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403 EDITORIAL EDITORIAL “SAL Y MIRA LAS ESTRELLAS” Hace unos días leía una fábula de M. Robazza en MondoVoc, 2 (04) 18-19 al que citaba A. Cencini. En ella el conocido psicopedagogo compara la misma al episodio de Abraham relatado en Génesis 15. Uno y otro nos invitan a mirar más allá del corto alcance de nuestro horizonte natural. Es Yahvéh-Dios quien invita a Abraham ya anciano y desconfiado, a alzar la mirada: “Mira al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas... Así será tu descendencia” (Gn 15, 6). No me resisto a poner completa la fábula que nos puede adentrar en alguna visión importante sobre nuestro momento de Iglesia. “Un hormiguero al pie de un viejo abeto. Millones de hormigas negras corren sin parar, perfectamente organizadas. Sección transporte de hojas de abeto; sección de busca de semillas, insectos y larvas; sección de cría y cuidado de los pequeños, comisión de defensa contra los asaltos... Un día la hormiga n° 49.783.511 se detuvo. Jadeando se apoyó en el largo trozo de madera que estaba transportando y alzó la vista. Se quedó embelesada... habituada a esquivar los hierbajos, los guijarros, pequeños animalitos, ahora sus ojos se perdían en el inmenso azul del cielo, el corazón se le rompía de emoción mirando el gran tronco, las ramas ordenadas, el verde SEMINARIOS AÑO 2004 nº 174 “Sal y mira las estrellas” EDITORIAL 404 brillante. “Nº 49.783.511 –gritó el jefe de sección– los otros trabajan y tú holgazaneas. Como castigo trabajarás un cuarto de hora suplementario”. Por la tarde, la hormiga n° 49.783.511 cumplió su castigo. Luego, mientras todos se dirigían en fila a sus agujeros, se quedó fuera y miró las estrellas. ¡Maravilloso! Toda la noche tuvo los ojos llenos de luz. Desde entonces los turnos de trabajo suplementario iban en aumento, pero a ella no le preocupaba. Al contrario decía a todos: “Alzad los ojos. Hay algo grande sobre nosotras, no podemos llevar únicamente larvas y semillas. ¡Ni siquiera una vez habéis mirado los abetos!”. Las otras por toda respuesta, le decían: “Tú sigue mirando, pero ¿cómo podremos tener reservas de comida? ¿Quién repara la casa para cuando llueva?”. La hormiga n° 49.783.511 trabajaba, se esforzaba, transformaba su hormiguero. Pero igualmente mostraban su descontento: “Si mirar el cielo fuese útil, deberías ser la más brava de nosotras, y sin embargo eres una más. Las estrellas no sirven para nada”. Entre el hormiguero y el cielo La primera reflexión que se me ofrece es ver que de esta manera nos estamos moviendo nosotros, el hormiguero, con frecuencia; aunque intentamos disimularlo, nos agobia la falta de respuestas a la llamada de Dios, no sólo ya al sacerdocio o a la vida consagrada, sino ya ni tan siquiera al compromiso laical: nuestras parroquias, o nuestros grupos de jóvenes, van languideciendo por falta de ánimo, de valentía para seguir adelante, para levantar la vista donde a menudo nadie tiene el coraje de Abraham y de la hormiga n° 49.783.511 de mirar al cielo y contar las estrellas. Estos dos escenarios nos ayudan a comprender la situación del responsable vocacional, tantas veces semejante a la del Abraham desanimado y encerrado en sí mismo, escéptico ante el futuro y la posibilidad de tener un hijo; o bien rodeado de personas e inserto en un ambiente en el que cada uno (incluidos los sacerdotes) hace sí el trabajo que le corresponde, pero como un deber poco querido, sin nada de imaginación ni ilusión, un poco como las hormigas gruñonas de la historia. Riéndose sin más de quien, como un auténtico animador juvenil, nos invita a alegrar el corazón y hace quizás...cosas poco corrientes. Al hacer esta consideración no nos sentimos excluidos de este SEMINARIOS AÑO 2004 nº 174 “Sal y mira las estrellas” sentimiento de falta de horizonte. Lo percibimos muchas veces a nuestro alrededor, lo sentimos dentro de nosotros, se nos hace un nudo en la garganta y nos entra el pánico institucional, cuando constatamos que cada año baja el número de los jóvenes y las jóvenes que se acercan al seminario o a los noviciados, cuando vemos cada vez más vacíos nuestros centros de formación. Seguimos dentro de nuestra tienda, convencidos de que ya no tenemos edad para engendrar hijos, de que nuestro tiempo ha pasado, como si el tiempo fuera nuestro o generar hijos para la misión hubiese sido alguna vez prerrogativa nuestra y no don de Dios, y sin escuchar la invitación que el Señor nos hace a que salgamos y nos encontremos con él en el horizonte de luz al que nos invita. Quizás si salimos y miramos a las ‘estrellas’, encontraremos la manera de ser de nuevo fértiles en medio de este mundo real al que pertenecemos. Sabemos que no es fácil que demos este paso fuera de los límites de nuestra tienda, pero tampoco era sencillo para Abraham levantar la vista y mirar a lo alto, dejarse de sus congojas y sus reproches a Yahveh y abrir de nuevo su corazón a la esperanza. Importantes son las palabras de Yahveh, cuando Abraham se queja “¡qué me vas a dar, si me heredará ese criado mío, Eliecer!” Yahveh le contesta: “No te heredará ese, sino alguien salido de tus entrañas”. En teología de la gracia hay una palabra que expresa parte de lo que significa la gracia de Dios para los hombres, es la palabra Rahamim, que son las entrañas maternas (de rehem, seno materno) que Dios abre para dar la vida y que significa también compasión. Visceral es el amor de Dios. Desde lo más íntimo de nosotros mismos es desde donde Dios nos llama a la esperanza. Desde ahí tenemos que superar nuestros pesimismos y ponernos a la escucha de su palabra, sin deformarla en nosotros ni acomodarla a nuestros temores. 405 EDITORIAL La visión en los ojos Cuando leemos los resultados de las encuestas sobre jóvenes, nuestro corazón se queda acongojado, nos preguntamos: ¿qué hemos hecho tan mal para que la palabra de Dios se haya oscurecido delante de los jóvenes? ¿cómo es posible que los jóvenes no oigan, no muestren su generosidad en los grandes valores e ideales? Y se nos llena de basura el corazón o consideramos a los jóvenes como una especie de SEMINARIOS AÑO 2004 nº 174 “Sal y mira las estrellas” EDITORIAL 406 ‘materia desechable’, porque no son capaces de sintonizar ante los grandes retos de nuestra sociedad. Con nuestros prejuicios dejamos de escucharlos en su realidad variada, pero apasionante, diferente a la nuestra pero la única llena de futuro y del futuro de Dios. Puede animar a los otros sólo quien tiene una fuerte esperanza en su corazón y un horizonte abierto desde su mirada. O sea, quien ve más allá, quien no se deja desanimar por la realidad inmediata, por esa última encuesta desesperada sobre los jóvenes de hoy. Animar a los jóvenes significa creerlos, verlos con los ojos de Dios, por lo que son llamados a ser, incluso cuando ellos mismos parecen no fiarse de sí. Recordando que la verdad es invisible y es falso que se pueda imponer de pronto con evidencia. La única visión acertada es la de situarnos desde el punto de vista de Dios. Ese Padre que se sitúa en la ventana para salir corriendo al encuentro del hijo que se marchó y vuelve destrozado del caminar en el egoísmo. Sólo sus ojos pueden renovar nuestra mirada. No es algo que se haga sin pagar un precio Actuar así, es querer ver desde el corazón. Recordemos lo que dice el Pequeño Príncipe “Sólo se ve bien con el corazón, lo esencial resulta invisible a los ojos”. Pero cuando alguien tiene una visión en el corazón no se libera de las consecuencias. Muy al contrario, esto te cambia y complica la vida, te impide acomodarte a una existencia meramente decente: la de ser un buen catequista, la de cumplir con los deberes, incluso la de plantearse una respuesta vocacional concreta, ni tan siquiera la de consagrarse al Señor. ¿Se puede ser más y pedirle más en un mundo donde ya es duro ser honesto...? pues sí, porque la visión es demasiado bella como para contentarse con ser buenos y salvar la propia alma. Por contemplar aquella belleza y animar a las demás hormigas a que miren arriba (sin éxito, por cierto) nuestra hormiga es “castigada” con turnos de tarde; y ella los aprovechaba para llenarse los ojos de luz en la noche. Saber estar solos Cuantas veces las gentes que rodean a esta personas que tienen la luz en sus ojos y quieren que los demás la descubran, con poco éxito SEMINARIOS AÑO 2004 nº 174 “Sal y mira las estrellas” muchas veces, les dicen: “¿Quién te manda que hagas eso... Déjalo perder, piensa alguna vez en ti mismo y en tu futuro... Date cuenta del tiempo desperdiciado por ellos, y ¿con qué resultados?” Sin embargo el que siente la llamada a esta misión de animador juvenil-vocacional lleva otro tipo de... contabilidad, habla otro lenguaje, se goza con otra alegría. Por eso se convierte en un personaje singular e incómodo, y no sólo para quien no cree, sino también para los de su casa y los otros creyentes, que no lo entienden y lo ridiculizan. La soledad es muchas veces el pago para quien vive de verdad el Evangelio. Pero es una soledad fértil, porque desde ella se puede descubrir la nueva presencia y los nuevos caminos del Señor. Soledad que es estar disponible para aquellos que te necesiten, llenar la vida para poder dar a los que piden, abrir puertas para aquellos que se encuentran en la encrucijada y no saben por qué camino ir. Saber estar solos, en una soledad llena de nombres y tareas, donde vibre la palabra restauradora de Dios, la palabra siempre nueva. Y... abrir perspectivas y horizontes nuevos... 407 EDITORIAL ¿Para qué sirven las estrellas? No sirven para nada Para mucha gente es inútil mira a lo alto, como para las otras hormigas. Muchas gentes siguen con su hojita de hierba, muy preocupados de un horizonte de ángulo reducido. Para quien se ha llenado de luz, el mirar es seducción que rescata su vida de lo gris y le hace estallar el corazón de emoción. Recordemos el episodio de Lucas con los dos caminantes que se marchan de Jerusalén, también decepcionados, hacia Emaús. Posiblemente el secreto del texto está en esas palabras que, una vez que ha desaparecido el caminante, dicen desde su interior: «¿No ardía nuestro corazón?» Porque importante es la luz, que arda nuestro corazón, que la emoción lo llene de presencia del que parte el pan y les revela los secretos de la redención. La hormiga recuerda con fuerza ante las otras, precisamente esto: “Hay algo muy grande por encima de nosotras, no podemos contentarnos con llevar larvas y semillas”. No podemos contentarnos con nuestra visión mezquina de la realidad, con ganar dinero, tener mucho tiempo libre ¿para qué?, dominar, disponer de mucho medios, todos a ras de tierra. Hay que darse cuenta de que por encima de nosotros hay algo, Alguien, algo, muy grande. Cualquiera de nosotros que se lance a la empresa de mostrar esa SEMINARIOS AÑO 2004 nº 174 “Sal y mira las estrellas” EDITORIAL 408 luz a los demás tiene que provocar a los otros: provocación a mirar a lo alto, para que no se conviertan en portadores de larvas. Porque ese es el gran peligro de nuestros contemporáneos, el de convertirse en portadores satisfechos de larvas que, como las ‘babosas de la parábola’ se disputan la misma lechuga, cargados de envidia porque parece que lo de los otros es lo mejor, aunque cada uno tenga lo que necesita, porque gusta más la que hay que disputar, así, al menos, parece que existe aliciente. Si pensamos que mirar a las estrellas no sirve para nada, nos quedaremos a ras de tierra, contemplando el suelo que pisamos, escleróticos y desanimados. Incapaces de generar vida. Llorando por la carencia de vocaciones e intentando solucionarlo con nuestras metodologías, sin tener en cuenta que sólo saliendo de nosotros y mirando a lo alto encontraremos el camino a seguir. Abraham y la hormiga La imagen de la hormiga expresa muy bien el sentido de laboriosidad y sencillez, de altruismo y generosidad que caracteriza el compromiso del animador vocacional-juvenil. Es un día a día abierto siempre a lo alto y al horizonte, sin desanimarnos por los augurios de malos tiempos, ni por la realidad de nuestras Iglesias vacías, de nuestros grupos parroquiales llenos de experiencia y aparentemente con poco futuro. ¿Qué futuro podía tener Abraham? 85 años, con su mujer que no había sido fértil en la juventud, con una promesa que le parece una imaginación de Dios, semejante a una broma. El icono de Abraham abre decididamente al misterio. No es fácil que a los 85 años pueda uno alzar la mirada y volverla al cielo estrellado, seguro que el cuello chirría; así como no es sencillo ser hoy un auténtico entusiasta por ser mediador de Dios en la llamada, por ser un animador juvenil. La imagen del padre en la fe que en una noche de desierto alza sus ojos para contemplar el cielo, viene probada con toda su carga de silencio y estupor. Es la imagen de la sorpresa del niño que descubre las estrellas por encima de él, o del amor de los enamorados que miran al cielo soñando su futuro unidos. Esta es la sorpresa que cada uno de nosotros nos llevemos al levantar la mirada y creer en las palabras del Señor: ¡No te heredará ése, sino uno salido de tus entrañas! Y alzar la mirada, confiados en SEMINARIOS AÑO 2004 nº 174