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PERDIENDO NUESTRA VIDA PARA SALVARLA
P. Steven Scherrer, MM, ThD
Homilía del viernes, 6ª semana del año, 17 de febrero de 2012
St. 2, 14-24. 26, Sal. 111, Marcos 8, 34-9, 1
“Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos
de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que
quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y
del evangelio, la salvará” (Marcos 8, 34-35).
Aquí vemos el principio básico de la vida cristiana, de que debemos modelar
nuestra vida según la cruz de Jesucristo. Cristo nos salvó por su cruz, cuando
creemos en él, y ahora debemos seguir el ejemplo de su cruz. Es decir,
debemos negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz, y seguirle. En vez
de vivir para nosotros mismos, debemos vivir para él. En vez de vivir para el
placer en este mundo, debemos dedicarnos a Cristo en amor, y servirle a él en
este mundo, trabajando para la evangelización y la salvación del mundo entero.
En vez de tratar de salvar nuestra vida de un modo mundano, debemos más
bien perder nuestra vida en este mundo a causa de él y del evangelio.
Esto es toda la base de la ascética, de una vida de renuncia a los deleites de
este mundo por amor a Dios y a causa de los deleites del reino de Dios.
Perdemos nuestra vida en este mundo por Cristo al renunciar a los deleites y
placeres de esta creación a causa de los de la nueva creación. Así salvaremos
nuestra vida verdaderamente. El Invitatorio del oficio de las lecturas hoy es:
“Venid, alabemos al Señor; en él es todo nuestro deleite” (viernes, semana II).
Debemos morir, pues, a los deleites del mundo, de la comida, de los paseos de
placer, etc., para que todo nuestro deleite sea en Dios, en la medida que esto es
posible en esta vida. La vida ascética y contemplativa, la vida monástica, la vida
eremítica, la vida de oración y ayuno en el desierto lejos del mundo es basada
en este principio de la renuncia a los deleites de este mundo para encontrar todo
nuestro deleite en el Señor.
Así, pues, los que quieren vivir una vida ascética, monástica, y contemplativa
tienen que perder su vida por Cristo y por el evangelio para salvarla
verdaderamente. Pero esto no es sólo para los monjes. Vemos que Jesús
estaba “llamando a la gente y a sus discípulos” (Marcos 8, 34) para decirles
esto. Es decir, es para todos, “porque todo aquel que quiera salvar su vida, la
perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará”
(Marcos 8, 35). Todos deben vivir así si quieren salvar su vida verdaderamente.
Todos deben perder su vida en este mundo, renunciando a sus deleites para
vivir sólo para Dios con todo su corazón, con un corazón indiviso. Los célibes,
los monjes, los religiosos podrán hacer esto más radical y completamente, pero
todos son llamados a vivir así, según las responsabilidades de su estado de
vida. Así serviremos sólo a un señor (Mat. 6, 24), y así tendremos sólo un
tesoro en este mundo, el Señor (Mat. 6, 19-21). Así amaremos a Dios con todo
nuestro corazón (Marcos 12, 30). Así seremos crucificados al mundo, y el
mundo a nosotros por amor a Cristo (Gal. 6, 14). Así obtendremos el tesoro
escondido al renunciar a todo lo demás (Mat. 13, 44).