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Temperamento y Psicopatología
Lic. Mariano Scandar1
El presente artículo explora el vínculo
entre el temperamento y la aparición de
sintomatología psiquiátrica en la infancia.
Se definirá el concepto de temperamento,
se darán cuenta de las dimensiones en las
que diversos autores acuerdan en dividirlo.
En segundo lugar, se detallarán las
diferentes
teorías explicativas que
actualmente intentan dar luz sobre el
vínculo
entre
psicopatología
y
temperamento. Finalmente reseñaremos
de forma sucinta la relación encontrada
entre
temperamento y
los cuadros
clínicos de mayor prevalencia en la
infancia.
Hacia una Definición de Temperamento
Al intentar definir el temperamento,
aparecen una serie de términos
relacionados que que se necesitan
diferenciar:: el vínculo entre
temperamento y emoción; la relación con
el sustrato biológico; y su relación con el
concepto de personalidad.
En cuanto al vínculo con la emoción,
mientras que algunos autores vinculan de
forma
excluyente temperamento con
respuesta emocional, otros lo ligan a
aspectos conductuales en un sentido
amplio (Strelau 2002). Las definiciones
1
Licenciado en Psicología. Master en
Neuropsicología Infantil y Neuroeducación.
Departamento de Neuropsicología, Fundación
ETCI. Contacto: neuropsicologí[email protected]
centradas en la emoción tienen su inicio en
las conceptualizaciones de Gordon Allport
(Allport,
1937)
quien
señaló:
“Temperamento se refiere al fenómeno
característico de la naturaleza emocional
de
una
persona,
incluyendo
su
susceptibilidad
a
la
estimulación
emocional, la fuerza y velocidad de su
respuesta, su ánimo predominante y todas
las peculiaridades de las fluctuaciones y la
intensidad del ánimo. Estos fenómenos se
consideran dependientes de aspectos
constitucionales y, por lo tanto,
ampliamente hereditarios en su origen”.
(Allport, 1937; citado en Strelau, 2002 p.
29)
Este énfasis en lo emocional
puede
rastrearse
hasta
las
teorías
contemporáneas y ha dado lugar a
numerosas investigaciones, tanto en niños
(Goldmith y Campos, 1990) como en
adultos (Mehrabian, 1991).
En estas
teorías la visión del temperamento está
restringida al campo de los estados de
ánimo, sea como un estado emocional
característico o un rasgo de la respuesta
emocional.
Este tipo de conceptualizaciones se oponen
a las esbozadas por otros autores, entre los
cuales se destacan Thomas y Chess (1977),
que asocian fuertemente el concepto con
variables conductuales: “El temperamento
puede ser visto como un término general
referido al cómo de la conducta. Difiere de
la habilidad, que puede conceptualizada
como el qué o el cuan bien del
comportamiento y también de la
motivación, que puede responder sobre el
por qué una persona hace lo que hace.
Temperamento, en contraste, se ocupa de
la forma en que un individuo se comporta”.
(Thomas & Chess 1977, citado en Strelau
2002, p. 31)
La definición citada tiene un fuerte énfasis
en lo fenomenológico y carece de
implicaciones sobre la estabilidad de la
conducta y la etiología de la misma. El
temperamento es
visto como una
conducta reactiva a los estímulos,
diferenciable de la motivación, la
capacidad y la personalidad. Hay que
destacar que, sobre todo en escritos
tardíos, es claro que Thomas y Chess
comparten
la
idea
de
que
el
temperamento es estable y genéticamente
determinado (Strelau, 2002), aunque
simplemente no consideran dicho aspecto
central en sus investigaciones.
Otra cuestión en la cual se observan
diferencias de criterio entre autores es
respecto al rol de la biología y la genética
en el temperamento. En este sentido
parecería ser algo extendido
que la
característica constitucional es implícita al
concepto en sí, aunque con matices
claramente variables. La forma más lineal
de ver la relación entre determinantes
biológicos y temperamento probablemente
sea la de la escuela rusa, que desde los
trabajos de Pavlov y hasta la caída del
muro siempre trabajaron bajo el supuesto
de que el temperamento es una expresión
de la actividad nerviosa superior, es decir,
que se trata de la manifestación
conductual de una característica del
sistema nervioso central. (Templov 1972;
Strelau, 2002)
Otra forma de conceptualizar el vínculo
entre biología y temperamento, que no
excluye a la anterior, es la adoptada por
Diamont (1957) que consideró al
temperamento como un componente o
rasgo hereditario de la personalidad. En
esta definición, que fue adoptada luego
por otros (ver por ejemplo los trabajos de
Buss y Plomin, 1984), se vincula con la
transmisión genética de los rasgos
temperamentales.
Un último asunto de importancia es el
vínculo
entre
temperamento
y
personalidad. Originalmente, autores
como Allport (1937), Eysenck (1967) o Gray
(1973), considerados con razón pioneros
en los estudios de la personalidad, tendían
a utilizar el término temperamento y el de
personalidad de forma intercambiable. En
forma paralela, otros autores (Diamont
1957; Rutter 1994) consideraron al
temperamento como base de la
personalidad, concepto que incluía además
aspectos vinculados a la adaptación de
cada individuo al ambiente y aspectos
relacionados a la crianza. Esta última
postura fue tornándose hegemónica y es
hoy la más aceptada.
Sin embargo,
investigaciones
recientes
han
ido
mostrando que varias características del
temperamento se superponen con la
personalidad (Nigg, 2006). Los aspectos
más salientes de esta superposición son:
(a) Aparecen tempranamente en la vida (b)
tienen
patrones
de
heredabilidad
semejantes (c) tienen los mismos niveles
de estabilidad y (e) están ligados a
aspectos del comportamiento emocionales
y motivacionales. Es por esto que, sobre
todo en el caso de adultos, los estudios han
comenzado a integrar ambos conceptos.
Al considerar los matices repasados en los
párrafos anteriores, podemos extraer
ciertas generalidades: en primer lugar el
temperamento implica características
conductuales en las que los individuos
difieren, pero se mantienen siempre
dentro del campo formal la intensidad, el
tiempo de respuesta, etc. El temperamento
no implica respuestas específicas ante
estímulos específicos. Aunque la ligazón
con el estado de ánimo es marcada
también
engloba
aspectos
no
necesariamente ligados al mismo (por
ejemplo, el nivel de actividad y la velocidad
de respuesta). Parecería, entonces, más
correcto conceptualizar al temperamento
como un sistema innato bio-conductual de
respuesta a
estímulos e incentivos
específicos (Nigg, 2006).
Finalmente, el temperamento es algo
estable, que está presente desde la
infancia y que moderado o exacerbado por
situaciones ambientales, acompaña a los
individuos a lo largo de su vida.
Dimensiones del temperamento
infancia
en la
Un método altamente utilizado para
discriminar diferentes variantes en el
temperamento infantil es el uso de escalas
administradas a los padres en las que se
analizan un
amplio espectro de
comportamientos observables, que son
sometidos luego a análisis factoriales,
permitiendo de este modo arribar a
dimensiones
independientes
del
temperamento.
Por ejemplo, el estudio pionero, de
carácter longitudinal , realizado de Thomas
y Chess (1977) utilizó una escala en la que
se incluían las siguientes dimensiones:
nivel de actividad, umbral de sensibilidad
(nivel de estimulación requerido para
evocar una respuesta), estado del ánimo,
regularidad (ritmicidad), aproximación y
retraimiento (vinculado con el modo de
respuesta ante estímulos novedosos),
adaptabilidad,
distractibilidad,
span
atencional/ persistencia (tiempo en que el
niño
acomete
una
actividad),
distractibilidad e intensidad de la
respuesta, sin embargo, a nivel factorial
existe un solapamiento de varias de estas
categorías. Rothbart y Mauro (1990),
tomando como base los datos de Thomas y
Chess
y sometiéndolos a análisis
estadísticos encuentran
las siguientes
dimensiones: disconfort e inhibición ante
la novedad, irritabilidad, afecto positivo y
conductas de aproximación, nivel de
actividad, y persistencia.
Las nueve
categorías iniciales podían entonces
agruparse en solo seis.
Por su parte, Garstein y Rothbart (2003)
realizaron un estudio con padres sobre
una lista expandida de comportamientos
infantiles durante el primer año de vida (de
tres a doce meses) y encontraron que tres
dimensiones daban cuenta de los
comportamientos
en
los
niños:
extraversión y afecto positivo, afecto
negativo y conductas de orientación. La
extraversión se
caracterizada por
conductas de aproximación, búsqueda de
placer y estimulación, sonrisas, risas, etc. El
afecto negativo está caracterizado por
tristeza, frustración y miedo. Finalmente,
las conductas de orientación y regulación
se vinculan
con la duración de la
orientación y la realización de actividades
placenteras de baja intensidad.
Todo el trabajo realizado por Rothbard y
su equipo (Rothbart, Ahadi y Evans, 2000;
Rothbart y Derriberry, 2002) muestra que
en la primera infancia, la mayoría de las
escalas pueden agruparse en
seis
dimensiones: afecto positivo, dos tipos de
afecto negativo (miedo/ ansiedad e ira/
irritabilidad), nivel de actividad y
regularidad. A su vez estas dimensiones
podían ser agrupadas en tres factores:
extaversión/afecto
positivo,
afecto
negativo/neuroticismo
y
afiliación
(capacidad de ser confortado y de
calmarse, así como también orientación).
Sin embargo luego de la primera infancia
este último factor comenzaba a estar
altamente influido por el control atencional
y es etiquetado como “control esforzado”,
concepto estrechamente ligado a las
funciones ejecutivas. En la adolescencia,
afiliación vuelve a separarse como un
cuarto factor, distinto de control
esforzado.
En
resumen,
existen
múltiples
clasificaciones dependientes por un lado
de las conceptualizaciones teóricas y por
otro de la edad en que se realizan los
estudios. Sin embargo parecen existir tres
grandes dimensiones. La primera involucra
la propensión a experimentar sentimientos
negativos (ira o miedo) ante estímulos
aversivos; aquí agrupamos categorías como
emoción
negativa,
neuroticismo,
introversión, etc. En segundo lugar la
tendencia a buscar estimulación positiva;
aquí entrarían categorías como búsqueda
de
estimulación,
extraversión,
acercamiento, emoción positiva, etc.
Finalmente existe una dimensión ligada a la
autorregulación, que es la más susceptible
de evolucionar a lo largo del tiempo y que
se vincula con conceptos tales como
control esforzado, orientación, rigidez, etc.
Temperamento y patología
De la concepción misma del temperamento
pueden inferirse dos consecuencias lógicas
a considerar: en primer lugar,
las
características
individuales
del
funcionamiento
mental
serán
inevitablemente un producto de la
interacción
entre
estas
bases
constitucionales y el ambiente. En segundo
término, como consecuencia de lo anterior,
todo
aquello
que
denominamos
“enfermedad mental” es en alguna medida
resultado de esta misma interacción entre
temperamento y ambiente.
Rothbart, Posner y Hershey (1995; 2006)
identifican una serie de formas en las que
esta interacción tiene lugar:
Diferencias individuales extremas
que
pueden constituir una psicopatología o
predisponer a una persona a ella. Se trata
en este caso de rasgos temperamentales
que
por
sí
mismos
resultan
extremadamente disfuncionales. Podemos
ejemplificar este tipo de casos con niños
extremadamente rígidos, con muy baja
capacidad de adaptarse a los cambios del
ambiente y que
reaccionan en
consecuencia ante los mismos con
comportamientos disruptivos
o con
reacciones
emocionales
desproporcionadas.
Características que evocan en los demás
reacciones que pueden aumentar o
disminuir
el riesgo de trastornos
psicopatológicos. En este caso el énfasis
está puesto en la forma en que el ambiente
responde al sujeto. Las diferencias en el
temperamento de un niño interaccionan
con las del padre, que puede responder de
forma tal de favorecer o no la aparición de
una patología. Niños difíciles de confortar
presumiblemente evocarán más hostilidad
y viceversa.
Características que predisponen al
individuo a realizar determinado tipo de
conducta: Diversos autores han sugerido
(Strelau 2002, Rothbart et al 2002; 2006)
que una característica
esencial del
temperamento es la búsqueda o evitación
de estimulación. Pacientes con necesidad
de estimulación tenderán a emprender
actividades riesgosas, que pueden facilitar
la aparición de determinados cuadros tales
como adicciones y trastornos de conducta.
Por otro lado, la evitación excesiva de
estimulación se asociará a cuadros
ansiosos y depresivos.
El temperamento influencia la forma del
trastorno, su curso y su probabilidad de
recurrencia. Una vez
instalada la
enfermedad mental (por ejemplo un
cuadro depresivo, o un trastorno por estrés
postraumático), el temperamento jugará
un rol importante en la presentación de la
misma.
Características temperamentales en la
forma de procesar la información sobre sí
mismo y el mundo aumentan o disminuyen
la aparición de patologías. Por ejemplo,
pacientes impulsivos, caracterizados por
patrones de respuesta ante los estímulos
rápidos e irreflexivos, poseen bajo nivel
de conciencia sobre el impacto de su
conducta en el medio, lo que por un lado
podría protegerlos de trastornos como la
ansiedad y la depresión, sin embargo, más
frecuentemente
pueden
acabar
padeciendo trastornos de conducta (Nigg,
2006).
Regulación
temperamental
o
amortiguación contra los efectos del estrés.
Así como hay características desfavorables,
existen
ciertas
características
que
favorecen la resiliencia. (Connor y Zhang,
2006;Wachs, 2006)
Alta responsibidad temperamental ante los
estímulos ambientales.
Aquellos
individuos que desde pequeños tienen
patrones altos de activación pueden, de
forma opuesta a lo visto en el punto 6, ser
altamente susceptibles a ambientes con
altos niveles de estimulación (Compas,
Connor-smith y Jaser 2004).
Interacción entre diferentes sistemas del
temperamento. Todas las teorías del
temperamento, lo muestran como un
constructo
multidimensional.
La
combinación de algunas dimensiones
pueden actuar de forma protectora ante la
emergencia de psicopatología, mientras
que otras podrían potenciar el riesgo. Por
ejemplo existe un vínculo aparente entre
altos niveles de introversión y bajos niveles
de control esforzado en el desarrollo de
trastornos de ansiedad. (Lonigan et. al.
2004)
Las características temperamentales y las
características de los cuidadores pueden
hacer contribuciones independientes al
desarrollo o no de una psicopatología o
pueden interactuar de forma de aumentar
o disminuir el riesgo.
Los trastornos en sí mismo pueden ser
responsables
de
aspectos
del
temperamento.
Nigg (2006) por su parte reúne las teorías
que ligan al temperamento con la
psicopatología en cuatro modelos básicos:
el modelo de espectro o causa común; el
modelo de vulnerabilidad o resiliencia, el
efecto “patoplástico” (el temperamento
modela la enfermedad) y el efecto
“cicatriz” (la enfermedad modela el
temperamento).
Los
dos
primeros
enfoques merecen teorizaciones más
profundas.
El modelo de espectro supone que tanto
las variantes normales del temperamento
como los trastornos psicopatológicos caen
en diferentes lugares de un único continuo.
Esto parecería ser cierto al menos para
algunos tipos de psicopatologías, que
parecerían representar extremos de
comportamientos normales, tales como la
ansiedad o
la hiperactividad, que
representan
exacerbaciones
de
comportamientos normales.
Por otra parte, el modelo de vulnerabilidad
o resiliencia considera al temperamento
como una fuente de
propensión o
protección frente a la psicopatología, pero
asume que otros factores deben co- ocurrir
para que la misma se manifieste o que
múltiples rasgos deben conjugarse en los
individuos para que esto ocurra. A favor de
esta hipótesis está en primer lugar la
moderada tasa de correlación entre el
temperamento y la psicopatología, que
parecería indicar que sólo la mitad de la
varianza de los trastornos mentales
pueden ser atribuidas a variables
temperamentales. Si temperamento y
patología fueran continuos de un espectro,
la relación entre ambos debería ser mayor.
En segundo lugar,
la psicopatología
involucra muchas veces anormalidades en
el procesamiento de la información que
no pueden de forma lineal atribuirse al
temperamento.
En algunos casos,
entonces,
parecería
haber
una
discontinuidad
entre lo normal y lo
anormal en el desarrollo.
En conclusión, podemos afirmar que el
vínculo entre temperamento y patología es
complejo y que no puede explicarse de
forma lineal e inequívoca. Por el contrario,
existen determinaciones bidireccionales
entre ambos constructos.
Datos empíricos
La literatura es consistente en señalar la
correlación
entre
determinadas
características temperamentales
y la
emergencia de trastornos mentales en
niños.
Un aspecto especialmente indagado es la
relación entre el afecto negativo y la
emergencia de síntomas. En ese sentido
diversos autores (Rothbart, et. al .2006,
Keiley, Lofthouse, Bates, Dodge and Pettit
2003) indican la importancia de subdividir
este factor en dos sub-dimensiones: afecto
negativo vinculado con el miedo, y afecto
negativo vinculado con la irritabilidad.
Keiley et.al (2006) encontraron que la
presencia de un temperamento temeroso
predecía la presencia mayores niveles de
problemas de internalización y menores
niveles de problemas de externalización,
mientras que la presencia de un alto nivel
de
afecto
negativo
pero
con
comportamientos más irritables se
vinculaban a sintomatología mixta
internalizante
y
externalizante.
Biederman (1990) realizó un estudio
longitudinal siguiendo a los dos extremos
del continuo inhibición, es decir, los niños
extremadamente
inhibidos
y
los
extremadamente desinhibidos. Encontró
que los primeros tendían a desarrollar con
alta frecuencia trastornos de ansiedad, en
especial fobias. Mientras que la
prevalencia de Trastorno Negativista
Desafiante era significativamente elevada
en el grupo de niños con muy bajos niveles
de inhibición. Sin embargo ambos grupos
presentaban excepciones con diagnósticos
cruzados (desinhibidos ansiosos o inhibidos
negativistas) lo que apoya la idea de que
los temperamentos influyen de forma
estrecha
en
la
emergencia
de
psicopatologías pero no son la única
variable interviniente.
También se han registrado asociaciones
entre la variable de control esforzado y la
emergencia de psicopatología. La pobre
capacidad de demorar la gratificación, por
ejemplo, evaluada en niños pequeños a
través de tareas de demora forzada, ha
sido asociada como un factor de riesgo
para la aparición de comportamientos
agresivos y delincuenciales, mientras que
por el contrario, un buen desempeño en
esta capacidad se ha visto asociado a
conductas adaptativas (Krueger, Caspi,
Moffitt, White y Stouthamer-Loeber,
1996).
Temperamento y trastornos específicos
Trastornos de Conducta y psicopatía
Nigg (2006) destaca la presencia de dos
vías
temperamentales
diferentes,
vinculadas con la presencia de dos tipos de
psicopatías la tipo I, caracterizada por
falta de empatía y sensibilidad hacia el otro
y la tipo II, de carácter reactivo.
En el caso de estudios en adultos que
presentaban falta de empatía y sensibilidad
interpersonal,
tendientes
a
iniciar
agresiones de forma instrumental; los
mismos aparecen ligados a temperamentos
con bajos niveles de introversión, bajos
niveles de emoción negativa, altos niveles
de extraversión y bajos niveles de evitación
del peligro (Benning et al. 2003). Aunque
la identificación de estos rasgos en la
infancia es algo más compleja, Lynam
(2002) encontró resultados comparables
en una muestra de sujetos de entre 13 y 16
años, al ver que aquellos que ejercían
violencia instrumental tenían bajo nivel de
afiliación, bajo nivel de control esforzado y
bajo afecto negativo.
Aquellos que catalogan como tipo II, es
decir, que ejercen violencia de forma
reactiva, tendían a tener altos niveles de
afecto negativo, bajo nivel de afiliación y
bajo nivel de control esforzado (Lynam,
2002).
Trastorno por Déficit de Atención e
Hiperactividad (TDAH)
Nigg, Blaskey, Huang-Pollock y John (2002)
encontraron que el control esforzado,
estaba relacionado con los síntomas de
inatención, mientras que los síntomas de
hiperactividad e impulsividad se asociaban
a la presencia de afecto negativo de tipo
irritable.
Goldsmith, Lemery y Essex (2004),
siguieron niños desde el nacimiento hasta
la vida adulta y encontraron que el TDAH
estaba asociado con pobre control
esforzado,
altos
niveles
de
hostilidad/agresividad.
El TDAH parecería entonces estar asociado
a múltiples vías temperamentales (Nigg,
Goldsmith y Sachek, 2004). Una vía se
vincula con el control esforzado, sobre
todo en el caso de la inatención, una
segunda vía involucra altos niveles de
aproximación, sobre todo lo vinculado a la
hiperactividad. Sobre esta última vía,
parecería existir una superposición con los
trastornos de conducta.
Ansiedad y Depresión
Watson (Watson, Gamez y Simms, 2005)
realizó numerosos trabajos indagando el
vínculo entre temperamento, ansiedad y
depresión. De dichos estudios se
desprende un modelo explicativo de esta
constelación sintomática. Según el autor,
en la depresión se presentan altos niveles
de retraimiento (afecto negativo) y bajos
niveles de conductas de aproximación
(afecto positivo). Esto explicaría tanto los
síntomas de pesar y tristeza como la falta
de capacidad para emprender actividades y
sentir placer. En el caso de la ansiedad
generalizada, se observan altos niveles de
retraimiento de forma aislada.
Lonigan et al. (2004) sugieren que la
relación entre la emoción negativa y la
aparición de la ansiedad estaría mediada
por los niveles de control esforzado de la
persona, es decir, que la capacidad de
autorregulación podría moderar los efectos
del retraimiento sobre la conducta. Esto se
daría fundamentalmente debido a la
importancia de la dirección de la atención
hacia los estímulos en el incremento o
disminución de los síntomas ansiosos
(Lonigan y Phillips, 2001). Un estudio
reciente (Vervoort, et al, 2011) encontró
resultados similares con el agregado de
verificar, como era esperable, que cuando
los niveles de emoción negativa son muy
bajos, el rol mediador del control esforzado
sobre la ansiedad desaparece.
Trastorno Bipolar Infantil
Hirshfeld- Becker et al. (2003) sugieren que
los niños con trastorno bipolar podrían
exhibir de forma premórbida dificultades
temperamentales.
Específicamente en
dos áreas: desinhibición conductual y
regulación emocional. La primera puede
ser definida como
la tendencia a
experimentar excitación en respuesta a
estímulos
novedosos,
generando
conductas
exploratorias,
decisiones
impulsivas, aproximación ante indicios de
posibles recompensas y una baja tolerancia
a la frustración (West, Schenkel y Pavuluri,
2008). En cuanto a la desregulación
emocional, puede ser definida como la
respuesta no-modulada a un estímulo. Es
decir, la dificultad de un individuo para
regular la respuesta emocional a estímulos
internos o externos (West et. al. 2008).
Chang, Blasey, Ketter y Steiner (2003)
evaluaron el temperamento de 53 hijos de
padres bipolares
sin diagnóstico y
encontraron
que
diferían
significativamente del grupo control en
flexibilidad cognitiva, emoción negativa y
persistencia hacia la tarea.
HirshfeldBecker y colaboradores (2006) realizaron
un estudio de características similares pero
realizando observaciones de los hijos de
padres bipolares en el laboratorio.
Encontraron
que
tenían
tasas
significativamente
aumentadas
de
desinhibición conductual en comparación
a hijos de padres sin trastorno bipolar.
Dado que se trataba de niños sin
diagnóstico psiquiátrico al momento de la
evaluación, este estudio es interesante en
señalar al temperamento como un posible
fenotipo intermedio (endofenotipo) del
trastorno bipolar.
West y colaboradores (2008) estudiaron
retrospectivamente el temperamento en la
primera infancia de a tres grupos de niños:
25 niños con trastorno bipolar I, 25 niños
con TDAH y 25 controles sanos. Todos los
niños se encontraban estabilizados y
respondiendo
favorablemente
a
medicación psiquiátrica. Los autores
encontraron que los niños con trastorno
bipolar tenían un temperamento más difícil
durante los primeros años de vida
(dificultades de sueño, dificultad para ser
confortados, llanto excesivo) que los
sujetos control y que los niños con TDAH.
Estos últimos a su vez diferían
significativamente del grupo control. Los
autores sugieren que estos resultados
parecerían indicar la presencia de un
espectro
en
las
dificultades
temperamentales.
Conclusiones
El temperamento puede conceptualizarse
como
una
serie
de
patrones
constitucionales y estables de respuestas a
los estímulos ambientales. Los estudios
muestran que existe una correlación entre
dicho constructo y la emergencia o no de
psicopatología psiquiátrica en la infancia.
Sin embargo, el nivel de correlación es
moderado, dando lugar a una fuerte
intervención del ambiente.
La forma en que temperamento y
ambiente interaccionan en el surgimiento
de posibles patologías sigue un modelo
multicausal en el cual no es apropiado
hablar de determinismos. Por un lado es
claro que determinadas características
temperamentales
constituyen
una
vulnerabilidad mientras que otras resultan
protectoras. Pero no menos cierto es que,
en muchos casos, son las consecuencias
ambientales del temperamento (por
ejemplo, la sobrecarga de los cuidadores)
las que resultan en sí patogénicas.
Finalmente también puede pensarse que,
de forma inversa, determinadas patologías
del desarrollo modelan el temperamento.
Como se ha destacado en el presente
trabajo al referirnos al Trastorno Bipolar
Infantil, parecería haber en determinados
cuadros clínicos suficiente evidencia para
hablar de un temperamento pre-mórbido.
Este hecho puede tener relevancia tanto
clínica como científica. Si es posible
identificar niños en alto riesgo de padecer
determinados trastornos, es factible
diseñar intervenciones de tipo preventivo.
Por otro lado aquellas características
presentes en un sujeto antes del
surgimiento de la enfermedad podrían ser
tanto pródromos de la misma como
características
que
aumentan
su
posibilidad de ocurrencia. Sobre estas
posibilidades las investigaciones aún son
escazas y es de esperar que futuros
trabajos permitan una mayor comprensión
sobre
el curso evolutivo de las
enfermedades mentales.
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