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La oración de San Egidio
04/12/2005 - 18/12/2005
http://www.santegidio.org/cast/preghiera
04/12/2005
Liturgia del domingo
II de Adviento
Recuerdo de San Juan Damasceno, sacerdote y doctor de la Iglesia, que vivió en
Damasco en el siglo VIII.
Primera Lectura
Isaías 40,1-5.9-11
Consolad, consolad a mi pueblo
- dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén
y decidle bien alto
que ya ha cumplido su milicia,
ya ha satisfecho por su culpa,
pues ha recibido de mano de Yahveh
castigo doble por todos sus pecados. Una voz clama: "En el desierto
abrid camino a Yahveh,
trazad en la estepa una calzada recta
a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado,
y todo monte y cerro rebajado;
vuélvase lo escabroso llano,
y las breñas planicie. Se revelará la gloria de Yahveh,
y toda criatura a una la verá.
Pues la boca de Yahveh ha hablado." Súbete a un alto monte,
alegre mensajero para Sión;
clama con voz poderosa,
alegre mensajero para Jerusalén,
clama sin miedo.
Di a las ciudades de Judá:
"Ahí está vuestro Dios." Ahí viene el Señor Yahveh con poder,
y su brazo lo sojuzga todo.
Ved que su salario le acompaña,
y su paga le precede. Como pastor pastorea su rebaño:
recoge en brazos los corderitos,
en el seno los lleva,
y trata con cuidado a las paridas.
Salmo responsorial
Psaume 84 (85)
Propicio has sido, Yahveh, con tu tierra,
has hecho volver a los cautivos de Jacob;
has quitado la culpa de tu pueblo,
has cubierto todos sus pecados, Pausa.
has retirado todo tu furor,
has desistido del ardor de tu cólera.
¡Haznos volver, Dios de nuestra salvación,
cesa en tu irritación contra nosotros!
¿Vas a estar siempre airado con nosotros?
¿Prolongarás tu cólera de edad en edad?
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¿No volverás a darnos vida
para que tu pueblo en ti se regocije?
¡Muéstranos tu amor, Yahveh,
y danos tu salvación!
Voy a escuchar de qué habla Dios.
Sí, Yahveh habla de paz
para su pueblo y para sus amigos,
con tal que a su torpeza no retornen.
Ya está cerca su salvación para quienes le temen,
y la Gloria morará en nuestra tierra.
Amor y Verdad se han dado cita,
Justicia y Paz se abrazan; "
la Verdad brotará de la tierra,
y de los cielos se asomará la Justicia.
El mismo Yahveh dará la dicha,
y nuestra tierra su cosecha dará;
La Justicia marchará delante de él,
y con sus pasos trazará un camino.
Segunda Lectura
Segunda Pedro 3,8-14
Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años
y, mil años, como un día. No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa,
como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que
algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión. El Día del Señor llegará
como un ladrón; en aquel día, los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán; los
elementos, abrasados, se disolverán, y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá.
Puesto que todas estas cosas han de disolverse así, ¿cómo conviene que seáis en
vuestra santa conducta y en la piedad, esperando y acelerando la venida del Día de
Dios, en el que los cielos, en llamas, se disolverán, y los elementos, abrasados, se
fundirán? Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra,
en lo que habite la justicia. Por lo tanto, queridos, en espera de estos acontecimientos,
esforzaos por ser hallados en paz ante él, sin mancilla y sin tacha.
Lectura de la Palabra de Dios
Marcos 1,1-8
Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Conforme está escrito en Isaías el
profeta: Mira, envío mi mensajero delante de ti,
el que ha de preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
enderezad sus sendas, apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un
bautismo de conversión para perdón de los pecados. Acudía a él gente de toda la
región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán,
confesando sus pecados. Juan llevaba un vestido de pie de camello; y se alimentaba
de langostas y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte
que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os
he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»
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Homilía
“Comienzo del Evangelio de Jesús, el Cristo”. Así se abre el Evangelio de Marcos que
nos acompañará durante este año litúrgico. El evangelista no ha pretendido escribir una
historia educativa, sino comunicar una vida tan extraordinaria como para ser
“Evangelio”, es decir, buena y decisiva noticia para todos. Escribe: “Comienzo de la
buena noticia”. De hecho, antes no existía. No es sólo un “comienzo” temporal,
relegado al pasado, prisionero de aquellos días. La “buena noticia” de Jesucristo es un
“comienzo” que sigue siendo vital, una piedra viva que siempre edifica, en cada
generación y en cada tiempo. No se escucha el Evangelio de una vez por todas
precisamente porque es el fundamento de la vida de cada comunidad cristiana, de
cada discípulo. Todos necesitamos escucharlo y volverlo a escuchar aún. Ni ninguna
edad ni ninguna generación pueden prescindir de ello.
Al tiempo que nos transmite el acontecimiento de la salvación, el Evangelio lo
comienza y lo realiza en cada uno de nosotros. Es necesario que esta noticia siga
resonando en el mundo. A nuestra sociedad no le faltan palabras, pero muchas veces
están vacías y no siempre edifican. Nosotros mismos estamos muchas veces aturdidos
por los ruidos y la confusión tanto interior como exterior. No sabemos hablar entre
nosotros y raramente nos intercambiamos palabras verdaderas. En la confusión de
discursos, el Evangelio empieza a hablar y de inmediato nos sumerge en el clima de la
espera de un futuro, es más, nos invita a prepararlo; de hecho, anuncia que “alguien”
va a venir entre los hombres para darles la salvación. No hay tiempo para distraerse o
para escuchar otras voces. El riesgo de perder esta ocasión propicia es elevado. Si el
domingo pasado la liturgia pedía estar vigilantes, hoy exhorta a abrir el corazón para
acoger al que ha de venir. Se podría decir que este comienzo del Evangelio
desempeña la misma función que el Bautista: el Evangelio abre el camino al Señor, es
la voz que clama a cada uno que prepare el camino porque Él está viniendo.
El Señor vuelve a su ciudad, he aquí la buena noticia de esta página evangélica.
Ya con la lectura de Isaías, la liturgia nos hace sentir la cercanía de este tiempo:
“Consolad, consolad a mi pueblo. Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto
que ya ha cumplido su milicia”. El pueblo de Israel puede dejar la tierra de Babilonia,
donde es esclavo, y partir hacia Sión. Recorrerá un gran camino abierto en el desierto,
largo, recto y llano, que superará la estepa, los valles y las montañas, para subir hasta
Jerusalén. Y el Señor, como el pastor del que habla el profeta, se pondrá delante de su
pueblo conduciéndole por ese camino. Podríamos decir que abrir el camino significa
abrir el Evangelio, y recorrerlo significa leerlo, meditarlo y ponerlo en práctica. El
“camino del Señor” ha llegado hasta nosotros, la salvación ha descendido a nuestra
vida. Esta convicción es la fuerza del Bautista. Él viste como pobre, lleva un tosco
hábito de piel de camello, no los vestidos suaves y suntuosos con que suelen vestirse
los hombres del mundo. Su austera sobriedad, tan lejana de tantas actitudes nuestras,
subraya que él vive verdaderamente sólo del Señor y de su futuro.
Juan tiene prisa porque llegue pronto el futuro de Dios, y lo grita con fuerza
(“decidle bien alto”, había dicho el Señor al profeta Isaías). No se resigna a un mundo
falto de esperanza. También él, como más tarde dirá Pedro, espera con ansia los
“cielos nuevos y la tierra nueva donde habitará la justicia”. No calla, protesta, viste
como un personaje extraño, pero, sobre todo, habla, es más, grita. Sus palabras cortan.
Como requiere toda predicación, Juan habla al corazón de la gente. No quiere golpear
los oídos, no le gusta correr detrás de vanos deseos, no propone verdades o ideas
suyas. Obedeciendo al Espíritu del Señor, desea que su palabra colme el vacío de los
corazones, allane los montes que alejan a unos de otros, abata los muros que separan,
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extirpe las raíces amargas que envenenan las relaciones, y enderece los senderos
torcidos por el odio, el maldecir, el orgullo y la mala fe.
Este austero predicador que se olvida de sí mismo para que sólo hable el Señor a
través de su voz impacta de verdad el corazón de quien lo escucha. Marcos lo aprecia:
“Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén” para ser
bautizados, confesando cada uno sus pecados. Nosotros también debemos escuchar
la voz de este predicador para que nos toque el corazón. La Santa Liturgia del
domingo, nuestras mismas iglesias, por pequeñas o grandes que sean, se convierten
en el lugar donde estrecharnos alrededor del Bautista y de su predicación. Cuando las
Santas Escrituras se abren y la Palabra de Dios es anunciada y predicada, en ese
momento se abre el camino del Señor. Dichosos nosotros si sabemos acogerlo y
recorrerlo, porque sin duda nos conducirá al encuentro con el Señor que viene.
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05/12/2005
Memoria de los pobres
La Iglesia bizantina venera hoy a San Saba (+532) “archimandrita de todos los ermitaños
de Palestina”.
Canto de los Salmos
Salmo 24 (25)
A ti, Yahveh, levanto mi alma,
oh Dios mío.
En ti confío, ¡no sea confundido,
no triunfen de mí mis enemigos!
No hay confusión para el que espera en ti,
confusión sólo para el que traiciona sin motivo.
Muéstrame tus caminos, Yahveh,
enséñame tus sendas.
Guíame en tu verdad, enséñame,
que tú eres el Dios de mi salvación.
(Vau) En ti estoy esperando todo el día,
Acuérdate, Yahveh, de tu ternura,
y de tu amor, que son de siempre.
De los pecados de mi juventud no te acuerdes,
pero según tu amor, acuérdate de mí.
por tu bondad, Yahveh.
Bueno y recto es Yahveh;
por eso muestra a los pecadores el camino;
conduce en la justicia a los humildes,
y a los pobres enseña su sendero.
Todas las sendas de Yahveh son amor y verdad
para quien guarda su alianza y sus dictámenes.
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Por tu nombre, oh Yahveh,
perdona mi culpa, porque es grande.
Si hay un hombre que tema a Yahveh,
él le indica el camino a seguir;
su alma mora en la felicidad,
y su estirpe poseerá la tierra.
El secreto de Yahveh es para quienes le temen,
su alianza, para darles cordura.
Mis ojos están fijos en Yahveh,
que él sacará mis pies del cepo.
Vuélvete a mí, tenme piedad,
que estoy solo y desdichado.
Alivia los ahogos de mi corazón,
hazme salir de mis angustias.
Ve mi aflicción y mi penar,
quita todos mis pecados.
Mira cuántos son mis enemigos,
cuán violento el odio que me tienen.
Guarda mi alma, líbrame,
no quede confundido, cuando en ti me cobijo.
Inocencia y rectitud me amparen,
que en ti espero, Yahveh.
Redime, oh Dios, a Israel
de todas sus angustias.
Lectura de la Palabra de Dios
Isaías 5,8-10
¡Ay, los que juntáis casa con casa,
y campo a campo anexionáis,
hasta ocupar todo el sitio
y quedaros solos en medio del país! Así ha jurado a mis oídos Yahveh Sebaot:
"¡Han de quedar desiertas muchas casas;
grandes y hermosas,
pero sin moradores! Porque diez yugadas de viña darán sólo una medida,
y una carga de simiente producirá una medida."
Isaías alerta a los ricos de Jerusalén de una vida fundada sobre la lógica mercantil,
proyectada únicamente para acumular bienes para sí. Es esa voracidad que
encontramos ya desde las primeras páginas de la Biblia, cuando se habla del primer
pecado, es decir, el pecado de siempre. La voracidad y la posesión de bienes llevan
inexorablemente a eliminar a los demás del propio horizonte. Cuanto más crece la
voracidad, más aumentan los pobres en el mundo. Y, sin embargo, sabemos que la
vida no depende de los bienes que se poseen. “No os amontonéis tesoros en la tierra,
donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban”, dijo Jesús
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a las multitudes que le seguían (Mt 6, 19). La riqueza no prolonga la vida ni tampoco la
salva. Nadie podrá llevarse consigo sus bienes, como dijo Jesús de aquel hombre rico
que quería engrandecer sus graneros (Lc 12, 13-21). En nuestro mundo asistimos
desgraciadamente al aumento de la distancia entre países ricos y países pobres
precisamente porque consumismo y posesión son cada vez más la norma de la vida.
Parece como si asistiésemos a nivel planetario a la escena evangélica del rico epulón
que celebraba banquetes espléndidos sin darse cuenta del pobre Lázaro al que ni las
migajas siquiera llegaban (Lc 16, 19-31). Los discípulos de Jesús están llamados a
colmar este “gran abismo” con la amistad hacia los pobres. Esta amistad nos salva a
nosotros y a los pobres, y es un gran enriquecimiento ante Dios.
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06/12/2005
Memoria de la Madre del Señor
Recuerdo de San Nicolás (+350). Fue obispo en Asia menor (la actual Turquía). Se
venera en todo Oriente.
Canto de los Salmos
Salmo 25 (26)
Hazme justicia, Yahveh,
pues yo camino en mi entereza,
me apoyo en Yahveh y no vacilo.
Escrútame, Yahveh, ponme a prueba,
pasa al crisol mi conciencia y mi corazón;
está tu amor delante de mis ojos,
y en tu verdad camino.
No voy a sentarme con los falsos,
no ando con hipócritas;
odio la asamblea de malhechores,
y al lado de los impíos no me siento.
Mis manos lavo en la inocencia
y ando en torno a tu altar, Yahveh,
haciendo resonar la acción de gracias,
todas tus maravillas pregonando;
amo, Yahveh, la belleza de tu Casa,
el lugar de asiento de tu gloria.
No juntes mi alma con los pecadores,
ni mi vida con los hombres sanguinarios,
que tienen en sus manos la infamia,
y su diestra repleta de soborno.
Yo, en cambio, camino en mi entereza;
rescátame, ten piedad de mí;
mi pie está firme en suelo llano;
a ti, Yahveh, bendeciré en las asambleas.
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Lectura de la Palabra de Dios
Isaías 6,1-10
El año de la muerte del rey Ozías vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado, y
sus haldas llenaban el templo. Unos serafines se mantenían erguidos por encima de él;
cada uno tenía seis alas: con un par se cubrían la faz, con otro par se cubrían los pies,
y con el otro par aleteaban, Y se gritaban el uno al otro:
"Santo, santo, santo, Yahveh Sebaot:
llena está toda la tierra de su gloria.". Se conmovieron los quicios y los dinteles a la voz
de los que clamaban, y la Casa se llenó de humo. Y dije:
"¡Ay de mí, que estoy perdido,
pues soy un hombre de labios impuros,
y entre un pueblo de labios impuros habito:
que al rey Yahveh Sebaot han visto mis ojos!" Entonces voló hacia mí uno de los
serafines con una brasa en la mano, que con las tenazas había tomado de sobre el
altar, y tocó mi boca y dijo:
"He aquí que esto ha tocado tus labios:
se ha retirado tu culpa,
tu pecado está expiado." Y percibí la voz del Señor que decía:
"¿A quién enviaré? ¿y quién irá de parte nuestra"?
Dije: "Heme aquí: envíame." Dijo: "Ve y di a ese pueblo:
"Escuchad bien, pero no entendáis,
ved bien, pero no comprendáis." Engorda el corazón de ese pueblo
hazle duro de oídos,
y pégale los ojos,
no sea que vea con sus ojos.
y oiga con sus oídos,
y entienda con su corazón,
y se convierta y se le cure."
Dios no abandona a su pueblo en los momentos difíciles. Es más, se preocupa por su
supervivencia y envía al profeta. El relato de la llamada de Isaías representa un punto
de inflexión dentro de la primera parte del libro (capítulos 1-12). El Señor se manifiesta
a los hombres como el “Santo”, es decir, como el que está separado, pero, sin
embargo, no rechaza entrar en la historia de los hombres, e interviene a través de la
voz del profeta. Isaías es bien consciente de su pequeñez y de su pecado, pero es el
Señor quien hace aptos para ser profetas. Es él quien llama, quien purifica, quien pone
las palabras en los labios. De hecho, el profeta no se comunica a sí mismo sino que
comunica las palabras que Dios le da. E Isaías, ante la llamada del Señor, no se echa
atrás a pesar de conocer bien sus límites. “¿A quién enviaré?”, parece preguntar Dios
también hoy. ¿Quién acogerá la pregunta de Dios que busca profetas de su palabra en
un mundo que parece dominado por tantas palabras resignadas y sin esperanza?
“Heme aquí: envíame”, es la respuesta que cada discípulo de Jesús debe dar para que
la palabra de Dios sea comunicada, alcance a todos y sea esperanza para el mundo.
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07/12/2005
Memoria de los santos y de los profetas
Recuerdo de San Ambrosio (+397) obispo de Milán. Pastor de su pueblo, se mostró fuerte
ante la arrogancia del emperador.
Lectura de la Palabra de Dios
Isaías 7,1-9
En tiempo de Ajaz, hijo de Jotam, hijo de Ozías, rey de Judá, subió Rasón, rey de
Aram, con Pécaj, hijo de Remalías, rey de Israel, a Jerusalén para atacarla, más no
pudieron hacerlo. La casa de David había recibido este aviso: "Aram se ha unido con
Efraím", y se estremeció el corazón del rey y el corazón de su pueblo, como se
estremecen los árboles del bosque por el viento. Entonces Yahveh dijo a Isaías: "Ea,
sal con tu hijo Sear Yasub al final del caño de la alberca superior, por la calzada del
campo del Batanero, al encuentro de Ajaz, y dile:
"¡Alerta, pero ten calma! No temas,
ni desmaye tu corazón
por ese par de cabos de tizones humeantes, ya que Aram, Efraím y el hijo de
Remalías
han maquinado tu ruina diciendo: Subamos contra Judá y desmembrémoslo,
abramos brecha en él
y pongamos allí por rey
al hijo de Tabel." Así ha dicho el Señor Yahveh:
No se mantendrá, ni será así; porque la capital de Aram es Damasco,
y el cabeza de Damasco, Rasón;
Pues bien: dentro de sesenta y cinco años,
Efraím dejará de ser pueblo. La capital de Efraím es Samaría,
y el cabeza de Samaría, el hijo de Remalías.
Si no os afirmáis en mí
no seréis firmes."
El pequeño reino de Judá corre el riesgo de entrar en guerra de inmediato. Es
comprensible la agitación de la casa real, la casa de David, que se pone en búsqueda
de posibles aliados. La palabra de Dios no es ajena a los avatares de la historia,
aunque su respuesta es libre de las pretensiones de los que la requieren. Isaías habla
al rey Ajaz de forma inesperada: “¡Alerta, pero ten calma! No temas, ni desmaye tu
corazón”. Ante el peligro, el profeta invita a no tener miedo y a poner en Dios la
confianza. Más adelante Isaías dirá: “Por la conversión y calma seréis liberados, en el
sosiego y seguridad estará vuestra fuerza” (30, 15). La fe es una fuerza desconocida
por quien está acostumbrado a confiar en sí mismo y en su propia fuerza. La fe es lo
contrario del miedo, que, con frecuencia, es consecuencia del amor por uno mismo y
de la continua búsqueda del propio interés. No serán ni las alianzas humanas ni la
agitada búsqueda de seguridades las que podrán proteger y garantizar un futuro de
paz. Los hombres de fe pueden ser constructores de paz y de seguridad si confían en
Dios y en su Palabra. De esta manera serán libres del miedo que hace desconfiar
siempre de los demás y que lleva a vivir en un mundo que se cree poblado de
enemigos a combatir.
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08/12/2005
Memoria de la Madre del Señor
Fiesta de la Inmaculada.
Canto de los Salmos
Salmo 26 (27)
Yahveh es mi luz y mi salvación,
¿a quién he de temer?
Yahveh, el refugio de mi vida,
¿por quién he de temblar?
Cuando se acercan contra mí los malhechores
a devorar mi carne,
son ellos, mis adversarios y enemigos,
los que tropiezan y sucumben.
Aunque acampe contra mí un ejército,
mi corazón no teme;
aunque estalle una guerra contra mí,
estoy seguro en ella.
Una cosa he pedido a Yahveh,
una cosa estoy buscando:
morar en la Casa de Yahveh,
todos los días de mi vida,
para gustar la dulzura de Yahveh
y cuidar de su Templo.
Que él me dará cobijo en su cabaña
en día de desdicha;
me esconderá en lo oculto de su tienda,
sobre una roca me levantará.
Y ahora se alza mi cabeza
sobre mis enemigos que me hostigan;
en su tienda voy a sacrificar.
sacrificios de aclamación.
Cantaré, salmodiaré a Yahveh.
Escucha, Yahveh, mi voz que clama,
¡tenme piedad, respóndeme!
Dice de ti mi corazón:
"Busca su rostro."
Sí, Yahveh, tu rostro busco:
No me ocultes tu rostro.
No rechaces con cólera a tu siervo;
tú eres mi auxilio.
No me abandones, no me dejes,
Dios de mi salvación.
Si mi padre y mi madre me abandonan,
Yahveh me acogerá.
Enséñame tu camino, Yahveh,
guíame por senda llana,
por causa de los que me asechan;
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no me entregues al ansia de mis adversarios,
pues se han alzado contra mí falsos testigos,
que respiran violencia.
¡Ay, si estuviera seguro de ver la bondad de Yahveh
en la tierra de los vivos!
Espera en Yahveh, ten valor y firme corazón,
espera en Yahveh.
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 1,26-38
Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada
Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el
nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel
saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios;
vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.
El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de
David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.»
María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel
le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira,
también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes
de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» Dijo
María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel
dejándola se fue.
Mientras nos acercamos a la Navidad, la Liturgia viene a nuestro encuentro con el
recuerdo de la Madre de Dios. La fiesta de hoy está vinculada al dogma de la
Inmaculada Concepción, sugerido en el Concilio de Basilea (1439), y proclamado por
Pío IX en 1854. La Iglesia recuerda a María, preservada del pecado original desde su
concepción. Sobre ella se ha posado la mirada de Dios, que la ha elegido como Madre
de su Hijo. El apóstol Pablo nos recuerda que sobre todos, también sobre nosotros, se
ha posado la mirada del Señor: “nos ha elegido en él [en Cristo] antes de la fundación
del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Ef 1, 4). Nadie
nace por casualidad, nadie viene al mundo sin nombre, sin cariño, sin una vocación.
Sin embargo, para la que debía ser la Madre de su Hijo, esta mirada era
completamente especial, como especial debía ser su vocación.
En su primera página, la Escritura nos dice que la historia de los hombres está
marcada por el pecado original. La libertad que el Señor había puesto en las manos de
Adán y Eva se ha transformado en un instrumento de división: ha destruido la amistad
con Dios, ha interrumpido la armonía con la creación. Bajo la sugestión del tentador, el
hombre y la mujer han concebido otro diseño, contrario al de Dios. Las consecuencias
del orgullo y de la desobediencia a Dios se siguen viendo. María interrumpe esta
cadena. Con ella comienza una nueva historia que parte de una aldea de la periferia
del imperio romano, dentro de una mísera casucha de una pobre joven de Galilea. En
aquel lugar olvidado por los hombres pero no por Dios tiene lugar un diálogo con un
resultado opuesto respecto al que Dios mantuvo con Adán y Eva. El ángel dice a María:
“Alégrate, llena de gracia”, (literalmente “colmada de gracia”), y le explica el motivo: “el
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Señor está contigo”. Llena de gracia, es decir, hasta tal punto llena del amor de Dios
como para estar radicalmente preservada del pecado. Aquella joven mujer se convertía
en el primer templo del nuevo tiempo: “llega la hora en que, ni en este monte, ni en
Jerusalén adoraréis al Padre. … los adoradores verdaderos adorarán al Padre en
espíritu y en verdad, porque así quiere el padre que sean los que le adoren” (Jn 4, 2123). En María, Dios encontró a la primera adoradora del nuevo tiempo.
Ante un saludo así, María se turba, conoce bien su pequeñez y su pobreza ante
Dios, no por una falsa humildad ni por un púdico recato. La escucha de las Escrituras,
el recitar los salmos y la oración de cada día habían formado en ella la conciencia de
su pequeñez ante la grandeza de Dios. En esto, María se unía al cortejo de los grandes
religiosos de Israel, Moisés y los profetas, que caían rostro en tierra, turbados, ante la
presencia de Dios y de sus ángeles. Por lo demás, es una experiencia espiritual de
cada uno sentirse turbados cada vez que se escucha el Evangelio con el corazón. De
hecho, la Palabra de Dios es siempre como “espada de dos filos. Penetra hasta la
división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas; y discierne sentimientos y
pensamientos del corazón” (Heb 4, 12).
Sin embargo, el ángel no se detiene, y la conforta: “No temas, María, porque has
hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a
quien pondrás por nombre Jesús”. En realidad, estas palabras la turban aún más, y
María objeta: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?”. Es el diálogo del
Evangelio con cada uno de nosotros, si lo entablamos no nos deja tal y como somos,
nos pide un crecimiento de la conciencia y una adhesión sincera del corazón, para que
nuestra vida dé fruto. La humildad de María no es una formalidad, no es esa falsa
modestia que esconde una pereza bien enraizada siempre dispuesta a huir ante la
llamada del Evangelio. El Señor conoce bien nuestra debilidad, pero no se resigna.
Claro, si tuviéramos que partir de nosotros mismos, todos deberíamos decir con María:
“¿Cómo será esto?”. Pero si dejamos que el Señor actúe, todo es posible. “El Espíritu
Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”, le responde el
ángel. La debilidad de María se convierte en fuerza por obra de Dios, y su pobreza en
riqueza. El mismo que ha dicho: “separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5), ha
afirmado también que “no hay nada imposible para Dios”.
María es preservada del pecado original desde su concepción. El ángel no le dice:
“estás llena de méritos”, como a nosotros nos gustaría que nos dijeran. María está llena
de gracia. A ella le toca sólo reconocer este don y acogerlo. Y es cuanto realiza
respondiendo al ángel: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.
Así concluye esta página evangélica que en verdad abre la nueva historia de salvación,
la encarnación del Hijo de Dios. Esa brisa vespertina que envolvía el encuentro entre
Dios y los progenitores en el jardín del Edén, y que ellos habían destruido con su
desobediencia, esa brisa volvía sobre la tierra para envolver ese humilde diálogo entre
el ángel y la joven de Galilea.
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09/12/2005
Memoria de Jesús crucificado
Lectura de la Palabra de Dios
Isaías 11,1-9
Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará
sobre él el espíritu de Yahveh:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y temor de Yahveh. Y le inspirará en el temor de Yahveh.
No juzgará por las apariencias,
ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles,
y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra.
Herirá al hombre cruel con la vara de su boca,
con el soplo de sus labios matará al malvado. Justicia será el ceñidor de su cintura,
verdad el cinturón de sus flancos. Serán vecinos el lobo y el cordero,
y el leopardo se echará con el cabrito,
el novillo y el cachorro pacerán juntos,
y un niño pequeño los conducirá. La vaca y la osa pacerán,
juntas acostarán sus crías,
el león, como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del
áspid,
y en la hura de la víbora
el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño, nadie hará mal
en todo mi santo Monte,
porque la tierra estará llena de conocimiento de
Yahveh,
como cubren las aguas el mar.
Este oráculo está estrechamente unido a los capítulos 7 y 9, en los que el profeta había
anunciado el nacimiento de un niño, descendiente de David, el Enmanuel, luz en las
tinieblas. Dios no abandona el mundo a la injusticia y a la violencia. El sueño de Dios
es un mundo de justicia que desemboca en la paz universal. Por eso rompe la
costumbre a la guerra anunciando el nacimiento de un niño que, en la debilidad,
recibirá la fuerza del Espíritu. Él será quien permitirá el restablecimiento de la justicia y
de la paz. La exigencia de justicia no se contrapondrá a la paz. De hecho, la justicia
debe realizarse sobre todo en relación a los pobres y los oprimidos. Dios se preocupa
de ellos, les defiende y reclama su derecho. La justicia hacia los pobres abre el corazón
a la profunda necesidad de paz que anima a todos los seres vivientes. En la hermosa
imagen descrita en los versículos 6 a 9 el profeta anuncia un mundo pacificado
alrededor del Señor. La oración en este tiempo de adviento es que esta visión se
realice desde ahora en nuestro mundo, y que los creyentes hagan surgir de su rico
patrimonio de fe las energías de paz que Dios les ha concedido.
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10/12/2005
Vigilia del domingo
Lectura de la Palabra de Dios
Isaías 14,3-15
Entonces, cuando te haya calmado Yahveh de tu disgusto y tu desazón y de la dura
servidumbre a que fuiste sometido, dirigirás esta sátira al rey de Babilonia. Dirás:
¡Cómo ha acabado el tirano,
cómo ha cesado su arrogancia! Ha quebrado Yahveh la vara de los malvados,
el bastón de los déspotas, que golpeaba a los pueblos con saña golpes sin parar,
que dominaba con ira a las naciones
acosándolas sin tregua. Está tranquila y quieta la tierra toda,
prorrumpe en aclamaciones. Hasta los cipreses se alegran por ti,
los cedros del Líbano:
"Desde que tú has caído en paz,
no sube el talador a nosotros." El seol, allá abajo, se estremeció por ti
saliéndote al encuentro;
por ti despierta a las sombras,
a todos los jerifaltes de la tierra;
hace levantarse de sus tronos
a los reyes de todas las naciones. Todos ellos responden
y te dicen:
"¡También tú te has vuelto débil como nosotros,
y a nosotros eres semejante! Ha sido precipitada al seol tu arrogancia
al son de tus cítaras.
Tienes bajo ti una cama de gusanos,
tus mantas son gusanera. ¡Cómo has caído de los cielos,
Lucero, hijo de la Aurora!
¡Has sido abatido a tierra,
dominador de naciones! Tú que habías dicho en tu corazón:
"Al cielo voy a subir,
por encima de las estrellas de Dios
alzaré mi trono,
y me sentaré en el Monte de la Reunión,
en el extremo norte. Subiré a las alturas del nublado,
me asemejaré al Altísimo. ¡Ya!: al seol has sido precipitado,
a lo más hondo del pozo."
Babilonia era la capital del gran imperio babilónico, conquistado por sus reyes con la
fuerza de las armas. Para los libros de Isaías y Jeremías se convierte en el símbolo del
orgullo y del poder violento de los pueblos, poder que quiere dominar el mundo con su
fuerza y que pretende igualarse al de Dios. Isaías describe la caída definitiva de este
poder inhumano que ha sometido a los pueblos. El orgullo violento que somete a los
demás no tiene cabida junto a Dios. Su escalada al cielo no tendrá éxito. De hecho, su
morada no está en el cielo sino en el infierno. Y, de la misma manera que Dios no
soporta el orgullo de su pueblo, tampoco dejará que el mundo caiga en manos del
poder inhumano de los pueblos. Babilonia y su caída se convertirán en símbolo que
será retomado incluso en el libro del Apocalipsis para señalar el poder violento y
perseguidor del imperio romano (Ap 17-18). Ninguna fuerza destructora se saldrá con
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la suya en la historia. Dios no sólo ha creado el mundo, sino que lo protege de la fuerza
del mal y no permite que prevalezca sobre sus hijos.
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11/12/2005
Liturgia del domingo
Primera Lectura
Isaías 61,1-2.10-11
El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí,
por cuanto que me ha ungido Yahveh.
A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado,
a vendar los corazones rotos;
a pregonar a los cautivos la liberación,
y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh,
día de venganza de nuestro Dios;
para consolar a todos los que lloran, Con gozo me gozaré en Yahveh,
exulta mi alma en mi Dios,
porque me ha revestido de ropas de salvación,
en manto de justicia me ha envuelto
como el esposo se pone una diadema,
como la novia se adorna con aderezos. Porque, como una tierra hace germinar plantas
y como un huerto produce su simiente,
así el Señor Yahveh hace germinar la justicia
y la alabanza en presencia de todas las naciones."
Salmo responsorial
Magnificat (Lc 1, 46-55)
Engrandece mi alma al Señor
y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador
porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava,
por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada,
porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso,
Santo es su nombre
y su misericordia alcanza de generación en generación
a los que le temen.
Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los que son soberbios en su propio corazón.
Derribó a los potentados de sus tronos
y exaltó a los humildes.
A los hambrientos colmó de bienes
y despidió a los ricos sin nada.
Acogió a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
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- como había anunciado a nuestros padres en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.
Segunda Lectura
Lucas 1,46-50.53-54
Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi
salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava,
por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán
bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su
nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. A
los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su
siervo,
acordándose de la misericordia
Lectura de la Palabra de Dios
Primera Tesalonicenses 5,16-24
Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que
Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros. No extingáis el Espíritu; no despreciéis las
profecías; examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos de todo genero de
mal. Que El, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el
espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor
Jesucristo. Fiel es el que os llama y es él quien lo hará.
Homilía
“Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan”. Una vez más, el Evangelio nos
conduce hasta el Jordán introduciéndonos en aquella multitud venida de todas partes
para escuchar a este profeta tan especial. En su compañía nos resulta más fácil
despertarnos del torpor del egoísmo y disponernos para acoger al Señor. La Navidad
está cerca, y la Liturgia, denominada “Gaudete” por la primera palabra del canto de
entrada, expresa la alegría de la Iglesia por la cercanía del encuentro con el Señor. El
profeta Isaías nos sumerge en un clima de gozo con el anuncio alegre de la curación
de los enfermos, de la liberación de los cautivos y de los prisioneros, y de la
consolación de los pobres y de los afligidos. Estaba a punto de despuntar el grande y
definitivo “año de gracia” del Señor. El Adviento nos empuja a entrar con más decisión
en el clima de una esperanza que está a punto de realizarse. En efecto, el Señor está
cerca, está cerca de su Iglesia, cerca de cada uno de nosotros. La predicación del
Bautista nos sacude de ese torpor que empaña la espera y hace que nuestros ojos se
alcen hacia el que viene para salvar. También él alza los ojos de sí mismo, lo dice
claramente: no es él el Salvador. No se ha dejado llevar por la gloria y el éxito al ver a
tantos que se congregaban a su alrededor. Nosotros, por mucho menos nos sentimos
como pequeños mesías y pretendemos ser siempre el centro de atención. Sin
embargo, en su humildad, tampoco se echa atrás ni se esconde; es más, consciente de
la responsabilidad que le había sido confiada, afirma ante todos: “Yo soy la voz del que
clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor”.
A la lección de humildad le sigue la de responsabilidad, una responsabilidad
especial: ser “voz”. Cada cristiano debería aplicarse a sí mismo las palabras de Juan:
“Yo soy la voz”. Los creyentes son “voz”, es decir, comunicadores del Evangelio. Pablo,
consciente de tal responsabilidad, se advertía a sí mismo: “¡Ay de mí si no predico el
Evangelio!” (1 Cor 9, 16). El creyente, antes que un conjunto de obras y de acciones,
es una voz, un testimonio. Esta es la verdadera fuerza del Bautista. Claro, es una
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fuerza débil. En efecto, ¿qué es una voz? Poco menos que nada: un soplo, basta
verdaderamente poco para no hacerla caso, no tiene fuerzas externas que puedan
imponerla. Pero, sin embargo, es fuerte, tanto que muchos se agolpan alrededor de
esa palabra. El motivo radica en el hecho de que ese hombre no se indica a sí mismo,
no habla para atraer hacia sí la atención de los demás, no detiene a la gente deseosa
de curación y salvación ante la orilla de ese río, aunque sea de aguas benditas. Esa
voz nos lleva más allá, hacia alguien más fuerte y poderoso: “en medio de vosotros
está uno a quien no conocéis que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de
desatarle la correa de su sandalia”, dice Juan, y lo sigue afirmando todavía hoy.
En efecto, es verdad que en medio de nosotros hay alguien que no conocemos, o
mejor, alguien de quien nos preocupamos poco. Todos necesitamos seguir escuchando
el Evangelio para descubrir el verdadero rostro del Señor, para comprender su corazón
y sus pensamientos, para entender su misericordia y experimentar su fuerza de
cambio. Si no descubrimos el rostro del Señor no sabremos ni siquiera hablarle.
Seremos cristianos enfermos de afonía evangélica. Hay una responsabilidad de los
discípulos en el no ser “voz” mientras hay tantos que esperan a alguien que indique al
Señor. Gregorio Magno advertía a los cristianos: “Guardaos de negar al prójimo la
limosna de la palabra”. El deber de la Iglesia y de todo cristiano se esconde por
completo aquí: ser una voz que sabe hablar al corazón de los hombres para decirles
que el Señor está cerca, que ama a todos y en especial a los más pobres. Por esto, a
pesar de nuestra pobreza, podemos aplicarnos también a nosotros las palabras de
Isaías: “El espíritu del Señor Yahvé está sobre mí … A anunciar la buena nueva a los
pobres me ha enviado, … a pregonar año de gracia de Yahvé” (Is 61, 1-2). En el pasaje
citado, Gregorio Magno añade: “De este modo, si no descuidáis anunciar su venida en
la medida de vuestra capacidad, mereceréis ser considerados por él, como Juan
Bautista, entre los ángeles”.
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12/12/2005
Memoria de los pobres
Recuerdo de Nuestra Señora de Guadalupe, en México.
Canto de los Salmos
Salmo 27 (28)
Hacia ti clamo, Yahveh,
roca mía, no estés mudo ante mí;
no sea yo, ante tu silencio,
igual que los que bajan a la fosa.
Oye la voz de mis plegarias,
cuando grito hacia ti,
cuando elevo mis manos, oh Yahveh,
al santuario de tu santidad.
No me arrebates con los impíos,
ni con los agentes de mal,
que hablan de paz a su vecino,
mas la maldad está en su corazón.
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Dales, Yahveh, conforme a sus acciones,
y a la malicia de sus hechos,
según la obra de sus manos trátales,
págales con su misma moneda.
Pues no comprenden los hechos de Yahveh,
la obra de sus manos:
¡derríbelos él y no los rehabilite!
¡Bendito sea Yahveh, que ha oído
la voz de mis plegarias!
Yahveh mi fuerza, escudo mío,
en él confió mi corazón y he recibido ayuda:
mi carne de nuevo ha florecido,
le doy gracias de todo corazón.
Yahveh, fuerza de su pueblo,
fortaleza de salvación para su ungido.
Salva a tu pueblo, bendice a tu heredad,
pastoréalos y llévalos por siempre.
Lectura de la Palabra de Dios
Isaías 24,7-16
El mosto estaba triste, la viña mustia:
se trocaron en suspiros todas las alegrías del
corazón. Cesó el alborozo de los tímpanos,
suspendióse el estrépito de los alegres,
cesó el alborozo del arpa. No beben vino cantando:
amarga el licor a sus bebedores. Ha quedado la villa vacía,
ha sido cerrada toda casa,
y no se puede entrar. Se lamentan en las calles por el vino.
Desapareció toda alegría,
emigró el alborozo de la tierra. Ha quedado en la ciudad soledad,
y de desolación está herida la puerta. Porque en medio de la tierra,
en mitad de los pueblos,
pasa como en el vareo del olivo,
como en los rebuscos
cuando acaba la vendimia. Ellos levantan su voz y lanzan hurras;
la majestad de Yahveh aclaman desde el mar. Por eso, en Oriente glorificad a Yahveh,
en las islas del mar el nombre de Yahveh, Dios de
Israel. Desde el confín de la tierra
cánticos hemos oído:
"¡Gloria al justo!"
Y digo: "¡Menguado de mí, menguado de mí! ¡Ay de mí,
y de estos malvados que hacen maldad,
los malvados que han consumado la maldad!"
El capítulo 24 de Isaías da inicio a una sección especial del libro que concluye en el
capítulo 27. Se denomina “Apocalipsis” porque presenta la intervención definitiva de
Dios en la historia humana. El profeta describe una situación dramática, similar a la de
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tantos países pobres del mundo de hoy, donde la desolación hace imposible la vida y
arrebata cualquier alegría y cualquier perspectiva de futuro. Con frecuencia, los
hombres reducen las ciudades a lugares llenos de caos y de violencia, carentes de vida
y de humanidad. ¡Cuántos lamentos se elevan desde los rincones del mundo, lamentos
de pueblos enteros, de pobres, de hombres y mujeres aplastados por el peso de las
injusticias y de la miseria, de niños abandonados o incluso obligados a combatir!
¿Quién escucha su grito de ayuda? A veces, hasta los discípulos de Jesús son sordos
a las muchas invocaciones de socorro, porque están dominados por la lógica de su
interés y su bienestar, que vuelve sordos y ciegos. Isaías invita a escuchar y a no
callar; es más, a hacernos voz de los que ni siquiera consiguen hablar, nos invita a
transformar el lamento en oración. Dios escucha el grito del justo y viene a liberarlo de
los lazos de la muerte.
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13/12/2005
Memoria de la Madre del Señor
Canto de los Salmos
Salmo 28 (29)
¡Rendid a Yahveh, hijos de Dios,
rendid a Yahveh gloria y poder!
Rendid a Yahveh la gloria de su nombre,
postraos ante Yahveh en esplendor sagrado.
Voz de Yahveh sobre las aguas;
el Dios de gloria truena,
¡es Yahveh, sobre las muchas aguas!
Voz de Yahveh con fuerza,
voz de Yahveh con majestad.
Voz de Yahveh que desgaja los cedros,
Yahveh desgaja los cedros del Líbano,
hace brincar como un novillo al Líbano,
y al Sarión como cría de búfalo.
Voz de Yahveh que afila llamaradas.
Voz de Yahveh, que sacude el desierto,
sacude Yahveh el desierto de Cadés.
Voz de Yahveh, que estremece las encinas,
y las selvas descuaja,
mientras todo en su Templo dice: ¡Gloria!
Yahveh se sentó para el diluvio,
Yahveh se sienta como rey eterno.
Yahveh da el poder a su pueblo,
Yahveh bendice a su pueblo con la paz.
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Lectura de la Palabra de Dios
Isaías 25,6-9
Hará Yahveh Sebaot
a todos los pueblos en este monte
un convite de manjares frescos, convite de buenos
vinos:
manjares de tuétanos, vinos depurados; consumirá en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos
y la cobertura que cubre a todos los gentes; consumirá a la Muerte definitivamente.
Enjugará el Señor Yahveh
las lágrimas de todos los rostros,
y quitará el oprobio de su pueblo
de sobre toda la tierra,
porque Yahveh ha hablado. Se dirá aquel día: "Ahí tenéis a nuestro Dios:
esperamos que nos salve;
éste es Yahveh en quien esperábamos;
nos regocijamos y nos alegramos
por su salvación."
Es la primera imagen del banquete del reino de Dios que encontramos en la Biblia,
como anuncio gozoso de un pueblo oprimido que canta la victoria sobre el sufrimiento y
sobre la muerte. El Señor invita a todos a participar en su banquete: allí él saciará el
hambre de los hombres. Es el banquete del que también hablará Jesús en los
Evangelios (Lc 14, 15-24), al que Dios invita “a los pobres y lisiados, a ciegos y cojos”;
mientras los ricos, saciados con sus cosas y dominados por sí mismos, lo rechazan. El
banquete del reino crea una nueva familia alrededor del Señor que goza por lo que
está a punto de suceder. De hecho, el Señor secará las lágrimas de dolor y eliminará la
muerte para siempre. En el Señor Jesús cantamos la victoria sobre la muerte: “¿Dónde
está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la
muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley. Pero ¡gracias sean dadas a Dios,
que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! (1 Cor 15, 55-57). Los creyentes
deben abandonar el velo de tristeza que con frecuencia marca su rostro e impide gozar
de la victoria de Dios. El Señor rasga este velo para que nadie se vea privado de la
alegría de unirse al canto que reconoce la presencia misericordiosa y buena de Dios en
medio de los hombres.
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14/12/2005
Memoria de los santos y de los profetas
Lectura de la Palabra de Dios
Isaías 26,7-19
La senda del justo es recta;
tú allanas la senda recta del justo. Pues bien, en la senda de tus juicios
te esperamos, Yahveh;
tu nombre y tu recuerdo son el anhelo del alma. Con toda mi alma te anhelo en la
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noche,
y con todo mi espíritu por la mañana te busco.
Porque cuando tú juzgas a la tierra,
aprenden justicia los habitantes del orbe. Aunque se haga gracia al malvado,
no aprende justicia;
en tierra recta se tuerce,
y no teme la majestad de Yahveh. Yahveh, alzada está tu mano,
pero no la ven;
verán tu celo por el pueblo y se avergonzarán,
tu ira ardiente devorará a tus adversarios. Yahveh, tú nos pondrás a salvo,
que también llevas a cabo todas nuestras obras. Yahveh, Dios nuestro,
nos han dominado otros señores fuera de ti,
pero no recordaremos otro Nombre
sino el tuyo. Los muertos no vivirán,
las sombras no se levantarán,
pues los has castigado, los has exterminado
y has borrado todo recuerdo de ellos. Has aumentado la nación, Yahveh, has
aumentado la nación
y te has glorificado,
has ampliado todos los límites del país. Yahveh, en el aprieto de tu castigo te
buscamos;
la angustia de la opresión era tu castigo para
nosotros. Como cuando la mujer encinta está próxima al parto sufre,
y se queja en su trance,
así éramos nosotros delante de ti, Yahveh. Hemos concebido, tenemos dolores
como si diésemos a luz viento;
pero no hemos traído a la tierra salvación,
y no le nacerán habitantes al orbe. Revivirán tus muertos,
tus cadáveres resurgirán,
despertarán y darán gritos de júbilo
los moradores del polvo;
porque rocío luminoso es tu rocío,
y la tierra echará de su seno las sombras.
Con el lenguaje de los salmos, un justo se dirige a Dios manifestándole su anhelo y su
búsqueda en el momento de la debilidad. Consciente de que sólo desde lo alto le
puede venir la vida, el justo reconoce la vanidad de su esfuerzo: “no hemos traído a la
tierra salvación, y no le nacerán habitantes al orbe”. Sin embargo, esta conciencia no
produce ni resignación ni pesimismo. El justo sabe que sólo el Señor puede despertar a
la vida. Por esto, ni en el dolor ni en la tribulación deja de buscar al Señor, pues sabe
que es como un padre que nunca abandona a sus hijos. En el drama de un tiempo sin
paz es necesario buscar nuevamente a Dios y dejar que su Palabra ilumine la vida de
los hombres. Con demasiada frecuencia, en el dolor nos encerramos en nosotros
mismos y pensamos que el Señor está lejos de nosotros y de nuestras preocupaciones.
En realidad él no desprecia nuestro sufrimiento, no deja caer al vacío ni una gota de
dolor del mundo ni el sufrimiento de los pobres. Es más, comprende su preocupación y
su dolor y viene pronto para socorrer a todos. Unámonos a la oración del profeta, que
es la respuesta mejor y más verdadera al dolor del mundo.
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15/12/2005
Memoria de la Iglesia
Recuerdo de Gigi, niño de Nápoles que murió violentamente. Con él recordamos a todos
los niños que sufren o que mueren por la violencia de los hombres. Oración por los niños.
Canto de los Salmos
Salmo 29 (30)
Yo te ensalzo, Yahveh, porque me has levantado;
no dejaste reírse de mí a mis enemigos.
Yahveh, Dios mío, clamé a ti y me sanaste.
Tú has sacado, Yahveh, mi alma del seol,
me has recobrado de entre los que bajan a la fosa.
Salmodiad a Yahveh los que le amáis,
alabad su memoria sagrada.
De un instante es su cólera, de toda una vida su favor;
por la tarde visita de lágrimas, por la mañana gritos
de alborozo.
"Y yo en mi paz decía:
""Jamás vacilaré."" "
Yahveh, tu favor me afianzaba sobre fuertes montañas;
mas retiras tu rostro y ya estoy conturbado.
A ti clamo, Yahveh,
a mi Dios piedad imploro:
¿Qué ganancia en mi sangre, en que baje a la fosa?
¿Puede alabarte el polvo, anunciar tu verdad?
¡Escucha, Yahveh, y ten piedad de mí!
¡Sé tú, Yahveh, mi auxilio!
Has trocado mi lamento en una danza,
me has quitado el sayal y me has ceñido de alegría;
mi corazón por eso te salmodiará sin tregua;
Yahveh, Dios mío, te alabaré por siempre.
Lectura de la Palabra de Dios
Isaías 29,8-12
Será como cuando el hambriento sueña que está comiendo,
pero despierta y tiene el estómago vacío;
como cuando el sediento sueña que está bebiendo,
pero se despierta cansado y sediento.
Así será la turba de todas las gentes,
que guerrean contra el monte Sión. Idiotizaos y quedad idiotas,
cegaos y quedad ciegos;
emborrachaos, pero no de vino,
tambaleaos, y no por el licor. Porque ha vertido sobre vosotros Yahveh
espíritu de sopor,
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he pegado vuestros ojos (profetas)
y ha cubierto vuestras cabezas (videntes). Toda revelación será para vosotros
como palabras de un libro sellado,
que da uno al que sabe leer diciendo:
"Ea, lee eso";
y dice el otro: "No puedo, porque está sellado"; y luego pone el libro frente a quien no
sabe leer,
diciendo: "Ea, lee eso";
y dice éste: "No sé leer"
¡Qué misterio encierra el libro de la Biblia! A menudo nos acostumbramos a verlo junto
a nosotros, sin que se convierta en el libro de nuestra vida. Sin embargo, contiene la
visión y el sueño de Dios sobre el mundo. Debemos aprender a abrirlo, a leerlo, a
comprenderlo y a dejar que fermente toda nuestra vida. ¡Cuántas veces, sin embargo,
permanece todavía cerrado, como un libro sellado, porque se abre poco, se lee poco, y
se comprenden poco su riqueza y su profundidad! Que no nos suceda también a
nosotros lo que Isaías describe de los que lo escuchan. Abramos el libro de Dios,
pidamos a los hermanos que lo lean para nosotros, escuchemos con el corazón cuando
se nos comunica. Los antiguos Padres decían: “Reza asiduamente o lee, habla a Dios
o escúchale”. Necesitamos encontrar el tiempo y el lugar para leer, para meditar y para
rezar. Así preparamos nuestro corazón para la Navidad del Señor. Demos gracias al
Señor porque nos ha liberado de la soledad, porque ha abierto para nosotros el libro
sellado y nos ha dado la posibilidad de escuchar y comprender. Y pidámosle a él, que
también suscita profetas, que nos haga capaces de abrir el libro para los demás. Es el
camino que permite entrar en los corazones y que les hace renacer al amor.
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16/12/2005
Memoria de Jesús crucificado
Lectura de la Palabra de Dios
Isaías 29,13-14
Dice el Señor: Por cuanto ese pueblo se me ha allegado con su boca,
y me han honrado con sus labios,
mientras que su corazón está lejos de mí,
y el temor que me tiene
son preceptos enseñados por hombres, por eso he aquí que yo sigo
haciendo maravillas con ese pueblo,
haciendo portentosas maravillas;
perderé la sabiduría de sus sabios,
y eclipsaré el entendimiento de sus entendidos.
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“No todo el que me diga: “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que
haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7, 21). El problema de la
relación con Dios es el corazón, como tantas veces reclama la Escritura. No basta con
pronunciar palabras si el corazón está lejos de Dios porque está dominado por los
afanes o por el amor hacia sí, o encerrado en el orgullo. Siguiéndose sólo a sí mismos,
agitándose por sus cosas, muchos han extraviado el corazón. Sin embargo, Dios no se
detiene ante la superficialidad ni ante la costumbre que tenemos de repetirnos a
nosotros mismos o nuestros ritos. Él sigue realizando maravillas y milagros en la vida
de su pueblo para que el corazón se despierte, para que abandone la arrogancia y
vuelva al Señor en una escucha sincera. “Os daré un corazón nuevo, infundiré en
vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un
corazón de carne”, anuncia el profeta Ezequiel a un pueblo pecador y desconfiado (Ez
36, 26). Recemos para que también en nosotros suceda el milagro de un corazón de
carne y tengamos la sabiduría de vivir según los mandamientos del Señor.
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17/12/2005
Memoria de los pobres
Recuerdo de Lázaro de Betania. Oración por todos los enfermos graves y por los
moribundos. Recuerdo de los fallecidos a causa del SIDA.
Canto de los Salmos
Salmo 30 (31)
En ti, Yahveh, me cobijo,
¡oh, no sea confundido jamás!
¡Recóbrame por tu justicia, líbrame,
tiende hacia mí tu oído, date prisa!
Sé para mí una roca de refugio,
alcázar fuerte que me salve;
pues mi roca eres tú, mi fortaleza,
y, por tu nombre, me guías y diriges.
Sácame de la red que me han tendido,
que tú eres mi refugio;
en tus manos mi espíritu encomiendo,
tú, Yahveh, me rescatas.
Dios de verdad,
tú detestas
a los que veneran vanos ídolos;
mas yo en Yahveh confío:
¡exulte yo y en tu amor me regocije!
Tú que has visto mi miseria,
y has conocido las angustias de mi alma,
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no me has entregado en manos del enemigo,
y has puesto mis pies en campo abierto.
Tenme piedad, Yahveh,
que en angustias estoy.
De tedio se corroen mis ojos,
mi alma, mis entrañas.
Pues mi vida se consume en aflicción,
y en suspiros mis años;
sucumbe mi vigor a la miseria,
mis huesos se corroen.
De todos mis opresores
me he hecho el oprobio;
asco soy de mis vecinos,
espanto de mis familiares.
Los que me ven en la calle
huyen lejos de mí;
dejado estoy de la memoria como un muerto,
como un objeto de desecho.
Escucho las calumnias de la turba,
terror por todos lados,
mientras se aúnan contra mí en conjura,
tratando de quitarme la vida.
"Mas yo confío en ti, Yahveh,
me digo: ""¡Tú eres mi Dios!"" "
Está en tus manos mi destino, líbrame
de las manos de mis enemigos y perseguidores;
haz que alumbre a tu siervo tu semblante,
¡sálvame, por tu amor!
Yahveh, no haya confusión para mí, que te invoco,
¡confusión sólo para los impíos;
que bajen en silencio al seol,
enmudezcan los labios mentirosos
que hablan con insolencia contra el justo,
con orgullo y desprecio!
¡Qué grande es tu bondad, Yahveh!
Tú la reservas para los que te temen,
se la brindas a los que a ti se acogen,
ante los hijos de Adán.
Tú los escondes en el secreto de tu rostro,
lejos de las intrigas de los hombres;
bajo techo los pones a cubierto
de la querella de las lenguas.
¡Bendito sea Yahveh que me ha brindado
maravillas de amor
(en ciudad fortificada)!
" ¡Y yo que decía en mi inquietud:
""Estoy dejado de tus ojos!""
24
Mas tú oías la voz de mis plegarias,
cuando clamaba a ti."
Amad a Yahveh, todos sus amigos;
a los fieles protege Yahveh,
pero devuelve muy sobrado
al que obra por orgullo.
¡Valor, que vuestro corazón se afirme,
vosotros todos que esperáis en Yahveh!
Lectura de la Palabra de Dios
Juan 11,1-44
Había un cierto enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta.
María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su
hermano Lázaro era el enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, aquel
a quien tú quieres, está enfermo.» Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad no es de
muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba
enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba. Al cabo de ellos,
dice a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea.» Le dicen los discípulos: «Rabbí,
con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?» Jesús respondió:
«¿No son doce las horas del día?
Si uno anda de día, no tropieza,
porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza,
porque no está la luz en él.» Dijo esto y añadió: «Nuestro amigo Lázaro duerme; pero
voy a despertarle.» Le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se curará.» Jesús lo
había dicho de su muerte, pero ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño.
Entonces Jesús les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de
no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos donde él.» Entonces Tomás,
llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con
él.» Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el
sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos
judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano.
Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María
permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría
muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo
concederá.» Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará.» Le respondió Marta: «Ya sé que
resucitará en la resurrección, el último día.» Jesús le respondió:
«Yo soy la resurrección
El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí,
no morirá jamás.
¿Crees esto?» Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el
que iba a venir al mundo.» Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al
oído: «El Maestro está ahí y te llama.» Ella, en cuanto lo oyó, se levantó rápidamente, y
se fue donde él. Jesús todavía no había llegado al pueblo; sino que seguía en el lugar
donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en casa
consolándola, al ver que se levantaba rápidamente y salía, la siguieron pensando que
iba al sepulcro para llorar allí. Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a
sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.»
Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se
conmovió interiormente, se turbó y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?» Le responden:
«Señor, ven y lo verás.» Jesús se echó a llorar. Los judíos entonces decían: «Mirad
cómo le quería.» Pero algunos de ellos dijeron: «Este, que abrió los ojos del ciego, ¿no
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podía haber hecho que éste no muriera?» Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su
interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús:
«Quitad la piedra.» Le responde Marta, la hermana del muerto: «Señor, ya huele; es el
cuarto día.» Le dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?»
Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te
doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas;
pero lo he dicho por estos que me rodean,
para que crean que tú me has enviado.» Dicho esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal
fuera!» Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un
sudario. Jesús les dice: «Desatadlo y dejadle andar.»
Jesús arriesga la muerte con tal de ir al encuentro de su amigo Lázaro, enfermo. Los
discípulos no comprenden, pero Jesús quiere que estén con él. El amor por el amigo
empuja a Jesús a ir hacia él y a dirigir la oración al Padre para que le escuche. Del
amor y de la oración la muerte sale derrotada. “¡Lázaro, sal afuera!” grita Jesús. Y
Lázaro sale de la tumba. La voz de Jesús, el Evangelio, nos hace salir de la tumba en
la que todos nos encontramos. La continuidad en la escucha de la Palabra de Dios
desata las vendas y las ataduras que nos impiden ver y caminar. La resurrección de
Lázaro sucede poco antes de la pasión, el tiempo en que también Jesús encontrará la
muerte. El amor por el Padre y el amor por todos los hombres, a partir de los más
pobres, sostienen a Jesús en su camino y le hacen más fuerte que la muerte. El Padre
lo liberará del lazo de la muerte y le devolverá la vida. Una tradición oriental cuenta que
desde aquel día Lázaro sólo comería dulces. Sí, la vida que el Señor nos da con la
conversión tiene siempre un sabor dulce y agradable, bueno y gustoso.
*****
18/12/2005
Liturgia del domingo
Primera Lectura
2Samuel 7,1-5.8-12.14-16
Cuando el rey se estableció en su casa y Yahveh le concedió paz de todos sus
enemigos de alrededor, dijo el rey al profeta Natán: "Mira; yo habito en una casa de
cedro mientras que el arca de Dios habita bajo pieles." Respondió Natán al rey: "Anda,
haz todo lo que te dicta el corazón, porque Yahveh está contigo." Pero aquella misma
noche vino la palabra de Dios a Natán diciendo: Ve y di a mi siervo David: Esto dice
Yahveh. ¿Me vas a edificar tú una casa para que yo habite? Ahora pues di esto a mi
siervo David: Así habla Yahveh Sebaot: Yo te he tomado del pastizal, de detrás del
rebaño, para que seas caudillo de mi pueblo Israel. He estado contigo dondequiera has
ido, he eliminado de delante de ti a todos tus enemigos y voy a hacerte un nombre
grande como el nombre de los grandes de la tierra: fijaré un lugar a mi pueblo Israel y
lo plantaré allí para que more en él; no será ya perturbado y los malhechores no
seguirán oprimiéndole como antes, en el tiempo en que instituí jueces en mi pueblo
Israel; le daré paz con todos sus enemigos. Yahveh te anuncia que Yahveh te edificará
una casa. Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré
después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su
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realeza. Yo seré para él padre y él será para mí hijo. Si hace mal, le castigaré con vara
de hombres y con golpes de hombres, pero no apartaré de él mi amor, como lo aparté
de Saúl a quien quité de delante de mí. Tu casa y tu reino permanecerán para siempre
ante mí; tu trono estará firme, eternamente."
Salmo responsorial
Psaume 88 (89)
El amor de Yahveh por siempre cantaré,
de edad en edad anunciará mí boca tu lealtad.
Pues tú dijiste: "Cimentado está el amor por siempre,
asentada en los cielos mi lealtad.
Una alianza pacté con mi elegido,
un juramento hice a mi siervo David:
Para siempre jamás he fundado tu estirpe,
de edad en edad he erigido tu trono." Pausa.
Los cielos celebran, Yahveh, tus maravillas,
y tu lealtad en la asamblea de los santos.
Porque ¿quién en las nubes es comparable a Yahveh,
quién a Yahveh se iguala entre los hijos de los
dioses?
Dios temible en el consejo de los santos,
grande y terrible para toda su corte.
Yahveh, Dios Sebaot, ¿quién como tú?,
poderoso eres, Yahveh, tu lealtad te circunda.
Tú domeñas el orgullo del mar,
cuando sus olas se encrespan las reprimes; "
tú machacaste a Ráhab lo mismo que a un cadáver,
a tus enemigos dispersaste con tu potente brazo.
Tuyo es el cielo, tuya también la tierra,
el orbe y cuanto encierra tú fundaste; "
tú creaste el norte y el mediodía,
el Tabor y el Hermón exultan en tu nombre.
Tuyo es el brazo y su bravura,
poderosa tu mano, sublime tu derecha; "
Justicia y Derecho, la base de tu trono,
Amor y Verdad ante tu rostro marchan.
Dichoso el pueblo que la aclamación conoce,
a la luz de tu rostro caminan, oh Yahveh; "
en tu nombre se alegran todo el día,
en tu justicia se entusiasman.
Pues tú eres el esplendor de su potencia,
por tu favor exaltas nuestra frente; "
sí, de Yahveh nuestro escudo;
del Santo de Israel es nuestro rey."
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Antaño hablaste tú en visión
a tus amigos, y dijiste:
""He prestado mi asistencia a un bravo,
he exaltado a un elegido de mi pueblo."
He encontrado a David mi servidor,
con mi óleo santo le he ungido; "
mi mano será firme para él,
y mi brazo le hará fuerte.
No le ha de sorprender el enemigo,
el hijo de iniquidad no le oprimirá; "
yo aplastaré a sus adversarios ante él,
heriré a los que le odian.
Mi lealtad y mi amor irán con él,
por mi nombre se exaltará su frente; "
pondré su mano sobre el mar,
sobre los ríos su derecha.
El me invocará: ¡Tú, mi Padre,
mi Dios y roca de mi salvación! "
Y yo haré de él el primogénito,
el Altísimo entre los reyes de la tierra.
Le guardaré mi amor por siempre,
y mi alianza será leal con él; "
estableceré su estirpe para siempre,
y su trono como los días de los cielos.
Si sus hijos abandonan mi ley,
y no siguen mis juicios, "
si profanan mis preceptos,
y mis mandamientos no observan,
castigaré su rebelión con vara,
y su culpa con azote, "
mas no retiraré de él mi amor,
en mi lealtad no fallaré.
No violaré mi alianza,
no cambiaré lo que sale de mis labios; "
una vez he jurado por mi santidad:
¡a David no he de mentir!
Su estirpe durará por siempre,
y su trono como el sol ante mí, "
por siempre se mantendrá como la luna,
testigo fiel en el cielo."" Pausa. "
Pero tú has rechazado y despreciado,
contra tu ungido te has enfurecido; "
has desechado la alianza con tu siervo,
has profanado por tierra su diadema.
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Has hecho brecha en todos sus vallados,
sus plazas fuertes en ruina has convertido; "
le han saqueado todos los transeúntes,
se ha hecho el baldón de sus vecinos.
A sus adversarios la diestra has exaltado,
a todos sus enemigos has llenado de gozo; "
has embotado el filo de su espada,
y no le has sostenido en el combate.
Le has quitado su cetro de esplendor,
y su trono por tierra has derribado; "
has abreviado los días de su juventud,
le has cubierto de ignominia. Pausa.
¿Hasta cuándo te esconderás, Yahveh?
¿arderá tu furor por siempre como fuego?
Recuerda, Señor, qué es la existencia,
para qué poco creaste a los hijos de Adán.
¿Qué hombre podrá vivir sin ver la muerte,
quién librará su alma de la garra del seol? Pausa.
¿Dónde están tus primeros amores, Señor,
que juraste a David por tu lealtad?
Acuérdate, Señor, del ultraje de tus siervos:
cómo recibo en mi seno todos los dardos de los
pueblos; "
así ultrajan tus enemigos, Yahveh,
así ultrajan las huellas de tu ungido.
¡Bendito sea Yahveh por siempre!
¡Amén! ¡Amén!
Segunda Lectura
Romanos 16,25-27
Os saluda Erasto, cuestor de la ciudad, y Cuarto, nuestro hermano. A Aquel que puede
consolidaros
conforme al Evangelio mío y la predicación de
Jesucristo:
revelación de un Misterio
mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente,
por la Escrituras que lo predicen,
por disposición del Dios eterno,
dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de
la fe, a Dios, el único sabio,
por Jesucristo,
¡a él la gloria por los siglos de los siglos! Amén.
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 1,26-38
Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada
Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el
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nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel
saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios;
vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.
El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de
David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.»
María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel
le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira,
también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes
de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» Dijo
María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel
dejándola se fue.
Homilía
Ante la inminencia de la Navidad, la liturgia nos propone de nuevo el pasaje evangélico
de la anunciación. Dentro de pocos días volveremos a escuchar al evangelista Lucas
que advierte con amargura: “no tenían sitio en el albergue”, y Jesús debió nacer en un
pesebre. Surge espontáneamente la pregunta: ¿Es que Dios no tiene casa en la tierra?
Pues bien, Dios escoge a una joven de una aldea de Galilea como casa para su Hijo.
En realidad, las Escrituras muestran que desde siempre Dios ha preferido como
morada el corazón de los hombres más que un templo de piedra. El saludo del ángel a
María (“El Señor está contigo”) se inserta en una realidad vivida por el pueblo de Israel
a lo largo de toda su historia; es más, que es el hilo conductor que la atraviesa y la
sostiene. El ángel del Señor puede decir a Israel: El Señor está contigo, está con
Abrahán, con Isaac y con Jacob; acompaña a José en todas sus vicisitudes; se
aparece a Moisés en la zarza ardiente y se presenta como “el que es”, el que está con
su pueblo. Ha escuchado el grito de dolor de su pueblo esclavo en Egipto y ha bajado
para liberarlo: lo conduce a salvo a través del mar Rojo, lo acompaña durante los años
del desierto y lo introduce en la tierra prometida sosteniéndolo todos los días. El Señor
está con su pueblo, y para siempre.
El segundo libro de Samuel expresa casi de forma plástica este modo de actuar del
Señor. David, después de haber construido su “casa de cedro” y Jerusalén como
capital del Estado, desea dotarla de un gran templo, como para tener a Dios como
ciudadano suyo. El profeta Natán, que ha cedido al deseo del rey, durante la noche
escucha de Dios mismo la desaprobación de la propuesta de erigir un santuario. Debe,
por tanto, volver al palacio real para decir a David que será Dios quien edificará una
casa para él y para su pueblo. Le recuerda que el Señor ha estado junto a él desde la
juventud, cuando apacentaba rebaños, y que le ha acompañado hasta aquel día, y que
continuará estando a su lado en el futuro para defenderle de los enemigos y para
hacerle grande y poderoso; y que encontrará un lugar para que habite su pueblo. En
definitiva, el Señor es el techo de protección para David. No es el rey quien construye
una casa a Dios, sino que es Dios quien edifica una casa para David y para su pueblo.
En realidad, esta casa es María. Dios sustituye el templo de piedra que construyó
David por un templo de carne.
En cierto modo, aquel día de la anunciación se realizaba la construcción de la
verdadera casa: “Y la palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1,
14). Para subrayar el lazo con el antiguo testamento, el evangelista sitúa a Jesús
directamente en la descendencia de David: “Él será grande, se le llamará Hijo del
Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de
Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”. En su frágil cuerpo, María acoge toda la
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esperanza del pueblo de Israel y al mismo tiempo se convierte en la primera de todos
los que desde aquel día esperan la salvación. Aquel “sí” pronunciado delante del ángel
ha cambiado el curso de la historia. María es la primera en escuchar la Palabra y la
primera en ofrecerse a sí misma, su vida, su cuerpo, al Señor.
Ella es el primer espacio de Dios, la primera casa de Dios, el primer lugar escogido
por el Señor. ¡Qué diferente es de Belén, la ciudad que no sabe acoger! A María el
ángel le puede decir: “El Señor está contigo”, mientras que no puede afirmar lo mismo
de Belén. Dios ha escogido a María, y desde siempre, pero necesitaba su consenso, el
“sí” no se daba por descontado. En Nazaret no se ha recitado un guión ya escrito; el
evangelista lo sugiere: ha habido turbación. Al final, María ha dado su consentimiento.
Era una decisión que le desbarataba por completo la vida. La grandeza de María no
radica en la “realización de sí misma”, como generalmente deseamos para nosotros
mismos, sino más bien en poner toda su confianza en las palabras del ángel. Con
razón Isabel, apenas la ve atravesar el umbral de su casa, exclama: “¡Feliz la que ha
creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”. Es la
primera bienaventuranza escrita en el Evangelio. Toda nuestra felicidad se esconde en
la obediencia a las palabras del Evangelio.
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