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Querido Miguel:
Si algo no me esperaba era tener que decirte hoy estas palabras. Cuesta creerlo.
Te has ido por sorpresa, sin despedirte, sin hacer ruido… y, también, sin que a nosotros
nos diera tiempo de despedirnos y de decirte, sencillamente, gracias.
Te hablo desde el cariño, la amistad, la fe… desde el dolor y desde la esperanza,
consciente de quien cree y quiere, con temor y temblor, ser voz de todos los que, hoy,
lloramos tu muerte, junto a tu hermana [querida Esther, no estás sola], y que, hoy, en
esta mañana, pedimos a Dios que se nos haga especialmente próximo, cercano, caricia,
abrazo.
En las entrañas de este Dios bueno pongo nuestro dolor y nuestras lágrimas para
que lo transforme en recuerdo (ese volver a traer al corazón) tierno y agradecido.
Quiero, en nombre de todos, dar gracias a Dios por ti, por el gran corazón que se
escondía tras tu apariencia a veces seria, y, siempre, humilde, discreta. Has sido
trabajador incansable, generoso, amante de las cosas bien hechas. Tu vida, sin duda, ha
sido fecunda… y sin hacer ruido, como el grano de trigo cuando cae en tierra y muere.
Basta con que mires a tu alrededor: cuánta gente, cuántas generaciones… En tu página
de facebook han escrito: “te marchaste sin hijos pero somos muchos los que te sentimos
como un padre”. “Amante de la naturaleza, maestro de generaciones… nos descubriste
que podíamos y debíamos cambiar el mundo. Veías la bondad y el lado bueno de todas
las personas y nos enseñaste a disfrutar de las cosas más sencillas de la vida…”.
Descubriste a Dios en las montañas y en la gente, en los niños, en los jóvenes, a
quienes te dedicaste con pasión… Te apasionaba educar: Virgen Blanca, Anade, el
Buen Pastor (nuestra parroquia, nuestro colegio, el club…)… Descubriste a Dios en la
gente sencilla de nuestro barrio, en todos aquellos que ayudabas sin pedir nada a cambio
a encontrar trabajo, en los pobres… Caritas, Proyecto Hombre, la CAI y la Acción
Social… y las parroquias con la que colaboraste. Hasta se te daban bien las cuentas y
hacías de ellas una ocasión para servir a los demás .En el recuerdo agradecido de todo
esto, nos señalas, una vez más, dónde encontrarnos con Dios, hacia dónde tenemos que
mirar: la naturaleza, la gente, los pobres, la pasión por educar, por crear fraternidad, la
Iglesia…
Y, a la vez, de parte de Dios, misterio de amor y de comunión, que hoy, de
nuevo, nos dirige su palabra, nos recuerdas dónde está el camino para la verdadera vida:
sencillamente en amar, en dar-se, con generosidad, con discreción… Sólo quien ama
intuye realmente lo que es la vida, sólo quien apuesta y trabaja por afirmar la vida frente
a todo lo que la niega, sólo quien ama, vive de veras.
Creo en Jesús resucitado que con nosotros comparte su vida y destino, y, por
eso, no te digo que descanses en paz, aunque te lo mereces. Al contrario, me atrevo a
pedirte que sigas trabajando, por favor, como lo has hecho hasta ahora, por sembrar
vida, por crear fraternidad, por educar y despertar personas… Vela por tu hermana, por
todos nosotros, y por tantos proyectos que llevabas entre manos. Te será fácil, porque,
como dice el poeta, aunque tu sangre esté ya fría y tu corazón parado, seguirás amando.
No sabes otra cosa…
Pide al Padre que alimente nuestra esperanza. Y la esperanza, nos recuerda hoy
la Palabra de Dios, no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado, el Espíritu de la Vida, el Espíritu
del Resucitado. Amén.