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EDITORIAL
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“SAL Y MIRA LAS ESTRELLAS”
Hace unos días leía una fábula de M. Robazza en MondoVoc, 2
(04) 18-19 al que citaba A. Cencini. En ella el conocido psicopedagogo compara la misma al episodio de Abraham relatado en
Génesis 15. Uno y otro nos invitan a mirar más allá del corto alcance
de nuestro horizonte natural. Es Yahvéh-Dios quien invita a Abraham
ya anciano y desconfiado, a alzar la mirada: “Mira al cielo y cuenta,
si puedes, las estrellas... Así será tu descendencia” (Gn 15, 6).
No me resisto a poner completa la fábula que nos puede adentrar
en alguna visión importante sobre nuestro momento de Iglesia.
“Un hormiguero al pie de un viejo abeto. Millones de hormigas
negras corren sin parar, perfectamente organizadas. Sección
transporte de hojas de abeto; sección de busca de semillas, insectos y
larvas; sección de cría y cuidado de los pequeños, comisión de defensa
contra los asaltos... Un día la hormiga n° 49.783.511 se detuvo.
Jadeando se apoyó en el largo trozo de madera que estaba
transportando y alzó la vista. Se quedó embelesada... habituada a
esquivar los hierbajos, los guijarros, pequeños animalitos, ahora sus
ojos se perdían en el inmenso azul del cielo, el corazón se le rompía de
emoción mirando el gran tronco, las ramas ordenadas, el verde
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brillante. “Nº 49.783.511 –gritó el jefe de sección– los otros trabajan y
tú holgazaneas. Como castigo trabajarás un cuarto de hora
suplementario”. Por la tarde, la hormiga n° 49.783.511 cumplió su
castigo. Luego, mientras todos se dirigían en fila a sus agujeros, se
quedó fuera y miró las estrellas. ¡Maravilloso! Toda la noche tuvo los
ojos llenos de luz. Desde entonces los turnos de trabajo suplementario
iban en aumento, pero a ella no le preocupaba. Al contrario decía a
todos: “Alzad los ojos. Hay algo grande sobre nosotras, no podemos
llevar únicamente larvas y semillas. ¡Ni siquiera una vez habéis mirado
los abetos!”. Las otras por toda respuesta, le decían: “Tú sigue
mirando, pero ¿cómo podremos tener reservas de comida? ¿Quién
repara la casa para cuando llueva?”. La hormiga n° 49.783.511
trabajaba, se esforzaba, transformaba su hormiguero. Pero igualmente
mostraban su descontento: “Si mirar el cielo fuese útil, deberías ser la
más brava de nosotras, y sin embargo eres una más. Las estrellas no
sirven para nada”.
Entre el hormiguero y el cielo
La primera reflexión que se me ofrece es ver que de esta manera
nos estamos moviendo nosotros, el hormiguero, con frecuencia;
aunque intentamos disimularlo, nos agobia la falta de respuestas a la
llamada de Dios, no sólo ya al sacerdocio o a la vida consagrada, sino
ya ni tan siquiera al compromiso laical: nuestras parroquias, o
nuestros grupos de jóvenes, van languideciendo por falta de ánimo, de
valentía para seguir adelante, para levantar la vista donde a menudo
nadie tiene el coraje de Abraham y de la hormiga n° 49.783.511 de
mirar al cielo y contar las estrellas. Estos dos escenarios nos ayudan
a comprender la situación del responsable vocacional, tantas veces
semejante a la del Abraham desanimado y encerrado en sí mismo,
escéptico ante el futuro y la posibilidad de tener un hijo; o bien
rodeado de personas e inserto en un ambiente en el que cada uno
(incluidos los sacerdotes) hace sí el trabajo que le corresponde, pero
como un deber poco querido, sin nada de imaginación ni ilusión, un
poco como las hormigas gruñonas de la historia. Riéndose sin más de
quien, como un auténtico animador juvenil, nos invita a alegrar el
corazón y hace quizás...cosas poco corrientes.
Al hacer esta consideración no nos sentimos excluidos de este
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sentimiento de falta de horizonte. Lo percibimos muchas veces a
nuestro alrededor, lo sentimos dentro de nosotros, se nos hace un nudo
en la garganta y nos entra el pánico institucional, cuando constatamos
que cada año baja el número de los jóvenes y las jóvenes que se
acercan al seminario o a los noviciados, cuando vemos cada vez más
vacíos nuestros centros de formación. Seguimos dentro de nuestra
tienda, convencidos de que ya no tenemos edad para engendrar hijos,
de que nuestro tiempo ha pasado, como si el tiempo fuera nuestro o
generar hijos para la misión hubiese sido alguna vez prerrogativa
nuestra y no don de Dios, y sin escuchar la invitación que el Señor nos
hace a que salgamos y nos encontremos con él en el horizonte de luz al
que nos invita.
Quizás si salimos y miramos a las ‘estrellas’, encontraremos la
manera de ser de nuevo fértiles en medio de este mundo real al que
pertenecemos. Sabemos que no es fácil que demos este paso fuera de
los límites de nuestra tienda, pero tampoco era sencillo para Abraham
levantar la vista y mirar a lo alto, dejarse de sus congojas y sus
reproches a Yahveh y abrir de nuevo su corazón a la esperanza.
Importantes son las palabras de Yahveh, cuando Abraham se queja
“¡qué me vas a dar, si me heredará ese criado mío, Eliecer!” Yahveh
le contesta: “No te heredará ese, sino alguien salido de tus entrañas”.
En teología de la gracia hay una palabra que expresa parte de lo
que significa la gracia de Dios para los hombres, es la palabra
Rahamim, que son las entrañas maternas (de rehem, seno materno)
que Dios abre para dar la vida y que significa también compasión.
Visceral es el amor de Dios. Desde lo más íntimo de nosotros mismos
es desde donde Dios nos llama a la esperanza. Desde ahí tenemos que
superar nuestros pesimismos y ponernos a la escucha de su palabra,
sin deformarla en nosotros ni acomodarla a nuestros temores.
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La visión en los ojos
Cuando leemos los resultados de las encuestas sobre jóvenes,
nuestro corazón se queda acongojado, nos preguntamos: ¿qué hemos
hecho tan mal para que la palabra de Dios se haya oscurecido delante
de los jóvenes? ¿cómo es posible que los jóvenes no oigan, no muestren
su generosidad en los grandes valores e ideales? Y se nos llena de
basura el corazón o consideramos a los jóvenes como una especie de
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‘materia desechable’, porque no son capaces de sintonizar ante los
grandes retos de nuestra sociedad. Con nuestros prejuicios dejamos de
escucharlos en su realidad variada, pero apasionante, diferente a la
nuestra pero la única llena de futuro y del futuro de Dios. Puede animar
a los otros sólo quien tiene una fuerte esperanza en su corazón y un
horizonte abierto desde su mirada. O sea, quien ve más allá, quien no se
deja desanimar por la realidad inmediata, por esa última encuesta
desesperada sobre los jóvenes de hoy. Animar a los jóvenes significa
creerlos, verlos con los ojos de Dios, por lo que son llamados a ser,
incluso cuando ellos mismos parecen no fiarse de sí. Recordando que la
verdad es invisible y es falso que se pueda imponer de pronto con
evidencia.
La única visión acertada es la de situarnos desde el punto de
vista de Dios. Ese Padre que se sitúa en la ventana para salir
corriendo al encuentro del hijo que se marchó y vuelve destrozado del
caminar en el egoísmo. Sólo sus ojos pueden renovar nuestra mirada.
No es algo que se haga sin pagar un precio
Actuar así, es querer ver desde el corazón. Recordemos lo que
dice el Pequeño Príncipe “Sólo se ve bien con el corazón, lo esencial
resulta invisible a los ojos”. Pero cuando alguien tiene una visión en
el corazón no se libera de las consecuencias. Muy al contrario, esto te
cambia y complica la vida, te impide acomodarte a una existencia
meramente decente: la de ser un buen catequista, la de cumplir con los
deberes, incluso la de plantearse una respuesta vocacional concreta,
ni tan siquiera la de consagrarse al Señor. ¿Se puede ser más y pedirle
más en un mundo donde ya es duro ser honesto...? pues sí, porque la
visión es demasiado bella como para contentarse con ser buenos y
salvar la propia alma. Por contemplar aquella belleza y animar a las
demás hormigas a que miren arriba (sin éxito, por cierto) nuestra
hormiga es “castigada” con turnos de tarde; y ella los aprovechaba
para llenarse los ojos de luz en la noche.
Saber estar solos
Cuantas veces las gentes que rodean a esta personas que tienen la
luz en sus ojos y quieren que los demás la descubran, con poco éxito
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muchas veces, les dicen: “¿Quién te manda que hagas eso... Déjalo
perder, piensa alguna vez en ti mismo y en tu futuro... Date cuenta del
tiempo desperdiciado por ellos, y ¿con qué resultados?” Sin embargo
el que siente la llamada a esta misión de animador juvenil-vocacional
lleva otro tipo de... contabilidad, habla otro lenguaje, se goza con otra
alegría. Por eso se convierte en un personaje singular e incómodo, y no
sólo para quien no cree, sino también para los de su casa y los otros
creyentes, que no lo entienden y lo ridiculizan. La soledad es muchas
veces el pago para quien vive de verdad el Evangelio. Pero es una
soledad fértil, porque desde ella se puede descubrir la nueva presencia
y los nuevos caminos del Señor. Soledad que es estar disponible para
aquellos que te necesiten, llenar la vida para poder dar a los que piden,
abrir puertas para aquellos que se encuentran en la encrucijada y no
saben por qué camino ir. Saber estar solos, en una soledad llena de
nombres y tareas, donde vibre la palabra restauradora de Dios, la
palabra siempre nueva. Y... abrir perspectivas y horizontes nuevos...
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¿Para qué sirven las estrellas? No sirven para nada
Para mucha gente es inútil mira a lo alto, como para las otras
hormigas. Muchas gentes siguen con su hojita de hierba, muy
preocupados de un horizonte de ángulo reducido. Para quien se ha
llenado de luz, el mirar es seducción que rescata su vida de lo gris y le
hace estallar el corazón de emoción. Recordemos el episodio de Lucas
con los dos caminantes que se marchan de Jerusalén, también
decepcionados, hacia Emaús. Posiblemente el secreto del texto está en
esas palabras que, una vez que ha desaparecido el caminante, dicen
desde su interior: «¿No ardía nuestro corazón?» Porque importante es
la luz, que arda nuestro corazón, que la emoción lo llene de presencia
del que parte el pan y les revela los secretos de la redención. La hormiga
recuerda con fuerza ante las otras, precisamente esto: “Hay algo muy
grande por encima de nosotras, no podemos contentarnos con llevar
larvas y semillas”. No podemos contentarnos con nuestra visión
mezquina de la realidad, con ganar dinero, tener mucho tiempo libre
¿para qué?, dominar, disponer de mucho medios, todos a ras de tierra.
Hay que darse cuenta de que por encima de nosotros hay algo, Alguien,
algo, muy grande.
Cualquiera de nosotros que se lance a la empresa de mostrar esa
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luz a los demás tiene que provocar a los otros: provocación a mirar a
lo alto, para que no se conviertan en portadores de larvas. Porque ese
es el gran peligro de nuestros contemporáneos, el de convertirse en
portadores satisfechos de larvas que, como las ‘babosas de la
parábola’ se disputan la misma lechuga, cargados de envidia porque
parece que lo de los otros es lo mejor, aunque cada uno tenga lo que
necesita, porque gusta más la que hay que disputar, así, al menos,
parece que existe aliciente. Si pensamos que mirar a las estrellas no
sirve para nada, nos quedaremos a ras de tierra, contemplando el
suelo que pisamos, escleróticos y desanimados. Incapaces de generar
vida. Llorando por la carencia de vocaciones e intentando
solucionarlo con nuestras metodologías, sin tener en cuenta que sólo
saliendo de nosotros y mirando a lo alto encontraremos el camino a
seguir.
Abraham y la hormiga
La imagen de la hormiga expresa muy bien el sentido de
laboriosidad y sencillez, de altruismo y generosidad que caracteriza el
compromiso del animador vocacional-juvenil. Es un día a día abierto
siempre a lo alto y al horizonte, sin desanimarnos por los augurios de
malos tiempos, ni por la realidad de nuestras Iglesias vacías, de
nuestros grupos parroquiales llenos de experiencia y aparentemente
con poco futuro. ¿Qué futuro podía tener Abraham? 85 años, con su
mujer que no había sido fértil en la juventud, con una promesa que le
parece una imaginación de Dios, semejante a una broma. El icono de
Abraham abre decididamente al misterio. No es fácil que a los 85 años
pueda uno alzar la mirada y volverla al cielo estrellado, seguro que el
cuello chirría; así como no es sencillo ser hoy un auténtico entusiasta
por ser mediador de Dios en la llamada, por ser un animador juvenil.
La imagen del padre en la fe que en una noche de desierto alza sus
ojos para contemplar el cielo, viene probada con toda su carga de
silencio y estupor. Es la imagen de la sorpresa del niño que descubre
las estrellas por encima de él, o del amor de los enamorados que
miran al cielo soñando su futuro unidos.
Esta es la sorpresa que cada uno de nosotros nos llevemos al
levantar la mirada y creer en las palabras del Señor: ¡No te heredará
ése, sino uno salido de tus entrañas! Y alzar la mirada, confiados en
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