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Banquete en la playa o picnic neolítico Trayectoria Los recursos de la playa saltan a la vista, incluso en la arena. Los troncos que flotan acaban embarrancando cuando hay tormentas o grandes mareas; actualmente, se encuentra mucha madera industrial, como restos de palés, pero antes eran árboles; el bosque debía de llegar a la orilla del mar, los macizos forestales todavía existían hace dos siglos. Abundan los recursos en guijarros de múltiples formas y composición petrográfica. Las algas son accesibles, los moluscos también. Sin tener en cuenta el clima, es fácil imaginarse un rincón del paraíso los radiantes días de verano, en invierno el aspecto es muy diferente. La experiencia demuestra que es posible alimentarse allí, incluso hay cuevas. Un fuego, guijarros calentados al rojo vivo, algunos moluscos, algas, y el banquete puede empezar. Mejillones de pleamar Los mejillones de pleamar son pequeños, están adheridos a las rocas que dan al océano; batidos por vientos y mareas, tienen un sabor especial. Hacer una hoguera mientras se recogen los mejillones en marea baja; colocar piedras planas sobre las brasas, dejar que se calienten y disponer los mejillones sobre las piedras calientes, cuando todavía haya brasas ardiendo bajo las piedras; añadir un poco de hierba seca para taparlos, esperar el tiempo que se tarda en mirar las nubes y los mejillones se abren. Sin que- 26 La cocina neolítica y la cueva de la Molle-Pierre ¿Lostmarc’h en el Neolítico? marse, ir cogiendo los mejillones —los más listos utilizarán palillos o pinzas—, degustar. Los mejillones tienen un agradable saborcito ahumado; de nuevo, serán los más listos los que sorberán el jugo sin perder ni una gota. Percebes En las grandes mareas ir a recoger percebes, patacabras (Lepas anatifera), a las rocas azotadas por el mar. Llenar una olla hasta la mitad con una mezcla Lostmarc’h y su cocina 27 de agua de mar y agua dulce, sumergir los percebes, añadir un manojo de algas para evitar la evaporación y conservar el sabor yodado del conjunto. Cocer a fuego vivo colocando la olla encima de tres piedras sobre las brasas. Dejar que se temple o se enfríe. Degustar sacando el pedúnculo de la piel dura que lo cubre y la uña escamosa; los niños la utilizarán para hacer marionetas, encajándola en los dedos, o para imitar los dedos ganchudos de las brujas. Pulpo ahumado Seguramente las sepias (Sepia sp.) ya se consumían en aquellos tiempos. La receta sirve tanto para las sepias como para los pulpos pequeños que se encuentran varados en la playa o se pueden arponear en aguas poco profundas. Azotar el pulpo contra una roca para ablandarlo; sumergirlo en una salmuera —para conseguir una salmuera solo hay que dejar una jarra llena de agua de mar al calor de la lumbre—. Dejar reposar un día o dos. Sacar el animal, dejarlo secar al sol y al viento marino, cortar la cabeza en dos y aplastarla. Preparar un buen fuego hasta tener brasas, extender los pulpos en un soporte de ramas y dejar que se ahúmen. Añadir unas pocas algas a las brasas para provocar más humo, amargo pero sabroso. Para degustarlos, rehidratarlos o bien cortarlos en rodajas y pasarlos rápidamente por las brasas. 28 La cocina neolítica y la cueva de la Molle-Pierre Los pulpos secos se vendían todavía en Lisboa hace poco, polvo secco. Secos se conservan durante mucho tiempo. Cangrejos a la brasa Nada hay más sencillo que atrapar un cangrejo, una langosta, un bogavante, un centollo… en un pozo de agua en marea baja. Partir el crustáceo en dos y ponerlo sobre las brasas calientes, boca arriba —necesita poco tiempo—. Romper las patas, chupar la carne. El resultado es diferente según el crustáceo: cangrejo o bogavante. Quisquillas En marea baja, buscar un pozo de agua suficientemente pequeño con algunas quisquillas; hacer un buen fuego sobre guijarros e ir a pescar quisquillas. A medida que se recojan, se irán almacenando en el improvisado vivero. Cuando el mar empiece a subir, echar guijarros calientes en el pozo de agua —muchos guijarros, el agua tiene que hervir—, las quisquillas se cuecen en un instante; sacarlas con cuidado porque el agua quema. Oreja de mar Los abulones (Haliotis tuberculata), etimológicamente oreja de mar (auris maris),1 son apreciados por la belleza de sus conchas, ya que el nácar interior está delicadamente irisado en tonos grises, rosas y verdes. Sin duda, los primeros hombres se vieron tentados a utilizarlas como joyas, ya que las conchas encontradas en yacimientos tienen agujeros. La carne también es 1 La etimología se refiere a la palabra francesa ormeau: oreja de mar o abulón. [N. de la T.] 29 Lostmarc’h y su cocina muy apreciada. Arrancar el abulón de debajo de su roca, volver a poner la roca en su sitio (su pesca está hoy en día muy controlada, incluso prohibida); separar el pedúnculo del molusco, envolver este en algas, depositarlo en una roca y golpearlo; su carne tiene que ablandarse. Asarlo sin más, bien sobre un guijarro plano calentado al rojo, bien ensartado en una brocheta, bien ahumado sobre las brasas. Poco común, pero delicioso. Los abulones secos se conservan mucho tiempo, es un plato muy famoso en China. Entre lenguados La pesca a pie con arpón, en aguas poco profundas, permite capturar algunos peces planos, lenguados (Solea solea), acedías (Pleuronectes limanda) y, en algunas ocasiones, algún gran rodaballo. Los pequeños lenguados y las acedías muy frescas se asan rápidamente sobre guijarros al rojo vivo. Se tuestan bien por los dos lados y se comen con las manos. La piel queda crujiente y dorada y las espinas se chupan para aprovechar la carne que las rodea. Un pequeño refinamiento: pasar el pescado por avellanas machacadas, que quedarán pegadas a la piel, ligeramente pegajosa, y todo resultará más crujiente. Un pescado por persona, como es lógico. Hay que prestar atención a los guijarros que se utilizan, algunos explotan peligrosamente, es uno de los riesgos de la arqueología experimental, más peligroso que ingerir espantosas comidas. La caliza se convierte en cal por la acción del fuego. Lubina La lubina (Dicentrarchus labrax) es objeto de orgullo para quienes la pescan porque frecuenta las aguas agitadas. Se pesca en las rompientes, por eso son abundantes en Lostmarc’h. Los pescadores de la isla de Sein son 30 La cocina neolítica y la cueva de la Molle-Pierre los únicos que se aventuran en la corriente (raz) de Sein para buscar las mejores lubinas de caña. Pero, seguramente, las embarcaciones de los neolíticos no permitían ese tipo de ejercicio. Elegir una buena lubina —cuando se pesca no hay mucha posibilidad de elección—, quitarle las tripas, asarla sin demora, cuanto más sencillamente mejor. También es posible —pero el sabor será diferente y extrañará a más de un pescador de lubinas purista, que solo la concibe asada o con una salsa…— aromatizarla con unos tallos secos de hinojo que abunda en los taludes, envolverla en algas antes de ponerla sobre las brasas: las algas protegerán el pescado de las llamas y lo ahumarán ligeramente. Actualmente, hay muchos más surfistas que pescadores de lubinas. Venus y los cerdos Cortar una tira de costilla de cerdo y sumergirla en una salmuera de agua de mar hervida. Recorrer el arenal para buscar venus. Caso de no encontrarlas, ya que, en Bretaña las venus no salen a flote si no hay buen tiempo, recoger chirlas (Venus sp.) o tellinas (Tellina baltica) o berberechos (Cardium edule) o almeja fina (Venerupis decussata); lavarlas en algún charco de agua limpia. Ahumar ligeramente las costillas sobre un fuego de leña —las costillas tienen que secar, ahumándose solo un poco, sin hacerse mucho—, cortarlas en tiras y, luego, romper el costillar de modo que cada hueso tenga su porción de carne. Poner en cuencos —lo ideal es un cuenco por comensal— unos trocitos de costilla, cubrir con agua de mar mezclada con agua dulce, añadir alguna hierba y cocer lentamente hasta que se seque todo el jugo; añadir, en ese momento, dos o tres puñados de moluscos, revolver con un palo, dejar que se abran y degustar la mezcla. Este original plato se sigue ofreciendo al sur del gran arco atlántico. En Portugal, se prepara de diferentes formas; la primera vez que lo degustamos fue en un peque- Lostmarc’h y su cocina 31 ño restaurante de París, Au Soleil de Portugal, cuya dueña, portuguesa, explicaba, con su típico acento, que el plato estaba rico y que llevaba carne, hortalizas y marisco. Se llamaba patatas a la alentejana; hay variaciones con otros nombres como cerdo con almejas, en Lisboa… Ostras envueltas en algas nori En las grandes mareas se pueden encontrar ostras (Ostrea sp.) cerca de las desembocaduras de los ríos y arroyos. Recoger ostras, cuanto más grandes mejor —su tamaño es proporcional al coeficiente de marea—. Hacer una gran hoguera, esperar hasta tener un montón de brasas, colocar guijarros encima, dejar que se calienten, poner las ostras hasta que se entreabran y aprovechar, entonces, para abrirlas del todo. Separar la ostra de la concha, escurrirla, enrollar la ostra en un alga comestible —abundan los noris en 32 La cocina neolítica y la cueva de la Molle-Pierre las rocas de Lostmarc’h y alrededores, al igual que las lechugas de mar que se encuentran en la arena—. Volver a colocar el papillote en la concha y ponerla sobre las brasas. Se come tibia, procurando no quemarse. Coles marinas Todavía se encuentran coles marinas (Brassica oleracea), pocas, en Lostmarc’h; son más abundantes en la playa de al lado, La Palue, accesible en marea baja. ¡El lugar está protegido, así que no se puede cortar ni una hoja! Qué placer morder una hoja bien dura, al salir del baño, para acompañar unos mejillones ahumados. Guiso de coles marinas con berberechos Coger unas hojas de col sin arrancar el tallo, cortarlas en tiras. Recoger berberechos y abrirlos calentándolos en seco en un cuenco. Reservar el jugo y devolver la arena a la playa (que también está protegida); sacarlos de las conchas, calentar en el cuenco el jugo de los berberechos, al que se habrá añadido un bol de agua de mar y de agua dulce, incorporar las tiras de col y los berberechos y cocer hasta que se evapore todo el agua, procurando que no se pegue. Coles marinas, carne y moluscos Cortar unos trozos de costilla de cerdo y tiras de hojas de col marina. Fundir grasa en un cuenco —manteca de cerdo a ser posible—, incorporar la carne y la col, dorarlos ligeramente. Apartar del fuego, esperar que temple y añadir agua hasta cubrir; poner de nuevo al fuego y, cuando no quede agua, añadir los moluscos, cuyo jugo, al abrirse estos, le dará al plato un sabor yodado y salado. El tipo de molusco depende de la suerte: almeja, berberechos, pechinas… Lostmarc’h y su cocina 33 Recorrer la landa en busca de frutas del bosque El paisaje ha cambiado, aún quedan algunas frutas pequeñas: moras de sabor salado, endrinas deliciosamente incomibles incluso tras las heladas (pueden incorporarse a un trozo de cerdo para darle color y transmitirle su astringencia), escaramujos para degustar tras las heladas y majuelas para picotear. Los arándanos, más accesibles, prefieren los suelos graníticos, en la península todo está mezclado: granito, esquisto, caliza… Canto rodado de moler Nada más fácil que encontrar un canto rodado apropiado, suficientemente grande y pesado, pero no demasiado; solo hay que recogerlo cuando se ve uno mientras paseas por la playa. Encontrar una superficie sobre la que moler no presenta problemas: hay placas que se desprenden regularmente del acantilado bajo el oppidum. A la orilla del mar, el cultivo del trigo y de la cebada debía de plantear más problemas, a menos que un bosque desmedrado protegiera claros resguardados. 34 La cocina neolítica y la cueva de la Molle-Pierre Torta de algas Moler cereales, granos de trigo o de cebada, separar la paja de la sémola y de la harina. Preparar una levadura natural —mezclar, en un bol, harina y unas pizcas de algas secas, cubrir con agua dulce: pasadas dos mareas se formarán burbujas—. Hacer una masa con agua de mar, la levadura y la mezcla de sémola y harina. Mantener caliente en un cuenco, hasta que la bola duplique su volumen. Las brasas de una gran hoguera habrán calentado las piedras sobre las que pueden cocerse tortas muy finas. El resto de la masa se puede cocer en un cuenco. Y así empieza todo, a la orilla del mar, y viaja, luego, tierra adentro, como al principio de la era neolítica…, haciéndonos ir tras los pasos de aquellos lejanos antepasados.