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LA TORMENTA DE ARENA
Stanislav Mykych, alumno de 4º ESO del Colegio Sta. Mª Magdalena, ganó el concurso de
cuentos solidarios de la ONG EDUCAS, titulado "La tormenta de arena".
"LA TORMENTA DE ARENA" de Stanislav Mykych
Había una vez un niño, de unos seis o siete años, que vivía con sus abuelos en un pequeño
pueblo olvidado por la humanidad y omitido por los mapas. El niño, que se llamaba Aarón,
amaba con alma y corazón el colegio, a pesar de que tenía que recorrer diez kilómetros (ida y
vuelta) diariamente. Aarón no solía ver a sus abuelos, pues estos trabajaban desde la salida
hasta la puesta del sol para poder subsistir. Pasaban los días, arrastrando con ellos semanas,
meses, años. Todo seguía igual. Sin embargo, aquel día fue diferente.
Amaneció nublado. El tiempo parecía estar parado, expectante. El sol no regaba la tierra con
su cálida y tierna sonrisa, la tierra estaba fría y muerta. Todo parecía desierto, abandonado,
polvoriento y despoblado. Se acercaba la tormenta. Una árida tormenta de arena. A pesar de
esto, Aarón asistió a sus clases, pero un presentimiento oscuro y turbador, hizo que el tiempo
pasara para Aarón con una lentitud que desobedece toda ley científica. Tan grande y pesada
se le hizo la espera que decidió volver a casa tan solo después de dos horas de clase. Corrió
con todas sus fuerzas, sin notar el frío, la arena y las piedras que arañaban de vez en cuando
sus pies desnudos.
Al llegar a casa, un robusto golpe sacudió su joven corazón. Los cuerpos, inertes y sin vida
de sus abuelos, yacían en la entrada de su casa. La locura se apoderó de su alma y echó a
correr, donde los pies le llevaran, con la intención de escapar de esta fría pesadilla que parecía
no tener fin.
Anochecía, y Aarón, perdido, hambriento y muerto de frío, intentó encontrar un refugio en el
que pasar la noche. Sin embargo, nadie quiso acogerle en su hogar. Finalmente, rendido y
agotado, cerró los ojos.
Se despertó en una cama de anchas proporciones, en un lugar cálido y alegre. Se puso de
pie de un salto, y con el corazón en un puño, intentó encontrar la salida. Había escuchado
hablar de grupos de pistoleros que se dedicaban a secuestrar niños de su edad, pero aquel
lugar poco tenía que ver con las descripciones que le habían proporcionado. Cuando por fin
encontró algo parecido a una puerta, una mujer hermosa se interpuso entre ella y Aarón.
-¿Quién eres tú? – preguntó Aarón sobresaltado.
-Eso no importa. Lo importante es que estás vivo. – contestó tajante ella.
-¿Por qué me has salvado? ¿Qué quieres de mí? – Aarón no podía evitar formular estas
preguntas, pues aún se sentía en peligro.
-Soy una pobre trabajadora. – sonrió ella.
-No creo que seas precisamente pobre. – susurró Aarón mientras examinaba con la mirada la
casa, ahora prestando más atención a los detalles. Había abundante comida, herramientas, y
varios adornos de oro.
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LA TORMENTA DE ARENA
-¿Cómo te llamas? – preguntó Aarón después de un tenso silencio.
-Algún día te lo diré, pero no ahora. – volvió a hablar de la misma manera tajante y autoritaria
como ya hizo antes.
-Bueno, como quieras, de todas formas, no pienso quedarme. – afirmó Aarón mientras se
vestía con las nuevas ropas que la desconocida le había proporcionado.
-¿Ah no? ¿Y qué piensas hacer? – preguntó ella.
-Aún no lo sé. Sólo quiero alejarme de aquí. Puedo valerme por mí mismo. – aseguró Aarón.
-Está bien, pero el día que necesites mi ayuda, estaré encantada de proporcionártela. – dijo
ella. Acto seguido, se dio media vuelta y se marchó a la cocina. Aarón que no se lo esperaba,
cabizbajo, abandonó la casa.
Pasaron cinco años. Aarón ya había cumplido los quince y trabajaba en una posada, empleo
que le permitía enterarse de todo lo que ocurría en el pueblo. Se dio cuenta de que todos
hablaban de una hermosa mujer, desconocida por todos, que alimentaba a los hambrientos,
sanaba a los heridos y ayudaba a los pobres sin pedir nada a cambio. Siempre estaba ahí. El
interés de Aarón crecía por momentos. Entonces, empezó a recordar aquella noche en la que
fue acogido por una hermosa mujer que le salvó la vida. Sin pensárselo dos veces, partió de
inmediato hacia donde creía recordar que estaba la casa de la hermosa desconocida.
Después de cabalgar durante cuatro horas, finalmente llegó a su destino. Allí estaba la casa,
tal y como la recordaba. Emocionado, se acercó corriendo a la puerta y tocó, mas no hubo
respuesta alguna. Estaba anocheciendo y ya no podía volver, así que decidió quedarse a
dormir allí mismo, y justo cuando iba a cerrar los ojos, se abrió la puerta y reconoció la
hermosa cara de la desconocida, que le invitó a pasar con una gran sonrisa dibujada en su
rostro.
-Veo que has vuelto – dijo ella.
-Así es. He escuchado rumores, historias y cuentos, y todos me conducen hacia ti. Todos
hablan de una preciosa muchacha que alimenta a los hambrientos, sana a los heridos y ayuda
a los pobres. Una hermosa desconocida que siempre está ahí. – pronunció con gran lentitud
Aarón.
Siguió un profundo silencio, y, Aarón, que no podía aguantar más, formuló la tan deseada
pregunta.
-¿Cómo te llamas?
-¿Yo? Yo me llamo Solidaridad.
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