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Desgrabación de la homilía de monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo
de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral
Social, en ocasión de la misa grabada para televisión el 17 de junio de
2013 ante la proximidad del 26 de junio, Día Internacional de la Lucha
contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas.
En el salmo rezábamos cantando “Señor, mi Dios, te busco desde la
aurora, mi alma tiene sed de ti”. Esa búsqueda de Dios que el poeta
inspirado por Dios vinculaba con la sed, como aquella necesidad profunda
del corazón humano, tan honda que sólo el agua de Dios puede saciar. Tan
profunda y tan honda que es la búsqueda de lo pleno, de lo absoluto, de lo
total. Una sed que no se apaga con cualquier bebida. Una sed que no se
calma de cualquier manera. Una sed que es puesta en ese salmo
búsqueda casi animal, desesperante, con esta imagen de la sierva que va
buscando y buscando permanentemente un lugar donde poder saciar la
sed.
Y esta imagen de la sed y la búsqueda fue también utilizada por el Papa
Benedicto cuando él nos convoca al Año de la Fe y el año pasado en
octubre cuando los obispos reunidos en el Sínodo acerca de la Nueva
Evangelización también en el mensaje final hacen referencia a esta
imagen. Y nos proponen en ese mensaje final algo que tiene que ver con
estas lecturas y la celebración que estamos compartiendo.
En aquel mensaje nos decían que en el desierto, con la sed, hay dos
riesgos fundamentales: uno el agua contaminada y el otro riesgo, el
espejismo.
El agua contaminada porque calma momentáneamente pero termina
destruyendo la vida. Un agua que aparentemente es bienvenida y sin
embargo no termina ni de calmar la sed ni hacer bien a la salud. En estas
aguas contaminadas podemos ver las distintas ofertas que tenemos hoy
para saciar la sed pero que no son ofertas de Dios. Los distintos modos
con que a veces se nos presenta a través de una sociedad consumista,
individualista, hedonista, una especie como de camino para la felicidad
pero que en realidad no conducen más que a la soledad y el abandono. Un
riesgo para esta sed profunda también hoy es el agua contaminada.
El otro riesgo es el espejismo: pensar que está ahí nomás algo que apenas
está dibujado y que a veces en el desierto hace que quienes tengan esta
experiencia gasten casi sus últimas fuerzas llegando con desesperación
para encontrarse que en ese lugar no hay más que arena como lo había
también en el lugar de partida. El espejismo nos presenta como una
especie de falsa ilusión acerca de la felicidad y acerca de aquello que
queremos alcanzar.
En esta celebración, decíamos al comienzo de la misa, queremos unirnos
en esta jornada internacional de lucha contra el narcotráfico y el consumo
de drogas. ¿Y cómo podemos entender con estas dos imágenes de
espejismo y agua contaminada lo que estas producen y provocan en el
corazón de aquellos que —a veces desprevenidos, y otras veces en
búsquedas desesperantes— piensan encontrar en una sustancia lo que
sólo el amor puede brindar? O que sólo los amigos, sólo la familia, sólo la
fe, sólo Dios, sólo el amor de Jesús. Es ese amor que se hace fuente que
quiere derramarse para poder clamar de verdad la sed más profunda de
nuestro interior.
Por eso Jesús cuando pregunta a los discípulos “qué dice la gente acerca
de mí”, lo que escuchábamos en el Evangelio, comprueba cómo muchos
dicen de él cosas buenas pero que no acaban de acertar en aquella misión
fundamental que Él viene a traer. Ni siquiera los apóstoles, porque en este
pasaje cuando Pedro le dice “sos el mesías, el enviado de Dios”, Él en
realidad estaba pensando en los mesías como se los esperaba en aquel
momento, como un mesías guerrero, que viene para dominar, para
conquistar, y no es ése el modo en el que Jesús quiere presentarse.
Jesús quiere presentarse como el humilde servidor que viene a cargar con
su cruz y con nuestras cruces. Que viene a asumir el sufrimiento y el dolor
de toda la humanidad. Que nos invita a caminar con Él asumiendo la
verdad de nuestra vida, las cosas que nos salen bien y las cosas que nos
salen mal. El amor de Dios no es un premio a la buena conducta. El amor
de Dios es incondicional. Dios nos ama y nos ama siempre. Y nos ama de
verdad.
Ése es nuestro fundamento para la esperanza cristiana. San Pablo lo decía:
“La esperanza no quedará defraudada porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha
sido dado”.
Confiando en esta esperanza, entonces, confiando en el amor que Dios
nos tiene recemos por tantos hermanos nuestros que buscado en la
droga, en el alcohol, en el juego, esperanzas fallidas. Recemos por la
conversión, como nos pedía el Papa Francisco hace un tiempito, por la
conversión de los mafiosos, por la conversión del corazón de los que
lucran y negocian con la vida humana. Recemos por aquellos que sufren,
por las familias, y recemos también por quienes se dedican a su servicio,
para que sean fortalecidos en sus buenos anhelos y deseos de encarnar el
rostro de Jesús, buen pastor misericordioso, que viene a calmar la sed más
profunda de nuestro corazón.
Que así sea.
Capilla del Santísimo Sacramento
de la Catedral Primada de Buenos Aires
ARGENTINA