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María, la mujer del silencio
y la interioridad
Jesús regresó a su casa, con sus padres, a Nazareth y vivía
sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su
corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en
gracia delante de Dios y de los hombres.
Lucas 2, 51 – 52
María, la mujer del silencio, la mujer de los secretos, la
mujer de la interioridad, nos aparece relatada en el evangelio
de Lucas bajo esa perspectiva en su corazón que guarda en su
más profunda intimidad lo que Dios va haciendo en el silencio
y en la oscuridad de su propia fe a partir mismo del hecho de
la anunciación que no es otra cosa que poner luz sobre todo
aquello que ella ya venía viviendo en su corazón, preparada
desde siempre. Este vínculo tan profundamente especial con el
que Dios había signado su vida, María es la mujer de la
interioridad, la mujer del espíritu, es la mujer de la escucha
atenta. María es quien sabe de los secretos.
“Una de las dimensiones que no podemos abarcar bien desde
nuestro estilo de cultura
, dice José María Peman, es justamente ésta dimensión propia
del Antiguo Testamento, la dimensión del secreto. Estamos en
las primeras páginas del Evangelio, desprendiéndonos con
dificultad del Antiguo Testamento que todavía tiene este
estilo de teocracia, es decir, estilo de mandato directo y
directa comunicación. Los mensajes del cielo suelen ir
acompañados de una regla para su propia administración, Dios
dice a sus siervos lo que deben revelar y lo que deben callar.
Jesús, mientras está aquí le va a decir a los que se acercan a
El recibiendo de su gracia algún milagro: dilo o no lo digas a
nadie, preséntate y cuéntalo, o vete y no lo cuentes. No le
había dicho el Ángel a María que contara el prodigio.
Prodigios de ésta clase llevan implícitos en sí mismo un pudor
y una reserva nunca fácil. Tampoco fácil conseguir de los
santos que relatan sus favores. Siempre había de mediar un
mandato de obediencia. A todo esto no podemos acaso entenderlo
todo bien dice Peman desde nuestra civilización esencialmente
publicitaria y particularmente “marquetinera”.
María no tiene ese costado, no está en ella, no está en su
interioridad el querer dar a conocer por mostrarse a sí misma
en lo que Dios obra en su corazón sino sola e impulsada por lo
que Dios quiere mostrar desde Ella se muestra esto en el canto
del Magníficat pero por sobre todas las cosas en el silencio
austero con el que la Virgen aparece en todo el Evangelio
dando lugar a que La Palabra pueda verdaderamente pueda tener
eco en el corazón de los hombres.
Para que una palabra pueda ser bien recibida el ambiente debe
ser el del silencio, para que una palabra pueda verdaderamente
tomar cuerpo y hacerse carne, es decir tocar la vida,
transformarla, hacerla nueva, darle un nuevo dinamismo, brillo
y color. Para que una palabra que penetra en lo profundo del
corazón de los hombres tenga verdaderamente un don de sentido
y capacidad de orientación, la palabra necesita de un ámbito
de silencio, un lugar donde pueda ser bien recibida, la
ausencia del ruido y la posibilidad de ser comunicada. María
es la Mujer donde la Palabra encuentra su mejor expresión
porque es la mujer del silencio, la mujer de la interioridad,
la mujer donde la Palabra encuentra todas sus posibilidades
hasta llegar a hacerse carne. Primero en la creencia que nace
en su corazón oyente y después en su propio vientre.
María, siendo la mujer de la interioridad y el silencio, la
que sabe de los secretos de Dios, la que lo va rumiando
interiormente como Dios permite que así lo haga, es
verdaderamente portadora de la Palabra porque en Ella
encuentra el mejor lugar para expresarse.
María encuentra en su camino un hombre a la altura de su
corazón, al que Dios también ha ido preparando, formando, y lo
continúa asistiendo con sus gracias semejantes a las que
recibe la Madre de Dios. En sueños, José, el esposo de María,
va a ser advertido de cuánto debe él respetar el camino de
Dios en el corazón de la mujer que Dios ha puesto a su lado, a
la que no debe abandonar ni repudiar sino sencillamente
aceptar como el regalo más hermoso que Dios le ha hecho.
Aquella confusión tan particular en el corazón de José al
enterarse de la obra de Dios en el corazón de María, difícil
de comprender, termina por ser asistida por Dios quien lo
invita en el silencio de la noche, desde los sueños, a aceptar
a María por esposa.
Es que Nazareth es el lugar de la escucha atenta de la
Palabra. Es la escucha atenta donde la palabra crece y se
desarrolla delante de los hombres, va madurando de cara a Dios
la Palabra de Dios hecha carne en la persona del Niño Jesús,
en el ambiente de Nazareth encuentra el ámbito de interioridad
y de fe en María y de fe, para que ésta Palabra, éste Dios
Palabra hecho uno de nosotros pueda crecer y desarrollarse y
desde ese mismo lugar, proclamarse y anunciarse en el tiempo
justo, a los treinta años, cuando en su vida pública comience
a anunciar el tiempo de gracia con el que Dios visita a su
pueblo liberando a los cautivos y trayendo el don de la Paz
que desde el cielo viene en el camino de la Justicia desde
donde Dios ha venido a establecer y a poner las cosas en su
lugar. Nazareth es un lugar de fe, de interioridad y de
escucha atenta.
¿Qué es la fe sino obedecer? que quiere decir “ob – audire”.
“En la fe,
dice el catecismo, nos sometemos a la Iglesia de Dios, y la
Iglesia dice: “en la fe nos sometemos libremente a la Palabra
escuchada porque su verdad está garantizada por Dios, la
Verdad misma. De esta obediencia Abraham es el modelo que nos
propone la escritura. La virgen es la realización más perfecta
de la misma. Abraham es el padre de los creyentes, María su
modo más perfecto de realización.
La interioridad a la que Dios nos invita a nosotros entrando a
la escuela de Nazareth es desde la fe. El silencio al que Dios
nos llama no es el del mutismo sino el de la expectación a lo
que Dios está por decir. Es un silencio expectante, no es un
silencio que mata, es un silencio atento, es el silencio que
nos pone en situación de niños, es decir, abiertos a lo que
está por venir, aparecer, que de mano de Dios viene a
revelarse para que en lo secreto, en lo sencillo, en el
silencio, y en el crecimiento del deseo por las cosas de Dios
nosotros también vayamos siendo formados en la escuela de
Nazareth como quienes nos hacemos oyentes de la Palabra, es
decir, hombres y mujeres de fe.
“Ella guardaba todas estas cosas en su corazón” La
Palabra nos está mostrando éste costado de interioridad que
hay en María donde la Palabra se hace fecunda, donde
encuentra el espacio justo de expresión. Es el silencio lo que
mejor comunica la Palabra que se hace vida. Los padres
apofáticos lo decían tan maravillosamente: -“Lo mejor que te
nombra es el silencio”Es verdad, cuando nosotros nos hacemos hombres y mujeres de
interioridad, la Palabra se pronuncia con toda su fuerza y
Dios revela su misterio cuando encuentra el corazón bien
dispuesto para ser bienvenido, bien recibido. Esto es lo que
ocurre en Nazareth.
Nazareth es la escuela del silencio. Lo dice Juan Pablo II
maravillosamente en un encuentro que tenía con seminaristas en
Jerusalén.-“Nazaret es la escuela del silencio”. A esa escuela
somos conducidos nosotros para ser guiados por Dios para hacer
una escucha más profunda del Verbo, de la Palabra que quiere
hacerse carne en nosotros como en María. ¿Cómo podemos
nosotros entrar en la escuela del silencio?, por el deseo.
El deseo nos introduce en la puerta de la escuela del
silencio. La portera del deseo, como puerta, es la caridad. En
la caridad nosotros acrecentamos el deseo. Podemos crecer
incesantemente en ésta experiencia de entrar en la presencia
de Dios. Es una búsqueda que no se acaba.
Sólo con el amor tocamos a Dios y sólo por el amor alcanzamos
un contacto directo con Él. Santo Tomás de Aquino llamaba a
esto “con-naturalidad”, y San Buenaventura “abrazo”. El amor
tiene un poder unitivo que no poseen ni la fe ni la esperanza,
por el amor crecemos en el deseo. El deseo se hace realidad
creciente en el amor en cuanto que busca y espera alcanzar a
Dios.
Como reza tan maravillosamente el salmo 41: -“Como la cierva
sedienta busca las corrientes de agua, así mi alma suspira por
Ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente:
¿Cuándo entraré a contemplar el rostro de Dios? Las lágrimas
son mi único pan, de día y de noche, mientras me preguntan sin
cesar, ¿y tu Dios dónde está?. Al recordar el tiempo que pasó,
me dejo llevar por la nostalgia: ¡ como iba en medio de la
multitud y la guiaba hacia la Casa de Dios, entre cantos de
alegría y alabanza, en el júbilo festivo. ¿Por qué te deprimes
alma mía?,¿Por qué te inquietas? Espera en Dios y volverás a
darle gracias a El, que es mi salvador, a El , que es mi Dios.
Mi alma está deprimida: por eso me acuerdo de ti. Desde la
tierra del Jordán y el Hermón, desde el Monte Misar. Un abismo
llama al otro abismo, con el estruendo de tus cataratas, tus
torrentes y tus olas pasaron sobre mí. De día el Señor me dará
su Gracia, de noche podré cantar las alabanzas al Dios de mi
vida. Diré a mi Dios: mi Roca, ¿por qué me has olvidado?, ¿Por
qué tendré que estar triste, oprimido por mi enemigo?. Mis
huesos se quiebran por la burla de los que no creen mientras
me preguntan una y otra vez ¿tu Dios dónde está?, ¿Por qué te
deprimes alma mía, por qué te inquietas?, espera en Dios y vas
a volver a darle gracias y a alabarlo a El, tu Salvador, tu
Dios”.
La Palabra que acabamos de compartir no hace otra cosa que
expresar una tierra quebrantada, una tierra sedienta, una
tierra expectante, un corazón humano expresado bajo la figura
de la tierra que clama y anhela por el Dios de la vida.
Qué maravilla como lo reza Juan Pablo segundo:- “Mi alma ha
escuchado en su corazón:-“ busca mi rostro”. Tu rostro buscaré
Señor, no me escondas Tu rostro
”. Es el corazón de un hombre de fe que en la oscuridad anhela
por el Dios de la vida y descubre en los abismos del Misterio
Pascual, que Dios, el que está tan cerca se le hace lejano en
el mismo deseo y en el mismo anhelo de encontrarlo. Es tiempo
de abrirnos interiormente a la escuela del silencio que es
Nazareth donde el deseo de Dios se acrecienta y la fe se hace
expectante. El silencio de Nazareth no mata, da vida, porque
el amor lo habita, y es justamente desde el amor donde sólo
podemos tocar a Dios que ha venido a revelar su rostro.
Es en Nazareth, en la obediencia de la fe, donde la Palabra
encuentra su mejor eco para expresarse, nos invita al deseo, y
el deseo en realidad, no es otro que el deseo que Dios tiene
por nosotros. Si podemos desearlo a Dios es porque dios nos
desea y tiene pasión por el corazón humano, tanta pasión que
le costó la vida al Hijo del hombre, al Hijo de Dios, a la
segunda Persona del misterio Trinitario, al Dios hecho hombre.
Tanto amor Dios tuvo por nosotros que entregó a su Hijo único
para que creyendo en El, es decir recibiéndolo en profundo del
corazón encontráramos el camino que nos conduce a la vida para
siempre bajo cualquiera de las formas.
Recíbelo hoy en tus brazos como lo recibió María a los pies de
la cruz cuando ya no respiraba. Recíbelo ahora que está en tus
manos la posibilidad de dar la vuelta por aquellos caminos
donde perdiste el rumbo, donde se te apagó el fuego de la
vida, donde se fue disipando ese deseo profundo por el cuál
vivir.
No hay posibilidad de encontrar verdadero deseo por sostener
la existencia en el lugar más alto dónde está llamado a estar
si no es porque nos dejamos alcanzar por éste Dios que nos
desea ardientemente.
Si es verdad que mi alma tiene sed de Dios, cuánto más éste
Dios tiene sed del corazón humano. Desea entrar a formar parte
de lo tuyo, está a la puerta y te llama para que le abras y
puedas compartir con El y en su presencia la gracia
maravillosa de reconocerte lo más hermoso que Dios tiene
delante de sus propios ojos. Sos hija de Dios, sos hijo de
Dios, y ésta es la dignidad más grande que le toca a tu ser
hombre y mujer.
Ser hijo de Dios, es decir, estar bajo la mirada del Padre
como lo está Jesús para quien el Padre sólo tiene ojos en el
espíritu del amor en el que ellos se comunican. Nosotros,
siendo hijos de Dios, entramos en esa dinámica donde Dios nos
hace distintos por su gracia, que anhela y desea entrar en
comunión con nosotros.
Padre Javier Soteras