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1. Sed formadoras felices, contentas de poder prestar este servicio. Y mostrad vuestra alegría,
para transmitirla a las jóvenes.
2. Prestad atención a la formación del corazón, no solo del comportamiento, recordando
que “cor ad cor loquitur”. Es la pasión por Jesús que os hace formadoras.
3. No presumáis de vosotras mismas, cuidad vuestra formación continua, estad dispuestas a
aprender cada día el arte de formar los corazones: aprended de Jesús y de su pedagogía,
pero también de las jóvenes que están con vosotras, de vuestros errores, de la vida.
4. No olvidéis que es el Padre quien forma en cada joven la personalidad del Hijo por el
poder del Espíritu: vosotras sois mediadoras de esta acción trinitaria.
5. Sed formadoras a tiempo pleno, dando lo mejor de vosotras mismas. Es el Señor quien os
confía a las jóvenes que acompañáis como una realidad preciosa a sus ojos y que tal tiene
que llegar a ser a los vuestros.
6. Tened un corazón grande para acoger a cuantas el Padre os confía de todas partes de la
tierra. Valorad cada persona para que la comunidad sea expresión de la única fe y del
mismo carisma en la variedad de las culturas y de la riqueza de cada uno.
7. Formad a jóvenes con un corazón enamorado de Dios y apasionado por el hombre,
“ciudadanos del mundo” en diálogo con cada cultura; jóvenes llenas de misericordia hacia
“los sin dignidad” que aprenden a buscar a Dios en las periferias de la existencia, jóvenes
libres para dejarse formar por la vida durante toda su vida.
8. No pretendáis de ellas nada que no hayáis vivido y viváis vosotras mismas. Sin imponer
cargas imposibles y motivando siempre lo que pedís con la ley de la libertad de los hijos
de Dios, la ley del amor.
9. Dedicad vuestro tiempo a encuentros regulares con el grupo y sobre todo con cada una
personalmente. La relación interpersonal entre formadora y formanda es la herramienta
por excelencia de la acción educativa.
10. El equipo de formación exprese las diversas competencias pedagógicas en el respeto de
cada rol específico, en el compartir el mismo modelo formativo y en la convergencia
hacia el bien de las jóvenes. La formación de las formadoras es una responsabilidad clara e
ineludible de las superioras hacia vosotras, como promotoras de una auténtica cultura de
la formación permanente.
11. No tengáis miedo de acompañar a la joven a que descubra quién es y su propia verdad,
con sus debilidades; tratad de que la joven sienta vuestra cercanía como sacramento del
amor del Padre que sana y perdona. De manera especial, haced que perciban vuestra
cercanía aquellas que por motivos diversos abandonan el camino formativo.
12. Y sobre todo, no tengáis miedo de acompañar a las jóvenes por el camino de la Pascua de
Jesús. A esto debe apuntar todo camino formativo, en compañía de María, Discípula y
Madre a los pies de la cruz.
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