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CHARLAS CUARESMALES 2015
Lunes, 23 Febrero 2015
“Desde el corazón del Evangelio”
P. Roberto Gutiérrez González, O.C.D.
Charlas Cuaresmales 2015: “Y os dará un corazón nuevo” (Ez 36,26) 1
“Desde el corazón del Evangelio”
“Desde el corazón del Evangelio”
(EG 34-39; 264-267)
El Papa Francisco en su Exhortación “Evangelii gaudium” nos invita a
todos a una renovación desde el Evangelio. Es todo un desafío. «La Iglesia,
nos dice, ha de llevar a Jesús» (Homilía en Santa Marta, 23 de octubre de
2013). En el fondo de los gestos y las llamadas del Papa creo descubrir una
convicción primordial: el giro que necesita el cristianismo actual, la
conversión radical y decisiva consiste sencillamente en volver a Jesús. El
desafio que nos presenta de renovación no se va a decidir introduciendo
algunos cambios o innovaciones de carácter pastoral o de gobierno. La
renovación que necesita hoy la Iglesia está exigiendo una conversión en
un nivel más profundo. Necesitamos volver a las raíces, convirtiéndonos a
lo esencial, actualizar hoy de alguna manera la experiencia originaria que
se vivió con Jesús. Necesitamos una conversión sin precedentes para
reproducir hoy lo esencial del Evangelio, como algo siempre «nuevo» y
siempre «bueno» en medio del mundo. Necesitamos reavivar en el
interior de cada uno de nosotros el don del Espíritu Santo, el Espíritu de
Jesús y sus actitudes básicas: promover un seguimiento más fiel a su
persona, recuperar su proyecto del reino de Dios, introducir la
compasión… Todo esto nos exige una conversión a Jesús.
La misión, la evangelización, ha sido la tarea permanente de la
Iglesia a lo largo de toda su historia. No podía ser de otra forma, dado que
«la lglesia es por su misma esencia misionera» (Ad gentes 2); «evangelizar
constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más
profunda; la Iglesia existe para evangelizar» (Evangelii nuntiandi 14).
Podríamos afirmar que el centro de la Exhortación y el contenido de
su mensaje, la convicción que el Papa Francisco transmite, de la que
ofrece un apasionado testimonio, es que la alegría del Evangelio «llena el
corazón y la vida entera de los que se encuentra con Jesús… Porque con
Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Evangelii gaudium = EG 1).
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“Desde el corazón del Evangelio”
Esta idea el Papa Francisco la toma de su predecesor, el Papa Benedicto
XVI: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran
idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona que da
un nuevo horizonte a la vida, una orientación decisiva» (Deus caritas est
1). La convicción surge «de la experiencia del encuentro con Jesús, un
encuentro al que estamos llamados todos y que vale la pena intentar cada
día sin descanso, porque cundo uno da un pequeño paso hacia Jesús,
descubre que Jesús ya lo está esperando con los brazos abiertos». Por lo
tanto evangelizar, resume desde el principio, no es otra cosa que haber
vivido esa experiencia, estar animados por esa convicción y transmitirla de
las mil formas en que lo han hecho los cristianos a lo largo de los siglos y
pueden seguir haciéndolo ahora.
Nos ha señalado el Papa que la Iglesia tiene que «convertirse». Se
detiene a explicar cómo la evangelización debe presentar «el núcleo
esencial del Evangelio» que otorga «sentido, hermosura y atractivo» a los
contenidos de la fe (EG 34). El Papa habla de una triple conversión:
personal, institucional y pastoral.
Para ponerlo todo el clave misionera, quizás tengamos que
comenzar por plantearnos el modo de comunicar el mensaje, para evitar
el riesgo de que aparezca mutilado y reducido alguno de sus aspectos
secundarios, desgajados del núcleo esencial del Evangelio que como
decíamos, es el que da sentido, hermosura y atractivo (cf. EG 34) . El Papa
escribe teniendo presente que hoy ante «la velocidad de las
comunicaciones y la selección interesada de contenidos que realizan los
medios, el mensaje que anunciamos corre más que nunca el riesgo de
aparecer mutilado. Se refiere a la jerarquía de verdades en la doctrina
católica (EG 36) y también a la jerarquía de las virtudes, señalando la
principalidad de la ley nueva que está en la gracia del Espíritu Santo, que
se manifiesta en la fe que obra por el amor (EG 37). Hay que concentrarse
en lo esencial: la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en
Jesucristo muerto y resucitado, y en el aspecto moral: la misericordia que
es la mayor de todas las virtudes (cf. EG 36-37).
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“Desde el corazón del Evangelio”
El Evangelio «nos invita ante todo a responder al Dios amante que
nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos
para buscar el bien de todos» (EG 39). Nos recuerda el Papa Francisco que:
«todo es fruto de esta respuesta de amor».
La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que
hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por El es la que nos
mueve a amarlo siempre más (cf. EG 264). Teresa de Jesús cuando define
lo que es la oración parte de este «sentirse amada», es lo que a ella la
mueve para lanzarse y abandonarse en los brazos de Dios. En ese
encuentro personal que es la oración, lo que hacemos nos es otra cosa,
sino abrirnos a la acción del Espíritu en nosotros. En definitiva no es otra
cosa que un encuentro. Ese es el contenido, la convicción que constituye
el centro del mensaje de la Exhortación Evangelii gaudium, el centro que
otorga su novedad a esta nueva llamada a una nueva evangelización. De él
surgen los temas que va desarrollando a lo largo de sus páginas: la alegría,
que da su título al texto; el entusiasmo evangelizador; la transformación
de la vida de los cristianos, que dará a esa vida nueva fuerza
evangelizadora…
El punto de partida de la nueva evangelización propuesta, su fuente,
es «renovar ahora mismo el encuentro con Jesucristo o, al menos, tomar la
decisión de dejarse encontrar por él». Pero teniendo siempre en cuenta
que en Jesucristo nos encontramos con Dios. Dios, que en Jesucristo
muerto y resucitado manifiesta su amor inmenso, su amor siempre más
grande. Ese «amó hasta el extremo» (Jn 13,1), esta verdad o, mejor este
hecho constituye el núcleo fundamental, el «corazón del Evangelio» (EG
34), en el que resplandece la belleza del amor salvífico de Dios
manifestado en Cristo» (EG 36). Con otras palabras, ahí se «concentra lo
esencial, que es lo más bello, lo más atractivo y, al mismo tiempo, lo más
necesario».
Un mensaje como este, el de la autocomunicación del Dios infinito,
de su infinito amor salvífico en Jesucristo, tiene el peligro de resbalar
sobre la conciencia de las personas si estas no le prestan oído, no lo
acogen y no lo hacen suyo. Por ello el texto de EG remite en diferentes
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lugares a la existencia en el ser humano de una predisposición a ese
mensaje que la presencia de Dios crea en nosotros, que hace posible su
acogida por el ser humano y anima al evangelizador a proponérselo a
todos los hombres. Porque la acogida del anuncio no consiste en el mero
conocimiento del contenido nocional del mensaje; requiere la experiencia
del encuentro personal con él; de haber sido salvados gracias a él.
Requiere poder decir, como los discípulos: «Lo que hemos visto y oído…»
(Hech 4,20); «Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos
contemplado y han tocado nuestras manos acerca de la Palabra de la vida
es lo que os anunciamos» (1Jn 1,1-4).
Dios sale al encuentro del hombre, «Dios se precede a sí mismo en
el corazón de los hombres» (K. Rahner). Habitados por su presencia, lo
mejor de nosotros nos hace estar siempre a su espera (S. Weil); ser
connaturalmente «oyentes de la Palabra», «todo oídos para Dios»; estar
«dialógicamente diseñados», dotados con la capacidad necesaria para
poder escucharle (U. von Balthasar); con un corazón a la medida del amor
infinito de Dios; ya que, con una preciosa expresión de EG 265: «Nuestra
tristeza infinita solo se cura con un infinito amor».
Esta relación del hombre con Dios y Dios con el hombre, esta
autodonación, como amor infinito explica la alegría que contiene el
«Evangelio de Dios», la buena noticia de Dios, que es Dios mismo; el
«Evangelio de Jesucristo», la buena noticia que es Jesucristo en persona. Y
esa alegría del Evangelio explica «la alegría que llena el corazón y la vida
de los que se encuentran con Jesús», y que con él nazca y renazca esa
alegría.
La experiencia del encuentro lleva a su comunicación, y la
comunicación de la experiencia confirma y afianza esta última, originando
una doble corriente: de la experiencia a la necesidad de comunicarla, y de
su comunicación a la profundización de la experiencia.
Sólo gracias al encuentro con el amor de Dios revelado en Jesús
brota el manantial de la evangelización. Esto es algo fundamental y
esencial en la espiritualidad cristiana: el reconocimiento creyente de Dios
con el descentramiento de sí mismo que supone, por poner el centro de la
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propia vida en Dios, al desinstalar al sujeto de su tendencia a convertirse
en centro de todo.
Es curioso y significativo que el Papa comience prácticamente su
Exhortación apostólica con esta sorprendente invitación, directa e
inmediata, a cada cristiano: «Invito a cada cristiano, en cualquier situación
en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con
Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por él, de
intentarlo cada día, sin descanso» (EG 3). Volver a Jesús no es
identificarnos con una causa, un ideal, una misión, una religión, sino
dejarnos seducir por su persona.
El Papa habla de Jesús con verdadera pasión: «¡Cuánto bien nos
hace que él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su
vida nueva!» (EG 264). Para Francisco, Jesús es el que motiva, sostiene y
alienta al evangelizador: «El verdadero misionero, que nunca deja de ser
discípulo, sabe que Jesús camina con él, respira con él, trabaja con él.
Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera. Si uno no lo
descubre a él presente en el corazón mismo de la entrega misionera,
pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le
falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida,
entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie» (EG 266). Es así.
Y muchos lo sabemos.
Se nos dice entonces a los evangelizadores que nuestras propuestas
tienen que evitar que sean parciales y desintegradoras y deben conjugar
oración y trabajo: «no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte
compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o
pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón» (EG 262).
Una de las motivaciones es este encuentro personal con el amor de Jesús
que nos salva (264-267), invitando a que todos hagamos experiencia del
amor de Dios pues «una persona que no está convencida, entusiasmada,
segura, enamorada, no convence a nadie» (266).
Así pues, evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizares
que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo. En Pentecostés, el
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Espíritu hace salir de sí mismo a los Apóstoles y los transforma en
anunciadores de las grandezas de Dios.
Cuando se dice que algo tiene «espíritu», esto suele indicar unos
móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la
acción personal y comunitaria (cf. EG 261). Una evangelización con
espíritu es muy diferente de un conjunto de tareas vividas como una
obligación pesada que simplemente se tolera, o se sobrelleva como algo
que contradice las propias inclinaciones y deseos. Pero sabemos que
ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del
Espíritu. En definitiva, una evangelización con espíritu es una
evangelización con Espíritu Santo, ya que Él es el alma de la Iglesia
evangelizadora (cf. EG 261).
Esto quiere decir que los «evangelizadores tienen que orar y
trabajar» (EG 262). Necesitamos cultivar un espacio interior que otorgue
sentido cristiano al compromiso y a la actividad. «Sin momentos de
adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el
Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el
cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga» (EG 262). La Iglesia
necesita imperiosamente el pulmón de la oración. Al igual que se tiene
«que rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista,
que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad y con la lógica de la
Encarnación» (EG 262). Existe el riesgo de que algunos momentos de
oración se conviertan en excusa para no entregar la vida en la misión,
porque la privatización del estilo de vida puede llevar a los cristianos a
refugiarse en alguna falsa espiritualidad.
Pensemos por ejemplo, nos recuerda el Papa, en los primeros
cristianos y de tantos hermanos a lo largo de la historia que estuvieron
cargados de alegría, llenos de coraje, incansables en el anuncio y capaces
de una gran resistencia activa. «Hay quienes se consuelan diciendo que
hoy es más difícil; sin embargo, reconozcamos que las circunstancias del
Imperio romano no eran favorables al anuncio del Evangelio, no a la lucha
por la justicia, ni a la defensa de la dignidad humana» (EG 263). La
debilidad siempre está presente en la historia de la humanidad, nuestra
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búsqueda enfermiza de sí mismo, el egoísmo cómodo y, en definitiva, la
concupiscencia que nos acecha a todos. Quizás se pueda disfrazar con
múltiples máscaras, pero en el fondo, viene del límite humano más que de
las circunstancias. «Por ello no digamos que hoy es más difícil; es distinto.
Pero aprendamos de los santos que nos ha precedido y enfrentaron las
dificultades propias de su época» (EG 263).
Es cuando el Papa Francisco nos presenta unas motivaciones a tener
en cuenta. La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que
hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a
amarlo siempre más. Pero, ¿qué amor es ese que no siente la necesidad
de hablar de ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? Es lo que la
sucede a Teresa de Jesús: «Mis deseos, mientras más el tiempo iba
adelante, eran muy más crecidos de ser alguna parte para el bien de algún
alma, y muchas veces me parecía, como quien tiene un gran tesoro
guardado y deseo que todos gocen de él y le atan las manos para
distribuirle. Así me parecía estaba atada mi alma, porque las mercedes
que el Señor en aquellos años la hacía era muy grandes y todo me parecía
mal empleado en mi. Servía al Señor con mis pobres oraciones; siempre
procuraba con las hermanas hiciesen lo mismo y se aficionasen al bien de
las almas y al aumento de su Iglesia; y a quien trataba con ellas, siempre
se edificaban. Y en esto embebía mis grandes deseos» (F 1,6). Por ello nos
hace falta pedir al Señor todos los días, su gracia para que nos abra el
corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial. Puestos ante Él con el
corazón abierto, dejando que Él nos contemple, reconocemos esa mirada
de amor que descubrió Natanael el día que Jesús se hizo presente y le dijo:
«Cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1,48). «¡Qué dulce es
estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y
simplemente ser ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a
tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva! Entonces,
lo que ocurre es que, en definitiva, “lo que hemos visto y oído es lo que
anunciamos” (1Jn 1,3)» (EG 264). La mejor motivación para decidirse a
comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus
páginas y leerlo con el corazón. Si lo hacemos así, porque en eso consiste
la oración, la belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos una y otra vez. No
nos puede extraña que el Papa Francisco nos urja «a recobrar un espíritu
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contemplativo, que nos permita redescubrir cada día que somos
depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva
(cf. EG 264).
La tarea que nos corresponde es descubrir o mejor dicho,
redescubrir el ideal de la oración cristiana. Todo ello para llevar adelante
esta vida cristiana en plenitud, para avanzar por el camino del Amor, lo
cual exige aprender el arte de orar. Tendremos que mirar a ver como va
nuestra vida de oración. Es muy curioso que el orar, el juntarnos para orar,
no es algo baladí, no es algo accesorio, es fundamental, para nosotros y
para la Iglesia. No es trata de una especie de “crema espiritual”, de una de
especie de “hobby” espiritual… que algunos cristianos les da por hacer.
No. Estamos tocando algo esencial de nuestra vida de creyentes, y algo
esencial de la vida de la Iglesia.
Teresa nos habla de lo que para ella es oración mental:
«No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando
muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5).
La oración se religa al amor. Por el amor, la oración se pone al
alcance de todo: «No todos son hábiles para pensar, todos lo son para
amar» (F 5,2). El amor, una palabra que fuerza a entrar dentro.
Interiorización. La adecuación oración-amor sitúa la actividad orante en el
corazón.
Una palabra tan viva que vence toda tentación de estancamiento o de
repetición estéril. Significa y genera dinamismo. Abre al hombre
constantemente a un mundo nuevo, porque el amor renueva y
transforma.
Por lo tanto la oración es vital, sobre todo, cuando no se trata de
limitarse a «hacer» oración sino a tener vida de oración. Porque de lo que
se trata es de ser orantes, de que implique toda nuestra vida.
Tenemos el testimonio de santa Teresa de Jesús: para ella, orar era
vivir. Y toda su vida de creyente, su progreso o retroceso como cristiana se
medía por el progreso o el retroceso en la oración, porque para ella, la
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oración, es un «trato de amistad», «frecuente» de «amor», un encuentro
personal. Y esto no es cosa de sólo algunos ratitos.
Orar es un arte y es un arte que se aprende. Por ello, en esto de la
oración hay que ser humildes y hay que ir de aprendices. Nunca podremos
presentarnos con la lección aprendida. Y todos, y digo todos, tenemos que
estar aprendiendo a orar. Es bueno que no nos sintamos nunca satisfechos
del todo con nuestra oración, es bueno que nos sintamos siempre un poco
niños, y es bueno que eso nos lleve a pedir frecuentemente a Jesús que
nos enseñe a orar, como hicieron sus discípulos. «Señor, enséñanos a
orar» (Lc 11,1). Mala cosa sería cuando pensamos que ya nos lo sabemos
todo en esto de la oración. Seguimos sentados en el pupitre y seguimos
aprendiendo cada día a orar.
Pero además, como veíamos, nuestra oración tiene que ser
evangelizada. Aprendiendo siempre del Maestro. Porque al orar, entramos
en un diálogo íntimos con Jesús. Cuando oramos nos convertimos en
«íntimos de Jesús», según aquello que Él dijo: «permaneced en mí, como
yo en vosotros» (Jn 15,4). En esa intimidad Él nos va enseñando y nos va
hablando al «corazón» como dice Santa Teresa en el Camino de
perfección:
«Lo que podemos hacer nosotros es procurar estar a solas, y plega a
Dios que baste –como digo- para que entendamos con quién
estamos y lo que nos responde el Señor a nuestras peticiones.
¿Pensáis que se está callando? Aunque no le oímos, bien habla al
corazón cuando le pedimos de corazón.
Y bien es consideremos somos cada una de nosotras a quien enseñó
esta oración y que nos la está mostrando, pues nunca el Maestro
está tan lejos del discípulo que sea menester dar voces, sino muy
juntos. Esto quiero yo entendáis vosotras os conviene para rezar el
Paternoster: no se apartar de cabe el Maestro que os le mostró» (C
24,5).
En la oración que enseña Teresa “no interesa tanto el qué como el
quién con quién”. Es decir, la oración es “trato de personas” mucho más y
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antes que “trato de negocios”. Cuando hay encuentro de personas todo
adquiere significado. Cuando no se da, todo se banaliza. Y esta
banalización explicaría que el “practicante” de la oración puede no llegar a
ser orante.
Cuando poco después de redactar el libro de la Vida se pone a
escribir Camino, Teresa no reasume la noción que había dado en su primer
libro. Y, sin embargo, el propósito es bien claro y definido: va a tratar de
oración. No hay una definición por así decirlo, pero todo el capítulo 22 de
Camino va a girar sobre al “quien” de Dios y al “quien” del hombre. Para
concluir la exposición con estas palabras: “Esta es oración mental....
entender estas verdades” (C 22, 8).
Su voluntad de simplificar no sólo responde a una táctica de buena
polemista, sino a un convencimiento arraigado en su larga historia de
oración. Se hace eco de los temores y recelos, sospechas y reticencias que
corren en ciertos ambientes sobre la oración mental. Pero es que,
además, ella tiene un concepto muy simple de la oración. “Pensar y
entender qué hablamos, y con quién hablamos, y quién somos los que
osamos hablar con tan grande Señor..., es oración mental; no penséis es
otra algarabía, ni os espante el nombre” (C 25, 3).
Llevará las cosas al extremo de la simplificación. Orar será “estar” o
“querer estar” en “tan buenas compañía” como la de Dios. Advertir, hacer
presente al Amigo, “mirar” a quien nos mira. Presencia de todo el ser. Y
esto dentro, donde se realiza verdaderamente todo encuentro personal;
allí donde está El y donde el hombre es más él mismo. En la intimidad y
desde la intimidad. Otro tipo de presencia no es personal, no es humana.
No supera la soledad que aísla, ni crea la comunión que vivifica.
Y por la meta hacia la que caminamos en la oración es muy grande:
la unión con Dios. Por ello tenemos que tener grandes ideales, a no
quedarnos en mínimos, a descubrir la grandeza de nuestra vocación, la
meta tan hermosa a la estamos invitados a dirigirnos: la unión con Dios
(así nos lo recuerda el Concilio Vaticano II en la Gaudium et spes).
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La oración es un camino, que avancemos en nuestra relación (y no
puede ser de otra manera si es verdadera oración, si se da verdadero
encuentro entre personas). Y habrá que pasar también por los momentos
difíciles, de noche, de purificación.
Oímos que describió su oración con palabras sencillas: “Estábame allí...
con él”. O “entrábame con él” cuando comulgaba. Sólo eso. Orar para
Teresa era estarse con El o entrarse con él. Lo demás no cuenta. Es
accidental.
Su mensaje no será sino una fiel traducción de su experiencia. “Se
esté allí con El” (V 13, 22). “Estáse sola el alma con su Dios” (C 28, 8).
“Estaos vos con El de buena gana” (C 34, 11). “Forcemos a nosotros mismo
para estarnos cerca de este Señor” (C 29, 6). “Traerle cabe vos” (C 26, 1).
“Quien trabajare por traer consigo esta preciosa compañía” (V 12, 2).
“Estar”. Matizará más Teresa anteponiéndole el “querer”: “querer
estar”, porque tal vez el resultado no sea satisfactorio. Se acentúa y
absolutiza el acto y la decisión de la voluntad, el desear hacerse presente a
Dios. “Querer estar en tan buena compañía” (V 8, 6). “Querer tratar a
solas con Dios” (V 11, 13).
Con este acento en el “querer estar” toca la esencia de la oración
desde el hombre y responde radicalmente a un problema explícita o
implícitamente presente en la conciencia de todos los orantes: el de las
distracciones y sequedades. No hay que darles mayor importancia y
menor creer que impiden la realización de la oración. Teresa es explícita
en afirmar: “Y sabe (Dios) que ya estas almas desean siempre pensar en El
y amarle” (V 11, 16).
Una de las categorías más frecuentemente usadas por Teresa, y
también con más gusto, para “definir” el acto de orar es “mirar”. Con esta
palabra define radicalmente la actitud de la persona puesta en oración. Es
de la misma familia que “estar”. Pero añade dinamismo, intensidad,
“alma”. Desde los comienzos mismos de la oración quiere la atención del
orante centrada en la Persona divina. Cuida de que no se dispersen no se
pierdan en la escenificación, en los razonamientos ni en las
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consideraciones, en la multiplicidad de los actos. Hay que llegar cuanto
antes, con la mayor sencillez y hondura, al “acto” de orar: dar, encontrarse
con Dios, hacerse presente a El o “caer en la cuenta” de su presencia
envolvente. Sencillamente mirarle.
Así dirá Teresa que lo único que pide al orante es lo siguiente: “No
os pido ahora que penséis en El, ni que saquéis muchos conceptos, ni que
hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento: no
os pido más que le miréis” (C 26, 3).
Esta actitud de presencia, mirar dentro, intensamente, es respuesta
del hombre a Dio. El “mirándome está” (V 11, 11). Los que oran “están
viendo que los mira Dios. Une en una sola frase la actitud de Dios y del
hombre: “Mire que le mira” ( V 13, 22). Mirada de amor, respuesta a otra
mirada previa, envolvente. Orar es tomar conciencia de un Dios que vive
vuelto, atento al hombre, mirándolo.
Justamente, para facilitar al hombre el mirar de Dios, Teresa da
estas tres razones que definen al “otro”, a Dios: “nunca quita vuestro
Esposo los ojos de vosotras”. “está aguardando que le miremos”; y, por
último, “tiene tanto que le volvamos a mirar, que no quedará por
diligencia suya” ( C 26, 3). Son razones, cree Teresa, suficientes y
poderosas para facilitar al hombre el acto de oración, la mirada a Dios: El
nos mira, espera nuestra mirada y multiplica su acción estimulante sobre
nosotros. Que “nos ruega” que estemos con El. Amigo que busca nuestra
presencia. “Entar” en la oración es ir entendiendo a un Dios que nos
busca, que desea nuestra compañía. “Cuando no hubiera otra cosa de
ganancia en este camino de oración, sino entender el particular cuidado
que Dios tiene de comunicarse con nosotros, y andarnos rogando –que
no parece esto otra cosa- que nos estemos con El” ( 7M 3, 9).
Insistiendo en lo mismo, Teresa se complace en presentarnos a Dios
“regalándose” con el hombre en el trato amistoso que es la oración.
“Estando” con nosotros. “Viene Dios al alma, a holgarse conmigo. Si a Dios
se le cierra la puerta de la oración no tiene por donde entrar a hacernos
mercedes, “aunque quiera entrar a regalarse con un alma y regalarla” (V 8,
9).
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Dios no es un frío interlocutor, mudo e impasible, exageradamente
distante, indiferente en sí al “trato”, solo dador y no receptor. Dios, real y
verdaderamente, se goza y regala. Dios gusta de estar con el hombre.
Como un amigo se goza con el amigo, un padre con su hijo. A Dios no le da
igual que el hombre “le abra o no la puerta de la oración”. Dios siempre se
goza en la cita amistosa de la oración.
No estamos ante una simple ficción, proyección vana de unos
sueños con que pretende el hombre hacerse menos duro el ejercicio de la
oración, engañarse, en suma. Se trata de “una lógica” extensión de la
confesión primera de nuestra fe: Dios nos ama. Amándonos, se alegra y
goza del encuentro con nosotros.
El orante debe tener conciencia de este dato: a Dios le doy un gusto
cuando decido “estar a solas con El”, “tratando de amistad”, orando. Con
una mínima sensibilidad de amor, la oración, no sólo no resulta más fácil,
sino que viene “definida” por su lado más sublime, más “específicamente”
cristiano y humano: dar a Dios la oportunidad de regalarse estando
conmigo, el amigo a quien ama.
La oración, como la amistad, es dar gusto al otro. Solo eso. Aun
cuando personalmente se “sufra” con la proximidad, con el “estar” con
quien es “tan diferente” de nosotros. Orar es “sufrir que El esté con
nosotros” ( V 8, 8). El matiz es de una riqueza sublime y de una delicadeza
encantadora. Es una experiencia y una palabra de amor que se recibe y de
un amor que no se da todavía. Dios está con nosotros aún cuando
nosotros no acabemos de estar con El. “Sufrir” que El esté con nosotros es
soportar ser amados cuando tenemos ante nuestros ojos, con dolorosa
evidencia, nuestra indignidad; es decir, que no “respondemos con el
mismo amor”. “Viendo lo mucho que os va en tener su amistad y lo mucho
que os ama, pasáis por esta pena de estar mucho con quien es tan
diferente de vos” ( V 8, 5). Contraste radical entre los amigos, contraste
humillante y penoso, que sólo salva la certeza de “lo mucho que nos ama”,
y de que nos “sufre” así. Así nos acepta y espera y aguarda. No nos ama
Dios únicamente cuando somos buenos, ni porque somos buenos. Su
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amistad nos la dispensa antes. “Sufrir” esto, es el camino de la conversión
al amor.
Por eso, su oración, por largo tiempo, consistió en esto: “deseaba y
procuraba algún lugar y tiempo para que estuviese conmigo” ( V 8, 8).
Poca cosa. Pero, por el momento, suficiente. Dios no exige por ahora que
el hombre aporte un amor, sino una esperanza de amor, un deseo de que
“las condiciones” lleguen a encontrarse. Un primer momento en que Dios
se emplea a fondo para no privarse del gusto del encuentro con el
hombre. “Harto me parece hacia su piedad, y con la verdad hacía mucha
misericordia conmigo en consentirme delante de sí y traerme a su
presencia, que veía yo, si tanto El no procurara, no viniere” (V 9, 9).
Contar con este Dios es garantía de éxito en el camino de la oración.
Y motivo para superar esa resistencia a “entrar” en el juego de la amistad.
Porque el acto de orar, particularmente a los principios será costoso y
exigirá una no pequeña decisión y no menor esfuerzo. Tendrá que forzarse
el hombre. Porque el Amigo no acaba de experimentarlo presente,
vivamente presente; y porque está acostumbrado a vivir disperso,
derramado.
El “estar” con Dios, “mirarle”, “entrar”, dentro de sí al encuentro de
quien nos vive en el hondón del alma, aunque sea a disgusto, con
desgana, “haciéndonos fuerza”, realiza el concepto teresiano de oración.
En definitiva, atención a la Persona “que se viene con nosotras a estar y a
comer y a recrear” (C 17, 6). Encuentro personal y encuentro dentro, en la
intimidad, ámbito de todo encuentro entre personas.
Por lo que podemos decir que ¡todo es gracia! Es decir, todo lo
bueno es gratuito. No es conquista nuestra. Nos llega de otra parte, nos
viene amorosa y desinteresadamente de Dios, sin mérito nuestro alguno.
Más aún, por la bondad infinita de Dios, que pone al servicio de su amor
para con nosotros su infinita sabiduría y su infinito poder, todo redunda,
en última instancia, en bien nuestro –incluso nuestros propios pecados, si
de verdad creemos que Dios nos ama y nos abandonamos confiadamente
a su misericordia.
Charlas Cuaresmales 2015: “Y os dará un corazón nuevo” (Ez 36,26) 15
“Desde el corazón del Evangelio”
Ahora bien reconocer que todo es gracia, que “cuanto existe es
amor/amor que Dios nos tiene”, es la esencia misma de la verdadera
oración cristiana.
Una oración intensa, que nos comprometa, que no nos aparta del
compromiso con la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre
también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir una
historia según el designio de Dios. Y es que no puede ser de otro modo, si
es verdadera oración, está en la esencia misma de la oración el
comprometer al orante, el lanzarle hacia los demás, hacia el mundo y sus
problemas.
Sin embargo la oración ha estado (y está) bajo sospecha
precisamente por lo contario: por ser un escapismo, que nos lleva a
encerrarnos en nosotros mismos, el regodeo espiritual y que puede llevar
a una falta de compromiso. Quizás tengamos que revisar nuestra vida de
oración, no vaya a ser que seamos de aquellos que digamos y peor sería,
que veamos a la oración como un perder tiempo, que mejor es dedicar
ese tiempo al trabajo o al servicio…
Miremos el testimonio de Jesús: oraba para estar con el Padre y en
sus momentos de oración encontraba la fuerza para poder cumplir su
voluntad. Y en los momentos de oración, Jesús se apasionaba por el Reino.
Nadie oro como Jesús, dedicaba horas y horas a la oración pero, a la
oración efectiva, a estar a «solas» con el Padre. Pero a la vez nadie más
comprometido con la historia y con el mundo y con los hombres y con los
pobres que Él.
Ese es el testimonio de los grandes orantes de la historia. Miremos a
Teresa de Jesús: ella es la gran orante, la maestra de oración, la mujer de
los momentos sublimes de oración. Por eso, ella sabe bien que el fin de la
oración no es nunca encerrarse en sí mismo, sino abrirse a los demás, con
un amor eficaz y un servicio concreto.
«Cuando yo veo almas muy diligentes a entender la oración que
tienen y muy encapotadas cuando están en ella, que parece no se
osan bullir ni menear el pensamiento porque no se les vaya un
Charlas Cuaresmales 2015: “Y os dará un corazón nuevo” (Ez 36,26) 16
“Desde el corazón del Evangelio”
poquito de gusto y devoción que han tenido, háceme ver cuán poco
entienden del camino por donde se alcanza la unión, y piensan que
allí está todo el negocio. Que no, hermanas, no; obras quiere el
Señor y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no
se te de nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella; y si
tiene algún dolor, te duele a ti; y si fuere menester, lo ayunes,
porque ella lo coma, no tanto por ella, como porque sabes que tu
Señor quiere aquello. Esta es la verdadera unión con su voluntad»
(5M 3,11-12).
«Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este matrimonio
espiritual: de que nazcan siempre obras, obras» (7M 4,6).
«¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios,
a quien, señalados con su hierro que es el de la cruz» (7M 4,8).
«Torno a decir, que para esto es menester no poner vuestro
fundamento solo en rezar y contemplar; porque, si no procuráis
virtudes y hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas…
porque ya sabéis que quien no crece, decrece; porque el amor tengo
por imposible contentarse de estar en un ser, adonde le hay» (7M
4,10).
Abogamos por una oración mística y lo seguimos haciendo,
porque… ¡tenemos que aspirar a la unión! Pero esta oración mística lleva
esto que nos dice Teresa: a ser «esclavos» del amor, para hacernos
esclavos de todos, ¡esto es ser espirituales de verdad! Y la verdadera
unión con Dios nos lleva a dar obras.
La oración, en sentido cristiano, es esencialmente un misterio. No
parte del hombre, sino de Dios. No obedece a la iniciativa humana, sino a
la divina. No es una tarea simplemente nuestra, sino del Espíritu Santo en
nosotros. O, si se quiere, nuestra, pero en cuanto vivificada e impulsada
por el Espíritu Santo que en nosotros habita. Él nos transforma por dentro,
desde nuestras mismas raíces, y nos capacita para dirigirnos al Padre en
actitud filial y hacia los demás hombres en actitud fraterna. El Espíritu nos
Charlas Cuaresmales 2015: “Y os dará un corazón nuevo” (Ez 36,26) 17
“Desde el corazón del Evangelio”
asocia a su misma corriente de Amor en el seno de la Trinidad y nos
introduce en la vida familiar de Dios.
La verdadera oración no es un medio, por muy importante o
necesaria que se le suponga, para la vida espiritual, sino la misma vida
espiritual. Nada expresa tanto el sentido dinámico de esta vida como la
oración.
Orar es dejarse amar. Es ésta, muy posiblemente, la definición de
oración más esencial y la más comprensible, al mismo tiempo. Dejarse
amar implica: creer en el Amor personal y gratuito, divino y humano de
Dios-Padre en Jesucristo.
¿Adorar? ¿Orar? ¿para qué? ¿Qué sentido tiene? ¿A quién adorar u
orar? Son preguntas que nos hacemos alguna vez y que los otros nos
hacen. Preguntas que, gracias a las cuales, cada día y en cada
circunstancia, me hacen estar vivo; no son preguntas triviales porque su
respuesta, perdón, su vivencia, pone a prueba la esencia de mi Vida.
Preguntas que han de ser vividas y respondidas desde la hondura y la
profundidad del Corazón con coherencia y sinceridad. Respuestas que, al
mismo tiempo, son caminos de itinerancia por donde trasmitir, para
volver, una y otra vez, al Corazón del Padre, a la escucha del corazón del
ser humano.
Adorar es «perder el tiempo» para «recuperar nuestro tiempo»,
recuperar la mirada desde la hondura y la profundidad de la propia vida.
Vida que se me da y se me regala.
Adorar es descubrirle a Él y vivir en Él, es una escuela de aprendizaje
en el reconocimiento del Dios Sacramento y en el Dios Presente y
Presencia viva en cada hombre y mujer que por circunstancias personales,
sociales, culturales y económicas, son explotados, violadas, maltratadas…
Adorar es mantener los ojos bien abiertos para descubrir el latir de
Dios en el corazón del mundo y, desde allí, posibilitar nuevos y renovados
caminos de liberación.
Charlas Cuaresmales 2015: “Y os dará un corazón nuevo” (Ez 36,26) 18
“Desde el corazón del Evangelio”
Adorar es, inclinarse, aprender a amar lo no amable, lo más
despreciable que nos rodea.
Desde aquí, siendo conscientes del papel de la oración en la vida del
creyente, podremos realizar una auténtica y renovada evangelización. Ya
que la llamada para la evangelización la vamos a escuchar en la oración.
Ya que cuando uno vive la oración intensamente como encuentro gozoso,
personal, gratuito.....uno siente la llamada de comunicar aquello que está
viviendo. Esta llamada a evangelizar ha de ser escuchada por cada
comunidad y por cada cristiano. Es una llamada que exige una respuesta
propia, a la que ningún otro puede responder en nombre de él. Si no
damos a todo esto una respuesta, siempre faltará a nuestra Iglesia ese
potencial evangelizador.
Pero esa llamada la tenemos que escuchar no desde fuera, sino
desde el interior de nuestra contemplación. No sólo en los planes
pastorales y programas pastorales de las diócesis o de nuestra
comunidades, sino en la escucha a ese Dios que está llamando a todos los
hombres y mujeres a vivir de su amor. Es en la contemplación amorosa y
callada de ese Dios que ama a todos y quiere que “todos llegue al
conocimiento de la verdad” (1Tm 2, 4), donde se ha de despertar la
seducción por llevar la Buena Noticia de Dios a todos los hombres, porque
le hemos dejado hablar al corazón y nos ha infundido un corazón nuevo
(cf. Ez 36,26).
Es hora de comenzar con ánimo y alegría, haciendo cada uno eso
poquito que podemos. Dejemos fuera las excusas que ralentizan nuestros
pasos. La pereza es contraria a la acción del Espíritu Santo. No esperemos
a mañana, comencemos hoy. Frente a la tentación, siempre posible, de
quedarnos con los brazos cruzados, el Espíritu nos propone nuevos
caminos a recorrer. Teresa de Jesús nos contagia su ánimo: «Ahora
comenzamos, dice, y procuremos ir comenzando siempre de bien en
mejor» (F 29,32). «Hacer eso poquito» (C 1,2) ¿Qué será eso poquito?
Adorar y confiar. «El Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el
amor con que se hacen… aunque sean pequeñas las obras» (7M 4,15).
Charlas Cuaresmales 2015: “Y os dará un corazón nuevo” (Ez 36,26) 19
“Desde el corazón del Evangelio”
Fray Roberto Gutiérrez,ocd
CHARLAS CUARESMALES 2015
Lunes, 24 Febrero 2015
“Una Madre de corazón abierto”
D. Rubén García Peláez
CHARLA CUARESMAL 24-II-2015
“UNA MADRE DE CORAZÓN ABIERTO”
Gracias D. Antonio por sus amables palabras de presentación.
Querido sr Obispo, D. Julián y queridos hermanos y hermanas todos.
Comenzábamos el itinerario cuaresmal con el signo, de tan hondas
resonancias bíblicas, de la ceniza sobre nuestras cabezas. De ese modo
expresábamos nuestro deseo de ser más humildes, más auténticos, de dejar
atrás, con la gracia de Dios, muchos hábitos y ataduras que podemos
sacralizar aun cuando no son más que ceniza sin valor.
La cuaresma nos reta a sacudir la modorra de nuestra vida cristiana, que
está en tantos momentos adormecida y relegada por las preocupaciones
acaparantes del día a día. La llamada a la conversión, renovada cada año
como preparación a los santos días de la Pascua, nos pide abrir el corazón a
Dios y a los hermanos, una transformación real, a nivel personal y
comunitario.
El Papa Francisco, en su mensaje para la Cuaresma 2015, que lleva por
título “Fortalezcan sus corazones” invita a que sea un tiempo provechoso
de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente.
Es, para él, un “camino de formación del corazón”.
La exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”, que estamos meditando en
estas charlas cuaresmales, nos propone cuál es la meta hacia la que debe
dirigirse esta renovación: una “Iglesia en salida”, que es como una madre
de corazón abierto en la que todos los hijos encuentren un espacio
reservado, una Iglesia de puertas abiertas que a nadie deja afuera.
El documento, con el que el Papa quiere señalar a toda la Iglesia los
caminos hacia una nueva etapa evangelizadora es tan claro, y son tan
inspiradoras sus expresiones, que me conformaría en esta tarde con ser un
humilde y fiel altavoz de la riqueza que contiene y que tanto bien nos está
haciendo.
1
1º De la auto-preservación a la misión
Todos conocemos sobradamente las dificultades con que hoy se encuentra
la acción evangelizadora de la Iglesia. Ya no es tan frecuente chocar con el
rechazo por parte del ateísmo militante e ideologizado de décadas pasadas,
como una indiferencia “pasota” con la que nos parece aún más difícil
entablar el diálogo. Alguien ha hablado de la peligrosa extinción de la
pregunta por Dios en el corazón de muchos de nuestros contemporáneos y
de la aparición, por primera vez en la historia de la humanidad, del “homo
no -religiosus”; ya no es causa de reflexión y debate apasionado si Dios,
como lo propone la fe cristiana, existe y es el verdadero. Se trata de una
pregunta que se orilla al cajón de la intrascendencia, que no molesta por
irrelevante para la vida cotidiana.
En este contexto desertificado, la tentación es el repliegue: sigamos
viviendo lo que creemos los que todavía permanecemos dentro de la Iglesia
y que el mundo profano y secularista que nos rodea siga su propio rumbo,
aunque éste sea errado. Cuando se cede a esta tentación, el ímpetu
misionero que constituye el ADN primordial de la comunidad cristiana, se
va amortiguando y es finalmente olvidado o, al menos, reservado para unos
pocos, para los que sientan ese carisma, como solemos decir.
La tentación del repliegue y el abandono de la misión conduce a una Iglesia
de la auto-preservación, en la que se razona así: ya que no podemos
evangelizar el mundo indiferente, que nos resulta refractario y cuyas claves
de pensamiento ni entendemos ni compartimos, cuidemos de que nos afecte
lo menos posible.
¿Parece un análisis un tanto exagerado? Quizás no lo sea tanto… pensemos
en lo que, frecuentemente, constituye la ocupación y preocupación de
nuestras comunidades parroquiales y de nosotros mismos como agentes de
pastoral: cómo sostener, cada vez con mayores esfuerzos, las estructuras
que hemos heredado, cómo lograr el mantenimiento, también el
económico, de nuestras obras, cómo lograr que mi parroquia tenga un
horario de culto cómodo, que todo siga, mal que bien, como siempre ha
estado, etc.
No quisiera caer en reflexiones de tipo maniqueo; claro que todo eso
también es necesario, pero el Espíritu Santo nos está pidiendo ahora acoger,
de corazón y en la práctica, la llamada a una nueva salida misionera. Ni el
Papa Francisco, ni nadie, parece tener una receta infalible para la tan
deseada nueva evangelización, por eso invita sencillamente a que “cada
cristiano y cada comunidad discierna cuál es el camino que Dios le pide”,
2
sabiendo que todos estamos siendo llamados a salir de la propia comodidad
y a atrevernos a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del
Evangelio (cf. 20).
En el itinerario de renovación cuaresmal, en este tiempo de gracia que Dios
nos regala, atrevámonos a hacer un examen de conciencia personal y
comunitario preguntándonos: ¿estamos instalados en la auto-preservación,
frente a un entorno incómodo, o desplazados hacia la misión en un mundo
que necesita, aunque no lo sepa, la Buena Nueva de Jesús? ¿Autopreservación o misión?, ¿instalados o desplazados?
Llevamos años trabajando en proyectos pastorales, a diversos niveles, en
línea de buscar la comunión, pero esa comunión no puede ser para la autopreservación, que sería algo así como el cerrar filas de un ejército atacado,
sino para una eficacia mayor de la misión.
La dinámica de la fe, según el Papa, es siempre una dinámica del don y del
éxodo. La intimidad de la Iglesia con Jesús no es estática y conformista,
(recordemos en el pasaje de la transfiguración las chozas que quería hacer
Pedro en el monte “que bien se está aquí”), sino una intimidad itinerante,
en permanente desarraigo para llevarle con nosotros a toda periferia donde
sea necesario. La Palabra de Dios provoca siempre en los creyentes, cuando
es acogida con fe y una escucha cordial, este dinamismo de salida.
Podemos mirarnos como Iglesia en el espejo del pueblo de Dios, Israel. Su
tentación fue también creer que la elección, con que Dios les había
bendecido, era un don que debían preservar frente a los otros pueblos que
representaban la impureza del mundo pagano. Pero, en realidad, Dios les
llama y hace una Alianza de amor con ellos para que sean un faro de luz
que ilumine al resto de las naciones. Con un exceso de complicados
preceptos, que pocos podían cumplir, y en los que terminaban
confundiéndose cuáles eran las leyes humanas y cuáles las divinas,
intentaron levantar altos parapetos que impidieran que entrara dentro la
impureza de los de fuera, de los paganos no escogidos.
Jesús, en continuación con los profetas que prepararon su venida, vino a
derribar esos muros, a abrir las puertas de la salvación, que habían estado
cerradas hasta entonces, al samaritano, al leproso, a los publicanos, a la
hemorroisa, a los impuros de toda clase y condición, a los que hizo
destinatarios también de los signos del Reino y de la misericordia
entrañable del Padre, que quiere ser Padre de todos.
3
Una palabra profética, como la del Santo Padre en esta exhortación, nos
está interrogando: ¿mi diócesis, mi comunidad, la parroquia, institución o
grupo donde vivo la fe, está en “estado de misión o en la parálisis de la
auto-preservación?, ¿en salida o en retirada?
Seguramente que al nivel de los deseos e intenciones, tenemos bien clara la
repuesta, pero, para que sea sincera, nos puede ayudar fijarnos en lo
concreto: las costumbres, horarios, estilos, estructuras, ¿están hechas para
los que ya estamos dentro o para que puedan entrar los de afuera? Sueño
con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que sirva como
cauce adecuado para la evangelización”, esa es la idea que inspira todo el
texto de La alegría del Evangelio.
Cuando Israel se fue rodeando de una muralla infranqueable de normas que
hacían penoso acceder a él para recibir la luz de la Palabra de la que era
custodio, no dueño, se convirtió en un pueblo-fortín.
Nosotros podemos ser una Iglesia “aduana”, que cierra las puertas de su
vida comunitaria y de los sacramentos a los que no son de los nuestros.
Frente a este riesgo se nos advierte que debemos tener abiertas las puertas
de los templos y las puertas de la comunidad. Lo cual incluye la puerta del
Bautismo y de la Eucaristía que, aun siendo la plenitud de la vida
sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y
alimento para los débiles.
No podemos volvernos unos controladores de la gracia que Dios quiere que
llegue a todos sus hijos, sino sus facilitadores; no somos aduana, sino casa
del Padre “donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”.
2º) ¿Es sólo una opción más?
Asistimos, a veces perplejos, a cambios continuos en lo social, en las ideas,
y no digamos al nivel de las ciencias. Transformaciones que antes se daban
en décadas ahora se dan en años. También en la vida de la Iglesia, no sólo
en la sociedad, nos ocurre algo parecido: programamos algo y ponemos
nuestras energías en ello y cuando apenas asimilamos aquella opción
pastoral, ya estamos comenzando con algo nuevo. A veces nos sentimos
agobiados o desencantados por no culminar las metas fijadas que nos
parecían tan prioritarias.
Pero el camino al que nos impulsa la Evangelii Gaudium no se trata de una
opción pastoral más, de entre todas las posibles; es nuestra irrenunciable
4
identidad: es decir que, como Iglesia local, como parroquia, como grupo o
como movimiento cristiano, o existimos para evangelizar o somos
superfluos… ¡por duro que suene esto es así!
Con las palabras mismas del Papa: “La misión en el corazón del pueblo no
es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un
apéndice o un momento de mi existencia. Es algo que yo no puedo arrancar
de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para
eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a
fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar,
liberar” (273).
Si fuera una simple cuestión de opciones, alguien podría argumentar
diciendo: las líneas pastorales y los carismas cambian y yo, o mi grupo, ya
tenemos ésta o la otra… pero si incumbe a nuestra identidad cristiana
significa que nos implica a todos y lo implica todo. Por eso Dios no nos
está llamando a algunos cambios superficiales, sino a una auténtica
conversión pastoral ante la que urge dar una respuesta personal y
comunitaria.
Las estructuras, ¡sí, también las estructuras! deben ser evaluadas desde su
eficacia misionera y cambiadas, si fuera preciso, para que nuestra vida
eclesial, con su pastoral ordinaria y en todas sus instancias sea más
expansiva y abierta, en constante actitud de salida, dispuestos a favorecer la
respuesta positiva de aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad,
aunque aún no lo sepan (27).
3º) ¿Qué podemos hacer para responder?
Algunas de las pistas que podemos seguir para iniciar o profundizar en el
camino de la conversión pastoral personal y comunitaria podrían ser estas
que extracto del riquísimo texto de la exhortación:
1. Tengamos a los pobres como destinatarios privilegiados del
Evangelio
Cuando la comunidad cristiana asume el dinamismo misionero de salida,
aspira a llegar sin excepciones a todos, porque cada persona necesita
escuchar la Buena Noticia de que Dios la ama en su Hijo Jesucristo hasta
entregar la vida. Pero en este anuncio deben ser privilegiados los pobres.
5
La nitidez del mensaje no admite muchas componendas, no hay lugar para
discutir bizantinamente, como se ha hecho, sobre si la opción preferencial
por los pobres significa esto o aquello: “No deben quedar dudas ni caben
explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, los
pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio, y la
evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús
vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable
entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos” (48). Así nos habla
el Papa.
Pensemos si la prioridad de los pobres es la que rige nuestros planes de
acción pastoral, la que mueve las decisiones que, personal o
comunitariamente, tomamos; más aún, preguntémonos si los pobres, con el
tipo de pobreza que sea, no únicamente la económica, también la
intelectual y la moral, se pueden sentir en casa entre nosotros, en nuestros
grupos de Iglesia…
La globalización de la indiferencia siempre nos acecha, se da cuando
dejamos de preocuparnos por el sufrimiento ajeno y nos refugiamos en
nuestras comodidades. Pero Dios no ha permanecido indiferente, sino que,
por el envío de su Hijo, ha abierto definitivamente las puertas de la
salvación a los hombres. Sólo se puede testimoniar lo que antes se ha
experimentado; para el Papa el cristiano es el que se siente amado y
perdonado por Dios y quiere ser, como lo es Cristo, servidor de Dios y de
los hombres.
En la escena del lavatorio de los pies, que recordaremos el Jueves Santo,
Pedro protesta enérgicamente cuando el Maestro quiere lavarle, ejerciendo
un oficio que correspondía a los esclavos. La respuesta tajante de Jesús- “Si
no te lavo, no tienes parte conmigo”- expresa que se trata de mucho más
que un ejemplo. En palabras del Papa: “este servicio sólo lo puede hacer
quien antes se ha dejado lavar por Cristo. Sólo estos tienen parte con Cristo
y así pueden servir al hombre”.
La Cuaresma puede ser un tiempo propicio para sentir el servicio del Señor
Jesús y aprender de Él; lo experimentamos especialmente en la Eucaristía.
Al recibir el cuerpo de Cristo nos convertimos en lo que recibimos, en un
cuerpo en el que no hay lugar para la indiferencia, en el que cada miembro,
sobre todo si es sufriente, debe ser cuidado.
Nadie, salvo que lo haga movido por prejuicios ideológicos, puede negar la
hermosa e ingente tarea de la Iglesia, a través de Caritas y de tantas otras
iniciativas, en favor de las personas que sufren la pobreza, pero, además de
6
eso, ¿integramos a los pobres en un puesto privilegiado dentro de la vida de
la Iglesia?
2. Perdamos el miedo a accidentarnos y tengamos miedo a
encerrarnos
Estas provocadoras palabras del Papa, santamente provocadoras, han sido
repetidas en numerosas ocasiones y yo quiero hacerlo una vez más aquí:
“Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo: prefiero una
Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle antes que una
Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias
seguridades”.
Debemos… mejor dicho, debo (en primera persona), pedir perdón a Dios
por las veces en que he apagado el espíritu misionero de alguien con
comentarios negativos, que han sido fruto de mi falta de ilusión, como “eso
ya se intentó”, “lo que propones es no pisar la tierra”, “no se puede hacer
nada” o “mejor ni intentarlo”.
Inquietémonos santamente, como nos dice el Papa, no por el temor a
intentar acciones que no tengan resultado, por el miedo a equivocarnos,
sino por la siempre tentadora idea de encerrarnos “en las estructuras que
nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces
implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos mientras
afuera hay una multitud hambrienta de hermanos nuestros que viven sin la
fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad
de fe, sin un horizonte de sentido y de vida” (49).
3. Recuperemos el gusto espiritual de ser pueblo
La Palabra de Dios nos invita a reconocer gozosamente que somos pueblo,
recuperar la alegría de sabernos el Pueblo de Dios que camina en la historia
humana, nación escogida y consagrada para la misión; se trata de una
condición necesaria para ser “evangelizadores de alma”.
Implica estar cerca de la vida de la gente, entrar en el corazón de esta
sociedad que nos toca transformar siendo la sal y la luz del Evangelio,
compartiendo la vida con todos, escuchando sus inquietudes, colaborando
material y espiritualmente con aquellos que Dios va poniendo en nuestras
vidas. Alegrándonos con los que están alegres, llorando con los que lloran
7
y comprometiéndonos con toda persona de buena voluntad que quiera la
construcción de un mundo nuevo y mejor.
Jesús es el modelo de esta opción evangelizadora porque no nos salva a
distancia, desde afuera, sino identificándose, en su encarnación, con nuestra
carne y nuestra humanidad. No se disfraza de hombre, sino que se hace
igual en todo a nosotros menos en el pecado, pasando por uno de tantos. La
Evangelii Gaudium nos invita a mirar la cercanía de Jesús para con todos,
él es siempre accesible: al ciego del camino que le requiere, a los pecadores
que lo sientan a su mesa para escucharle, a la mujer prostituta que busca
ungirle los pies… la vida de Jesús, vivida como permanente donación,
culmina en la entrega de la vida en la cruz, donde ya no tiene nada más que
darnos que la vida y el Espíritu, porque ha vivido derramándose
generosamente a todos.
La misión es una pasión por Jesús e, inseparablemente, una pasión por su
pueblo; quien contempla verdaderamente a Jesús termina contagiándose de
esa mirada suya, que se dirige llena de cariño hacia todo su pueblo, los que
están dentro y los que aún permanecen afuera. Nuestra identidad cristiana
implica esta pertenencia, no se puede concebir fuera de ella: “Queda claro
que Jesucristo no nos quiere príncipes que miren despectivamente, sino
hombres y mujeres de pueblo. Ésta no es la opinión de un Papa ni una
opción pastoral entre otras posibles; son las indicaciones de la Palabra de
Dios, tan claras, tan directas y contundentes que no necesitan
interpretaciones que les quiten fuerza interpelante. Vivámoslas “sine
glossa”, sin comentarios” (271). Son palabras fuertes de la exhortación.
La experiencia creyente de ser pueblo con los otros no es una experiencia
más, es fuente de alegría evangelizadora y gozo misionero que resulta
imprescindible para evangelizar.
4. Atrevámonos a tocar la carne sufriente de los demás
Ser pueblo, compartiendo la vida de la gente con sus alegrías y tristezas,
supone no colocar barreras que nos aíslen de tocar su carne sufriente, así lo
describe la exhortación. En ocasiones, nuestras estructuras pastorales quizá
sean demasiado frías, regladas o cuadriculadas, en orden a la eficacia, sí,
pero también terminan aislándonos en la seguridad de nuestros despachos y
nuestros horarios de atención.
El estilo misionero del Señor es bien distinto, nos pide que “renunciemos a
buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten
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mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que
aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los
otros y conozcamos la fuerza de la ternura”… aunque eso suponga
complicarnos maravillosamente la vida (270).
5. Encontrémonos con Dios amando a la gente
Quien no ama al hermano camina en las tinieblas, permanece en la muerte
y no ha conocido todavía a Dios. El amor a la gente es una fuerza espiritual
que facilita el encuentro pleno con Dios y cada vez que lo vivimos
quedamos capacitados para descubrir algo nuevo en Él: “Cada vez que se
nos abren los ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para
reconocer a Dios” (272).
La misión es el camino verdadero para crecer en la vida espiritual, en una
mística activa de salir al encuentro de las personas.
Aún con sus cansancios y dificultades, la tarea evangelizadora nos
enriquece, en primer lugar, a los que la hacemos, porque se nos concede la
alegría de ser un manantial que desborda y refresca a los demás: “Uno no
vive mejor si escapa de los demás, si se esconde, si se niega a compartir, si
se resiste a dar, si se encierra en la comodidad. Eso no es más que un lento
suicidio”.
6. Reconozcamos que cada persona es digna de nuestra entrega
La entrega generosa a la gente para compartir la vida con ellos no es
posible sin la conciencia de que cada persona, por ser obra de Dios y
criatura suya, creada a su imagen y reflejo de su gloria, es digna de nuestra
entrega: “Todo ser humano es objeto de la ternura infinita del Señor, y Él
mismo habita en su vida. Jesucristo dio su preciosa sangre en la cruz por
esa persona. Más allá de toda apariencia, cada uno es inmensamente
sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por ello, si logro ayudar
a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida”
(274).
9
7. Evangelicemos todos puesto que somos discípulos misioneros
Por el bautismo, cada uno de nosotros hemos recibido la fuerza
santificadora del Espíritu que nos impulsa a evangelizar. No cabe pensar en
una evangelización llevada a cabo por actores cualificados donde el resto
del pueblo fiel sea sólo destinatario de sus acciones, nos advierte el Papa.
La nueva evangelización, que el proyecto del Reino de Dios nos está
reclamando, tiene como una de sus notas distintivas que es llevada adelante
por cada uno de los bautizados.
Nadie debería postergar su respuesta a esta invitación; si ha tenido
experiencia del amor que lo salva, no necesita de mucha instrucción o de
una larga preparación para comenzar a compartirlo, con la sencillez de sus
palabras, con los que tiene más cerca. ¡Cuántas lecciones o que palabras tan
acertadas nos llegan a veces por medio de la persona más sencilla, de la que
menos lo esperábamos!
Todo cristiano es misionero si se ha encontrado con el amor de Dios en
Jesucristo. La exhortación une bellamente estos dos términos: discípulo y
misionero; ya no decimos que somos “discípulos” y “misioneros”, sino que
somos siempre discípulos misioneros (120). El mejor modelo de esto son
los primeros discípulos que después de conocer la mirada de Jesús salen
inmediatamente a proclamar gozosos: “Hemos encontrado al Mesías”. La
mujer samaritana, también, después de su diálogo con Cristo, no se reserva
la experiencia sino que la comparte al momento con aquellos que se
encuentra.
Ni nuestra imperfección ni nuestra falta de conocimientos o técnicas debe
ser una excusa para la misión: “Tu corazón sabe que no es lo mismo la vida
sin Él; entonces, eso que has descubierto, eso que te ayuda a vivir y que te
da una esperanza, eso es lo que necesitas comunicar a otros”.
4º) Somos la Iglesia del Resucitado y de su Espíritu Santo
Todas estas pistas juntas nos dibujan una senda para la conversión pastoral
y comunitaria a la misión, para dejar atrás un modelo de cristianismo autodefensivo y paralizante y comenzar a vivir un estilo nuevo, caracterizado
por la parresia apostólica y el dinamismo de salida hacia las periferias.
La meta, dibujada por la exhortación papal La alegría del Evangelio, es
clara: ser la Iglesia de discípulos misioneros, una madre de corazón abierto
que, por más que ame a los hijos que permanecen dentro del hogar, no
10
puede amar menos a los que aún no han entrado dentro o los que se han ido
de él.
Las puertas abiertas de la comunidad permiten entrar y salir: entrar para
llenarse de gozo compartiendo la fe, que se celebra y festeja con los
hermanos, para, después, salir a compartirla con los demás.
Pero hay un último punto sobre el que quisiera fijar mi mirada: la
conversión a la misión nos resultará imposible sin una fe más profunda en
la acción permanente de Cristo Resucitado y de aquel que es el don de la
Pascua del Señor, el Espíritu Santo.
Cuando nos falta esa confianza, o cuando es sólo superficial, la entrega
puede mantenerse sólo a fuerza de puños, de heroísmo o abnegación en la
tarea pastoral, pero faltará, irremediablemente, la tan necesaria alegría del
evangelizador. Lo más lógico es que, antes o después, llegue el pesimismo,
el fatalismo, la acedia espiritual, que dice el Papa Francisco: si nada puede
cambiar, ¿para qué esforzarse, para que intentar transitar caminos nuevos,
para que romper con comodidades e inercias, con el “siempre se ha hecho
así” si no se perciben resultados?
Cuando nos asalte esta pesadumbre de pensar que las cosas no van a
cambiar, “recordemos que Jesucristo ha triunfado sobre el pecado y la
muerte y está lleno de poder. Jesucristo realmente vive”, nos recuerda la
exhortación.
La resurrección del Señor no se ha quedado en un momento concreto de la
historia, sino que, como fuerza de vida, ha penetrado el mundo con su
imparable potencia y novedad. Frecuentemente nos cuesta reconocer la
transformación obrada por la Pascua cuando vemos, a nuestro alrededor,
cotidianamente, un sinnúmero de corrupciones, injusticias, violaciones de
la sagrada dignidad del ser humano a todos los niveles.
Pero la levadura de la resurrección está ya sembrada en la masa de esta
humanidad y, aunque sea con los “ojos sucios” del pecado, a veces
acertamos a vislumbrar su acción: en las incontables manifestaciones de
fraternidad y ayuda, que han surgido en el contexto de la crisis, en acuerdos
por el bien común que llegan a darse entre los que parecían irreconciliables,
en los deseos de cambio y renovación, de los que antes estaban instalados
en el conformismo, en la vida cristiana, aunque sea humilde, que se
mantiene en nuestras parroquias y grupos, pese a tantos vientos
contrarios…
11
“Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita transformada a través
de las tormentas de la historia”, dicho con las hermosas palabras del Papa.
Jesús no ha resucitado en vano, sino que ha entrado definitivamente en la
trama de la historia y, de un modo oculto pero constante, la va
transformando: “El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en
la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece sin
que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego
espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite,
en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega” (Mc. 4,26-29).
Como discípulos misioneros somos instrumentos de un dinamismo
maravilloso que no cesa. La fe es fiarse de esta convicción, de que
verdaderamente él vive, nos ama y no nos abandona, que sigue haciendo
germinar por doquier las semillas del Reino, que son adelantos de un
mundo nuevo y mejor.
Es imposible convertirse, adoptando una espiritualidad misionera, si falta
esta confianza: dicen siempre que cuando un grupo de escaladores tiene la
certeza de estar vislumbrando la cumbre, cobra unas fuerzas nuevas que
hacen capaz de cualquier sacrificio, pero si no, puede morir de agotamiento
o frío incluso aunque pudieran seguir con el ascenso.
Nos damos sin reservas, con alegría, aunque sea una alegría sacrificada,
cuando confiamos en el triunfo final que será la recompensa generosa y
colmada de todo esfuerzo. Por eso, si rehuimos la misión, si nos produce
tristeza o apatía lo que hacemos, ¿no será porque nos falta fe en la
resurrección victoriosa de Jesús?
Dios puede actuar en cualquier circunstancia, también en medio de nuestros
aparentes fracasos e, incluso, sirviéndose de ellos; el tesoro que se nos ha
confiado, sigue siendo valioso siempre, aunque lo llevemos en agrietadas
vasijas de barro.
Hay un texto precioso de la Evangelii Gaudium sobre el que deberíamos
volver muchas veces, sobre todo cuando en la evangelización sintamos el
cansancio o la esterilidad: “Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin
pretender saber cómo, ni dónde ni cuándo. Tiene la seguridad de que no se
pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna
de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de
amor a Dios, ningún cansancio generoso, ninguna dolorosa paciencia. Todo
eso da vueltas por el mundo como una fuerza de vida (…) Quizás el Señor
toma nuestra entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo
12
donde nosotros nunca iremos” (279). No necesitan estas palabras
comentario alguno.
Junto con la fe en la resurrección del Señor y su dinamismo de vida, está la
confianza decidida en el Espíritu Santo, que viene en ayuda de nuestra
debilidad. Esta confianza generosa se alimenta con su constante
invocación, pidiéndole, sin cansarnos, que sane lo que nos debilita en el
empeño misionero.
Es libre realmente quien se deja guiar por el Espíritu, renuncia a calcularlo
y controlarlo todo y se deja impulsar hacia donde Dios quiere. De este
modo nos volvemos “misteriosamente fecundos”.
Llego ya al término de esta meditación. Personalmente reconozco que me
ha resultado espiritualmente de provecho reflexionar sobre las palabras de
nuestro Papa Francisco; con ellas me he sentido aludido, a ratos
denunciado, y también alentado. Espero que también en todos ustedes
hayan podido producir algo semejante.
En el fondo, el dilema que planteaba al principio entre la auto-preservación
o la misión sólo puede tener una respuesta posible: se trata de ser la Iglesia
que Jesús quiso ser o ser algo totalmente diferente, que estaría hecho según
nuestro molde, no según el suyo. Si no somos para la misión… no somos;
lo que está en juego es nuestra identidad personal y comunitaria como
discípulos misioneros de esta comunidad que Jesús ha querido que sea la
simiente fructífera de su Reino, aunque nos toque ser muchas veces una
minúscula semilla de mostaza en medio del enorme surco.
La tarea reclama una entrega generosa, sí, pero no es una cuestión de
heroísmo, ya que la obra es ante todo del Señor: Jesús es el primero y más
grande evangelizador, el que nos precede con su Espíritu preparando el
corazón de los hombres y mujeres que van a recibir, por nosotros, la Buena
Noticia del Evangelio. “En toda la vida de la Iglesia debe manifestarse
siempre que la iniciativa es de Dios, que Él nos amó primero y que es Dios
quien hace crecer. Esta convicción nos permite conservar la alegría en
medio de una tarea tan exigente y desafiante que toma nuestra vida por
entero. Nos pide todo, pero al mismo tiempo nos ofrece todo” (12).
Muchas gracias.
13
CHARLAS CUARESMALES 2015
Miércoles, 25 febrero 2015
D. José Julio Falagán Fernández
(Delegado Misiones – Diócesis de Astorga)
SER PARTE DE UNA IGLESIA MISIONERA
INTRODUCCION
Quisiera antes de entrar en la materia concreta que se me ha encargado para esta reflexión
cuatro pequeñas consideraciones:
1.-Estamos en una ambiente cuaresmal, en una ambiente de cambio de vida, de conversión
donde cada una de las personas de esta sala hemos venido aquí buscando encontrarnos con la
novedad del evangelio que va impresa, impetrada, como decía la carta de Pedro del domingo
en nuestros corazones, por el bautismo. Somos cristianos y buscamos ser más cristianos en
plenitud. Hemos abierto una puerta el día de miércoles de ceniza o el primer domingo que
vamos a cerrar en la noche santa de la Pascua en torno al cirio pascual. Nosotros somos
miembros de esa iglesia, que como dice el papa, intentamos vivir una cultura desde los valores
del evangelio.
2.-Todos nosotros nos damos cuenta de que habitamos en un mundo, que camina en paralelo
con una cultura pos-cristiana, donde las prácticas y las costumbres cristianas responden a
planteamientos a veces vacios de identidad evangélica. Y eso nos lo encontramos en nuestras
casas, en la calle, en las escuelas, en el trabajo, en el ocio.
3.-Es precisamente en ese mundo donde a los cristianos se nos ha encargado el anuncio del
Evangelio, y donde posiblemente todos-as, estamos de acuerdo en el mensaje, en los porqués
y en la necesidad, lo difícil es ponerse acuerdo en el cómo. Les recuerdo el tremendo y
aleccionador cuento del los ratones y el gato donde todos estaban de acuerdo en que ponerle
la campanilla era la mejor solución, el cómo y quiénes lo iban a hacer ya no era tan fácil.
4.-En medio de todo este aquí y ahora, aparece en nuestra iglesia, el Papa Francisco, un
hombre venido de America latina, que había sido el redactor de un documento que está en la
basa del que tienen ustedes en la mano y que estamos estudiando Discipulos y misioneros, de
la V conferencia del episcopado americano, con un animo nuevo y con un deseo fuerte de que
la iglesia se ponga en salida a las periferias de la historia y de las personas.
I.- EDUCAR LA MIRADA
Me han pedido desde la organización de estas charlas de cuaresma, que me centre en los
números 78-86 del documento, para aquellos que lo tengan en sus manos o en su casa pueden
darse cuenta que estos números están dentro del C- II, que el papa Francisco titula en la crisis
del compromiso comunitario.
Para hablar de este tema que se me ha pedido quiero recordar aunque sea de pasadita, el
inicio de este capitulo 2, donde el papa Francisco insiste en algo que es muy importante al
evangelizador del S-XXI, independientemente de su carisma sacerdote/ laico-a/ religioso
religiosa.. educar la mirada. La realidad es la que es, pero para nosotros es la que percibimos
y vamos a hablar no de la realidad que es sino de la que percibimos.
Si queremos salir distintos de esta cuaresma tenemos que educar nuestra mirada. Les
recuerdo un texto fundamental en la vida de Jesús, Mt 9,35: Despojados y abatidos como
ovejas que no tienen pastor….¿cómo miramos la realidad de que nos rodea?, que hay nuestro
alrededor que se convierte en una fuerza contraria al reinado de Dios. Los primeros capítulos
de los evangelios sinópticos nos hablan de Jesús en clara lucha contra las fuerzas del mal, que
demonios nos desestabilizan hoy. Que desafíos nos presenta la realidad propios de nuestros
días:
1. Los cambios a todos los niveles, sociales, culturales, en salud, en comunicaciones, la era
de las comunicaciones y de la información..Las masas inmersas de personas en todos los
países que ya no alcanzan al bienestar y que su dignidad como personas se cuestiona en
la falta de alimentos, de servicios y de trabajo. Desigualdades.
2. Una economía de exclusión, una economía que en palabras del papa Francisco mata,
donde es más importante las riquezas de bancos, multinacionales o políticos, que dos o
tres platos de comida cada día para los 6000 millones de personas que habitamos en el
mundo. Una sociedad que antes hablaba de explotados y los sigue habiendo y ahora se
habla de explotados, excluidos y colectivos sobrantes.
3. Nuestra relación con el dinero y los bienes materiales. Testificada en una frase lapidaria
del papa Francisco: “El dinero está llamado a servir no a gobernar” De que me sirve a mi
estar muy bien si mi hermano muere de necesidad.
4. Como mirar y educar nuestra mirada en un mundo violento, en un mundo en el que en
basados en la libertad o en la ideologías se puede insultar, y se insulta y en nombre de
Dios o de una fundamentaciones religiosas, que no espirituales se puede matar y se
mata. Como seguir proclamando en medio de este mundo la fraternidad, la libertad
religiosa, y la posibilidad de la pluralidad social, cultural y religiosa.
5. Como mirar a un mundo dividido norte-sur/ un mundo dividido por ideologías e
intereses, un mundo que vive de lo rápido, lo inmediato, lo fugaz. Parcial a la hora de la
información los derechos humanos no tienen el mismo valor dependiendo del país
donde se apliquen y a las personas que afecten.
6. Si a nivel global mundial es así en lo particular una de las características profundas de
nuestro país en la secularización, con el fuerte deseo de nuestras autoridades de reducir
la fe, la religión, al ámbito de lo privado del hogar o de los templos, cuando el cristiano
está llamado a poner en el corazón del mundo el nombre y las actitudes de Jesús.
II UNA IGLESIA EN SALIDA, EN CAMINO A LAS PERIFERIAS
Para continuar me gustaría hacer referencia al inicio del C-I, que está muy en unidad con el
tema que nos corresponde esta tarde. Desde siempre los mensajeros de Dios han estado
llamados a vivir en actitud de salida: Recuerden Abrahán, llamado a ser padre de un pueblo,
Moisés, llamado a iniciar la marcha para liberar al pueblo, Jeremías iras donde yo te envíe, la
experiencia del pueblo de Israel, Maria camino de Ain Karin al encuentro con Isabel, y el
modelo por excelencia de peregrino Jesús salido de las entrañas del Padre a recorrer Galilea y
el envío misionero a los doce..
El gran avance de la Iglesia en el Siglo pasado a través del Vat II y todos los documentos
eclesiales que en torno a el se generaron, fue decirnos y tomar conciencia de que todos,
somos misioneros, de que por el bautismo todos estamos llamados a compartir el anuncio que
hemos recibido. El ejemplo de la matanza. Y el ejemplo del volcán Masaya.
Bueno pues esta llamada hoy a través de la Evangelii Gaudiun, se nos da a cada uno en
particular como seguidores de Jesús y a cada uno dentro de las estructuras pastorales en las
que se mueve, parroquia, movimiento, vicaria, diócesis, cofradía, colegio, pastoral
concreta…que salida me está pidiendo el Señor, donde están la periferias a las que el Señor
nos envía A LAS PERIFERIAS QUE NECESITAN LA LUZ DEL EVANGELIO.
Esta salida la haremos acompañados por la alegría, recordemos una de las parábolas claves en
el anuncio del reino de Dios el tesoro en el campo, el que encuentra el tesoro, lo vuelve a
enterrar y con alegría va, vende todo lo que tiene y compra el campo.
Esta salida la haremos apoyados en la fuerza de la Palabra, la palabra que tiene fuerza por si
sola, que germina, recordemos la parábola de la semilla y del grano de mostaza. Aquí les
quiero recordar. Palabras de Mons Romero: Todos los que predican a Cristo son voz, pero la
voz pasa, los predicadores mueren pero la palabra permanece en el corazón de aquellos que
lo han querido reconocer. Por favor nuestra Biblia, los círculos bíblicos, la palabra es como una
hoguera o las cocinas de carbón en inviernos, nadie que se acerque a ella permanece
indiferente, te quema como decía el profeta…
III ¿Cómo SER PARTE DE ESTA IGLESIA MISIONERA? EL DESAFIO DE LA ESPIRITUALIDAD
MISIONERA
1.-Apostar abiertamente x el hombre y por la mujer de hoy: Nº 84 del documento.
Es difícil decir unas palabras sobre la espiritualidad misionera sin un recuerdo a Juan de la
Cruz: “En los amores perfectos/ esta ley se requería, /que se haga semejante /el amante a
quien quería/ que la mayor semejanza/ mas deleite le daría…Si nosotros y nosotras queremos
llevar el mensaje de Jesús al hombre de hoy tenemos que vivir el misterio de la Encarnación
como Jesús, entrar al tejido de la Historia, caminar con las personas en el día a día, dejarnos
interrogar por sus preguntas, dejarnos cuestionar por los jóvenes, por los marginados que
llegan a caritas, por los emigrantes, por la diversidad cultural y religiosa del momento, por las
redes sociales. Y aquí quiero recordar una palabras de una persona querida x vosotros y
también por mi, cuando Jesús, nuestro Jesús hablo el año pasado en la catedral de Santiago al
final de su ordenación dijo más o menos estas palabras, vengo a caminar con vosotros a
hacerme uno con vosotros….No quedarnos en una mirada pesimista de toda esta realidad.
Y aquí voy a poner un ejemplo que es un testimonio: Santiago Martínez Agrelo, obispo de
Tanger, la visión y los aportes cristianos, críticos con las políticas migratorias, la mirada
misericordiosa a los emigrantes, la defensa de sus derechos y todo esto a mí y a miles de
personas nos está llegando por las redes sociales.
Y en este número muy concretamente el Papa Francisco nos recuerda los males de nuestro
mundo, y de la iglesia y los pecados personales míos, no me pueden quitar la alegría de
evangelizar. Y en todos nuestros corazones tiene que estar muy gravada la frase de Pablo a
los Rom “Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”. Nuestra fe nos reta cada mañana
a descubrir que el trigo crece en medio de la cizaña y que el desafío es convertir las muchas
tinajas de agua que se nos presentan en un vino rico y generoso…y aquí en este mundo
tenemos que hacer una apuesta fuerte por la iglesia como comunidad creyente a pesar de los
pecado…la iglesia no es wual strip…o como se diga.
El ser realistas, no quiere decir que no sepamos que estas riendas las lleva el espíritu. Caer en
el pesimismo que este mundo es lo peor, no… tenemos que tener capacidad para sacar fuerzas
de la debilidad y ver que en la tierra, en el estiércol…salen y crecen las flores…no podemos
convertirnos ni necesita el hombre de hoy profetas de calamidades, sino testigos, maestros de
vida interior, la mirada maternal de la madre no alardea los defectos del hijo aunque los
conozca, los vive en silencio y los acompaña hasta salir de ellos.
Caminamos al punto omega, que es Cristo, el va a tener la última palabra de la Hª, el obispo
Casaldaliga dice que cada día luchamos, peleamos e incluso perdemos batallas de una guerra
que de ante mano ha ganado el Señor. En el N 84, el papa insiste que nadie puede ganar una
lucha si de antemano no está convencido, y confía plenamente en su triunfo. No podemos
perder ni ganar las batallas antes de subir al ring o sin ponernos los guantes.
2.-Salir de nosotros-as mismos.
La Iglesia como comunidad cristiana, es capaz de hacer lo que hace porque tiene a millones de
personas, que saben salir de su círculo de apropiación y ponerse al servicio de los otros. Dice el
papa en el N-76 “Agradezco el hermoso ejemplo que dan tantos cristianos que ofrecen su
tiempo y su vida con alegría…este ejemplo me hace mucho bien y me sostiene en mi propio
deseo de superar el egoísmo y vivir para los demás”. La personas humana en un momento de
nuestra vida y a veces sin darnos demasiada cuenta hemos hecho una opción: yo quiero vivir
mi vida para mí y yo soy el centro y como soy el centro todo gira en torno a mí y que mal
cuando las cosas no son como yo decido…o hemos decidido en el matrimonio u otros estados
laicales, en la vida sacerdotal, en la vida religiosa ser y vivir para darse, poniéndome yo en un
segundo plano…y vivir como descentrado en mi y tener como centro de mi vida el Otro si lo he
descubierto o los otros semejantes a mí.
Somos individualistas….o somos comunitarios…voy a poner un ejemplo Auyanta Umala..es uno
de los lideres fuertes indígenas del gobierno de Bolivia, Lo importante soy yo y mi familia un
circulo reducidísimo o lo importante es que aunque yo sea menos todos seamos más…Cuidado
que sin darnos cuentas este es un momento que nos invita demasiado al individualismo, mi
tiempo, mis cosas, mi independencia, mis viajes, dice el papa esta es una de las grandes
tentaciones del evangelizador x reservarse sus espacios personales, sin los cuales parece que
se ahoga, pierde la disponibilidad para el reino…Ejemplo del P. Ibañez…la mayor opción por los
pobres, por el otro es la disponibilidad….el otro nos necesita y nos busca no cuando yo quiero
sino cuando él desea.
3.-Entrar abiertamente al camino del abajamiento, bajar.
Yo les invito a que esta noche antes de acostarnos, repitamos el Himno cristológico de Fil, o lo
leamos en nuestra biblia. Como Jesús camina por este mundo como uno de tantos y mezclado
con la gente puede trasmitir los más profundo del misterio de Dios.
Una de las ideas que el papa Francisco más trabaja en sus homilías es el encuentro con Dios y el
encuentro con el pobre. Esta idea aparece con mucha fuerza en el Documento que les decía de
Aparecida discípulos y misioneros y la comparte en el Nº 80
“El kerygma , el anuncio de Cristo, tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón
mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros. El contenido del
primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad” Ahora
quisiera compartir mis inquietudes acerca de la dimensión social de la evangelización
precisamente porque, si esta dimensión no está debidamente explicitada, siempre se corre el
riesgo de desfigurar el sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora”.
En cuanto a la caridad y el compromiso por la justicia con los pobres, para Francisco los pobres
son su obsesión porque lo son para el Evangelio de Dios, Jesucristo 1. El Papa no admite
espiritualizaciones de la realidad de los pobres que evite hablar que se trata de excluidos
sociales; ni admite solidaridades que no se traduzcan en ser pueblo-gente con los más
vulnerables y débiles de cada lugar; se trata de vivir con ellos y como ellos, amarlos con la
hondura de Jesús, y empeñarse en su inclusión social contra la inequidad estructural que los
margina y excluye. Es la mirada compasiva, misericordiosa, maternal de la que tanto habla. La
iglesia que mira al mundo como una madre a sus hijos.
Si la Iglesia, si los cristianos todos, si los evangelizadores más cualificados, no aciertan a coger
esta preferencia existencial y teologal, moral y política, también, no hay evangelización
cristiana, ni futuro eclesial que merezca la pena. La radicalidad de la Exhortación en esta
condición social de la evangelización, desde, con y para los pobres, es tan rotunda que
difícilmente nadie la esperaba. En este aspecto tan fundamental, no es extraño que buena
parte de la Iglesia, estemos tiritando de vértigo ético y teologal.
El Papa espera que esta conversión de todos a los pobres, y por tanto, al Dios que tanto los
ama en Cristo, signifique una posibilidad cierta de reforma de la Iglesia en sus estructuras de
gobierno y decisión, y esto en todos los niveles.
Los pobres son ante todo personas, pueblo, gente. No un concepto social abstracto, ni
espiritual siquiera. Son personas en situaciones imposibles por injustas y extremas, a manos de
otros más poderosos; son pueblo; son "la gente". No hay remedio para ellos sin amor, ni lo hay
sin transformación de las causas ideológicas y materiales de esa inequidad. Una palabra mil
veces repetida.
La Iglesia al evangelizar, tiene que denunciar, consolar y ayudar, promover y restaurar y,
finalmente, transformar estructuras. Ella tiene que dar con formas de hacerlo sin convertirse
en un Estado.
4.-El pacto con la mediocridad.
En el lenguaje del futbol se dice esto de una forma muy expresiva, salieros a empatar el
partido a los dos les valía con el empate.
El papa utiliza una palabra clásica en el mundo de la espiritualidad monástica y heremitica, la
acedia espiritual, la crisis del mediodía. Que consistiría para nosotros cambiar la visión de que
somos profetas, testigos, del Señor, por la de funcionarios: de la liturgia, de la catequesis, de la
caridad, de la misión…Nº 81,82,83. Y esto ocurre cuando perdemos las motivaciones, las
coordenadas o las referencias, cuando perdemos el enamoramiento, del Señor, de los
hermanos, de la misión. Como si el entregarnos del todo al reino nos robara espacios en la
vida, como si el compartir nuestros bienes pusiera en riesgo nuestro futuro…esto nadie como
el lenguaje castellano lo expresa con el refrán: “Nadar y guardar la ropa”…Esto ocurre cuando
nos perpetuamos en los cargos, en las tareas, y ya lo sabemos todo…somos incapaces de
dejarnos sorprender por la realidad y x el Espíritu. Este es uno de los errores del catolicismo
europeo el miedo a cambiar a lo nuevo…
La acedia ocurre al discípulo y al misionero cuando pierde la alegría…cuidado cuando
perdemos la sonrisa, la cercanía, el entusiasmo, el gozo porque lleguen la hora de las
tareas…cuidadito cuando la fe es como una carga, la película de la misión…el indígena de
mirada limpia…
FINAL
Me van a permitir que termine haciendo una alusión a mis padres que han fallecido en un
periodo de 20 meses, razón por la que yo regrese a España, y que ha sido muy duro esto años
vivir lejos de las comunidades que tanto nos queríamos.
Mis padres fueron grandes misioneros sin salir de casa, fundamentalmente dejándome a mí
que soy el único hijo de su sangre, salir y compartir mi vida con otras gentes. En ellos yo vi la
disponibilidad de las personas que no quieren nada para si, sino que comparten todo…su
amor, su tiempo, sus bienes, para mí y para mis proyectos, será x eso que Dios le bendijo con
una muerte feliz, sin grandes dolores, acompañados y con la certeza de que ya- en estos
momentos- son eternidad. Permítanme que termine este momento gozoso para mí de esta
charla con ustedes con los mismos versos que la semana pasada terminaba la homilía en el
funeral de mi ma…:
Baja, y subirás volando / al cielo de tu consuelo/ porque para subir al Cielo/ se sube siempre
bajando.
CHARLAS CUARESMALES 2015
Lunes, 26 Febrero 2015
“Nuevos caminos de evangelización”
D. César Peláez Álvarez
NUEVOS CAMINOS DE EVANGELIZACIÓN
Y OS DARÉ UN CORAZÓN NUEVO
Charla Cuaresmal
Llevamos estos días reflexionando y meditando la exhortación del Papa
Francisco Evangelii Gaudium haciendo énfasis en la comunión, en la unidad, en
la conversión de nuestras comunidades y en el envío al que todos estamos
llamados, ad intra y ad extra.
En esta tarde vamos a adentrarnos en la evangelización y poder ahondar en los
nuevos caminos para ella.
Cuando hablamos de nuevos caminos, de la novedad del evangelio, de la nueva
evangelización, podemos caer en el error de pensar que lo de antes ha sido
negativo o que ya no vale. ¿En que hemos fallado para que tengamos que realizar
una nueva evangelización? ¿Qué debe ser lo nuevo? ¿En qué consiste la
novedad?
El Papa Francisco nos da unas claves, en esta exhortación, muy prácticas que nos
van a ayudar a descubrir a todos cuáles son esos nuevos caminos que debemos
seguir, y como no, viniendo del Papa Francisco, cayendo en la cuenta que en
numerosas ocasiones hemos obviado es lo más central y lo más claro y sencillo a
la vez.
LA SABIDURÍA DE LA ANCIANA ABADESA
Cuentan las crónicas que hace tiempo había un antiguo monasterio regido por
una abadesa de gran sabiduría. Más de cien monjas oraban, trabajaban y servían a
Dios llevando una vida austera, silenciosa y observante.
Un día, el obispo del lugar acudió al monasterio a pedir a la abadesa que
destinara a una de sus monjas a predicar en la comarca.
La abadesa reunió a su Consejo y, después de larga reflexión y consulta, decidió
preparar para tal misión a la hermana Clara, una joven novicia llena de virtud, de
inteligencia y de otras singulares cualidades.
La madre abadesa la envió a estudiar, y la hermana Clara pasó largos años en la
biblioteca del monasterio descifrando viejos códices y adueñándose de su secreta
ciencia. Fue discípula aventajada de sabios monjes y monjas de otros
monasterios que habían dedicado toda su vida al estudio de la teología. Cuando
acabó sus estudios, conocía los clásicos, podía leer la Escritura en sus lenguas
originales, estaba familiarizada con la Patrística y dominaba la tradición
teológica medieval. Predicó en el refectorio sobre las “procesiones”
1
intratrinitarias, y las monjas bendijeron a Dios por la erudición de sus
conocimientos y la unción de sus palabras.
Fue a arrodillarse ante la abadesa: “¿Puedo ir ya, reverenda Madre?”
La anciana abadesa la miró como si leyera en su interior: en la mente de la
hermana Clara había demasiadas respuestas. “Todavía no, hija, todavía no...”
La envió a la huerta. Allí trabajó de sol a sol, soportó las heladas del invierno y
los ardores del estío, arrancó piedras y zarzas, cuidó una a una las cepas del
viñedo, aprendió a esperar el crecimiento de las semillas y a reconocer, por la
subida de la savia, cuándo había llegado el momento de podar los castaños...
Adquirió otra clase de sabiduría; pero aún no era suficiente.
La madre abadesa la envió luego a hacer de tornera. Día tras día escuchó, oculta
detrás del torno, los problemas de los campesinos y el clamor de sus quejas por la
dura servidumbre que les imponía el señor del castillo. Oyó rumores de revueltas
y alentó a los que se sublevaban contra tanta injusticia.
La abadesa la llamó:
La hermana Clara tenía fuego en las entrañas y los ojos llenos de preguntas.
“No es tiempo aún, hija mía...”
La envió entonces a recorrer los caminos con una familia de saltimbanquis. Vivía
en el carromato, les ayudaba a montar su tablado en las plazas de los pueblos,
comía moras y fresas silvestres, y a veces tenía que dormir al raso, bajo las
estrellas. Aprendió a contar acertijos, a hacer títeres y a recitar romances, como
los juglares.
Cuando regresó al monasterio, llevaba consigo canciones en los labios y se reía
como los niños.
“¿Puedo ir ya a predicar, Madre?”
“Aún no, hija mía. Vaya a orar”.
La hermana Clara pasó largo tiempo en una solitaria ermita en el monte.
Cuando volvió, llevaba el alma transfigurada y llena de silencio.
“¿Ha llegado ya el momento, Madre?”
No; no ha llegado.
Se había declarado una epidemia de peste en el país, y la hermana Clara fue
enviada a cuidar de los apestados. Veló durante noches enteras a los enfermos,
lloró amargamente al enterrar a muchos y se sumergió en el misterio de la vida y
de la muerte.
Cuando remitió la peste, ella misma cayó enferma de tristeza y agotamiento y fue
cuidada por una familia de la aldea. Aprendió a ser débil y a sentirse pequeña, se
dejó querer y recobró la paz.
2
Cuando regresó al monasterio, la Madre abadesa la miró gravemente: la encontró
más humana, más vulnerable. Tenía la mirada serena y el corazón lleno de
nombres.
“Ahora sí, hija mía, ahora sí”.
La acompañó hasta el gran portón del monasterio, y allí la bendijo imponiéndole
las manos.
Y mientras las campanas tocaban para el Ángelus, la hermana Clara echó a andar
hacia el valle para anunciar allí el Evangelio. En alabanza Jesucristo y de su
Iglesia.
Desde esta historia, escrita por la gran Dolores Aleixandre, nos damos cuenta que
la primera condición que debemos tener en la evangelización, y que el Papa
Francisco reclama con gran firmeza, en el número 127 de la exhortación, es que
debemos acercarnos a la persona. El evangelio se trasmite de persona a persona,
de tú a tú, y desde la vida. La hermana clara sabía mucho de Teología, sabía
mucho de labranza, sabía mucho de dinámicas y actividades, sabía mucho de
teoría, sabía mucho de oración, sabía mucho… pero no sabía o no había
conocido a la persona interiormente porque no se había conocido así misma,
desde su debilidad y humanidad.
La nueva evangelización se debe hacer desde la experiencia vivida, ¿sino que
vamos a transmitir?
Una asignatura pendiente…
Desde que Cristo antes de su ascensión nos dejó su mandato de “Id y haced
discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo…” (Mt. 28, 19) los cristianos tenemos una asignatura
pendiente: la evangelización del mundo. Diversas han sido las etapas por las que
ha tenido que pasar la evangelización y nunca podemos dar por supuesto aquel
dicho de que “tiempos pasados siempre fueron mejores”. Cada uno de los
períodos históricos ha tenido sus avatares y sus vicisitudes y siempre el Espíritu
ha asistido a hombres y mujeres en esta gran tarea.
Una de las características de la evangelización es la Presencia: un espacio
entre dos movimientos.
Los dos movimientos son “ID” y el segundo “VENID Y LO VERÉIS”.
El “id” es el encuentro humano con las personas. No tenemos que esperar a que
vengan sino que tenemos que ir.
“Venid y lo veréis” es ir y después traerlos a nuestra realidad. Y cuando vengan
ofrecerles algo bueno, atractivo… que valga la pena.
3
Hay que estar y aceptar a la gente y que la gente te acepte a ti. Ante esta situación
los cristianos deben tener una actitud de apertura, capacidad de estima, de
relaciones interpersonales, de conocimiento profundo de la cultura y la religión.
Es necesario que el evangelizador sea aceptado, acogido, estimado por las
personas donde está presente.
¿Por qué hoy nos cuesta tanto anunciar el evangelio? ¿Por qué ponemos tantas
excusas: la sociedad secularizada, los jóvenes no vienen, los mayores cansados,
los curas…?
Es cierto que hoy en día ha habido muchos cambios sociales y culturales en
el mundo al que nos dirigimos.
** De la secularización a la apoteosis del yo. (“Yo me hago mi
religión”, “yo soy el que decido”, “yo pienso”, “yo te respeto”…)
** El rechazo a la tradición cristiana en amplios sectores. (Se
quiere borrar la influencia del cristianismo).
** Religiones, religión a la carta y espiritualidad sin religión.
Pero por ello, nuestra sociedad no es ni mejor ni peor que las sociedades que han
existido en otros tiempos. Partir de este juicio sería partir de un presupuesto
falso, lo cual no permitiría al evangelizador ser objetivo en el buscar los medios
más adecuados para “enseñar a guardar todo lo que Cristo nos ha mandado”(Mt.
28, 19). Debemos dar por supuesto que el programa de trabajo es el mismo, ayer,
hoy y siempre: “El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo
desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del «hacer por hacer». Tenemos
que resistir a esta tentación, buscando «ser» antes que «hacer».” Juan Pablo II,
Carta apostólica Novo Millennio ineunte, 15.
De esta forma, los evangelizadores del nuevo milenio, aquellos que llevarán a
cabo el mandamiento de Ir y enseñar deben primero ser antes que hacer. El
programa se centra por tanto en tener a Cristo como el eje de todo el programa de
la evangelización, nos lo recordaba el P. Roberto en la charla del lunes,
expresado en el mismo documento de Juan Pablo II, antes citado: “No se trata,
pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre,
recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo
mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y
transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste.
Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene
cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación
eficaz. Este programa de siempre es el nuestro para el tercer milenio.”(NMI 29)
4
Hablamos de la indiferencia religiosa y de la resistencia del hombre a creer. Pero
¿no seremos culpables nosotros con nuestra mediocridad? Es bueno tener
personas valiosas y preparadas pero mejor creyentes que sepan comunicar su
experiencia y la irradien.
Es importante contar con medios eficaces, pero mejor son otros medios: los de
Jesús.
Es necesario la estructura y la organización pero son mejores aquellos que
puedan sostener y alentar el testimonio.
Necesitamos un mayor número de personas, es verdad, pero seamos los que
seamos necesitamos la calidad de nuestra presencia.
Nuestra tarea es llevar el Evangelio de Cristo, y al mismo Cristo a las personas
con las cada uno trata, tanto a los cercanos como a los desconocidos.
La palabra evangelización deriva del vocablo griego: evangelio; su significado es
proclamar buenas noticias; desde el punto de vista sagrado, es anunciar las
Buenas Nuevas de Jesucristo; mientras que para la iglesia primitiva el evangelio
era Jesucristo mismo, quien había proclamado un mensaje de salvación y
anunciado su segunda venida.
Por eso para retomar los nuevos caminos de la evangelización se nos
presentan nuevos RETOS PARA LA TRANSMISIÓN DE LA FE
CRISTIANA.
** De un cristianismo por tradición social a un cristianismo por opción
personal.
** De un modelo pastoral de comunidad, de masa informe, a un modelo
de contraste, de comunidad viva, alegre. Es muy importante la comunidad pero
cada persona es distinta. Ha de haber mucho acompañamiento de tú a tú. Mucho
encuentro interpersonal.
** De una actitud patrimonialista a una actitud testimonial. A veces la
Iglesia se cree que tiene la VERDAD y quiere que los otros acepten esa verdad.
Tenemos que pasar a transmitir nuestra verdad y tú si quieres la aceptas
(recordemos el pasaje del joven rico). Actitud más de humildad.
** Permanencia
evangelización.
del
testimonio
con
las
obras
como
primera
** De una fe heredada a una fe asumida con rigor histórico y vigor
intelectual. Que sepamos dar razón de nuestra fe.
** Del testimonio cristiano silencioso al testimonio también con palabras
en una sociedad multirreligiosa.
5
¿Qué buena noticia debemos anunciar hoy? ¿Qué buenas noticias quieren oír las
personas de hoy? ¿Cómo realizar ese anuncio? O ¿en qué consiste esta nueva
evangelización a la que el Papa Francisco nos exhorta? ¿En qué consiste el
empuje evangelizador?
Bien sabemos que la evangelización requiere de distintas etapas.
“La evangelización, hemos dicho, es un paso complejo, con elementos variados:
renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón,
entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado.”
Todos estos elementos no pueden vivirse bajo la perspectiva de una institución
social en donde se deben cumplir determinados procesos para ser admitido.
Sin embargo, deben ser vividos, sostenidos e impulsados por el amor. Este es el
elemento que hace que se verifiquen los demás pasos del proceso.
Sin este amor, que podemos traducir por ardor misionero o empuje
evangelizador, como en la charla de ayer nos los recordaban, es muy fácil
desvirtuar la labor evangelizadora o caer en la desesperación, el cansancio, la
tristeza. Difundir el Evangelio es la primera tarea de la Iglesia. El concilio
Vaticano II en el documento “Ad gentes” que trata sobre la misión, indica el
objetivo de la evangelización: llevar el evangelio a aquellos que no conocen a
Cristo, con la esperanza de que puedan adherirse convirtiéndose en discípulos de
Cristo. Tarea principal. No centrarse sólo en los bautizados sino en todos. Todos
estamos en misión no sólo los que están en países de misión. TODOS SOMOS
MISIONEROS.
Evangelizar hoy en ciertos ambientes no es nada fácil. Pensemos lo que significa
anunciar el evangelio en sociedades como la europea en donde tal parece que los
hombres viven un agnosticismo práctico, o sociedades que nunca han oído hablar
de Jesucristo e incluso enfrentar peligros de todo tipo de frente a quienes
rechazan el evangelio de Jesucristo. Sin un ardor misionero que mantenga
siempre vivo el interés por evangelizar, es difícil poder perseverar en esta tarea.
La evangelización no es una labor meramente institucional en donde a través de
unas estructuras, un plan pastoral, un programa, un guía y un calendario, se
obtienen los resultados deseados.
La conversión verdadera de nosotros, los evangelizadores, los que seguimos el
camino de Cristo, requiere, cierto, de algunas planificaciones e instituciones que
la sostengan, pero sobretodo es necesario la labor de hombre y mujeres
apasionados por la misión para seguir a cada una de las personas confiadas,
vuelvo a repetir: de cerca y de lejos, conocido y desconocido dice el Papa, y no
desfallecer frente a las dificultades y los avatares propios de la misión.
6
La nueva evangelización no podrá llevarse a cabo sin un seguimiento
personalizado a los agentes de la evangelización y los que vamos a
evangelizar.
Son más bien pasos individuales que deben ser vividos en primera persona y
acompañados por alguien que sirva de maestro y de guía. Aún más, en nuestra
sociedad contemporánea, refractaria a los valores espirituales y trascendentes,
apoyándose en un individualismo exasperado, este acompañamiento se convierte
en un elemento esencial del proceso de evangelización.
Los nuevos caminos de evangelización deben:
** Crear posibilidades de encontrar a Jesucristo y su Evangelio.
** Dar a conocer el mensaje central del Evangelio de Jesucristo.
** Invitar a una realización seria y consciente de la conversión a Dios y de la
adhesión a Jesús y a su Evangelio.
** Acompañar a las personas interesadas a lo largo de este proceso que debería
cambiar la vida.
Por eso el Papa dice en palabra textuales:
La predicación, siempre respetuosa y amable, comienza con un diálogo
personal, donde la otra persona expresa y comparte sus alegrías, sus
esperanzas, las inquietudes por sus seres queridos y tantas cosas que
llena el corazón. Sólo después de esta conversación es posible presentarle
la Palabra. (128)
Recordemos la historia de Sor Clara al empezar. ¿Escuchamos?
Predicación respetuosa y amable.
Dialogo desde el corazón
Ver los anhelos.
No llevar nuestra charlita de siempre.
SABER ESCUCHAR QUÉ ANHELOS TIENE NUESTRO
MUNDO, QUÉ PROBLEMAS, QUÉ DIFICULTADES, QUÉ
ENFERMEDADES… y desde ahí presentarle a Jesucristo. En otras
palabras ser humanos, tener sentimientos, ser antes de hacer.…
Para quien es evangelizado, el acompañamiento espiritual, no puede ser un
elemento impuesto, sino propuesto. Es fruto de un amor personal a la persona
que viene acogida en el seno de una nueva comunidad, la comunidad ya
evangelizada.
7
Es el amor a la misión, el empuje misionero, el ardor por la misión, la que hace
capaz de poner a disposición de las personas que viven este paso del neopaganismo a la vida de fe, momentos de diálogo, de buena confrontación, de
evaluación personal.
Sólo de esta manera se puede transmitir la fe con plenitud, como una experiencia
personal y no como una serie de normas, datos o contenidos que deben ponerse
en práctica.
Si la evangelización es ante todo una transmisión de un mensaje, esta transmisión
no puede renunciar a su carácter personal.
Anunciamos y nos acercamos a la persona directamente porque nuestra tarea es
presentar a una Persona que es Jesucristo, muerto y resucitado. La centralidad de
Jesucristo en la evangelización es esencial e imprescindible. La Iniciación
Cristiana concluye afirmando que Jesucristo es la Luz, la Palabra, la Verdad, la
Vida y el Camino. Supongo que nos suene esto. Es la estructura del último
Catecismo de la Iniciación Cristiana aprobado por la Conferencia Episcopal
Española en Junio de 2014. Este catecismo, estructurado desde la Vigilia
Pascual, celebración central de la fe cristiana, pretende hacer, testigo del Señor
Resucitado, al joven que quiere pertenecer a una comunidad viva.
También nosotros estamos llamados a renovar nuestra iniciación cristiana.
Estamos en el tiempo de Cuaresma. Tiempo especialmente de conversión y de
preparación para los catecúmenos.
En este tiempo, nosotros que ya estamos bautizados, podemos recorrer de nuevo
ese camino de Iniciación Cristiana hasta llegar a la Pascua. En él podemos
renovar los compromisos de nuestro bautismo para así refrescar de nuevo nuestra
llamada a la evangelización.
Podríamos decir que la iniciación cristiana es un proceso de transformación, por
el que somos introducidos definitivamente, por el designio salvador del Padre, al
misterio pascual de Jesucristo, de tal forma que, regenerados como hijos de Dios
y llenos del Espíritu Santo, nos identificamos progresivamente con Cristo
haciéndonos uno con Él y pregustando ya de la vida nueva del Reino de los
cielos.
La iniciación cristiana hace al hombre participar del Misterio de Dios, y lo invita
a transformar su historia en historia de salvación; "no es otra cosa que la primera
participación sacramental en la muerte y resurrección de Cristo".
Se trata, entonces, de recibir las transformaciones no con sentido de resignación
o de pesimismo, sino, como eventuales desafíos u oportunidades que Dios nos
confía en la certeza de que Él no abandona jamás a su pueblo y también hoy lo
conduce a nuevos e inesperados espacios de vida.
Esos nuevos espacios de vida el Papa Francisco les dedica su importancia cuando
habla de los carismas dentro de la Iglesia.
8
Nos debe quedar claro que el trabajo de la nueva evangelización es un trabajo
destinado a todos los católicos. Si en algo ha insistido el Concilio es en la
corresponsabilidad de todos los bautizados por propagar la buena noticia. No hay
ya cristianos de primera o de segunda clase, meros espectadores del trabajo de
otros. Todos somos corresponsables en la evangelización del mundo: “Por lo cual
todos los hijos de la Iglesia han de tener viva conciencia de su responsabilidad
para con el mundo, han de fomentar en sí mismos el espíritu verdaderamente
católico y consagrar sus fuerzas a la obra de la evangelización.”1
El impulso de la evangelización es tarea de todos, pero no todos deben o pueden
hacer lo mismo. Por eso descubrimos que el Espíritu Santo sopla dentro de la
Iglesia para dar a cada uno una tarea específica.
Lo que sí debemos tener muy claro, y así lo afirma el Papa, que los carismas
están al servicio de la comunión.
“Cuando la Iglesia, en la variedad de sus carismas, se expresa en
comunión, no puede equivocarse”
El Papa, hablando sobre los dones con los que el Señor edifica y hace más
fecunda a la Iglesia, en la catequesis del miércoles 1 de octubre de 2014, dijo que
entre estos dones de Dios están los carismas. Y explicó que “un carisma es más
que un talento o una cualidad personal. Es una gracia, un don que Dios da por
medio del Espíritu Santo. No porque alguien sea mejor que los demás, sino para
que lo ponga al servicio de los demás con la misma gratuidad y amor con que lo
ha recibido”.
1
Concilio
Vaticano
II,
Decreto
Ad
gentes,
7.12.1965,
n.
36
“El Sucesor de Pedro, por voluntad de Cristo, está encargado del ministerio preeminente de
enseñar la verdad revelada. El Nuevo Testamento presenta frecuentemente a Pedro "lleno del
Espíritu Santo", tomando la palabra en nombre de todos. Por eso mismo San León Magno
habla de él como de aquel que ha merecido el primado del apostolado. Por la misma razón la
voz de la Iglesia presenta al Papa "en el culmen —in apice, in specula—, del apostolado". El
Concilio Vaticano II ha querido subrayarlo, declarando que "el mandato de Cristo de predicar el
Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) se refiere ante todo e inmediatamente a los obispos
con Pedro y bajo la guía de Pedro".” (Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, 7.12.1965, n. 67)
“A los obispos están asociados en el ministerio de la evangelización, como responsables a
título especial, los que por la ordenación sacerdotal obran en nombre de Cristo (103), en
cuanto educadores del pueblo de Dios en la fe, predicadores, siendo además ministros de la
Eucaristía y de los otros sacramentos.” (Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, 7.12.1965, n.
68).
“Los religiosos, también ellos, tienen en su vida consagrada un medio privilegiado de
evangelización eficaz. A través de su ser más íntimo, se sitúan dentro del dinamismo de la
Iglesia, sedienta de lo Absoluto de Dios, llamada a la santidad. Es de esta santidad de la que
ellos dan testimonio. Ellos encarnan la Iglesia deseosa de entregarse al radicalismo de las
bienaventuranzas. Ellos son por su vida signo de total disponibilidad para con Dios, la Iglesia,
los hermanos.” (Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, 7.12.1965, n. 69).
“Su tarea primera e inmediata no es la institución y el desarrollo de la comunidad eclesial —esa
es la función específica de los Pastores—, sino el poner en práctica todas las posibilidades
cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del
mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora, es el mundo vasto y complejo de la
política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de
la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades
abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el
trabajo profesional, el sufrimiento, etc.” (Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, 7.12.1965, n.
70).
9
¿Qué es un carisma?
Son dones extraordinarios que el Espíritu Santo derrama en la Iglesia, para el
bien de la Iglesia y de las personas, y para reavivar la fe en las diferentes
comunidades eclesiales (CEC).
Y respecto de los carismas, nos dice el Concilio Vaticano II que para realizar la
evangelización “el Espíritu Santo da a los fieles (cf. 1Cor 12, 7) dones
peculiares, distribuyéndolos a cada uno según su voluntad (1 Cor 12, 11)” (AA
1-3).
Los Carismas son, pues, dones espirituales, que Dios da como un regalo y que no
dependen del mérito ni de la santidad de la persona, ni tampoco son
necesarios para llegar a la santidad. Sin embargo, al usarlos como un servicio al
prójimo, de hecho, se produce progreso en la vida espiritual, pero no por el
Carisma en sí, sino por el acto de servicio.
En cuanto a los Carismas, hay que tener muy presente no caer en actitudes
equivocadas. El papa hace mucho énfasis en esto y se lo hemos escuchado en
muchas ocasiones:
Desecharlos por incredulidad o falta de sencillez espiritual, o ahogarlos
por temor. A tal efecto nos dice San Pablo: “No apaguéis el Espíritu, no
desprecies lo que dicen los profetas. Examinadlo todo y quedaos con lo
bueno” (1ª Tes. 5, 19-21).
Considerarlos lo más importante en la oración o en la evangelización.
Los Carismas son sólo auxilios en la evangelización, para despertar y
fortalecer la fe de aquéllos en medio de los cuales se manifiestan estos
dones extraordinarios del Espíritu de Dios.
Considerarlos como propios de la persona a través de la cual se
manifiestan. Los carismas no se poseen. Ni tampoco puede decirse que
éstos poseen a la persona. Como todo don de Dios, son de Dios. Es Dios
actuando a través de la persona que se deja poseer por el Señor, que es
Quien actúa a través de esa persona. La persona viene a ser instrumento de
Dios. Y así como no puede decirse que la música es del instrumento a
través del cual esa música suena, tampoco puede decirse que el carisma es
de la persona a través de la cual se manifiesta.
El carisma ha de potenciar la comunión y la unidad, si no es verdadero carisma.
Así dice el Papa:
“un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su
capacidad para integrarse armónicamente en la vida del Pueblo de Dios
para el bien de todos. Una verdadera novedad suscitada por el Espíritu no
necesita arrojar sombras sobre otras espiritualidades y dones para
afirmarse a sí misma” (130).
Por tanto, las condiciones que reclama la espiritualidad de comunión son:
10
Tomar conciencia de que somos hombres y mujeres, acogidos por Dios, no en
abstracto sino en 1ª persona del singular. Es importantísimo este paso para que
“la unidad”, que exige Jesús a sus discípulos, sea fruto del corazón y no
simplemente de unas teorías o ideas que a la larga no sirven para nada.
La acogida de uno mismo: yo soy el primer gran don que he de acoger. El no
acogerse uno a sí mismo es a menudo causa de problemas y de acciones
pastorales erróneas, y desdibuja la relación de comunión entre Dios y el hombre
o la mujer.
Un maestro estaba explicando en clase los inventos modernos:
“¿Quién de vosotros puede mencionar algo importante que no
existiera hace cincuenta años?”.
Un avispado rapaz que se encontraba en la primera fila levantó
rápidamente la mano y dijo: “Yo”.
Efectivamente, él era el mejor y más importante invento.
Raúl Berzosa, “Parábolas para una nueva evangelización”, p. 105
Tener una mirada desde el corazón hacia el misterio de la Trinidad: Comunión
de personas por excelencia, que nos permite percibir en el hermano la luz que
emana de su corazón.
Crear conciencia, fomentar y vivir la comunión desde la común identidad
bautismal. Se trata de ir a la raíz. Todo lo demás que hagamos sin ir a esa raíz,
dejará en pie algunas distancias o divisiones. La "actitud básica para vivir la
comunión eclesial" es tomar en serio ese amor con que el Espíritu nos injerta en
la vida, muerte y resurrección de Jesucristo por el bautismo; amor que nos hace
hijas e hijos del Dios de Jesús, y hermanas y hermanos, amor sin fronteras ni
límites, insobornable y gratuito, que va primero a los últimos y ama también a los
enemigos, con todas las consecuencias, “amaos los unos a los otros como yo os
he amado”.
Preguntaron los discípulos al maestro:
¿Cuándo se puede afirmar que una persona y una comunidad están
centradas?
El maestro no tuvo que pensarlo mucho:
- << Para que una rueda gire no basta con que sea perfectamente
circular, sino que hace falta que esté bien centrada, así un cristiano
o una comunidad deben estar centrados en Cristo. La pobreza, la
vivencia comunitaria, o incluso la misma evangelización,
practicadas sin una experiencia mística fuerte, engendran cristianos
descentrados. El Evangelio afirma: Los llamó para estar con Él y
después, sólo después, los envió a predicar y sanar >>.
11
Todo carisma nace de una necesidad apremiante que se da en la Iglesia. ¿A qué
estoy llamado yo, aquí y ahora, en el seno de la Iglesia y para el anuncio de la
Palabra?
Mi misión es emprender un itinerario hacia Dios, de forma que a los que me
rodean les permitan hacer la experiencia del Espíritu. Carisma y empuje
evangelizador se convierten en sinónimo cuando el cristiano de a pie se deja
conquistar por Cristo como le viene presentado y vivido en el evangelio.
La vuelta a los orígenes que tan fuertemente ha sido favorecida por el Vaticano II
y recomendada por Pablo VI, Juan Pablo II y ahora el Papa Francisco, es posible
realizarla, al menos en una parte, cuando todos nosotros nos decidamos a amar a
Cristo y a amarlo en el prójimo con las mismas características con que lo amó Él.
Sin duda alguna que cada persona amará a Cristo con sus connotaciones muy
particulares, pero si se vive una escuela de amor, la enseñada por el mismo
Cristo, esas connotaciones particulares brillarán aún más.
Y quien resultará beneficiado en última instancia, además de nosotros mismos, lo
será sin duda el hombre de nuestro tiempo que al ver el empuje avasallador de
unos cristianos convencidos, que viven el amor, se sentirán llamados a conocer
este amor, que no es sino la esencia de la evangelización.
Concluyo esta meditación con unas breves consideraciones prácticas que nos
pueden ayudar a nuestra conversión en este tiempo de cuaresma y a descubrir
cuáles son esos nuevos caminos de evangelización a las que nos invita el Papa e
incluso la misma sociedad que nos rodea:
Las actitudes que hemos descrito brevemente hasta este momento exigen ciertas
cualidades; trabajarlas será para nosotros una “ascesis”, es decir, plantearnos, de
nuevo y a fondo, nuestra situación personal a la luz de Dios e intentar discernir lo
que Dios nos revela a cada uno en particular y a la humanidad. Describamos
algunas cualidades siguiendo la exhortación del Papa.
No estar cerrado en uno mismo. El que vive cerrado en sí mismo, no puede
acoger porque no deja que nadie entre “en su casa”. Existen mil maneras de
poner obstáculos a la acogida del otro, como hay mil maneras de vivir encerrado
en uno mismo.
Tener un corazón disponible. Esto implica humildad, que es sinónimo de
pobreza. Los ricos no pueden acoger. En su corazón no hay espacio para el Otro
ni para los otros, porque está lleno… Siempre los temas, riqueza etc, vinculados
a la experiencia espiritual, hemos de referirlos a nosotros en primera persona del
singular.
No ser celoso de lo que uno tiene. El miedo a ser expoliado impide la acogida.
Ver al “otro” como un enemigo, no predispone a la acogida. ¿Os imagináis que
Dios contemplara al hombre, la mujer, como contrincantes? Llegados aquí, surge
inevitable la pregunta: ¿cómo veo al otro?, ¿cuáles son mis temores respecto a
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él?, ¿es alguien que viene a perturbar mi paz?, ¿es alguien que me puede
desinstalar?.
Por tanto, podemos concretar diciendo:
La acogida de nuestra situación personal, el sabernos acogidos por Dios,
comporta, por nuestra parte, unos gestos, una praxis que nos puede ayudar.
"Una mirada al corazón desde el misterio trinitario que habita en nosotros.
Reconocer su luz, la luz de Cristo en el rostro de los hermanos.
Sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo Místico, como
alguien que me pertenece.
Atender sus necesidades. El cristiano está llamado a ser el brazo del Señor en la
vida diaria. Y brazo significa un hombre donde la gente pueda apoyarse; una
mano dispuesta siempre a dar; un abrazo siempre dispuesto a acoger.
Ver lo que hay de positivo en el otro.
Valorarlo como don de Dios para mí.
Llevar mutuamente las cargas.
Rechazar tentaciones egoístas que engendran competitividad, desconfianzas y
envidias.
Sentir al hermano como “uno que me pertenece”, compartiendo alegrías y
penas, triunfos y fracasos, y ofreciendo, al mismo tiempo, una acogida de amigo.
Saber “dar espacio” al hermano, llevar la carga de los otros, rechazar el
egoísmo, la competitividad, la desconfianza y los chismorreos, como tantas veces
nos ha recordado el Papa Francisco.
Fomentar formas incipientes de inculturación.
Si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible que, en
lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos
avance alguno y, en ese caso, no seremos partícipes de procesos históricos con
nuestra cooperación, sino simplemente espectadores de un estancamiento
infecundo de la Iglesia.
El anuncio es de persona a persona, pero también desde cualquier institución,
gestos, símbolos, palabras, acciones, tareas, es decir, debemos convertir toda
nuestra vida en un testimonio de la vida de Cristo.
La espiritualidad de la comunión en la evangelización reclama, finalmente,
disponibilidad, comprensión, solidaridad, inventiva creadora, improvisación,
diálogo, sentido de la gratuidad y, ante todo, fuerte dosis de discreción,
delicadeza, prudencia, tacto y, sobre todo, discernimiento espiritual.
Los nuevos caminos de la evangelización reclaman fundamental y
radicalmente: conversión y oración.
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