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“¿Se puede morir de amor?”: El VIH ahora más que
nunca resiste a los medicamentos
Por Manuel Antonio Velandia Mora
Ricardo, un colombiano de 37 años, es uno de los rostros de una amenaza
de la que mucha gente ha oído hablar, pero no ha visto materializada: ser
resistente a los tratamientos farmacológicos.
Por años, Ricardo Montes* vivió una historia de patologización. Primero fue su madre,
quien le hizo asumir su vida como si hubiera nacido enfermo. A ella se sumó su padre,
después vinieron los compañeros de clase, los vecinos y hasta el sacerdote del barrio. A
sus 17 años, huyó de su pequeño pueblo en Santander, Colombia, hacia la capital,
Bogotá, para poder ser lo que siempre había querido ser: un hombre homosexual,
profesional, con una pareja estable y con la vida económica bien resuelta.
Durante una entrevista que recientemente mantuvimos Ricardo aseguró que lo logró
todo, pero que nunca imaginó que en el amor encontraría su perdición. Según dice,
cuando vio caminar con su ritmo pausado a quien hasta hace cinco meses y tres días fue
su pareja -y experimentó la sensación de haber sido atravesado por su mirada verde
intensa-, se deslumbró con sus maravillosos dientes blancos y quiso dejar perder sus
dedos entre sus cabellos enredados, aun cuando lo que menos pensó fue que esta sería la
primera de muchas veces en las que rompería sus normas y aceptaría tener relaciones
sin condón.
“¿Quién puede resistirse al impulso del amor?”, aseguró entre triste y nostálgico;
“¿quién puede negarse ante la posibilidad de tener lo que siempre ha deseado?”,
continuó. “¿Quién puede decirle que no a alguien que sabe cómo enredarte en sus
palabras al mismo tiempo que te hace sentir el ser más maravilloso del universo?”. Por
un momento, sus expresiones me recordaron la misma expresión que he escuchado en
hombres y mujeres cuando descubren que portan el virus de inmunodeficiencia humana
que causa el sida, VIH.
“Caí como un tonto... Lo peor de todo es que no me arrepiento, pero tampoco puedo
negar que me siento algo culpable; no solo he oído hablar del sida, también sé
perfectamente cómo se transmite y no se trasmite; es más, durante un tiempo fui
voluntario en una organización que trabaja en este tema, pero luego de conocerlo me fui
alejando de todo, incluso dejé a muchos de mis amigos y me entregué por completo a
Alfonso, me entregué por completo, de cuerpo y alma... ¡sin ninguna barrera!”, afirmó
Ricardo como quien reflexiona en voz alta.
Después de un momento de silencio, Montes recordó a Alfonso, su pareja durante 14
“cortísimos” meses, quien enfermó rápidamente. Recuerda Ricardo que cuando
decidieron consultar al médico fue demasiado tarde. “El virus ya había invadido todo su
cuerpo y las infecciones oportunistas siguieron unas a otras, por eso no pudieron darle
medicamentos inhibidores del VIH.”.
Ricardo no quiso hacerse ninguna prueba para detectar en su organismo la presencia del
“bicho” (así se refiere al virus), aunque, afirma que estaba seguro que se encontraba
infectado. “Preferí esperar y acompañarlo, estuve con él hasta su muerte, vino rápido,
mucho más rápido de lo que habíamos pensado”, agregó.
Cuenta, además, que lloró dos días sin parar. “Permití que fluyera hasta la última de mis
lágrimas y creo que no sólo lloré por él, sobre todo lloré por mí, porque me sentí solo,
porque me negaba a que me hubiera abandonado y sobre todo porque al decidir dejar
Colombia, también dejaba mi trabajo, mi apartamento y a mi madre”.
Ricardo se mudó a España y no precisamente para buscar apoyo. Fue tres meses
después de haber llegado a ese país que pidió por teléfono una cita para el counseling en
una organización de hombres homosexuales. Dice que quien lo atendió para darle apoyo
emocional le preguntó si quería saber si estaba infectado o no. Él dijo “sí” y unos
minutos después le hicieron una prueba diagnóstica la cual fue con una pequeña gota de
sangre. “Mientras hablábamos yo casi no oía nada, estaba seguro que sería reactiva.
Unos treinta minutos después de haberme sangrado me dio el diagnóstico, fue positivo”.
El hombre que le atendió le sugirió ir a la consulta médica y confirmar el diagnóstico.
Montes aceptó el acompañamiento. “Fuimos juntos al hospital, me hicieron una
consulta médica, me tomaron una muestra y debí volver dos días después por el
resultado”. Le dijeron que deberían confirmar el diagnóstico y que en caso de que fuera
positivo le harían otras pruebas. Pasada una semana le informaron que debería hacer una
prueba de resistencia a los medicamentos inhibidores del VIH.
El médico le informó que los virus que estaban en su cuerpo tenían la mutación Q148R
combinada con las resistencias E138K, G140A y V541; que éstas se asocian con un
nivel alto de resistencia a inhibidores de la integrasa (un tipo de medicamentos que
inhibe la multiplicación del virus del sida). “Mejor dicho, mutaciones en la estructura
del VIH que suelen observarse después de un fracaso a largo plazo”, agregó.
Enfrentar “la resistencia”
Luego de meditarlo por un tiempo, Ricardo Montes asumió que su ex pareja se había
infectado con alguien que era resistente a los medicamentos o había hecho un mal uso
de estos “porque muy seguramente no era muy adherente al tratamiento y por eso tenía
esas mutaciones que los hicieron a ambos resistentes a los retrovirales”.
Aseguró además que no sabía cuál fue la causa, pero “si él debía tomar medicamentos
yo nunca lo vi hacerlo. Tampoco sé qué significan esas letras y números, pero tengo
claro que no me sirven todos los medicamentos existentes”. El problema al que se
enfrentó desde ese momento fue su resistencia a algunas de las posibilidades de
tratamiento existentes, lo que hace que tenga menos opciones terapéuticas
farmacológicas, por lo que le fue recomendado continuar con el apoyo emocional.
“Estamos hablando de una amenaza que nunca pensé que me pudiera afectar. Para mí es
extraño pensar que la resistencia a unos medicamentos pueda transmitirse a otra
persona, pero la resistencia antimicrobiana es una amenaza silenciosa que puede afectar
a cualquiera”, agregó Ricardo con un rostro de preocupación.
Este virus no es el único “resistente”
La medicina ha registrado que no solo se puede ser resistente a los medicamentos que
inhiben la presencia del VIH en la sangre, un ejemplo es la resistencia de las bacterias a
los antibióticos lo cual se conoce desde hace varias décadas. Pocos años después de que
fármacos para este virus empezaron a administrarse, la resistencia era ya evidente.
Durante los últimos treinta años el problema de la resistencia a los antimicrobianos ha
sido un foco de atención para profesionales médicos, especialistas en salud pública e
incluso para organizaciones de consumidores.
Los esfuerzos de los gobiernos y las asociaciones comunitarias para que ello no suceda
han aumentado pero los cambios todavía no son proporcionales a la magnitud de la
amenaza. Al menos así lo registra el material informativo de ReAct Latinoamérica
“Cuidar y Curar: Comprendiendo la resistencia bacteriana a los antibióticos”.
Por su parte, La Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Uppsala en Suecia
ha comunicado por intermedio de ReAct Global que “la situación es grave puesto que
hay un déficit de información que demanda una respuesta urgente por parte de
activistas, instituciones y agencias relacionadas con la salud”; además, hay poco
presupuesto público para financiar investigaciones al respecto pues la resistencia
involucra a diversos patógenos, que son transmitidos de diferentes maneras y que
causan una amplia variedad de enfermedades.
A esto se le suma que en los países donde los fármacos de segunda o tercera generación
son accesibles, se ha cambiado la terapia a los nuevos antibióticos cuando los niveles de
resistencia a los antiguos han llegado a índices „incómodamente‟ altos. Esto conlleva
serias implicaciones porque disminuye las posibilidades de tratar las enfermedades
infecciosas exitosamente.
Actualmente los más vulnerables son aquellos con su sistema inmunológico deprimido:
pacientes oncológicos, niños desnutridos y personas con VIH (como Ricardo), quienes
por razones de supervivencia frecuentemente necesitan acceso a una terapia efectiva que
prevenga y trate las infecciones severas.
Una persona seropositiva para el VIH que recibe tratamiento con antivirales reduce el
riesgo de su transmisión en un 96%, según un estudio publicado por United States
National Institutes of Health, el pasado 12 de mayo. Este avance de gran importancia
supondrá una revolución en la prevención de esta enfermedad, pero para las personas
que viven con el VIH que tienen acceso al tratamiento y que no hacen un uso adecuado
de sus medicamentos y para sus parejas en relaciones sin condón esta opción disminuye
considerablemente.
El uso adecuado de los medicamentos es esencial en la lucha ante este desafío de salud
pública. Una de las causas para la pérdida de efectividad de los antimicrobianos es la
generalización del uso inadecuado, debido a una selección equivocada, a un tratamiento
acortado por el alto precio de los fármacos o a que las personas abandonan el
tratamiento cuando sienten que sus síntomas ya han pasado, o no siguen los
lineamientos que el medico les sugiere para la toma adecuada de los mismos.
Las exhaustivas recomendaciones sobre uso adecuado de antibióticos, realizadas por la
Organización Mundial de la Salud chocan de frente con su aceptación y aplicación por
parte de las autoridades de cada país. En Colombia, el Instituto Nacional de Salud
investiga sobre dichas resistencias pero sus esfuerzos requieren un mayor presupuesto,
es necesaria una mayor difusión de sus resultados y una movilización social para que las
personas en la comunidad estén adecuadamente informadas.
Las organizaciones de personas que luchan contra el sida han desarrollado grandes
avances al respecto pero sigue habiendo muchos hombres y mujeres que no han tomado
conciencia de que la resistencia a los medicamentos no solo les afecta a ellos sino
también a otras personas en la comunidad, personas como Ricardo quien tan solo
buscaba amor y encontró, por el descuido de otros y el suyo propio, que su vida se
acorta.
El caso de Ricardo podría considerarse „afortunado‟, pues su situación económica le
permite unas condiciones superiores de asistencia a las que hubiera podido lograr en
Colombia o en otras regiones donde los antimicrobianos de segunda y tercera línea no
están disponibles, razón por la que una cantidad indeterminada de personas mueren, aun
cuando en cierta medida estas muertes podrían considerarse prevenibles.
* El apellido del entrevistado fue cambiado por solicitud expresa de la fuente.