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Papa Francisco Ángelus: Fiesta de San Esteban, Protomàrtir
2015-12-26 Vatican.va
FIESTA DE SAN ESTEBAN, PROTOMÁRTIR
PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Sábado 26 de diciembre de 2015
[Multimedia]
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos la fiesta de san Esteban. El recuerdo del primer mártir sigue inmediatamente a la
solemnidad de la Navidad. Ayer contemplamos el amor misericordioso de Dios, que se ha hecho
carne por nosotros; hoy vemos la respuesta coherente del discípulo de Jesús, que da su vida. Ayer
nació en la tierra el Salvador; hoy nace para el cielo su testigo fiel. Ayer, como hoy, aparecen las
tinieblas del rechazo de la vida, pero brilla más fuerte aún la luz del amor, que vence el odio e
inaugura un mundo nuevo. Hay un aspecto particular en el relato de hoy de los Hechos de los
Apóstoles, que acerca a san Esteban al Señor. Es superdón antes de morir lapidado. Jesús, clavado
en la cruz, había dicho: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34); de modo
semejante, Esteban «poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: “Señor, no les tengas en cuenta
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este pecado”» (Hch 7, 60). Por tanto, Esteban es mártir, que significa testigo, porque obra como
Jesús. En efecto, es un verdadero testigo el que se comporta come Él: quien reza, ama, da, pero,
sobre todo, el que perdona, porque el perdón, como dice la misma palabra, es la expresión más
alta del don.
Pero —podríamos preguntarnos— ¿para qué sirve perdonar? ¿Es sólo una buena acción o conlleva
resultados? Encontramos una respuesta precisamente en el martirio de Esteban. Entre aquellos por
los cuales él imploró el perdón había un joven llamado Saulo; este perseguía a la Iglesia y trataba
de destruirla (cf. Hch 8, 3). Poco después Saulo se convirtió en Pablo, el gran santo, el Apóstol de
los gentiles. Había recibido el perdón de Esteban. Podemos decir que Pablo nace de la gracia de
Dios y del perdón de Esteban.
También nosotros nacemos del perdón de Dios. Y no sólo en el Bautismo, sino que cada vez que
somos perdonados nuestro corazón renace, es regenerado. Cada paso hacia adelante en la vida
de la fe lleva impreso al inicio el signo de la misericordia divina. Porque sólo cuando somos amados
podemos amar a nuestra vez. Recordémoslo, nos hará bien: si queremos avanzar en la fe, ante
todo es necesario recibir el perdón de Dios; encontrar al Padre, quien está dispuesto a perdonar
todo y siempre, y que precisamente perdonando sana el corazón y reaviva el amor. Jamás debemos
cansarnos de pedir el perdón divino, porque sólo cuando somos perdonados, cuando nos sentimos
perdonados, aprendemos a perdonar.
Pero perdonar no es una cosa fácil, es siempre muy difícil. ¿Cómo podemos imitar a Jesús? ¿Por
dónde comenzar para disculpar las pequeñas o grandes ofensas que sufrimos cada día? Ante
todo por la oración, como hizo Esteban. Se comienza por el propio corazón: podemos afrontar con
la oración el resentimiento que experimentamos, encomendando a quien nos ha hecho el mal a la
misericordia de Dios: «Señor, te pido por él, te pido por ella». Después se descubre que esta lucha
interior para perdonar purifica del mal y que la oración y el amor nos liberan de las cadenas interiores
del rencor. ¡Es tan feo vivir en el rencor! Cada día tenemos la ocasión de entrenarnos para perdonar,
para vivir este gesto tan alto que acerca el hombre a Dios. Como nuestro Padre celestial, también
nosotros nos convertimos en misericordiosos, porque a través del perdón vencemos el mal con el
bien, transformamos el odio en amor y así hacemos que el mundo sea más limpio.
Que la Virgen María, a quien encomendamos a los que como san Esteban padecen persecuciones
en nombre de la fe —y por desgracia son muchísimos—, nuestros muchos mártires de hoy, oriente
nuestra oración para recibir y donar el perdón. Recibir y donar el perdón.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
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Os saludo a todos los peregrinos, procedentes de Italia y de varios países. Renuevo a todos mi deseo
de que la contemplación del Niño Jesús, junto a María y José, suscite una actitud de misericordia y
de amor recíproco en las familias, en las comunidades parroquiales y religiosas, en los movimientos
y en las asociaciones, en todos los fieles y en las personas de buena voluntad. En estas semanas he
recibido muchos mensajes con felicitaciones desde Roma y desde otras partes. No me es posible
responder a cada uno. Por lo tanto, expreso hoy a todos mi vivo agradecimiento, especialmente por
el regalo de la oración. Feliz fiesta de san Esteban, y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen
almuerzo y hasta pronto!
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