Download Juan Pablo II, el monarca absoluto. Un balance de su reinado

Document related concepts

Cónclave de octubre de 1978 wikipedia , lookup

Kazimierz Nycz wikipedia , lookup

Amor y responsabilidad wikipedia , lookup

Jan Tyranowski wikipedia , lookup

Franciszek Macharski wikipedia , lookup

Transcript
Siempre un poco más lejos - blog
Juan Pablo II, el monarca absoluto. Un balance de su reinado
autor Joaquim Pisa
domingo, 16 de julio de 2006
Cuenta Suetonio que cuando Augusto sintió próximo su final, se vistió y maquilló como un actor y llamó junto a él a su familia
y amigos, a los que habló más o menos así: "¿Os ha gustado mi representación? Si es así aplaudirme, sino, podéis
silbarme". No parece que Karol Wojtyla, más conocido por el sobrenombre de Juan Pablo II, vaya a tener la elegancia
suprema de Augusto a la hora de despedirse. Al parecer, el Papa polaco se aferra al cargo como quien se agarra a un
clavo ardiendo. Aunque también se dice que es la Curia vaticana –el gobierno de la Iglesia católica- quien le
impide dimitir, al menos hasta que de las luchas internas por el poder surja un candidato claro a la sucesión. Sea como
sea, la larga agonía de este anciano, atenazado por múltiples enfermedades, comienza a suscitar compasión; tal vez es
lo que pretenden quienes gestionan el espectáculo.
Karol Wojtyla nació en Polonia hace 84 años. Dicen sus biógrafos no oficiales que de joven fue actor semiprofesional de
cierto éxito. También dicen de él que militó en el movimiento fascista polaco de entreguerras, y que siendo ya cura tuvo
una hija que es asimismo actriz de teatro y todavía vive. Ultranacionalista y profundamente reaccionario, Wojtyla hizo
una rápida carrera eclesiástica, que le llevó pronto al arzobispado de Cracovia. Aparentemente, Wojtyla y el resto de la
jerarquía católica de su país vivieron enfrentados durante décadas con el régimen comunista polaco; en realidad, parece
que desde la época de Gomulka hubo cierto grado de colaboración (¿complicidad?) entre dos poderes tan totalitarios
como incapaces de destruirse el uno al otro, al menos hasta la crisis final de los años ochenta. La elección de Wojtyla
como supremo jerarca de la Iglesia católica vino precedida por el asesinato de su antecesor, el pobre Albino Luciani
–Juan Pablo I-, quien al parecer cometió el error de ponerse a investigar las finanzas vaticanas, inmersas
entonces en un momento especialmente difícil (crisis del Banco Ambrosiano, asesinato de Calvi "el banquero de Dios",
relaciones financieras con la Mafia y la Logia P2...). La elección de un polaco de solo sesenta años para tal puesto
convulsionó la Iglesia, pues rompía una doble tradición no escrita de siglos que obligaba a que los Papas fueran italianos y
de edad avanzada. Enérgico, deportista, osado, Wojtyla aportó un estilo desconocido hasta entonces entre los sucesores
de Pedro. Una vez Papa, Juan Pablo II se aplicó pronto a la tarea de devolver a la Iglesia católica a la situación anterior al
Concilio Vaticano II, esfuerzo descomunal en el que ha invertido todas sus energías (y las de la institución que ha
gobernado); ardua tarea en la que en contraste con otros antecesores contrarreformistas, el polaco no ha tenido
empacho en recurrir a los métodos más avanzados del márketing promocional y la manipulación de masas, utilizando a
fondo los "mass media" y los más variados recursos publicitarios y promocionales. Así, Juan Pablo II ha realizado
innumerables viajes programados y preparados como si de la gira de una estrella del rock se tratara; su presencia ha
llegado a ser solicitada por gobiernos ansiosos de ganar imagen interna y externa, aún al precio de tener que hacerle
concesiones para conseguir su visita. A lo largo de la década de los ochenta, el Papado de Juan Pablo II se articuló bajo
un doble objetivo: liquidar la Teología de la Liberación en particular y en general los movimientos que intentaban acercar
la Iglesia a los pobres, y contribuir al derrumbe de los regímenes comunistas en el centro y este de Europa. El triunfo
alcanzado en estos dos terrenos fue absoluto. La cacería ideológica desplegada por las autoridades vaticanas en
América Latina contra teólogos, sacerdotes, misioneros, monjas, seglares, y en general contra las llamadas
"comunidades cristianas de base" –formadas por campesinos indígenas o mestizos en la mayoría de los casos-,
facilitó la coartada "moral" que necesitaban los regímenes dictatoriales de la época para desencadenar la cacería física de
los mismos: las matanzas de campesinos en Centroamérica, por ejemplo, son inseparables de las condenas vaticanas
contra sus líderes espirituales y materiales, martirizados con la anuencia tácita o expresa de Roma. La lista de
asesinados es amplia y conocida: el obispo Romero, Ignacio Ellacuría y sus compañeros jesuitas, monjas francesas y
norteamericanas... Ninguno de ellos ha sido proclamado santo por Wojtyla, quien sin embargo ha elevado a los altares a
miles de supuestos asesinados por el "Terror Rojo" durante la Guerra de España. Su contribución al derrumbe de los
regímenes comunistas europeos fue asimismo importante, aunque probablemente menos decisiva de lo que los sectores
vaticanistas han pretendido. En esos años el Vaticano colaboró estrechamente con la Administración Reagan, en su
política de cerco agresivo a los países comunistas; precisamente fue Polonia, "su" Polonia, la primera grieta que anunció el
hundimiento del imperio soviético en Europa. La creación del sindicato polaco Solidarnosc, una organización
ideológicamente dirigida por el Vaticano y financiada y organizada por los servicios secretos norteamericanos, mostró al
mundo el "santo descaro" conque Karol Wojtyla actuaba en política internacional, lejos de las tradicionales maneras
sibilinas hasta entonces propias del Papado. Sin embargo, estas excursiones en los "asuntos terrenales" han tenido
siempre carácter secundario en relación con el nervio central de su pontificado: la revitalización de los viejos valores
ideológicos de la Iglesia, y la liquidación de las aportaciones progresistas hechas por el Concilio Vaticano II. Resucitar el
antiguo Santo Oficio o Tribunal de la Inquisición, bajo la nueva denominación Congregación para la Doctrina de la Fe, fue
una de las iniciativas que más claramente hablan de las coordenadas ideológicas y mentales en las que se sitúa
Wojtyla. Al frente de este instrumento represivo situó a Joseph Ratzinger, un cardenal al que el papel de Gran Inquisidor
le va como anillo al dedo, y cuyo nombre, por cierto, está sonando últimamente con fuerza como posible sucesor del
Papa agonizante. Bajo los anatemas de la renovada Inquisición han sucumbido los mejores pensadores y teólogos del
cristianismo contemporáneo, cuyas obras han sido fulminadas sin clemencia; algunos incluso han sido expulsado del
seno de la Iglesia. Es obvio que los tiempos ya no permiten quemarlos en hogueras, para han sido cientos los
abrasados espiritualmente sólo por intentar adecuar el mensaje evangélico a la contemporaneidad o, simplemente, por
querer volver a las fuentes originales de la propuesta cristiana. En ese combate frontal contra la modernidad y el
progresismo se inscribe la liquidación del poder de los jesuitas, demasiado identificados con la Teología de la Liberación. El
padre Arrupe, vasco, General de los jesuitas y defensor de las posturas más abiertas en la Iglesia, fue tenido encerrado
http://www.pisa-bcn.net/blog/
Potenciado por Joomla!
Generado: 11 July, 2017, 21:13
Siempre un poco más lejos - blog
en Roma durante sus últimos años, en un auténtico secuestro físico y espiritual, y substituido luego por un testaferro
papal. Asimismo, el ascenso fulgurante del Opus Dei (y de otras sectas menores aún más radicales, como los
Legionarios de Cristo), se relaciona con la apuesta de Juan Pablo II por devolver a la Iglesia católica un perfil
ultraconservador. Con todo, la preeminencia de la que el Opus goza hoy en Roma se debe no sólo a sus aportaciones
ideológicas sino también, y quizá especialmente, a su contribución económica al sostenimiento de una institución con
gravísimos problemas financieros y sobre todo, muy desprestigiada ante el mundo de las finanzas e incluso ante sus
propios fieles (que se niegan a contribuir al sostenimiento del tinglado). El Opus Dei ha inyectado ingentes sumas de
dinero a las finanzas vaticanas, pero nada parece ser suficiente. Bajo Juan Pablo II, en el círculo del poder vaticano no
han aminorado las tramas conspirativas, los negocios sucios y los crímenes sangrientos; al contrario, a lo largo del
cuarto de siglo de reinado de Juan Pablo II, se han incrementado espectacularmente. Si como decíamos antes, Wojtyla
ya le debió su llegada al trono de San Pedro al asesinato de su antecesor (apenas un mes después de que Luciani
hubiera sido elegido Papa), el obscuro y nunca explicado intento de asesinato sufrido por el propio Karol Wojtyla a
manos de un ultraderechista turco vino a confirmar que, por debajo de los paseos en "papamóvil" y los mítines
multitudinarios, las aguas vaticanas continuaban bajando turbias y pestilentes. Algo de todo eso nos ha llegado a través
del cine y la literatura (baste recordar algunas escenas de la tercera parte de El Padrino), pero sobre todo a través de la
crónica de sucesos: el caso del asesinato del jefe de la Guardia Suiza vaticana, de su mujer y de uno de sus
subordinados, constituyó un sonoro escándalo, sobre el que rápidamente echó tierra la Curia vaticana presentándolo
como un asunto de amoríos y celos; otras fuentes hablaron de que lo ocurrido en la Guardia papal fue una "limpieza" de
agentes de servicios secretos de potencias "enemigas", quizá relacionado con el intento de asesinato sufrido por
Wojtyla años antes. Entre otras muchas tramas negras, parece evidente la participación de la Iglesia católica en las
matanzas de Africa central, especialmente en Ruanda, en la que tomaron parte no solo religiosos de a pie sino
sobretodo, como incitadores, algunos destacados jerarcas católicos de esos países. También se ha hablado de la
participación de "príncipes eclesiásticos" en redes de tráfico de armas y drogas investigadas por la fiscalía italiana. Y del
papel encubridor que ha jugado la Iglesia en los numerosos casos de pederastia que le atañen denunciados
especialmente en Norteamérica, así como en los al parecer masivos abusos sexuales de curas sobre monjas en toda
Africa. Por otra parte, el atrincheramiento en posiciones ultrareaccionarias ha llevado a la Iglesia de Wojtyla a perder pie
en temas que para la gran mayoría de católicos no constituyen problema de conciencia desde hace tiempo: la aceptación
de la homosexualidad, el uso del preservativo e incluso la separación entre Iglesia y Estado, entre otros asuntos, han
distanciado más si cabe los dogmas emanados del Vaticano de la realidad cotidiana en la que viven sus fieles. Y aún
así Wojtyla no ha retrocedido un milímetro en sus pretensiones de enroque en la mentalidad más cerril. En esa
"operación revival" ideológica reaccionaria dirigida por Juan Pablo II, ha tenido fuerte presencia el relanzamiento de una
"religiosidad popular" alrededor de fetiches, peregrinaciones y milagrerías. Famosos son sus viajes a Fátima y Lourdes,
por ejemplo, amén de a otros santuarios de la cristiandad no tan relevantes. En el caso concreto de Fátima, hay que
recordar el impulso dado a los famosos "tres secretos de Fátima", supuestamente comunicados por la Virgen a tres
pastorcillos analfabetos en 1917 y "resucitados" a fines del siglo XX bajo una aureola de misterio y milenarismo. Hoy por
fin conocemos el contenido de los chuscos secretos, y es imposible evitar una sonrisa ante ellos: el primero afirmaba
que Alemania ("los Cruzados de Cristo", llamaba a sus soldados), ganaría la Primera Guerra Mundial; el segundo, que el
comunismo no prevalecería en Rusia ("sólo" duró 75 años, efectivamente) y el tercero, que el Papa de finales del siglo
sería asesinado (también erró ahí la pitonisa). Claro que entre otras promesas y observaciones hechas por la supuesta
aparición mariana estaba que el comunismo jamás tendría presencia en Portugal (tras la Revolución de los Claveles, en
1973, el PCP formó parte de varios gobiernos portugueses, e incluso llegó a organizar una romería a Fátima en la que
participaron decenas de miles de militantes y simpatizantes comunistas, entre los que se cuentan muchos católicos). Con
estos mimbres se ha cimentado un Papado cuya huella, por tanto, está condenada a ser efímera. Ante el imparable
avance de la modernidad "en el mundo" y dentro de sus propias filas, Juan Pablo II ha desplegado un esfuerzo inmenso
que en su final, agotadas todas las energías, incluso para su protagonista principal parece haberse revelado inútil. Hoy
la Iglesia Católica está sumida en una crisis de proporciones mucho mayores a cuando Juan Pablo II se puso al frente
de ella. No es extraño pues que la amargura y un cierto autocastigo guíen los últimos pasos de Karol Wojtyla sobre la
faz de la Tierra.
http://www.pisa-bcn.net/blog/
Potenciado por Joomla!
Generado: 11 July, 2017, 21:13