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Transcript
F.A.Q. (PREGUNTAS FRECUENTES) SOBRE EL
CALENTAMIENTO GLOBAL
Nunca ha habido demasiadas dudas sobre que la emisión del dióxido de carbono (CO2),
componente natural de la atmósfera y subproducto de la combustión de combustibles fósiles,
tiene cierto efecto de calentamiento en el planeta. Pero el impacto de las emisiones de este gas
invernadero causadas por el hombre puede ser de poca importancia. Lo verdaderamente
importante es saber si es cierto o no que la emisión de CO2 supone un factor significativo en el
cambio de temperatura en comparación con la variabilidad natural, cuáles serían las probables
consecuencias del calentamiento y lo que se debería hacer al respecto. Para explicar mejor
estos temas, este artículo busca dar respuesta a esas preguntas frecuentes sobre el
calentamiento global.
¿Es el calentamiento global algo sin precedentes?
No. La temperatura media de la tierra ha aumentado durante los últimos 30 años y muchos
apuntan a este hecho como evidencia de un calentamiento peligroso inducido por los humanos.
Pero las temperaturas han subido y bajado muchas veces antes de eso. El período cálido
medieval (1100-1450) y otros períodos anteriores eran probablemente tan cálidos o más que el
presente. La tierra se estaba enfriando no hace mucho, en el período comprendido entre los
años 40 y los 70, dando lugar al temor de una próxima edad de hielo; sin embargo las
temperaturas comenzaron a aumentar a mediados de los años 70 hasta nuestros días. Aunque
es probable que las actividades humanas hayan contribuido al calentamiento, las temperaturas
actuales están dentro del promedio de variabilidad natural.
¿Es el calentamiento global algo catastrófico?
Todo lo contrario. Dado que la actual tendencia ascendente en las temperaturas no es algo sin
precedentes, es lógico que un calentamiento menor no nos lleve a catástrofes sin precedentes;
la evidencia científica lo confirma. Según recientes investigaciones, el planeta y sus habitantes
son mucho más resistentes a la variabilidad de temperatura de lo que se ha asumido
previamente; el calentamiento de las últimas décadas no ha sido particularmente dañino para
los seres humanos o el medio ambiente. Prácticamente toda la retórica alarmista que rodea al
calentamiento global es especulativa y se encuentra fuera del consenso científico. De hecho,
varios respetados economistas creen que cualquier probable calentamiento futuro tendría
ventajas (como, por ejemplo, un aumento del rendimiento agrícola) que compensarían los
modestos impactos adversos en Estados Unidos.
¿No fue el calentamiento global el causante del huracán Katrina y otros desastres
naturales?
No. Los desastres naturales son justamente eso, y ocurren con o sin calentamiento global.
Muchos activistas han intentado ligar cada desastre natural –huracanes, olas de calor, sequías,
inundaciones, fuegos incontrolados, cosechas fallidas, epidemias y hasta tormentas de nieve–
al calentamiento global según iban teniendo lugar. Aunque el vínculo teórico entre el
calentamiento y algunos desastres naturales es verosímil, las evidencias científicas apuntan a
que esa relación sería, de existir, bastante pequeña. No hay un patrón constante a largo plazo
en la frecuencia de estos sucesos. Por ejemplo, el huracán Katrina formó parte de una
temporada de huracanes en 2005 más grande que la media, pero en cambio la temporada 2006
fue extraordinariamente floja.
¿Podría el protocolo de Kyoto u otras medidas de lucha contra el calentamiento global
hacer más daño que bien?
Sí. Por ejemplo, considere los huracanes. Podría gastarse enormes cantidades de dinero
intentando atenuar el calentamiento global como medio indirecto de reducir futuros daños a
causa de los huracanes, pese a que no hay consenso sobre un vínculo entre el calentamiento
global y los huracanes. Los recursos usados en esta iniciativa no estarían disponibles para
mejoras en sistemas de advertencia, control de inundaciones, reglamentos de construcción,
planes de evacuación, ayudas paliativas o cualquier otra cosa que realmente habría podido
marcar la diferencia en el huracán Katrina. También póngase a pensar en la historia del éxito
más grande de Katrina: el millón o más de personas que se subieron al coche familiar y
condujeron hasta salir de la situación de peligro días antes de que golpeara la tormenta. Si las
restricciones energéticas al estilo Kyoto hubiesen hecho que los automóviles y la gasolina
alcanzaran precios prohibitivamente costosos para algunos, (algo muy probable), habría habido
más gente varada en Nueva Orleans y otras ciudades costeras.
¿Nos estamos enfrentando a un aumento de 7 metros del nivel del mar debido al
calentamiento global?
Eso es altamente inverosímil y no forma parte de ningún consenso científico. En su libro y
documental Una verdad incómoda, Al Gore eligió centrarse en los impactos catastróficos de
una subida del nivel del mar de 6 a 7 metros, incluyendo numerosas áreas costeras
densamente pobladas que se convertían en presas del mar. El recientemente publicado
resumen del Informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático 2007 (IPCC)
estima, sin embargo, una subida en el nivel del mar de sólo 18 a 59 centímetros durante el
próximo siglo y hay razones para creer que incluso eso podría ser una exageración.
¿No deberíamos ser "precavidos" y tomar estrictas medidas de prevención contra el
calentamiento global?
No necesariamente. Hay riesgos en el calentamiento global, pero también en la política para
combatirlo. Los combustibles fósiles –el carbón, el petróleo y el gas natural– representan la
mayor parte de los recursos energéticos del mundo. Será caro reducir las emisiones de los
combustibles fósiles lo suficiente como para provocar los más modestos cambios en la
temperatura futura de la tierra. El Protocolo de Kyoto, ese tratado multilateral que fija topes a
las emisiones de CO2 y otros gases invernadero, realmente conseguirá muy poco. La ejecución
completa de sus medidas de racionamiento energético podría costar cientos de miles de
millones de dólares anualmente pero, según sus impulsores, sólo evitaría un 0,07 de grado
centígrado de calentamiento antes del año 2050. Los costes de ponerle topes a las emisiones
de CO2 son enormes e inmediatos, pero sus beneficios son pequeños y remotos. Y un mundo
más pobre, que sería lo que nos daría Kyoto, tendría menos capacidad para hacerle frente a
cualquier desafío que nos traiga el futuro.
¿No se supone que los costes de Kyoto recaerían en la industria y no en el público en
general?
La idea de que los costes de racionar la energía como ordena Kyoto serían pagados por un
grupo selecto de peces gordos del mundo empresarial y que al resto de nosotros nos saldría
gratis es un error. Cualquier medida lo bastante fuerte como para hacer mella en las emisiones
de CO2 tendría un profundo efecto en la economía y en los presupuestos familiares. La factura
de la luz y los precios de la gasolina subirían, así como el coste de la mayoría de las otras
mercancías que requieren energía para su fabricación y transporte. Los trabajos de
manufactura saldrían del país en enormes cantidades y probablemente irían a parar a naciones
como China que ya han anunciado que no harán nada para ponerle topes al uso energético.
Por lo menos, los propulsores de Kyoto y medidas similares deberían ser sinceros con la
opinión pública sobre los probables costes.
¿No le debemos a la gente de países en desarrollo que los salvemos del calentamiento
global?
Lo que más necesitan los países en desarrollo es precisamente desarrollarse, no adoptar
costosas medidas medioambientales del Primer Mundo que detendrían su progreso económico.
Las consecuencias de la pobreza extrema no son menos temibles que los más locos
panoramas de hecatombe debidos al calentamiento global. El racionamiento energético para
luchar contra el calentamiento global perpetuaría la pobreza al subir los costes energéticos de
los que menos se lo pueden permitir. Lo último que le hace falta a los dos mil millones de
personas que actualmente carecen de acceso a la electricidad, agua potable segura y
alcantarillado es una política de calentamiento global que ponga éstas y otras necesidades aún
más lejos de su alcance.
¿No es el protocolo de Kyoto un éxito en Europa?
No. Las naciones de la Unión Europea que han firmado el Protocolo de Kyoto –y critican con
regularidad a Estados Unidos por no haberse unido a ellos– están fallando considerablemente
en el cumplimiento de sus compromisos. A pesar de los topes en las emisiones de CO2,
prácticamente todos los países de Europa Occidental expulsan más CO2 a la atmósfera que
cuando firmaron el tratado en 1997 y no hay visos de que estos aumentos se estabilicen.
Cumplir con los objetivos de Kyoto para el inminente período 2008-2012 será algo imposible
para la mayoría de estos países; de hecho, las emisiones de muchos de ellos están creciendo
más rápidamente que las de Estados Unidos.
¿Estados Unidos no está haciendo nada por el asunto del calentamiento global?
Eso no es cierto. La administración Bush ha adoptado una estrategia muy sensata frente al
calentamiento global. En vez de comprometerse a iniciativas extremadamente caras para
reducir las emisiones de CO2 de fuentes existentes, la Administración ha evitado sabiamente
fijar topes de emisión de CO2. El Congreso de Estados Unidos no ha ratificado el Protocolo de
Kyoto, y (aún) no ha implementado programas para racionar la energía. En su lugar,
Washington se ha centrado en la investigación de nuevas tecnologías que permitan producir
energía con pocas emisiones de CO2 y de manera rentable. El plan estratégico del Programa
de Tecnología del Cambio Climático (CCTP) de la administración Bush describe las iniciativas
de investigación del gobierno federal actualmente en curso sobre el tema. Por otra parte, ha
impulsado el Pacto Climático del Asia Pacífico (AP6), un acuerdo entre 6 naciones por el que
tanto los países desarrollados y como los que están en desarrollo podrán coordinar la creación
y el despliegue de estas tecnologías dentro de un contexto sostenido de desarrollo económico y
reducción de la pobreza. Este enfoque conducirá a soluciones económicamente prácticas que
se podrían emplear si demostrara su necesidad, en lugar de adoptar medidas inmediatas que
son económicamente ruinosas y que se imponen sean necesarias o no.
©2007 The Heritage Foundation
* Traducido por Miryam Lindberg
Ben Lieberman es analista político del Instituto de Estudios de Política Económica Thomas A. Roe de la Fundación
Heritage.