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Índice INTRODUCCIÓN ................................................................. 9 1. UN HOMBRE GRANDE .................................................. 11 2. APOYADO EN LA ORACIÓN............................................ 41 3. ESCAPARATE DE VIRTUDES .......................................... 57 4. UN CAMINO PARA LLEGAR A DIOS ............................... 71 5. LA ESCUELA DEL SUFRIMIENTO ................................... 87 6. LA LLAMADA .............................................................. 111 7. UNA FAMILIA CRISTIANA ............................................. 125 8. EL ENCUENTRO CON QUIENES BUSCAN ........................ 135 Introducción La canonización de Juan Pablo II, el 27 de abril de 2014, es un acontecimiento singular en la historia de la Iglesia católica. No tanto por la velocidad del proceso o por la extraordinaria difusión de su devoción en todo el mundo, cuanto porque supone la culminación de una vida de servicio a la Iglesia universal en solo una generación. En apenas treinta y cinco años, Karol Wojtyla ha pasado del servicio a la Iglesia de Cracovia al santoral católico, después de entregarse y desgastarse como obispo de Roma durante casi veintisiete años. En este tiempo se ha puesto de manifiesto la grandeza y proyección de un hombre, considerado un referente moral de la humanidad durante décadas, que ha conducido a la Iglesia hasta el tercer milenio. Pero la grandeza de Juan Pablo II no surge de la nada. La historia que le precede es la de un hombre fiel a la gracia, forjado en la vida de su país y atento a la condición humana, a su mejora y a su servicio. Además, su extenso pontificado, el tercero más largo de la historia, ha 8 ¡JUAN PABLO II, TE QUIERE TODO EL MUNDO! permitido que toda una generación creciera y se formara en la vida cristiana bajo su amor paternal por todos los hombres y su incansable esfuerzo evangelizador por todo el mundo. El pontificado de Juan Pablo II ha sido abundante en escritos, viajes y gestos. En cualquiera de estas categorías, Juan Pablo II pasará a la historia como uno de los personajes públicos que más han escrito, que más han viajado, que más gente han visto, que más gestos impactantes han realizado ante la opinión pública. Ahí están las encíclicas, los mensajes, las exhortaciones, las homilías, las audiencias, las constituciones, los discursos, los libros, los diversos documentos salidos de su pluma: un arsenal inmenso de doctrina, que ha instruido y puede seguir enseñando a los católicos y a todos los hombres de buena voluntad. Ahí están los numerosos viajes realizados a todas las partes del mundo, llevando siempre la buena semilla del Evangelio a culturas, mentalidades y ambientes diferentes; ayudando a miles de personas a resucitar en sus almas, con fuerza renovada, el espíritu de una nueva cristiandad. Ahí están, en fin, los grandiosos gestos de un Papa venido de lejos, apreciables en sus años de juventud, de madurez y, de modo especial, en su ancianidad: siempre abrazado apasionadamente a la cruz de Cristo, ofreciendo un testimonio de fe recia, de caridad amable y de esperanza firme. Teniendo como centro al hombre en su integridad, Juan Pablo II ha propuesto como modelo a Cristo, INTRODUCCIÓN 9 que enseña a la humanidad la grandeza de ser hombre, una grandeza que salta a la eternidad. La misión de estas páginas es acercar al lector a la figura de este santo universal, recordando su vida, las cuestiones que centraron su actividad y el impacto que tuvieron en la vida de personas conocidas y desconocidas. Que sirvan para acercarnos a él y, por él, a Dios. 1. Un hombre grande El 18 de mayo de 1920, el hogar formado por Karol Wojtyla y su esposa, Emilia Kaczorowska, en Wadowice, se preparaba para el nacimiento de su tercer hijo, el segundo varón, que recibiría el nombre de Karol Jozef. Un mes después, el 20 de junio, Franzciszek Zak, capellán militar, lo bautizaba en la iglesia de Santa María, justo enfrente de donde vivía la familia, en el número 2 de la calle Rynek. Así de sencillo es el comienzo de la vida cristiana de quien, con el tiempo, llegaría a ser, con el nombre de Juan Pablo II, uno de los Papas más importantes de la historia de la Iglesia. Karol Józef era el tercer hijo de la familia. El padre, Karol Wojtyla, nacido en Lipnik, a cuarenta kilómetros al sur de Cracovia, en 1879, ejerció como aprendiz de sastre hasta su ingreso en el ejército austrohúngaro en 1900, donde se jubilaría como oficial del 56 Regimiento de Infantería, en 1927. La madre, Emilia Kaczorowska, había nacido en Biala, en 1884, pero su familia se trasladó a Cracovia al poco de nacer ella, y allí vivió hasta su ma- 12 ¡JUAN PABLO II, TE QUIERE TODO EL MUNDO! trimonio con Karol, en 1904, y su definitivo asentamiento en Wadowice. Dedicada a las tareas del hogar, también realizaba, por encargo, labores de costura para las familias vecinas. El primer hijo del matrimonio, Edmund, nació en 1906, por lo que tenía ya 14 años cuando vino al mundo su hermano Karol. Entre medio, en 1916, había nacido Olga, que falleció a las pocas semanas. Los hermanos Mundek y Lolek, como les llamarían sus familiares y sus amigos, vivieron muy poco tiempo juntos, pero entre ellos existía una amistad profunda. Edmund marchó a la Universidad de Cracovia para estudiar Medicina cuando Lolek apenas tenía cuatro años. Retomaron la relación cuando Edmund, ya médico, fue destinado al cercano hospital de Bielsko. En septiembre de 1926, el pequeño Karol comenzó sus estudios primarios en la escuela de la localidad. Al acabar el tercer curso, el 13 de abril de 1929, falleció su madre por una enfermedad cardíaca congénita. El dolor en la familia no terminó ahí. En 1932 falleció de escarlatina su hermano Edmund, al poco de terminar sus estudios de Medicina. Por las trágicas circunstancias, su muerte le impactó más que la de su madre. Desde los doce años, la familia de Karol Wojtyla se redujo a su padre. Años después, siendo ya Papa, Karol Wojtyla afirmaba no recordar con claridad detalles de la educación recibida de su madre. La figura por excelencia en su educación fue su padre. Aunque de carácter un tanto reservado, Karol Wojtyla padre se preocupó de iniciar y completar la educación primero de Mundek y años más tarde de Lolek. UN HOMBRE GRANDE 13 A ellos les instruyó especialmente en la historia de Polonia y en literatura. Fue él quien enseñó a Lolek a hablar en alemán y le introdujo en una vida religiosa serena y piadosa. Junto a él peregrinó, al morir su madre, al cercano santuario de Kalwaria Zebrzydowska, de gran tradición en Polonia, en donde se encuentran las raíces marianas de la devoción de Juan Pablo II. En este santuario, establecido a comienzos del siglo XVII, se contempla un conjunto de capillas dedicadas a la pasión de Jesucristo y a la vida de María. A aquella primera peregrinación, le seguirían muchas otras a solas y en compañía de otras personas, incluso ya como Juan Pablo II, el 7 de junio de 1979 y el 19 de agosto de 2002 para celebrar el 400 aniversario de la dedicación del santuario. En aquellos años, Polonia intentaba recuperar su posición de país independiente en la Europa arrasada tras la Primera Guerra Mundial. El Tratado de Versalles, firmado en 1919, que establecía las condiciones de la paz en Europa, reconoció la independencia de Polonia y la integridad de su territorio. Con todo, tuvo que defender su estatus frente a Ucrania, Rusia y Lituania, en guerras sucesivas entre los años 1919 y 1920. Wadowice está situada al sur del país, en la provincia de Malopolska, cuya capital es Cracovia. Pertenecía al Imperio austriaco desde 1772, y no volvió a ser parte de Polonia hasta el final de la Gran Guerra. La infancia y la juventud de Karol Wojtyla transcurrieron en una sociedad que anhelaba una paz definitiva, al mis- 14 ¡JUAN PABLO II, TE QUIERE TODO EL MUNDO! mo tiempo que construía un país independiente. En la pequeña Wadowice, el protagonismo lo tenían los estudios de primaria y secundaria y los juegos con los amigos. El tiempo libre de todos ellos pasaba entre el fútbol y las excursiones al río Swaska, que rodea la ciudad por el oeste, o a los montes Beskyd, al sur, cerca de la frontera con la actual Eslovaquia. Siempre cercana estuvo la figura de su padre, dedicado a él en cuerpo y alma desde su jubilación, en 1927. Durante sus estudios de secundaria en el instituto Marcin Wadowita, a partir de 1930, se desarrollaron en su alma las dos pasiones de su vida: la experiencia cristiana y la relación con el mundo de la interpretación y el teatro, que los profesores polacos promovían en las escuelas secundarias. El 14 de mayo de 1938, Karol Wojtyla completó sus estudios de secundaria con la máxima calificación, lo que le permitía estudiar en cualquier universidad del país sin tener que realizar las pruebas de acceso. Unos días ante, el 3 de mayo, en la fiesta de la Santa Cruz, recibía el sacramento de la confirmación en la misma iglesia de Santa María en la que fue bautizado. TIEMPOS DE GUERRA, TIEMPOS FECUNDOS Al finalizar el verano de 1938, Karol y su padre abandonaban Wadowice para empezar una vida nueva en Cracovia. Allí el joven Karol iba a empezar sus estudios de Filología y Literatura Polaca en la Facultad de Filosofía UN HOMBRE GRANDE 15 de la Universidad Jagellónica, una de las más antiguas del mundo y de sólido prestigio en el país. Juntos se instalarían en el sótano de un edificio en el que vivía parte de su familia materna. La situación de inestabilidad en el país había crecido desde la muerte del héroe de la nueva Polonia, Józef Pildsuski, en 1935. El antisemitismo se había ido instalando en la sociedad, impulsada por los vientos llegados desde la vecina Alemania. El Gobierno comenzó a promulgar leyes que señalaban a los judíos y suponían cierto hostigamiento. El mismo Wojtyla tuvo que dar la cara ante algunos de sus compañeros de instituto para defender a sus amigos judíos. Mientras tanto, Alemania ocupaba Austria y Checoslovaquia rodeando Polonia amenazadoramente. Pese a un ambiente social y político cada vez más enrarecido, Karol Wojtyla se enfrentó a los estudios universitarios con gran ímpetu. Al mismo tiempo, desde octubre de 1938 y hasta febrero de 1941, asistió a las reuniones de un grupo de creación literaria y poética. Se involucró en la vida cultural de la Universidad, tomando parte en un grupo de teatro que representó diversas obras. Al acabar el primer curso, celebró con sus amigos un final brillante, al mismo tiempo que sobre el país se cernía el fantasma de la guerra. El 1 de septiembre de 1939, Hitler comienza la invasión de Polonia y, con ella, la Segunda Guerra Mundial. Apenas dos semanas más tarde, siguiendo el pacto secreto firmado entre Von Ribentrop y Molotov, Rusia entra en Polonia desde el este. La independencia del país, 16 ¡JUAN PABLO II, TE QUIERE TODO EL MUNDO! después de 150 años de dominio austriaco, había durado veinte años. Aunque intentaron huir del dominio nazi, los Wojtyla volvieron a Cracovia al conocer la invasión de los rusos que llegaba desde el este. A su regreso, el ejército alemán ocupaba ya su ciudad y la vigilaba desde el Wawel, el castillo residencia del gobernador. La Universidad Jagelloniana comenzó el curso con normalidad. Sin embargo, en noviembre todos los académicos fueron arrestados y enviados al campo de concentración. Toda su estructura se reorganizó y las clases recomenzaron en la clandestinidad a principios de 1942. El tiempo de la ocupación nazi y de la guerra mundial no fue un tiempo perdido. Karol Wojtyla comenzó a trabajar como operario de una fábrica, profundizó en la vida espiritual y en el apostolado, y se centró en el teatro como expresión de la resistencia cultural ante la opresión. Durante cuatro años, desde octubre de 1940, trabajó en la empresa química Solvay, primero como picapedrero en la cantera de Zakrzówek y más tarde en la fábrica de Borek Falecki. La parroquia de Podgorze, en el camino hacia su casa, le sirvió en aquel tiempo de consuelo y fortaleza espiritual. Las lecturas de tono espiritual y filosófico le acompañaban en su trabajo. Uno de aquellos días del invierno, en febrero de 1941, al regresar a su casa desde la cantera, encontró a su padre muerto en su cama. Acudió a la parroquia de San Estanislao de Kostka, que regían los padres salesianos, y pidió para su padre los auxilios de la Iglesia. Después pasó la noche en oración junto a él. Con UN HOMBRE GRANDE 17 veinte años Karol Wojtyla quedaba solo en el mundo. Toda su familia descansaba ya en el cementerio de Rakowice. DEL ESCENARIO AL ALTAR En apenas un año y medio, la muerte de su padre, que había influido hondamente en su vida, su profunda vida de piedad y el acercamiento a los místicos desde la literatura y el teatro, volvieron a traer al alma de Karol una propuesta que quienes le conocían le habían sugerido desde los tiempos de Wadowice: la vocación sacerdotal tomó cuerpo en su interior. Tres años después del comienzo de la ocupación, en septiembre de 1942, pidió ser admitido en el seminario de Cracovia. La vida no sería más fácil. Los nazis se habían empleado a fondo en arrancar el alma de Polonia arrasando la Iglesia católica. El seminario funcionaba de manera clandestina, por lo que el nuevo seminarista continuaba con su trabajo en la Solvay, estudiando por las noches, y con los ensayos y las representaciones en el Teatro Rapsódico. De vez en cuando, se citaba de manera clandestina con algún profesor para examinarse de las asignaturas que iba estudiando. Cuando era posible, acudía a la residencia del arzobispo Sapieha para participar en la eucaristía. Según se acercaba el final de la ocupación, con la entrada en guerra de los rusos, la persecución se acentuó en la ciudad y el arzobispo llamó a todos los seminaristas a continuar su formación viviendo en el palacio arzobispal, 18 ¡JUAN PABLO II, TE QUIERE TODO EL MUNDO! ejerciendo él mismo como rector. La salida de los nazis de Cracovia, en enero de 1945, no supuso la liberación de Polonia. Las tropas soviéticas ocuparon el país, y los acuerdos de Yalta, que supusieron el fin de la Segunda Guerra Mundial, fueron la excusa para consagrar una segunda ocupación, esta vez por parte de los soviéticos, con dependencia directa del Kremlin. En septiembre de ese año, Karol Wojtyla comenzaba su último año de estudios en el seminario. En ese curso, el arzobispo Sapieha fue investido cardenal por el papa Pío XII. Con la llegada del verano, el seminarista Wojtyla daba cuenta de sus conocimientos en los exámenes finales. Estaba preparado para la ordenación. En apenas tres semanas recibió las órdenes: el 13 de octubre, el subdiaconado; una semana después, el 20 de octubre, el diaconado; y por fin, en la mañana del 1 de noviembre, el presbiterado, siempre de manos de quien era su mentor y su maestro, el cardenal Adam Sapieha. La primera misa la celebró al día siguiente en la cripta de la catedral del Wawel, como él mismo narra, para «destacar mi particular vínculo espiritual con la historia de Polonia, de la cual la colina del Wawel representa casi una síntesis emblemática» 1, y también para enraizar la celebración en la esperanza de la vida eterna junto a quienes reposaban en esa cripta, reyes 1. JUAN PABLO II, Don y misterio, 1996. Este libro se puede leer completo en el sitio web del Vaticano: www.vatican.va. UN HOMBRE GRANDE 19 y personajes de la historia de Polonia, y en el recuerdo de sus padres y hermano. Las prisas por la ordenación tenían un motivo claro en el corazón de su arzobispo: quería que comenzara cuanto antes los estudios para la licenciatura y el doctorado en Roma. Ese mismo mes de noviembre llegó a la Ciudad Eterna para matricularse como alumno del Angelicum, la universidad de los dominicos. Su experiencia romana fue intensa. Conoció los lugares más emblemáticos de la vida de la Iglesia en Roma sin restar dedicación a sus estudios, que culminaron con brillantez. Obtuvo la máxima calificación en el examen de licenciatura, en 1947. Durante el verano de ese año realizó un viaje por Europa, que le llevó a conocer la vitalidad de la Iglesia en los Países Bajos y el comienzo de la experiencia de los curas obreros en Bélgica. De vuelta a Roma, en un año más, culminó su tesis doctoral, dirigida por el teólogo dominico P. Garrigou Lagrange. La defendía en julio de 1948 con el título La doctrina de la fe según san Juan de la Cruz. En ella profundizó en la experiencia mística de san Juan de la Cruz, uniéndola con la teología de santo Tomás de Aquino. Nada más finalizar sus estudios volvió a Polonia donde le esperaba la vicaría de la parroquia rural de Niegowic, en la que estaría solo ocho meses, pero donde dejaría una huella importante por el trato con los feligreses y sus iniciativas para construir un nuevo templo parroquial. En la primavera de 1949, el cardenal Sapieha lo envió a la parroquia de San Florián, en el centro de Cracovia, 20 ¡JUAN PABLO II, TE QUIERE TODO EL MUNDO! y a reforzar el trabajo en la capellanía universitaria. El objetivo de Karol Wojtyla fue entonces formar a los jóvenes intelectual y espiritualmente, como única forma de hacer frente a la propaganda comunista que dominaba el entorno cultural en el que vivían. La primera iniciativa fue el coro parroquial universitario que el vicario Wojtyla organizó en San Florián. Los ensayos y las celebraciones cantadas en gregoriano se prolongaban, ya en las casas, en profundas conversaciones sobre Dios y su propuesta para el hombre, en un ambiente marcado por la libertad. PROFESOR, MAESTRO, OBISPO La muerte de su mentor, el cardenal Sapieha, en 1951, propició un nuevo giro en la vida del joven sacerdote. Su sucesor de facto (el régimen nunca aceptó su nombramiento), el arzobispo Baziak, le invitó a volver a la vida académica para defender su tesis de habilitación y poder dar clases en la universidad. Aunque formalmente tuvo que abandonar su labor en San Florián y se trasladó a la Casa del Deán, en el centro de Cracovia, en realidad mantuvo su relación pastoral con su antigua parroquia, impartiendo clases de Ética y predicando ejercicios espirituales en Cuaresma. La tesis de habilitación que defendió profundizaba en la fenomenología de Husserl de la mano de uno de sus seguidores, Max Scheler. Superada la habilitación, comenzó a dar clases en la Facultad de Teología UN HOMBRE GRANDE 21 de la Universidad Jagelloniana en octubre de 1953. A comienzos de 1954, el régimen cerraba sus puertas. La Universidad Católica de Lublin, fundada en 1918, sería el lugar de la resistencia académica polaca, primero al régimen nazi y luego al soviético. En los años cincuenta su estatus se mantenía en medio del hostigamiento del régimen y, a veces, de la confrontación explícita. Fue la única universidad católica en todo el bloque soviético que se mantuvo en sus ideales durante la guerra fría. Sus alumnos eran denostados en la vida profesional o académica, pero, al mismo tiempo, crecía en ella el sentimiento de una auténtica universidad, al servicio de la dignidad del hombre y del pensamiento libre. Empeñado en sacar adelante el proyecto, Wojtyla se desplazaba cada dos semanas desde Cracovia, para sus clases de Ética en la Facultad de Filosofía. La relación con los alumnos trascendía la del mero profesor. Era un maestro que enseñaba con profundidad el sentido de la vida, hasta llegar al alma de muchos de sus alumnos y pasar a la dirección espiritual. En verano de 1958, durante la primera quincena de agosto, tuvo lugar la tradicional excursión en kayak con el grupo de familias y jóvenes profesionales que participaban del ministerio, el apostolado y la amistad de Karol Wojtyla. El marco era la travesía por el río Lyna. Wojtyla, Wujek para todos en aquellas circunstancias, era uno más del grupo, pero se encargaba de abrir espacios para la oración, la espiritualidad y el encuentro personal con todos los que bajaban en los kayaks, mayores y pequeños. Al 22 ¡JUAN PABLO II, TE QUIERE TODO EL MUNDO! atardecer del martes 5 de agosto, llegó para Karol una carta del cardenal Wyszynski, arzobispo de Varsovia y primado de Polonia, que le emplazaba a una entrevista urgente en el palacio arzobispal. La entrevista fue breve. El arzobispo le comunicó su nombramiento como obispo auxiliar del arzobispo Baziak, quien todavía servía como administrador apostólico de Cracovia, al no haber sido admitido su nombramiento por el régimen polaco. Tras entrevistarse con su arzobispo en Cracovia, Wojtyla regresó al Lyna para celebrar la eucaristía el domingo siguiente. El 28 de septiembre recibía la consagración episcopal en la catedral del Wawel. Tenía solo 38 años. Era el obispo más joven de Polonia. Como obispo adoptó, de acuerdo con la costumbre, el lema de su ministerio: Totus tuus (Todo tuyo), tomado de la enseñanza de san Luis María de Montfort en el Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María. Con su nombramiento nadie salió perdiendo. Continuó sus clases en la Universidad de Lublin. Los ejercicios espirituales y las predicaciones extraordinarias se sucedieron con mayor intensidad por toda la archidiócesis. Las reuniones formativas con familias y jóvenes y sus excursiones anuales en kayak o a esquiar no perdieron ritmo. En 1962, la muerte de monseñor Baziak lo convirtió en administrador apostólico elegido por el Capítulo Metropolitano. Al mismo tiempo, la Iglesia se preparaba para la primera sesión del Concilio Vaticano II, que el papa Juan XXIII había convocado en 1959 y llevaba ya tres años de planificación. UN HOMBRE GRANDE 23 Las cuestiones que se abordaban durante las cuatro sesiones que periódicamente lo convocaban a la Ciudad Eterna, junto con otros 2.400 obispos, desde el desarrollo de la fe católica a la renovación de la moral de la vida cristiana de los fieles o la adaptación eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo, la libertad religiosa, la renovación litúrgica interesaban al obispo titular de Ombi y auxiliar de Cracovia, y en la discusión de todas ellas participó activamente. El 15 de agosto de 1963 fue coronada la Virgen de Ludzmierz, pequeña localidad al sur de Cracovia. Presidió la ceremonia el cardenal Wyszyński, y después cuatro obispos sacaron la imagen en procesión. Uno de los cuatro era Karol Wojtyla. Cuando iban portando a la Virgen, debido al bamboleo se le cayó el cetro a la imagen de la Virgen (lleva en una mano el cetro y en el otro al Niño). Karol Wojtyla (entonces obispo de Cracovia) lo cogió al vuelo antes de que cayera al suelo. El cardenal Wyszyński sonrió y le dijo: «Karol, la Virgen te está dando el mando de la Iglesia». Entre la segunda y la tercera sesión del Concilio, el papa Pablo VI nombró a monseñor Wojtyla, arzobispo de Cracovia, sede de la que tomó posesión el 8 de marzo de 1964. Llevaba en la ciudad 26 años, desde su llegada para estudiar en la Universidad Jagelloniana. En ella vivió sus estudios universitarios, su afición al teatro, la ocupación nazi, la vocación sacerdotal, sus años de ministerio pastoral y universitario durante la dominación soviética, y ahí esta- 24 ¡JUAN PABLO II, TE QUIERE TODO EL MUNDO! ría catorce años más como arzobispo. Durante este tiempo se esforzó por conseguir la libertad religiosa, tal y como el Concilio la había definido. Desde 1959, el barrio de Nowa Huta, construido por el Gobierno según el modelo soviético de convivencia, reclamaba la construcción de una parroquia. El Gobierno se negó, pero los sacerdotes, con el obispo auxiliar Wojtyla a la cabeza, celebraban la eucaristía a la intemperie reclamando cada año, en la Misa del Gallo, los permisos para la construcción del templo. La estrategia fue la misma cuando fue nombrado arzobispo. En cada nuevo barrio obrero que surgía se comenzaba una intensa evangelización sin iglesia y, cuando ya existía una parroquia viva, se reclamaba al Gobierno el permiso para el templo. En Nowa Huta, el permiso llegaría cuando ya era arzobispo, en 1967. Al día siguiente él mismo pondría la primera piedra. Durante diez años más las obras avanzaron con lentitud en medio de dificultades y contratiempos. Por fin, sería inaugurada el 15 de mayo de 1977, por el ya cardenal Wojtyla. La renovación conciliar en la Iglesia, que él mismo había promovido con su participación en el Vaticano II, llegó a Cracovia mientras se preparaba para celebrar el milenio de la llegada de la fe cristiana al país. En el año 966, la conversión del rey Miezsko I trajo consigo la conversión de todo el pueblo, y su acercamiento a la Europa cristiana. Esta celebración había sido preparada durante nueve años por el cardenal Wyszyński. Pero la más eficaz oposición del cardenal Wojtyla a un régimen sin libertades se planteaba en el debate in- UN HOMBRE GRANDE 25 telectual. Estaba convencido de la necesidad de formar hombres libres, conscientes de su responsabilidad, con un sólido anclaje filosófico y cultural. Los tres frentes en los que se empleó a fondo fueron la Facultad de Filosofía de la Universidad de Lublin; el impulso, protección y habitual colaboración con el periódico católico Tygodnik Powszechny, de corte intelectual; y la formación personal y espiritual de los jóvenes, las familias y, en general, de todas las personas que, por unos motivos u otros, se relacionaban con él durante algún tiempo. Mientras tanto, continuaba la labor al frente de su diócesis. En 1971 convocó el Sínodo de Cracovia para reproducir en la Iglesia diocesana el efecto que había supuesto el Vaticano II para la Iglesia universal. Durante ocho años, laicos y clérigos se reunieron en numerosas sesiones plenarias, a fin de señalar el camino de la Iglesia local, mientras se preparaban para la conmemoración del noveno centenario del martirio (1079) de su primer obispo, san Estanislao. La moral de la persona fue uno de los intereses particulares del arzobispo de Cracovia, pero su interés por el saber humano no quedaba ahí. Habitualmente mantenía encuentros con científicos, historiadores e ingenieros para debatir con ellos, conocer sus propuestas y estar al tanto del camino que recorría la reflexión de los hombres de su tiempo. Cuando, en 1967, Pablo VI lo crea cardenal y le entrega el capelo cardenalicio en una ceremonia que tuvo lugar en la Capilla Sixtina, el 28 de junio de ese año, Wojtyla 26 ¡JUAN PABLO II, TE QUIERE TODO EL MUNDO! acoge su elección como una delicadeza del Papa con la Iglesia de Cracovia. La Iglesia conciliar había creado la figura del Sínodo de los Obispos, que periódicamente se reuniría en Roma para ayudar al Papa en la reflexión sobre la vida de los cristianos y para hacer visible la colegialidad en el gobierno de la Iglesia. Desde el final del Concilio, Wojtyla fue invitado a todas las reuniones del Sínodo, unas veces en representación de los obispos polacos y otras invitado por Pablo VI. Aunque las autoridades de su país no siempre le permitieron acudir, participó en 1971 en el Sínodo sobre el sacerdocio y la justicia social; en 1974, en el de la evangelización del mundo moderno, que dio origen a la Evangelii nuntiandi; y en 1977, en el que trató sobre la catequesis. En Polonia, la vida transcurría con la normalidad propia de un régimen comunista: impedimentos, registros esporádicos, explicaciones banales y el deseo de mermar y dividir la influencia de la Iglesia, tratando de enfrentar al cardenal Wyszyński con el cardenal Wojtyla. La estrategia no dio resultado, y la Iglesia continuaba siendo el punto de referencia del pueblo polaco, por encima del régimen y del Estado. El 6 de agosto de 1978, en la fiesta de la Transfiguración del Señor, muere Pablo VI en Castelgandolfo. UN HOMBRE GRANDE 27 DEL KAYAK A LA BARCA DE PEDRO El pontificado de Pablo VI había resultado largo y complicado. Sacó adelante el Concilio Vaticano II y tuvo que poner orden en sus consecuencias. Su muerte dio paso a un cónclave corto. En la cuarta votación, el patriarca de Venecia, Albino Luciani, es elegido Papa, y escoge un nombre en el que reúne los de sus predecesores: Juan Pablo I. Era el 26 de agosto de 1978. Wojtyla, que participó en el cónclave, regresó a su Cracovia inmediatamente para continuar con su labor pastoral. Apenas un mes después, el 29 de septiembre, la noticia de la muerte de Juan Pablo I lo dejó profundamente impresionado. El 3 de octubre, junto al cardenal Wyszyński, entraba en la basílica de San Pedro para rezar ante los restos de quien, sin él saberlo, era su predecesor. El segundo cónclave estuvo marcado por la sorpresa de los cardenales por la muerte de Juan Pablo I. En la segunda jornada del cónclave, a la octava votación, el cardenal Wojtyla alcanzaba la cifra de votos necesaria para su elección como sucesor de Pedro. El cardenal Villot se acercó y le preguntó: «Acceptasne electionem de te canonice factam in Summum Pontificem?». Tras la respuesta afirmativa del cardenal Wojtyla, le preguntó: «Quo nomine vis vocari?». «Juan Pablo II», fue la respuesta. En su corazón latía el deseo de manifestar su amor por la herencia conciliar dejada a la Iglesia por los pontífices Juan XXIII y Pablo VI, al igual que había hecho su predecesor Juan Pablo I. 28 ¡JUAN PABLO II, TE QUIERE TODO EL MUNDO! La multitud se agolpaba en la plaza de San Pedro al atardecer del 16 de octubre. Como un mes antes, las cortinas se abrieron en la loggia de las Bendiciones y el cardenal Felici, decano del Colegio Cardenalicio, repetía una fórmula secular: Nuntio vobis magnum gaudium: Habemus Papam! Emminentisimum ac Reverendisimum Carolum Cardinalem Wojtyla. Qui sibi nominem Joannes Paulum secundum. El aplauso unánime sonó desconcertado. Unos y otros se miraban esperando que alguien pudiera explicar quién era el elegido, no estaba en las listas de papables ni era uno de los cardenales conocidos por el pueblo. Una cosa estaba clara, no era italiano. Se rompía así la larga tradición de un Papa italiano en la sede de Pedro, arraigada durante siglos desde Adriano de Utretch, Papa holandés del siglo XVI. Solo los pocos polacos que estaban en la plaza reconocieron el nombre, bien pronunciado por Felici. A los pocos minutos, un Papa joven y lleno de vida aparecía en el balcón para dar su bendición y, rompiendo otra tradición, enviaba un primer mensaje a sus diocesanos: «¡Alabado sea Jesucristo! Queridísimos hermanos y hermanas. Estamos todos doloridos después de la muerte del amadísimo Papa Juan Pablo I. Los reverendísimos cardenales han llamado a un nuevo obispo de Roma. Lo han llamado de un país lejano. Lejano pero siempre muy cercano por la comunión en la fe y en la tradición cristiana. He sentido miedo de recibir esta nominación, pero lo he hecho con espíritu de obediencia a Nuestro Señor Jesucristo y con confianza en su Madre, la Virgen santísima. No sé UN HOMBRE GRANDE 29 si podré explicarme en vuestra, en nuestra lengua italiana. Si me equivoco vosotros me corregiréis. Y así me presento a todos vosotros para confesar nuestra fe común, nuestra esperanza y nuestra confianza en la Madre de Cristo y de la Iglesia, y también para comenzar de nuevo el camino de la historia y de la Iglesia. Y recomenzar con la ayuda de Dios y con la ayuda de los hombres». El verano de 1978 había dejado los remos del kayak en su Polonia natal. La Iglesia le confiaba ahora el timón de la barca de Pedro. UN PONTIFICADO EXTENSO E INTENSO El de Juan Pablo II es el tercer pontificado más largo de la historia, tras el de san Pedro, que se prolonga hasta su martirio en Roma, hacia el año 64, y el de Pío IX, que comenzó en junio de 1846 y finalizó en febrero de 1878. La extensión de su ministerio tuvo su primera repercusión en la extensión de su Magisterio. En sus 26 años al frente de la sede de Pedro, hizo públicas catorce encíclicas, diez constituciones apostólicas, quince exhortaciones apostólicas, como consecuencia de los sínodos convocados –de ellas, cinco referidas a la Iglesia en cada uno de los cinco continentes–, además de treinta y cinco cartas apostólicas, veintinueve cartas en forma de motu proprio y centenares de mensajes con motivo de las diversas jornadas que la Iglesia celebra cada año. 30 ¡JUAN PABLO II, TE QUIERE TODO EL MUNDO! De especial importancia era su encuentro con los fieles, cada miércoles, en la audiencia general. En ella impartía su catequesis semanal a los peregrinos congregados en la plaza de San Pedro. Entre los temas tratados en esa catequesis, expuso su Teología del Cuerpo, a lo largo de cinco años, y después fue desarrollando todo el Credo de la Iglesia, entre diciembre de 1984 y enero del año 2000, en una catequesis que se prolongó más de quince años. La celebración del Año Santo de 2000 estuvo marcada por masivas peregrinaciones a Roma para celebrar el Jubileo. El 12 de marzo, el primer domingo de Cuaresma, unos días antes de la visita a Tierra Santa, la basílica de San Pedro fue escenario de una celebración de la Palabra en la que Juan Pablo II pedía perdón a Dios por los pecados que la Iglesia y sus hijos habían cometido durante veinte siglos, y también por los que comete en la actualidad: «Confesamos con mayor motivo nuestras responsabilidades de cristianos por los males de hoy: frente al ateísmo, la indiferencia religiosa, el secularismo, el relativismo ético, las violaciones del derecho a la vida, el desinterés por la pobreza de muchos países, no podemos dejar de preguntarnos cuáles son nuestras responsabilidades». Al mismo tiempo, el Papa quiso que el Año Jubilar fuera también el de la memoria de los mártires de la Iglesia que habían derramado su sangre en fidelidad a Cristo. UN HOMBRE GRANDE 31 EL PAPA DE LOS JÓVENES Uno de los fenómenos más llamativos de este pontificado es la conexión con los jóvenes. Para todos los que nacieron a partir del año 1970, Juan Pablo II es el Papa que ha marcado sus vidas, pues han convivido con él desde su infancia hasta su bien entrada madurez. Muchos sacerdotes y religiosos han encontrado su vocación consagrada en encuentros con Juan Pablo II, en su testimonio y ejemplo, en su palabra y su mirada. Su capacidad de arrastrar es un fenómeno poliédrico: al principio fue su fuerza, que le permitía llenar escenarios gigantescos con su sola presencia. Después, su capacidad de comunicación con gestos impactantes, como aquel día en Jerusalén, con su oración ante el muro de las lamentaciones, o su beso al Corán, el libro santo de los musulmanes; su risa abierta ante la actuación de un payaso o su capacidad de dialogar con la juventud desde la ventana de la nunciatura en uno de sus viajes a España. También los jóvenes lo acompañaron en la vejez y en la enfermedad, con la misma admiración de siempre, atentos a su palabra, a su gesto, a su dolor. Su aparición para la bendición urbi et orbi en la mañana de Pascua de 2005, en la que ya no pudo hablar, hizo notable su capacidad de entrega hasta el final. La especial relación con los jóvenes se había iniciado muchos años antes. Entre 1983 y 1984 la Iglesia celebraba el Año Santo de la Redención, con motivo del 1950 aniversario de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, y 32 ¡JUAN PABLO II, TE QUIERE TODO EL MUNDO! Juan Pablo II, entre los actos organizados, convocó a los jóvenes el Domingo de Ramos a una vigilia de oración. 300.000 jóvenes llenaron la plaza de San Pedro, en presencia de decenas de obispos, la Madre Teresa de Calcuta o el Hermano Roger de Taizé. En aquella celebración el Papa entregó una cruz de madera a los jóvenes con una inscripción en cuatro lenguas, que fue un mensaje: «Queridísimos jóvenes: al clausurar el Año Santo os confío el signo de este año jubilar: ¡La Cruz de Cristo! Llevadla por el mundo como signo del amor del Señor Jesús a la humanidad y anunciad a todos que solo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención». Al año siguiente volvió a invitar a los jóvenes en el Año Internacional de la Juventud convocado por la ONU, e instituyó la Jornada Mundial de la Juventud, que se había de celebrar cada Domingo de Ramos. El primer lugar en que se celebró fuera de Roma fue Buenos Aires, en 1987. Desde entonces se celebra cada año en Roma, y cada dos o tres años en otras ciudades del mundo que se convierten en capital mundial de la juventud católica y en el encuentro con el Papa de los jóvenes católicos. Durante su pontificado, Juan Pablo II se reunió con millones de jóvenes de todo el mundo en las Jornadas Mundiales de la Juventud de Buenos Aires (1987), Santiago de Compostela (1989), Częstochowa (1991), Denver (1993), Manila (1995), París (1997), Roma (2000) y Toronto (2002). Los mensajes del Papa a los jóvenes, a los que se comenzó a llamar papa-boys, nunca fueron complacientes UN HOMBRE GRANDE 33 ni buscaban el asentimiento fácil. Más bien fue la exigencia de sus palabras lo que más atracción producía en los oyentes. Así, en Buenos Aires, en la misa celebrada al aire libre, en la avenida 9 de Julio, los jóvenes le escucharon decir: «Vosotros, jóvenes, alcanzaréis la comprensión plena del significado de vuestra vida, de vuestra vocación, mirando a Cristo muerto y resucitado. Añadid, pues, al natural atractivo que Cristo despierta en vuestros corazones –y que aquellos jóvenes de Jerusalén expresaron con el entusiasmo de su Hosanna– la consideración atenta y reposada de los acontecimientos de la Semana Santa». En el Monte del Gozo, junto a Compostela, durante la eucaristía del 20 de agosto de 1989, Juan Pablo II les invitó a vivir el servicio a los demás como sentido de su peregrinación: «Han peregrinado los jóvenes para aprender junto a la tumba del Apóstol aquella verdad evangélica: “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor”». En la Vigilia del Cherry Creek State Park de Denver, el sábado 14 de agosto de 1993, les pidió una entrega total a Cristo: «Jóvenes del mundo, ¡escuchad su voz! Escuchad su voz y seguidlo. Solo el buen Pastor os conducirá a la verdad plena sobre la vida». Así, una tras otra, en cada una de las Jornadas Mundiales, Juan Pablo II insistía a los jóvenes en tres ideas fundamentales: la unión con Cristo muerto y resucitado, el servicio a los demás como camino de salvación, y la 34 ¡JUAN PABLO II, TE QUIERE TODO EL MUNDO! vocación entregada para bien del mundo. Ni una palabra sencilla, ni banal, ni ligera. LA CAÍDA DEL MURO La elección del cardenal Wojtyla provocó un terremoto más fuerte en el ateísmo militante de su época que en el orbe cristiano. Si a este lado del Telón de Acero todos se miraban para interpretar el nombre que había salido de la boca del cardenal Felici, al otro lado del telón las cancillerías de Varsovia y Moscú intentaban explicarse cómo había podido pasar aquello, algo del todo imposible si se excluye la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Jaruzelski y Brezhnev comprendieron al instante que los tiempos de la ostpolitik que el secretario de Estado Casaroli practicaba con los países del Este habían llegado a su fin. La sede de Pedro estaba ocupada ahora por quien conocía bien, en sus propias carnes, el engaño y el dolor causado por la dictadura del proletariado. Muy pronto, los reiterados discursos sobre la dignidad del hombre y la libertad religiosa que Juan Pablo II pronunciaba en Roma tendrían una especial repercusión en Polonia y en todo el bloque soviético. El sindicato Solidaridad, liderado por Lech Walesa, difundía los escritos y las palabras del Obispo de Roma, consciente de que en ocasiones estaban escritos pensando en su particular situación. Las visitas de Juan Pablo II a su tierra fueron la llave UN HOMBRE GRANDE 35 que permitió y acompañó la caída del Muro de Berlín. En 1979, apenas ocho meses después de su elección, Wojtyla realizaba su primera visita pastoral a Polonia durante nueve días. No fue un viaje más, tuvo 37 intervenciones públicas. A los representantes del Gobierno les dijo, entre otras cosas, que «la paz y el acercamiento entre los pueblos solo se pueden construir sobre el principio del respeto a los derechos objetivos de la nación, como: el derecho a la existencia, a la libertad, a ser sujeto socio-político y además a la formación de la propia cultura y civilización». Con sus palabras señalaba cada uno de los elementos que la dictadura comunista había arrebatado a su nación y a todos los países ocultos tras el Telón de Acero. No fue la única visita a su patria. De hecho, Juan Pablo II viajó a Polonia en nueve ocasiones durante su pontificado, acompañando su camino hacia la libertad. La inquietud por sus palabras y el efecto que empezaba a causar el Papa polaco especialmente en el orbe soviético parecen estar detrás del atentado ocurrido en la plaza de San Pedro, en la tarde del 13 de mayo de 1981. Aquel día, Juan Pablo II fue tiroteado por Ali Agca mientras se desplazaba en el papamóvil entre la multitud que aguardaba su tradicional catequesis de los miércoles. Un cúmulo de pequeños detalles, todos providenciales, propiciaron que el atentado no alcanzará el rango de magnicidio: la religiosa que empujó a Agca en el momento de disparar, la pericia del conductor de la ambulancia, que alcanzó el hospital Gemelli en solo ocho minutos de viaje, cuando 36 ¡JUAN PABLO II, TE QUIERE TODO EL MUNDO! se suele tardar media hora... Entre ellos, posiblemente el más significativo fue la intervención de la Virgen María, cuya advocación de Fátima se celebra ese día, y a la que el Papa agradeció de manera especial su protección. Un año después, el 13 de mayo de 1982, Juan Pablo II viajó por primera vez a ese santuario portugués. Según dijo el Papa al obispo de Leiria: «… hace mucho tiempo que tenía la intención de venir a Fátima […], pero cuando ocurrió el conocido atentado en la plaza de San Pedro, hace un año, al recobrar la conciencia, mi pensamiento se dirigió inmediatamente a este santuario, para poner en el corazón de la Madre del Cielo mi agradecimiento por haberme salvado del peligro. He percibido en todo lo que estaba sucediendo, no me canso de repetirlo, una especial protección maternal de la Virgen». En apenas diez años se sucedió una catarata de acontecimientos que culminaron con la transformación del mundo y la desintegración el bloque soviético: en 1978, la elección de Juan Pablo II; un año después, la primera visita a Polonia (1979); el atentado en San Pedro (1981); la segunda visita a Polonia (1983); la elección de Mikhaíl Gorbachov como secretario general del Partido Comunista en la Unión Soviética (1985); y en 1989, la definitiva caída del Muro de Berlín, un símbolo que preludiaba la caída, como las fichas del dominó, de los regímenes comunistas europeos. La imagen final de aquel proceso tuvo lugar en la mañana del 1 de diciembre de 1989. Una UN HOMBRE GRANDE 37 caravana presidencial atravesó la plaza de San Pedro y se dirigió por el arco de la Campana al cortile de San Dámaso. En el centro, una limusina con las banderas de la hoz y el martillo de la Unión Soviética sobre la carrocería indicaban la altura de la visita. El coche de Mikhail y Raisa Gorvachov entraba en el Vaticano para el encuentro del mandatario soviético y el cabeza de la Iglesia de Cristo. Hablaron en ruso. En sus primeras palabras, el Papa le dijo: «Señor presidente, somos dos eslavos que la Providencia ha traído a este lugar para construir un mundo de paz». LA ÚLTIMA ENSEÑANZA Juan Pablo II, que dejó a la Iglesia un rico y extenso magisterio, escribió numerosas lecciones con los signos y gestos con que acompañaba sus abundantes escritos. Su enseñanza más visible fue la de su enfermedad y su muerte. Los problemas de salud habían comenzado con las consecuencias del atentado y la posterior infección debida a una transfusión de sangre, pero a lo largo de su vida se sucedieron distintas enfermedades y achaques propios de la edad. Durante su pontificado fue operado de apendicitis, de un tumor en el colon (1992), de la luxación del hombro (1993) y de la rotura del fémur (1994). Desde comienzos del siglo XXI se puso de manifiesto un temblor en su mano izquierda, primeros síntomas de la enferme- 38 ¡JUAN PABLO II, TE QUIERE TODO EL MUNDO! dad de Parkinson, que le acompañó hasta la muerte. Su enfermedad, como su vida y su ministerio, fue también pública. Sus visitas al hospital, habitualmente el Gemelli, al que terminó llamando el tercer Vaticano (el segundo era Castelgandolfo), fueron siempre acompañadas de buen humor y deseo de reponerse para continuar su actividad. Al mismo tiempo, el sufrimiento supuso una prueba y una manifestación de su unión con la voluntad y la vida de Jesucristo. Los últimos días de su vida coincidieron con la Semana Santa de 2005. Se le pudo ver siguiendo desde su capilla el Vía Crucis que el cardenal Ratzinger presidía en su nombre en el Coliseo romano. También, en la mañana del Domingo de Resurrección, se asomó a la ventana de sus apartamentos para felicitar la Pascua a los peregrinos llegados a Roma de todo el mundo. Fue su última aparición. No pudo decir ni una palabra. Su bendición urbi et orbi, en medio del sufrimiento, conmovió a la multitud. Desde ese día se sucedieron las noticias sobre el estado de salud del Papa. Los comunicados explicaban diariamente la evolución de su enfermedad. El viernes de la semana de Pascua, Joaquín Navarro Valls, portavoz del Vaticano durante casi todo el pontificado de Juan Pablo II, confirmó la situación crítica de la salud del Papa. El cardenal Deskur, polaco y amigo personal de Wojtyla durante más de sesenta años, afirmaba que la vida del Santo Padre «se apaga serenamente». El sábado por la mañana participó, por última vez, de la eucaristía. Recibió una vez más la UN HOMBRE GRANDE 39 unción de los enfermos y quedó inconsciente. A las 21 horas y 37 minutos del sábado, 2 de abril de 2005, moría en su habitación de los apartamentos pontificios, rodeado de los más cercanos colaboradores. Una multitud llevaba todo el día en la plaza, y en todo el mundo, acompañando con su oración las últimas horas del Papa en la tierra. La Iglesia celebraba ya el domingo de la Divina Misericordia, la fiesta que Juan Pablo II añadió al calendario litúrgico de la Iglesia y que había sido impulsada por una religiosa polaca, santa Faustina Kowalska, que él mismo canonizó. A lo largo de la semana siguiente, centenares de miles de personas visitaron la capilla ardiente situada en la basílica de San Pedro. Mandatarios de todo el mundo acudieron a su funeral presidido por el cardenal Ratzinger, en una ceremonia sobria e impresionante, seguida por millones de personas a través de los medios de comunicación. En sus últimas palabras, durante la homilía, el que unos días después se convertiría en Benedicto XVI dijo: «Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendíganos, Santo Padre. Confiamos tu querida alma a la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. Amén».