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Edición española
n. 532
7 de Octubre 2008
CARTA CIRCULAR
DEL PADRE GENERAL
NUESTROS BIENES
AL SERVICIO DE LA MISIÓN
«Donde está el tesoro de ustedes, allí también estará su corazón»
Lc 12, 34; Mt 6,21.
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INTRODUCCIÓN: TESTIMONIOS
Les escribo a todos los que han decidido decir “Sí” a la invitación de seguir al
Señor tras las huellas de los Apóstoles pobres” en la Compañía de María, recogiendo la
herencia de San Luis María de Montfort, de la Beata María Luisa de Jesús y del Padre
Gabriel Deshayes.
Comencé a escribir esta Carta ante la gruta de Lourdes, mientras en aquel lugar
bendecido por María participaba en la 60ª peregrinación monfortiana de la Provincia de
Francia con ocasión del 150° aniversario de las apariciones de la Inmaculada a
Bernardita Soubirous. La fui completando en otros contextos diferentes, dejándome
interpelar por las situaciones concretas de la vida.
Desde mucho tiempo atrás deseaba compartir con ustedes mis reflexiones sobre la
relación de los bienes materiales y personales, puestos por el Señor en nuestras manos,
y la misión a la que hemos sido llamados. En mi encuentro con los hermanos de la
diversas Entidades, compartiendo, aunque brevemente, la vida, he encontrado ejemplos
luminosos de fidelidad a la herencia que nos han dejado nuestros Fundadores, y también,
lamentablemente, caminos que van en sentido exactamente contrario.
¿Cómo explicar todo esto?
Me referí entonces a una de las figuras bíblicas símbolo: la de Juan Bautista.
Para anunciar al Señor y su Reino se ubica en el desierto: “llevaba un manto hecho de
pelo de camello, con un cinturón de cuero en la cintura; y se alimentaba de saltamontes y
miel silvestre”, Mt 3,4. Juan Bautista es el enlace entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento y traza el único camino que puede vincular nuestra realidad personal a la
de Jesús. Para dejar el hombre viejo y revestirse del nuevo, es necesario hacer una
opción bien precisa: cambiar radicalmente nuestra relación con los bienes materiales y
personales. Si no hemos dado todavía este paso radical y si no lo renovamos cada día,
corremos el riesgo de vivir en continuas componendas que hacen ineficaz y estéril
nuestra misión.
Miremos al Padre de Montfort: al dejar su pueblo, regala al primer pobre que
encuentra su vestido nuevo y el dinero que lleva en el bolsillo. No importa tanto el gesto,
sino la opción radical que nace en su corazón, destinada luego a madurar y a
acompañarle durante toda su vida. De ahí surge la fecundidad de su misión.
Observemos a la bienaventurada María Luisa de Jesús: abandona la seguridad de
Poitiers, su ciudad natal, para lanzarse a la aventura de la Sabiduría en la Rochela y
luego en San Lorenzo sin otro recurso que la divina Providencia. Hace la opción radical
de darlo todo por Jesús Sabiduría y por los pobres. No sólo da lo que posee sino también
lo que es ella: “si fuera tela me haría vestido para los pobres...”.
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Quiero proponerles igualmente la experiencia de mi predecesor, el Padre Gabriel
Deshayes, cuya figura descubrí apenas el año pasado, visitando su casa natal. Cuando
sabía que en casa no había más dinero, emprendía grandes obras, fortalecido por su única
riqueza: Cristo a quien llevaba en su corazón. Su única seguridad era la pobreza. ¡Una
pobreza real! Antes de dejar Auray, en donde era párroco desde hacía 15 años, se
despide de sus feligreses con estas palabras: “Queridos fieles de la parroquia, cuando fui
designado para Auray, vine a ustedes sin tener más que mi bastón y mi breviario...
y ahora que llegó el momento de despedirme de ustedes, me voy como vine, con mi
bastón y mi breviario...” También se dice que su morral de pastor y sus suecos de madera
fueron el único tesoro que quiso conservar, para no olvidar la pobreza y la sencillez de
sus orígenes. Gracias a su pobreza pudo dar mucho: todos los domingos distribuía
alimentos a los pobres, vestuario, medicinas, todos los recursos que recibía durante la
semana. Porque daba todo lo que tenía para vivir, la Providencia jamás lo abandonó.
En ella encontraba tesoros de generosidad, de solidaridad y de creatividad para un
sinnúmero extraordinario de iniciativas en favor de los más desposeídos: pequeños
talleres para los encarcelados y los desheredados, trabajo para los desocupados, escuela
para los niños y los sordomudos. Su acción social transformó la ciudad de Auray y
rescató la dignidad de los pobres: el fenómeno de la mendicidad desapareció.
1. SEGUIR A JESÚS, MANSO Y HUMILDE DE CORAZÓN: Mt 11,29
Jesús hizo su opción fundamental de “dar a los pobres la Buena Noticia” con su
vida, Lc 4,18; RM 2. Tal decisión lo llevó a despojarse de todo, ver Fil 2,7, para estar
totalmente libre y disponible. Esta opción está en el centro de la vida y enseñanza de
Jesús y se encuentra en la primera bienaventuranza: “felices los pobres de corazón
porque el reino de los cielos les pertenece”, Mt 5,3. El primer pobre feliz es él mismo:
escoge la pobreza de bienes materiales, de conocimiento, de querer y de poder, para estar
plenamente disponible a la misión que el Padre le confía. E invita a todos sus discípulos
a seguirlo por este camino.
Jesús proclama abiertamente: “mi alimento es hacer la voluntad del que me envió
y concluir su obra”, Jn 4,34. Tal voluntad orienta todas sus decisiones, ilumina sus
signos, guía sus sentimientos. Él retorna continuamente a esta opción, como nos lo
atestigua sobre todo el Evangelio según san Juan, renunciando a todo cuanto pudiera
alejarlo de su unión con el Padre y encontrando en ello la fuerza y la libertad de recorrer
hasta el final el camino que lo llevará a la cruz. Jesús es consciente de que en este
camino realiza la voluntad del amor del Padre a la humanidad.
Estamos en el Año Paulino. Invito a todos a confrontarnos con este extraordinario
Apóstol del Señor para comprender la auténtica pobreza a la que estamos llamados para
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anunciar al Señor: “cuando llegué a ustedes, hermanos, para anunciarle el misterio de
Dios no me presenté con gran elocuencia y sabiduría; al contrario decidí no saber otra
cosa que de Jesucristo, y éste crucificado. Débil y temblando de miedo me presenté ante
ustedes”, 1 Cor 2, 1-3.
Para Pablo la verdadera pobreza es renuncia a todo, pero para una opción nueva y
única, la opción de un tesoro, la opción de Cristo: “todo ahora lo considero pérdida
comparado con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús mi Señor; por Él doy todo por
perdido y lo considero basura con tal de ganarme a Cristo”, Fil 3,8.
Es una renuncia total que, como dice claramente Jesús mismo, se convierte en una
renuncia a nosotros mismos: “El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con
su cruz cada día y sígame”, Lc 9,23. “Negarse a sí mismo” es una expresión que usamos
con frecuencia, y por tanto arriesga perder su significado profundo: estamos llamados a
renunciar a nuestro propio yo para construir una vida que nos permite encontrar a Dios
en lo más profundo de nosotros mismos. Estamos invitados a seguir a Cristo en plenitud
y a conformarnos con él. Él es la Perla preciosa, el Tesoro escondido por el cual
debemos venderlo todo a fin de poseerlo. La verdadera pobreza, por tanto, no es la
pobreza de bienes que sigue siendo un signo expresivo y un indicador claro, sino la libre
elección de vincularnos a él mediante el voto de pobreza y de seguir el sendero de la
libertad, del gozo y del amor, para siempre. “Lo dejaron todo y le siguieron”, Lc 5,11.
Para seguir con ustedes a Jesús he retomado la lectura continua del Evangelio
porque, si queremos realmente ser discípulos del Señor, sólo podremos lograrlo mediante
la contemplación, buscando cada día, hacer nuestros sus sentimientos, su libertad
interior, su disponibilidad total a la voluntad del Padre, su propia elección: “basta que
busquen el reino y lo demás lo recibirán por añadidura”, Mt 6,33; Carta 7. Y aquí
quiero proponerles las dimensiones de la pobreza que he sentido vibrar en mí en este
itinerario de meditación y contemplación.
Pobreza “en bienes materiales”: mirando al mundo hoy descubrimos con
estupor millones de personas que viven una verdadera pobreza material. No podemos
jugar con el término pobreza. Debemos reconocer de verdad que tenemos bienes
suficientes que nos dan seguridad de futuro. ¿Qué significa, pues, vivir como discípulos
de Jesús Pobre? “Ve, vende...; después sígueme”, Mt 19, 21. Jesús nos pide una ruptura,
un despojamiento, un desapego, un cambio profundo en la relación con los bienes
materiales, iluminados cada día por la Palabra que nos hace libres.
Pobreza “en el saber”: Jesús no escondió sus capacidades, su saber ni sus
talentos, pero tampoco los convirtió en motivos para mostrarse y ser apreciado por los
hombres. En actitud de humildad y de pobreza puso todo lo suyo al servicio del anuncio
del Reino. Usó de la mejor manera los dones del Padre para comunicar la sabiduría de
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Dios, para formar y acompañar a sus discípulos, para denunciar con valor y sin miedo la
hipocresía, la incoherencia, la falsedad.
Pobreza “en afectos”: ¡Con qué claridad, con cuánta firmeza y libertad tomó
Jesús distancia de sus parientes! “Le avisaron: “tu madre y tus hermanos están fuera y
quieren verte”. Él les replicó: “mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra
de Dios y la cumplen”, Lc 8,20-21. Esta es una afirmación dura de aceptar, pero es el
recorrido interior a realizar cada día. Un corazón libre no es un corazón vacío, duro e
infecundo, sino un corazón que se libera de la fecundidad puramente humana por una
fecundidad que viene de lo alto, fruto de la escucha y de la puesta en práctica de la
Palabra. ¡Volvamos a la experiencia de Jesús con María, Marta y Lázaro, sus amigos de
Betania! “Libres”, pide el Padre de Montfort en la Súplica Ardiente, No. 7, para vivir la
libertad del Señor que nos hace capaces de relaciones profundas con todas las personas.
Pobreza “en el querer”: “El que me ha envió está conmigo y no me deja solo,
porque yo hago siempre lo que le agrada”, Jn 8,29. La obediencia filial no siempre fácil
ni clara de aceptar, como en el huerto de los Olivos, ver Mt 26,39, lleva a Jesús a la
libertad y total disponibilidad. “Libres” para vivir en el amor y la voluntad del Señor,
para ser hombres según su corazón, ver SA 8. En todos los instantes de la vida, en
cualquier situación concreta, jamás debemos aferrarnos a una idea, a una decisión, a un
proyecto, sino tener la pobreza interior que nos abre siempre al discernimiento de la
voluntad de Dios.
Pobreza “en el poder”: “El que quiera ser el primero, que se haga el último y
el servidor de todos”, Mc 9,35. La cultura actual del resultado nos insinúa la tentación
sutil de querer ser los primeros, los mejores, de dominar a los demás, de querer mandar,
de manipular a los más débiles. “Saben ustedes que entre los paganos los gobernantes
tienen sometidos sus súbditos y los poderosos imponen su autoridad. No será así entre
ustedes”, Mt 20,25-26. Jesús nos da ejemplo lavando los pies a sus apóstoles, ofreciendo
su vida en rescate de la humanidad, ver Mc 10,45. Cada día hemos de luchar contra la
tentación del poder para tener un corazón libre, humilde y generoso.
Pobreza “en la propia realidad”: Jesús nos invita a realizar la verdad en
nosotros mismos: “La vedad los hará libres”, Jn 8,32. Es una invitación a reconocer
nuestra realidad de gracia y de pecado, de dones y limitaciones, porque solamente
reconociendo nuestros pecados seremos perdonados y reiniciaremos cada día el camino
hacia la meta, buscando también que alguno nos acompañe y nos ayude a encender una
luz en nuestro interior. “El que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que
se vea claramente que todo lo hace de acuerdo con la voluntad de Dios”, Jn 3,21.
El itinerario trazado a partir de nuestra pobreza personal no es hacer obras para Dios,
sino en Dios, y esto nos mantendrá siempre en la humildad y escucha.
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Pobreza “de corazón”: “Aprendan de mí que soy tolerante y humilde de
corazón”, Mt 11,29. Vivir a partir del corazón permite vivir con intensidad, con pasión,
en la escucha verdadera de los demás. Pero, ¡cuántas insidias esclavizan cada día nuestro
corazón! Hostilidades, envidias, celos que bloquean el crecimiento de la vida y nos
hacen áridos e infructuosos. La fecundidad del corazón crece en la medida en que
seamos capaces de extirpar todo lo que nos impide amar.
2. NUESTRA VIDA COTIDIANA: OPORTUNIDADES E INSIDIAS
Seguir a Jesús pobre, manso y humilde de corazón no es una elección hecha una
vez para siempre y hace muchos años, sino una decisión que hemos de renovar cada día
para vivirla, como dije antes, en contemplación profunda y en familiaridad con la
Palabra y con el Jesús del Evangelio. En la vida cotidiana, en los sentimientos y actitudes
de cada día manifestamos la elección fundamental de nuestra vida.
Hoy la Vida Consagrada está viviendo una fase que podemos llamar de recesión:
faltan vocaciones en el hemisferio norte mientras en el sur son numerosas aunque
todavía en búsqueda de fortaleza y de una historia que les garantice la apropiación e
interiorización de la herencia recibida. En este tiempo todos estamos pues llamados a
mirar la realidad tal cual es, sin ideologizaciones ni justificaciones. Se nos pide buscar
caminos concretos que nos liberen del estancamiento y del cansancio en que podemos
haber caído, de lo contrario corremos el peligro de quedarnos pegados a la orilla sin
atender la invitación del Maestro a lanzarnos mar adentro, ver Lc 5,4.
Visitando las comunidades de nuestra Congregación, esparcidas en tantos países
del mundo, he notado que es la realidad cotidiana la que nos permite verificar si somos
capaces de “Partir de nuevo desde Cristo”, ver Instrucción de la Congregación para
Institutos de Vida Consagrada, CIVCSVA, 2002. Para lograr una verdadera eficacia y
vitalidad de vida personal, comunitaria y apostólica estamos invitados continuamente a
confrontarnos con el Cristo pobre del Evangelio, la piedra angular de la vida, de la
comunidad y de la misión.
Estoy convencido de que nuestra pobreza está sometida continuamente al examen
– personal y comunitario- de la relación con las cosas y con el dinero, del estilo de vida
diaria, de las actitudes y sentimientos hacia los demás. En ello se realiza la formación
permanente, que es permanente conversión a los sentimientos y manera de obrar del
Señor.
Por eso quiero detenerme, con franqueza y caridad, en algunos aspectos de la vida
cotidiana que he visto al mismo tiempo como oportunidades de vivir el seguimiento de
Jesús Pobre, y también como insidias que bloquean nuestro camino de consagrados y de
evangelizadores “tras las huellas de los Apóstoles pobres”. Me guía el deseo de que cada
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uno y todos juntos mantengamos viva la preciosa herencia del Padre de Montfort: una
vida de pobreza y de amor a los pobres. No pretendo ser exhaustivo, simplemente me
refiero a los ámbitos más frecuentes de nuestra vida cotidiana que a menudo no sabemos
destacar a la luz del Jesús Pobre de los Evangelios.
AL NIVEL PERSONAL
Cuentas económicas personales: No raras veces encontramos hoy esta práctica
que es un signo claro de pérdida del sentido de pertenencia a la comunidad, con la
consecuencia de decidir por sí solos sobre la utilización del dinero. ¡Cuántas
oportunidades desperdiciamos cuando no hacemos un discernimiento comunitario sobre
la utilización evangélica de los bienes que el Señor confía en nuestras manos! Nos
hacemos dueños de los pocos o muchos recursos que poseemos, dejamos de cuidar la
relación con los mismos y dejamos de vivir el seguimiento de Jesús Pobre.
“El dinero de bolsillo”: en algunas Entidades he encontrado esta costumbre.
Originariamente tal pequeña suma era para los gastos menudos, para los imprevistos y
para dar limosna. Pero hoy, con frecuencia, el dinero de bolsillo es casi equivalente,
si no superior, al salario de un simple obrero del lugar. Teniendo en cuenta que todo
cohermano recibe de la comunidad lo necesario para su vida, ¿qué sentido tiene esta
práctica? ¿Cómo se nos da este dinero? Quizá el Señor nos quiere ofrecer la oportunidad
de verificar estas tradiciones y ver si son realmente conformes al espíritu de las primeras
comunidades cristianas. Conviene ser conscientes de que con frecuencia parte de los
dineros que tenemos en nuestras manos no proviene de bolsillos plenos, sino pobres,
como el de la viuda del Evangelio, ver Mc 12,42-44. La gente sencilla que nos sostiene a
fuerza de renuncias y sacrificios, quizá sufriría una crisis si supiera cómo son utilizadas,
algunas veces, sus donaciones.
Tras algunos años de sacerdocio, “tengo derecho a estudiar”: es una afirmación
que he escuchado varias veces en mis visitas a las Entidades de la Congregación.
Ciertamente la preparación específica para la misión es un don que hemos de utilizar
para que nuestro ministerio sea de calidad. Pero cuando el estudio se convierte en
derecho personal, es una insidia que lleva a buscar el título, a procurarse el tiempo
y dinero necesarios para satisfacer a menudo los gustos personales. En el fondo es
distanciarse del servicio a los otros a que nos llama Jesús con su ejemplo.
Vacaciones: tener tiempo y espacio para regenerar las energías del cuerpo y del
espíritu, para un equilibrio interior armonioso y para volver con renovado entusiasmo
a nosotros mismos, a la comunidad y a la misión, es ciertamente una oportunidad.
Pero las vacaciones se convierten en una insidia cuando no se evalúa suficientemente el
tipo de viaje y la meta, no se tienen en cuenta los gastos de la estadía y otros,
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se descuidan los compromisos de nuestra misión para con los demás. “Los pobres jamás
van de vacaciones…”
Celular, computador, medios de comunicación y transporte: las conquistas de la
ciencia y de la técnica ofrecen oportunidades extraordinarias de comunicación
interpersonal. En el campo pastoral son instrumentos formidables para potenciar el
servicio del anuncio, del acompañamiento de las personas, para multiplicar en diversos
lugares y en tiempo real la presencia de testimonio, de solidaridad, de iluminación en la
escuela del Evangelio. Mas cuando nos esclavizan, tales instrumentos pueden convertirse
en insidias: perdemos su justo significado, los usamos a todo momento y nos hacemos
dependientes de los mismos. Conviene no perder nunca de vista que estos instrumentos
tienen valor con relación a la misión. Así podremos mantenernos libres también de estos
medios cada vez que invadan espacios y tiempos preciosos que hemos de dedicar al
servicio del Reino.
AL NIVEL COMUNITARIO
Informes económicos: en la tradición de la vida religiosa existe la costumbre,
corroborada por el tiempo, de que toda comunidad, en los varios niveles, presente a
quien se debe un informe sobre el funcionamiento económico. Es una dimensión de
fraternidad y de pobreza. Desafortunadamente esto no sucede en todas nuestras
Entidades, ¡mientras que sí se solicitan con diligencia subvenciones a la Administración
general y a otras instituciones o personas! Es una insidia que impide a los individuos y a
la comunidad una valoración cuidadosa y serena del uso de los bienes coherente con la
opción del seguimiento de Jesús Pobre. Debemos recuperar con urgencia algunos
instrumentos de la tradición y del buen vivir en comunidad que nos ayuden a obrar con
madurez y responsabilidad. Debemos enseñar a los religiosos jóvenes las nociones de
contabilidad, la gestión y el costo de los bienes, el uso correcto del tiempo, de los
recursos y del dinero, lo mismo que sensibilizarlos a los problemas del trabajo. Conviene
recordarnos con frecuencia que no somos propietarios, sino “administradores fieles y
prudentes” de los dones que el Señor, a veces por intermedio de personas buenas y
sencillas, pone en nuestras manos para bien de todos y especialmente de los más pobres.
Salarios y pensiones: la organización social ha dado grandes pasos en algunos
países y está avanzando también en otros. Esto nos ofrece la posibilidad de disfrutar los
beneficios sociales, como la pensión y el salario fruto de nuestro trabajo. Pero no es raro
encontrar cohermanos que juzgan estas realidades como asuntos personales: por tanto
salarios y pensiones se convierten en propiedad privada que se maneja según los propios
criterios. Éste es otro signo de que hemos perdido el sentido de pertenencia a la
comunidad y la corresponsabilidad por el bien de todos, dentro y fuera de la comunidad
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religiosa. También en las familias humanas los padres ahorran parte de sus entradas para
ayudar a los hijos en dificultad!
Testimonio de vida para formar a las nuevas generaciones: sabemos por
experiencia que la misión formativa no es fácil. Sigue siendo sin embargo una tarea
fundamental que se cumple principalmente con el testimonio de vida tanto de los
formadores como de la comunidad en misión. Algunas veces se dan discrepancias en el
estilo de vida: entre los misioneros ad gentes que reciben ayudas económicas de fuera y
las presencias autóctonas; entre los formadores y los jóvenes en formación, como si
pertenecieran a categorías diferentes; ¡entre los jóvenes formandos mismos, que todo lo
exigen, alejándose de un estilo de vida sencillo y cercano a la condición de la gente!
Es importante que desde el principio del camino formativo los jóvenes candidatos sean
acompañados por los senderos de la sobriedad de la comida, del vestido, del saber
colaborar con el propio trabajo manual en la vida de todos los días.
Sentido de pertenencia y corresponsabilidad: es importante desarrollar, en todos
los cohermanos y en cada joven en formación, el sentido de pertenencia y
corresponsabilidad que se expresa en el empeño personal y comunitario por el
sostenimiento de la Congregación en todas sus Entidades. Cada día es necesario superar
la insidia de sentirse dependientes, asalariados, porque sería negar los fundamentos de
nuestra elección de entrar en una familia, en una comunidad y vivir como partes
responsables y activas de la misma. De ahí el esfuerzo de cada uno y de todas las
Entidades para alcanzar una cierta autonomía económica, fruto del espíritu de
solidaridad y de la creatividad para atender las necesidades de la vida y de la misión.
Reglamentación de los aspectos económicos en los Estatutos de la Entidad: a la
luz de las Constituciones de la Congregación es importante clarificar en los Estatutos de
las Entidades cuanto se refiere a la utilización de los bienes. Hay que estar atentos a no
contraer deudas sin la necesaria autorización para no exponer a la Congregación misma
al riesgo de tener que asumir la responsabilidad de las mismas para salvaguardar el buen
nombre de la Entidad y por respeto a los acreedores. Al mismo tiempo es prudente
discernir en comunidad los compromisos sociales para que no desborden las capacidades
económicas permitidas ni los límites de la prudencia y de la conveniencia religiosa.
A NIVEL DE LA LIBERTAD Y DISPONIBILIDAD PARA LA MISIÓN
La familia: cada uno de nosotros siente el deber de agradecer a Dios por la
propia familia, en la cual recibió el don de la fe y ha sido acompañado en su crecimiento.
Montfort es tan fuerte como Jesús: ver Lc 14,25-27, cuando pide misioneros
“desapegados de todo, sin padre, sin madre, sin hermanos, sin hermanas, sin parientes
según la carne”: SA 7. Sabemos bien que esto no significa rechazo ni menos desprecio,
sino que es una invitación clara y fuerte a una opción decidida y valiente que nos permita
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ser verdaderos discípulos de Jesús y misioneros de su Evangelio y caminar con libertad
en pos de Él. En las diversas culturas el sentido de familia tiene acentos diferentes, pero
el mensaje y el ejemplo de Jesús frente a su madre y a sus parientes: ver Mc 3,31-34, son
claros para todos y, si se viven con coherencia, nos llevan a recibir el “céntuplo”, ver
Mc 10,28-31. Es preciso pues valorar donde sea necesario, el comportamiento de cada
uno referente a los vínculos que con frecuencia mantenemos con la familia, a las ayudas
financieras que a ella destinamos. Es hermoso por otra parte experimentar el apoyo
incondicional de la propia familia humana en favor de nuestra total libertad misionera.
El ser sacerdote o religioso visto como ascenso en la escala social: la consagración
religiosa, la vida y el trabajo apostólico en una comunidad, el sacerdocio son todos dones
que nos comprometen a vivir la cercanía, la solidaridad y el servicio gratuito a nuestros
hermanos en la misión. Mas puede suceder algunas veces que los bienes materiales que
recibimos en la comunidad, las facilidades económicas que están a nuestra disposición,
antes que fuente de comunión con los hermanos, se pueden convertir en motivo de
separación: nos ponemos o nos sentimos en un nivel superior, ya no nos ensuciamos las
manos, no podemos ya aceptar trabajos humildes, porque son incompatibles con nuestra
nueva dignidad... También ésta es una insidia que nos hace perder de vista a Jesús,
el verdadero Consagrado, el único Sacerdote que se hace todo para todos, y que escoge
pecadores y personas sencillas como colaboradores.
El testimonio personal en la misión: a la luz de la Palabra de Dios todos estamos
invitados a verificar cada día la verdad que hay en nosotros y a saber emprender el
camino de conversión permanente que nos permitirá ser testigos creíbles con nuestra
vida, porque “el hombre de hoy escucha con más gusto a los testigos que a los maestros,
o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos”: Pablo VI, Evangelii Nuntiandi
41. La verdadera misión siempre se realizó con los testigos, los mártires, los confesores,
los santos. La insidia en que caemos fácilmente, cuando perdemos de vista la radicalidad
de vida, es la ideologización y la justificación según la cual somos capaces de ofrecer
buenos consejos, indicaciones claras para los demás, pero, ¡sin coherencia de vida de
nuestra parte! Los Hechos de los Apóstoles dicen que Jesús comenzó “primero a hacer
y después a enseñar”, ver Hch 1,1; ver ASE 153; SAR 2; RM 62.
Construcciones y proyectos para la comunidad y para la misión: la solidaridad
misionera aún viva en las comunidades cristianas y en la Congregación, nos da la
oportunidad de recibir ayudas, algunas veces significativas, de invertir en favor de los
hermanos necesitados o para las necesidades de la comunidad. Ésta es una gran ocasión
para un discernimiento comunitario sobre proyectos y su realización concreta, para que
toda obra sirva al bien de todos en un estilo sencillo y conforme a nuestra opción de
pobreza. Es importante que también para tales proyectos de solidaridad se tenga
una contabilidad cuidadosa para dar cuenta de cómo se invierten los bienes que nos son
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confiados. Frecuentemente estamos expuestos a la insidia de hacer elecciones personales
y ligar las construcciones o proyectos a la propia persona, perdiendo de vista la actitud a
que Jesús nos invita: ser “simples sirvientes”, Lc 17,10.
Disponibilidad para la misión en un País más pobre que el propio: nuestra
identidad misionera requiere de apertura y disponibilidad para ir donde hay mayor
necesidad “del anuncio de la Buena Noticia a los pobres”, Lc 4,18. ¡Qué hermoso leer la
historia misionera de nuestra Congregación y darnos cuenta de tantas opciones en favor
de los Países y de las situaciones más difíciles! Nuestros predecesores fueron guiados
por un verdadero espíritu misionero y quisiéramos que ese espíritu se transmita a las
nuevas generaciones de la comunidad monfortiana. Pero a veces se insinúa una
resistencia en el corazón de algunos cohermanos llamados a la misión fuera del propio
país: no hay disponibilidad para lugares demasiado pobres que exigen grandes
renuncias... Parece casi una ofensa a la propia dignidad y por tanto se tiene la impresión
de ser enviados al exilio.
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3. COMPARTIR LOS BIENES AL SERVICIO DE LA MISIÓN
Dando ahora una mirada más amplia a la vida de la Congregación, al servicio del
anuncio de Jesús, pobre y amigo de los pobres, quisiera invitarles a leer y meditar,
personalmente y en comunidad, el Cántico 20 de nuestro Santo Fundador, titulado
“Los Tesoros de la Pobreza”. Dejémonos penetrar por el espíritu evangélico de pobreza
que transformó la vida del Fundador en un faro que ha de iluminar nuestro camino de
discípulos. Cito solamente las dos primeras estrofas, pero los invito de verdad a que cada
uno lo medite y contemple cómo Montfort sabia transformar en canto sus más profundas
vivencias:
“Mira la piedra preciosa,
mira el tesoro escondido
y la virtud y la gracia
que busqué por tanto tiempo;
mas no es fácil alcanzarlas
pues quien poseerlas anhela
debe dar para lograrlo
todo aquello que más quiera.
Se trata de la pobreza
en espíritu y verdad
que aconseja con certeza
Jesús a todo mortal,
la pobreza que nos lleva
la riqueza a despreciar,
pero en seguir se complace
a Jesús en la verdad”.
Reflexionando en las orientaciones del último Capítulo General, tenemos como
trasfondo el espíritu del Cántico del Padre de Montfort y el testimonio de toda su vida.
En los retos que el texto capitular nos presenta sobre el compartir de los bienes
leemos:
1. N. 35: “crear solidaridad exige confianza entre las Entidades necesitadas y
las que poseen recursos suficientes. Hay confianza donde hay transparencia
y responsabilidad”.
2. N. 37: “El objetivo es lograr transparencia y responsabilidad: la
transparencia lleva a la responsabilidad, la responsabilidad a la confianza
y la confianza a la solidaridad”.
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Transparencia y responsabilidad, solidaridad en relación con nuestra misión en
medio de los pobres y con los pobres de la tierra: éste es el camino que hemos de
recorrer para ser fieles y realizar los retos que la Congregación se ha fijado.
Transparencia y responsabilidad
La buena administración de los bienes, expresada en la correcta contabilidad, es
un instrumento importante que permite realizar un examen (escrutinio) sobre la pobreza
y aplicar los ajustes evangélicamente necesarios para ser libres como lo quiere Montfort.
Los consagrados y sus comunidades se juegan toda su credibilidad y su testimonio
profético en el mundo de hoy en el seguimiento de Jesús pobre. De ahí la necesidad de
formar a todo religioso para vivir la responsabilidad y no la dependencia, mediante un
itinerario sobre los aspectos que revelan la verdadera elección de nuestra vida.
Llamados, como Jesús, a un estilo de vida sencillo y pobre, cercanos a la realidad
de la gente del propio país, evitaremos presentar la Vida Consagrada como una
promoción. Es preciso tener claridad en el discernimiento sobre las motivaciones
vocacionales de los candidatos, para prevenir serias dificultades de inserción en la
identidad carismática de la Congregación, con el consecuente desgaste de energías en el
sostenimiento de presencias no integradas. La cantidad de las vocaciones no siempre es
signo de un testimonio evangélico de nuestra vida.
Llamados a vivir del trabajo propio: es urgente y necesario encaminarnos a cierta
autonomía de las Entidades jóvenes a partir del propio trabajo misionero y cercano al
estilo de vida de su pueblo. La Vida Consagrada ha nacido siempre entre los pobres para
ponerse al servicio de los mismos. Ya en la fase formativa es importante crear la cultura
del trabajo manual y de la sobriedad de vida como expresiones del camino evangélico.
El punto de referencia será siempre el retorno a lo esencial del Evangelio y a la
persona de Jesús.
Llamados a dar cuenta con transparencia de lo que se tiene y de lo que se recibe:
sin la verdad no se abre camino ni se entra en el espíritu de las primeras comunidades
cristianas y de la tradición secular que nos ha sido transmitida por generaciones de
personas consagradas. Y, como nos dice San Pedro, “no has mentido a los hombres,
sino a Dios”, ver Hch 5,4.
Solidaridad
“Todo lo tenían en común”, Hch 4,32. La comunión de bienes al interior de
nuestra Congregación religiosa es una exigencia profética frente al mundo globalizado
de hoy que empuja cada vez más hacia el individualismo y el provecho personal.
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Al mismo tiempo la solidaridad se realiza de tal modo que también las Entidades
en los países en via de desarrollo puedan crecer poco a poco hacia una cierta autonomía,
porque esto da dignidad, fuerza interior, y hace que cada uno se responsabilice de su
subsistencia con el fruto de su propio trabajo.
Pero es importante que todos trabajemos por el bien común, sintiéndonos de
verdad responsables los unos de los otros. Nuestro camino de Vida Consagrada nos debe
llevar a crear una verdadera fraternidad. Tenemos que agradecer a los cohermanos y a
los responsables de las Entidades que durante años están realizando iniciativas para
concretar la solidaridad en la Congregación.
No obstante, en algunos casos, esto ha producido una actitud de dependencia.
Es urgente y necesario un cambio de mentalidad y un trabajo de información y
formación. La crisis económica mundial de nuestros días, que repercute al interior de
nuestra comunidad, es sin duda una gran oportunidad para trazar conjuntamente nuevos
caminos de solidaridad y al mismo tiempo revisar nuestra vida a la luz del compromiso
que hemos tomado de seguir a Jesús pobre.
Es igualmente importante no olvidar que el compartir los bienes y la solidaridad
se dan siempre en función de la misión carismática de la Compañía. Algunas veces se
nota que la preocupación por los bienes materiales no está estrechamente vinculada a la
calidad de la formación para la misión y a la solidaridad con nuestros hermanos menores,
los pobres, que nos remiten a lo esencial del Evangelio y a nuestros orígenes
fundacionales.
Amigos de los pobres
Jesús con su ejemplo no nos enseña a hacer cosas por los pobres, sino a vivir como él,
pobre y amigo que está con los pobres. Ya en el Antiguo Testamento conocemos a Dios que
escucha el clamor de los pobres, defiende su causa, consuela su aflicción y proclama con
fuerza que la pobreza material se debe combatir.
Pero la forma de pobreza más profunda, la de los anawim, personificada en Jesús
mismo, tiene todo su valor a los ojos de Dios. El Evangelio no es solamente anunciado a los
pobres, es anunciado por un Maestro que “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de
ser igual a Dios; sino que se vació de sí mismo y tomó la condición de esclavo”, Fil 2,6-7.
Hemos sido invitados a armonizar estos dos caminos: el amor por los pobres y nuestra
opción personal de una vida pobre, siguiendo la pobreza predicada y practicada por Cristo e
imitándolo en su amor sincero y real por los pobres. “Les aseguro que lo que hayan hecho a
uno solo de estos, mis hermanos menores, me lo hicieron a mí”, Mt 25,40.
Antes que considerar a los pobres como un problema social, debemos verlos como
personas que hemos de amar, escuchar y también ayudar. “Al desembarcar vio un gran
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gentío y sintió lástima, porque eran como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles muchas
cosas”, Mc 6,34. Antes de multiplicar los panes, Jesús establece con las personas una
profunda comunión, habla con ellas, anuncia la palabra que salva. Luego compromete a sus
discípulos: “denle ustedes de comer”: Mc 6,37. Antes de abrirnos a las necesidades de los
pobres, hemos de sentirlos como hermanos nuestros, amarlos, entrar en relación con ellos.
No debemos por tanto solamente apresurarnos a hacer algo por ellos, sino detenernos,
escucharlos, respetarlos, buscarlos.
Que nuestros jóvenes, en el proceso formativo, vivan la cercanía con los pobres como
elemento esencial para su maduración. Sin olvidar además que somos discípulos en
seguimiento de Jesús manso y humilde de corazón, ver Mt 11,29, y que queremos seguir
siéndolo durante toda la vida.
La fuente de todo es siempre la escucha de la Palabra, de lo contrario el amor se enfría
o se convierte en ideología que aleja o instrumentaliza a los pobres. La Palabra regenera cada
día en nosotros un corazón abierto a los pobres, alimentado también por la Comunidad y
la Eucaristía.
Hace años que venimos diciendo: “los pobres nos evangelizan”. ¡Matriculémonos de
verdad en su escuela! Con la mirada fija en ellos cada día, nos ayudarán a liberarnos de
nuestras falsas seguridades, fundadas no sobre roca sino sobre arena. La cercanía de corazón
a los pobres pondrá al descubierto nuestras debilidades y fragilidades, nos hará capaces de
experimentar la riqueza de su humanidad, de sus palabras, de su amistad y de su gratitud.
Sacudirán nuestra tranquilidad. Recordemos las palabras del Papa Benedicto XVI:
“El programa del cristiano, el programa del Buen Samaritano, el programa de Jesús, es un
corazón que ve. Este corazón ve dónde hay necesidad de amor y actúa en consecuencia”,
Dios es Amor, 31.
Viene bien a propósito una invitación a abrir los ojos y el corazón también a los
pobres de nuestra casa, es decir, a los cohermanos que en nuestras comunidades viven la
incomodidad, la enfermedad, la vejez... Como buenos samaritanos cuidemos de ellos y
ayudémosles a acoger los gestos de nuestra solidaridad fraterna y cordial.
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CONCLUSIÓN
En la historia de la Vida Consagrada, el mal uso de los bienes siempre ha
generado decadencia en la vida religiosa. Entonces se adoptan reformas radicales que
permitan volver al sentido profundo de pobreza, como seguimiento y conformación a
Cristo, “que siendo rico se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza:
2 Cor 8,9. Parece una paradoja: Cristo no nos enriqueció con su riqueza, sino con su
pobreza, es decir, con su amor que lo llevó a darse totalmente a nosotros.
Podemos pues verificar la cualidad de nuestra vida consagrada mediante la
calidad de la gestión de los bienes materiales y espirituales que el Señor nos otorga.
Esta verificación puede ser un instrumento óptimo para la reflexión y el compartir en
nuestras asambleas y reuniones de comunidad, sin caer en la insidia de bellas
afirmaciones, sino yendo a lo concreto de la vida de cada día.
Pobreza como liberación, pureza de corazón como camino hacia Dios, honestidad
profesional en el uso de los bienes y en su correcta administración: ésta es la senda para
no caer en la presunción de privilegios. Estos más que llevarnos a ser testigos,
se convierten en obstáculo a la difusión del Amor de Dios entre los hombres.
También hemos de prestar particular atención a los vínculos con la creación
mediante un estilo de vida sobrio, por el uso consciente del agua y de la energía,
el rechazo del consumismo. Para hacer esto conviene cultivar la actitud profética de los
hombres de la Biblia y de los misioneros que soñaba Montfort y pedía a Dios.
Nuestro Fundador nos invita a tomar a María como camino seguro. La inspiración
que recibimos de la figura de la Virgen debe infundir en nosotros la pobreza de espíritu
que brota del Cántico de María. Su participación en la misión de salvación nos acerca al
sufrimiento de los hombres, como ella acompañó el camino del Calvario y estuvo de pie
ante la Cruz del Hijo.
Del 12 al 14 de septiembre 2008, participé en Loreto en las jornadas de
espiritualidad mariana monfortiana. Había más de 250 personas que viven la
consagración monfortiana y juntos asistimos “con María a la escuela de la Sabiduría
Crucificada”. El entusiasmo de tanta gente sencilla, a menudo lidiando con situaciones
difíciles, pero que hace una elección de vida a partir de la consagración propuesta por
Montfort, y que se hace disponible, con libertad, a los caminos de Dios, me llevó a
exclamar espontáneamente: “Los laicos nos evangelizan”.
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Retomemos la consagración monfortiana, viviéndola como proceso de pobrezadespojamiento-liberación que nos devuelve el espíritu de los verdaderos misioneros del
Evangelio:
“Yo, N. N., pecador infiel,
renuevo y ratifico hoy en tus manos
los votos de mi bautismo;
renuncio para siempre a Satanás,
a sus pompas y a sus obras
y me consagro totalmente a Jesucristo,
la Sabiduría encarnada,
para llevar mi cruz en su seguimiento
todos los días de mi vida
y a fin de serle más fiel
de lo que he sido hasta ahora.
Te escojo hoy,
en presencia de toda la corte celestial,
por mi Madre y Señora.
Te entrego y consagro,
en calidad de esclavo,
mi cuerpo y mi alma,
mis bienes interiores y exteriores
y hasta el valor de mis buenas acciones
pasadas, presentes y futuras.
Dispón de mí y de cuanto me pertenece,
sin excepción, según tu voluntad,
para mayor gloria de Dios
en el tiempo y la eternidad.”
ASE 225
Roma, octubre 7, 2008.
Fiesta de Nuestra Señora del Rosario
P. Santino Brembilla, s.m.m.
Superior General
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L’ Écho Montfortain
Viale dei Monfortani, 65
00135 ROMA ( Tel: +39 06.30.52.332 )
[email protected]
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