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Colegio Salesiano Sagrado Corazón de Jesús
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CHUSCO, UN PERRO CALLEJERO
En aquel oscuro callejón Chusco apenas podía ver quién se acercaba,
en parte porque no había ninguna farola y en parte porque sus ojos
cansados apenas distinguían las sombras.
Chusco había sido, en su juventud, uno de los perros callejeros más
famosos del barrio, y sus aventuras las conocían todos los animales, pues a
él le gustaba contarlas una y otra vez por la noche junto al fuego.
Aquella noche de invierno sentía que la vida se le acababa, su cuerpo
temblaba de frío y su estómago rugía de hambre, ya no tenía fuerzas ni para
buscar algo de comida entre la basura y sólo pensaba en dormir…, pero el
frío no le dejaba.
Chusco tenía muchos amigos porque siempre estaba dispuesto a
echar una mano a quien lo necesitara, incluso a quedarse él sin comida,
como aquel día en que la perra Rosquita dio a luz cinco hermosos
cachorros. Él buscó comida para ella una y otra vez y, cuando llegó la
noche, se dio cuenta de que no se había llevado un solo bocado a su
estómago, le parecía que Rosquita, en aquel momento, necesitaba
la
comida más que él.
Ahora le llegaban muchos recuerdos de su juventud y se sentía muy
orgulloso de la vida que había llevado, aunque nunca dijo a nadie que su
mayor ilusión era ser el perro de algún niño; los veía pasar de la mano de
su madre y le sonreían.
¡Cómo hubiera deseado vivir en una casa, tener alguien a quien esperar en
la puerta, alguien que le quisiera y le cuidara…!
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Pero él era un perro callejero muy mayor, y ya no podía seguir
manteniendo ese sueño.
- Chusco, vengo a verte.
El que hablaba era otro perro del callejón, un gran amigo, que ningún
día dejaba de visitarle. Tenía una mancha negra en un ojo y por eso le
llamaban Pirata.
- ¿Qué tal te va, Pirata? Casi no te veo, estos ojos míos ya se están
apagando.
- No te preocupes, Chusco, entre todos te cuidaremos. Por cierto, ¿has
comido algo?
- No he tenido fuerzas para salir a buscar comida – le dijo Chusco.
- Bueno, pues me voy a buscar algo, tú quédate aquí tranquilo y no te
muevas.
Pirata salió corriendo y fue a buscar comida en la basura de un
restaurante muy famoso que había dos calles más abajo.
-¿ Dónde vas tan deprisa? –le preguntó el gato Michino.
-Voy a buscar algo de comida para Chusco, el pobre está ya muy viejo y
casi no se puede mover. Creo que está enfermo porque temblaba de frío.
-Pobre Chusco, voy a ayudarle, le llevaré algo para que no pase mucho frío.
Los dos amigos se despidieron sabiendo que volverían a encontrarse
en el callejón.
Michino salió corriendo hacia un gran contenedor de basura donde la
tienda de telas del barrio tiraba los restos que le sobraban. Él había
encontrado allí trozos de tela con los que se había fabricado una buena
manta, así que se fue con la esperanza de encontrar algo que le sirviera para
dar un poco de calor a Chusco.
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-¿Dónde vas tan deprisa? –le preguntó el ratón Chitón.
- Voy a buscar algún trozo de tela para el pobre Chusco, está enfermo y
tiene mucho frío.
Chitón se marchó rápidamente hacía la casa donde vivía. Tenía que
hacer algo por Chusco, él le había ayudado en muchas ocasiones y era un
buen amigo.
Menuda sorpresa se llevo Michino cuando vio salir a la dueña de la
tienda con un montón de telas. Esperó a que las echara en el contenedor y
luego saltó encima para coger algunas.
No sabía que le estaban mirando desde el otro lado del cristal de la
tienda. La dueña se quedó muy sorprendida al ver al gato llevándose
algunas telas y decidió seguirle.
Mientras, no muy lejos de allí, Pirata se acercó al cubo de basura del
famoso restaurante y cogió algo de comida. El dueño del restaurante le
observó con atención y sintió mucha curiosidad al ver que el perro no se
comía la comida que había cogido sino que se la llevaba en la boca. Y
decidió seguirle.
Cuando Chitón llegó a su casa contempló un hermoso trozo de queso
que había en la cocina y sin pensarlo dos veces, y arriesgando su vida, lo
cogió y salió corriendo, mientras la dueña de la casa le perseguía con una
escoba por el pasillo.
Pero ella se quedó muy extrañada al ver que el ratón no se comía su
queso sino que se marchaba con él, y decidió seguirle.
El gato Michino fue el primero en llegar al callejón y dijo:
-Chusco, te he traído unos trozos de tela para que te tapes bien y no cojas
frío.
-Gracias, amigo, eres muy bueno conmigo. ¿Cómo podré devolverte el
favor?
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-Calla, Chusco, soy tu amigo, no me debes nada; al contrario, yo estoy
encantado de ayudarte. Otras veces tú me has ayudado a mí.
Después llegó el perro Pirata.
-Chusco, he conseguido algo de comida para ti. Tienes que comer para
ponerte fuerte.
-Gracias, amigo, eres muy bueno; comeré lo que me has traído a ver si me
encuentro un poco mejor.
Al rato llegó el ratón Chitón y le dijo:
-Hola, Chusco, te he traído un trozo de queso. Por poco me mata de un
escobazo tu dueña, pero he conseguido esquivarla.
-Gracias, amigo, no tenías que haberte arriesgado tanto por mí.
Los tres amigos contemplaban a Chusco mientras comía con rapidez
lo que le habían llevado. Cuando acabó de comer, se tumbó en una esquina
del oscuro callejón y Michino le tapò con las telas.
Ninguno de los tres sabían que en ese momento varios ojos les
estaban observando: el dueño del restaurante, la dueña de la tienda de telas
y la dueña de la casa donde vivía el ratón Chitón.
Los tres se miraron emocionados al comprender lo que pasaba. Se
acercaron a Chusco y le preguntaron:
-¿Cómo te llamas?
Pirata, Michino y Chitón se asustaron y se escondieron detrás de
unas cajas, pensando que aquellas personas estarían enfadadas, pero ellos
les dijeron:
-Tranquilos, no tengáis miedo, hemos visto cómo ayudáis a vuestro amigo
y nos parece algo estupendo.
-Me llamo Chusco- contestó el perro-, y estos son mis amigos Pirata,
Michino y Chitón. Gracias a ellos hoy he comido y ya no tengo tanto frío.
-Bueno, Chusco- le dijeron-, queremos ayudar nosotros también. ¿Qué
necesitas?
Chusco, emocionado, les dijo:
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-Sólo quiero una casa donde vivir, alguien a quien esperar, alguien que me
quiera y que me cuide, pero como soy muy mayor apenas sirvo para vigilar
una casa, aunque puedo ladrar si viene algún extraño.
-Entre todos cuidaremos de ti, no te preocupes- le dijeron.
-Puedes venir a buscar la comida que sobra a mi restaurante- le dijo el
dueño del restaurante-, y también tus amigos, por supuesto.
-Yo puedo hacerte una manta con retales de mi tienda para que no pases
más frío –le dijo la dueña de la tienda de telas.
La señora de la casa donde vivía Chitón le dijo:
-Yo puedo llevarte a vivir conmigo, vivo sola y así nos haremos compañía
el uno al otro. Bueno… sola, sola no, porque tu amigo el ratón Chitón vive
en mi jardín.
A partir de ese día Chusco consiguió cumplir su mayor deseo, y está
muy contento porque tiene cerca de todos sus amigos: el ratón Chitón, el
perro Pirata y el gato Michino, a los que cuenta las aventuras que pasó en
su juventud.