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Primera Edición Abril 2014 5,000 Ejemplares ¿QUE ES SER SACERDOTE? No se mueve la hoja de un árbol sin la voluntad de Dios. No decidimos ser sacerdotes, Dios nos escogió y nos regaló la vocación para toda la eternidad. Dios nos permite en su nombre, perdonar los pecados y abrirnos la puerta del cielo. Dios nos regala el poder de un ser humano, convertirlo en Hijo de Dios por medio del bautizo. El poder transformar el vino y el pan en Sangre y Cuerpo de Cristo y compartirlo con sus hermanos. Es el amor el que engendró en el Padre a los Sacerdotes, este amor infinito de predilección, deben tenerlo muy en cuenta los Sacerdotes. La vocación al sacerdocio, aunque es divina hay que cultivarla La sombra fecunda del Padre, se extiende a los altares. La importancia de contar con la Eucaristía en todo el mundo se lo debemos a los Sacerdotes. El Sacerdote reparte las riquezas espirituales del cielo. Los Sacerdotes siempre han existido en la mente del Padre, en el centro íntimo del Hijo, en la caridad infinita del Espíritu Santo. En el confesionario es el lugar que se glorifica a la Trinidad después del Altar. El estudio y la oración constante libra al Sacerdote de grandes peligros. Antes de cada Eucaristía, hay que hacer oración y pedirle al Espíritu Santo, los ilumine para que sus homilías se adquieran por todos los participantes y que no sean palabras que se las lleva el viento, o que entran por un oído y salen por el otro. Hay que vender con entusiasmo y con gran inspiración la palabra de Dios y al adquirirlo se cuida, se lleva a cabo y se comparte con la familia y amigos. Ha llegado en mí, hacer brillar la divinidad en mi corazón Yo vine al mundo para salvarlo por medio de la iglesia y de mis Sacerdotes. Y voy a dar la clave de la perfección y de la más alta perfección que aleja de la tierra y acerca al cielo; más aún, que trae el cielo mismo a los corazones. ¿Y cuál es el secreto? El amor a mi Padre, comprendido y desarrollado en el corazón del sacerdote. Ese a mor a mi Padre tiene dos aspectos: va del alma al Padre y vuelve enriquecido con el amor mismo del Padre al alma de donde partió. Unión, unión, esa unidad que es mi esencia y que Yo persigo en mis obispos y sacerdotes en todo el mundo. Yo no desoigo jamás los clamores de los Míos; pero necesitaba la Iglesia de México una sangría, necesitaba expiaciones y martirios, pero mi corazón está aquí, mis miradas están aquí, y a mi Iglesia mexicana Yo la llevo en mi alma con todos los suyos a quienes amo con ternura de madre. Pero quiero su bien, quiero barrer con ella lo vano, quiero apartar el trigo de la paja, quiero renovar hasta sus cimientos inyectándole más amor, unión, caridad, entregándola pura y limpia por María al Espíritu Santo, quien reinará en esta Nación de María y mi consentida. Este flujo y reflujo de amor divino siempre en creciente infunde la caridad en los corazones, porque mi Padre es caridad, Dios es Amor. Y al venir ese amor al corazón del sacerdote, atraído por el pobre amor del sacerdote, de la creatura a Él, viene con todas sus propiedades de caridad, compasión, paciencia, etc., a enriquecer con esos tesoros el corazón del sacerdote. Y por eso puse en el mundo a mi Iglesia toda amor; y para que abarque a todas las almas del mundo en su seno amoroso, con el concurso de los sacerdotes que la forman y que deben ser todos amor. Yo formo el Centro de mi Iglesia y soy uno en el Papa, uno en cada cardenal y obispo, uno en cada sacerdote. Todos en el eterno Sacerdotes, con un solo corazón y una sola alma única voluntad en mi Padre, una sola cosa en la Unidad de la Trinidad. Todos mis sacramentos purifican, porque llevan algo divino; llevan mi sangre; llevan nada menos que la influencia viva y palpitante de la Trinidad; en todos campea muy especialmente el Espíritu Santo; el Padre fecundado, el Hijo redimido, el Espíritu Santo sancionando; y los sacerdotes que apliquen estos sacramentos deben estar sin mancha, porque impartes tesoros del cielo sobre los cuerpos y sobre las almas; ponen mi sello divino en los corazones; lavan con mi sangre y dan eficaces auxilios de gracias a quienes los reciben. Yo quisiera que, al impartir mis Sacramentos, los sacerdotes, cada uno de ellos, se hicieran el cargo de su papel, con más razón los obispos, a quienes están conferidas la confirmación y las órdenes sacerdotales. En la predicación también tengo mis calvarios; también ahí entra el mundo robándome gloria. Muchos predicadores buscan la gloria propia y no la Mía. Se buscan a sí mismos con sermones elevados que les den fama; con palabras y conceptos rebuscados, pavoneándose en lo que dicen, en su vasta instrucción y cualidades oratorias, que presentan; en hacer lucir sus talentos (que son Míos) su erudición que los eleva encima de sus compañeros y de los fieles. Los sacerdotes deben de ser puros como mi Padre es puro; perfecto, como mi Padre es perfecto, irradiando siempre caridad, luz, verdad, santificando a las almas, transformados en Mí. La esperanza es pura; es la mirada suprema del alma de Dios, fecundada por el Espíritu Santo con su luz, que alumbra, levanta y diviniza porque es pura. La transformación del Sacerdote en Mí, que se opera en la Misa, debe continuarla él en su vida ordinaria, haciendo esta vida extraordinaria, interior, espiritual y divina en todas sus partes. Debe girar esa vida espiritual del sacerdote dentro del santo cielo de la Trinidad, viviendo en unión íntima y continuada con las Divinas Personas, recibiendo de Ellas la santidad para santificar; la fecundidad divina para engendrar en las almas lo santo, lo puro, lo perfecto y divino; y el amor al Espíritu Santo para fundir las almas en la caridad, unificándolas en Dios mismo. Con esta vida santa de pureza, unidos a la Pureza misma, se harán dignos de Dios mis sacerdotes, que cuando mira endiosa; se harán dignos de esa mirada pura, santa y fecunda, que cuando se posa en un alma la penetra y santifica. Con el soplo fecundo del Espíritu Santo fundé a mi Iglesia en mis sacerdotes amados; por eso la Iglesia es fruto de amor, fecundación de amor en mis sacerdotes; estas vocaciones sublimes se concibieron en el amor, nacieron en el amor, las sostendrá siempre el amor, y las coronará el amor. Yo vine al mundo para salvarlo por el divino medio de mi Iglesia, Esposa muy amada del Cordero, y por eso le dejé mi doctrina en relación con mis ejemplos, y le di mi Sangre, y mi Vida, y mi Madre y cuanto era y tenía un Dios Hombre, un Hombre Dios. Dejé trazado el camino para el cielo, con mis ejemplos y mi Cruz. Y para sancionar esa Iglesia amada envié al Espíritu Santo para completar mi Obra redentora y salvadora, y Él, es la luz y el alma de esa Iglesia amada, obsequio para mi Padre, que vine a prepararle en la tierra con el fin de darle ¡adoración, almas, sacerdotes, gloria! Ésta es mi mayor gloria, por ser la de mi Padre y la del Espíritu Santo: los obispos, los sacerdotes santos. Yo “el Verbo” y el Espíritu Santo estamos empeñados en esta última etapa del mundo en levantar a la Iglesia con sacerdotes santos; y por este medio divino del Verbo y del Espíritu Santo con María se hará esta reacción universal, tomando en ello una parte muy activa las Obras de a Cruz. Y después de los sacerdotes, mis predilectos, todos los cristianos deben unificarse en Mí, consumados en la unidad; pero los sacerdotes son los instrumentos escogidos para esa unificación de todas las almas y de los cuerpos en Mí por la santa fecundación virgen y pura del Padre que han recibido con este fin. Yo quiero en mis sacerdotes la perfecta transformación en Mí, para que su vida, entera sea un acto de amor continuado a mi Padre Celestial, porque ésa fue mi vida en la tierra y la que ellos deben continuar. Todos sus pensamientos, sus palabras, sus obras, sus anhelos, sus ilusiones, sus trabajos exteriores, su vida interior, etc., etc., deben tener en ellos un solo fin: el de glorificar a mi amado Padre. Si los hombres no resisten cuando se les toca la fibra del amor humano, ¿cuánto más si se les toca la fibra santa del amor divino? Y esto es lo que Yo he venido buscando; el rendir a mis sacerdotes todos por el amor, que es la esencia de mi Ser; por ese amor de predilección infinita, de predilecciones sin nombre con que fueron elegidos por Mí, porque no a Mí me eligieron ellos. Mi amor se adelantó a su amor; y aún antes de darles el ser, y con él la vocación al sacerdocio para que sirvieran a mi Iglesia, y a mi Padre de toda la eternidad, los había engendrado en su mente con singular elección, con mirada eterna de amor de Padre. Ya en ellos, desde aquél principio sin principio, me miraba a Mí en los sacerdotes y a los sacerdotes en Mí. EL PADRE POSÓ EN MI, UNA MIRADA DE INFINITA TERNURA Y ENTONCES GERMINARON LOS SACERDOTES EN EL SACERDOTE ETERNO. Al ofrecerme Yo al Padre en la Misa, al inmolarme en el altar, honrando con mi sacrificio a mi amado Padre, desde que establecí mi Iglesia, no me ofrezco en las Misas Yo solo, sino que Conmigo ofrezco a todos los sacerdotes del mundo porque todos están en Mí, único Sacerdote, en razón de mi Unidad. Y más aún, desde que encarné en María, desde que me puse a la disposición amorosa de mí Padre diciéndole: “Aquí estoy”, no me puse a su disposición solo para cualquier sacrificio, sino con todos los sacerdotes en Mí, fecundados por mi Padre por obra del Espíritu Santo en María. Que piensan los Sacerdotes de esa mirada fecunda del Padre que los distingue o que agradezcan esa sombra del Padre que los envuelve no solo en su imagen santísima, sino en Dios mismo. Que no rompan, que no rasguen ese velo de amor divino que los envuelve, que vivan a la sombra del Espíritu Santo que aleja al maligno y los eleva de lo terrenal a lo divino. LA PALABRA DE DIOS OPERA Y VUELVE DE DONDE SALIO LLENA DE TRIUNFOS Yo soy Palabra, y la Palabra se comunica. Soy Palabra eterna, Palabra de sabiduría que tiene virtud de penetrar y de obrar en las almas por lo divino que lleva consigo; porque es la misma Divinidad con el Padre y con el Espíritu Santo. El Verbo es Palabra, porque es la voz del Padre, creadora y santificadora por el Espíritu Santo, quien la comunicó a los Apóstoles en Pentecostés. Palabra que unifica, Palabra única aunque con derivaciones y sonidos infinitos. Soy la Palabra eterna, la Palabra fecunda del Padre, su “Fiat” sin principio, su eterna voluntad, su acueducto por donde se comunica a su Iglesia y a las almas. Esta palabra es Dios, es Verbo, por el cual se sube al Padre y se le conoce; porque nadie conoce al Padre si no es por su Verbo y en su Verbo. Y esta Palabra es la que habla sin sonido, e ilumina porque es luz, y obra porque es eficaz, y santifica y penetra porque es divina. MARIA ES LA QUE PREPARA A LAS ALMAS SACERDOTALES PARA LA GRACIA DE LA ENCARNACION MÍSTICA Yo tengo en mucho el calor de una madre por eso a la Iglesia la hice Madre y por eso le di en ella a todos los cristianos a María también por Madre, para que tuvieran un seno que lo calentara, un regazo que los sostuviera. Y por eso tuve Yo Madre en la tierra, y por eso morí a su lado, haciéndola Madre en San Juan de todo el mundo. Pero al hablar Yo, al dirigirme a Ella y decirle; “He ahí a tu hijo”, dejaba en su Corazón (después de haber estado la vocación de los sacerdotes en su virginal ceno) a todos mis sacerdotes representados por San Juan. Ésa fue mi intención aún en los mismos espasmos de mi agonía. ¿Cómo olvidar a los que tanto amaba? ¿Cómo no pensar en dejarles a mis sacerdotes después de dejarme a Mí mismo en ellos? a lo que más amaba, a lo que ellos debían amar más, al corazón más tierno y delicado y puro y santo de la tierra, a María, para que fuera su consuelo, su sostén, su calor, su Madre, el canal mismo por donde les vendrían todas las gracias? ¡Imposible el dejarlos huérfanos! Y ése fue para Mí un gran consuelo entre los tormentos atroces que sufrí en la Cruz. Dejaba amparados a mis sacerdotes, les dejaba una medianera entre el cielo y la tierra, les dejaba en Ella la pureza que debían beber, la blancura que debían tener, el Corazón que más me amaba y que vería en ellos no a otros, no a hombres solos, sino a Mí en ellos, al Dios-Hombre en ellos, a su Hijo mismo reproducido en ellos. Y por eso mi Iglesia tiene calor, porque es Madre y porque tiene por Madre a María. ¡Por eso tiene medianera y en Ella un alma pura que suplique y consuele y alegre y endulce los sacrificios y los calvarios de los sacerdotes; que los auxilie siempre que los sostenga en sus debilidades, que cuide de su fidelidad, que los cure, que los levante acaricie y mime, que los lleve al cielo! Después de Mí, María debe serlo todo para el sacerdote; Ella es la que prepara a las almas sacerdotales para recibir la gracia sin precio de las encarnaciones místicas que comúnmente se operan en el altar. Ella cuida la semilla Santa que el Espíritu Santo pone en el corazón del sacerdote, Ella cultiva en esas almas al Lirio de los Valle enteros, Ella alimenta y hace crecer a Jesús y desarrollarse en las almas de los sacerdotes, y los cuida y los vela y los defiende y los esconde y está pendiente de que no lastimen a su Tesoro. Ella le comunica pureza al sacerdote y envuelve a Jesús en la atmósfera perfumada de su cándido amor.