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Desde el Corazón
Por. Roberto VELERT CHISBERT
Domingo 16 de Octubre de 2016
“EL HOMBRE MADURO”
¿Quién es el aparente protagonista de nuestra sociedad, de la que tan ufanos nos
sentimos?, un hombre que, como cantaba Julio IGLESIAS, es “un truhan y un señor”, más
de lo primero y menos de lo segundo, un ser a punto de ser descerebrado, y llenada su
cabeza de prefabricados pensamientos; un hombre henchido, para que no ose mantener
ideas ni originales, ni rebeldes y mucho menos espirituales, con datos que en lugar de
acercarlo lo alejan del sabio conocimiento; un hombre asaltado por miles de informaciones
que lo deforman, y que le relativizan cualquier verdad; un hombre confundido por los
mismos que debieran transmitirle la cultura; un hombre que oscila entre el escepticismo y
el cinismo, o se conforma con aceptar lo que cualquier poder, sin darle explicaciones, le
asegure; un hombre a cuyos ojos se ha destruido la estructura y realidad de un mundo
espiritual, y se han extirpado a la vida sus más altos fines: para el que los conceptos de
propósito, destino, de soledad, de serenidad, de amor, de vida y muerte no se acompasan al
fingido progreso ni a su emaciada inteligencia.
De ahí que deban considerarse algunas de las grandes palabras de nuestro idioma
que suelen ser brevísimas: yo y no. Yo como una afirmación de individualidad, de saber
que no somos un accidente, de reconocer para qué estoy aquí en la tierra, pues un hombre
sin propósito además de inmaduro es como un barco sin timón, un soplo, nada; no como un
refugio contra lo que quiera invadírnosla y arrebatárnosla. Ese hombre que desconoce su
yo real, así como el propósito de su vida, pierde el sentido de la misma, y no madura en
investigarlo. Un ser despersonalizado, similar a los otros, que teme ser distinto, y hace del
hombre un autómata camaleonizado con su entorno y receptor de las consignas ante las que
se doblega. Y “Desde el Corazón” percibo que cuando trata de ser social, es en el papel
repartido por los mundanos poderes simultáneamente. Estados, sentido común u opinión
pública, manipulación mediática y referéndum para todo, modas, religión a la carta,
debilidad de la justicia, relativismo ético como instrumento de conformismo, papeles
representados por actores que olvidaron sus propios valores, deberes y sentimientos o que
jamás los conocieron, robots que se hacen ilusiones de libertad… si no soy lo que los otros
son y esperan ¿qué seré?; nadie, nada. Y así, el hombre se desvare, pierde su voluntad y
galopa hacia la frustración, la inmadurez, aunque se ponga la máscara de euforia. Tiene en
sus manos una vida, que al no ser vivida interiormente, le conduce a la inseguridad, y lo
empuja a admitir cualquier ideología, religión ilusoria o cualquier líder con tal de aparecer
diferente sin serlo; con tal de ser considerado como individuo sin que le obliguen a recorrer
el proceso largo, serio, profundo y eficaz del pensamiento de individualidad espiritual.
Si no somos más maduros, se debe en mucho a que no queremos serlo. Entre el
hombre inmaduro y cabal, pecador o santo, sólo le separan ciertas resoluciones que uno y
otro han tomado en su corazón. Y aunque opuestas, se hallan cercanas en el reino del
espíritu. Un abismo separa a los ricos de los pobres, abismo que sólo puede cruzarse con
ayuda de fuerzas exteriores y buena fortuna. La línea divisoria entre la cultura y la
ignorancia siendo ancha y profunda, puede transformarse disponiéndose al esfuerzo del
estudio y sacrificio, permitiendo al ignorante convertirse en un hombre ilustrado. Mas el
paso de la inmadurez a la cabalidad, del pecado a la santidad, no requiere “suerte” ni ayuda
externa. Basta un eficaz acto de obediencia de nuestra voluntad, que es decir “Sí” al
Creador como respuesta a la gracia de Dios.
“Desde el Corazón” puedo decir que no somos maduros, santos, porque no
tendemos a serlo. No digo que no queremos, porque algunos lo quieren. Pero el mero deseo
es un pensamiento pasajero, una nube de verano, sin consecuencias, si la voluntad no se
somete al Creador y se pone en marcha para lograrlo. La clave de la madurez y por ende, el
avance espiritual, se encuentra en la eliminación de la distancia entre el Creador y la
creatura, siendo y acogiéndose al camino que es Jesús. La renovación del hombre en su
relación con la fuente de vida. Clave que pasa por aplicar a nuestras vidas, la enseñanza
implícita que describió el Maestro: “de cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no
cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. La semilla para
crecer y madurar necesita morir. Todos debemos descender a las tierras de nuestro
subconsciente y escarbar en sus hierbajos sombríos, donde se encuentran nuestros hábitos
pecaminosos: soberbia, avaricia, envidia, egotismo, egolatría, insensibilidad, cosas todas
que dificultan nuestro juicio. Desvirtuamos entonces la verdad para ajustarla a nuestras
imperfecciones, y nos mentimos a nosotros mismos para no tener que cambiar ni renunciar
a los vicios que tanto apreciamos. Morir a esto para vivir a la madurez. Sí, morir a la vida
inerme de nuestras faltas inconfesables para renacer a fructuosa vida. Esto exige que
hagamos un completísimo análisis de nosotros mismos a la luz de las inmutables leyes de
Dios.