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INTEGRACIÓN DEL ENFERMO MENTAL EN LA PARROQUIA
Ciempozuelos, 22 de noviembre de 2008
Carlos Chiclana Actis.
Médico Psiquiatra.
Complejo Asistencial Benito Menni.
Ciempozuelos (Madrid)
[email protected]
Cuando Juan me propuso compartir este rato con vosotros pensé qué podía
aportaros yo que no supierais. Vosotros estáis acostumbrados al contacto diario con
tantísimas personas, a palpar el sufrimiento y las necesidades de muchos que acuden a
vosotros.
Conforme avanzaban los días me acordaba de cuando yo tenía 6 años y
diagnosticaron a mi hermano Fernando una enfermedad neurodegenerativa, cómo
estaba presente en casa la oración y un sacerdote, don Jerónimo, que nos alentaba y
acercaba a Dios. Cuando tenía diez años y mi abuela fue adquiriendo una demencia
hasta que se vino a vivir con nosotros, los gritos, las cosas que decía que no sabíamos si
reírnos o asustarnos, el Haloperidol que tomaba… y me acordaba de don Luis, el
párroco de Las Matas, que venía a darle la comunión. Me acordaba también de cuando a
mí me diagnosticaron otra enfermedad, los temores de mis padres, la cercanía de los
sacerdotes de mi colegio, la confianza en Dios en todo el proceso, que ha querido que
ahora pueda estar hablándoles contra todo pronóstico.
Así que me encontraba pensando más en hablaros como enfermo y como
familiar de enfermos que como médico psiquiatra. Le pregunté a Juan dos cosas, que si
lo que queríamos era una sesión técnica, me contestó que en absoluto, que tenía que ser
algo vivo. Y que si yo acudía sin más a esta reunión en calidad de médico. De médico
cristiano, me puntualizó. Estoy de acuerdo, aunque me gusta más la etiqueta de cristiano
médico. De cristiano que hace una lectura más rica de la enfermedad y de la salud,
desde su posición médica.
Me gustaría que pensarais en vuestro interior: ¿qué concepto de la enfermedad
tengo yo, como persona, como sacerdote, como agente de pastoral de la salud?
Cuando acude un enfermo mental a nuestra parroquia lo primero que hemos de
preguntarnos es a qué viene esa persona y qué puedo darle yo, cuáles son sus
expectativas y si puedo cumplirlas.
Si estás en el despacho parroquial y aparece un hombre al que le duele
muchísimo la tripa, aunque venga pidiendo que le hables de Dios, lo lógico será
enviarle a urgencias o llamar al 112 y ya más adelante hablaremos, no intentaremos
resolver nosotros ese dolor. No obstante mientras llega la ambulancia podemos animarle
a que ofrezca esos dolores y se una a la cruz de Cristo.
Esta idea hemos de tenerla clara. La caridad lo soporta todo sí, pero si por
nuestra parroquia aparece alguien con síntomas de enfermedad mental la primera y
mejor ayuda, la más caritativa, será ayudarle a que vaya al médico, que se reduzcan al
mínimo los síntomas. Quizá necesitemos para esto alguien que nos ayude a diferenciar
los síntomas de la enfermedad, médicos a los que consultar de forma rápida, con una
llamada o un correo electrónico, médicos a los que enviarlos (del CSM, de una
consulta privada, etc.).
Cuando el enfermo ya ha puesto los remedios médicos es cuando puede empezar
a participar de la vida parroquial de verdad. Y nos podemos preguntar cómo valoro yo
la enfermedad, qué son para mi los enfermos ¿un problema o una solución? ¿un freno o
un acelerador? ¿un motivo de fastidio o un motivo de amor?
Hablarte de la enfermedad es hablarte de amor, de sabiduría, de comprensión y
de audacia. Es hablarte de una historia personal, dinámica, en continuo crecimiento, un
relato que vale la pena vivir porque, aunque sea incomprensible a ojos poco
experimentados, la enfermedad es una llamada particular, individual, que pertenece a la
esencia de la persona llamada y así la inteligencia, el corazón y las acciones de cada día
se sirven de ella para caminar hacia la felicidad.
Mi amigo Jaime es un gaditano simpatiquísimo que tiene un Trastorno Bipolar.
Cuando se pone mal, maniaco, activo y acelerado tiene síntomas psicóticos que le llevan
fuera de la realidad con un delirio de tipo místico que le hace creer que es Jesucristo. En
una de estas ocasiones se acercó, me dio un abrazo y me susurro al oído. ¿Sabes quién
soy? Le contesté firme tratando de leer en sus ojos la respuesta correcta, pero se perdían
en el infinito: sí, tú eres Jaime. Pero él replicó: no, soy Jesucristo, el Rey de los Judíos.
¡Era una verdad como un templo! Él era Jesucristo, allí en el asfalto, su mano sobre mi
hombro. Caí en la cuenta, me abrió los ojos y capté que tan fuera de la realidad cómo
estaba me estaba diciendo la Verdad. Jaime enfermo era Jesucristo padeciendo.
Nos puede venir bien actualizar con frecuencia en mi interior el verdadero
valor de la enfermedad. El enfermo que es atendido en la parroquia es alguien
importante, es alguien que busca una respuesta que no se la pueden dar en una
asociación de enfermos, ni en una ONG ni en los servicios sociales. El enfermo es tierra
nueva, fecunda, que mana leche y miel que ayuda a hacer eficaces los padecimientos de
Cristo. El enfermo, un lugar donde mirar cómo se va formando Jesús, como en el seno
de la Virgen María. El enfermo, un Sagrario ante el que habría que hacer genuflexión,
una custodia que tendríamos que sacar en procesión por las calles de nuestra ciudad.
El enfermo, representa a la humanidad hambrienta de un Dios que le dé una
explicación a su dolor, un motivo a su sufrimiento, un fin a sus molestias, un porqué
para superar ese como, una comida que calme su hambruna de paz, un ascensor que le
eleve más allá de la visión chata de la lógica humana. Tenemos reciente el ejemplo de la
beatificación de Louis Martin, padre de santa Teresa de Liseux, que desaparece de su
domicilio, porque padece un delirio; tras encontrarle es ingresado en el Hospital del
Salvador, el manicomio, de Caen durante tres años, los que él llamaba sus “tres años de
martirio. Cuando consigue expresarse repite sin cesar: «Todo sea para la mayor gloria
de Dios»; o también: «Nunca había sufrido una humillación en la vida, por eso
necesitaba una».
Es cierto que la enfermedad puede traer consigo una crisis y hemos de
aprovecharla, para que esa crisis sea una crisis de crecimiento. Al igual que cuando los
niños crecen y les da fiebre, dolor en las rodillas, cambio en la voz, etc., la enfermedad
hará que la persona lo pase mal en el cambio, en la adaptación, pero se puede
aprovechar para crecer, para ser más fuerte, más resistente. Para conocerse mejor
porque en esta crisis, la enfermedad te habla de ti, te cuenta quién eres, te ayuda a
reestructurar tu proyecto vital si es que no lo tenías claro.
Como le pasa a la Virgen María que había trazado un proyecto vital de servicio a
Dios y es reestructurado con una elección de Dios que, en principio, es absolutamente
contraria a lo que Ella tenía pensado hacer. Pero acepta lo venido de Dios, lo acoge
aunque no entiende. Así se desarrolla Jesucristo en su interior y Ella sirve como esclava
a toda la humanidad. Así también en nosotros la enfermedad puede variar los planes que
teníamos hechos pero, si acogemos esa elección de Dios, se desarrollará Jesucristo en
nosotros y serviremos – difícil de entender, pero así es Dios de misterioso- a toda la
humanidad, empezando por los que conviven con nosotros, que podrán atender a
Jesucristo más fácilmente. Ya empieza a bosquejarse cuál puede ser nuestra actitud ante
el enfermo mental que aparece en nuestra parroquia, ante el vecino asiduo a la iglesia
que se pone enfermo, ante el alcohólico que orina en la puerta, ante la mujer con
trastorno de ideas delirantes que viene a la iglesia con todas su bolsas, ante el
escrupuloso que me bloquea el confesionario, ante el depresivo que está una hora en el
despacho contándome sus penas.
Me resulta curioso ver cómo, cuando a alguien le diagnostican un cáncer,
aunque casi nadie entiende bien cuál es la fisiopatología de la enfermedad, les cuesta
mucho menos aceptarla, ofrecer los sufrimientos, conformarse a ella, que cuando el
diagnóstico es de una enfermedad mental. Pero se puede, yo lo he visto. Un amigo mío,
Pedro Antonio Urbina, poeta, enfermo mental con un trastorno depresivo recurrente y
que falleció este verano. Solía tener episodios depresivos graves todos los años, con
ganas de morirse y de suicidarse. Llevaba una honda vida cristiana. Tomo dos versos
suyos que me parece que condensan todo el contenido de lo que estoy tratando de decir:
“no te hablaré de mi enfermedad, te mostraré sus rosas”.
Para integrar al enfermo mental en la parroquia hemos de contar con el enfermo
y con la visión cristina de la enfermedad. Así, con el enfermo mental moderadamente
estable y con nuestras ideas claras podemos formar al enfermo sobre el valor de su
vida para la Iglesia, sobre cómo hacer Iglesia desde la enfermedad.
Cuando la enfermedad llega queda rota la habitual experiencia de cada día, ya no
están esos cimientos que antes nos daban seguridad, se descompuso nuestra fortaleza y
quedamos fuera de sitio, caídos sin saber a dónde agarrarnos. Cuando nos encontramos
fuera de sitio tenemos miedo, estamos inseguros, el pesimismo se empeña en hacernos
compañía.
La enfermedad nos empuja y nos saca de nuestro refugio, del orden que
habíamos establecido y no tenemos experiencia para dominar la avalancha de nuevos
sentimientos,
sustos,
miedos,
inseguridades,
desesperanza,
desconocimiento,
intranquilidad, temor.
¿Será un sueño?, nos preguntamos. Ésta no es la vida que yo había proyectado,
no es éste el camino que pretendía andar, mis deseos y proyectos no contaban con el
sufrimiento como compañero de viaje. Esto no es lo mío, se han confundido al
entregarme el papel que tenía que representar en este teatro del mundo.
Pero nos damos cuenta de que sí, que somos nosotros, que en el nuevo papel que
se nos asigna en la vida pone mi nombre, apellidos, DNI y hasta el apelativo familiar
más íntimo.
La enfermedad ¡qué sorpresa! Saber que estamos enfermos es como descubrir
que tenemos un tercer ojo en la frente. La gente normal no tiene un ojo en la frente.
Pero no es un ojo cualquiera, es un ojo con todas sus funciones perfectas, ve bien y tiene
su correspondencia cerebral. Podemos usarlo para ver o taparlo impidiendo alcanzar una
visión más completa.
¿Cómo puede ser que yo esté enfermo? No cuadra con mis planes. No hay duda
de que nadie planea su existencia hacia la enfermedad, pero es muy importante planear
con el que hace los planes: Dios.
¿Qué harás si hay cambio de planes?, dice una canción de Los Secretos. Si desde
el inicio cuentas con Dios la enfermedad no será un inquilino molesto e inoportuno, sino
que la enfermedad te permitirá ser tú al completo, porque se llena el hueco que tenías
preparado para acoger en ti a la voluntad de Dios. Es una pieza que completa el puzzle
que conforma tu existencia.
La enfermedad puede fecundar tu vida con tal fertilidad, que lo que nazca de ti
“pueda ser llamado Hijo de Dios”, Jesús el Hijo de Dios clavado en la cruz. Nada es
imposible para Dios que hace fructificar lo que se pudre, que acelera lo que en
apariencia es muerte, que –como el grano de mostaza- hace que de lo pequeño, de lo
despreciable del mundo, salgan cosas grandes.
Pero no todos los enfermos que se acercan a la parroquia participan de una vida
cristiana ni todos los enfermos son iguales. No es lo mismo una chica de 19 años con
anorexia nerviosa que una señora de 62 con distimia. No es lo mismo un chico de 24
años con problemas de drogas que un señor de 42 con esquizofrenia residual.
Podemos iniciar su integración ayudándole a establecer unas expectativas
adecuadas respecto a la parroquia, que tenga claro qué es lo que puede recibir ahí:
apoyo, escucha, formación, participar de la comunidad, recibir los sacramentos, ayuda
material, etc.
Mi experiencia es encontrarme con varios tipos de pacientes en relación con la
vida cristiana. A unos ni les va ni les viene la relación de su enfermedad con la vida
cristiana, porque no llevan vida cristiana. Otros son los que se preguntan ¿por qué a mí?
La enfermedad les dificulta la visión, el sosiego de Cristo. Les aplasta el peso y no están
dispuestos a soportarlo, se asustan, se rebelan, echan espumarajos. Algunos dan un
paso adelante y se resignan a tener una enfermedad, la viven como peso que les aplasta.
Te los encuentras así, chafados por ese peso. No se mueven. Avanzando más, hay
enfermos que la aceptan como un elemento más de la vida – como si ese día llueve – y
siguen con sus actividades ordinarias. Acaban desgastados, agotados, es un elemento
que distorsiona su vida, una dificultad más que tienen que superar y punto. Ellos tiran
para adelante “a como dé lugar “, su entrega no es amable, sino costosísima y tratan de
hacer imposibles con sus propias fuerzas.
Una última manera que he podido apreciar es la de aquellos que aceptan la
enfermedad como herramienta que da el tono adecuado a su vida cristiana. Es un
elemento que ayuda a equilibrar, que aporta armonía. Un componente más al que sacan
jugo. No luchan contra él, sino que está en su equipo, les da juego y por lo tanto
seguridad, serenidad y alegría.
Hacía esta última actitud, es a la que tenemos que llevar a los enfermos mentales
que acuden a nuestra parroquia. No es un camino fácil y depende desde dónde se parta,
pero en cualquier caso, para llegar hasta ahí hace falta un proceso de maduración de la
enfermedad que describe Juan Pablo II:
“Halla como una nueva dimensión a toda su vida y su vocación. Este
descubrimiento es una confirmación particular de la grandeza espiritual que en el
hombre supera el cuerpo de modo un tanto incomprensible. Cuando este cuerpo está
gravemente enfermo, totalmente inhábil y el hombre se siente como incapaz de vivir y
de obrar, tanto más se ponen en evidencia la madurez interior y la grandeza espiritual,
constituyendo una lección conmovedora para los hombres sanos y normales. Esta
madurez interior y grandeza espiritual en el sufrimiento ciertamente son fruto de una
particular conversión y cooperación con la gracia del Redentor crucificado” (Salvifici
Doloris (S. D). nº 25)”.
Cuando leo estas palabras me suelo acordar de Pedro, un alcohólico que vivía en
el suelo de la Plaza de Argüelles. Me solía sentar a charlar con él algunas tardes de
verano, cuando estaba haciendo la carrera. En una ocasión le animé a participar en la
Misa en la parroquia del Inmaculado Corazón de María, en Ferraz. Me dijo que no le
parecía que él fuera digno de participar en la Eucaristía y que cuando por las noches se
tumbaba sobre sus cartones en los soportales de la plaza, mientras cogía el sueño, oraba
durante un ratito con Jesús y con la Virgen y hacía un acto de aceptación del
sufrimiento con el que se unía a los planes de Dios. Me llamó mucho la atención la
finura de alma en una persona que a primera vista no era más que un mendigo
alcohólico.
Esa puede ser la formación que demos a nuestros enfermos. ¿Cómo? A través
de la dirección espiritual, de los grupos de oración, de los grupos de pastoral de la salud,
del contacto cotidiano en la vida de la parroquia… Porque percibir el designio de Dios,
que les llama a ser enfermos -sus enfermos- y a aceptarlo con fe y esperanza, nos
permite traspasar el umbral de la lógica humana, despertar lentamente en un nuevo
mundo teñido de otros colores hasta ahora desconocidos. El aire es más ligero, los
pulmones se expanden, la temperatura es la adecuada para que la libertad alcance su
plenitud precisamente encadenada a la falta de salud física, precisamente esclavizada
por el amor y como la Virgen María podemos afirmar: “He aquí la esclava del Señor,
hágase en mi según tu palabra “.
Quizá es éste el mejor servicio que se le puede dar desde la parroquia a cualquier
enfermo mental. Porque la enfermedad es transporte, te lleva a sitios que desconocías y
también te muestra muchos aspectos que desconocías en lugares por los que pasabas
todos los días y no te dabas cuenta de que estaban allí esperando ser descubiertos. Te
abre nuevas vías de amor para cada hecho cotidiano: una mirada, una sonrisa, dar las
gracias, llamar por el nombre propio, un beso de saludo, una palabra amable, una
disculpa, un pequeño regalo, un detalle de servicio. La enfermedad como Palabra hecha
carne te hace consciente de la posibilidad de pasar inadvertido entre las gentes,
sembrando Belleza y Unidad; con pequeños actos de la voluntad, a su imagen y
semejanza, con seguridad de estar en la voluntad divina. A la enfermedad se puede ir a
beber como a la fuente de aguas vivas, cuando en apariencia es una fuente de aguas
contaminadas.
Esto es lo que le ha pasado a Edu, con Trastorno Bipolar, que era un profesor
implacable, estricto y que no pasaba una. Muy preocupado de su imagen externa, muy
exigente consigo y con los demás, llevaba vida cristiana y colaboraba mucho en tareas
de formación, convivencias, etc. Tras su primer episodio maniaco con síntomas
psicóticos empezó a ver que las personas eran más que los resultados, empezó a valorar
todo lo que le daban y tuvo que reajustar su forma de integrarse en la parroquia, y ahora
en vez de formación atiende más las labores de acompañamiento de otros enfermos
mayores y solos, que necesitan que se esté con ellos.
El enfermo es Jesús que se encuentra consigo mismo y se da ánimos para seguir
adelante camino del calvario, machacado, hastiado. Jesús que se encuentra a sí mismo
en el Templo y se confirma en la necesidad de hacer la voluntad de su Padre. Jesús que
se lleva mirra en ofrenda para no olvidarse de su compromiso con el dolor.
En cada enfermo nace Dios mismo, la corte celestial le rodea, la humanidad se
emboba con Él y María se lo ofrece a José para que lo anuncie. Tú que tienes a ese
enfermo a tu lado no pierdas la oportunidad de cantarle una nana de envolverle en
pañales, de limpiarle, darle de comer. Y escucha qué melodía cantan los Ángeles a
vuestro alrededor qué música, qué luz.
Está muy bien decir: soy hijo de Dios; pero cuando Dios te dice: “estupendo,
pues mira dónde está mi Hijo, allí clavado en la Cruz y me agradaría que tú también
estuvieras ahí, cuento contigo ¿quieres? “. Es en ese momento cuando también hay que
hacerse hijo de Dios con el Hijo, por el Hijo, en el Hijo. Podríamos decirle a Dios que
nosotros lo que queremos es servirle con nuestras actividades humanas, o ser misionero
o ser uno de sus apóstoles y tal y cual… pero Dios – pienso yo – nos diría “ya, pero lo
que yo quiero es que estés ahí tirado, ahí en un sillón sin poder moverte para ayudarme
a corredimir, si quieres… bienvenido”
Porque lo interesante no es estar enfermo y ya está sino la aceptación del
sufrimiento como especifica misión encomendada por Dios particularmente a una
persona. “No fue el dolor, en cuanto tal, lo que constituyó una reparación por nuestros
pecados, sino el amor ya la obediencia de Jesús, que mostraron sin grandeza en la
aceptación del sufrimiento hasta, la muerte y muerte de cruz”. No te hablaré de mi
enfermedad, te mostraré sus rosas.
Podríamos pensar entonces, que el enfermo ha de dedicarse a vivir en su
enfermedad, como en una torre de marfil. Pero no es así, ha de salir de sí mismo, pero
realmente sólo podrá servir a los demás desde el conocimiento de sus limitaciones.
Servicio a los demás y hacer Iglesia no sólo con la oración y el sacrificio; además puede
aportar mucho en la parroquia. ¿Cómo? Dándole encargos proporcionados a sus
capacidades
(limpieza,
orden,
flores,
colectas,
coros,
seguridad,
cáritas,
acompañamientos a otros enfermos, atención del teléfono, campañas económicas,
aspectos administrativos, mantenimiento material, pintura, diseño y distribución de la
hoja parroquial, rezo del Rosario…)
Es interesante enseñar a los enfermos a tener indicadores que les permitan
mantener el rumbo en medio de la tormenta, como al piloto de avión que se fía de que
está a tal altura, que el norte está en aquella dirección porque se lo indican esas agujas;
aunque él lo único que ve a su alrededor es oscuridad, nubes y agua. Y es quizá el
párroco o el agente de pastoral de la parroquia el que se lo puede enseñar a él y también
a la familia, intentar que se sume al mismo plan de acción, que colaboren en la
integración del enfermo en la vida parroquial integrándose también ellos. Puede ser ésta
una manera de palpar cómo el enfermo que vive cristianamente la enfermedad puede ser
misionero y hacer viva la Palabra en el ambiente donde esté.
Cuando el enfermo vive realmente vida cristiana, y ha aceptado la enfermedad
como elemento prioritario en la voluntad de Dios para él en ese momento determinado
de su vida, lo que sembrará a su alrededor será serenidad, seguridad y optimismo. Si no,
creará desazón, intranquilidad, transmitirá su angustia a los demás y ensombrecerá el
ambiente con su presencia.
Tratar, cuidar, entender, aguantar, comprender, querer a un enfermo no es fácil.
Me parece que es tan sencillo –a la vez que complejo y hay que aprender a hacerlocomo contar con los ingredientes para hacer un pastel. Con los ingredientes que tengas
haz el pastel que puedas hacer, no otro diferente mejor o peor. Ayudar a la persona que
acude a nosotros a ser santa con eso, a través de una nueva dimensión, enseñarles a que
la utilicen como motor. Hace unos días hablaba con unos niños sobre qué era ser santo y
daban respuestas dispares y disparatadas hasta que uno dijo: ser santo es estar con Dios.
A lo mejor ese puede ser nuestro objetivo más ambicioso, ayudar al enfermo a que esté
con Dios. Pero dentro de un marco, que bien nos podría definir lo que dice san Benito
Menni en las Constituciones de 1882, en el artículo 81, para sus hijas: Cuanto pueda
desearse hacer en obsequio a obtener la curación o alivio de las enfermas dementes
queda reducido a estos cinco puntos: Asistencia facultativa, Asistencia piadosa,
Asistencia de alimentos, asistencia higiénica, asistencia de recreación y ocupación y
asistencia disciplinar.
Hasta que el enfermo se encuentre en esta felicidad de aceptación pasa tiempo,
no se hace el vino de un día para otro, pero si no llega a este estado es fácil que haga
crack, que esté enfadado, triste, que piense que nadie le comprende, que se desespere.
Para ayudarle en esta maduración de su nueva misión en la tierra – transitoria o crónica
–se le pueden ir cortando los caminos por los que puede huir, no dejarle que vaya de
víctima.
En estos enfermos –que solemos ser todos al principio- su centro de gravedad es
la enfermedad, todo lo ve a través del cristal de la enfermedad… y no pasa nada que
esto sea así en su vida de relación con Dios, porque la enfermedad es una elección
particular de Dios sobre ellos: “Cristo no explica abstractamente las razones del
sufrimiento, sino que ante todo dice: “Sígueme“, “Ven“, toma parte con tu sufrimiento
en esta obra de salvación del mundo” ( S. D. n. 26 ). Pero al exteriorizarlo tanto, de lo
que podría ser una apasionante aventura personal, hacen un folletín de una revista de
cotilleos.
El enfermo que va de víctima quiere que se note que está mal; no pasa nada
porque se note, quien le quiera lo notará, pero no podemos aceptarle que ponga interés
en que se note. Él es el que debe adaptarse a las situaciones no las situaciones de todo el
resto de la familia, amigos, etc. a él.
Es un gran favor para estos enfermos no permitirles que usen su enfermedad
como excusa para no crecer en la vida cristiana, se les puede hablar de múltiples santos
que lo consiguieron gracias a la enfermedad. Contestarán que ellos no son santos; ya,
pero no están usando el magnífico medio que les han dado. Pueden intentar justificar
con la enfermedad sus defectos y es importante enseñarles a diferenciar.
Este enfermo no se fía ni del médico ni del párroco, él ya sabe, y además se
queja de que no le escuchan cuando es él el que no escucha ni hace caso ni pone los
medios. Si uno de los diez leprosos que curó Jesús fuera un enfermo de este tipo aún
estaría explicándole a Cristo por qué no debe entrar él, que es leproso, en la ciudad, que
no pueden ir al templo, que son impuros, que así no se hacen las cosas, que qué van a
decir los sacerdotes y la gente que les vea por las calles, que a lo mejor les apedrean…
podemos animarle a que se abandone, que se deje llevar por el espíritu poniendo los
remedios humanos que tenemos al alcance. A Dios rogando, pero con el mazo dando.
Han ido saliendo diferentes ideas que me gustaría resumir antes de terminar con
una poesía de Miguel D’Ors que leeré al final. ¿Qué medios podemos poner para la
integración del enfermo mental en la parroquia?
1. Establecer el ámbito personal de actuación del párroco, con prioridades en la atención
de las personas, delegando lo que pueda hacer otra persona, para que él pueda hacer
todo lo que sólo puede hacer él, como la administración de los sacramentos, formar a
otras personas, etc.
2. Tener un asesor a quien preguntar de manera rápida con un mail, una llamada,
cuando tengamos dudas de cómo atender a una persona, de si lo que cuenta es un
proceso psicológico normal o patológico.
3. Actualizar con frecuencia en mi interior el verdadero valor de la enfermedad.
4. Tener en la parroquia un encargado de pastoral, que acoja a los enfermos, que se haga
cargo de cómo están, de cuáles son sus necesidades, que escuche todo lo que pueda, que
organice los grupos, etc.
5. Ayudar al enfermo a establecer unas expectativas adecuadas respecto a la parroquia,
que tenga claro qué es lo que puede recibir ahí: apoyo, escucha, formación, participar de
la comunidad, recibir los sacramentos, ayuda material, etc.
6. Contar con la familia, sumándola al proyecto de integración de cada persona,
formarles, apoyarles, acogerles.
7. Formar al enfermo sobre el valor de su enfermedad para la Iglesia. Hacerles saber que
se cuenta con su oración y sacrificio
8. Promover que participen de las actividades normales en la medida de lo posible y
darles juego, que sean útiles además de con la oración y el sacrificio con aportaciones
materiales: limpieza de la iglesia, pequeños encargos (colectas, flores, control puerta),
cáritas, bancos de alimentos, visitas a otros enfermos, acompañamientos, coros,
gestiones administrativas, etc.
9. Organizar grupos particulares de pastoral de la salud, grupos oración, etc.
10. Contar con la ayuda de otros fieles de la parroquia que les acompañen, atiendan,
formen, etc.
La poesía, que habla por sí sola y que resume lo que he comentado, dice así:
ELOGIO DE LA IMPERFECCIÓN
Esa vieja cordura los desprecia
tontos, enfermos, locos, raros, poquita cosa:
piezas inacabadas.
Pero a Él le sirven todos,
piedras de su edificio. Algunas veces
los usa como piedras angulares
-véase el Evangelio- y otras veces con ellos
le hace a la historia vados, aceras, jardincitos
poyetes en que toman el sol los jubilados
nada se desperdicia. Ninguno queda fuera.
Quién sabe si por ellos, solamente ellos,
siguen Aldebarán, el Cisne y la Vía Láctea
girando en el silencio de las noches. Quién sabe
si a esos que tienen pájaros
en la cabeza, a aquellos que están como una cabra
a los que oyen campanas y nunca saben dónde
a los que les han dado calabazas…
él no los ha elegido como sus proveedores
de materiales para hacer las primaveras