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3ª CHARLA DE CUARESMA
“Completar la Cruz de Cristo, compartir su suerte”
Creer quiere decir “abandono” a la verdad misma de la palabra de Dios, reconociendo
humildemente ¡cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! El modelo
más acabado de esta fe fue María.
El sufrimiento humano no tiene sentido si no es a la luz de la fe en Cristo crucificado. El
hombre seguirá preguntando siempre sobre el sufrimiento: ¿por qué?. Tenemos que volver
nuestra mirada a la revelación del amor divino… en la cruz de Jesucristo. Si Dios no existiera, la
vida sería un absurdo. Si no se revelara el amor divino en la cruz de Cristo, el sufrimiento no
tendría sentido. El significado del sufrimiento y de la cruz solo tiene sentido como imitación de
Cristo y unión con Él.
Es posible sufrir por Cristo cuando se ha aprendido a sufrir con Él. L “por que” del sufrimiento,
Cristo responde con su propio sufrimiento asumido por amor. “Los manantiales de la fuerza
divina brotan precisamente en medio de la debilidad humana”.
Al permitir que experimentemos el dolor, entonces llegamos tocar el limite propio de nuestro
ser más hondo, donde nos espera Dios amor. Uno ya no se siente capaz de dar “cosas”, puesto
que no las tiene; pero todavía puede hacer lo mejor: darse así mismo desde su misma pobreza.
Ese es el misterio de la cruz.
En el corazón de Cristo, clavado en cruz, muchos santos y misioneros encontraron solución a
dificultades que eran humanamente insolubles.
Lo importante es que todo sufrimiento puede cambiarse en “cruz”: sufrir amando, es decir,
dándose. El proceso o camino de la cruz es proceso de purificación desde lo más profundo de
nuestro ser, para iluminarlo con la luz de Dios y transformarlo con su amor. La cruz del calvario
y de nuestra vida es la máxima epifanía de la trinidad.
El sufrimiento ya tiene sentido cuando se afronta con Cristo y como Él: “Uniendo el propio
sufrimiento por la verdad y la libertad al de Cristo en la cruz, es así como el hombre puede
hacer el milagro de la paz”.
La victoria de Jesús sobre el sufrimiento se realiza continuamente a través de los seguidores.
En cada época histórica y en toda circunstancia, presentar la cruz y llamar a “tener los mismos
sentimientos de Cristo” producirá, según los casos, un rechazo violento o una aceptación
esponsal.
El “misterio Pascual” de Cristo es un “paso” por la cruz hacia la glorificación. Ese es el
fundamento de la esperanza cristiana. Los padecimientos de esta vida no son nada en
comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros. La vida cristiana está teñida
de esperanza, que es tensión entre lo que ya se tiene y lo que todavía no se ha alcanzado.
“Mirad el árbol de la cruz,
donde estuvo clavada la salvación del mundo.
¡Oh cruz fiel, árbol único en belleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la vida
empieza con un peso tan dulce en su corteza!”.
La fecundidad de la vida, en los momentos de dificultad, tiene lugar por un proceso de sufrir
amando.
Solo el que sabe con Cristo puede experimentar y comunicar este gozo de la presencia de
Cristo resucitado en la propia vida.
La alegría pascual nace en el corazón cuando se ha sabido transformar las dificultades en
donación.
Cuando se desvanece la tempestad y vuelve la bonanza, el tiempo pasado aparece con nueva
luz, como desentrañando su misterio. “Beber el cáliz” de esas bodas fue muy dolorosas, pero
valía la pena. Leer la historia personal y comunitaria apoyando la cabeza sobre el pecho
abierto de Cristo esposo.
La victoria de Cristo sobre el dolor, el pecado y la muerte se muestra en todo su esplendor
cuando, apareciendo a sus discípulos, les muestra sus manos, sus pies y su costado abierto. La
paz, el perdón y la vida nueva en el Espíritu son frutos de su cruz… Se necesita la vista clara del
discípulo amado para descubrir a Cristo resucitado en la soledad del sepulcro o en un
momento de fracaso humano.
La muerte y resurrección de Jesucristo, que transformaron el sufrimiento en amor, han hecho
la vida plenamente humana.
A partir de la encarnación y de la redención, la vida humana adquiere sentido esponsal. Cristo
ha compartido nuestra existencia y nuestro caminar.
Si se mira la cruz solo como sufrimiento, no puede menos que espantarnos. Pero si se la
considera como “alianza”, entonces se descubre como una declaración de amor de Cristo.
Esposo que invita a compartir su misma suerte.
Cristo sello este desposorio con su propia sangre.
Cuando no se quiere compartir la suerte de Cristo Esposo crucificado, nacen en el corazón
ambiciones camufladas. La esterilidad espiritual y apostólica comienza a encubarse cuando no
existe la cruz de Jesús.
Toda vocación cristiana tiene sentido de desposorio: compartir la vida con Cristo. Sin la
“mirada amorosa” de Cristo, que llama a un seguimiento esponsal, no se comprendería la
doctrina evangélica sobre la cruz. “Estar con Él” es el secreto; “llamo a los que quiso para estar
con Él”. “Habéis estado conmigo desde el principio”. Cuando se vive esta intimidad con Cristo,
no se hacen tantas cábalas sobre el sufrimiento.
Los santos, precisamente por estar enamorados de Cristo, han usado expresiones que no
tienen sentido fuera del concepto del desposorio. Hay que acostumbrarse a escuchar en el
corazón lo que Cristo dice en realidad a los suyos: “si te envió la cruz es porque te amo”.
Los cristianos usamos mucho la luz como signo extremo, pero que no aparece en nuestras
vidas como realidad. No hay muchas diferencias entre una religión de adorno o de utilitarismo
y una actitud “secularizante” de buscar solo la eficacia inmediata, el poseer, dominar,
disfrutar. Acomodarse a estas tendencias (“religiosas” o secularizantes) seria construir un
cristianismo sin cruz y compartir la suerte de Cristo incluye cruz y resurrección.
“Si ahora padecemos con Él, seremos también glorificados con Él”. Hay que decidirse a seguir
esponsalmente a Cristo. Esta asociación esponsal con Cristo crucificado es un don suyo, que Èl
da con largueza a todos los que quieran seguir. Por esto hay que aprender a empezar
diariamente, como estrenando un “si” que lleva hasta la donación en la cruz. La Iglesia se
siente identificada con María en el calvario. “Junto a la cruz estaba su madre”..
En los momentos de crucifixión hay que aprender a vivir la presencia activa y materna de
María, diciéndole como en la liturgia “¡Oh Madre, fuente de amor!, /hazme sentir tu dolor/
para que llore contigo…/ Y porque a amarte me anime, / en mi corazón imprime/ las llegadas
que tuvo en si…/ Porque acompañar deseo/ en la cruz donde lo veo/ tu corazón compasivo”.
Ningún tema cristiano se entiende si no es a partir de los amores de Cristo. Los sentimientos o
amores de Cristo son de donación esponsal a toda la humanidad y a cada ser humano. Las
vivencias de Cristo son de sintonía con la voluntad del Padre y con el amor del Espíritu Santo,
que le llevan al “desierto” a “evangelizar a los pobres”. El sufrimiento personal de cada uno
comienza a comprenderse y a hacerse “gozo” de pascua cuando se vive en esa misma dinámica
de Cristo: entrar en los designios de Dios (oración) para poder servir y evangelizar a los
hermanos (caridad).
Esa es la actitud de las bienaventuranzas, de reaccionar amando en toda circunstancia, sin lo
cual no existe acción evangelizadora eficaz.
El sufrimiento personal se hace frustración y soledad absurda cuando no se vive en unión con
Cristo. Uniéndose a él, la persona que sufre se convierte en “una fuente de fuerza para la
Iglesia y para la humanidad”. Al experimentar la propia debilidad en el sufrimiento, hay que
trascender esas limitaciones descubriendo a Cristo presente.
Cristo nos contagia de su misma experiencia: el amor del Padre, tanto en tabor como en el
calvario. Humanamente es inexplicable la audacia de los santos ante la cruz, puesto que
sentían, como nosotros, el rechazo y la debilidad de la naturaleza ante el sufrimiento y ante la
muerte. No son las ideas y los conceptos los que transforman su vida, sino “alguien” que
primero murió por ellos; todos los días al celebrar la eucaristía, se repiten las palabras del
Señor, en las que aparece el motivo principal de su inmolación: “para el perdón de los
pecados”.
Quien está enamorado de Cristo no se preocupa tanto de las explicaciones teóricas cuanto de
vivir la realidad del misterio de Cristo. Sufrir con Cristo y reparar los pecados con Cristo para
extender su reino en todos los corazones, es una nota dominante de quien desea de verdad
ser santo y apóstol.
La sintonía con los “sentimientos” de Cristo comporta orientar hacia el toda la interioridad:
convicciones, motivaciones, decisiones.
Sufrir con Cristo significa “hacerse particularmente receptivos” a los planes salvíficos de Dios
en Cristo. La vida humana, con sus “gozos y esperanzas, tristezas y angustias”, se convierte en
sintonía con los sentimientos de Cristo y, consecuentemente, en solidaridad afectiva y efectiva
con todos los humanos.
En el corazón de Cristo encontramos solución también para nuestra cobardía y defecciones
ante el misterio de la cruz. También entonces Cristo nos invita a experimentar sus
sentimientos de compasión por nosotros y por todos. “Venid a mi todos los que estáis
fatigados y cargados, que yo os aliviare”.
La “nueva maternidad” de María y de la Iglesia pasan por la cruz, vivida conjuntamente como
desposorio con Cristo; compartir y vivir en sintonía con sus sentimientos, es una realidad
cristiana que transforma al creyente en “complemento” o prolongación de Cristo en el tiempo.
“Èl quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros
beneficiados”.
“Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y suplo en mi carne lo que falta a las
tribulaciones de Cristo por el bien de su cuerpo, que es la Iglesia“.
La cruz es la “gloria” del apóstol, como “cooperador” de Cristo. Esta realidad de poder
“completar” la pasión de Cristo se convierte en luz y en fuerza, especialmente en los
momentos de sufrimiento por la Iglesia y también de parte de la Iglesia; “al fin, muero hija de
la Iglesia” (Santa teresa de Ávila). En la tumba de P. Kentenich se lee el mejor epitafio que le
puede caer en suerte a un apóstol: “Amo a la Iglesia”.
Por esta participación en los sufrimientos del Señor, los cristianos son “los brazos de la cruz”.
Cristo continúa sufriendo en cada hermano necesitado. San Ignacio de Antioquia: “dejadme
ser imitador de la pasión de mi Dios…, mi amor esta crucificado”.
San Pablo ni siquiera intento esbozar una “teología” sobre el porqué podemos “completar” a
Cristo. Se dedico a vivir y anunciar “el misterio de Cristo”. Lo importante es que Cristo viva en
el corazón de todo creyente; es entonces cuando se vive en Èl y se sabe sufrir por Èl para llegar
a triunfar con Èl. “Cristo, en cierto sentido ha abierto el propio sufrimiento redentor a todo
sufrimiento del hombre… Parece que forma parte de la esencia misma del sufrimiento
redentor de Cristo el hecho de que haya de ser completado sin cesar”.
En la conciencia de los santos, había una convicción honda de completar a Cristo. No se trataba
solo de los grandes sufrimientos, sino también de los detalles pequeños de todos los días: un
servicio, una actitud de escucha, ofrecer un rostro sereno.
La vida cristiana consiste en compartir la misma de Cristo muerto y resucitado. La “alianza” de
Dios con la humanidad tiene sentido esponsal.
Las exigencias del seguimiento Cristo están enmarcadas en el símbolo de la cruz: “Si alguno
quiere seguirme, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y que me siga”.
María es el tipo o figura de la Iglesia en esa asociación esponsal con Cristo crucificado.
La fuerza para afrontar la cruz deriva de la sintonía con los sentimientos o amores de Cristo.