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CENTENARIO
De la muerte de Don Luis Guanella
(1915-2015)
EL TESTAMENTO DE
DON LUIS GUANELLA
ORAR Y SUFRIR
COOPERADORES GUANELIANOS DEL NORTE DE ITALIA / SUIZA
AÑO PASTORAL 2014-2015
“Acordaos de vuestros superiores que os anunciaron la Palabra del Señor y, observando el final de
sus vidas, imitad su fe” (Heb 13,7)
Un
programa
de vida
E
stas palabras son de S Pablo y parece que hubieran sido escritas para esta conmemoración. Nosotros
hemos tenido un Superior: más que Superior fue nuestro Maestro, nuestra guía, nuestro Padre. No es
necesario que pronunciemos su nombre: lo llevamos en el corazón. Antes de morir, él nos dijo una palabra
que solamente puede brotar del espíritu de Dios: “Orar y sufrir”: Estas palabras, tanto los hijos como las
hijas de don Guanella, las hemos repetido infinidad de veces; las hemos escrito sobre las memorias
fúnebres; las hemos pronunciado más allá de los mares; las hemos confiado a la historia; las hemos
esculpido sobre la roca, pero ¿podríamos decir también que las hemos inciso en nuestro espíritu y en
nuestras obras?
Esta es una pregunta muy práctica que podemos hacernos a nosotros mismos hoy en día, en el día que
(como una familia de huérfanos), nos estrechamos alrededor de la tumba del Padre común para llorar su
muerte más de cerca. Es cierto que estas palabras tienen una importancia única y encierran en sí mismas
un programa de vida: incluso porque fueron pronunciadas en esa hora extrema de la despedida, cuando se
dan los recuerdos más solemnes. Fueron pronunciadas ante la eternidad, cuando la verdad se sucede a
través de una luz infalible. Fueron pronunciadas a una corta distancia del juicio de Dios, cuando se sienten
de una forma más intensa tanto las propias como las responsabilidades ajenas.
Por esos motivos se necesita penetrar bien estas palabras para que las podamos asimilar como si fuera un
alimento indispensable para nuestro espíritu, para nuestra vocación, para nuestra misión. Con este
propósito podremos ser buenos discípulos e hijos fieles de don Guanella. Sin este programa nosotros
seríamos sus malos discípulos y sus hijos degenerados.
Orar
¿
Cuál es el verdadero sentido de esta palabra?
La verdadera razón está en que el espíritu de oración es la primera e indispensable condición de
estabilidad para el progreso y para el triunfo de las obras de Don Guanella.. Digo “espíritu de oración”,
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porque hay una gran diferencia entre la oración y el espíritu de oración. La oración es la común y ordinaria
invocación a Dios durante tiempos determinados. Espíritu de oración es algo mucho más intenso y
profundo: es una oración incesante que contempla todas la acciones y toda la vida por entero.
Ahora bien, para las obras extraordinarias no es suficiente la oración común. Las obras extraordinarias
requieren una intervención especial de Dios. Sin todo esto nunca se habrían dado, nunca se darán sin la
oración extraordinaria.
Las obras de Don Guanella son entonces obras extraordinarias. No es el ingenio de las personas quien
inició estas obras magníficas de caridad; no es la habilidad del hombre quien las ha dado continuidad y no
son los medios humanos quienes las alimentan. No es otro que Dios, que con la mano suave y fuerte de su
Providencia hace surgir obras generosas. Es Dios el quien llama las vocaciones; es Dios quien hace surgir
bienhechores, es Dios el que dona a los sacerdotes y a las hermanas el espíritu de sacrificio y de
inmolación.
De todo esto estamos más que convencidos. Y si estamos convencidos de esto, debemos también
persuadirnos de las necesidades de una vida de extraordinaria oración, porque a esa oración Dios ha unido
y une su extraordinaria intervención.
Llamamos a la memoria la suave figura de Don Luis, nuestro Padre. ¿Acaso él no era el hombre de oración
porque sabía que sin ese espíritu el brazo de Dios le habría fallado?
¡Qué hermosa era su Santa Eucaristía! ¡Qué tiernas sus adoraciones ante el Altar así como esos largos
coloquios con Jesús! ¡Y su recogimiento permanente en Dios! ¡Muy frecuentemente se lo encontraban con
el Rosario en la mano, como si fuera su única arma pacífica de sus triunfos! ¡Qué largas las horas del día,
donde sus dulces labios se movían para conversar con Dios!
Sí. Vivamos de la oración.
Tenemos la Sagrada Comunión: cuántas veces Don Luis elevó los ojos destellantes hacia el cielo para
decirnos: “Este es el pan vivo bajado del Cielo para daros la virtud de la santidad”. Unámonos a Jesús cada
día con el fervor de los santos, para que nada de este mundo nos pueda separar de Él!
Tenemos el Sagrario: ¿No fue acaso Don Luis quien lo llamó nuestro paraíso en la tierra?
¿Y no fue él quien nos enseño a santificar el trabajo, el viaje, el reposo, con la mente puesta en Dios, con la
conversación en el Cielo?
Oh! Si nosotros supiéramos revestirnos de este espíritu, Dios estará con nosotros como él lo estuvo también
con Don Luis. El bien florecerá sobre nuestros pasos y la caridad de Cristo marcará unos triunfos cada vez
más hermosos y unas conquistas cada vez más preciosas!
LA PALABRA DEL PAPA FRANCISCO
También, de forma individual, estamos tentados por la indiferencia. Estamos saturados de noticias y de imágenes
espeluznantes que nos narran el sufrimiento humano y sentimos en el mismo tiempo nuestra incapacidad de poder
intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esa espiral de miedo y de impotencia?
En primer lugar, podemos rezar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. Que no olvidemos la fuerza de la
oración de muchos!
En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, alcanzando a los cercanos y a los lejanos gracias a tantos
organismos de caridad que están presentes en la Iglesia.
En tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye una llamada de atención a mi conversión, porque la necesidad del
hermano me recuerda la fragilidad de mi vida; mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente
la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, es entonces cuando confiaremos en las infinitas
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Escribamos entonces en el corazón la primera palabra del testamento del Padre: ¡Orar!
¡Es una palabra teñida de sangre!
Quien no tiene el espíritu de Dios no lo podrá comprender: la desprecia considerándola una locura
Es cierto pero también el sufrir es un elemento inseparable de las obras de Dios. La redención se hizo
con la cruz. La Iglesia de Cristo ha flotado, como una nave en el mar, sobre la sangre de los mártires. Y
todos sus triunfos, sin excluir ninguno, tienen sus raíces en el dolor. También las obras de Don Guanella,
puesto que son obras de Dios, han surgido del martirio. De martirio de un hombre que lo ha padecido
todo: la contradicción, las acusaciones, las oposiciones, las humillaciones, las desilusiones, la pobreza, la
dureza de las deudas, la incertidumbre por el mañana, el hambre, la sed, el cansancio, las agonías del
espíritu y del cuerpo!
Recuerdo, el día en que murió, el momento donde nosotros nos quedamos petrificados y mudos,
contemplándolo sobre la cama donde apenas había expirado. Su venerable cabeza se quedó inmóvil
sobre la almohada de la muerte; los ojos cerrados, los labios contraídos por la violencia del sufrimiento; su
rostro surcado por arrugas profundas y piadosas: era la expresión traspasada por el dolor y pareciera que
todos los afanes de su vida se hubieran condensado en él para colmar de sublime amargura la última
hora de su martirio. Y nos decíamos con una angustiosa piedad: “querido y santo mártir, ya terminó sy
largo padecer!”.
Oh, escribamos sobre el corazón, escribamos sobre la frente, escribamos sobre las manos,
escribamos sobre nuestros pasos esta ruda pero santa palabra, que el mundo no comprende pero
que es la llave del Cielo: ¡padecer!
Padecer cada día. Padecer los golpes de la naturaleza orgullosa. Padecer la frustración y la privación.
Padecer y llevar todo ese amasijo de cruces que acompañan nuestra vida de cada día.
Padecer cada día. Y decir en la noche: “Señor, te agradezco el sufrimiento de hoy. Mañana habrá otro.
Que tu mano me ayude a apreciar el cáliz en el labio del alma para que lo bebe hasta la última gota, con
sacrificio perfecto” Esta es la segunda palabra del testamento del Padre, traducida con generosidad y
puesta verdaderamente en práctica. Conjuguémosla con la primera y pongamos las dos, como una
promesa solemne, sobre la llorada tumba: “Orar y padecer”.
¡Vivamos en Dios con la oración y el sacrificio, tal como vivió nuestro inolvidable Padre!
Que sea el verdadero programa de nuestra vida, nuestro estandarte, el signo por el que tú
reconocerás tus verdaderos hijos e hijas.
Intercede a Dios por nosotros para pedirle el espíritu de la oración, el espíritu del sacrificio, para que en la
Vivir cada día como un recorrido de formación del corazón.
posibilidades que tiene en reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a las tentaciones diabólicas que nos hacen
creer que podemos salvarnos y salvar al mundo con nuestras propias fuerzas.
Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que vivan cada día como un
recorrido de formación del corazón, como nos dijo Benedicto XVI (Dios es Caridad, 31). Tener un corazón
misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien quiera ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme,
cerrado al tentador pero abierto a Dios.
Un corazón que se deje compenetrar por el Espíritu para llevar por los caminos del amor que van conduciendo a los
hermanos y a las hermanas. Es decir: un pobre corazón que conoce sus propias pobrezas y se gasta por los demás.
(“Fortalezcan sus corazones”, Mensaje para la Cuaresma 2015)
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oración y en el sufrir, madure el tiempo de la caridad de Cristo y madure en ello la palma de nuestra victoria
en el cielo. (Mons. Aurelio Bacciarini, Charitas, n, 50, pp 2-4)
La palabra del filósofo
Lamberto Bianchini se interroga y nos interroga acerca del dolor y lo hace como filósofo, es decir, a
través de la profundización racional, aunque lúcidamente consciente de estar ante el misterio y
ante la necesidad del ser humano de elevar la mirada hacia el horizonte y poder distinguir la cruz y,
como consecuencia, levantarlos hacia el cielo, es decir, la mirada sobre la realidad.
“El dolor nos interroga y exige una respuesta. No hay ninguna respuesta posible.
No existe una respuesta humana sobre todo al dolor inocente. Pero una sola
réplica es posible: la CRUZ
No estamos frente a una banalidad. Hay un motivo concreto. Si Dios asume el mal,
(Dios, que es inocente), entonces lo más natural es que también sufra la creatura
inocente. De este modo nosotros no sabremos todavía la razón por la que Dios ha
elegido sufrir. Nunca lo descubriremos. Nos es suficiente saber que Dios ha
elegido la CRUZ, que ha querido ser el dolor inocente y que ese dolor inocente ha
redimido el mundo. No hay nada complicado. Lo que sí hay es una madurez en el
misterio. No sabemos por qué, para madurar, sea necesario sufrir y buscamos la
manera de huir del sufrimiento con todas nuestras fuerzas. Quien ha aceptado un
dolor del que no habría podido evadirse sabe muy bien que se ha ganado una
madurez inalcanzable. Si no se ha limitado a reflexionar acerca del sentido del
dolor, ahora puede mirar la vida de forma diferente. El dolor nos hace esenciales
(cuando no nos ha hecho gruñones, asqueados. Pero también este desliz es una
esencialización). Quien sufre no sabría decir en qué consiste la nueva visión de la vida pero,
a pesar de todo, sabe que la nueva vida es real. Es un sumergirse con mayor profundidad en
el misterio. La vida aparece todavía más misteriosa. Terrible, pues sí, pero también más
profunda. Es como si de repente el hombre viera con claridad, sin saber qué, pero con
precisión, ve. El sufrimiento tiene sentido únicamente su es un sufrimiento por amor a
alguien. El sufrimiento significativo, el sufrimiento que contiene sentido se convierte en
sacrificio. El sacrificio da sentido a la muerte. Sin embargo el instinto vital, el aferrarse a la
parte biológica de la existencia, no logra dar el verdadero sentido a la vida”.
.
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