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Habitación 303
El velero anclado en mitad del mar, reposando como la chica que lo mira desde la ventana.
Su momento de tranquilidad pasaba por horas de estrés y agobio recogiendo platos, sirviendo
comidas y aguantando a asquerosos borrachos que se amontonaban en la barra exigiendo el
copazo de media mañana. Las propinas no rebosaban en aquel tarro de cristal en el que ponía
con un letrero a mano “tips”. Con lo que ganaba, jamás podría abandonar aquel lugar,
dependía de la caridad, que en aquel lugar, tanto brillaba por su ausencia.
Ella observaba desde la ventana, dando la espalda a una sencilla habitación de motel, cuyas
paredes estaban pintadas con un marrón ocre. Las cortinas azules daban vivacidad a lo único
bonito que escondía ese cuarto. ¡Las vistas eran maravillosas!
El mar se colaba entre las dos costas. El agua estaba tranquila, a pesar de la tempestad que se
avecinaba. El reflejo del líquido fluido nada tenía que ver con el grisáceo cielo. Esta vez, el mar
irradiaba la vivacidad de las cortinas de la habitación 303. En el horizonte, una escasa
vegetación revestía el monte. Numerosos caminos creados por los carruajes, irrumpían con su
tonalidad marrón sobre el verde oliva. Dos casas custodiaban, desde el reflejo del cristal de la
ventana, la costa.
Ella observaba. El pelo ondeaba a merced del viento que se colaba por aquel agujero
rectangular. Los brazos se apoyaban sobre el alfeizar de la ventana. Su figura estaba tapada
por un uniforme blanco de camarera que le llegaba hasta las rodillas. Sus medias piernas
desnudas eran fuertes debido a tantas y tantas horas de pie tras la barra. Sus músculos
recordaban a los de las atletas maratonianas. Los pies vestidos por unas blancas alpargatas, se
mantenían en el parqué, mientras su cabeza buscaba alguna salida.
<<¿Y si me tiro?>> pensó.
La imagen de su suicidio invadió todos sus pensamientos. Su cuerpo cayendo desde un tercer
piso, cual gorrión herido por una bala. Su impacto contra el suelo. Un charco de sangre
producido por el fuerte golpe. Una marabunta de curiosos. Unos médicos intentando reanimar
un cadáver inerte. Una primera página del periódico local dedicada a ella: “Joven camarera
provoca su muerte”. Banderas del ayuntamiento a media asta. Una esquela en las páginas
finales del mismo diario citando la repatriación del cuerpo a su tierra de origen. Un sueño
hecho trizas, al igual que el corazón de sus familiares que en España la esperan.
La idea desapareció de su cabeza.
Seguiría luchando por alcanzar su sueño, que en esos momentos pasaba por abandonar ese
lugar.