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Las Epístolas de Juan: DE hijitos a la madurez
1
“Las Epístolas de Juan”
De hijitos a la madurez
La Primera Epístola de Juan
La semejanza a Cristo (2:28-3:33)
1ªJn 2:28 “Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos
confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados”.
El apóstol Juan nos manda que permanezcamos en Cristo. Este es el mensaje que Jesús
predicó en Juan 15. En Juan 15:1 Jesús dijo: “Yo Soy la vid verdadera, y mi Padre es el
labrador”, en un Juan 15:4: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no
puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no
permanecéis en mi”.
El Señor quiere que “permanezcamos en Él”, porque no podemos llevar fruto si no estamos
unidos a Él; así como tampoco una rama puede llevar fruto si no está unida a la vid. Sin Cristo,
no podemos hacer nada.
¿Qué quiere decir: “permanecer en Cristo”? Jesús nos da la respuesta: “Si permanecéis en mí, y
mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho… Si
guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los
mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Juan 15:7,10).
Permanecer en Cristo significa que guardemos Sus mandamientos y que Su Palabra permanece
en nuestros corazones.
En este versículo, Juan agrega una promesa al mandato del permanecer en Cristo: “Para que
cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él
avergonzados”. Si permanecemos en Cristo, no nos avergonzaremos en Su segunda venida.
1ªJn 2:29 “Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido
de él”.
Porque Cristo es justo, los que verdaderamente han nacido de Él también caminaran en rectitud.
El salmista dice de Cristo en Salmos 45:7: “Has amado la justicia y aborrecido la maldad”. En
Salmos 11:7 leemos: “Porque Jehová es justo, y ama la justicia; el hombre recto mirará su
rostro”. El Señor se goza en ver la justica en Su pueblo; esto deleita Su corazón. Por lo tanto,
como dice Juan, es obvio que los que caminan en rectitud han nacido de Dios.
Capítulo 3
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Las Epístolas de Juan: DE hijitos a la madurez
2
Este capítulo comienza con un tono de asombro en relación con el amor de Dios. Es como si el
amado apóstol dejara escapar una expresión del arrobamiento al ver el amor de Dios por
nosotros.
1ªJn 3:1 “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de
Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él”.
El significado de la expresión que se traduce “ha dado” es el gesto de un soberano que desea
mostrar su gratitud o aprecio a un súbdito que le ha brindado un servicio valioso. Sin embargo,
Dios nos “ha dado” un honor mucho mayor que el título de duque, conde o caballero. Él nos ha
dado el privilegio de ser literalmente los hijos de Dios.
En Juan 1:12 leemos en cuanto a Cristo: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en
su nombre, le dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. En realidad, existe un único ejemplo en
la tierra de un rey que otorga semejante honor a su súbdito. Esto ocurría cuando el Emperador
Romano proclamaba a su heredero (y, por consiguiente, su hijo legitimo) para sucederlo. En la
Biblia, puede parecerse al caso de Faraón al hacer a Jose el segundo gobernante de la tierra de
Egipto después de él.
Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. En varios pasajes en los
Evangelios, Jesús da a entender que identificarnos con Él implica que seremos rechazados por
este mundo. Jesus dijo en Juan 15:8: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha
aborrecido antes que a vosotros”.
Jesús también declaro en cuanto a sus discípulos, en Juan 17:4: “Yo les he dado tu palabra; y
el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”. El
mundo ama a los suyos y nosotros no somos de este mundo; por lo tanto, el mundo no nos
reconocerá.
1ªJn 3:2 “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos
de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le
veremos tal como él es”.
El ser hijos de Dios no es solo una condición futura, sino una gloriosa realidad presente. Pablo
en Efesios 2:6 que Dios “nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”.
Al decir “aún no se ha manifestado lo que hemos de ser”, las palabras de Juan son un eco de
las de Pablo en Efesios 2:7, donde este último dice: “Para mostrar en los siglos venideros las
abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”.
Mirando con los ojos de la fe, Juan exclama: cuando él se manifieste, seremos semejantes a él.
En el sentido más completo, esto señala Su Segunda Venida, ya que será admirado por todos
Sus santos en este glorioso evento (2 Ts. 1:10). Como declara el rey David en Salmos 17:15:
“En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu
semejanza”.
Porque le veremos tal como él es. En consecuencia, la medida en que nuestros ojos
contemplen al Rey en Su hermosura (Is. 33:17), será la medida en que seremos como Él.
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Pablo dice en 2 Corintios 3:18: „Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en
un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen,
como por el Espíritu del Señor”.
Al medida que el Espíritu Santo nos revela a Jesús, hay una impartición de ese aspecto
particular de Su gloria y bondad sobre nuestra vida. Por lo tanto, la medida en que tengamos
una progresiva revelación de Jesús, será la medida en que seremos transformados a su imagen
y semejanza.
1ªJn 3:3 “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él
es puro”.
¿Cómo nos purificamos? El rey David nos da las claves para la purificación en Salmos 51:
1.
2.
3.
4.
5.
Debemos reconocer nuestra transgresión (v. 3)
Debemos reconocer que nacimos en pecado (v.5)
Debemos reconocer que necesitamos ser lavados (v.7)
Debemos reconocer que necesitamos ser purificados (v.7)
Debemos pedirle a Dios que ponga en nosotros un corazón limpio (v. 10)
La pureza y la revelación progresiva y permanente de Cristo al creyente fluyen juntas desde que
Jesús declaró: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt.
5:8). Debemos orar: “Lávame Señor, purifícame, y crea en m, querido Jesús, un corazón
limpio, de modo que puedas morar en mí y establecer en mi tu trono en mi corazón”.
Jeremías 17:9 declara: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso;
¿Quién lo conocerá?” Por lo tanto, lo necesitamos a Él para que quite el corazón de piedra y
nos dé un corazón de carne como nos promete en Ezequiel 36:26. Sin embargo, también
debemos señalar que para que esta obra se lleve a cabo debemos pedírselo (Ez. 36:37). En
otras palabras, debemos buscar diligentemente al Señor para que realice en nuestras vidas esta
obra de gracia.
Dios: Su naturaleza sin pecado (3:4-10)
Esta porción de la epístola a menudo se interpreta erróneamente. En consecuencia, ha llevado
a muchos queridos creyentes a la condenación y la esclavitud, de modo que necesitamos
analizar cuidadosamente lo que el amado apóstol dice en este pasaje.
1ªJn 3:4 “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es
infracción de la ley”.
Juan nos da una sencilla definición de pecado: quebrantar o transgredir la ley. El pecado
quebranta la ley, que es santa (Ro. 7:12). Nunca debemos olvidar que Jesús no vino a destruir
la ley, sino a cumplirla y escribirla en las tablas de carne de nuestros corazones.
1ªJn 3:5 Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él.
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En Juan 1:29, Juan el Bautista presentó a Jesús en estos términos: “He aquí el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo”. Aquí Juan agrega y no hay pecado en él. Jesús es el
perfecto Cordero de Dios.
Pablo dijo en 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado,
para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. La clave para obtener victoria
sobre el pecado es permanecer en Cristo, porque en Él no hay pecado (He. 4:15).
1ªJn 3:6 “Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto,
ni le ha conocido.”
Permanecer en Cristo significa guardar Sus mandamientos (Jn. 15:10), y, mientras
permanezcamos en Cristo, no pecaremos.
A la inversa, todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. Esto se refiere a los que
pecan continuamente, no a los que son vencidos por una falta o caen involuntariamente.
Esto no está dicho para justificar el pecado, sino para que miremos compasivamente las vidas
de los cristianos con una actitud de comprensión y realismo.
En Romanos 7:15-23, el apóstol Pablo desarrolla este conflicto continuo entre el bien y el al
dentro de nosotros:
“Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco,
eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que
ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto
es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.
Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que
no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer
el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito
en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi
mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”.
Proverbios 24:15 dice: „Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse”. Si usted
peca y desagrada a Dios, no se desanime ni se dé por vencido. Arrepiéntase, solucione el
problema con Dios, y continúe en la senda de justicia que brilla más y más cada día.
1ªJn 3:7 “Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo”.
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En el tiempo de Juan había personas que declaraban que no importaba lo que una persona
hiciera en la carne. Estos abogaban a favor de pecar y de cualquier cosa que hiciera que una
persona se sintiera bien, sin importar las consecuencias. No nos dejemos engañar del mismo
modo. Andemos en el Espíritu, para que la justica de la ley se cumpla en nosotros (Ro. 8:4).
1ªJn 3:8 “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el
principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo”.
Según la Biblia existen, básicamente, dos padres: el Padre Celestial y Satanás. Al Padre
Celestial se le llama el Padre de las luces, “en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”
(Stgo 1:17). Al diablo se le llama “padre de mentira” (JN. 8:44) ¿A cuál padre pertenecemos?
Nuestra forma de vivir declara de quien somos hijos. Si caminamos tras los deseos de la carne,
nuestro padre es el diablo, aun cuando confesemos creer en Cristo. Si caminamos a la luz de la
Palabra de Dios, como Él está en luz, nuestro padre es Dios.
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