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Margarita Xirgu
Escrito por Antonina Rodrigo, del libro 'Mujeres para la Historia'
Mucho se ha dicho sobre la importancia de la figura de Margarita Xirgu en el teatro
rioplatense, sobre todo en el uruguayo. Poco se sabe, en cambio, de su primera época,
cuando luchaba en una España en pleno cambio por hacerse un lugar en el mundo del
teatro.
La escritora Antonina Rodrigo nos lo cuenta en su libro “Mujeres para la historia”, de 1978, que
ha sido reeditado recientemente en Barcelona y cuya contratapa dice así: En los primeros
tiempos de la transición, cuando ni siquiera se había refrendado el texto constitucional, la
autora quiso recuperar para la memoria colectiva la labor y la palabra de catorce mujeres de
singular trayectoria. Dos actrices y una bailarina (María Casares, Margarita Xirgu y Antonia
Mercé “la Argentinita”), cuatro políticas (Victoria Kent, Margarita Nelken, Federica Montseny y
Dolores Ibarruri “Pasionaria”), una periodista (María Luz Morales), una maestra y miliciana
(Enriqueta Otero Blanco), una artista ( María Blanchard) y cuatro universitarias con dedicación
a la literatura y a la pedagogía (María Teresa León, Zenobia Camprubí, María Goyri y María de
Maetzu) integraban aquella selección de 1978, prologada entonces por la desaparecida
escritora Montserrat Roig y que ahora se publica revisada y puesta al día. Porque considerar la
peripecia de estas mujeres, su esfuerzo para adquirir una preparación intelectual, sus
dificultades para ver reconocido el ejercicio de su profesión, su lucha por la independencia, sus
sacrificios, sus éxitos y sus fracasos, supone no sólo recordar etapas fundamentales en la
lucha por la emancipación femenina, sino que nos sitúa ante unos valiosos ejemplos de actitud
solidaria y comprometida en momentos muy difíciles de la vida del país”
Margarita Xirgu (Extractos del capítulo dedicado a la artista)
“Durante el verano de 1926 se conocieron, a través de la cubana Lydia Cabrera, Federico
García Lorca y Margarita Xirgu. La actriz confesaría que ese encuentro fue el suceso más
importante de su vida y el poeta granadino vio en ella a “la actriz que rompe la monotonía de
las candilejas con aires renovadores y arroja puñados de fuego y jarros de agua fría sobre
normas apolilladas” Ese mismo día Margarita recibió el drama lorquiano “Mariana Pineda”
sobre “la figura que traspasó los linderos del mito y simbolizó las luchas por la libertad en el
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siglo XIX”
“Margarita fue una actriz conflictiva, pródiga en desplantes al convencionalismo imperante. No
salía sólo a escena a declamar su papel, porque, como García Lorca, no creía en el arte por el
arte: “Ese concepto del arte por el arte –declaraba Lorca pocas semanas antes de ser
asesinado- es una cosa que sería cruel si no fuera afortunadamente cursi. Ningún hombre
verdadero cree ya en esa zarandaja del arte puro, del arte por el arte mismo. En este momento
dramático del mundo, el artista debe llorar y reír con su pueblo. Hay que dejar el ramo de
azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a los que buscan azucenas”
En honor a este concepto a la actriz no le importó exponer su carrera y su libertad estrenando
obras polémicas, como la dedicada al ptotomártir de la República, el capitán Fermín Galán,
escrita por Alberti y presentada en el madrileño teatro Español. El comienzo se desarrolló con
normalidad pese al arranque de la obra: “Noche negra, siete años/de noche negra sin
luna./Primo de Rivera duerme/su sueño de verde uva./Su Majestad va de caza:/mata piojos y
pulgas/y monta yeguas que pronto/ni siquiera serán burras.../. Pero en el segundo acto había
un cuadro en que la Virgen aparecía con fusil y bayoneta calada, acudiendo en ayuda de los
sublevados de Jaca y pidiendo a gritos la cabeza del Rey y del general berenguer. El auditorio
protestó con sorprendente unanimidad: los republicanos, en su mayoría ateos, porque nada
querían saber con la Virgen y los monárquicos por parecerles irreverentes las intenciones
atribuídas a la madre de Dios. Entre vivas protestas se reanudó la representación. El cuadro
más conflictivo estaba aún por llegar: en él aparecía un personaje que encarnaba a un
cardenal, borracho y soltando latinajos molierescos en medio de una fiesta en el palacio de los
duques.
“Ante eso –escribe Alberti- los enemigos no pudieron contenerse. Bajaron de todas partes, y en
francas oleadas, entre gritos y garrotazos avanzaron hacia el escenario. Afortunadamente,
alguien entre los bastidores ordenó que el telón metálico, ese que se usa en caso de incendio,
cayese a la mayor velocidad posible. A pesar de eso, como el público seguía dispuesto a ver la
obra hasta el final, Margarita, una Agustina de Aragón aquella noche, tuvo todavía el coraje de
representar el epílogo, siendo coronada, al final, con toda clase de denuestos, pero también de
aplausos por su extraordinario valor y ganado prestigio” Margarita Xirgu, por su parte,
declararía: “Me sentía moralmente obligada a exaltar la figura de unos hombres que habían
dado su vida en defensa de la libertad”
A los pocos días, paseando la actriz por el Retiro, se formó un grupo que, a juzgar por las
miradas y gestos acusadores, hablaba de ella. De repente, del grupo se separó una mujer, que
se acercó a Margarita y la abofeteó llamándola republicana y catalana de mierda.
Tres años más tarde, ante el estreno de Yerma en el mismo teatro, García Lorca diría: “Yo
siempre seré partidario de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les
niega.. Nosotros –me refiero a los hombres de significación intelectual y educados en el medio
ambiente de las clases que podemos llamar acomodadas- estamos llamados al sacrificio.
Aceptémoslo. En el mundo ya no luchan fuerzas humanas sino telúricas. A mí me ponen en la
balanza el resultado de esa lucha: aquí tu dolor y tu sacrificio, y aquí la justicia para todos, aun
con la angustia de un tránsito hacia el futuro que se presiente, pero que se desconoce, y
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descargo mi puño con toda su fuerza en este último platillo”
Un sector de derechas atribuyó a las declaraciones un carácter intencionadamente político. Por
otro lado, Xirgu había ofrecido hospitalidad a Manuel Azaña, a la salida de la cárcel, en su casa
de Badalona. El ex jefe de gobierno fue acusado de haber favorecido el movimiento
revolucionario de octubre de 1934.
“Cuando pusieron en libertad a Azaña –declararía Xirgu-, estuvo en mi casa con su mujer hasta
que salieron para Madrid. Se Trataba de un acto solidario. Los que me atacaron sabían
perfectamente esto, pero convirtieron aquel episodio, puramente sentimental y humano, casi en
un delito político”.
Margarita Xirgu nació en 1888 en Molins de Rei, pueblo cercano a Barcelona. A los 8 años se
traslada a Barcelona con su familia. Se instalan en el Casco Antiguo, laberinto de callejuelas y
pasadizos lóbregos, donde escasea el sol. Es un barrio habitado por obreros y gente
marginada. Las familias se hacinan en viviendas incómodas, en obligada promiscuidad y, sin
embargo, los habitantes hablan casi siempre a gritos. Los problemas económicos, los
conyugales, los de la mera convivencia, se explanan ante los atónitos ojos de los niños,
pequeñuelos mal alimentados y sin escuela, que esperan el día en que, sin haber alcanzado la
adolescencia, serán arrojados al deshumanizado mundo laboral. Xirgu nunca olvidará sus
orígenes. Con motivo del estreno de Electra recordará: “Lo esencial de este drama podría
suceder en la calle triste y dramática de mi niñez”.
Pedro Xirgu, el padre de Margarita, era el prototipo del inquieto obrero catalán de finales del
siglo XIX, en permanente lucha por plasmar en la realidad las justas aspiraciones de su clase.
Autodidacta, republicano y convencido de que la cultura debía ser el vínculo primordial del
progreso del mundo, reunía en su casa una tertulia formada por compañeros de trabajo para
leerles pasajes de la obras de Zola, Galdós o Tolstoi, tan en boga en la época. Muy aficionado
a los coros de Anselm Clavé, cantor del proletariado catalán, y al teatro, formaba parte de un
cuadro de aficionados. En Cataluña, esos grupos amateurs dependían de sociedades
culturales y recreativas que, integradas por la clase obrera, constituían los Ateneos, que tanto
proliferaron en los barrios populares.
A los 8 años Margarita era una niña traviesa de inteligencia despierta, con esa precocidad
natural de muchas de las criaturas que conocen una existencia difícil. El primer escenario que
pisa es la mesa del comedor de su casa, donde su padre, para amenizar la lectura, la hace
recitar poesía e incluso representar algún papel de comedias trenzadas por su propia fantasía.
Una vez, en una taberna a la que acudía a comprar provisiones, Margarita sorprende en un
cuartucho la reunión de unos obreros dedicados a imprimir unas hojitas de papel que, al caer
en sus manos, con ruego de que las reparta, le revelan la preparación de un complot
subversivo. Uno de los conspiradores, que la conoce, le pide que lea una octavilla en voz alta.
margarita se sube a una silla y, más que leer, declama el texto con tal brío que recibe la
primera ovación de su vida y es sacada a hombros hasta la calle. Éste fue, quizás, el debut de
la gran trágica catalana.
Los Ateneos polarizaron y encauzaron durante muchos años las actividades culturales de las
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clases modestas barcelonesas. Los había en cada barriada y disponían de biblioteca, de
conjuntos musicales y danzas populares, así como de compañías de aficionados al teatro.
Barcelona ha sido siempre una ciudad de gran tradición teatral. En aquella época el teatro
ocupaba el lugar que hoy tienen el cine, la televisión o el fútbol. En las representaciones las
mujeres escaseaban, por eso había que recurrir, muchas veces, a actrices profesionales. El
Ateneo al que pertenecía Pedro Xirgu acordó poner en escena “Don Álvaro o la fuerza del
sino”, una de las obras cumbres del teatro romántico. A la hora de distribuir los papeles no
tenían quien hiciera de Curra, la sirvienta. Alguien se acordó de Margarita, pero su padre se
negó alegando que aún era una niña. La futura actriz tenía doce años y era aprendiza en un
taller de pasamanería. Al final el padre accedió y la convirtió en la actriz más joven del Ateneo.
Poco después de esta experiencia ingresa en el grupo juvenil teatral Gent Nova de Badalona.
La revelación de Xirgu en los medios intelectuales barceloneses fue con “Teresa Raquin” de
Zola en 1906. Los periódicos le dedicaron reseñas elogiosas y el empresario del teatro Romea
la contrató como primera actriz joven.
En 1909 estrenó “Salomé” de Oscar Wilde. La osada representación provocó un escándalo en
la Barcelona del primer decenio del siglo XX. La polémica alcanzó tal magnitud que a los pocos
días del estreno la dirección se vio obligada a retirar la obra, acusada de pornográfica.
Margarita Xirgu era una mujer sin prejuicios, con un espíritu abierto a todas las innovaciones.
Es la primer actriz que sale a escena en bañador pese a lo que significaba entonces. En
Salomé luciría los clásicos velos y un supremo atrevimiento: el vientre desnudo.
En 1936 se abre otra etapa de su vida. Tiene por escenario América Latina y es la más fecunda
de todas. Allí funda Escuelas de Arte Dramático en varios países, organiza charlas, seminarios,
representaciones y coloquios en centros universitarios. También le son prohibidas algunas
obras, como “El malentendido” de Camus en 1949 en Buenos Aires.
Xirgu falleció en 1969 en Montevideo.
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