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UNA APROXIMACIÓN PSICOANALÍTICA
CONTEMPORANEA AL ENTENDIMIENTO DE LAS ADICCIONES
Dr. Gonzalo Acuña G.
Médico Psiquiatra
Magíster en Adicciones Universidad de Londres
Programa Adicciones Clínica Santa Sofía
Dirección postal: Cruz del Sur 468, Las Condes,
Santiago
Fono: 2287723
gacuna785gmail.com
Resumen:
Este artículo pretende cuestionar la difundida noción de que el psicoanálisis en nada
sirve para tratar personas dependientes a sustancias.
El autor fundamenta aquí cómo la perspectiva psicoanalítica constituye una
herramienta útil para el proceso de recuperación de las adicciones, tomando en cuenta el
papel gravitante que este enfoque le asigna al inconsciente, las emociones y los
mecanismos de defensa como determinantes de la conducta humana.
Se analizan conceptualizaciones de la conducta adictiva emanadas desde una
perspectiva freudiana clásica, la psicología del self y la teoría de las relaciones objetales. Se
concluye que las distintas teorías expuestas tienen en común el considerar explícita o
implícitamente que el fenómeno nuclear que subyace a la adicción es el de una intensa
vulnerabilidad narcisística. Se propone que las observaciones clínicas del psicoanálisis se
sometan a escrutinio científico.
I.- Introducción
Históricamente, los enfoques psicoterapéuticos utilizados con adictos o abusadores
de sustancias han sido un reflejo de la modalidad terapéutica más implementada para tratar
los trastornos mentales en cada tiempo (Herman, 2000). Inicialmente se aplicó la técnica
del psicoanálisis clásico como tratamiento para los pacientes dependientes a sustancias
(Simmel, 1928; Knight, 1937), pero desgraciadamente su uso como única modalidad
terapéutica arrojó resultados desilusionantes. Este hecho ha sido atribuido a distintos
factores: una falta de énfasis en el control sintomático del desorden adictivo; una escasa
consideración por los elementos biológicos y sociales influyentes en el curso de la
patología adictiva; y la ansiedad que suelen generar la neutralidad analítica y las
interpretaciones, las que a corto o largo plazo favorecían la recaídas, como una forma de
acting-out de sus conflictos internos (Morgenstern & Leeds, 1993; Herman, 2000). En el
1
intertanto, mientras el psicoanálisis no lograba responder a las necesidades de estos
pacientes, otros tratamientos psicosociales fueron desarrollados, tales como Alcohólicos
Anónimos y las comunidades terapéuticas. Más tarde, se introdujeron las terapias
biológicas, los tratamientos cognitivo conductuales y los enfoques centrados en el cliente
(Dole et al., 1966; Marlatt & Gordon, 1985; Miller & Rollnick, 1991). Así entonces, de un
tiempo a esta parte pasó a ser algo común aceptar que el psicoanálisis en nada sirve para el
tratamiento de las adicciones. Peor aún, desde el punto de vista teórico, esta disciplina
recibió una dura crítica epistemológica que se encargó de cuestionar su status científico
(Eysenck, 1990, Grunbaum, 1993).
Sin embargo, tal vez sea el momento de reconsiderar esta situación. En efecto,
existen importantes razones para estimar que una perspectiva psicoanalítica representa una
herramienta extremadamente útil tanto en el entendimiento de las adicciones, como en la
formulación de adecuadas intervenciones terapéuticas destinadas a permitir cambios
profundos y duraderos en la persona.
Primero, el psicoanálisis es prácticamente la única teoría que se ocupa de la mente
humana. Particularmente, este enfoque asigna un rol crucial a las emociones, a la vez que
toma en cuenta la importancia del inconsciente como determinante de conductas. Más aún,
la aproximación psicodinámica permite un entendimiento holístico de cada paciente, pues
considera las interrrelaciones entre su biografía, su personalidad y su trastorno psiquiátrico
-la adicción en este caso-, el que es visto como resultado de conflictos psíquicos (Bateman
et al, 2000; Southwick & Satel, 1990).
Segundo, algunos autores han abordado el cuestionamiento a la validez de la
epistemología psicoanalítica. A pesar de que este tema va más allá del objeto del presente
trabajo, parece relevante mencionar aquí que en la actualidad existen tres posiciones al
respecto (Bateman & Holmes,1995, p.244): (1) el psicoanálisis es entendido como una
disciplina narrativa y se asume que la mente humana es por definición no investigable por
métodos científicos, (2) el psicoanálisis es una disciplina hermenéutica que debe procurar
lograr una coherencia interna, y (3) el psicoanálisis puede y debe someter sus afirmaciones
a escrutinio científico, procurando obtener validación externa.
Tercero, más allá de la existencia de posiciones epistemológicas dentro del
psicoanálisis, neurocientistas como Kandel (Kandel, 1998; Kandel, 1999) han mostrado de
qué manera algunas disciplinas vecinas han venido a dar soporte directo o indirecto a
importantes elementos teóricos del psicoanálisis. Por ejemplo, investigaciones
neuropsicológicas han evidenciado que la mayor parte del trabajo del cerebro es "nomeditado" (inconsciente) (Kihlstrom, 1987), incluyendo aspectos de la memoria, el
pensamiento, toma de decisiones, resolución de problemas y otras tareas (Milner et al.,
1998; Underwood, 1996). Se han descrito integraciones entre el inconsciente cognitivo y el
psicodinámico (Epstein, 1994). Además, existen consistentes evidencias epidemiológicas,
biológicas y cognitivas que asignan extrema importancia a las experiencias de la infancia
en el desarrollo posterior de psicopatología (Champion et al, 1995; Rutter, 1999; Liu et al.,
1997; Bretherton, 1999; Schore, 2001). Finalmente, investigaciones neuropsicológicas y las
llevadas a cabo con sujetos víctimas de trauma psicológico han demostrado que los
recuerdos emocionales pueden fijarse sin ningún registro consciente de su incorporación
como tales (LeDoux, 1992; Van der Kolk, 1996).
Cuarto, desde un punto de vista práctico, la aproximación psicoanalítica permite no
sólo realizar una psicoterapia de esta orientación, sino también orientar la comprensión y el
manejo de la relación paciente-terapeuta y las dinámicas de grupo, independientemente del
2
contexto en que éstas se presenten, sea el de alcohólicos anónimos, programas de
metadona, prevención de recaídas o una comunidad terapéutica.
Quinto, las investigaciones conducidas con adictos han evidenciado que los
principales desencadenantes de recaídas y craving -dos componentes centrales en las
conductas adictivas- son sus perturbaciones emocionales y los conflictos interpersonales
(Brewer et al, 1998; Marlatt & Gordon, 1985; Cooney et al, 1997; Rubonis et al, 1994). Y
dado que la psicoterapia psicoanalítica se centra en la personalidad como un todo -con
especial consideración a las emociones y a las relaciones interpersonales-, este tipo de
intervención vendría a constituir una potente herramienta, destinada en último término a
prevenir recaídas del hábito adictivo. Ahora bien, con el fin de no repetir fracasos
terapéuticos del pasado, lo que debe quedar en claro aquí es en qué momento se puede
ofrecer psicoterapia de esta orientación a un paciente adicto. Edward Kaufman (1990,
1994), profundizando en la necesidad de un timing para el tratamiento de los pacientes
adictos, ha diferenciado distintas fases de tratamiento:
una fase temprana, cuyo objetivo es el establecimiento de un vínculo terapéutico y la
planificación de un tratamiento adecuado para el paciente.
una fase media, caracterizada por la estabilización de la conducta del paciente, sea por
medio de la utilización de programas de prevención de recaídas (cognitivo
conductuales) destinados a moderar el consumo o lograr la abstinencia, sea por la
inclusión del paciente en un tratamiento de sustitución de su droga a través de la
prescripción de metadona, buprenorfina u otro fármaco.
una fase tardía, caracterizada por la profundización en todos los aspectos internos del
paciente que puedan ejercer un rol gravitante como precipitadores de recaída. Es aquí
donde podría entrar una terapia de orientación dinámica.
A continuación se analizarán algunos aspectos de las teorías psicoanalíticas
contemporáneas sobre las adicciones. Es importante aclarar que para el presente trabajo se
han considerado solamente estudios psicoanalíticos sobre adicciones practicados en lengua
inglesa. Un futuro artículo se encargará de analizar la aplicación práctica de este enfoque
dentro del marco del proceso de recuperación de la adicción.
II.- Teorías psicoanalíticas contemporáneas sobre las adicciones
1.- Una perspectiva freudiana clásica
León Wurmser concibe la drogadicción como resultado de un conflicto entre el ello,
el yo y el superyó. Considera que el adicto ha llegado a una "crisis narcisística", en la cual
un superyó arcaico y cruel ha venido a cuestionar el valor del self (1974, 1984a). A raíz de
esto, la persona presenta una vaga tensión interna, ansiedad, sentimientos depresivos, una
importante devaluación en comparación a un ideal, una sensación de estar expuesto,
sentimientos de vergüenza, de culpa, a la vez que un particular sentimiento de estar
desprotegido (1987). Para poder lidiar frente a este estado, a través del consumo, el yo del
adicto se alía con importantes partes del ello, tales como fantasías de fusión, formas
masturbatorias de excitación y formas sádico-anales de placer. Junto a esto, el yo del adicto
logra defenderse de la dureza de su superyó por la vía de la obtención momentánea de un
alivio farmacológicamente inducido, que pretende aplacar (o negar) los afectos negativos
3
ya descritos. Wurmser llega a decir que, al consumir sustancias, el yo del adicto ataca al
superyó. Por último, el mismo autor señala que adicionalmente a los beneficios obtenidos,
el yo del adicto -otrora envuelto en una crisis por el cuestionamiento a su valor- ahora, cada
vez que consume, experimenta el plus de ver realizadas intensas fantasías narcisísticas
(piénsese, por ejemplo, en la sensación de poder que confieren muchas sustancias de
abuso).
Pero eso no es todo. Mientras está intoxicado, el adicto también ataca la realidad,
fundamentalmente suprimiendo sus límites, tales como las fronteras del tiempo, líneas entre
objetos, límites entre conceptos y bordes entre lo interno y lo externo. Wurmser concibe
esta acción como "un ataque a las base silogísticas de la racionalidad, algo muy similar a la
psicosis" (Wurmser, 1984b, p.229). Wurmser sintetiza la fantasía del adicto:
"Soy tan bueno, tan grande, tan lleno, rico y fuerte como mis deseos me ofrecen ser,
porque yo estoy protegido. Mi juez interno ha sido silenciado. Estoy cerca de un
estado ideal porque yo soy uno con el protector, y así he eliminado la voz de mi
consciencia y de cualquier autoridad fijadora de límites" (1984b, p.249).
No obstante su atractivo para el adicto, este intento de salida de su crisis
narcisística, a la larga no le sirve. Su precariedad se manifiesta por lo que Wurmser llama
"el retorno de lo negado" (1987, 1984b), evidenciándose por mayor autocastigo de parte del
superyó, el que se expresa en forma de autocrítica, aislamiento social, ser desdeñado por
otros, sufrir prisión e incluso la muerte. También hay un retorno de la negada autoobservación, trayendo cada vez mayor vergüenza y culpa. Finalmente, la debilidad de la
solución adicta también se observa cuando se compromete una de las funciones normales
del superyó, la estabilización de afectos, conduciendo a los fluctuantes cambios de ánimo
que tan comúnmente se ven en este tipo de pacientes.
Wurmser piensa que la adicción es una neurosis severa (1984a). Según él, origen
último de esta condición radica en una realidad externa traumatizante. Específicamente, se
refiere a experiencias infantiles como "grave y real exposición a violencia, seducción
sexual, abandono brutal, (...) mentira, falta de fiabilidad, traición o real invasión o secreto
por parte de los padres" (itálicas de Wurmser, 1984a). Wurmser sostiene que estos
pacientes, desde muy temprano en la vida, dirigieron su agresión contra estructuras
externas, particularmente cualquier tipo de autoridad, tomando la forma de una rebeldía
destructiva, de desafío o provocación (1984b). De este modo, la persona desarrolló una
singular batalla contra toda fuente de limitación, así como también lo que Wurmser llama
"psicofobia" (1985), una especie de descuido o desinterés por la introspección.
2.- Psicología del self
En esta escuela psicoanalítica, Heinz Kohut (1971) elaboró una teoría considerando
al self como una estructura con su propia línea de desarrollo. Ese autor sostenía que los
adictos -al igual que quienes sufren un trastorno de personalidad narcisista- tienen una falla
en su capacidad psíquica para mantener un equilibrio narcisista de la personalidad. Kohut
explica que:
"el trauma que ellos sufren es casi siempre una grave desilusión frente a una madre
que, debido a su escasa empatía con las necesidades del niño, (...) no cumplió
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adecuadamente las funciones que el aparato psíquico maduro posteriormente
debería ser capaz de realizar por sus propios medios (funciones de barrera de
estímulo; de proveedor de necesarios estímulos; o de ofrecer la gratificación de un
alivio de tensión)" (1971, p.46).
Así, de acuerdo a Kohut (1977), lo que el adicto sufre es una falla en su self, la que
trata de remediar por la vía del consumo de sustancias.
Edward Khantzian, desde su artículo inicial (1985), se ha ocupado de expandir el
punto de vista kohutiano sobre las adicciones. Khantzian critica las ideas de autores
psicoanalíticos tempranos, quienes proponían que la dependencia a alcohol o drogas
consistía en una conducta fundamentalmente regresiva -destinada a buscar el placer y la
descarga agresiva- la que en último término se debía a una fijación oral. Por el contrario,
Khantzian sostiene que estas personas consumen psicoactivos debido a que están
progresivamente tratando de reparar fallas de sus self (Khantzian, 1986). Tales fallas serían
déficits en su capacidad de autocuidado, al igual que déficits en su capacidad para regular
las emociones y las relaciones con otros. Según Khantzian, la etiología de estas
vulnerabilidades proviene de "extremos de indulgencia o deprivación durante la crianza
(particularmente por parte de la madre), acaecidos en momentos tempranos del desarrollo"
(Khantzian & Khantzian, 1984).
Khantzian observó (1985,1997) que los pacientes a menudo experimentan con
distintas sustancias psicoactivas y luego escogen una de ellas como su droga de elección,
en razón de que calma un determinado estado afectivo. Para él, los adictos a opiáceos
habitualmente tratan de atenuar sentimientos de rabia, mientras que los adictos a cocaína
intentan aliviar sentimientos depresivos o contrarrestar la hiperactividad. Khantzian
también observa que el alcohol posee la propiedad de aminorar sentimientos de ansiedad,
temores a la cercanía, o sentimientos de aislamiento o vacío que predisponen a la depresión
(Khantzian, 1985, 1997). Considerando todo esto, Khantzian acuñó el término "hipótesis
de la automedicación" (HAM), como un modo de señalar que los adictos seleccionan una
particular droga para así "tratar" su sufrimiento mental.
A pesar de su popularidad en la literatura de habla inglesa, la HAM ha sido
duramente criticada por psiquiatras no psicoanalistas. En efecto, este tema ha sido parte de
la controversia “causa versus consecuencia”, que ha tenido lugar en el estudio de la
patología dual. Investigaciones empíricas de Vaillant (1980, 1996) y Schuckit &
Hesselbrock (1994) han mostrado que el consumo de alcohol frecuentemente precede a
otros trastornos psiquiátricos (ansiedad, depresión) en vez de ocurrir posteriormente a ellos.
Khantzian (1997) ha replicado explicando que los síndromes psiquiátricos encontrados "a
consecuencia" del consumo de alcohol pueden estar asociados con trastornos subclínicos
previos no susceptibles de ser detectados por los instrumentos psicométricos comúnmente
utilizados en investigación. Más aún, en ese mismo artículo de 1997, Khantzian discute
aplicaciones adicionales de la HAM para otros casos de patología dual. Señala que existe
una buena evidencia empírica de este tipo de relación entre el abuso de psicoactivos y el
trastorno de stress post-traumático. También puntualiza que hay cierta evidencia de
automedicación en el caso de la coexistencia de depresión y tabaquismo, a la vez que en el
uso de alcohol o drogas como un intento de aliviar síntomas negativos de la esquizofrenia.
3.- Teoría de las relaciones objetales
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En forma opuesta a la psicología del self, esta escuela psicoanalítica sitúa la
naturaleza de los problemas mentales en el conflicto psíquico, más que en los déficits. De
acuerdo a la teoría de las relaciones objetales, la naturaleza de las interacciones tempranas
entre el bebé y su ambiente -habitualmente representado por la figura de la madredesempeña una fuerte influencia en el desarrollo de futuras relaciones entre la persona y los
objetos. Aquellos "objetos" pueden ser seres humanos, otros seres animados, o incluso
seres inanimados -tales como las drogas.
Joyce McDougall (1974) sostiene que los adictos sufren la ausencia de
representación mental de un objeto bueno. Ellos han elegido utilizar un elemento concreto la droga, un objeto bueno- con el fin de compensar esta falta. De un modo similar,
Kernberg (1975) ve las adicciones como un acto que simboliza una reunión con un objeto
parental todo-bueno.
Henry Krystal ha hecho importantes aportes en esta área. El describe (1978a) que la
realidad psíquica del drogodependiente se encuentra dominada por una intensa experiencia
de ambivalencia, inicialmente dirigida hacia una imago materna, pero posteriormente
extendida a otros objetos, tales como las personas que lo rodean o la droga misma. Como
un ejemplo de esta ambivalencia, Krystal observa que los adictos tienden a escindir los
equipos terapéuticos, manifestando rabia o deseos destructivos contra un miembro del
equipo, a la vez que mostrando afectos amorosos o idealización frente a otros profesionales,
comúnmente el líder del equipo.
Krystal sostiene que el adicto, en su relación con las sustancias, actúa tanto las
fantasías de fusión como las de separación respecto de la madre. De hecho, la adicción a
drogas consiste no solo en consumir sustancias psicoactivas, sino también en estar
deprivado de sus efectos. Krystal dice, "mientras el adicto añora su amado objeto materno,
también le teme" (1978a). Una unión completa con ese objeto parecería amenazante, dado
que el carácter ambivalente de la relación implica que se encuentra contaminada por
sentimientos de odio, envidia y temores de salir dañado. Esta visión del paciente adicto que
expone Krystal es muy similar a la que otros, como Kernberg, han desarrollado a propósito
del los sujetos borderline (Kernberg, 1975, 1994). Además, Krystal ha dicho que, como
resultado de su ambivalencia hacia la madre, el niño no puede introyectar su imagen,
quedando reservado sólo para ella el ejercicio de poderes dadores de vida, al igual que sus
tiernos cuidados y acciones de consuelo. Esta dificultad en internalizar la figura de la madre
y sus funciones es lo que -según Krystal- conduce a la falta de autocuidado que caracteriza
a muchos pacientes adictos.
Otro aspecto desarrollado por los teóricos de las relaciones objetales es el de las
perturbaciones afectivas de estos pacientes. Krystal (1977, 1997) observó que, en el
desarrollo normal, el niño(a) experimenta un proceso de diferenciación de afectos a partir
de dos patrones precursores -un estado de satisfacción y placidez, otro estado de
incomodidad y displacer-, desde los cuales se generará una gran variedad de emociones.
Por otro lado, el niño(a) también se desarrolla desde una vivencia de los afectos
predominantemente somática a una fundamentalmente verbal, lo que lo habilita para tolerar
en mejor medida estos estados. Estos dos procesos paralelos son influidos por variables
maduracionales, pero también por relaciones objetales, tales como la presencia de una
madre que provee identificación respecto de reacciones emocionales o una familia que
propone normas para la expresión de afectos.
Sin embargo, la ausencia de una buena madre o la experiencia de traumatización
psicológica sufrida a raíz de la relación con un adulto puede conducir a que el niño se vea
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prematura e intensamente enfrentado a tener que lidiar con profundos sentimientos de
dependencia o desamparo, cuando no a hacer frente a la relación con un objeto externo
poderosamente dañino (Krystal, 1978b). Esto puede conducir a que el niño desarrolle una
débil capacidad para manejar sus emociones, dado que, como dice Krystal:
"en la medida en que las emociones permanecen indiferenciadas y primordialmente
físicas, no son utilizables en un sentido específico, tal como claramente se puede
reconocer que la tristeza es respuesta a la pérdida de un ser querido. Las reacciones
afectivas vagas, mezcladas y poseedoras de un fuerte componente somático llaman
la atención sólo por sí mismas, más que por su significado, por lo que la respuesta
tiende a ser el intento de bloquearlas, por ejemplo con drogas" (Krystal, 1977, p.22).
Krystal encuentra que este impedimento en la simbolización afectiva -descrito como
alexitimia en relación a los pacientes psicosomáticos (Sifneos, 1975)- está presente en
personas adictas, así como también en sobrevivientes de trauma psicológico. De acuerdo a
Krystal, estos individuos carecen de una necesaria habilidad para decodificar los
significados de las emociones, experimentándolas como meros estados corporales. Así, en
el caso de los adictos, su pobre competencia en el manejo de sus afectos los lleva a tratar de
bloquear esos sentimientos por medio de sedación o descarga.
Joyce McDougall va más lejos. Ella considera a las adicciones como parte de una
amplia categoría de enfermedades psicosomáticas, entendiendo por éstas a "todos los casos
de daño físico o enfermedad en los que existen factores psicológicos desempeñando un rol
importante" (1986, 1989). De este modo, esta categoría incluye la adicción al trabajo, la
sexualidad compulsiva, ingesta excesiva de alimentos, la propensión a los accidentes y las
enfermedades psicosomáticas clásicas (las siete de Chicago: asma bronquial, ulcera péptica,
artritis reumatoide, rectocolitis hemorrágica, neurodermatosis, hipertensión arterial y
tirotoxicosis). Para McDougall, la alexitimia no es una consecuencia de un pobre
funcionamiento afectivo -como sostiene Krystal- sino un resultado de defensas contra
ansiedades psicóticas, tales como dudas acerca del propio derecho a existir, a ser (existir)
separado, temores a perder la identidad o miedo a perder los límites corporales (1986). El
adicto trata de evitar tomar consciencia de estas ansiedades intentando dispersarlas hacia la
acción ("descarga-en-acción"). De esta forma, la conducta adictiva permite que el
drogodependiente evite el dolor psíquico, a la vez que crea una adaptación a la realidad que
ella reconoce como un falso self (Winnicott, 1965).
McDougall (1974) hace la observación de que estos pacientes, como requisito para
"estar vivos", son extremadamente dependientes de sus objetos de amor, a la vez que
tienden a caer enfermos cuando son abandonados. Estos pacientes ejercen "la demanda
central de que alguien debe estar ahí. Ese alguien es puesto en el rol de 'frazada segura',
cumpliendo así la función de objeto transicional" (1974, p.451).
Finalmente, para McDougall (1974, 1986, 1989) el origen de la predisposición a
hacer enfermedades psicosomáticas se haya en un complejo set de interacciones que se
juegan en la díada madre-hijo, las que conducen a que el niño experimente una extrema
dificultad para separarse de su madre. En estos pacientes, la madre se encontraba
simultáneamente "no involucrada con las necesidades emocionales del niño, a la vez que
controlando los pensamientos, sentimientos y gestos espontáneos de su niño" (1984, p.391).
McDougall concluye que esta actitud materna vino a cuestionar el derecho del niño de
existir viva e independientemente (1984, p.400).
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III.- Discusión
Los puntos de vista expuestos hasta aquí muestran una amplia heterogeneidad en las
conceptualizaciones psicoanalíticas sobre las adicciones. Es posible que esto pueda
confundir a iniciados, sin embargo, tal variedad de visiones puede constituir una fortaleza
más que una debilidad, considerando que permite entender la complejidad de los cuadros
clínicos desde distintos ángulos.
A continuación, se discutirán algunas ideas en torno a los conceptos desarrollados
por Wurmser, Khantzian y los teóricos de las relaciones objetales.
Wurmser
Este autor concibe a las adicciones como neurosis severas. Tal como fue expuesto
antes, para este autor el yo del drogodependiente busca liberarse de un duro y cruel
superyó, a la vez que trata de romper los límites que la realidad impone a todas las
personas. Esta idea representa un punto de vista en contra de la tan frecuente observación
moralizante –común incluso dentro de círculos profesionales- que afirma que el adicto ha
llegado a tal estado porque carece de un superyó suficientemente fuerte.
A modo de ejemplo clínico, el modelo de Wurmser parece ser compatible con
ciertas descripciones del perfil psicológico de los médicos que se hacen dependientes a
sustancias psicoactivas. Vaillant (1970) señala que características frecuentes en estos
pacientes incluyen el exceso de trabajo, ser muy entregado a los otros y ocupar
vicariamente la profesión para dar consuelo a otros en vez de ejercer otras fuentes de alivio
o descanso para ellos mismos. Wright (1990) remarca la urgencia de estos pacientes por ser
exitosos en medios académicos, y también sus excesivos sentimientos de culpa, los que
coexisten con una importante dosis de grandiosidad.
Khantzian
Lo que este autor propone es que las drogas, más que sustitutos de objetos amados,
sirven como reemplazo para fallas en ciertas estructuras psicológicas. En vez de una
actividad regresivamente buscadora de placer, Khantzian entiende la drogodependencia
como un movimiento progresivo tendiente a aliviar a la persona, particularmente a reparar
un self dañado.
La idea de que las conductas adictivas constituyen formas de lidiar con el
sufrimiento psíquico ha recibido soporte empírico desde distintas áreas del conocimiento.
Hay todo un cuerpo de investigación neurobiológica que ha demostrado cómo el stress
puede inducir consumo de sustancias en animales y en humanos (Kreek & Koob, 1998;
Stewart, 1999). Estudios clínicos y experimentales han evidenciado que el stress y los
estados afectivos negativos son factores tremendamente influyentes para la presentación del
craving, recaídas y mantención del consumo de sustancias (Brewer et al, 1998; Marlatt &
Gordon, 1985; Cooney et al, 1997; Rubonis et al, 1994; Sinha et al, 2000).
Khantzian ha intentado dar una comprensión a ciertas situaciones clínicas en que
una dependencia a alcohol o drogas coexiste con otro trastorno psiquiátrico, lo que además
ha significado un intento de tender puentes entre psiquiatría y psicoanálisis. No obstante,
cierta confusión surge en los escritos de Khantzian cuando él iguala categorías psicológicas
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-como la teoría del self vulnerable- con entidades psiquiátricas, tales como depresión o
ansiedad.
Otra crítica que podría hacerse a las ideas de Khantzian se relaciona con su
observación clínica de que los adictos seleccionan una droga -alcohol, opiáceos o
estimulantes- de acuerdo a su psicopatología (1985). Esto ha sido empíricamente refutado
por distintos estudios que muestran que los individuos portadores de diagnóstico doble
tienden a ocupar las mismas sustancias psicoactivas que los otros, y -más aún- que la
selección de estas sustancias se asocia a factores mucho más generales, tales como
disponibilidad o fuerzas de mercado (Dixon et al, 1990; Noordsy et al, 1991; Chen et al,
1992; Regier, 1990, Mueser et al, 1992). Tal vez la validación de la HAM no debiera
ocuparse tanto por comprobar la asociación entre consumo de ciertas sustancias y
determinados diagnósticos psiquiátricos, sino en entender que los adictos se automedican
emociones más que síntomas psiquiátricos específicos.
Finalmente, pareciera ser que la mayor contribución de Khantzian y su HAM es que
remarca la importancia de conocer qué es lo que cada paciente adicto está buscando cada
vez que consume sustancias. Un profundo conocimiento de la relación funcional entre
persona y droga facilita bastante el terreno para realizar intervenciones terapéuticas.
Los teóricos de las relaciones objetales
Las observaciones clínicas de Krystal acerca de la alexitimia han sido
empíricamente testeadas en series de pacientes traumatizados, alcohólicos y adictos a
cocaína y opiáceos (Yehuda et al, 1997; Keller & Wilson, 1994; Taylor et al, 1990; Keller
et al, 1995). Esta perturbación en el reconocimiento de afectos puede facilitar una
comprensión de la tan frecuentemente vista asociación entre trastorno de stress posttraumático y adicciones (Saladin, 1995; Ouimette, 1998). Más específicamente, importantes
investigaciones epidemiológicas han mostrado que habitualmente el trauma psicológico
precede al consumo de sustancias, hecho que sugiere una dirección de causalidad (Kessler
et al, 1995; Chilcoat & Breslau, 1998). Además, se sabe que, como defensa contra las
memorias traumáticas, las personas desarrollan indiferencia emocional (numbing), una
reacción que se piensa está mediada por el sistema de opioides endógenos (Pitman et al,
1990; Glover, 1992). En este contexto, la alexitimia puede ser concebida como una forma
de evitar el dolor, y con el fin de potenciar este efecto, los adictos ocupan las propiedades
bloqueadoras de emociones que caracterizan a distintas drogas.
En los últimos años, interesantes evidencias han mostrado que es posible establecer
una línea temporal de desarrollo que presenta un mayor riesgo para el abuso de sustancias:
la carencia de un apego seguro durante los primeros años de vida, la experiencia de
traumatización psicológica durante la infancia, el desarrollo posterior de trastornos de
conducta y la presentación de un trastorno de personalidad tipo borderline (van der Kolk et
al. 1994; van der Kolk & Fisler, 1994; de Zulueta, 1999; Schore, 2001). De este modo, una
persona que sufre estas vulnerabilidades estaría más predispuesta a ser afectada por
influencias ambientales que promueven el uso de sustancias, tales como disponibilidad de
drogas o presión social para consumir.
Los sentimientos de ambivalencia están intensamente presentes en los adictos.
Existen hacia la droga, comparada frecuentemente por ellos con una amante o mejor amigo,
y a la vez odiada en razón del daño que les ha producido. Además, sentimientos
ambivalentes están presentes en las relaciones entre el adicto y sus otros significativos.
Como ha sido notado por Krystal (1978a) y Kernberg (1975), la ambivalencia hacia el
9
terapeuta se manifiesta cuando el paciente lo idealiza y lo busca como una fuente de apoyo
todopoderoso. Sin embargo, tan pronto como el terapeuta realiza algo en contra de los
deseos del paciente, puede ser atacado y descalificado, considerándosele como
absolutamente inútil. A la base de la ambivalencia existe un mecanismo primitivo de
defensa que en la literatura psicoanalítica es descrito como splitting, el cual habitualmente
se asocia a otros mecanismos de defensa primitivos, tales como identificación proyectiva,
negación primitiva, control omnipotente, devaluación e idealización primitivas (Kernberg,
1975). También, la "descarga-en-acción" de McDougall puede agregarse a esta lista.
La mirada de Joyce McDougall puede ser difícil de entender para quienes no están
habituados a leer psicoanálisis. No obstante ella proporciona una visión muy original y
profunda de la mente del adicto, no ahonda en ejemplos de casos de pacientes adictos y,
más bien, se queda en una categorización muy global de patología psicosomática, que no
logra dar cuenta de su heterogeneidad interior. De hecho, en este grupo psicosomático se
incluyen casos que van desde el sobreadaptado ulceroso péptico hasta el adicto que
presenta grados máximos de alienación y transgresión a normas sociales.
Una integración
¿Cómo es posible integrar estas visiones psicoanalíticas tan diferentes entre sí? Una
posibilidad ha sido llevada a cabo por Dodes (1990, 1996), quien considera que las
conductas adictivas representan una defensa contra intensos sentimientos de desvalimiento
(helplessness). Tal defensa consistiría en desarrollar una sensación de poder interno,
obtenida a través del control de los propios estados afectivos. De acuerdo a Dodes, se trata
de una restitución del narcisismo de la persona, uno de cuyos componentes esenciales es el
control de los estados internos. En otras palabras, vemos al adicto debatiéndose entre
sentimientos de impotencia (vulnerabilidad, desvalimiento) y la búsqueda de su
compensación por medio de actos omnipotentes (poder, control), algo similar a las defensas
maníacas descritas por Winnicott y Rosenfeld (Winnicott, 1958; Rosenfeld, 1964).
Por otro lado, Dodes (1990) puntualiza que los drogodependientes no alcanzan
pleno éxito en su intento de compensar sus extremos sentimientos de vulnerabilidad. A
pesar de que en el corto plazo los psicoactivos pueden producir una sensación de dominio
de sí, en el largo plazo la adicción llevará a lo contrario: una carencia de control sobre la
propia vida. Más aún, un círculo vicioso se instalará cuando el dependiente trate de
compensar los sentimientos negativos asociados a su falta de control por la vía de retomar
una vez más el consumo.
La conceptualización de Dodes es plenamente coherente con las expuestas
anteriormente. En efecto, está en línea con:
La noción de Wurmser (1984), que concibe la adicción como consecuencia de una crisis
narcisística (Wurmser describió la fantasía del adicto: "Yo estoy cerca de un estado
ideal porque soy uno con el protector, y así he eliminado la voz de mi consciencia, a la
vez que cualquier autoridad fijadora de límites").
La HAM de Khantzian (1985) (la fantasía del adicto sería, por ejemplo: "Yo necesito
consumir drogas al modo de una prótesis que me sirva para superar mis sentimientos
depresivos").
La idea de Krystal (1978a) de que el dependiente no fue suficientemente capaz de
internalizar funciones maternas cuidadoras (en este caso, la fantasía sería "Yo no poseo
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una básica sensación de protección y seguridad, por lo que requiero proveerme una
manera artificial de calmarme y consolarme").
La aserción de McDougall (1984) de que el adicto sostuvo una lucha en defensa por su
derecho a existir (aquí la fantasía sería "A través del uso de sustancias, me siento como
si fuera tan importante como alguien que vive separados de los otros").
La perspectiva de Kernberg (1975), que ve en los adictos un intento de fusión con un
objeto materno idealizado y capaz de proveer seguridad y bienestar (aquí la fantasía
adictiva sería: "Mientras estoy bajo el efecto de las drogas, me siento tan seguro y
protegido como un niño en los brazos de su madre").
Finalmente, Dodes señala que la sensibilidad a sentimientos de impotencia puede
ocurrir en diversas estructuras mentales, y no sólo en el trastorno de personalidad
narcisística. Tal vulnerabilidad puede ser concebida como arrancando de distintos niveles
psicopatológicos, lo que permite una mejor comprensión de los primitivos adictos descritos
por Joyce McDougall; pasando por los adictos de Krystal, que presentan características tipo
borderline; luego por el neurótico severo de Wurmser; para terminar en los casos de
Khantzian, quien concibe el uso de sustancias como una acción destinada a aliviar el
sufrimiento mental, más que representando un resultado de psicopatología.
IV.- Conclusión
Esta revisión muestra cómo el psicoanálisis contemporáneo de las adicciones puede
enriquecer la comprensión y el proceso de recuperación de las personas que sufren
dependencia a sustancias. Se puede encontrar aquí una profunda visión acerca de la relación
entre persona y droga. Como fenómeno nuclear subyacente a las distintas
conceptualizaciones sobre la adicción, aparece el de una profunda vulnerabilidad
narcisística.
Este artículo presentó importantes elementos que ayudan a entender cómo se da la
relación terapéutica con este tipo de pacientes. Tal como fue expuesto más arriba, mayores
detalles sobre este punto serán publicados en una siguiente revisión dedicada especialmente
a intervenciones terapéuticas con adictos.
A pesar de la riqueza y profundidad que las teorías psicoanalíticas sobre las
adicciones ofrecen, es necesario tener en cuenta que la mayoría de ellas descansa sobre
observaciones clínicas y reconstrucciones retrospectivas del pasado de los pacientes. Por lo
tanto, el psicoanálisis debe estar abierto al escrutinio científico. Algunas observaciones ya
han sido empíricamente testeadas, pero otras todavía permanecen como meras percepciones
de las autores. Muchas observaciones psicoanalíticas podrán ser confirmadas o refutadas
por conocimientos provenientes de la psicopatología del desarrollo, particularmente a
través del estudio del apego (attachment system) y del trauma psicológico (ver, por
ejemplo, Sroufe et al, 1999; Glantz & Leshner, 2000; Tarter et al, 1999; Hildyard & Wolfe,
2002; Kendall-Tackett, 2002).
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