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PERDIENDO MI VIDA EN ESTE MUNDO
PARA HALLARLA EN DIOS
P. Steven Scherrer, MM, ThD
Homilía del viernes, 18ª semana del año, 5 de agosto de 2011
Deut. 4, 32-40, Sal. 76, Mat. 16, 24-28
“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera
salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la
hallará” (Mat. 16, 24-25).
Hay mucho interés hoy en la contemplación y la oración contemplativa, en que
nos sentamos en silencio, enfocados en Dios en amor. Hoy Jesús nos enseña
cómo debemos vivir como contemplativos. Debemos amar a Dios con todo
nuestro corazón (Marcos 12, 30). Debemos ser enfocados completamente en él,
no sólo durante nuestro tiempo de oración, cuando estamos sentados en la
oración contemplativa, sino todo el tiempo. Esto debe ser toda la orientación de
nuestra vida en cada cosa que hacemos, y esto debe afectar cada aspecto de
nuestra vida, todo nuestro estilo de vida.
El estilo de vida del mundo está enfocado en sí mismo, en aumentar los placeres
del cuerpo y de la mente de cada uno. Nuestra cultura tiene la misma
orientación. Por esta razón, Jesús nos enseña hoy que debemos perder nuestra
vida en este mundo y negarnos a nosotros mismos. No podemos enfocarnos en
los placeres del mundo y en Dios al mismo tiempo. Toda mi vida tiene que ser
orientada hacia el uno o el otro, pero no hacia los dos, porque no puedo servir a
dos señores (Mat. 6, 24). Así, pues, tengo que perder mi vida en este mundo si
quiero ser un contemplativo verdadero y vivir una vida contemplativa. No puedo,
continuar viviendo por los placeres del cuerpo y de la mente, sino más bien
tengo que decidir vivir desde ahora en adelante sólo para Dios con todo el amor
de mi corazón. En verdad, tengo que perder mi vida en este mundo para
encontrarla en Dios, “porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo
el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mat. 16, 25).
Es por esta razón que los monjes, que hacen de la contemplación todo un modo
de vida, renuncian a los placeres del mundo si son fieles sus propios ideales.
Viven en silencio, en clausuras, con mínimo contacto con el mundo. No viajan,
se visten en hábitos religiosos (simbólicos de su separación del estilo de vida del
mundo), comen muy sencillamente, renuncian a la televisión y a las películas, y
viven y comen en comunidades de hombres sin mujeres; o si son mujeres, en
comunidades femeninas sin hombres.
Este es el ejemplo que tenemos que imitar si queremos vivir y orar
contemplativamente. Mientras más renunciamos a los placeres del cuerpo y de
la mente, tanto mejor podremos vivir una vida contemplativa, porque nuestro
corazón y mente estarán más concentrados y enfocados sólo en Dios con
menos distracción emocional, intelectual, y carnal. Así, pues, perderemos
nuestra vida en este mundo, para salvarla para con Dios. Pero si quiero salvar
mi vida en un sentido mundano, siguiendo todos los caminos de mi cultura,
perderé mi vida para con Dios y no tendré éxito en ser un contemplativo ni en la
oración contemplativa, que tantos desean y buscan hoy.
Para crecer el la santidad y en una vida de oración y amor a Dios, tengo que
perder mi vida en este mundo al seguir el camino de los santos, el camino de la
cruz, el camino de negarme a mí mismo, el camino de la renuncia a los placeres
y deleites de este mundo. Tengo que renunciar a los placeres del cuerpo y de la
mente por el amor a Dios, a quien quiero amar con todo mi corazón, con un
corazón indiviso (1 Cor. 7, 32-34), no dividido de un amor puro a Dios por un
amor a los placeres de la vida presente. Para obtener los deleites de la nueva
creación, tengo que renunciar a los de la creación presente, como el hombre que
descubrió el tesoro escondido tuvo que renunciar a todo lo que tenía para
obtener aquel tesoro (Mat. 13, 44). Así, pues, serviré sólo a un señor (Mat. 6,
24) y tendré sólo un tesoro, Cristo (Mat. 6, 19-21), y mi estilo de vida será
contemplativo, que es el contexto en que la oración contemplativa puede crecer.
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