre la pureza de corazón?
Kierkegaard dixit: “...la pureza de corazón radica en querer una sola
cosa. Esta es la tesis que ha motivado el discurso con que hemos comentado
las palabras apostólicas: ¡Acercaos a Dios y El se acercará a vosotros, limpiad
vuestras manos, vosotros pecadores, y purificad vuestros corazones, vosotros
18
19
22
La pureza de corazón es querer una sola cosa, p. 197.
Cf. Colación I, VII.
BREVE DIÁLOGO SOBRE LA PUREZA DE CORAZÓN CON
UN MONJE LUTERANO
los indecisos! Porque el entregarse al Bien es una total decisión anímica, y no
es factible por medio de la astucia y de la adulación de la lengua afirmarse en
Dios, en el supuesto de que el corazón esté lejos. No, puesto que Dios es espíritu
y verdad, sólo se puede permanecer cerca de El con sinceridad, por querer ser
santo, como El es santo por pureza de corazón”20.
La pureza de corazón que es “entregarse al Bien” y “afirmarse en Dios”,
confiando filialmente en Él, es “una total decisión anímica”, que “no es factible
por medio de la astucia y de la adulación de la lengua”. No hay pureza de corazón sin confianza, sin sinceridad, sin apertura de corazón, sin actitud filial, y por
tanto sin escucha, sin diálogo, sin paternidad espiritual.
A la exhortación de Santiago (Cf. St 4,8) que motiva y orienta tu discurso, hace eco la bienaventuranza del Evangelio: Benditos los puros de corazón
porque ven a Dios (Cf. Mt 5, 8), permanecen cerca de él, caminan humildemente en su presencia y quieren que él los haga santos. La pureza de corazón
restaura en el monje la imagen de Dios, lo hace semejante a Dios y lo configura
con Cristo, manso y puro de corazón.
VI. Paul Ricoeur, otro hermano hijo de la Reforma, ha dicho “el signo da que
pensar”, ¿podrías regalarnos, para concluir nuestro breve diálogo, un signo para
seguir pensando la “pureza de corazón”?
Kierkegaard dixit: “Pureza de corazón: se trata de una figura del lenguaje que compara al corazón con el mar, ¿por qué es así? Simplemente debido
a que la profundidad del mar determina su pureza, y su pureza determina su
transparencia. Puesto que el mar es puro únicamente cuando es profundo, y es
transparente si es puro, tan pronto como es impuro deja de ser profundo, y no es
otra cosa que agua en superficie, y así como hay agua tan sólo en superficie ya
no es transparente. Por el contrario cuando es puro en profundidad y transparencia, entonces resulta de una sola consistencia, no importa lo mucho que se le
observe; en tal caso su pureza constituye constancia en profundidad y transparencia. Desde este aspecto comparamos al mar con el corazón, pues la pureza
del mar consiste en la constancia y transparencia. No hay tormenta que pueda
conturbarlo; ninguna ráfaga de viento agita su superficie, ninguna espesa neblina puede extenderse sobre él; ninguna duda puede agitarlo; ninguna nube
oscura es capaz de oscurecerlo: antes bien, permanece calmo, transparente
en su profundidad. Si hoy pudieras contemplarlo, te sentirías transfigurado al
observar su pureza. Si lo estuviste contemplando todos los días, declararías
20
La pureza de corazón es querer una sola cosa, p. 197.
23
COLOQUIO XVI, N° 59, 2014
que siempre es puro... similar al hombre que quisiera una sola cosa. Así como
el mar, cuando está calmo y profundamente transparente, refleja lo celeste, lo
mismo pasa con el corazón puro, cuando esta en calma y profundamente transparente, anhela ansiosamente el Bien. Como el mar se hace puro sólo por su
impulso hacia arriba, así también el corazón se purifica al anhelar únicamente
el Bien. Así como el mar espejea la elevación de los cielos en sus profundidades
puras, así también el corazón, si está calmo y profundo en transparencia espejea la divina elevación del Bien en sus puras profundidades. Cuando ocurre
de esta manera entre el cielo y el mar, entre el corazón y el Bien entonces es
posible afirmar que existiría una limpia impaciencia para codiciar un elevado
reflejo. Porque si el mar es impuro resulta incapaz de proporcionar un puro
reflejo del cielo”21.
Gracias por tu generosidad, te pedimos un signo para pensar y nos regalaste una hermosa parábola, con su explicación, para nuestra meditación personal y comunitaria.
Nos encomendamos a tu oración “monástica” para que el Señor nos
conceda un corazón puro y una ardiente caridad para recibir el don del Reino
que vino, viene y vendrá; porque como bien afirma la especialista ya citada:
“Más que un tratado (La pureza de corazón es querer una sola cosa), es la oración de un penitente que en soledad y recogimiento interior ruega para que en su
corazón se cumpla el deseo de querer de verdad una sola cosa: el BIEN, única
eternidad en el tiempo que se aplica y resiste a todos los cambios”.
21
24
Idem., pp. 197-199.
EL TRABAJO Y LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA
SEGÚN EL PAPA FRANCISCO Y LA REGLA DE SAN BENITO
1. Introducción
Recientemente el Papa Francisco hizo comentarios sobre el gran problema mundial del trabajo, palabras que no dejaron de producir cierta conmoción en los estudiosos. Sustancialmente lo que más impacto produjo fue el decir
que “el trabajo dignifica al hombre”:
“Me gustaría regresar sobre una palabra que tú has dicho: dignidad.
No tener trabajo no es sólo no tener lo necesario para vivir: no. Podemos comer todos los días: vamos a Caritas, vamos a esta asociación, al club, vamos
allá y nos dan algo de comer. Pero es no es el problema. El problema es no
llevar el pan a casa: ¡esto es grave, y esto quita dignidad! Esto, no quita la
dignidad. Y el problema más grave no es el hambre, que es un problema. El
problema más grave es la dignidad. Por eso tenemos que trabajar y defender
nuestra dignidad, que la da el trabajo”1.
La revolución que produjo el Papa el decir esto es que se decía que es
el hombre quien da dignidad al trabajo, y ahora el lo invierte: es el trabajo quien
dignifica al hombre. ¿Pero el principio de la Doctrina Social de la Iglesia no
era que es el hombre quien dignifica el trabajo? Desde que el Papa León XIII
comenzó a tratar la cuestión social (1980) y dio nacimiento a la Doctrina Social
de la Iglesia, la afirmación constante fue que “el hombre dignifica el trabajo”, y
no al revés. En este sentido ningún trabajo es indigno cuando la persona que lo
hace, lo hace con dignidad. Sin embargo las palabras del Papa Francisco fueron
muy claras y se buscó explicarlas bajo distintas perspectivas filosóficas o teológicas.
Aquí solamente queremos recordar la perspectiva religiosa, la que hace
a la mayor parte de nuestra jornada en el monasterio y que es milenaria, bien
arraigada y que llevó a que los monjes encuentren en él una quintaesencia de su
vida, definida popularmente bajo el lema “ora et labora”.
2. El trabajo monástico en sus fuentes: los Apotegmas (s. IV-VI)
La forma de vida de los primeros padres monásticos en Egipto nos ha
llegado, en mayor parte, por los llamados Apotegmas. Estos son pequeños relatos de sus vidas y costumbres responden a un género literario sapiencial que
1
Discurso del Papa Francisco al mundo del trabajo en la Universidad de Campobasso. Ver en : http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2014/july/documents/papafrancesco_20140705_molise-mondo-del-lavoro.html
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COLOQUIO XVI, N° 59, 2014
incluye, entre otras cosas, mostrar más por imágenes que por conceptos.
En ellos es muy clara la convicción de que una dimensión esencial en la
vida del monje es trabajar. El primer apotegma del considerado primer monje,
abba Antonio, dice así:
El santo abba Antonio, mientras vivía en el desierto, cayó en la acedia y
se oscurecieron sus pensamientos. Dijo a Dios: “Señor, quiero salvar mi alma,
pero los pensamientos no me dejan. ¿Qué he de hacer en mi aflicción? ¿Cómo
me salvaré?”. Poco después, cuando se levantaba para irse, vio Antonio a un
hombre como él, trabajando sentado, que se levantaba de su trabajo para orar,
y sentábase de nuevo para trenzar una cuerda, y se alzaba para orar, y era un
ángel del Señor, enviado para corregir y consolar a Antonio. Y oyó al ángel que
le decía: “Haz esto y serás salvo”. Al oír estas palabras sintió mucha alegría y
fuerza, y obrando de esa manera se salvó.
Dejamos para más abajo la reflexión sobre este texto, sólo resaltamos la
aparición de la acedia (volverá a ser el tema de san Benito y el trabajo) y, también el rol fundamental del trabajo para “salvar” la crisis interior de Antonio.
Otro apotegma muy fuerte es sobre abba Arsenio. Él había sido tutor de
los hijos del emperador, y prefirió dejar su vida en la corte imperial para hacerse
monje en los duros desiertos egipcios:
Alguien dijo al bienaventurado Arsenio: “¿Cómo es que nosotros no
tenemos nada, con toda nuestra educación y sabiduría, mientras que estos campesinos y egipcios adquieren tantas virtudes?”. Le respondió abba Arsenio:
“Nosotros no sacamos nada de nuestra educación secular, pero estos campesinos y egipcios adquieren las virtudes por sus trabajos”. (Arsenio 43)
Con el paso de los siglos Doroteo de Gaza encontró la justificación
bíblica de ese fenómeno narrado en el apotegma y, en su gran Conferencia 2
sobre la humildad, comentando la expresión del salmo 24: Mira mis trabajos y
humillaciones, y perdona todos mis pecados, decía:
En el Libro de los Ancianos2 se cuenta que un hermano le preguntó a
un anciano: ¿Qué es la humildad? El anciano respondió: La humildad es una
obra grande y divina. El camino de la humildad son los trabajos corporales
realizados “con sabiduría”; el tenerse por inferior a todos, y orar a Dios sin
cesar. Ese es el camino de la humildad, pero la humildad misma es divina e
incomprensible... Pero, ¿por qué se dice que los trabajos corporales llevan al
alma a la humildad? ¿Cómo pueden los trabajos corporales ser virtud del alma?
2
Nombre que toma la compilación de apotegmas de los Padres del desierto y que pareciera fue hecha en Gaza en tiempos de Doroteo. REGNAULT L., Les Apophtegmes des Pères en
Palestine aux V-VI siècles, en Irén 54 (1981), 327.
26
EL TRABAJO Y LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA
SEGÚN EL PAPA FRANCISCO Y LA REGLA DE SAN BENITO
(Final de la Conferencia 2)
Es tan importante el valor que estos monjes le asignan al trabajo que se
nos dice que un anciano, no necesitando trabajar, deshacía durante la noche las
canastas que había hecho durante el día. Y en la mañana siguiente comenzaba
de cero su trabajo.
Y estos textos de estos primeros siglos monásticos podrían multiplicarse al infinito. Pero vale destacar uno más:
Unos monjes, de los llamados euquitas (en griego significa “orantes”),
fueron una vez donde abba Lucio, en el Ennatón, y el anciano les preguntó:
“¿Qué trabajo manual hacéis?”. Ellos respondieron: “Nosotros no hacemos
trabajo manual, sino que, como dice el Apóstol, oramos incesantemente” (cfr
1 Tes 5, 17). El anciano les dijo: “¿Acaso no coméis?”. Y respondieron: “Sí”.
Les preguntó: “Cuando coméis, ¿quién ora por vosotros?”. Y después les dijo:
“¿Acaso no dormís?”. Respondieron: “Sí”. Y les dijo el anciano: “Y mientras
dormís, ¿quién ora por vosotros?”. Y no encontraban qué responder a lo que
les decía. Él les dijo: “Perdonadme, pero vosotros no hacéis lo que decís. Yo
os enseñaré cómo oro, mientras trabajo incesantemente con las manos. Estoy
sentado con Dios, tejiendo mis pequeños ramos y haciendo esteras con ellos,
y mientras tanto digo: Perdóname, oh Dios, por tu gran misericordia, y por tu
gran piedad borra mi pecado”. Les dijo: ¿No es oración esto? Le respondieron: “Sí”. Él les dijo: Cuando he pasado todo el día trabajando manualmente y
orando, reúno más o menos dieciséis monedas. Doy dos de ellas en la portería,
y con las restantes, como; y el que toma las dos monedas ora por mí cuando yo
como o duermo. De este modo, por la gracia de Dios, se realiza en mí aquello
de orar incesantemente”.
Este texto resalta más el valor fundamental que le daban al trabajo, ya
que había dos grupos monásticos que lo rechazaban como indigno del monje y
del cristiano y del consagrado a Cristo: los euquitas (orantes, en griego), y los
mesalianos (orantes, en siríaco). Hay varios apotegmas que se burlan de ellos,
resaltando que el hombre no es puro espíritu. Estos monjes alegaban el llamado
del Apóstol a “orar si cesar”, tal como aparece en 1Tesalonicenses 5, 17. Sin
embargo se ve que no leían los textos enteros, ya que las dos epístolas a los
Tesalonicenses son las dos que más resaltan el valor de trabajo manual para el
cristiano como fruto de la Encarnación, junto con la oración, estableciendo la
máxima que dice: “el que no trabaja, que no coma” (2Tes 3,10-12; cfr.2Tes 3,8
27
COLOQUIO XVI, N° 59, 2014
y 1Tes 2,9; 4,113). En estos pasajes el Apóstol no sólo habla de trabajar “con las
manos”, sino que presenta su propio ejemplo de trabajar (fabricaba tiendas), a
pesar de su ardua tarea apostólica.
Sin embargo, para la reflexión teológica sobre el valor y sentido del
trabajo hay que esperar hasta el siglo VI, en que las tradiciones van decantando
más y, por las excusas, necesitan ser refrescadas desde sus raíces y fundamentos.
3. San Benito y el trabajo
Gracias a la brevedad del texto legislativo, san Benito abre las puertas
para que podamos comprender por dónde viene esta valoración del trabajo en la
vida humana y, también, porqué se puede decir que es el trabajo quien dignifica
al monje, y no el monje al trabajo.
Por un lado, tal como lo vimos en el texto de Doroteo citado, y que es
casi contemporáneo a san Benito, el trabajo ordena el mundo interior del monje,
librándolo de la ociosidad que, tal como decía la tradición de Evagrio Póntico,
es el vicio que mata el alma y, puede ser también, el cuerpo. Basta leer sus textos.
De hecho el capítulo de san Benito sobre el trabajo comienza así:
1
La ociosidad es enemiga del alma. Por eso los hermanos deben ocuparse en ciertos tiempos en el trabajo manual, y a ciertas horas en la lectura
espiritual. 2 Creemos, por lo tanto, que ambas ocupaciones pueden ordenarse
de la manera siguiente:
3
Desde Pascua hasta el catorce de septiembre, desde la mañana, al
salir de Prima, hasta aproximadamente la hora cuarta, trabajen en lo que sea
necesario. 4 Desde la hora cuarta hasta aproximadamente la hora de sexta,
3
Los pasajes enteros dicen así: 2Tes 3,8: ni comimos de balde el pan de nadie, sino que
día y noche con fatiga y cansancio trabajamos para no ser una carga a ninguno de vosotros;
2 Tes 3, 10-12: Además, cuando estábamos entre vosotros os mandábamos esto: Si alguno no
quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos
que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A ésos les mandamos
y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan; 1
Tes 2,9: Pues recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas. Trabajando día y noche, para no
ser gravosos a ninguno de vosotros, os proclamamos el Evangelio de Dios; 1 Tes 4,11: Pero os
exhortamos, hermanos, a que sigáis progresando más y más, y a esmeraros en vivir con tranquilidad, ocupándoos en vuestros asuntos, y trabajando con vuestras manos, como os lo tenemos
ordenado, a fin de que viváis dignamente (“honeste”, Vulgata) ante los de fuera, y no necesitéis
de nadie.
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EL TRABAJO Y LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA
SEGÚN EL PAPA FRANCISCO Y LA REGLA DE SAN BENITO
dedíquense a la lectura.
Aquí y en todo el capítulo 48 vemos esa armoniosa alternancia de trabajo, oración, lectura, como una síntesis de la jornada y vida del monje. Sin
embargo es en el capítulo sobre el mayordomo (o ecónomo, que administra los
bienes y todo lo que hace al trabajo de los monjes) en el que se hace más evidente el tema que nos interesa. Veamos algunos párrafos:
8
Mire por su alma, acordándose siempre de aquello del Apóstol: "Quien
bien administra, se procura un buen puesto" (1 Tm 3,13). 9 Cuide con toda solicitud de los enfermos, niños, huéspedes y pobres, sabiendo que, sin duda, de
todos éstos ha de dar cuenta en el día del juicio.
10
Mire todos los utensilios y bienes del monasterio como si fuesen vasos sagrados del altar. 11 No trate nada con negligencia. 12 No sea avaro ni pródigo, ni
dilapide los bienes del monasterio. Obre en todo con mesura y según el mandato del abad…
18
Dense las cosas que se han de dar, y pídanse las que se han de pedir, en las
horas que corresponde, 19 para que nadie se perturbe ni aflija en la casa de
Dios. (c. 31)
Tal vez el verdadero principio rector de este capítulo sea la expresión
final: el monasterio es “la casa de Dios”. San Benito no habla del oratorio (c.
52), de la Iglesia o la capilla de los monjes. Habla del monasterio, como podría
hablar de la casa de una familia cristiana: es casa de Dios. Y es aquí donde
se produce el cambio de perspectiva que hace que los religiosos reciban, bien
aplicado, el nombre de hombres de mirada litúrgica. No porque estén todo el
día rezando en el coro y en la Iglesia, eso lo hacían los euquitas y mesalianos ya
mencionados. El monasterio, las cas de una familia, desde la Encarnación del
Hijo de Dios, es “casa de Dios” y quien limpia una habitación o baldea la vereda
de la casa de Dios, se reviste de la dignidad de estar cuidando la casa de Dios.
No somos nosotros quienes le da jerarquía al trabajo, sino el trabajo de cuidar
“la casa de Dios” la que le da una dignidad que, en el Antiguo Testamento sólo
tenían los sacerdotes y levitas.
La otra frase clave de este texto dice: Mire todos los utensilios y bienes
del monasterio como si fuesen vasos sagrados del altar. Con esta expresión san
Benito está presentando todo el alcance que tiene para él el Misterio Pascual, celebrado en el altar. El altar y su sacralidad, como lugar del sacramento de Cristo,
no se agotan en sí mismo, sino que transfigura todas las realidades del convento
y de todas las casas consagradas a Dios. En primer lugar, el monasterio mismo,
29
COLOQUIO XVI, N° 59, 2014
que pasa a ser “casa de Dios”. Y de allí, todos los “utensilios” que puede haber
en una casa, son revestidos de una cualidad que los hace semejantes a los “vasos
sagrados” con los que se celebra el Misterio Eucarístico. Para san Benito pasan
a ser cuasi sacramentales, contienen una presencia Pascual. Así deben ver los
monjes y los miembros de una familia los bienes que están en la casa de Dios.
Y del ver las cosas bajo esta nueva luz de la Fe Pascual, brota una atención y un
cuidado por las cosas más pequeñas del monasterio (utensilios) que transforman
el obrar del monje y de todo aquel que trabaja con ese espíritu de Fe. El tener
que cuidar y limpiar cosas tan valiosas, las cosas de Dios, otorga una dignidad
al que las hace que lo va transformando en un cooperador de Dios. Esto era
una realidad en el Antiguo Testamento: lo candidatos jóvenes al sacerdocio del
Templo no podían tocar ciertos objetos hasta que cumpliesen 50 años, porque
todavía su interior no podía entender lo que tendría entre sus manos. Pero ahora,
por la Encarnación y por el Misterio Pascual todas las cosas se han revestido de
una sacralidad que santifica a quien cuidad de ellas. Se dice que el Santo Padre
está por sacar una Encíclica sobre la Ecología. Para nosotros la Ecología no es
simplemente cuidar cosas materiales porque son escasas, es cuidar la obra de
Dios, en las cuales quiso encarnarse y estar presente como en el trigo, en el vino,
en el agua, en el óleo, etc.
El obrar y el trabajo son realidades objetivas por las cuales es el hombre, no las cosas, el que debe conformarse a la naturaleza de las cosas. Su atención y demás disposiciones interiores brotan del saber qué tiene entre sus manos
para hacer. A partir de la Encarnación y Pascua de Cristo (“cuide los utensilios
como vasos sagrados del altar”), las realidades de este mundo, las materiales
incluidas (o, mejor dicho, en primer lugar) han quedado revestidas de una dignidad proporcionales a lo que significa el Misterio Pascual, tal como es cantado
en el Pregón de la Vigilia: Inefable misterio por el cual se unen lo humano con
lo divino. Particularmente en la Ascensión, la materia ha alcanzado su máxima
potencialidad: entrar en la presencia de lo divino y estar sentada a la derecha del
Padre. Es lo que celebra la Iglesia en cada liturgia (y ahora, junto con el coro de
los ángeles cantamos llenos de jubilo diciendo: Santo, Santo, Santo…)
A partir de la Ascensión de Cristo y la entrada del hombre en el seno
de lo divino, toda nuestra vida se desarrolla en su Presencia de Dios (san Pablo
dice: “Ya que habéis resucitado con Cristo… vuestra vida está escondida con
Cristo en Dios). Y de esta nueva realidad de su ser, de la cual san León Magno
(año 430) llamaba a tomar conciencia (reconoce, cristiano, tu dignidad), de este
nuevo marco de vida, la vida y conducta del hombre es transformada. Y como
el lugar en el que se reconoce máximamente esta nueva realidad es la liturgia,
30
EL TRABAJO Y LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA
SEGÚN EL PAPA FRANCISCO Y LA REGLA DE SAN BENITO
se ha dicho que la espiritualidad y la vida del monje y de todo cristiano, es una
espiritualidad litúrgica.
Se ha dicho que la espiritualidad litúrgica es saber llevar a todos los rincones de la vida aquello que se celebra en la liturgia. Sin embargo Jean Corbon,
uno de los redactores del Catecismo de la Iglesia Católica, hace una precisión
que es muy importante tener en cuenta para el tema que estamos tratando. Él
dice: la espiritualidad litúrgica no consiste en llevar la luz del Misterio Pascual a
todo aquello que no es celebración litúrgica (p. ej. el trabajo). La espiritualidad
litúrgica no es llevar la mirada Pascual allí donde NO está. La espiritualidad
litúrgica es saber descubrir en todas las cosas la presencia del Misterio Pascual y
reconocerlo en ellas, presente. No se trata de llevar algo a donde no está, sino de
reconocerlo que está en ellos. Eso es la Fe y la espiritualidad litúrgica. Cuando
se ha alcanzado a ver en cada cosa esa presencia Pascual, entonces se integrará
la vida del hombre, que tiende a quebrar y disociar lo que celebra con lo que
vive.
Bajo esta perspectiva, no es el hombre quien dignifica y lleva la dignidad al trabajo y sus instrumentos, gracias a su Fe e integridad de vida recibida
en el Bautismo. Desde la Encarnación y Resurrección todo cambió. Todo aquello que fue asumido por Cristo (incluso el trabajo) ahora es fuente de santidad
para quien lo asume y realiza. La Fe no agrega cosas a la realidad, sino que permite ver lo que en ellas hay. Y si bien el trabajo puede, en muchas cosas, parecer
todavía cargado por la maldición del Génesis (ganarás tu pan con el sudor de tu
frente), sin embargo ahora esa maldición, ese peso, esa carga, bajo la presencia
de la Cruz, queda revestida del Misterio Pascual, que siempre implicará la Cruz.
Esa es la mirada que tiene san Benito sobre toda la vida del monje y del cristiano, tal como se desarrolla en la Casa de Dios.
Y ahora podemos señalar la coherencia de aquellos monjes mesalianos,
que no aceptaban trabajar, como indigno para el monje y el cristiano. Ellos tampoco aceptaban los sacramentos. Ellos no podían concebir que la santidad de
Cristo estuviese presente en algo tan vil como la materia (pan, vino, óleo, agua,
trabajo). No. La santidad viene por un contacto directo, espiritual, del alma con
Dios. La dignidad del hombre sólo está en su espíritu y este debe tomar contacto
con la espiritualidad de Dios. Negaban la Encarnación. Arrio también. Y es en
esto en lo que el Papa Francisco ha insistido tanto como un rasgo de la espiritualidad moderna: se ha hecho gnóstica, es decir, una espiritualidad que no puede
concebir la presencia divina fuera del espíritu y del intelecto. Se trata más de
un contacto espiritual que sacramental. Y el sacramental, tal como lo enseñaba
el benedictino Odo Casel, es contacto sensible, material e inmediato que nos
santifica. Es así como actúan la Eucaristía, el Crisma, el Bautismo y los demás
31
COLOQUIO XVI, N° 59, 2014
sacramentos. Casel no se cansaba de repetir, también como defecto de los cristianos del siglo XX, que consideramos que los sacramentos actúan por evocación. Esto quiere decir que, en la comunión eucarística, por ejemplo, lo valioso
es nuestro recogimiento espiritual y nuestra elevación del corazón a Dios. Es
decir, el sacramento es un simple detonante de mi vida interior, espiritual. Y
ante esta concepción Casel repetía: los sacramentos actúan siempre y realmente,
en primer lugar, en nuestro cuerpo (pan, vino, óleo, agua), luego buscan que
nuestro interior se conforme a lo que se ha dado en nuestro exterior. Recién
después de que el agua y el Crisma han tocado al niño, la Trinidad comienza a
habitar en él. Los mesalianos, en coherencia con su concepción espiritual de la
Fe, rechazaban el Bautismo. La conquista de la vida divina es una tarea espiritual del hombre y que se consigue por la oración continua. Si el hombre logra
elevarse espiritualmente sin necesidad del pan, vino, óleo y agua sacramental,
¡es que ha alcanzado la verdadera madurez! Para qué seguir diciendo lo que
pensaban estos monjes del trabajo…en la que el hombre entra en contacto con
la materia y la actividad de la cual, paradojalmente, brotarán el pan, el vino, que
en cada Eucaristía se dice: Bendito seas Señor, Dios del Universo por este pan,
fruto de la tierra y del trabajo del hombre…
Así concibe san Benito la vida del hombre, del trabajo, que ya no sólo
dignifican a la persona, sino que, más todavía, la deifican.
Este fue uno de los grandes descubrimientos del siglo XX que permitió
salir de ese esquema puramente espiritual de la vida cristiana. Y todos recuerdan
a un Charles de Faucauld y su insistencia en la vida de Cristo en su familia de
Nazaret. Pareciera que tiene más importancia esa etapa de su vida que la predicación pública y su ministerio. Y es porque allí dejó los verdaderos ejemplos de
vida que nadie puede negar, mientras que en la predicación nos dejó enseñanzas. La vida y la familia de Nazaret.
4. El trabajo del hombre como sunergía humano divina.
El Hijo de Dios se hizo hombre y trabajó. Esta insistencia del siglo XX
sobre la vida de la Sagrada Familia en Nazaret, particularmente por parte del
monje Charles de Foucault, tuvo también su efecto sobre la revalorización del
trabajo humano. En Cristo el trabajo realiza la unidad humano-divina en lo que
los Padres de la Iglesia griega llamaban sunergía (trabajo en comunión). Otra
vez, la lógica humana reduce la presencia de Dios en el trabajo a la posibilidad que el hombre se acuerde interiormente de Él. Sin embargo, sea el hombre
consciente o no, en el trabajo están conjuntamente Dios y el hombre. No es el
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EL TRABAJO Y LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA
SEGÚN EL PAPA FRANCISCO Y LA REGLA DE SAN BENITO
hombre quien por su Fe mete la presencia de Dios donde no está. No. La Fe sólo
reconoce lo que está. De allí que un san Benito no dudase en llamar al canto de
la liturgia Opus Dei (Obra de Dios) Eso no quita que sea también obra del hombre. Desde la Pascua de Cristo toda la vida del cristiano es un obrar conjunto,
humano-divino, que nos puede parecer pobre cuando lo miramos bajo nuestros
ojos naturales, pero que adquieren toda su dimensión cuando se los vive en la
Fe. Obra de Dios y del hombre no es sólo la liturgia. Ahora la liturgia pasó a
ser modelo de toda obra que haga el hombre. Es por eso que muchas veces en
los gestos y forma de saludarse y comportarse los religiosos fuera del oratorio,
adquieren un carácter casi litúrgico. Una inclinación al cruzarse, un saludo de
bendición, una genuflexión, etc. etc. Para san Benito en toda obra, están los
dos, Dios y el hombre, pero como nuestra tendencia es a vernos sólo a nosotros
mismos, prefería poner por orden de jerarquía las cosas como realmente son,
no como nosotros las vemos: lo primero es la Obra de Dios, Opus Dei. Antes
de san Benito era más claro cómo ellos llamaban Opus Dei a toda la vida del
monje, del hombre. Por ejemplo en la Vida de san Martín de Tours. Pero quien
ayunaba era Martín, sin embargo ellos decían: está haciendo la obra de Dios, el
trabajo de Dios. Y de él vino su dignidad y su divinización.
5. Conclusión
¿Está equivocado o va contra la tradición que el Papa Francisco diga
que el trabajo y el llevar el pan a la mesa dignifica al hombre? No. En un mundo
transformado por el Misterio Pascual de Cristo, es el contacto por la Fe con las
cosas materiales, transfiguradas por su Presencia, la que poco a poco va llegando a los rincones interiores del hombre por medio de todo aquello que implica
el Misterio Pascual: la Cruz. La paciencia, la humillación, la fatiga, el sudor,
su debilidad para poder aguantar el peso, las debilidades, todas esas virtudes
heroicas del alma sólo llegan cuando primero el hombre ha sido tocado en su
cuerpo por el peso y el dolor de los trabajos diarios, de cualquier naturaleza que
sea. Esa es la dinámica de lo sacramental, inaugurada con la Resurrección de
Cristo. Pero sí, es verdad, el trabajo dignifica al hombre, al Hijo del Hombre,
que trabajó en Sábado, porque el Padre seguía trabajando (cfr. Jn 5, 17). El Padre nunca dejó de trabajar. Y por eso el hombre nunca dejará de realizar lo que
más dignidad puede darle: realizar la Obra (trabajo) de Dios.
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HACIA EL CENTENARIO X
COLOQUIO XVI, N° 59, 2014
Pedro Gómez, osb
La parroquia de San Benito
La inauguración de la Capilla del Santo Cristo y la mudanza de los
monjes a su asentamiento definitivo traían aparejados la posibilidad de que el
arzobispo pidiese que la flamante Capilla fuera convertida en parroquia. Esta
idea no era para nada improbable, teniendo en cuenta que no había templos en
la zona. Por esta razón el Abad de Silos, adelantándose al arzobispo, consulta la
opinión de los monjes.
El P. Nicolás, por entonces Superior de la comunidad, responde con una
extensa carta analizando los aspectos a favor y en contra, aunque en la balanza
primaban los favorables.
“No es incompatible con la vida y observancia regular de la comunidad. Conviene saber que dada la escasez de iglesias y clero parroquiales, toda comunidad con iglesia o capilla pública viene obligada moralmente al ministerio de
la predicación, confesionario y asistencia de enfermos. Si alguna pretendiera
eximirse sería reconvenida por la Curia. Nosotros no podríamos constituir una
excepción y de hecho hemos venido desempeñando aquellos ministerios desde
la ocupación de la Capilla de Olleros y lo que es más, hemos aspirado constantemente a ampliarlos todo lo posible. Por este concepto la aceptación de la
parroquia no constituiría nuevo gravamen…”1.
Así, en 1928 el arzobispo creó numerosas parroquias en la Arquidiócesis, y una de ellas fue la de San Benito, con sede en la Capilla del Santo Cristo.
El 1 de enero de 1929 tomó posesión de ella el P. Fermín de Melchor, por entonces prior del monasterio2.
1
2
34
Nicolás Rubín a Luciano Serrano. 26 de enero. 1926.
El P. Fermín de Melchor se desempeñó como Prior conventual desde 1927 hasta 1938.
HACIA EL CENTENARIO X
Los primeros límites de la parroquia San Benito.
35
COLOQUIO XVI, N° 59, 2014
La zona de San Benito tenía, por aquella época, calles pobladas entre
Cabildo y Luis María Campos, pero muy escasas en el bajo y todavía menos y
muy pobres frente al hipódromo. Además, desde la Redonda de Belgrano, que
era la iglesia matriz, hasta plaza Italia y aún hasta San Agustín sólo existían la
Iglesia de Guadalupe y la del Rosario, pero bastante alejadas. Era entonces, la
de San Benito, un área de servicio muy extenso y, sobre todo, muy distante del
templo. Por lo tanto, había que acortar las distancias y atender, en algún punto
estratégico, a los más necesitados. Por eso, fue menester tender un puente de
caridad entre ellos y la parroquia.
De este modo nació el Centro de Acción Parroquial, que fue el primer
punto de apostolado extramuros. Fue abierto, según palabras del P. Azcárate, en
un “cuchitril medio en ruinas de tres por tres metros y medio y al descampado”
en la calle Báez 585, por entonces sin adoquinar y sin aceras. Su objetivo era
el de brindar cultura religiosa popular y, a la vez, asistencia social, clases de
religión, bautismos, asistencia médica, y clases y cursos en general.
La casa de Arce 275
Esta obra, con el correr del tiempo se trasladó a Arce 275 y, finalmente
el 25 de septiembre de 1933, a Arévalo 2986, en casa propia, con dos puertas de
entrada y dos pisos, donde se impartían clases, lecciones, conferencias, cursos
de distinto tipo, todo esto acompañado de visitas domiciliarias a necesitados y
enfermos.
36
HACIA EL CENTENARIO X
La casa de Arévalo 2986
En este nuevo edificio, cambió su primitivo nombre de Acción Parroquial por el de Hogar Obrero San Benito, para no ser confundido con la naciente
Acción Católica. Esta nueva casa, que cumplió una inmensa labor de caridad,
fue otro regalo del P. Adolfo Tornquist, para entonces ya mucho más que benefactor de la comunidad, un verdadero amigo y hermano. Pero a esta se agregó
una nueva donación, la de la casa de Arce 322, propiedad de la Sra. Estela González de Frías. Así, unidos ambos in-muebles se formó un local mucho más amplio y cómodo. En 1937 el Hogar Obrero San Benito incorporó oficialmente un
Jardín de Infantes y una Escuela para adultos. Entre 1935 y 1940, se celebraban
allí mismo, dos misas los días domingo para que los fieles de ese barrio pudiesen cumplir con el precepto dominical, siendo el encargado de esta capellanía el
P. Pablo Gutiérrez.
Viendo la amplitud de la obra y la necesidad de una iglesia para esa
zona, el Sr. Cardenal creó en 1940, por expreso pedido del P. Fermín de Melchor, Prior y párroco de San Benito, la parroquia de Santa Adela, cuyo templo
de estilo neocolonial fue comenzado a construir en 1938 y terminado dos años
después. Sin embargo, el Hogar Obrero San Benito continuó dependiendo del
monasterio. La fundadora y alma de esta obra ha sido la Sra. Julia Benedit
de Suárez junto con el Dr. Pestalardo y Sra., pero en ella trabajaron también
durante veinte años, todas las ramas de la Acción Católica de San Benito. El
37
COLOQUIO XVI, N° 59, 2014
organizador general de toda esta estructura fue el P. Azcárate, quien redactó
sus estatutos. Por sus aulas pasaron miles de adultos de ambos sexos, quienes
además de la formación cultural y práctica para la vida, recibieron una sólida
formación religiosa, que fue el objetivo de esta institución.
El Card. Copello visita el Hogar San Benito
El primer Hogar Obrero San Benito, dio nacimiento al Hogar San Rafael, en la parroquia del mismo nombre en uno de los barrios extremos de la ciudad. Y luego se replicó también en otras parroquias lejanas con características y
servicios similares.
Por último, en 1940, se fundó el Hogar San Andrés dentro de los límites
de la misma parroquia de San Benito. Destinado a atender a los obreros de la
fábrica Etam y bajo la dirección de la Acción Católica de San Benito, fue su Presidenta desde el principio y con gran eficacia, la Sra. Margarita L. de Schang, y
como Directora escolar se desempeñó la Srta. Teresa Verón de Astrada.
38
HACIA EL CENTENARIO X
El Hogar San Andrés, en calle Olleros 2332
Al principio las clases tuvieron lugar en las instalaciones de la misma
fábrica, luego, en abril de 1941 se trasladó a una casa alquilada en Gorostiaga
2375, y a principios de 1942, se alquiló un amplio edificio en la calle Olleros
2332. Desde sus inicios la obra estuvo apoyada material y moralmente por el
dueño de la fábrica Etam, Sr. Ricardo Grelber, quien mantuvo una excelente relación con la comunidad. Después de 1948 el Hogar se sostuvo con donaciones.
Todas las maestras prestaban sus servicios ad honorem. Una vez incorporado a
la eneñanza oficial, la Sra. María Tizón consiguió con éxito que las docentes cobraran un sueldo del Estado. En su última etapa se destacaron las Srtas. Raquel
de Las Heras como Delegada e Isabel Rivero Videla como Directora. Contó
desde sus inicios con la dirección espiritual del P. Azcárate, a quien sucedió el
P. Florentino Fernández.
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Algunas de las alumnas del Hogar Etam-San Andrés
Pero el trabajo apostólico en los Hogares no fue todo. Apenas llevaba
dos años de existencia la parroquia, cuando a mediados de 1931, respondiendo
al llaMado del Papa Pío XI, se iniciaron los trabajos de preparación e instalación de la Acción Católica, bajo la dirección del P. Azcárate. El 12 de octubre de
1931 se instalaron los Centros de hombres y jóvenes. El 25 del mismo mes, se
inauguró el Círculo de Señoritas y el 11 de noviembre el de Señoras. Al mismo
tiempo quedó constituida la Junta Parroquial, cuyo primer Presidente fue el Sr.
Agustín Pestalardo, quien se desempeñaría como tal durante 25 años. Formaron
parte de dicha Junta los Presidentes de las cuatro ramas: Dr. Rafael Benedit
(Hombres), Francisco Ricci (Jóvenes), Amalia Estrada de Shaw (Señoras), María Ester Bernabó (Señoritas).
La Parroquia de San Benito tuvo el honor de ser la primera que en
Buenos Aires oficializó el cuadro completo de la Acción Católica. Para ello, el
Nuncio, Mons. Cortesi realizó una ceremonia con el ceremonial que el P. Azcárate, a pedido de las autoridades, elaboró para toda la Argentina. El Nuncio
fue asistido por los PP Caggiano y Fasolino, futuros Cardenal uno y Arzobispo
de Santa Fe el otro. Testigos fueron el Dr. Agustín Pestalardo, Presidente de la
Junta Parroquial y el P. Lorenzo Molinero, adjunto a la parroquia.
El Centro de Hombres de la A.C. de San Benito inició sus reuniones en
40
HACIA EL CENTENARIO X
1931 y dieron las primeras conferencias Mons. Figueroa y Mons. Caggiano. El
12 de octubre de 1932 se oficializaron los 12 primeros socios, siendo elegido
Presidente el Dr. Rafael Benedit, Secretario el Ing. Maciel y Tesorero el Ing.
Eliseo Carrillo. Tras el deceso del Dr. Benedit en 1934 fue elegido presidente
el Sr. Ernesto Dubourg a quien sucedió el Sr. Agustín Pestalardo hasta 1944.
Fueron también Presidentes los Sres. Fring, Maciel, Bordelois y Peralta.
En cuanto a las actividades del Centro, aparte de su formación religiosa
y cultural, desde el principio colaboró en obras parroquiales y de apostolado,
especialmente en el Hogar Obrero, donde el Dr. Pestalardo y otros socios dieron
conferencias y sostuvieron esa obra con gran eficacia, lo mismo que la Comisión de Caridad, el Consultorio Médico y demás obras sociales.
Del Centro de Hombres se desprendió la Asociación de Amigos de la
Parroquia con el Dr. Pestalardo como presidente y con una destacada actuación
del Ing. Rodolfo Santángelo. También del mismo Centro surgió la Conferencia
Vicentina de Varones, siendo su Presidente fundador el Ing. Maciel, y luego
durante 20 años el Dr. Guillermo Lafaille.
El Círculo de Señoras fue fundado también en 1931 y oficializado en
1932, su primera Presidenta fue la Sra. Amalia Estrada de Shaw contando con
21 socias. El Círculo llevó el peso principal de todas las actividades parroquiales. Su primera actuación fue en la Cruzada de Caridad organizada por el Episcopado Argentino. Realizaron el primer censo parroquial, organizaron el primer
grupo de manzaneras, ayudadas por las Celadoras del Apostolado. Así se pudo
tener un conocimiento exacto de las necesidades espirituales y materiales de la
parroquia. De esta Cruzada surgió en San Benito la Comisión de Caridad que
atendió durante muchos años a los pobres de la parroquia, bajo la Presidencia
de la Sra. Ana Z. de Poltera. De 1932 a 1934 fue Presidenta la Srta. María Elena
Torres. Fueron años de gran fecundidad en obras parroquiales: se fundaron los
Benjamines, la escuela benedictina de religión, el Taller litúrgico, las clases de
Canto gregoriano, los Cursos de economía doméstica, el Catecismo en las fábricas, y el Consultorio médico gratuito. De 1934 a 1935 fue Presidenta la Sra.
Filomena Yarussi de Santángelo. Entre los años 1935 y 1944 dirigió el Círculo
desarrollando una gran actividad la Sra. Julia Benedit de Suarez. Se fundaron
en este período las Amigas de la Parroquia, el Círculo de Empleadas de servicio
doméstico, el Comedor económico, la Asociación de Escritoras y Publicistas
Católicas, y el Hogar San Andrés. Desde 1944 hasta 1954 ejerció la Presidencia
la Sra. Angélica Podestá de La Valle. Durante este período, además de la continuidad de las obras mencionadas, se fundó la Liga de Madres de familia y el
Círculo participó activamente en la recolección de fondos para la construcción
de la Iglesia Abacial. Desde 1954 hasta 1964 se desempeñó como eficaz Presi41
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denta la Srta. Herminia Santángelo a quien sucedió la Sra. Hilda G. de Passalaqua quien había frecuentado la parroquia desde su niñez.
De las filas del Círculo de Señoras salieron notables figuras del Consejo Arquidiocesano y varias ingre-aron a la vida religiosa: Matilde Santángelo,
Zunilda R. de Cardoso, María Cristina Gómez Rodríguez y Ernestina Ricci.
El Centro de Jóvenes comenzó a funcionar de modo provisional en
1931 y fue oficializado el 12 de octubre de 1932, siendo reelegido Presidente
Francisco Ricci. En los primeros años recibieron cursos intensivos de Liturgia
y formación religiosa y llevaron adelante la revista “Emmanuel”. En 1933 comenzó a funcionar la sección Aspirantes. Como apostolado externo realizaron
conferencias callejeras y dieron conferencias en el Centro de Acción Parroquial
(luego Hogar San Benito). En 1934 fue reelegido el presidente, pero en 1935
pasó al Consejo Arquidiocesano, siendo elegido el Dr. Juan Carlos Frins, reelecto en 1938. En este período se fundó el Centro Estrada, para atraer a los jóvenes
del barrio. Como asesores del Centro se desempeñaron los PP. Andrés Azcárate,
Bruno Avila y Bonifacio Keiner, quien fundó para los aspirantes, el “Club San
Mauro” y la revista “Palestra”. En 1941 fue designado Presidente Gabriel Meoli
quien pasó al Consejo Superior y luego fue Presidente del mismo, siendo elegido para sucederlo Féliz Lafiandra. Fueron Presidentes Guillermo Carrillo, José
María Pestalardo, Enrique Casagne, Norberto Rodiño y Diego Ruiz Guiñazú.
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El Centro de Jóvenes
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El Centro tuvo una destacada actuación en el Congreso de la Juventud
de 1946. A partir de 1948 se dio gran trascendencia al apostolado en grupos de
uni-versitarios, empleados y secundarios con reuniones especializadas. Desde
sus inicios el centro se caracterizó por la sólida formación espiritual y cultural
de sus miembros, varios de los cuales pasaron a integrar el Consejo Arquidiocesano. Fueron sus asesores espirituales los PP. Benito López, Luis Cazalou, Raúl
Arrieta y Jorge Hall.
El Círculo de Señoritas se inició en 1931 bajo la advocación de Santa
Escolástica. Monseñor Fassolino les predicó un retiro preparatorio antes de ser
oficializadas en 1932. Su primera Presidenta fue la Srta. María Esther Bernabó, a quien sucedieron las Srtas. Olga Villa, María Cristina García Butell, Elsa
Biester, Alicia Lernourd, Marta Tello, María Herminia Santángelo, Marta Peña,
Celia Lernourd, Matilde Courreges, Nélida Villegas Basavilbaso, Nelly Antelo,
Nina Villar, Cristina Gorch, Alejandra García Morillo y Ana María Guiroy.
El Círculo colaboró eficazmente con el C. de Señoras en el Hogar del
Niño, en el Consultorio San Benito, en los Hogares obreros como maestras de
idiomas, taquigrafía y otras materias; en el catecismo al personal de servicio
doméstico. Realizaron las campañas de Navidad, del cumplimiento pascual y la
Misión de María. Como Manzaneras cumplieron la visita periódica a las familias de veinte manzanas de la parroquia. Cooperaron con gran dedicación en las
campañas para la construcción de la Iglesia abacial. Tuvieron a su cargo también la formación de las Niñas católicas y las Aspirantes de la A.C. Fueron sus
asesores los PP. Andrés Azcárate, Manuel Mahave, Pablo Gutiérrez, Lorenzo
Molinero, Raúl Arrieta y Gabino Mendía.
La Academia Benedictina de Maestras y Profesoras fue fundada por el
P. Azcárate antes de la existencia de la parroquia, el 27 de noviembre de 1926.
Fue formada a partir del Coro de Maestras Oblatas con el fin de perfeccionar la
formación espiritual de las socias y de otras maestras, y prepararlas para un mejor apostolado en las escuelas como maestras católicas. Su objetivo fue triple:
acción cultural, acción religioso-social y ayuda mutua. Organizaron Conferencias sobre temas variados, siempre en el ámbito de la cultura y la pedagogía.
En 1932 se adhirió a la A. C. parroquial. Fue la cuna del Sindicato de Maestras
Católicas y de la Confederación de Maestros Católicos y Profesores. Fueron
Presidentas: Amalia Hepper, Alicia Roverano, Agueda Chirieleison de Lapadula, Lucrecia Carman de Segré, Rosalinda Ronconi, Adela León Borda, Josefa
Tordesillas, Amalia Galileano y Laura Quinteros. Varias de sus socias abrazaron
la vida religiosa: Elena Santángelo, Clara de Toro y Gómez, Stina Sobral, Nélida Correa Avila, Ester Carvajal, Avelina Peydro, Elsa Martínez Echenique.
El Círculo Excelsior de estudiantes católicos derivó de la Academia
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Benedictina de Maestras y fue fundado por el P. Azcárate con miembros de la
Academia. Su objetivo primordial fue la formación católica de los estudiantes
secundarios. Inicialmente comenzaron a trabajar con las alumnas de la Escuela
Normal N°1 de Profesoras. Fueron sus Presidentas: Agueda Chirieleison, Josefina Acevedo Sojo, Marta Debussy, Delia Kuen, Mercedes Nicora y Amalia
Galileano.
Desde su fundación preparó a muchas estudiantes para la Comunión y
Confirmación y formó sólidamente a innumerables alumnas. Se dividieron en
grupos por barrios con reuniones semanales. Estuvieron muy unidas a las actividades de la parroquia y contribuyeron generosamente en la edificación de la
Iglesia abacial. Fueron las fundadoras de la Misa de la Estudiante e iniciaron el
Movimiento Estudiantil Católico. Con el tiempo el Círculo modificó su orientación organizando cursos especializados de gran interés. Las presidentas en esta
segunda etapa fueron: Marta Domínguez y Luisa Martino.
La Comisión de Caridad se estableció en la parroquia en el año 1932
bajo la dirección de la A.C. respondiendo a un llamado apremiante del Papa Pío
XI. Había por entonces mucha pobreza en el Barrio Bajo de la parroquia y para
ayudarlos en forma permanente se formó esta Comisión que presidió desde sus
inicios la Sra. Ana Z. de Poltera. Se dedicó a combatir los diversos frentes de
pobreza: pagó alquileres, distribuyó ropas y víveres, asistió enfermos, costeó
entierros. Esta obra benéfica cesó al crearse la Fraterna Ayuda Cristiana, de
carácter universal, cuyo primer Director en la Parroquia fue el Ing. Claudio
Columba.
El 11 de noviembre de 1933 se fundó la Sociedad de Amigos de la Parroquia, cuya primera comisión estuvo conformada por el Dr. Pestalardo, Valentín Poltera, Lorenzo Bernabó y los Dres. Lozano y Cipriano Sires. El objetivo
de esta institución fue el de promover el acercamiento espiritual y social de los
miembros de la parroquia e interesarlos en las obras y actividades parroquiales,
prestándoles apoyo moral y material. Para profundizar el vínculo moral con la
comunidad benedictina, se celebraba un almuerzo de camaradería en los jardines del monasterio, dos veces al año. Inolvidables resultaron los discursos que
solía pronunciar al final de los mismos, el Ing. Santángelo. Con la cuota de los
socios se sostuvieron las obras parroquiales.
Los Niños de la Acción Católica estuvieron atendidos por el Círculo
de Señoras que nombró una Delegada como responsable. A partir de 1934 se
siguió el programa oficial de la A.C. Con anterioridad a esta fecha, los niños
eran formados en la Escuela Benedictina que les daba una formación integral.
La primera Delegada fue la Srta. Elena Torres y la sucedieron Zunilda R. de
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Cardoso, María Ester Bernabó de Calatroni, María Teresa Spain Garat, Haydée
Courreges, Beatriz L. de Cohen e Irene de Pestalardo.
Otra de las obras de apostolado religioso y social más importantes de la
parroquia, dirigida por el Círculo de Señoras de la A.C. fue la creación en 1934
del Consultorio Médico gratuito, que funcionó durante veinte años, atendido
por un cuerpo de médicos católicos que prestaban sus servicios generosamente
con la ayuda de un grupo de enfermeras.
La farmacia del centro médico gratuito
La farmacia suministraba a los enfermos –gratuitamente- los medicamentos donados por los médicos y diversas instituciones. La primera comisión
estuvo formada por el Dr. Ernesto Dubourg, Presidente; las Srtas. Magdalena
Bernard y Olga Villa, Vices; María Elena Torres, Secretaria; María Elena C.W.
de Dubourg, Tesorera; Dr. Calatroni, Director; Estela Rufino Zaldarriaga, Jefa
de enfermeras; Luisa Paris, Delegada.
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Sala de radiografías
Una de las primeras preocupaciones de la A.C. de San Benito fue la
atención del personal de Servicio doméstico que entonces era muy abundante en
la zona. Con ese fin, el P. Azcárate confió al Círculo de Señoras la atención de
la Asociación de Martas, que años más tarde el Consejo arquidiocesano adoptó
como modelo para las parroquias. Recibieron una formación esmerada, se les
predicaba dos retiros anuales y tenían una peregrinación anual a Luján. Constituyó un grupo muy numeroso de gran éxito. Celebraban el día de su Santa
patrona, poseían estandarte e imagen procesional. Fueron encargadas de esta
asociación las Srtas. Olga Villa, Ernestina Ricci, Gurruma Gómez, Herminia
Santángelo, la Sra. Pérez del Cerro, Nelly Villegas Basabilvaso y la Sra. de
Beluscio.
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HACIA EL CENTENARIO X
La Asociación de Martas
El Taller Litúrgico fue ideado y dirigido por las Oblatas. Fue de una
gran utilidad, se ocuparon durante años de confeccionar ornamentos nuevos
y arreglar los antiguos, contribuyendo de ese modo a realzar el culto divino y
dotando de ornamentos dignos a iglesias pobres.
También merece mencionarse de modo específico a los Coros gregorianos formados inicialmente por el P. Nicolás Rubín con los Oblatos. En los
primeros años de la A.C. se daban clases de liturgia y canto a las cuatro ramas.
Ayudó en este tarea al P. Nicolás, el P. Clemente Martínez. Luego se formó el
Coro de Señoritas dirigido por Matilde Santángelo y María Elena Lagos, supervisado por los PP. Nicolás Rubín, Gabino Mendía y Bernardo García. El Coro
del Hogar Obrero San Benito fue formado por la Sra. Julia B. de Suárez y cantaba en la Capilla del Santo Cristo hasta la formación de la parroquia de Santa
Adela.
Una actividad extraparroquial digna de ser mencionada es la de los Seminarios Catequísticos Arquidiocesanos, cuya finalidad era formar catequistas
diplomados, y que llegaron al número de veinte, diseminados por toda la ciudad.
Fueron más de cien los sacerdotes que dictaron clases en distintas asignaturas.
El Arzobispo, Mons. Copello, nombró Director General al P. Andrés Azcárate.
Continuará…
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ISSN 0329-7292
Ediciones
San Benito
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