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Véronica Forqué
Santiago Ramos
de José
Dirección
Miguel Narros
Sanchís Sinisterra
Hace ahora veinte años, cuando escribía las últimas líneas de
esta obra, con Carmela enseñando a los muchachos de las
Brigadas internacionales a pronunciar los nombres del mapa de
su muerte: Belchite... Aragón... España, no podía yo ni imaginar
que estas palabras resonarían, con acentos muy diversos, en
horizontes tan dispares como Uruguay, Turquía, Suecia, Brasil,
México, Alemania, Cuba, Inglaterra, Argentina, Bosnia, Francia,
Chile... y un largo etcétera.
Creía, sinceramente, haber escrito un texto humilde y “barato” para
que mi modesta compañía de aquellos años, El Teatro Fronterizo,
recorriera las tierras de
España recordando a mis
olvidadizos compatriotas
que, cincuenta años atrás, en 1936, las fuerzas más oscuras y
retrógradas de nuestra sociedad -tan vocingleras aún hoy- habían
desencadenado una feroz guerra fratricida, cuyas heridas no habían
sido todavía restañadas.
VEINTE AÑOS DESPUÉS
Cuando estos objetivos -tan locales y circunstanciales- empezaron a
verse desbordados por la realidad (recuerdo mis reservas ante la
primera solicitud de traducción -al francés-, aduciendo que el texto
no se entendería fuera de este país), comprendí que el autor es a
menudo el que menos sabe de su obra. Y que, en definitiva, son los
actores y las actrices quienes, con su cuerpo, su voz, su energía,
sus sentimientos... arraigan los textos en el espacio y en el tiempo,
con la atenta complicidad de sus espectadores. Son ellos y ellas
quienes, habitando y fecundando las frágiles palabras acurrucadas
en la página, transformando la tinta en sangre, hacen del teatro un
arte sin fronteras. Eternos trashumantes, pertinaces apátridas,
contrabandistas de sueños, no respetan los límites políticos,
culturales, económicos, lingüísticos... ni tampoco las severas
restricciones del calendario. Sí: hasta del tiempo se burlan.
En estos veinte años transcurridos he tenido ocasión de ver algunas
de estas extrañas “transustanciaciones” de Carmela, que parece,
efectivamente, no querer borrarse, no resignarse al olvido, esa
segunda muerte de los muertos... Pero, sin desdoro de otras
espléndidas actrices que, tanto en España como fuera de ella -por no
hablar de otros tantos magníficos Paulinos-, mi recuerdo preserva
nítidamente, debo confesar que la perspectiva de reencontrarme
con la Carmela originaria, es decir, con Verónica Forqué, tiene algo
de insólito bucle temporal, de acontecimiento mágico. ¿A qué
travieso tejedor de destinos debo agradecer tamaño regalo?
José Sanchis Sinisterr a
REPARTO
Ca
Carmela: Verónica Forqué
Paulino: Santiago Ramos
EQUIPO TÉCNICO
Realización decorados: Odeón
Realización vestuario: Cornejo
Tansportes: Transdecor S.A.
Maquillaje foto cartel:
Paca Almenara
Peluquería foto cartel:
Antonio Panizza
Maquinaria: Emilio Ayllón
Electricidad: Antonio Regalado
Regiduría: Oscar Molpeceres
Sonido: Alberto Alejos
Sastrería-peluquería:
Bárbara Quero
Representante compañía:
José González
Gerencia: José Casero
Adjunto a la Producción:
Juan Manuel Sánchez
Dirección Producción:
Celestino Aranda
EQUIPO ARTÍSTICO
Ayudante de Vestuario:
Armando S. Sánchez
Ayudante de Dirección:
Luis Luque
Diseño Gráfico:
Arteaga & San José Comunicación
Fotos: Luis Malibrán
Vestuario: Miguel Narros
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Música: Luis Miguel Cabo
Coreografía: Teresa Nieto
Escenografía: Andrea D’Odorico
Autor: José Sanchís Sinisterra
Dirección: Miguel Narros
a
l
e
m
Car
“
Ay
“
¡ Ay, Carmela!, arranca con el encuentro entre Paulino,
superviviente y Carmela, recién muerta. Existe un espacio; un
escenario vacío, real, y un espacio verbal construido por la
palabra de los personajes que se refieren al gran
desconocimiento que existe entre el ser humano vivo y el ser
humano muerto.
Es la metáfora de España, de la España de nuestra guerra
civil, en Belchite, una ciudad que existe, con un teatro Real
que existe y que se llama Teatro Goya.
Peter Brook decía que: “en un escenario vacío todo es
posible”. Esto lo cuenta Sanchís Sinisterra en dos actos y un
epílogo que se inician de la misma manera. Paulino es un
perdedor, está solo en un teatro vacío, donde sólo existen un
par de objetos reales: una vieja gramola y una bandera
republicana medio quemada. Todo ello cargado de un sentido
que se va revelando progresivamente en el transcurso de la
acción dramática. Bandera republicana, canción republicana,
fusilamiento de Carmela y un Paulino que lo ha perdido todo y
al que no le quedan más recursos que los naturales, como
tirarse pedos mientras recita pomposos versos de un
romance de clara tendencia fascista, “Castilla en armas”.
Carmela entra en escena por primera vez en ese momento. No
sabemos si invocada por Paulino o si, como dice la propia
Carmela, para encontrarse con él. A partir de ahí los dos
personajes reavivan una realidad que tiene mucho de doloroso
para Carmela, que ha tomado conciencia social y a la que esa
toma de conciencia ha llevado a la muerte. El acomodaticio
Paulino ha aceptado las sugerencias de un superior, un
teniente italiano, para llevar a cabo una representación tan
burda y grosera como los pedos de los que hace alarde. Él
mismo dice que: “los pedos son la degradación del arte”.
Carmela sabe que esa representación teatral va dirigida a un
público muy especial: los prisioneros de las Brigadas
Internacionales que van a ser fusilados al día siguiente. En
Carmela aparece la madre, la mujer y la amante y en plena
escena grosera, con burlas a la bandera republicana, ella
toma partido y se pone a cantar el ¡Ay, Carmela!, canción
republicana popular, creando el gran desconcierto que la lleva
a la muerte.
En el epílogo, Carmela intenta convencer a Paulino de que la
memoria histórica es necesaria. Que las personas somos
como la vida ha querido que seamos y tenemos que ser
conscientes de nuestras palabras y de nuestros actos.
Miguel Narros
PRODUCCIONESFARAUTE
C e l e s t i n o
A r a n d a
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