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El paisaje antes y después de los atentados
Jorge Cohen - Javier García Cano1
Resumen
Los atentados a la Embajada de Israel y de la Amia arrasaron con el paisaje urbano, el
inmediatamente anterior a las explosiones en la calle Arroyo y en la calle Pasteur y
generaron un nuevo paisaje urbano, diferente, diverso. Inmediatamente después, ese
paisaje fue la destrucción. Más tarde, con el tiempo, ese paisaje volvió a cambiar con la
construcción de una plaza seca y un nuevo edificio, que mantienen, sin embargo, algunos
signos del antes y del inmediatamente después de las explosiones.
Este trabajo se inició en el año 2006, como parte de la agenda de trabajo del Instituto de
Arte Americano e Investigaciones Estéticas (IAA) “Mario Buschiazzo” de la Facultad de
Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires. Surge de la lectura de
los resultados materiales e intangibles de los dos atentados a Buenos Aires (Embajada de
Israel, 1992 y Amia, 1994).
Este trabajo indaga, en un principio, en la historia de los dos edificios y de las edificaciones
que las precedieron. Lo hace a través de la documentación gráfica histórica (fotografías y
dibujos) de ambos casos, y de material del reconstruido archivo de la AMIA.
Los dos edificios, tomados como uno de los ejes del trabajo - pero no como la totalidad –
marcan la existencia de nuevos elementos del paisaje de la ciudad de Buenos Aires, con un
reconocimiento post facto, así como también significan el inicio de una práctica de
modificación sistemática del paisaje urbano de la mayoría de las grandes ciudades
argentinas en las que existen bienes patrimoniales ligados a la comunidad judía.
Sin duda en la actualidad el problema de la categoría o clasificación como “Paisaje cultural
y/o paisaje urbano” de un bien es tema central de todas las discusiones. En este punto, el
interés de presentar este trabajo en el marco de la reunión convocada por el ICOMOS
Argentina, estuvo centrado en acercar un caso complejo y con peculiaridades supremas
frente a lo tradicional y conocido en nuestro medio. La condición extraordinaria de los casos,
sin duda lleva a pensar y ayuda a rediscutir algunas cuestiones conceptuales. Para su
posible inserción en esta categoría, se asume la idea de “paisaje urbano” como la más
adecuada, pero asumiendo que lo “urbano” sin duda es parte de lo “cultural” (y sólo en estos
términos muy simples) es que asociamos la condición a los casos. No interesa realizar aquí
1
Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas, Facultad de Arquitectura, Diseño y
Urbanismo.
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un desarrollo extenso de los casos, solo señalarlos como un tema muy local y propio, pero
especialmente como un tema de paisaje urbano y cultural que es inseparable de la identidad
contemporánea (al menos en estas tierras).
Paisaje como resultante material de la acción humana: los atentados
Los atentados, así se los conoce en Argentina donde no hace falta ninguna otra mención de
identificación para hablar de ellos fueron las acciones humanas que dieron inicio a los
cambios en el paisaje que se han estudiado. A veces se los menciona como “los atentados
de los 90”. Adquirieron nombre propio y se lo asignaron a esa década, formaron parte
ineludible de aquel tiempo, y bien podría decirse que con el segundo atentado, el de la
AMIA, en 1994, se cerró el siglo XX en el país. Resulta imposible hablar de la década de los
90 sin mencionar los dos atentados. Todos los acontecimientos sociales y políticos
posteriores estuvieron absolutamente asociados a este momento, y el resultado objeto de
este trabajo (la huellas urbanas) son la evidencia material más obvia y permanente que
provocaron.
Debe considerarse la componente cronológica. Hay un antes y un después de los atentados
de los 90 en Buenos Aires. Y hay, hubo, un paisaje – varios paisajes – antes de los
atentados y hay un paisaje – varios paisajes – luego. En realidad se intenta no sólo tomar en
cuenta las huellas materiales exclusivamente, sino muy por el contrario, considerar además
las derivaciones de esta nueva configuración del paisaje y las preexistencias.
En ese sentido, con los límites de un trabajo que no surgió desde un estudio de los
comportamientos humanos, ha sido inevitable dedicar mucha preocupación a las acciones
que los individuos o las instituciones o los grupos humanos han desarrollado como
derivaciones de los hechos de los 90. Tal vez una buena forma de definir lo hecho (y aún en
ejecución) como trabajo de investigación en el campo del patrimonio, sea decir que
finalmente se ha trabajado frente a una cadena de acciones y modificaciones del paisaje. Se
tomó como elementos de estudio tanto a los nuevos componentes fijos y materialmente
definidos, como aquellos efímeros, e incluso inmateriales que resultan del gran valor
simbólico de estos nuevos paisajes urbanos.
Es necesario decir que por los avatares del trabajo, las huellas originales de los atentados,
impulsaron a revisar nuevos elementos patrimoniales en sitios no asociados directamente en
términos físicos con los lugares de los hechos. Así se convirtió en necesario acercarse a
otros lugares, en los que, hubo un impacto importante e ineludible de los atentados.
Pues bien: de eso se trata. Este trabajo busca determinar, en un principio, cuáles fueron los
paisajes que tuvo la ciudad en las calles Arroyo esquina con Suipacha (donde fuera
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construida, hasta el 17 de marzo de 1992, la casona que más tarde ocuparía la Embajada
de Israel) y en la calle Pasteur 633 (allí estaba construido, hasta el 18 de julio de 1994, el
edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina, AMIA), donde hoy se localiza el nuevo
edificio de la AMIA). Sin embargo, no sólo se restringe a estos dos lugares. También ha
comenzado a estudiar como piezas del paisaje urbano a los lugares donde como resultado
de los atentados hubo o hay restos materiales o inmateriales de los mismos, teniendo en
cuenta la idea de “restos” no tanto como “relicto”, sino como algún tipo de derivación o
resultado de las acciones originales, es decir como aquello que deriva o queda de otra cosa
o situación.
Quizás no sea una cuestión central preguntarse sobre qué lógica se argumenta la idea de
paisaje cultural en cualquier caso o si en estos casos las cualidades previas a los atentados
daban cuenta de la existencia de la categoría. En alguna medida, sin tomar en cuenta la
situación extraordinaria, podríamos definir que la cuestión de la existencia del paisaje no es
más que una construcción cultural y como tal claramente subjetiva y relativa a los
parámetros que cualquier persona pudiera o quisiera definir. Ahora bien, luego de los
atentados, “post facto”, ambos lugares claramente ingresaron en la categoría de “paisaje
cultural”, frente a la fortaleza e impacto colectivo de los hechos que distinguen a estos
lugares frente al resto de los lugares de la misma ciudad.
Es necesario resaltar que también su historia, y los edificios ya en ruinas, los escombros, y
luego, los terrenos convertidos en unos páramos a cielo abierto, ahora forman parte de un
lugar que de alguna manera no puede evitar la identificación y singularidad dada por lo
sucedido.
Debería decirse, sin embargo que ambos edificios tenían, previo a los atentados, una
identidad en sus barrios. Pero esa identidad se modificó, bien hasta podría decirse que se
diferenció extremadamente y adquirió escala nacional y hasta internacional, tomando estado
público con nuevos elementos, inmediatamente después de los atentados. Este proceso de
todos modos no termina y continúa en su evolución, a posteriori, con el paso de los años y
las variaciones de valoración por parte del público en general.
Podría entonces afirmarse que en la caracterización de los lugares, ha influido enormemente
la variación de la escala de impacto social los diversos momentos desarrollados en cada
sitio. Aunque esto resulte una obviedad, lo que no lo es tanto es que en general los sitios y
paisajes patrimoniales, normalmente son definidos como tales cuando existe una cierta
longitud temporal en la acumulación de hechos que distinguen al sitio. En este caso,
estamos frente a lugares que cambian abrupta y trágicamente por un momento efímero y
reciente, pero del mayor impacto imaginable.
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Vínculos, ayer y hoy
Desde el punto de vista de la construcción, en el caso de la embajada se trata de una
casona construida a mediados de la década del 20, sobre un terreno en el que – todo
parece indicar – no había otra edificación, y a pedido de un comitente particular, el señor
Lastra. Esa casona era para uso familiar y así lo fue hasta que a fines de los años 40, se
convierte en la delegación de un país extranjero y lo fue hasta el 17 de marzo de 1992.
En el caso del edificio de la calle Pasteur, fue construido para ser la sede de la AMIA. De
acuerdo con la información a la que se pudo acceder, funcionaba allí, con anterioridad, un
teatro de la comunidad judía, sobre un terreno adquirido en los años 30 por una entidad
antecesora de la AMIA.
Antes del teatro hubo allí una casa de inquilinato y un depósito de vinos.
La AMIA es una mutual argentina, fundada por inmigrantes judíos procedentes de países de
Europa Central (rusos, alemanes, ucranianos, lituanos, polacos, húngaros, etc.)
Bien puede decirse que los vínculos entre ambos edificios estaban dados por la relación y la
pertenencia a mismos orígenes y grupos entre las personas que trabajaban en ellos.
Era habitual que integrantes de la comisión directiva de la AMIA visitaran el edificio de la
Embajada y que diplomáticos israelíes visitaran el edificio de la entidad judeo-argentina.
También había vínculos entre los trabajadores argentinos de la embajada y trabajadores de
la AMIA, ya sea por razones de trabajo o bien por razones de familiares o
particulares. Luego de los atentados, esos vínculos fueron más complejos. Hay
sobrevivientes en ambos lados, familiares, victimas, y las destrucciones, similares.
Tomando en cuenta los momentos de cambio y diferenciación de estos lugares, hay que
señalar que el fenómeno posterior impactó no sólo en los dos lugares destruidos. Los
diagnósticos sobre la necesidad de medidas de seguridad en las entidades que podrían ser
objeto de nuevos atentados, definió de forma muy concreta cambios en esos “otros” lugares
(no atacados de forma directa) y expandió ciertas cualidades que terminaron modificando el
paisaje de las ciudades argentinas, con la incorporación de nuevos elementos.
A partir de estos elementos (los más obvios son las defensas colocadas delante de los
edificios de organizaciones de la comunidad judía), ahora muchos más lugares están en
relación más explícita para con los dos lugares de los atentados. En realidad ahora son más
fuertes las ligazones que relacionan estos lugares, ahora son (como no era antes) unos
consecuencia de los otros.
Si revisamos los vínculos, ya no solo son parte de las relaciones de los seres humanos que
habitan esos sitios. Si bien son parte de ello, ahora el paisaje urbano en cada entidad se
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cualifica e identifica muy diferencialmente con el agregado de los elementos defensivos,
adquiriendo partes distintivas que los asocian más explícitamente y visualmente de lo que
incluso pudieron hacer anteriormente algunos elementos institucionales o sectoriales.
AMIA y Embajada, hoy
Con acuerdo de las instituciones involucradas, se fotografió el interior del nuevo edificio de
la AMIA, el monumento de homenaje a las victimas, y el exterior, sobre la calle Pasteur.
Estas fotografías demuestran una variedad de elementos del tejido urbano y las
componentes de la ciudad.
Sobre Pasteur, la calle sobre la cuál se levanta la AMIA, fueron plantados 85 árboles (uno
por cada victima del ataque a la mutual), en ambas aceras, entre las avenidas Córdoba y
Corrientes. Al pie de cada árbol, se colocó una placa, con el nombre correspondiente a una
victima fatal.
Un cartel, en la entrada de la calle Suipacha (localización de la embajada de Israel al
momento del atentado) menciona formalmente una cantidad de 29 muertos en el atentado a
la Embajada. Coincidentemente con el caso del edificio de Amia y las aceras de la calle
Pasteur, hay un árbol plantado por cada victima fatal en la plaza y hay 22 árboles plantados.
No cabe duda que estos nuevos elementos que ahora no sólo ayudan a configurar un
paisaje muy distintivo en la ciudad, sino que además se convierten en piezas comunes a los
dos casos, recurren a la coincidencia como estrategia de definición del lugar. Son ahora,
piezas fundamentales del nuevo paisaje pero son especialmente partes que dan cuenta de
la relación estrecha y explícita de ambas situaciones y razones la existencia de este “nuevo
paisaje” (ambos casos) en la ciudad.
Ahora, las “marcas urbanas” o las “huellas identitarias” de un lugar no sólo tienen que ver
con elementos preexistentes, sino con nuevos elementos conmemorativos de las
preexistencias (humanas).
Es claro que la cualidad de ambas incorporaciones (elementos defensivos anti explosivos; y
árboles) es muy diferente. Ambas partes tienen una enorme presencia y responsabilidad en
la definición del paisaje. La conmemoración es resultado de construir al paisaje como un
bien material de recordación. La defensa es el intento de continuar haciendo y viviendo a
pesar de la posibilidad de nuevos hechos trágicos. Unos elementos se relacionan con el
pasado, los otros con el hoy y el intento de un futuro.
Sin duda el paisaje (siempre) de determina como una construcción cultural donde la
interpretación es piedra basal de su existencia. En Amia y la Embajada esa construcción se
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apoya en las cuestiones de una cronología que determina el valor de los momentos
dramáticos que dieron sentido a su existencia en sus actuales condiciones.
En la Plaza de Arroyo y Suipacha, deberíamos trabajar pensando con algunas de estas
ideas, aquí esbozadas. En cuanto al análisis de ciertas marcas urbanas, por ejemplo, sobre
las medianeras se pueden advertir vestigios de la edificación. Pero a su vez los árboles, son
parte del hoy, solamente argumentables frente al momento trágico del atentado. Los bancos,
fuente y cartelería, son una mezcla muy peculiar de lo preexistente y conmemorativo, el hoy
y el ayer, que finalmente han determinado un nuevo paisaje urbano (por cierto
inconfundible).
Marcas urbanas. Ineludibles, absolutas
Los cambios en el paisaje cultural de la ciudad de Buenos Aires y de otras ciudades del
país, no se limita los lugares de los edificios de la Embajada y de la AMIA. Hay otros
cambios en el paisaje urbano resultantes de los atentados, dignos de mención.
Los cementerios también muestran cambios en su constitución como paisaje urbano. En el
cementerio bonaerense de La Tablada (administrado por la AMIA) fueron depositados los
restos de muchas de las victimas de los atentados. Como resultado del origen de estos
restos, las tumbas dan cuenta de la situación. En el marco del paisaje o de los varios
paisajes del cementerio acorde a todas sus fases de crecimiento, las tumbas de las víctimas
se agrupan y diferencian a punto de identificación común pero diversa respecto de la
totalidad. Además hay monumentos recordatorios, una señaletica que da cuenta de su
presencia y una gran variedad de partes identificatorias de la incorporación y manifiesta
diferenciación respecto del común.
En este caso los cambios son más complejos, sutiles y menos evidentes. No aparecen
elementos especiales, sino que las piezas comunes a casi todas las tumbas se presentan
levemente modificadas o con cambios en su distribución y relación con el entorno del resto
de los enterratorios.
El rol más destacado lo adquieren los lugares de conmemoración explícita y exclusiva.
Esculturas, placas, árboles, lugares abiertos, forman parte del conjunto de materiales que
organizan el paisaje consagrado a la recordación de las victimas. Aquí aparece tanto la idea
de recordar el hecho trágico como a las personas que allí murieron. Aquí aparecen muchos
elementos típicos de la construcción de paisajes de la perduración, de la eternidad. Son
lugares del recuerdo, pero especialmente de la idea de recordar por siempre y hacia el
futuro, lo sucedido.
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Así como las defensas se expandieron a muchos lugares y edificios, modificando con
elementos similares y diversos el paisaje urbano, en el caso de los cementerios (en menor
cuantía) se reitera la circunstancia. En el cementerio judío de la ciudad de Rosario hay un
monumento que homenajea a las víctimas.
La capacidad expansiva de estas “marcas urbanas” es menor que en las anteriormente
enunciadas. Pero su impacto en la conformación de un paisaje que intenta perdura y
sobrevivir hacia el futuro es tal vez mayor, aunque más no sea por su naturaleza y deseo de
no dejar que las cosas pasadas se olviden.
Recuerdo y proyección
El paisaje urbano se ve modificado cotidianamente. No siempre como resultado de actos
humanos de gran impacto o derivados de tragedias tremendas. Este trabajo solo ha tenido
(como trabajo muy breve e inconcluso) el objetivo de empezar a compartir en el marco de
las jornadas convocadas por el ICOMOS Argentina, la idea de identificar en nuestra
circunstancia y lugares algunos casos de “paisaje urbano” relativamente recientes, pero por
ello no de menor valía. Hemos intentado compartir algunas reflexiones que resultan de la
memoria de un protagonista directo y de un observador que muy tardíamente intenta
acompañarlo y andar un camino nuevo que nos permita a todos (a toda la sociedad)
recordar a través de nuestro paisaje, el paisaje del hoy de la Embajada y de AMIA.
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