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El Pulso del Papa
Roberto O’Farrill Corona
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Prólogo
Quien ha acompañado, aunque solo por una vez, al Papa Juan Pablo II en uno de sus
viajes apostólicos a México, lo recuerda como una experiencia extraordinaria. Nunca he
visto tanta gente, a lo largo de las calles, como en la Ciudad de México, en forma
ininterrumpida, por decenas de kilómetros, de un lado a otro, y siempre sonrisas, aplausos,
lágrimas de emoción, entusiasmo, alegría y cariño. Y también en Roma, en la Plaza de San
Pedro, los grupos de mexicanos siempre se destacan por el calor de sus aplausos en
respuesta al saludo del Papa. No cabe duda que la grandísima mayoría de los mexicanos
quieren al Papa, lo aman mucho, son felices cuando lo pueden escuchar y ver. Y esto vale
no solo para Juan Pablo II, sino también para Benedicto XVI, y valdrá ciertamente para
cada Papa del futuro.
El Autor de este libro naturalmente lo sabe; también él es un mexicano que ama
mucho al Papa y que desde hace muchos años ha buscado los caminos para alimentar este
amor, para dar a muchos mexicanos la posibilidad de escuchar la voz del Papa, de verlo, de
conocerlo mejor. Por este motivo es que nos hemos conocido y ha nacido nuestra amistad.
Además, siempre me da gusto poder ofrecer a sus iniciativas la colaboración de Radio
Vaticano y del Centro Televisivo Vaticano para que realice sus muchos programas
radiofónicos y televisivos de información y de profundización sobre la actividad del Papa,
sobre su enseñanza, sobre sus viajes, sus intervenciones acerca de los problemas del mundo
moderno; y más en general también sobre los organismos vaticanos que colaboran con el
Papa para el servicio de la Iglesia universal.
Este libro refleja bien los temas y el espíritu con que ya desde hace años Roberto
O’Farrill Corona ha acompañado con atención, ha profundizado y comentado en sus
programas el camino y el pensamiento del Papa (podríamos decir “de los papas”) y ha
puesto sus dotes de comunicador claro y eficaz al servicio del amor del pueblo mexicano
por el Papa.
Quien trabaja en Roma al servicio de la Iglesia universal en el campo de las
Comunicaciones Sociales sabe muy bien que su trabajo nunca será completo si la suya
quedara sólo como una voz aislada, aunque sea muy fuerte y dotada de buenos equipos,
pues es absolutamente necesario que los mensajes que son enviados por el Papa sean
relanzados por muchas más voces, en las distintas partes del mundo, en los diferentes
idiomas, en relación con las diversas situaciones y esperanzas de los pueblos y de las
comunidades eclesiales. “El pulso del Papa” es por esto una de estas voces que difunden,
aplican y traducen las enseñanzas del Papa, haciéndolas llegar a las casas y a la vida de
muchas personas que las desean y que están abiertas a recibirlas, pero que no tienen muchas
otras oportunidades para escucharlas.
El servicio del Papa para la Iglesia y para la humanidad es un servicio para la unión
y el amor, es un servicio que tiene horizontes tan amplios como el mundo. Cuando
escuchamos al Papa también nuestros horizontes se amplían, nos sentimos miembros de
una comunidad universal y nuestras preocupaciones llegan a ser las de toda la Iglesia y las
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de todos los hombres y mujeres del mundo. También nuestra oración y nuestro compromiso
cristiano adquieren un respiro más amplio y más profundo.
Deseo verdaderamente, a este libro, y a las iniciativas de comunicación de las que
nació, que alcancen estos objetivos nobilísimos de información y de formación humana y
cristiana. El amor espontáneo y sincero de los mexicanos por el Papa es el terreno fértil en
el cual este compromiso podrá continuar dando frutos preciosos.
Federico Lombardi S.I.
Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede
Director de Radio Vaticana
Director del Centro Televisivo Vaticano
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Introducción
A esta generación nos ha tocado únicamente la muerte de un Papa, ya que Juan
Pablo II tuvo un pontificado muy largo, de más de 26 años, el tercero en duración en la
historia de la Iglesia.
Además, nos tocó un Papa excepcional, reconocido por su carismático don de
gentes, sus incansables viajes por todo el mundo, su gran cantidad de documentos
doctrinales, su amor a María.
Nos habíamos ya habituado a todo ello hasta que por fin, el 2 de abril de 2005, el
dueño de la mies lo llamó para otorgarle la recompensa merecida, la paz, la felicidad
inmarcesible y el descanso eterno.
Ese acontecimiento, que por la duración del pontificado y su impacto mundial fue
del todo extraordinario, hizo que las miradas se centraran con expectación e interés en la
elección del nuevo Papa, en su estilo de gobernar, de hablar y pensar. Inmediatamente vino
el examen, la comparación y el contraste respecto a su antecesor.
El anterior era filósofo, el actual es teólogo. El anterior era extrovertido, el actual es
más retraído. El anterior perpetuó la apertura de la Iglesia al mundo en algunos temas, el
actual parece dar marcha atrás en algunos otros.
Inmediatamente surgieron toda clase de comparaciones humanas, pero la inmensa
mayoría de los fieles, y sobre todo los medios, pasaban por alto lo esencial y más
importante: estamos hablando del Vicario de Cristo, de su representante en la Tierra, a
quien Jesucristo eligió porque la Iglesia y el mundo lo necesitan en este preciso momento.
Esto último se debe a un fenómeno extendido y muy doloroso, que es la pérdida
generalizada de la fe. El mismo Jesucristo preguntaba a sus discípulos si cuando Él
volviera, en su Parusía, hallaría fe sobre la Tierra.
Nos hemos acostumbrado a mirar al Papa con los ojos con que miramos a un
político, a un jefe de Estado, a un pensador, a un gobernante. Con esa óptica juzgamos sus
decisiones y sus actos. Hemos perdido la visión de fe, la que reconoce en el Papa a la
“piedra” sobre la cual Jesús tiene en pie a su Iglesia, la que descubre la continua asistencia
que le da el Espíritu Santo para preservar el depósito de la fe, para gobernar a la Iglesia con
la sabiduría que viene de lo alto.
Y, sin embargo, lo humano no deja de ser importante. Un pontificado consta de
circunstancias históricas específicas, de medidas disciplinares y de avances doctrinales, de
acuerdos intraeclesiales e internacionales, de viajes y celebraciones, de documentos y
decisiones concretas. El reto es integrar y armonizar ambos aspectos, el humano y el de la
fe.
Roberto O’Farrill ha sabido combinar ambos elementos, la aguda visión de fe y un
detallado manejo informativo. Su labor como escritor y comunicador de radio y televisión
ha sabido tomar el pulso al Papa, lo ha hecho cercano y comprensible para todos.
Su pluma y su palabra han acompañado la vida del Papa, del que se marchó y del
que llegó, y nos la han vuelto familiar y accesible.
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La presente obra se erige como testimonio de lo que han sido los primeros pasos del
nuevo Papa, Benedicto XVI, abarcando los tres primeros años, y algo más: sus viajes
iniciales, sus primeros libros, sus incipientes avatares en Colonia, con la Universidad de la
Sapienza, con el mundo musulmán, con diplomáticos y políticos.
A través de esta espléndida colección de artículos, amenos e inspirados, se nos abre
una ventana al corazón y a la mente del Papa, conocemos su pensamiento sobre la Iglesia,
la mujer, la Misa, el demonio y el infierno, su preocupación por la creación, por la niñez,
por la paz.
Estoy convencido de que la lectura de “El Pulso del Papa” provocará resonancia
íntima en todos sus lectores, de forma que al final cada uno se podrá sentir más cercano a la
Iglesia y a su Fundador, más sensible y solidario respecto a la persona y a la infatigable
labor del Papa, más solícito hijo respecto a los desvelos de su padre.
Aprovechemos con avidez los días de un pontificado que no será tan largo como el
anterior.
José Alberto Villasana
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“El día Nefasto” “Hoy, a las 21:37 horas, nuestro Santo Padre ha regresado a la casa del Padre”
fueron las palabras con las que Monseñor Leonardo Sandri, Sustituto para Asuntos
Generales de la Secretaria de Estado, informaba aquel 2 de abril del año 2005, que Juan
Pablo II había muerto.
Dos de las tres ventanas del apartamento apostólico habían permanecido iluminadas,
pero cuando hacia las nueve de la noche se alumbró la tercera, supe que Su Santidad estaba
viviendo ya sus últimos minutos. En las habitaciones se encontraban, acompañando al Papa
en su agonía, su secretario personal Monseñor Stanislaw Dziwisz; su segundo secretario
Monseñor Mieczyslaw Mokrzycki; el cardenal Jaworski; Monseñor Stanislaw Rylko; el
Padre Tadeusz Styczen; las tres religiosas polacas que atendían el apartamento con su
superiora Sor Tobiana; el Dr. Renato Buzzonetti; y los dos médicos de guardia Alessandro
Barelli y Ciro D´Allo con dos enfermeros de guardia. Al momento de morir llegaron el
cardenal Secretario de Estado Angelo Sodano, el cardenal Camarlengo Eduardo Martínez
Somalo, Monseñor Leonardo Sandri, el Vice-Camarlengo Monseñor Paolo Sardi, el
cardenal Joseph Ratzinger, Decano, entonces, del colegio cardenalicio y el cardenal Joseph
Tomko.
Antes de que el Papa entrara en estado de inconsciencia logró decir a Monseñor
Dziwisz la elocuente frase: “soy feliz, séanlo también ustedes” para después agregar “ahora
déjenme partir”.
Cuando miré a Monseñor Renato Boccardo aparecer en la Plaza de San Pedro,
Rosario en mano para rezarlo con los fieles que se habían congregado, supe que Su
Santidad había muerto. Minutos después Monseñor Sandri interrumpió el Rosario para dar
la noticia.
Las dolencias del Santo Padre habían sido largas pero se intensificaron a partir del
primero de febrero cuando tuvo que ser ingresado al Hospital Gemelli, víctima de una
laringo-traqueitis aguda. Al día siguiente las terapias de asistencia respiratoria habían
logrado restablecer el cuadro clínico, pero el 9 de febrero, por primera vez en sus 26 años
de pontificado, no pudo asistir a la celebración del Miércoles de Ceniza. Ese mismo día se
tuvieron que descartar los rumores sobre su posible renuncia. Al día siguiente el Santo
Padre salió del hospital para regresar al Vaticano.
El 23 de febrero el Papa presidió la Audiencia desde su estudio a través de pantallas
instaladas en la Plaza de San Pedro, pero al día siguiente era hospitalizado otra vez para
practicarle una traqueostomía a fin de evitarle la asfixia. Fue una decisión inteligente y
veloz pero que confirmaba mis sospechas de que el Parkinson había avanzado tanto hasta
llegar al punto de paralizar los naturales movimientos que se requieren para respirar.
Al despertar luego de la cirugía pidió un papel para escribir “sigo siendo Tottus
Tuus” el lema de su pontificado. El domingo 27 de febrero no pudo pronunciar la oración
mariana del Ángelus, pero nos sorprendió al asomarse por la ventana de su habitación en el
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hospital para impartir, desde allí, la siempre anhelada Bendición Apostólica. Lo mismo
hizo el 6 y luego el 9 de marzo.
En medio de su debilidad, el Papa se recuperaba; celebraba Misa en la capilla del
hospital y bromeaba al decir que el Policlínico Gemelli era “el Vaticano III” porque la
segunda Residencia Apostólica es Castelgandolfo. En sus oraciones ofrecía su sufrimiento
por el mundo y por el cambio de la humanidad. Trabajaba en el hospital y el día 11 recibió
en visita Ad-límina a un grupo de obispos de África. El Centro Televisivo Vaticano
transmitió esas imágenes y se pudo escuchar que el Papa podía hablar luego de la
traqueostomía. Ese día fue la última vez que le escuché.
El 13 de marzo, luego de 18 días de hospitalización, Juan Pablo II regresó al
Vaticano y supe que ya no volvería al hospital. El Papa Karol Wojtyla no se permitiría
morir hospitalizado. Se instaló lo necesario en el apartamento apostólico y entonces supe
que viviría sus últimos días. La agonía se prolongó por tres semanas. Todavía pudo celebrar
la Pascua.
El 27 de marzo apareció en la ventana de su despacho e intentó hablar. No pudo, dio
un golpe al atril y se llevó la mano a la garganta en un gesto que nos indicaba la
imposibilidad que estaba sufriendo. Fue como una disculpa pero era una justificación.
El 31 de marzo supimos que el Papa tenía mucha fiebre producto de una infección
urinaria. El primero de abril la infección se extendió y sufrió una caída cardiaca. Miles de
fieles se congregaron en la Plaza de San Pedro para acompañar con sus oraciones al Papa
gravemente enfermo.
El siguiente fue el día Nefasto el día que “nunca debió haber existido” como se le
llama al día en que muere el Vicario de Cristo. 7
“Su primer viaje”
Juan Pablo II ingresaba al hospital Gemelli el 1º de febrero de 2005 y salía dos
semanas después. Los demás serían los últimos días de su vida hasta llegar a la noche del 2
de abril, a las 21:37 horas. “Ha regresado a la casa del Padre”, anunciaba Leonardo Sandri,
el entonces Sustituto de la Secretaria de Estado.
Dos semanas después, el 19 de abril, a las 17:50 horas, por encima de la capilla
Sixtina, se veía la fumatta blanca, y minutos después, luego de cruzar las logias y el Aula
della Benedizione, veíamos en el balcón al Papa Benedicto XVI con una sonrisa más
amplia que la seriedad y frialdad alemana tan anunciada por varios medios informativos.
¿Qué había sucedido antes? En 2002 Joseph Ratzinger llegó a la edad que marca el
Código de Derecho Canónico para la renuncia de todo obispo a su cargo pastoral o curial,
75 años. En obediencia, le había presentado su renuncia al Papa, con esperanza y añoranza
de regresar a su tierra natal, Baviera, a escribir libros de teología.
Se sabe que en tres ocasiones presentó la renuncia al cargo de Prefecto de la
Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe y que en ninguna de las tres la aceptó Juan
Pablo II. Así fue como el cardenal Ratzinger supo que estaría sostenido en el cargo hasta la
muerte de su antecesor.
El Papa Ratzinger es un hombre anciano, sobreviviente de un derrame cerebral, con
la vista mermada de un ojo. Tenía 78 años al día de su elección y desde el 1º de febrero
había experimentado una intensa actividad. Vivió la agonía de su amigo el Papa, presidió
las celebraciones de Semana Santa y luego sufrió su muerte, convocó a la celebración de
los funerales, sepultó al Pontífice, convocó al Cónclave de elección, como Decano lo
coordinó y, todavía con la esperanza de regresar a Alemania, escuchó la voz que le
anunciaba su elección y que le preguntaba: -¿Cómo quieres ser llamado?-. Cuando
respondió: “Benedicto XVI”, supo que no volvería a ser dueño de su tiempo, ni en su natal
Baviera ni en El Vaticano.
El Papa quiso descansar durante el mes de julio en el Valle de Aosta, pero dedicó su
atención a la preparación de su primer documento pontificio, la encíclica Deus cáritas est.
Durante agosto, el mes más caluroso en Roma, Benedicto XVI residió en Castelgandolfo,
aunque cada miércoles se trasladaba a Roma para encontrarse con los peregrinos en la
tradicional Audiencia General para entregar su catequesis. Los domingos solía rezar el
Ángelus desde la ventana que da al patio de la Residencia de Verano.
Así transcurrían los días del Romano Pontífice mientras se acercaba la fecha en que
volvería a ser centro de atención mundial durante su encuentro con mas de un millón de
jóvenes, procedentes de diversos países, para celebrar la XX Jornada Mundial de la
Juventud, con sede en la ciudad alemana de Colonia, del 16 al 21 de agosto de 2005.
La Jornada Mundial de la Juventud, desde la primera en 1986, se caracterizó durante
el pontificado de Juan Pablo II por ser la celebración que congregaba al mayor numero de
participantes, millones de jóvenes reunidos con el anciano Pontífice, herido por el
Parkinson, a quien escuchaban siempre con inefable entusiasmo. Ahora tocaba el turno a
Benedicto XVI, quien congregaba a 250 millones de teleespectadores de todo el mundo.
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En Colonia se reunió con la comunidad judía el jueves 18 y luego con los
representantes de la comunidad musulmana. Les señaló que “es necesario extirpar de los
corazones el sentimiento de rencor; eliminar toda forma de intolerancia y oponernos a cada
manifestación de violencia para frenar la oleada de fanatismo cruel que pone en peligro la
vida de tantas personas, obstaculizando el progreso de la paz en el mundo”.
El pontificado de Benedicto XVI iniciaba con un voto de renovación. Pero esas
palabras a judíos y a musulmanes llegaban también a los mexicanos, inmersos en una
oleada de violencia que se manifiesta en secuestros, asaltos, robos, tráfico de drogas y
corrupción. Es necesario que lo mexicanos sepamos que el señalamiento del Papa, a lo que
él ha llamado “obstáculo para el progreso de la paz en el mundo”, tiene mucho qué ver con
nuestro entorno, porque el llamado a la paz en el mundo y en México, es lo que más nos
apremia.
Luego de muchos años Joseph Ratzinger había regresado a su natal Alemania. Lo
hacía ahora como Sucesor de Pedro, Siervo de los siervos de Dios, se encontraba
nuevamente con su hermano el Padre Geörg y visitaba la tumba de sus padres y de su
hermana.
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“Luego de Colonia”
Benedicto XVI había regresado de su viaje pastoral, el primero de su pontificado, a
Colonia, en Alemania, con motivo de la XX Jornada Mundial de la Juventud, del 16 al 21
de agosto de 2005. Una vez de regreso a Roma se había trasladado al Palacio apostólico de
Castelgandolfo, la tradicional residencia de los pontífices durante el verano, en la que
continuaba desempeñando de manera cotidiana su Ministerio como Pastor de la Iglesia y
como Jefe del Estado de El Vaticano.
Al domingo siguiente, el 28 de agosto, el Santo Padre rezó la tradicional oración
mariana del Ángelus en el patio de la residencia de verano con los fieles reunidos allí con él
y entregó una reflexión personal sobre su viaje cuando dijo que “ha sido verdaderamente
una extraordinaria experiencia eclesiástica la vivida en Colonia la semana pasada con
ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, con la participación de un grandísimo
número de jóvenes de todas partes del mundo, acompañados de muchos obispos,
sacerdotes, religiosos y religiosas. Ha sido un evento providencial de gracia para toda la
Iglesia”. Pero el Papa también alertó sobre el peligro creciente en el mundo, de la pérdida
de la dignidad de la persona humana, como consecuencia de no reconocer a Dios como el
Bien supremo, y entonces se refirió a los obispos y a los sacerdotes como los responsables
de hacer tomar conciencia de este peligro y recalcó que “es por lo tanto urgente llevar al
hombre de hoy a descubrir el rostro autentico de Dios, postrarse ante él y adorarle. Buscar a
Cristo debe ser el incesante anhelo de los creyentes, de los jóvenes y de los adultos, de los
fieles y de sus pastores. Hay que alentar esta búsqueda, sostenerla y guiarla. La fe no es
simplemente la adhesión a un conjunto de dogmas, que apagaría la sed de Dios presente en
el alma humana. Al contrario, la vida proyecta al hombre, en camino en el tiempo, hacia un
Dios siempre nuevo en su infinitud”.
El miércoles 31, Benedicto XVI se trasladó a la ciudad de Roma para celebrar la
Audiencia General en la Plaza de San Pedro, ante 11 mil fieles reunidos con él. Habló sobre
la presencia de Dios en el trabajo del hombre y puso como contraste “la vida de aquellos
que han optado por vivir sin Dios y que en vano buscan seguridad, a diferencia de quienes,
dejando actuar a Dios en sus vidas, han encontrado, además, prosperidad”. En referencia a
la sociedad y a las naciones, el Papa dijo que “una sociedad sólida, que nace del esfuerzo de
sus miembros, necesita también la bendición de Dios, a quien, no obstante y
desgraciadamente se le ignora con incidente frecuencia”. Respecto al alto valor de familia,
“defendido todavía en varias culturas”, el Santo Padre se refirió al papel de los hijos y dijo
que “ellos son bendición y gracia, signo de continuidad, un don que aporta bienestar a la
sociedad”.
El día anterior se vinculaba cercanamente a México, pues el martes 30 se había
hecho pública la noticia de la beatificación de trece mártires mexicanos, que murieran, en
tiempos de la persecución a la fe durante la Guerra Cristera. Había sido el cardenal Juan
Sandoval Iñiguez, arzobispo de Guadalajara, quien anunciara la inminente beatificación de
Anacleto González Flores, laico casado, Padre de familia, y de otros doce mártires de
Jalisco.
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El decreto de la beatificación había sido firmado por el Papa Juan Pablo II en 2004,
cuando también se había anunciado que la celebración estaba contemplada para marzo de
2005 y que sería en la Basílica de San Pedro, en Roma, pero se tuvo que posponer por las
internaciones del Santo Padre en el hospital, por la traqueostomía que se le tuvo que
practicar y por el deterioro grave de su salud.
A cinco meses del pontificado de Benedicto XVI, se retomó el proceso de las
beatificaciones, y luego de su regreso de Colonia se rumoraba calladamente que la fecha de
las beatificaciones de los mártires mexicanos sería el 20 de noviembre, Fiesta de Cristo
Rey, y que sería en Guadalajara. Restaba esperar el anuncio formal de la fecha, del lugar y
el nombre del Legado pontificio que presidiría la beatificación. Unas semanas después se
sabía que se trataba del cardenal José Saraiva Martins, el Prefecto de la Sagrada
Congregación para las Causas de los Santos, y que el lugar sería el Estadio Jalisco de
Guadalajara. En el grupo de los trece mártires está el nombre de José Sánchez del Río, el
niño que murió mártir a los 14 años de edad, en Sahuayo, Michoacán.
Todo esto sucedía luego de Colonia.
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“Obispos de México con el Papa”
Durante el mes de septiembre de 2005 los obispos mexicanos acudieron ante el Papa
Benedicto XVI para dar cumplimiento a la Visita Ad Límina Apostolorum, como lo
establece el Código de Derecho Canónico.
El organigrama en la estructura de la jerarquía eclesiástica no es tan complicada,
pero para entenderla es necesario considerarla como diferente de las formas de
organización de las instituciones seculares, que se caracterizan por ser de forma piramidal
descendente, en un organigrama que parte de un presidente, luego directores, gerentes,
supervisores, etcétera.
En el caso de la Iglesia, se parte de la cabeza que es Cristo, después su Vicario el
Papa, y de ahí en línea directa a todos y cada uno de los obispos. Entre el Papa y cada
obispo no hay autoridad alguna en medio de ellos. Es tan obispo el titular de un pequeña
diócesis como lo es el arzobispo de una arquidiócesis. La diferencia entre un obispo y un
arzobispo radica en la extensión de su territorio episcopal. El obispo gobierna un territorio
pequeño y con poca población, en tanto que un arzobispo tiene bajo su cuidado pastoral a
una gran cantidad de fieles que viven en un territorio extenso. Así, el orden episcopal le
corresponde tanto a uno como al otro.
Las conferencias o consejos episcopales que existen en todos los países son
organismos colegiados que, como tales, se caracterizan porque sus integrantes son iguales
en jerarquía entre todos ellos. Estas asambleas episcopales se establecen para que los
obispos logren tener una mayor y mejor representatividad, además de una mejor toma de
acuerdos en conjunto, con respecto a los planes pastorales más convenientes para sus países
de origen.
Un arzobispo primado es “primero entre iguales”, por lo que en jerarquía no es
mayor a ningún otro de sus hermanos en el episcopado. El titulo “primado” se refiere a que
la diócesis de la que es titular fue la primera en erigirse en el país de referencia.
Por lo anterior, cada uno de los obispos del mundo debe cumplir con la obligación
de presentar directamente al Romano Pontífice, y a nadie más, un informe sobre el estado
en que se encuentra la diócesis a él confiada por el Papa. A este acto se le llama visita Ad
Límina apostolorum y debe atenderse cada cinco años.
En el mes de septiembre de 2005 se celebraba la primera visita Ad Límina de los
obispos de México al Papa Benedicto XVI. Habían acudido en grupos por regiones para
presentarle sus informes. Estos encuentros del Papa Ratzinger con obispos mexicanos fue
motivo de replanteamiento, para el Papa, de la cuestión de la libertad religiosa en México,
pues el tercer país católico del mundo todavía mantenía, como ahora, cortapisas a ese
derecho fundamental del ser humano.
En aquellos días, el informativo en español de Radio Vaticana tocaba en
profundidad el tema, que se reproduce enseguida, como parte del contenido noticioso, para
revisar cómo percibe la Santa Sede el tema de las relaciones entre la Iglesia y el Estado
mexicano: 12
“La situación de México es el resultado de una historia de más de un siglo de
dramas, persecuciones y mártires. La fractura se hizo formal e insuperable cuando
México adoptó una Constitución que dio origen a una serie de abusos al suprimir los
derechos civiles a religiosas, sacerdotes y seminaristas, lo que provocó una
coalición de sublevación llamada Guerra Cristera, que llevó al Papa Pío XI a
denunciar la terrible situación de los católicos mexicanos con la encíclica Iniquis
afflictisque, el 18 de noviembre de 1926. Tres años después, el gobierno y la Santa
Sede encontraron un acuerdo, pero mientras tanto cayeron miles de muertos,
también entre las filas de la Iglesia, obligada a vivir sin garantías legales. La situación evolucionó poco después de la elección al pontificado de Juan
Pablo II. El gran cambio tuvo lugar en 1991, con la reforma de la Constitución, que
llevo al reconocimiento de los derechos negados a la Iglesia durante más de cien
años. Actualmente, en México se reconoce la libertad de culto pero con claras y
marcadas privaciones, como la falta de libertad de difusión de credo, ideas u
opiniones de los obispos y sacerdotes”. Ya desde aquella visita Ad Límina Apostolorum de los obispos de México con el
Papa Benedicto XVI, a sólo cinco meses de iniciado su pontificado, se veía claro que una
preocupación del Papa hacia México era, precisamente, la Libertad Religiosa, tema que
volvió a poner en la agenda en octubre de 2007 con motivo del 15º aniversario del
restablecimiento de las relaciones entre el Estado mexicano y la Santa Sede.
Pronto veremos nuevas reformas a la Constitución. 13
“El Papa y los exorcistas”
“La maldad presente en el mundo no es más que el principio de las penalidades que
deben tener lugar antes del fin del mundo”. Este texto fue pronunciado por el Papa Pío X,
en 1909.
“Creemos que la hora presente es una fase terrible de los sucesos que profetizó
Cristo. Parece que la oscuridad está a punto de descender sobre el mundo. La humanidad se
encuentra sumida en una crisis suprema”. Estas líneas las dijo el Papa Pío XII el 24 de
noviembre de 1940.
“Tanta violencia en el mundo obedece a la furia del demonio, que sabe que sus días
están contados, y su fin está cerca”. Estas palabras las pronunció Juan Pablo II durante una
de sus últimas audiencias generales, pocos meses antes de morir.
El Papa Benedicto XVI saludó a los exorcistas, que se encontraban reunidos en una
localidad secreta de Roma, el miércoles 14 de septiembre de 2005, y les alentó a “proseguir
con su importante ministerio al servicio de la Iglesia, apoyados por la vigilante atención de
los obispos y por la incesante oración de la comunidad cristiana”.
La existencia del mal es una realidad indiscutible, aunque a veces se ponga en duda
la existencia del demonio como un ser actuante. Diversos teólogos cristianos, tanto
católicos como protestantes, discurren sobre este tema que es obligado porque, dicen, “la
mejor arma del demonio es hacer dudar de su existencia”.
El hecho de que el Papa Ratzinger haya reconocido el “importante ministerio al
servicio de la Iglesia” de los exorcistas, se entiende como la confirmación de la existencia y
actuación del demonio en el mundo.
La personalidad y formación del exorcista requiere de fortaleza, integridad y
disciplina, por lo que se han unido en asociaciones. La Asociación de Exorcistas Italianos,
es presidida por el Padre Giancarlo Gramolazzo y la Asociación Internacional de Exorcistas
la preside el Padre Gabriele Amorth.
Las formas de dominio del mal son sutiles y novedosas, poco perceptibles y difíciles
de identificar pues sólo en pocas ocasiones se trata expresamente de posesiones diabólicas.
Los casos más frecuentes son influencias malignas como resultado de incursiones en
esoterismo y brujería, que se van apoderando de la voluntad del individuo y gradualmente
restan la capacidad de la elección por el bien, provocando el desprecio hacia lo bueno y el
aprecio por lo intrínsecamente malo.
La mayoría de los casos a resolver en el ministerio de los exorcistas se centran más
en la liberación del mal que en los exorcismos propiamente dichos. Son casos en los que el
exorcista emplea las oraciones de liberación, contenidas en el Ritual de Exorcismo,
actualizado por Juan Pablo II en 1999. Es paradójico que quien cae en el esoterismo
intentando huir de la influencia de las fuerzas del mal, termine atrapado en el engaño y
dominado por la influencia del mismo mal, radicada ya en su conciencia, sin que él mismo
pueda darse cuenta de que su entorno se está tornando diabólico.
Un caso ilustrativo, aunque extremoso, es el de Adolfo Hitler, de quien el cardenal
Ratzinger, en cierta ocasión, opinara lo siguiente: “No es posible asegurar que Hitler fuera
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el diablo; era un ser humano. No obstante, sí hay testigos que han aportado testimonios
fehacientes para suponer que Hitler tuvo de hecho una especie de encuentros demoníacos y
que comentaba tembloroso: -“ha vuelto a estar aquí”-. No podemos investigar a fondo este
tema, sin embargo, considero que la manera en que Hitler detentaba el poder, la magnitud
del terror y la desgracia que ocasionó ese poder sí puede demostrar que Hitler se hallaba
inmerso en un entorno diabólico”.
Por su parte, el portavoz del Instituto Regina Apostolorum de Roma, Carlo Climati,
había informado que en los últimos años han incrementado este tipo de reuniones y
congresos debido a los numerosos pedidos que llegan de varias partes del mundo, no sólo
de teólogos, también de psiquiatras, médicos y psicólogos, y explicó que “una amplia parte
de los cursos se dedica al satanismo para ofrecer a los sacerdotes instrumentos útiles para
su trabajo pastoral, de información y de apoyo para las familias”, y agregó que algunos
episodios recientes, conocidos a través de la prensa, “deben representar una campanada de
alarma para tomar en serio un problema demasiado subestimado, que es el aumento del
interés por el satanismo.”
Los exorcismos y los exorcistas forman parte de un tema que, tratado por los papas
Pío X, Pío XII, Juan Pablo II y Benedicto XVI, debe invitar a la reflexión y al análisis del
entorno cotidiano que nos rodea, como comunidad humana y como individuos, porque “la
mejor arma del demonio consiste en hacer dudar de su existencia”.
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“Ratzinger abre fuego” Durante septiembre de 2005 había tocado el turno de dar cumplimiento a la Visita
Ad Límina Apostolorum a los obispos de México, quienes acudieron ante el Papa en grupos
determinados por la territorialidad de sus diócesis. El jueves 15 entregó personalmente un
mensaje a los arzobispos Francisco Robles Ortega de Monterrey, Carlos Suárez Inda de
Morelia y Luis Morales Reyes de San Luis Potosí, que no era exclusivo para ellos, pues son
pastores del Pueblo de Dios como rebaño confiado a su cuidado pastoral.
El mensaje pronunciado por el Papa, a sólo cinco meses de iniciado su pontificado,
provocó molestia entre políticos mexicanos y norteamericanos al punto de que algunos
noticiarios y periódicos daban la noticia con el título “Ratzinger abre fuego”. Benedicto
XVI dijo en su discurso en perfecto español, entre otros puntos, lo siguiente:
“México tiene ante sí el reto de transformar sus estructuras sociales para que
sean más acordes con la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales. En
esa tarea están llamados a colaborar los católicos, que constituyen aún la mayor
parte de la población mexicana, descubriendo su compromiso de fe y de sentido
unitario de su presencia en el mundo. Pues, de lo contrario, la separación entre la fe
que profesan y la vida cotidiana de muchos debe ser considerada como uno de los
errores más graves de nuestro tiempo”.
Habló después de su preocupación por el deterioro, en algunos ambientes,
“de las sanas formas de convivencia y la gestión de la cosa pública” y por el
incremento “de la corrupción, impunidad, infiltración del narcotráfico y del crimen
organizado. Todo esto lleva a diversas formas de violencia, indiferencia y desprecio
del valor inviolable de la vida. Así como en la Exhortación apostólica postsinodal
Ecclesia in América se denuncian claramente los pecados sociales de nuestra época,
también en México se vive frecuentemente en una situación de pobreza. En muchos
fieles se constata, sin embargo, una fe en Dios, un sentido religioso acompañado de
expresiones ricas en humanidad, hospitalidad, hermandad y solidaridad. Estos
valores se ponen en peligro con la migración al extranjero, donde muchos trabajan
en condiciones precarias, en un estado de indefensión y afrontando con dificultad un
contexto cultural distinto a su idiosincrasia social y religiosa.
La movilidad humana es una prioridad pastoral en las relaciones de
cooperación con las Iglesias de Norteamérica, meta principal de la emigración
mexicana. Por encima de los factores económicos y sociales, existe una apreciable
unidad que viene de una fe común que favorece la comunión fraterna y solidaria y
es fruto de las diversas formas de presencia y de encuentro con Jesucristo vivo, que
se han dado y se dan en la historia de América.
Pero la pertenencia a una comunidad eclesial es difícil para muchos
bautizados, que influenciados por innumerables propuestas de pensamiento y de
costumbres, son indiferentes a los valores del Evangelio e incluso se ven inducidos
16
a comportamientos contrarios a la visión cristiana de la vida. Esto, unido a la
actividad de las sectas y de los nuevos grupos religiosos en América, lejos de
dejarlos indiferentes ha de estimular a sus Iglesias particulares a ofrecer a los fieles
una atención religiosa más personalizada, consolidando las estructuras de comunión
y proponiendo una religiosidad popular purificada, a fin de hacer más viva la fe de
todos los católicos. Es una tarea apremiante que se forme de manera responsable la
fe de los católicos, para ayudarlos a vivir con alegría y osadía en medio del mundo.
Todo ello implica, en la práctica pastoral la necesidad de revisar nuestras
mentalidades, (…) y de ampliar nuestros horizontes (…) para responder a los
grandes interrogantes del hombre de hoy. Como Iglesia misionera, todos estamos
llamados a comprender los desafíos que la cultura postmoderna plantea a la nueva
evangelización del Continente. El diálogo de la Iglesia con la cultura de nuestro
tiempo es vital para la Iglesia misma y para el mundo”.
El discurso pronunciado tan acertadamente a los obispos mexicanos, se hacía
extensivo a los responsables del deterioro social en México y a las autoridades migratorias,
de ambos países, que mantienen en estado de indefensión a los mexicanos que viven en
Estados Unidos; pero el reclamo pontificio se dirigía a todos quienes han apartado a Dios
de los diversos ambientes de su vida, particularmente a los católicos que a veces parece que
temen dar razón de la Fe.
Desde el inicio de su pontificado, Benedicto XVI se perfilaba como un Papa que
estaría dando continuidad a este tipo de discursos de denuncia. Comenzaba mostrando la
buena madera de su fortaleza y provocaba que se afirmara que abría fuego, precisamente
porque utilizó, con fuerza, la denuncia. 17
“Los últimos minutos de Juan Pablo II”
Como se extingue una vela hasta que se apaga su luz, así fue la tarde de la vida de
Juan Pablo II, coronada por una agonía que pudo ser mayor. Los medios informativos
plantados en el exterior del hospital Gemelli trataban de captar alguna imagen del Pontífice,
que con humor había llamado al policlínico “el Vaticano III” en alusión a que había sido en
varias ocasiones, como los palacios apostólicos en El Vaticano y en Castelgandolfo, su
lugar de residencia.
Su Causa de beatificación había sido formalmente introducida en la Sagrada
Congregación para las Causas de los Santos, donde investigadores y analistas trabajaron en
la Positio, documento que es requisito en toda Causa y que configura la narración de la vida
del Siervo de Dios buscando elementos que permitan determinar si en vida se santificó
viviendo en forma heróica las virtudes del Evangelio. La causa del Papa Wojtyla se halla
rodeada de olor de santidad, la aclamación del Pueblo que pide el reconocimiento formal
de una vida de santidad, para su beatificación y canonización.
El olor de santidad no suple al proceso formal de la Causa, lo que hace necesario los
requisitos previstos para todo Proceso. Es por esto que hacia septiembre de 2005 se daban a
conocer los últimos días de la agonía del Papa del tercer pontificado más largo.
Sus últimas palabras poco antes de morir el 2 de abril fueron “déjenme ir a la casa
del Padre”, según la crónica oficial de su fallecimiento publicado ahora por la Santa Sede
en la última edición de las Acta Apostolicae Sedis, que comienza con una narración de poco
más de cuatro páginas con detalles sobre las últimas horas de la vida de Karol Wojtyla,
desde el 31 de enero hasta el certificado médico de su defunción. La crónica del 2 de abril
comienza a las 07:30 horas, con la Misa que se celebró en presencia del Santo Padre, quien,
como explica el documento, “comenzaba a experimentar un inicio de pérdida de
conciencia. Al fanal de la mañana recibía por última vez al cardenal Secretario de Estado y
después comenzaba una brusca subida de la temperatura. En torno a las 15:30 horas, con
voz muy débil y ronca, en polaco, el Santo Padre pedía: -“déjenme ir a la casa de Padre”-.
Poco antes de las 19:00 horas caía en coma. El monitor documentaba el progresivo
agotamiento de las funciones vitales”.
Las actas narran que:
“según una tradición polaca, una pequeña vela encendida iluminaba la
penumbra de la habitación, donde el Papa iba apagándose. A las 20:00 horas
comenzaba la celebración de la Santa Misa de las fiestas de la Divina Misericordia a
los pies de la cama del Papa moribundo. El rito era presidido por el arzobispo
Stanislaw Dziwisz, secretario particular de Juan Pablo II, con la participación del
cardenal Marian Jaworski, arzobispo de Lviv de los latinos, del arzobispo Stanislaw
Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los laicos y de monseñor Mieczycki,
el otro secretario del Papa.
Cantos religiosos acompañaban la celebración y se fundían con los jóvenes y
la multitud de los fieles recogidos en oración en la plaza de San Pedro. A las 21:37
horas Juan Pablo II se dormía en el Señor.
18
Inmediatamente llegaron para rendir homenaje al fallecido Papa el cardenal Angelo
Sodano, secretario de Estado; el cardenal Joseph Ratzinger, decano del Colegio
cardenalicio; el Cardenal Eduardo Martínez Somalo, camarlengo de Santa Romana
Iglesia, y varios miembros de la familia pontificia”.
La crónica coincide con la información que en aquellos días ofreció a la prensa el
director de la Oficina de Información de la Santa Sede. El portavoz reveló que en la tarde
del día anterior; mientras la muchedumbre, llena de jóvenes, rezaba por el Papa en la Plaza
de San Pedro, el Papa dijo refiriéndose a estos últimos: -“Los he buscado. Ahora han
venido a verme. Les doy las gracias”-.
“Juan Pablo II había caído en un gravísimo shock séptico y un colapso
cardiocirculatorio, a causa de una infección de las vías urinarias”, añade la crónica, que
recoge también detalles sobre las precedentes hospitalizaciones del Papa en el Policlínico
Agostino Gemelli de Roma y sobre sus apariciones en público a pesar de su fragilidad.
Describe su aparición en la ventana de su estudio, el 30 de marzo, en la que daba la
bendición a la muchedumbre, que atónita y dolida, la recibía desde la plaza de San Pedro.
El documento permite constatar que la vida de Juan Pablo II, como la tradición
polaca, había sido como una vela que fue menguándose lentamente, hasta que tranquila, se
apagó, para regresar a la casa del Padre. 19
“Su propio ritmo de trabajo”
En 15 años de relaciones oficiales entre el Estado mexicano y la Sede de la Iglesia,
la Santa Sede había enviado a México a cinco nuncios apostólicos: Girollamo Prigione,
Justo Mullor, Leonardo Sandri, Giuseppe Bertello y Christophe Pierre. México, por su
parte, había enviado a seis embajadores en el mismo periodo. El último hasta ahora, Luis
Felipe Bravo Mena, quien fuera Presidente del Partido Accion Nacional, fue recibido el 22
de septiembre de 2005, en el Palacio apostólico de Castelgandolfo, por el Papa Benedicto
XVI a fin de dar cumplimiento formal al protocolo diplomático de presentación de sus
cartas credenciales.
Hacia finales del año 2005 la Iglesia se encontraba con un nuevo Romano Pontífice,
y México con flamante Presidente de la República y con nuevo embajador destacado ante el
Papa. Se aproximaba también la XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los
Obispos, que se celebró del 2 al 23 de octubre de ese mismo año. El Sínodo comenzó con la
Santa Misa que presidió el Papa Benedicto XVI en la Basílica de San Pedro a las 9:30 de la
mañana y se vería seguido de tres semanas de trabajo intenso a fin de reflexionar sobre ”La
Eucaristía, fuente y cúlmen de la vida y misión de la Iglesia”. El Secretario General de ese
Sínodo fue Monseñor Nikola Eterovic, y México pudo desempeñar un papel representativo
con la presencia de cinco obispos designados como delegados por la Conferencia del
Episcopado Mexicano, entre ellos su entonces Presidente, y obispo de León, José
Guadalupe Martín Rábago; el obispo de La Paz, Miguel Ángel Alba Díaz; y los obispos
auxiliares de Guadalajara y de Texcoco, José Trinidad González Rodríguez y Juan Manuel
Mancilla.
Un Sínodo se explica, según el Catecismo de la Iglesia Católica, en su apartado 887,
de la siguiente manera:
“Las iglesias particulares vecinas y de cultura homogénea forman provincias
eclesiásticas o conjuntos más vastos llamados patriarcados o regiones. Los obispos
de estos territorios pueden reunirse en sínodos o concilios provinciales. De igual
manera, hoy día, las Conferencias Episcopales pueden prestar una ayuda múltiple y
fecunda para que el afecto colegial se traduzca concretamente en la práctica.”
Con el Sínodo de obispos presidido por Benedicto XVI, terminaba el “Año de la
Eucaristía” que decretara Juan Pablo II el 17 de octubre de 2004. El objetivo de este
intercambio y debate internacional consistió en lograr una reflexión mas profunda sobre la
fe y la práctica de la vida eucarística en la Iglesia, por lo que entre el material que se
promulgó en la fase preparatoria, estuvo la Carta apostólica Mane nobiscum Domine de los
obispos y teólogos del 48º Congreso Eucarístico Internacional que se celebró en
Guadalajara del 10 al 17 de octubre de 2004.
Como resultado de la celebración del Sínodo, al finalizar, los padres sinodales
presentaron al Romano Pontífice y Obispo de Roma, propuestas útiles para una renovación
eucarística. Pero hay dos asuntos más a destacar en torno a aquel Sínodo. El primero es que
20
doce de los 26 auditores, fueron mujeres, y el otro es que el Santo Padre designó a tres copresidentes: un cardenal procedente de África, uno de India y el otro de México; se trataba
del arzobispo de Guadalajara, el cardenal Juan Sandoval Iñiguez, quien con esa copresidencia del Sínodo de Obispos, continuaba siendo el hombre de la Iglesia de México
que más encomiendas recibe por parte de la Santa Sede.
Al mismo tiempo, obispos de México se encontraban en El Vaticano realizando la
visita Ad-Limina Apostolorum; recorrieron los dicasterios de la Curia y tuvieron la
Audiencia grupal con el Papa. Algunos temas que le trataron fueron la pobreza de sus
regiones, la emigración de trabajadores, el crimen organizado, el narcotráfico, el deterioro
del quehacer político, la fuerza de la familia mexicana para la consolidación de auténticos
valores humanos y cristianos, y la inculturación de los pueblos indígenas.
Esa visita Ad Limina de los obispos mexicanos fue la última que tenía calendarizada
el Papa Juan Pablo II en su agenda. Por su parte, Benedicto XVI había estado cubriendo,
durante sus primeros 5 meses de pontificado, los compromisos de su antecesor. A partir del
término de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos, el Papa Benedicto XVI
comenzó a establecer sus propios compromisos y su propio ritmo de trabajo. Luego
comenzó a hacer cambios en la Curia Romana, y con ellos, a trazar las líneas pastorales de
su pontificado.
Con nuevo embajador de México, con Sínodo de obispos, y con visita de obispos
mexicanos, el Papa Joseph Ratzinger se preparaba ya para tomar, de lleno, el timón de la
barca de Pedro, todo eso hacia octubre de 2005. 21
“El Vocero” Una de las oficinas vaticanas que funcionan en forma precisa y puntual, es la Sala
de Prensa de la Santa Sede, que junto con el Pontificio Consejo de las Comunicaciones
Sociales, la Radio Vaticana, el periódico L`Osservattore Romano, el Centro Televisivo
Vaticano y los servicios informativos que proporciona Vatican Information Services,
constituyen la estructura noticiosa e informativa de la Santa Sede y de la Iglesia.
La Sala Stampa o Sala de Prensa, operó prácticamente durante todo el pontificado
de Juan Pablo II bajo la dirección del doctor Joaquín Navarro Valls, un laico del Opus Dei,
médico de profesión, quien después de la fatiga acumulada por tantos años de servicio al
Papa, fue sucedido en el cargo por el Padre Federico Lombardi, sacerdote de la Compañía
de Jesús, por disposición del Papa Benedicto XVI. El Padre Lombardi es, a su vez, Director
General del Centro Televisivo Vaticano desde 2001 y de la Radio Vaticana desde 2005.
El jesuita Federico Lombardi tenía 63 años de edad pues nació el 29 de agosto de
1942. Cuenta con licenciaturas en filosofía, matemáticas y teología. Fue Provincial de la
Provincia de Italia de la Compañía de Jesús durante seis años, de 1984 a 1990 para luego
ocupar el cargo de Director de Programas de la Radio Vaticana de 1991 a 2005.
Al Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede se le suele llamar “Portavoz del
Vaticano” y “Vocero del Papa”. Atiende a periodistas de todos los países acreditados por
sus respectivos medios, envía boletines a todo el mundo, celebra conferencias de prensa,
acuerda entrevistas e informa, siempre puntualmente, sin palabras de más ni de menos,
sobre la actividad pontificia, desde su oficina ubicada en la Vía della Concilliazione, a unos
pasos de Piazza San Pietro, o desde cualquier lugar del mundo al que se desplace el
Romano Pontífice.
La tarea desempeñada por la Sala de Prensa de la Santa Sede durante la agonía,
muerte y funerales de Juan Pablo II, y después durante la celebración del Cónclave y la
elección de Benedicto XVI, fue una muestra magistral de lo que es la tarea de un vocero
que sabe que no es “el vocero del Papa” sino “vocero de la Santa Sede”, y a quien toda la
institución a la que sirve y representa le considera como único vocero, a quien los medios
de comunicación a los que sirve, le respetan y le valoran muy en lo alto de la profesión
periodística, por los informes puntuales que les presenta.
Ningún periodista acreditado ante la Sala Stampa de El Vaticano ha podido llegar
nunca más allá de lo que sus estrictas funciones se lo permiten. Nunca reportero alguno ha
logrado hacerle una entrevista imprevista o “de banqueta” al Papa durante las
celebraciones, audiencias, viajes, recorridos, o al término de la Bendición Apostólica;
nunca fuera de ruedas o de conferencias de prensa planeadas y convocadas, por el Director,
generalmente durante los vuelos en los viajes apostólicos.
¿Qué hizo Joaquín Navarro Valls y qué hace Federico Lombardi para que la oficina
a su cargo funcione con precisión?. La estrategia consiste en que nunca se sobre-exponen
en los medios, pues lo que interesa no es su persona sino lo que tienen que decir. El
Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede jamás ha acudido a radiodifusoras o a
televisoras a explicar en qué consiste su trabajo y menos a justificar tropezones y
22
resbalones informativos. Jamás ha tratado de decir “lo que quiso decir el Papa”, pues no es
su vocero personal. Nunca ha caído en la grave situación de desdecir al Vicario de Cristo,
porque no es su intérprete. En consecuencia, al vocero de la Santa Sede lo respetan,
creyentes y no creyentes, en el ámbito mundial de la información. Nadie ha tenido que
interpretar lo que dice para dilucidar si habla por voz propia o es solamente voz de quien
debe ser voz.
La Sala de Prensa emite cotidianamente el Boletín que contiene informaciones
oficiales sobre la actividad del Santo Padre y de los diferentes dicasterios de la Santa Sede,
los discursos, mensajes y documentos, así como las declaraciones del Director de la Sala de
Prensa, que son publicados en su integridad. El Boletín aparece cada día en una o más
ediciones en lengua italiana y en las traducciones disponibles.
Vatican Information Services publica cada día una síntesis de la actividad del Santo
Padre y de la Santa Sede en lengua inglesa, francesa, española e italiana. En el sitio oficial
de la Santa Sede www.vatican.va se puede tener acceso diariamente a los servicios
informativos que presenta la Sala de Prensa.
Así es la tarea de un buen vocero.
23
“El descuido de la Creación”
La incidencia de desastres naturales, la magnitud de su fuerza y de los daños que
provocan, es creciente año tras año. El numero de damnificados, heridos y muertos se
incrementa y las escenas de las tragedias que dejan tras de sí los huracanes, inundaciones y
terremotos, mantienen ya una presencia cotidiana en los noticiarios. El año 2005 había sido
representativo de ello pues se caracterizó por ser un año de grandes y terribles desastres.
En parábolas escriturísticas del Evangelio se afirma que “la creación gime con
dolores de parto” en tanto que algunas expresiones seculares emplean metáforas que
presentan a un “planeta que protesta” por su explotación indiscriminada y a una naturaleza
que “le cobra su factura al hombre”. En los últimos años los desastres han sido tan
recurrentes que cuando apenas se inicia la operación de salvamento de la población
damnificada en las zonas dañadas, otras regiones se ven amenazadas o se encuentran ya en
fase de afectación por un nuevo meteoro.
Aun no había pasado un año de la tragedia provocada por la ola gigantesca que se
volcó sobre parte de Indonesia al día siguiente de la navidad de 2004, el tsunami que
arrastró vidas humanas y que dejó despojos en medio de su inundación impetuosa, cuando
la ciudad de Nueva Orleáns en los Estados Unidos, recibía un golpazo de las fuerzas
incontrolables del agua incontenible que caía del cielo y que se desbordaba de la Tierra.
Cada año azota a México la tragedia de nuevos desastres, siempre en los meses de
septiembre y octubre, siempre sobre Chiapas, Quintana Roo, Veracruz e Hidalgo, mientras
que la ciudad capital vive en alerta por amenazas de desgajamientos de cerros que ya no
pueden contener tantos asentamientos humanos sobre un suelo que se torna lodoso e
inestable por la precipitación torrencial de las lluvias.
Los mensajes de dolor y acompañamiento que el Papa envía a las poblaciones
afectadas se han vuelto cosa de cada semana, cuando no de todos los días. El domingo 9 de
octubre de 2005, durante el rezo de la oración mariana del Ángelus dominical, Benedicto
XVI manifestaba su cercanía espiritual a las victimas de las inundaciones que en esos días
habían flagelado a América Central y a México, diciendo que “numerosas poblaciones
están padeciendo los efectos de intensas lluvias e inundaciones, que han causado numerosas
víctimas, así como cuantiosos daños materiales. Pido al Señor por el eterno descanso de los
fallecidos y expreso mi cercanía espiritual y afecto a quienes se ven privados de sus
viviendas e instrumentos de trabajo”.
A la semana siguiente, el Papa tuvo que referirse a los miles de víctimas del
terremoto en Paquistán, India y Afganistán y expresar su “profunda cercanía al indigente
número de heridos y damnificados”. El Papa se refería, con inmenso dolor, a 30 mil
muertos y a cuatro millones de afectados por el sismo.
¿Qué sucede en el planeta? La respuesta se dio durante la Reunión de Venecia, en
octubre de 2005, organizada por la Pontificia Academia de las Ciencias, de la Santa Sede,
con el lema “El futuro de la ciencia” y en la que, entre otras cosas, se concluyó el desarrollo
de los trabajos con una aseveración que dramáticamente retrata a los desastres descritos: 24
“El hombre está causando daños increíbles al medio ambiente. Pensemos en
la creciente emisión de gases a la atmósfera por medio de los combustibles fósiles y
el efecto invernadero que producen. Estos gases retienen el calor que provoca un
calentamiento global del planeta. En estos últimos 30 a 40 años hemos podido ver
cómo ha aumentado la temperatura de los océanos y se han descongelado los
glaciares…
En una perspectiva de medio a largo plazo, no podemos dejar de pensar que
estos cambios climáticos se prolongarán durante mucho tiempo, por lo menos 100 ó
200 años. Por eso es urgente tomar medidas ahora, intentando optimizar el consumo
energético. Si no nos movemos, dejaremos este problema a nuestros nietos. Cada
año, cada decenio que dejamos seguir así, sin buscar una solución, no hará más que
empeorar la situación”. Es voluntad divina que el ser humano se haga cargo de la Creación, confiada a él
por Dios. En términos seculares a esta tarea se le conoce como “ecología” y en términos
teológicos se le llama “Cuidado de la Creación”. Si al calentamiento global del planeta por
la creciente combustión y emisión de gases, se le agrega los constantes experimentos
nucleares, de los que ya nadie da cuenta, con bombas que se explotan en los océanos, nos
situamos en medio de una catástrofe de dimensión mundial, que grita por culpa de un
irresponsable descuido de la creación.
25
“El Papa no inventa verdugos”
No es que al Papa le dé por inventar verdugos, lo que sucede es que la Iglesia
reconoce a los mártires que murieron dando testimonio de Fe con sus propias vidas. Como
a cada mártir le corresponde un verdugo, término adecuado que se refiere al sujeto que,
poseído por el odio, asesina a hombres y mujeres de buena voluntad, sólo por pertenecer a
la Iglesia que Cristo fundó, quedan unidos en la historia el mártir y su verdugo.
Ya el historiador romano afirmaba que “la sangre de los mártires es fermento de
cristianos”, desde los primeros que murieran en el Circo de Nerón con sus cuerpos untados
de brea y prendidos con fuego para iluminar por la noche los “juegos” en los que otros
cristianos morían devorados por las fieras o mutilados por gladiadores, hasta los mártires
contemporáneos condenados a muerte en China por sólo tener una Biblia en casa o por
manifestar públicamente su fe. El siglo XX ha sido el que más mártires ha tenido en la
historia de la cristiandad.
México no ha quedado exento de contar, entre los mexicanos, tanto a verdugos
como a mártires, cuando en los años 20`s y 30`s del siglo pasado, el gobierno lanzó al
ejército en contra del Pueblo.
En el gobierno federal se encontraba el verdugo y entre el Pueblo se hallaban los
mártires. Estalló la guerra cristera y hubo pérdida de vidas mexicanas por ambos lados. El
conflicto engendró una llaga que todavía sangra, una herida abierta que no cicatriza porque
no ha habido perdón, porque no se quiere tratar el tema, porque subsiste el temor, tanto
entre gobernantes con resabios jacobinos, como entre el Pueblo creyente y a veces entre sus
pastores.
El tiempo hace que todo momento se cumpla, así como Herodes exclamó que
“aquel Juan Bautista a quien yo mandé decapitar… ha resucitado”, así San Pablo les dijo a
los judíos que “aquel Jesús de Nazarét, a quien ustedes mandaron crucificar… ha
resucitado”, así también, el 20 de noviembre de 2005 se escucharon algunas voces que
nuevamente manifestaron su repudio a lo sagrado y a la Iglesia porque, con la beatificación
de trece mártires, aquel día, en Guadalajara, se escuchó también, silenciosa y sigilosa,
aquella antigua sentencia, ahora mexicanizada, y vigente más que nunca: “aquellos trece
hombres de buena voluntad, entre ellos un niño de apenas catorce años, a quienes ustedes
torturaron y mataron… han resucitado”.
Se dijo que había sido una afrenta de la Iglesia al Partido de la Revolución porque el
20 de noviembre es para conmemorar la Revolución mexicana, que qué pretendía el Papa
con esto, que era un desacato de los obispos, que el Estado mexicano es laico, que la cultura
mexicana debe secularizarse, que era una estrategia para volver al pasado, que era un reto
de la ultraderecha, que esto y que aquello.
Pero el calendario litúrgico establece en el 20 de noviembre la fiesta de Cristo Rey
del universo. En el cerro del cubilete, en Silao, Guanajuato, se levantó un monumento a
Cristo Rey en 1920. Ocho años después se bombardeó desde un avión para desaparecerlo,
aunque en el museo aún se conservan la cabeza original y el corazón de hierro, enormes e
intactos. Luego de celebrar la Misa, después de colocar esa primera estatua, al bajar del
26
cerro el nuncio apostólico Ernesto Filippi, junto con los obispos y sacerdotes que habían
celebrado la Eucaristía, fueron detenidos y expulsados del país. Luego el avión soltaría las
bombas. No obstante, un segundo monumento permanece erigido en su sitio desde 1944.
Al grito de ¡Viva Cristo Rey!, los católicos mexicanos morían en defensa de la Fe.
El Papa Pío XI había concedido indulgencia plenaria, mediante la encíclica Quas Prima, a
quien muriese perseguido por odio a la fe y perdonando al verdugo, sin levantar las armas.
Los trece mártires mexicanos fueron beatificados aquel 20 de Noviembre por ser festividad
de Cristo Rey, no por ser aniversario de la Revolución. Son las facturas del pasado, son las
fracturas de ayer.
Durante aquellos días se escucharon a quienes manifestaron su descontento por las
beatificaciones. Eran aquellos que se sintieron señalados como verdugos porque en la causa
de su pesar se halla la respuesta de lo que les mueve a odiar la Fe. Otros estuvimos, el
mismo domingo 20, celebrando tres grandes acontecimientos de nuestra patria, al mismo
tiempo: la fiesta de Cristo Rey, el Aniversario de la Revolución y la beatificación de los
trece mexicanos que defendieron con sus vidas la libertad religiosa que sigue pendiente de
reconocer en México, como derecho de todos sus habitantes. Así celebramos para curar
aquella llaga que ya debe sanar. 27
“Rumbo a la Navidad de 2005”
Hacia mediados de noviembre de 2005 se percibía la llegada de inminentes e
importantes cambios curiales en la Santa Sede, trascendentales para la vida de la Iglesia y
para su evolución a inicios del tercer milenio, un tiempo que había sido introducido en la
historia en los últimos años del pontificado de Juan Pablo II, el Papa en medio de dos siglos
y de dos milenios.
El Papa Benedicto XVI había terminado de dar consecución y cumplimiento a la
agenda de Juan Pablo II, “el Papa Grande”, como él mismo ha llamado con frecuencia a su
inmediato predecesor. Celebró la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia Alemania,
recibió en visita Ad-Límina a los obispos de México, clausuró el año de la Eucaristía y
celebró la Jornada Mundial de las Misiones, entre otras tareas. Ahora el timón de la barca
de Pedro quedaba totalmente en sus manos, con una agenda de actividades que ya era
exclusiva de él y de su pontificado.
El domingo 4 de diciembre de aquel año iniciaba el tiempo del Adviento, como
preparación a la Navidad, tan lleno de celebraciones en la Iglesia de Roma y del mundo y
tan lleno de esperanza con la mirada hacia el futuro. La celebración de la Misa de Gallo el
24 de diciembre por la noche y la Solemnidad de la Natividad del Señor al día siguiente,
con la Bendición Urbi et Orbe, con la Indulgencia Plenaria que, pocos días después, el
primero de enero, el Pontífice volvería a impartir y que sería la cuarta ocasión en que lo
hiciera desde el inicio de su pontificado. La primera había tenido lugar cuando fue
presentado en el Balcón de la Bendición tras su elección; la segunda durante la Misa de
Inicio Formal del Pontificado; la tercera sería el 25 de diciembre y la cuarta, el día primero
del año 2006.
Lo anterior nos hacía preguntarnos si el Papa Ratzinger contemplaba hacer los
cambios en la Curia Romana para antes o para después de la Navidad. Si antes, las
celebraciones de la Natividad aportarían un interés especial al conocer más de cerca, con
motivo de las celebraciones, a nuevos presidentes de los diversos dicasterios. Si después, el
nuevo año iniciaría acompañado de los movimientos estratégicos del Pontífice para el
gobierno pastoral desde la Sede de Pedro.
La Curia Romana se constituye por dicasterios, equivalentes a ministerios o
secretarías en los gobiernos civiles, y son: la Secretaría de Estado, nueve Sagradas
Congregaciones, once Consejos Pontificios, tres Tribunales, tres Oficinas, cuatro
Organismos, cuatro Comisiones Pontificias, cuatro Comités Pontificios y 15 Instituciones
vinculadas.
Cualquier cambio que el Papa decidiera hacer en los dicasterios nos permitiría
entrever las líneas futuras de su pontificado, tanto en lo referente a las cuestiones pastorales
como a las de gobierno, aunque no todos serían cambios estratégicos, pues algunos
obedecerían a que los obispos que desempañaban cargos en la Curia habían llegado para
entonces al límite de edad de 75 años que establece el Código de Derecho Canónico y que
obliga a la presentación de su renuncia al cargo.
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El Secretario de Estado y el Sustituto de la Secretaría de Estado, llamado también
Encargado de Asuntos Generales, son considerados por muchos como el segundo y el tercer
hombre de mucha relevancia en el Vaticano, por lo que con los cambios inminentes, la
atención se centraba principalmente en el cardenal Ángelo Sodano y en monseñor Leonardo
Sandri, el Secretario de Estado y el Sustituto, respectivamente, y resultaba de especial
interés conocer sus posibles confirmaciones en los cargos o sus cambios de ministerio. Lo
mismo tendría que suceder con algunos presidentes de los diversos dicasterios.
Después de esos movimientos podrían sucederse algunos otros en las Iglesias de
cada país. Eran de esperarse cambios de obispos en varios territorios episcopales, dentro de
su mismo país, o bien en un llamado para ocupar un nuevo encargo en Roma. Al respecto,
sonaba mucho por aquellos días el nombre del cardenal Juan Sandoval Iñiguez, arzobispo
de Guadalajara, quien, desempeñando ya siete cargos en diversos dicasterios, se perfilaba
como un mexicano que podría ser llamado por el Santo Padre a presidir alguno de ellos.
Además de los movimientos curiales, se esperaba con impaciencia la publicación
del primer documento apostólico del Papa Benedicto XVI, su Carta Encíclica, en la que,
como ya es tradicional, se esperaba que el Romano Pontífice dejaría entrever las líneas de
lo que sería su pontificado.
Mientras todo eso sucedía, en El Vaticano se respiraba entonces un aire silencioso
con poco movimiento y mucha expectativa acompañada de esperanza en las confirmaciones
o en cambios que eran, por algunos sumamente deseados, y por otros muy temidos.
29
“Su primera Navidad”
Casi terminaba 2005, el año de los dos papas, el año en que murió Juan Pablo II y
en que inició el pontificado de Benedicto XVI. El tiempo había pasado rápido, como suele
suceder con todo año lleno de acontecimientos que son trascendentes. Había sido también
el año de elecciones para Presidente de la República en México, de unas elecciones que
habían resultado complicadas pero que habían arrojado un Presidente electo, como debe
ser.
Pronto había llegado el inicio del Adviento, un tiempo que dura cuatro semanas y
que precede al tiempo de la Navidad. Faltaban tres domingos: 4, 11 y 18 de diciembre y el
siguiente, el 25, sería Navidad. La expresión física de vivir este tiempo litúrgico es la
corona con cuatro velas que se van encendiendo cada domingo, pero el contenido profundo
del Adviento consiste en que es un “Tiempo de espera” como preparación interior para la
vivencia del acontecimiento de la Natividad.
Para la Navidad de 2005, en los Estados Unidos había quedado suprimida, por
decreto, la expresión Merry Christmas a partir de ese año, frase que quiere decir “Feliz
Navidad”, pero que textualmente significa Feliz Misa de Cristo. Los aparadores se
decoraron con motivos “decembrinos” pero con ausencia del Dios-Niño, de su madre María
y de San José, lo mismo que comenzaba a verse también en México. ¿Se estaba expulsando
a Dios, se intentaba borrar el acontecimiento de Dios que nace niño en Belén en la noche
más brillante y hermosa que la humanidad haya contemplado?.
Muchos se preparaban para comprar regalos y entregarlos en espera de recibir otro a
cambio, previa incursión desenfrenada a los centros comerciales, a la caza de un regalo que
les haga quedar bien, en lugar de halagar a quien lo recibe, porque se olvidó el sentido
profundo de entregar un regalo a Jesús Niño, sabiendo que se alegra cuando se le ama al
amar a los demás.
Al comenzar ese periodo de preparación a la Navidad, el Papa Benedicto XVI
invitaba a recuperar la confianza en que es posible construir un mundo mejor. Dijo que el
Adviento es un tiempo “sumamente sugerente desde el punto de vista religioso, pues está
lleno de esperanza y de espera espiritual, pues cada vez que la comunidad cristiana se
prepara para hacer memoria del nacimiento del Redentor, experimenta en sí un escalofrío
de alegría, que se comunica, en cierta medida, a toda la sociedad. En Adviento la esperanza
de los cristianos se dirige al futuro, pero siempre queda bien arraigada en un
acontecimiento del pasado”. Además indicaba que en este periodo litúrgico de preparación
de las fiestas navideñas, “los cristianos tienen que despertar en su corazón la esperanza de
poder, con la ayuda de Dios, renovar el mundo.”
¿A qué se refería el Papa con esta expresión de “despertar en el corazón la
esperanza de poder renovar el mundo con la ayuda de Dios”?. La respuesta se encontraba
en algunas cifras que cerrarían 2005. El Papa se refería a 850 millones de seres humanos
con hambre, de los que 800 millones viven en los países en vías de desarrollo, y a seis
millones de niños que mueren al año por desnutrición. Se refería a los más de 40 millones
de seropositivos infectados por el SIDA además de los cinco millones de nuevos casos
30
durante ese año, con tres millones de muertos por SIDA, de los que 500 mil eran niños. Se
refería a los nueve millones de migrantes y refugiados. El Papa se refería a seres humanos
“afectados en la pobreza de su cuerpo”.
Pero esas estadísticas no mostraban las carencias del espíritu porque no eran los
números de la soledad de los abandonados, de los matrimonios separados con sus familias
deshechas, de los desesperados por conseguir droga, del aparente bienestar económico que
esconde a menudo profundas dolencias, de la falta de compromiso en las relaciones
personales y en el trato cotidiano con el otro, con quien se toman acuerdos pero que al
siguiente día se olvidan.
En ese Adviento algunos no estaban preparados para recibir al festejado, al del
cumpleaños, al de Belén, al pequeñito que naciendo en la oscuridad de una gruta sobre la
pobreza de un pesebre, es capaz de alimentar hambrientos, curar enfermos y dar plenitud de
vida a los pobres de espíritu. Es el Dios del universo cuya grandeza está en hacerse
pequeño.
Para su primera Navidad como Papa, la propuesta de Benedicto XVI consistía en
que los hombres de buena volountad se preparasen para “despertar en su corazón la
esperanza de poder, con la ayuda de Dios, renovar el mundo”, mientras que otros se
preparaban para celebrar una Navidad sin Dios.
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“A imagen y semejanza”
Un retrato fiel de la humanidad a inicios de este tercer milenio es Cristo golpeado,
flagelado, humillado y crucificado. Las palabras del Pretor Poncio Pilato, al mostrar a Jesús
hecho pedazos, ante el pueblo, y pronunciando su tristemente célebre Ecce homo o He aquí
al hombre, cobran hoy un significado que debe ser considerado.
El ser humano empobrecido, humillado por hegemonías económicas y militares,
disminuido en su seguridad por amenazas terroristas, bombardeado con armas de
destrucción masiva y por una “cultura de la muerte” que a veces parece triunfar sobre las
propuestas de vida, es similar a Aquel que, siendo inocente, fue condenado a morir por una
estructura de poder, que era religiosa pero también secular, que era judía pero también
romana, que no pudo aceptar como Mesías al Dios que se había despojado de toda la
riqueza de Dios.
El hombre de nuestro tiempo parece que a veces toma más como modelo a imitar a
Poncio Pilato que a Jesucristo. Nadie aspira a ser azotado, humillado ni escarnecido, pero
en cambio muchos pretenden ser poderosos, ricos y tener a su disposición la vida de los
otros. Tal vez por ello es que el Hombre-Dios tomó el lugar que nadie quiere ocupar. Tal
vez por eso es que Jesús quiso asumir la imagen del hombre herido en su integridad por
quienes creen detentar el poder y poseer la verdad.
Las Sagradas escrituras narran en el libro del Génesis que “Dios creó al hombre a
imagen y semejanza suya”, lo que es diferente a aseverar que “Dios es imagen y semejanza
del hombre”. En el arte sacro, a lo largo de siglos, se encuentran diversos intentos por
mostrar a Dios. Entre los muy destacados están los frescos de Miguel Ángel Buonarrotti
que decoran la Capilla Sixtina en el Vaticano, que muestran a Dios Creador con apariencia
humana, con cuerpo y rostro, creando el cosmos, los astros, la Tierra y las creaturas. Frente
a Dios se aprecia la figura de Adán recostado, desnudo, con el dedo índice dirigido hacia el
dedo de Dios que está a punto de tocarle para infundirle la gracia y animarlo. Son intentos
maravillosos del arte, que quieren acercar al hombre al misterio insondable de su origen y
de su Creador.
Aparte de la iconografía, la descripción más fiel de Dios es la que se encuentra en
los textos de San Juan evangelista cuando le describe como Deus cáritas est o Dios es
amor, expresión que explica por sí misma, sin requerir de profundos conocimientos
teológicos, que Dios creó al hombre a imagen y semejanza suya en tanto que le otorgó la
capacidad de amar al compartirle una característica, una cualidad o una virtud que le es
propia, y que es precisamente el Amor. Si Dios es amor, como dice San Juan, entonces
ama, y si el hombre ama, entonces es semejante a Dios, y al amar es imagen de su creador
en la vida y en la Tierra. La creatura humana es imagen y semejanza de Dios cuando ama.
El Papa Benedicto XVI presentaba la primera Encíclica de su pontificado en los
primeros días del año 2006. Es tradición no escrita que en su primera carta encíclica, el
Sucesor de Pedro trace y deje entrever lo que serán las líneas esenciales de su pontificado.
Este primer documento de Benedicto XVI lleva por nombre Deus cáritas est o “Dios es
amor”. El tema central es el amor en una especialísima atención por la vida a través de las
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relaciones humanas que deben pasar, para ser auténticas, por la atracción del otro, el
obsequio al otro y la renuncia de sí mismo para la felicidad del otro. Estos conceptos serán
la columna que sostenga y dé sentido al segundo pontificado del siglo XXI, un siglo que ha
iniciado marcado por el terror y por la guerra, por la imagen del hombre ensangrentado y
azotado, un siglo que si no encuentra su ruta en el amor, promete ser catastrófico.
La propuesta del Papa para la humanidad y para cada individuo consiste en desechar
ese modelo de aquel Pilato que para conservar su poder mandó humillar, azotar y matar en
la cruz a quien quiso tomar el lugar del hombre que está herido, para así ser su viva imagen
cuando el amor es golpeado, ante el Dios que lo creó a imagen suya.
Amar para ser imágenes de Dios en la Tierra es la reflexión central de “Dios es
Amor” de Benedicto XVI. Un espejo entrega la imagen, sin ser la imagen, que se convierte
en reflejo, así el hombre es reflejo de Dios y entrega su imagen cuando aflora su capacidad
de amar.
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“En la verdad la paz” ¿Es la paz la ausencia de guerra, o es la guerra la falta de paz? ¿La verdad es la falta
de mentira, o la mentira es la ausencia de la verdad?¿Es el bien la ausencia del mal, o es el
mal la falta del bien?¿La vida es la ausencia de la muerte, o la muerte es carencia de vida?.
Si en la creación imperara el caos, lo normal sería un permanente estado de guerra
en un mundo en el que prevaleciera la mentira, dominado por el mal y orientado hacia la
muerte. En este supuesto, paz, verdad, bien y vida, serian excepciones de lo cotidiano.
El creador creó la creación para la creatura, y determinó el orden que la armoniza,
en donde lo natural es un entorno de paz, con el conocimiento de la verdad orientada al
Bien y en un ambiente en el que prevalece la vida. Así, el surgimiento de la guerra es
consecuencia de la falta de paz, el ocultamiento de la verdad ocasiona la mentira, el mal se
presenta al despreciarse el bien y la muerte llega cuando se destruye la vida.
La creatura humana conserva y cuida la vida por instinto natural, evita el mal y la
mentira y conserva la paz, como humanidad en su conjunto, y como individuo. El deterioro
de esta armonía se traduce en degradación de la persona y de los pueblos. La paz, en
cambio, es garante de una base para el desarrollo de la vida y la extensión del bien en la
verdad.
El título del primer mensaje del Papa Benedicto XVI para la celebración de la
Jornada Mundial de la Paz 2006, que se celebrara el día primero de enero, es precisamente
“En la verdad, la paz”. Se presentó el 13 de diciembre de 2005 en la sala de Prensa por el
cardenal Renato Rafaelle Martino, Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz.
El mensaje del Santo Padre para la paz propone una reflexión sobre la verdad
relacionando sus múltiples dimensiones con las diversas cuestiones relativas a la paz en el
mundo contemporáneo. En su estructura consta de cuatro partes:
En la primera, de carácter teológico y espiritual, se subraya la conexión entre
paz, verdad y mentira.
En la segunda, la verdad de la paz se analiza en el contexto de una situación
de guerra.
En la tercera, se trata de la paz en estrecha conexión con el terrorismo.
En la cuarta, se propone la paz en relación con la necesidad de relanzar el
proceso político del desarme”. Entre los hombres y mujeres de buena voluntad, en México y en el mundo, se
respira hoy una ansia de paz acompañada de un rechazo a la guerra en todas sus formas, al
tiempo que se aprecia una repulsión generalizada a la guerra, particularmente a la presencia
de las fuerzas norteamericanas de ocupación en Irak, al conflicto entre palestinos e
israelíes, a la guerrilla, narcotráfico, secuestro y terrorismo. Se desea escuchar una voz que
avale ese deseo natural de la paz y del triunfo del Bien sobre el mal.
El Papa ha iniciado su mensaje, confirmando una vez más la firme voluntad de la
Santa Sede de continuar sirviendo a la causa de la paz y ha expresado su convicción de que
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“donde y cuando el hombre se deja iluminar por el resplandor de la verdad, emprende de
modo casi natural el camino de la paz”.
Benedicto XVI expresa en su mensaje que: “La paz no puede reducirse a la simple
ausencia de conflictos armados sino que debe entenderse como el fruto de un orden
asignado a la sociedad humana por su Divino Fundador”. En el desarrollo del Mensaje,
compromete a cada persona, al explicar que “la auténtica búsqueda de la paz requiere tomar
conciencia de que el problema de la verdad y la mentira concierne a cada hombre y a cada
mujer, y que es decisivo para un futuro pacífico de nuestro planeta”.
El santo Padre ha confiado tareas precisas para los creyentes cuando en el mismo
Mensaje explica que “Ante los riesgos que vive la humanidad en nuestra época, es tarea de
todos los católicos intensificar en todas las partes del mundo el anuncio y el testimonio del
Evangelio de la paz, proclamando que el reconocimiento de la plena verdad de Dios es una
condición previa e indispensable para la consolidación de la verdad de la paz”.
Hacia la parte final del Mensaje, el Papa Ratzinger recuerda que “La historia ha
demostrado con creces que luchar contra Dios para extirparlo del corazón de los hombres
lleva a la humanidad, temerosa y empobrecida, hacia opciones que no tienen futuro”.
35
“Cuerpo diplomático acreditado”
Roma es una ciudad conformada por diversas colinas. Una de ellas, la octava, es la
colina vaticana, sobre la que se encuentra situada la ciudad de El Vaticano y en donde, a su
vez, se halla ubicada la Santa Sede, una de las naciones más pequeñas en extensión
territorial, pero una de las que más interviene en los temas de la sociedad civil.
Platicando con un embajador acreditado ante la Santa Sede, respondiendo a mi
pregunta sobre qué tan sencilla es su tarea al atender relaciones oficiales con el país más
pequeño del mundo, me decía que no es nada fácil porque se debe despachar una gran
cantidad de asuntos de manera cotidiana, ya que en los diversos dicasterios se analizan
todos los temas, no sólo los concernientes a las cuestiones de Fe.
Entre los dicasterios que intervienen en las políticas vaticanas se encuentran los
Consejos Pontificios: Justicia y Paz, Pastoral de la Salud, Pastoral de los Emigrantes e
Itinerantes, Pastoral de la Familia y Cor Unum o de Desarrollo Social. Además se cuentan
las Academias Pontificias: de las Ciencias, Para la Vida y de las Ciencias Sociales.
La injerencia de la Santa Sede en los temas de política se debe a su tarea
fundamental de búsqueda y procuración del bien común, pero sobre todo, a que considera al
mundo como obra creadora del Creador para la creatura. Así, lo que en ambientes seculares
se llama “ecología”, en la vida de la Iglesia se entiende como “cuidado de la creación”; a lo
que en la ciencia se le llama “bio-ética” en el ámbito de la Fe es la “defensa de la vida”; y a
lo que en el mundo de las finanzas se le conoce como “políticas económicas”, en el
Magisterio eclesiástico se le trata como la “administración de los bienes temporales”, según
la Doctrina Social de la Iglesia.
Son más de 170 las naciones que sostienen relaciones diplomáticas con la Santa
Sede. A éstas se suman las Comunidades Europeas, la Soberana Orden Militar de Malta, la
Misión de la Federación Rusa y la Organización para la Liberación de Palestina. Cada uno
de estos Estados mantiene un embajador acreditado ante la Santa Sede.
Es tradicional que el Papa reciba a los embajadores acreditados, al inicio de cada
año, a fin de entregarles su mensaje de felicitación a cada uno de ellos y a las naciones y
pueblos que representan en el servicio diplomático. En enero de 2006 la reunión se celebró
el lunes 9 en la Sala Regia del Palacio Apostólico de El Vaticano.
El mensaje de Benedicto XVI, el primero de este tipo en su pontificado, se centró en
la Libertad y en la Paz, y lo dividió en cuatro enunciados: 1) “El compromiso por la libertad es el alma de la justicia. Quien se
compromete por la verdad debe rechazar la ley del más fuerte, que se basa en la
mentira y que, en el ámbito nacional e internacional, tantas veces ha provocado
tragedias en la historia del hombre”.
2) “El compromiso por la verdad da fundamento y vigor al derecho a la
libertad. La verdad puede alcanzarse sólo en la libertad”.
3) “El compromiso por la verdad abre el camino al perdón y a la
reconciliación. Las diferentes convicciones sobre la verdad dan lugar a tensiones, a
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incomprensiones, a debates, tanto más fuertes cuanto más profundas son las
convicciones mismas. A lo largo de la historia, éstas también han dado lugar a
violentas contraposiciones, a conflictos sociales y políticos, e incluso a guerras de
religión”.
4) “El compromiso por la paz es como una conclusión lógica de lo que he
tratado de ilustrar hasta ahora. ¡Porque el hombre es capaz de la verdad! la paz,
hacia la que debe y puede llevarle su compromiso, no es sólo el silencio de las
armas; es, más bien, una paz que favorece la formación de nuevos dinamismos en
las relaciones internacionales, dinamismos que a su vez se transforman en factores
de conservación de la paz misma”.
Por último, en su mensaje al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, el
Papa Ratzinger no pronunció la palabra “México”, pero se refirió a nuestro país cuando dijo
que “Mi pensamiento se dirige también a todos los que, por condiciones de vida indigna, se
ven impulsados a emigrar lejos de su país y de sus seres queridos, con la esperanza de una
vida más humana. No podemos olvidar tampoco la plaga del tráfico de personas, que es una
vergüenza para nuestro tiempo”.
Mientras tanto, los norteamericanos continuaban empeñados en la construcción del
muro fronterizo, sin entender que los migrantes no buscan asilo político, sino Asilo por
Hambre.
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“El Papa y los medios”
El martes 24 de enero de 2006, festividad de San Francisco de Sales, Patrono de los
periodistas, era presentado el primer mensaje del Papa Benedicto XVI para la Jornada
Mundial de las Comunicaciones Sociales, que se celebraría el 28 de mayo con el tema:
“Los medios: red de comunicación y cooperación”.
En su mensaje, el Papa explicaba que:
“Iluminar las conciencias de los individuos y ayudar a formar su
pensamiento nunca es una tarea neutral. La comunicación auténtica exige valor y
decisión radicales (…) requiere tanto la búsqueda como la transmisión de lo que es
el sentido y el fundamento último de la existencia humana, personal y social. De
esta forma, los medios pueden contribuir constructivamente a la propagación de
todo lo que es bueno y verdadero.
El llamamiento a los medios de comunicación de hoy a la responsabilidad, a
ser protagonistas de la verdad y promotores de la paz, supone numerosos desafíos.
Aunque los diversos instrumentos de comunicación social facilitan el intercambio
de información, ideas y entendimiento mutuo entre grupos, también están teñidos de
ambigüedad. Estas distorsiones se dan cuando la industria de los medios se reduce
al servicio de sí misma o funciona solamente guiada por el lucro, perdiendo el
sentido de responsabilidad hacia el bien común.
Así pues, se debe garantizar siempre una información precisa de los eventos,
la explicación completa de los hechos de interés público y la presentación justa de
los diversos puntos de vista”.
En el mensaje, dirigido especialmente a los comunicadores, el Santo Padre
terminaba invitándoles a que:
“los medios presenten más atención a la dignidad de la persona humana y a
que sean más responsables y abiertos a los demás, especialmente a los miembros
más necesitados y débiles de la sociedad”. El Papa indicaba así, a los medios y a su público, los ideales en el cumplimiento
ético de la tarea desempeñada en el vasto mundo de las comunicaciones sociales, y les
recordaba cuáles son los satisfactores, que como medios de comunicación social, deben
entregar a la sociedad a la que informan, con especial atención en contenidos formativos y
educativos.
Los medios masivos reciben el nombre de “comunicación social” precisamente
porque su función consiste en entregar satisfactores a la sociedad. Si no lo hacen, no
cumplen con esa función primordial, lo que debería motivar el retiro de la concesión que el
Estado, como procurador del bien social, les ha entregado en representación de la misma
sociedad. Los satisfactores que según el acuerdo asumido en las concesiones, los medios de
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comunicación deben entregar a su público, son cuatro: informar, educar, entretener y
formar.
Pero al evaluar los contenidos de los programas de radio y televisión en México,
resulta que un 70% de su programación consiste en entretenimiento, un 20% en
información, un 10% tiene contenido educativo, pero en lo concerniente a la parte
formativa, prevalece una ausencia de contenidos en sus cartas de programación.
Como los medios de comunicación influyen notoriamente en la sociedad, el tipo de
programación mencionada se refleja ya en el comportamiento de sus habitantes de la
siguiente manera: 70% de su actividad la dirigen al entretenimiento, sólo el 20% de sus
opiniones y juicios parten de la información, sus comportamientos cuentan con un pobre
10% de educación y se carece de una adecuada formación para su crecimiento y desarrollo.
Si se agrega que la formación, cuando es atendida por los medios, a veces se deforma en su
realidad, este satisfactor queda distorsionado en su esencia.
Prevalece tal carencia formativa en los medios, que ya no se considera a la
formación como todo aquello que promueve las características de la persona humana, para
contar con mejores individuos en la sociedad, mediante el robustecimiento de la memoria
histórica, de la inteligencia, voluntad, fe, esperanza y amor; pues la formación de la
sociedad tiene por objeto la preparación de individuos más plenos, de personas que sean
“más personas” en su forma de ser y actuar, de seres más racionales y menos viscerales.
Aquel mismo martes, el entonces presidente del Pontificio Consejo de las
Comunicaciones Sociales de la Santa Sede, Monseñor John Patrick Foley, se pronunciaba
en contra de la pretensión de Estados Unidos de construir un muro en la frontera con
México para detener la inmigración ilegal, y decía que “No estoy a favor de alzar muros
entre naciones, lo que se necesita más bien son puntos de unión” y recordaba que “para la
Iglesia católica la migración es un derecho que incluye también el deber de quienes se ven
obligados a hacer respetar las leyes del país que los recibe”.
Mientras el muro se levantaba, los medios mantenían su desdén hacia contenidos
formativos.
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“Hay un límite impuesto al mal” ¿Por qué hemos de vivir entre el bien y el mal y porqué nuestra esperanza se
fundamenta en la victoria obtenida en esa lucha? ¿Es acaso la Tierra una especie de Arena y
somos los humanos un tipo de gladiadores, unos técnicos y otros rudos, que eventualmente
obtenemos victorias a favor o en contra de dos espectadores, uno bueno y el otro malo?
Si esto fuese cierto tendríamos que reconocer que hemos sido dotados de
abundantes y efectivísimas armas para la lucha, que no estamos desprovistos de escudos,
que contamos con asesoría y que las batallas habrían llegado a su fin desde hace tiempo si
no es que con frecuencia cambiáramos de equipo.
A la co-existencia del bien y del mal se le llama en teología Misterio de iniquidad,
que se explica como la permisividad de Dios para que el mal actúe para luego obtener
siempre un bien mayor. Es una explicación difícil de entender porque es, de suyo, un
misterio. Dios prefiere sacar un mayor bien, aunque sea a partir del mal.
La creatura ha sido dotada de magnificas armas para vencer el mal, ha sido
blindada, enseñada y fortalecida, al punto de que el mismo Dios se ha hecho a su vez “un
gladiador como nosotros”, a fin de poner la muestra de cómo se puede vencer el mal,
luchando personalmente al lado de cada uno.
De lo que sí carece la creatura es de armamento para vencer el Bien. En efecto, se
puede luchar contra el mal pero no contra el Bien. Es posible vencer al mal en esta Arena,
aquí en la Tierra, pero es totalmente imposible vencer al Bien. La razón es sencilla y radica
en que el mal no puede vencerse con mal. De manera inversamente proporcional, el mal
nunca podrá vencer al Bien, como escribe San Pablo: “No quieras vencer el mal con el mal,
antes bien vence al mal con el Bien”.
San Juan de la Cruz “el Doctor Místico” fundador de la Orden de los carmelitas dejó
en sus escritos una de esas poderosas armas para la batalla en el misterio de la iniquidad y
que encierra, así, un poderosísimo escudo: “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”.
En su Mensaje para la Cuaresma de 2006 titulado “Al ver Jesús a las gentes se
compadecía de ellas” Benedicto XVI citó a su predecesor Juan Pablo II en una expresión
que hoy, en medio de tanta evidencia del actuar del mal en esta Arena, se constituye en una
nueva y poderosa arma que valdría de mucho utilizarla de manera constante y
especialmente durante el tiempo litúrgico de Cuaresma. La cito textual: “hay un límite
impuesto al mal por el Bien divino, y es la Misericordia”.
A partir de la cita del Papa, es posible descubrir en el mensaje cuaresmal que Dios
ha impuesto un límite definitivo a las acciones del mal. Ese límite, que es la Misericordia,
consiste en un impulso que, como lo explica su propio nombre, no es otra cosa sino la
apertura del corazón para recibir a quien se había retirado. La misericordia se puede
entregar al otro cada vez que se le acepta de nuevo y puede, a su vez, ser implorada cuando
se solicita al otro una nueva aceptación.
La Misericordia divina trasciende el impulso humano y se proyecta como solución
definitiva en la lucha contra el mal, en este mundo que pasa, pues Dios mismo ha abierto su
corazón para la aceptación de todos los hombres desde su Misericordia que es infinitamente
40
superior al mal porque supera a la debilidad humana de ofender a quien, de suyo, es el
eterno Bien.
“La Cuaresma es el tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquel que
es la fuente de la misericordia. Es una peregrinación en la que Él mismo nos acompaña a
través del desierto de nuestra pobreza, sosteniéndonos en el camino hacia la alegría intensa
de la Pascua”, añadió el Santo Padre en su mensaje.
A ese Dios “que se ha hecho gladiador” lo encontramos en el Mensaje para la
Cuaresma 2006, cuando el Papa dijo que “La mirada conmovida de Cristo se detiene
también hoy sobre los hombres y los pueblos, puesto que por el proyecto divino todos están
llamados a la salvación. Jesús, ante las insidias que se oponen a este proyecto, se
compadece de las multitudes: las defiende de los lobos, aun a costa de su vida. Con su
mirada, Jesús abraza a las multitudes y a cada uno y los entrega al Padre, ofreciéndose a sí
mismo en sacrificio de expiación”.
¡Hay un límite impuesto al mal por el Bien Divino! 41
“Sólo por cargar una oveja” En los museos vaticanos hay una pequeña plazoleta en la que se puede permanecer,
deleitado, por horas. Se llama el Belvedere en una composición de dos palabras italianas
que en español significa “bello de ver”. Allí se encuentra un conjunto de varias esculturas
esculpidas en mármol que diversos papas fueron adquiriendo durante años para mostrar al
pueblo lo que es, de suyo, bello de ver.
El Belvedere es un muestra fiel de lo que el espíritu humano puede transmitir a las
manos de artista que logra plasmar, en roca, lo que en su corazón nace. Las vibraciones del
alma las transmite el cincel a la piedra, como Michellangelo Buonarrotti que respondió a la
pregunta de cómo lograba hacer tales esculturas, cuando dijo que “es sencillo, acudo a las
canteras para encontrar la piedra que busco y luego, en mi estudio, le quito lo que le sobra”.
Al ingreso a la Basílica de San Pedro en el Vaticano, a la derecha, en la primera
capilla lateral se encuentra la “La Piedad”. Al contemplarla es fácil sentir, de pronto, que se
mueve el pie de Cristo que yace en el regazo de su madre que lo contempla con serenidad.
Es tan perfecta esa pieza de Miguel Ángel que el espectador puede perder el sentido del
momento y del espacio, al entrar, a través de su propia mirada, a la contemplación del
misterio de la Pasión y Muerte del Señor, plasmada en el mármol por la mano de
Buonarrotti, quien supo, según él mismo, quitarle a la piedra lo que le sobraba, aunque
parezca que Dios le inspirara colocarle a la piedra el espíritu que le faltaba.
Hay en Roma una escultura, datada hacia el año 100 antes de Cristo, que representa
a un joven de cabellos rizados que sostiene sobre sus hombros un pequeño cordero. Se
ignora quién es el autor pero su obra ha sido un importante símbolo cristiano por más de
dos mil años. Se le ha llamado a esta bella pieza “el Divino Pastor” en memoria de la
enseñanza de Cristo que explica cómo el Buen Pastor debe dejar al rebaño para marchar en
busca de una joven oveja que se ha perdido, luego la toma sobre sus hombros y
cuidadosamente la regresa al rebaño.
A los obispos se les llama también “pastores” pues tienen bajo su cuidado el rebaño
que el mismo Cristo les ha encomendado. Así, la figura de un obispo se acerca mucho a la
de aquella antigua escultura romana. Hay obispos, muchos en el mundo, miles, que cuidan
bien de su rebaño y protegen a sus ovejas. Son los “hombres del Papa” que cumplen
fielmente con su ancestral tarea y que de manera puntual dan sucesión a los apóstoles,
aquellos que en un día de Pentecostés vieron surgir la Iglesia que Cristo fundó.
Esta buena tarea episcopal es a veces ensombrecida por algunos obispos, muy pocos
en el mundo, que parecen desdeñar a las ovejas de su rebaño. De esos no vale decir ni una
palabra, si acaso citar lo que el cardenal Joseph Ratzinger asentara con sinceridad, sensatez,
y conocedor de lo que tiene triste a una pequeña parte del rebaño: “Cuánta suciedad hay en
la Iglesia y también entre aquellos que se deben entregar a la causa del sacerdocio y
pertenecer completamente a ella. Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia”.
¿Porqué se expresó así el entonces Prefecto de la Sagrada Congregación para la
Doctrina de la Fe? Porque él es un hombre cordial, trabajador, paciente, encantador y que
opina de sí mismo: “Soy consciente de mis defectos y por eso tengo siempre muy presente
42
la idea del juicio. Pero lo cierto es que confío también en que la magnanimidad de Dios será
mayor que mis fracasos”. Es además un convencido de su compromiso con el sacerdocio.
El Papa Benedicto XVI, en su primer discurso como Romano Pontífice había dicho
de sí mismo que es “un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela
saber que el Señor sepa trabajar con instrumentos insuficientes y me entrego a vuestras
oraciones”.
Siempre emociona estar con el Vicario de Cristo porque su figura es como aquella
estatua romana que carga al cordero sobre sus hombros, pero animada y viva. Porque es
Pastor, anima con una mirada, con un gesto, abraza a sus ovejas, las sostiene y las impulsa.
Es el Siervo de los siervos de Dios.
Como el de Roma, los demás son también obispos y emocionan igualmente cuando
se percibe su tarea como un Belvedere, como lo que es bello de ver y de vivir, cuando
resulta evidente que han empeñado todo, sólo por cargar una oveja. 43
“El Papa, obispos y candidatos” Los obispos de las diversas naciones se agrupan en organismos colegiados llamados
conferencias episcopales. Son colegiados porque ninguno de ellos ocupa un cargo mayor a
los demás. Son todos iguales en jerarquía y rango. Ya la estructura eclesiástica así lo
estipula pues cada obispo le reporta en línea directa al Romano Pontífice. De allí las visitas
Ad Límina Apostolorum en la que cada obispo le entrega al Papa, cada cinco años, un
informe del estado actual de su diócesis.
Los arzobispos son, igualmente, obispos. La diferencia entre un arzobispo y un
obispo la establece la extensión territorial y el número de habitantes de la diócesis, así, los
arzobispos son titulares de las arquidiócesis porque su extensión es mayor a la de las
diócesis. El caso de un arzobispo primado es el de ser “primero entre iguales”, sin contar
con mayor rango, pues el hecho de ser Primado consiste en que su diócesis fue la primera
en erigirse en el país que corresponda y por eso se le llama Arquidiócesis primada.
Como en los consejos consultivos de la mayoría de las instituciones humanas, las
conferencias episcopales nombran a su Presidente, Vice-presidente, Secretario y Tesorero,
para luego, en el caso de los obispos, nombrar a los presidentes de las diversas comisiones
episcopales.
Una de las razones que inspira a las conferencias episcopales, también llamadas
asambleas o consejos de obispos, es la de contar con una mejor representatividad ante
autoridades y grupos. Cada seis meses celebran su Asamblea Plenaria, que dura cinco días,
y durante la cual analizan las circunstancias, siempre diversas, que se viven en el país que
habitan. Un obispo es similar a la figura secular de un gobernador. Últimamente, en México
se han formado conferencias de gobernadores, las que, igualmente, son organismos
colegiados en los que ningún gobernador es superior en rango a otro.
En mayo de 2006, en plena recta final de la campaña electoral, tres candidatos a la
presidencia de la República solicitaron ser incluidos en la agenda de la Asamblea Plenaria
de la Conferencia del Episcopado Mexicano, como visitantes y expositores, a fin de
reunirse con los cien obispos de México, dialogar con ellos y prometerles muchas cosas.
Felipe Calderón, Andrés Manuel López Obrador y Roberto Madrazo tuvieron sus
respectivos encuentros, en tanto que Patricia Mercado y Roberto Campa no acudieron
porque no habían solicitado ser incluidos en la Agenda de la Asamblea.
¿Qué presentaron, qué prometieron, a qué se comprometieron cada uno de los tres
candidatos? No lo sabemos, pues las reuniones fueron en privado y los obispos decidieron
conservarlo en sigilo. Sin embargo, es sencillo suponer que Calderón, López Obrador y
Madrazo acudieron a recibir nuevas “aguas bautismales” para ser, cada uno desde su
perspectiva, el “ungido” que recibiese el beneplácito episcopal y que, con todo y que la Ley
de Instituto Federal Electoral lo prohíbe, cada obispo le recomendase a su presbiterio que
indujeran el voto, entre su feligresía, hacia tal o cual candidato.
Me recordaron a los candidatos que en Italia contendían por el cargo de Primer
Ministro y que buscaron, cada cual por su lado, que el Papa Benedicto XVI los recibiera en
44
Audiencia privada. El Santo Padre respondió a través de la Secretaría de Estado que estaría
gustosísimo en recibirlos una vez que terminasen las elecciones.
¿Qué buscaban Berlusconi y Prodi, qué querían prometerle al Santo Padre y qué
querían obtener de él?. La foto y nada más por el momento, que la foto, para que el gran
número de católicos italianos pensara que ese “privilegiado” era el candidato del Papa y
como tal, pudiese obtener más votos. Al final de cuentas quedó Romano Prodi y en su
elección nada tuvo qué ver el Papa.
La estrategia de Benedicto XVI, de no recibir a los candidatos, así como la
estrategia de los obispos mexicanos de guardar silencio sobre lo expuesto por los
candidatos durante la Asamblea plenaria del Episcopado Mexicano, resultan, pues, de lo
más acertado.
En la contienda electoral se juegan miles de estrategias, y algunas de ellas siguen
siendo la cercanía y aprobación del importante sector católico, al menos de momento,
aunque luego, paradójicamente, se olviden o traicionen las promesas de campaña. Tampoco
deja de ser paradójico que surjan voces, muchas de ellas emanadas de los mismos partidos
políticos, que intentan descalificar las opiniones de obispos y presbíteros en el desarrollo de
la vida política.
Los obispos de México habían manifestado su interés especialmente en que los
candidatos se expresaran sobre los temas relacionados con el respeto a la vida y el
fortalecimiento de la convivencia familiar. Solamente el candidato Andrés Manuel López
Obrador no lo quiso hacer para evitar comprometerse. 45
“Ty Jestes Skala” Desde Polonia, en el segundo día de su visita pastoral a la tierra de su antecesor el
Siervo de Dios Juan Pablo II, el viernes 26 de Mayo de 2005, el flamante Papa Benedicto
XVI denunciaba, en una voz que ya era necesario escuchar, los intentos constantes de
“falsificar la Palabra de Cristo y erradicar, del Evangelio, la verdad”. Una verdad, agregó,
que es “demasiado incómoda para el hombre moderno”.
Debido a recientes y crecientes manifestaciones de desprecio en diversas regiones,
no solamente hacia la Iglesia como institución, sino también hacia los escritos evangélicos
y hacia la propia persona de Jesucristo, los creyentes católicos y cristianos de diversas
denominaciones, severamente ofendidos por ataques que se dirigen a la desvirtualización
del mensaje de Salvación, exigían calladamente la presentación de una formal protesta pues
la difamación ya se había convertido en una abierta burla hacia la Fe y en faltas de respeto
cada vez más atrevidas y ofensivas hacia sus dogmas.
Se exhibían en esos días, en las calles de la ciudad de México unos carteles que,
bajo pretexto de promocionar una película, mostraban a Cristo clavado en la cruz,
ensangrentado y agonizante, pero puesto de cabeza. ¿Es lícito que la mercadotecnia
promocional pueda exhibir, puesto al revés, el momento salvífico en el que Jesús entrega su
vida por muchos? ¿Es más valioso para el ser humano la promoción de una película que la
entrega amorosa de Dios hecho hombre?.
El mundo judío fundó desde hace varios años la llamada “Liga anti difamatoria”
como un mecanismo de defensa a los ataques en contra de su religión, creencias y cultura.
La Liga ha operado tan bien, que en algunas naciones se considera delito penal cuestionar
el holocausto perpetrado durante el nazismo. Con vehemente defensa por su parte, y con el
reconocimiento de otras religiones y culturas, hoy el judaísmo goza de un respeto
prácticamente mundial. El Islam, a excepción de las caricaturas ofensivas al profeta
Mahoma publicadas hacía algunos meses por un periódico holandés, goza también de
respeto, al grado de que hay países, como Francia, en los que se ha retirado la enseñanza
religiosa en las escuelas, por tolerancia y respeto a niños musulmanes que en ellas estudian.
La tercera parte de la población mundial profesa la Fe en Jesucristo y reclama las
intransigencias que se están cometiendo en contra de un derecho fundamental del ser
humano que es la Libertad Religiosa con respeto hacia sus creencias, religión y cultos.
Desde Polonia, en la Plaza Pilsduski de Varsovia, durante la celebración eucarística,
el Papa Benedicto XVI, dijo en la homilía que “Como en los siglos pasados, también hoy
hay personas o instituciones que haciendo caso omiso de la tradición de la Iglesia pretenden
falsificar la Palabra de Cristo”. Además hizo un llamado a ir contra “el relativismo o la
interpretación subjetiva y selectiva de las Sagradas Escrituras” y agregó que “sólo la verdad
íntegra nos puede abrir a Cristo”.
De ese viaje pastoral a Polonia del Papa Ratzinger, el primero de su pontificado, hay
muchos dichos y hechos dignos de comentarios y análisis profundos, pero esta
manifestación del Papa merece un comentario especial por que ha sido él en persona quien
ha alzado esta voz que ya era tan necesario escuchar.
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El Romano Pontífice es la cabeza de la Iglesia que Cristo fundó, es Piedra como
sucesor de Pedro, pero es también “quien hace las veces de Cristo en la Tierra”, como lo
indica su título de Vicario de Cristo. De aquí el valor tan alto de la denuncia presentada por
él desde Polonia.
Luego de Varsovia, el Papa se trasladó a Cracovia, la ciudad en la que Juan Pablo II
pasó 40 años de su vida, de la que fue Arzobispo y cardenal residente. Allí en Cracovia hay
un gran jardín a cielo abierto y sólo rodeado por árboles. Se llama Parque Blonie y tiene
capacidad para albergar a más de un millón y medio de personas. Ahí se reunió Juan Pablo
II con sus compatriotas varias veces y ahí estuvo Benedicto XVI el viernes 27 de mayo.
Allí mismo se encuentra una cita escrita sobre una roca que fue trasladada desde las
montañas que forman la cordillera de los montes Cárpatos que cruza el sur de Polonia. Esa
roca enorme y monumental descansa sobre una curiosa base de acero, apenas perceptible,
para resaltar la figura de la piedra.
Aquella roca encierra en sí misma una gran verdad, pues tiene insertado en bronce
el escudo pontificio de Juan Pablo II y unas letras que en polaco dicen Ty jestes Skala, lo
mismo que en lengua española leemos en el Evangelio, que significa: “Tú eres piedra”. 47
“México y Polonia” Entre México y Polonia se dan infinidad de similitudes a pesar de las distancias y
culturas que separan a ambos pueblos. Los mexicanos tenemos origen amerindio y los
polacos proceden de pueblos eslavos, y ambos profesamos un culto grande a la Virgen
María Madre de Dios, devoción que proporciona una arraigada identidad, como también
ocurre en otros pueblos, sólo que las imágenes de María, veneradas en México y en
Polonia, son morenas: Guadalupe y Czestochowa. En Tecamachalco, México, hay una
iglesia consagrada a la Virgen negra de Jasna Gora; como en Lasky, Polonia, hay una
iglesia dedicada a la Virgen morena del Tepeyac.
México fue perseguido en su Fe durante los gobiernos socialistas del siglo pasado,
como lo fue Polonia por los gobiernos comunistas durante la ocupación soviética. En
aquellos años el pueblo polaco oraba por México y el pueblo mexicano oraba por Polonia,
como también lo hizo durante la invasión nazi.
Polonia y México son pueblos devotos del Señor de la Misericordia quien le
entregara revelaciones privadas a la religiosa polaca Sor Faustina Kowalska, canonizada
posteriormente por Juan Pablo II.
El Papa Wojtyla visitó México en su primer viaje como Romano Pontífice y fue
aquí donde decidió que su siguiente viaje tendría como destino Polonia, su tierra natal.
Solamente expresó “Siempre Fiel” cuando se refería a Polonia o a México. Hasta hoy ha
sido el único Papa polaco, pero en el Estadio Azteca, en enero de 1999 dijo que “el Papa es
mexicano” y es el único Pontífice que adquirió por gusto propio, nuestra nacionalidad, al
grado de que algunos mexicanos y polacos llegaron a pensar que su cuerpo seria sepultado
en Polonia o tal vez en México.
Para el cardenal Stanislaw Dziwisz, ahora arzobispo de Cracovia y por muchos años
secretario de Juan Pablo II, la relación que el Papa Benedicto XVI logró establecer con el
pueblo de Polonia en su viaje de 2005, tiene semejanza con la relación que Karol Wojtyla
pudo crear con los fieles de México.
Al terminar la visita del Santo Padre, el cardenal Dziwisz, cansado por los
encuentros multitudinarios del Papa en Cracovia, pero feliz por los resultados, accedió a
platicar en una entrevista y se emocionó al tocar el tema de México: “Quiero hacer una
comparación. Aquí la gente le gritó al Papa Benedicto XVI: Polonia, siempre fiel, como en
México los fieles hicieron del México, siempre fiel un canto colectivo. Esto me hace muy
feliz. Pero cuando fui al aeropuerto para despedir al Papa me sentí muy triste porque cada
vez que un amigo sincero se aleja es ocasión de dolor”. Lo dijo en recuerdo de las
ocasiones en las que Juan Pablo II se despedía de su tierra natal y agregó que “Polonia fue
para Benedicto XVI lo que México fue para Juan Pablo II: su segunda Patria. México
siempre amó a Juan Pablo II y el Papa lo sabía. Me repetía siempre: -Quiero ir a México,
quiero visitar a México-. Siempre se informaba de la situación de allá hasta el final. El Papa
Juan Pablo II, aunque enfermo, quería regresar a México y honrar a la Virgen de
Guadalupe. Se emocionaba”. Agregó que “México es un gran patrimonio para el
catolicismo. Obviamente hay algunos problemas, pero todo el mundo católico tiene los
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mismos problemas. Pero nunca he encontrado, en ninguna parte del mundo, una fe tan viva,
tan sincera, tan popular; en el sentido más noble del vocablo…Yo amo aquella tierra, todo
allá resulta bueno, valiente”.
Pero como el cardenal Dziwisz todavía está pensando en la segunda patria de Juan
Pablo II, de pronto tomó de la mano al periodista que le hizo la entrevista y, con la voz rota
por la emoción, le dijo.”Usted habla de México. Por favor, por medio de usted quiero
saludar a todos los mexicanos e impartirles mi bendición”.
Al Papa Juan Pablo II, en su primer viaje a México se le incluyó en la comida, como
postre, una helado de Guanábana y uno de Mamey, y desde entonces, cuando estaba en
México pedía su postre favorito, del que decía que era más sabroso que cualquier dulce
polaco. Se los llevaban de la Nevería Roxy de la colonia Condesa.
Las similitudes entre Polonia y México son muchas y los mexicanos sabemos que el
Papa Benedicto XVI, el inmediato sucesor del “Papa mexicano”, conoce del gran amor que
en México se le tiene al Romano Pontífice. Sabemos que toda vez que ha sentido la
experiencia polaca del amor al Papa, no puede dejar de experimentar el cálido abrazo
mexicano. Esa sería una oportunidad para confirmar la fe de los mexicanos. Como decía
Juan Pablo II: si vivimos lo veremos. 49
“El Papa mujer” ¿Es posible que durante una procesión en Roma, cerca de la Basílica de San Juan de
Letrán, un Papa haya dado a luz en plena calle? ¿Cómo podrá ocurrir tan peculiar suceso?
Primero, si una mujer hubiese sido elegida Papa, y segundo, si hubiera procreado un hijo
durante su pontificado. Cosas muy improbables ambas, pues al riguroso protocolo de la
elección pontificia y a la pulcritud del ejercicio del ministerio petrino, no podrían escapar
asuntos tan evidentes.
La leyenda de la papisa Juana no es más que eso, una leyenda surgida durante la
edad media y que con el tiempo fue adquiriendo algunas variantes.
En una primera leyenda, del dominico Jean de Mailly, se ignora el nombre de la
supuesta papisa y se le ubica hacia el año 1100. Se dice que era una mujer talentosa que,
vestida como hombre llegó a ser notario de la Curia, después cardenal y finalmente Papa.
En una segunda leyenda, de Martín de Troppau, a la papisa se le ubica después del
Papa Leon IV a partir del año 855, se dice que nació en Inglaterra, que se le llamaba John
de Mainz y que ocupó la silla papal durante dos años y siete meses. Procedente de Grecia,
donde estudió, al llegar a Roma, vestida de hombre, enseñó ciencias, atrajo la atención de
intelectuales, gozó del mayor respeto por su conducta y erudición y finalmente fue electa
Papa. Posteriormente, quedando embarazada por uno de sus asistentes de confianza, dio a
luz a su hijo durante una procesión desde San Pedro a San Juan de Letrán, en algún lugar
entre el Coliseo y San Clemente. Otra versión dice que de niña se llamaba Gilberta.
En algunas otras leyendas se afirma que murió en el mismo momento y lugar del
alumbramiento. Otras narran que la gente, enfurecida al descubrir el engaño, la apedreó
hasta matarla. Otras cuentan que tras el singular parto, la papisa Juana fue inmediatamente
destituida, que hizo penitencia por muchos años y que su hijo llegó a ser obispo de Ostia,
lugar donde enterró a su madre después de su muerte natural.
Lo que sí es cierto es que algunos papas evitaban pasar por una calle de Roma
cercana a San Juan de Letrán, por ser muy estrecha y dificultar por ello las procesiones.
Esto hizo crecer la leyenda cuando se dijo que se evitaba tal calle por ser el sitio del nefasto
alumbramiento.
La leyenda de Juana creció con el tiempo y hacia los siglos XV y XVI llegó a ser
considerada como un personaje histórico de cuya existencia no se dudaba, al grado de que
tuvo su lugar entre los bustos de la Catedral de Siena.
Pero la historia siempre desmitifica a las leyendas y en la línea sucesoria de los
papas, la papisa Juana no cabe entre ningún pontificado vigente durante los años en que la
leyenda ubica su supuesto papado, ni entre Leon IV, fallecido el 17 de julio de 855 y
Benedicto III, sucesor, electo inmediatamente después de su muerte; como tampoco encaja
hacia el año 1100, pues el Papa Urbano II reinó de 1088 a 1099 y Pascual II de 1099 a
1100.
La papisa no aparece en el Liber Pontificalis ni se encuentra entre los retratos,
hechos con mosaicos, de los 265 papas colocados en la Patriarcal Basílica de San Pablo
Extramuros en Roma.
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Algunos respetables historiadores han afirmado que “La papisa Juana es al
Vaticano, lo que el rey Arturo es a Inglaterra, pues ni la papisa Juana existió ni Arturo fue
Rey de Inglaterra”.
Las leyendas suelen ser fascinantes y nunca dejan de interesar a buscadores de
secretos, pero no por que fascinan tienen que ser verdaderas.
Lo que sí es totalmente cierto es que cada año, en el jueves de Corpus Christi, el
Romano Pontífice celebra la Eucaristía en la Basílica Patriarcal de San Juan de Letrán,
antigua residencia pontificia, para después salir en solemnísima Procesión con el Santísimo
Sacramento, hasta la Basílica de Santa María la Mayor, a lo largo de la Vía Merulana.
El jueves 15 de junio de 2006, festividad de Corpus Christi, el Papa Benedicto XVI
presidió la Solemne Procesión, por segunda ocasión en su pontificado. Esta fiesta data del
año 1311 cuando fue promulgada durante el Concilio de Viena por el Papa Clemente V y
extendida a toda la Iglesia a partir del año 1317 por el Papa Juan XXII.
A mediados del siglo XV los papas Martín V y Eugenio IV concedieron
indulgencias a quienes participan en este tipo de procesiones, los jueves de Corpus, con el
Santísimo Sacramento.
En México se han retomado estas procesiones que durante años fueron prohibidas. 51
“El Papa y el demonio” ¿El demonio existe realmente como un ser actuante, o es solamente una especie de
creaturización que, del mal, han hecho algunas religiones?. La respuesta ha llevado siglos
de estudio y hasta nuestro tiempo prevalecen todavía ambas posturas, tanto en la Iglesia
católica como en diversas iglesias cristianas. A partir de algunos pronunciamientos de los
últimos papas, es posible conocer unas opiniones serias sobre este tema tan oscuro todavía.
El contenido es peor de lo que podría suponerse porque parece ser que un truco
embaucador del demonio consiste en provocar la duda de su existencia.
El Papa Paulo VI, durante la audiencia general del 15 de noviembre de 1972, dijo
que:
“El mal que existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros
y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es ya
sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible
realidad. Misteriosa y pavorosa. Se sale del marco de la enseñanza bíblica y
eclesiástica todo aquel que rehúsa reconocerla como existente; e igualmente se
aparta quien la considera como principio autónomo, algo que no tiene su origen en
Dios como toda creatura; o bien la explica como una pseudo-realidad, como una
personificación conceptual fantástica de las causas desconocidas de nuestras
desgracias”.
Tras añadir algunas citas bíblicas tras sus palabras, Paulo VI continuaba:
“El Demonio es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia.
Sabemos que este ser oscuro y perturbador existe realmente y sigue actuando; es el
que insidia sofisticadamente el equilibrio moral del hombre, el pérfido encantador
que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la
concupiscencia, de la lógica utópica, o de las confusas relaciones sociales para
introducir en nosotros la desviación…”
El Papa lamentaba luego la insuficiente atención al problema por parte de la
teología contemporánea:
“El tema del Demonio y la influencia que puede ejercer sería un capítulo
muy importante de la reflexión para la doctrina católica, pero actualmente es poco
estudiado”.
Paulo VI, un año antes de su muerte, volvió sobre este tema en otra audiencia
general:
“No hay que extrañarse de que nuestra sociedad vaya degradándose, ni de
que la Escritura nos advierta con toda crudeza que todo el mundo (en el sentido
peyorativo del término) yace bajo el poder del Maligno, de aquel que la misma
Escritura llama el Príncipe de este mundo”.
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El cardenal Joseph Ratzinger, durante una entrevista con el periodista Vittorio
Messori, plasmada en el libro “Informe sobre la Fe”, hace 20 años, dijo lo siguiente:
“Digan lo que digan algunos teólogos superficiales, el Diablo es, para la fe
cristiana, una presencia misteriosa, pero real, no meramente simbólica, sino
personal. Y es una realidad poderosa, una maléfica libertad sobrehumana opuesta a
la de Dios; así nos lo muestra una lectura realista de la historia, con su abismo de
atrocidades continuamente renovadas y que no pueden explicarse meramente con el
comportamiento humano. El hombre por sí solo no tiene fuerza suficiente para
oponerse a Satanás; pero éste no es otro dios. Unidos a Jesús, podemos estar ciertos
de vencerlo. Es Cristo, el Dios cercano, quien tiene el poder y la voluntad de
liberarnos; por esto, el Evangelio es verdaderamente la Buena Nueva.
Y por esto también debemos seguir anunciándolo… Pero si esta luz
redentora de Cristo se apagara, a pesar de toda su sabiduría y toda su tecnología, el
mundo volvería a caer en el terror y en la desesperación. Y ya pueden verse signos
de este retorno de las fuerzas oscuras, al tiempo que rebrotan en el mundo
secularizado los cultos satánicos”.
El entonces Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe,
terminaba explicando en la entrevista lo siguiente:
“Los evangelistas hablan muy frecuentemente del diablo, y no ciertamente
en sentido simbólico. Al igual que el mismo Jesús, están convencidos, y así querían
enseñarlo, de que se trata de una potencia concreta, y no ciertamente de abstracción.
El hombre está amenazado por ella y es liberado por obra de Cristo, porque sólo Él,
en su calidad de Más fuerte puede atar al fuerte, según la misma expresión del
Evangelio”.
Finalmente, el Papa Juan Pablo II, tres meses antes de morir, en la Audiencia
general del 12 de enero de 2005, dijo que:
“El incremento de la violencia y la injusticia en el mundo es obra de un
Satanás furioso, al cual no le queda mucho tiempo. Él sabe que no le queda mucho
porque la historia está a punto de experimentar un cambio radical en la liberación
del mal, por lo cual él está reaccionando con gran furia”.
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“Inician los cambios curiales”
Después de un año y dos meses de pontificado, Benedicto XVI había iniciado los
cambios en la Curia romana. Así, el jueves 22 de junio de 2006, la Sala de Prensa de la
Santa Sede, organismo vaticano al que corresponde entregar este tipo de informaciones,
daba a conocer que el Santo Padre había anunciado el nombramiento del cardenal Tarcisio
Bertone, como su nuevo Secretario de Estado, en sustitución del cardenal Ángelo Sodano.
Se daba a conocer también que la sucesión en el cargo iniciaría a partir del 15 de
septiembre.
El cardenal Bertone se desempeñaba hasta ese momento como arzobispo de
Génova, por lo que tendría que dejar el gobierno de su arquidiócesis para residir en el
Vaticano y ocupar la Secretaría de Estado, en el que es considerado como segundo cargo en
importancia, después del Romano Pontífice, en el gobierno de la Santa Sede. Por su parte,
el cardenal Sodano se retiraría a vivir en descanso, en lo que ahora iniciaba a ser “la tarde
de su vida” en el servicio a la Iglesia.
Otro cambio anunciado era el referente a la Pontificia Comisión para el Estado de la
ciudad del Vaticano y para la gobernación del mismo Estado. El Papa había aceptado la
renuncia del cardenal Edmund Casimir Szoka y nombraba como su sucesor al arzobispo
Giovanni Lajolo, quien entonces se desempeña en el cargo de Secretario de la sección para
las Relaciones con los Estados, de la Secretaria de Estado. Este relevo también iniciaría a
partir del 15 de septiembre.
Por aquellos días faltaba saber quién sustituiría a Monseñor Lajolo en el cargo que
es equiparable al de un Ministro de Relaciones Exteriores. Con seguridad ese
nombramiento se tomaría de común acuerdo entre el Santo Padre y su nuevo Secretario de
Estado, el cardenal Tarcisio Bertone.
Hasta entonces eran los primeros cambios y relevos en la Curia romana, sin olvidar
que, al ser electo Sumo Pontífice el cardenal Joseph Ratzinger, su primer nombramiento
consistió en determinar que el cardenal William Joseph Levada, entonces arzobispo de San
Francisco, California, Estados Unidos, fuese su sucesor como Presidente de la Sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe.
Siempre que hay cambios suele especularse sobre el motivo que los origina, pero
según el Código de Derecho Canónico, un documento similar a la Constitución, que rige la
vida de la Iglesia, en el cánon número 354 establece que todo obispo debe presentar la
renuncia a su cargo al cumplir los 75 años de edad. El cardenal Sodano y el cardenal Szoka
tenían casi 79 años de edad, pues ambos nacieron en 1927, el primero en noviembre y el
segundo en septiembre.
En la Curia se mantenían en el cargo varios obispos que habían superado ya el
límite de edad que estipula el Código de Derecho Canónico. Una de las tareas que
Benedicto XVI había iniciado consistía en la renovación de la Curia, integrada ya por
varios ancianos.
Es de resaltar el hecho de que el Santo Padre haya puesto su mirada en que ocupara
la Secretaria de Estado del Vaticano un hombre que trabajó cercanamente a él durante ocho
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años, pues el cardenal Bertone había sido Secretario de la Sagrada Congregación para la
Doctrina de la Fe. Había elegido también a un sacerdote religioso y no a un diocesano, pues
Don Tarcisio pertenece a la Sociedad de San Francisco de Sales de San Juan Bosco, mejor
conocidos como salesianos.
Se dice que los religiosos tienen más espiritualidad que los diocesanos; se dice que
Joseph Ratzinger siempre fue un cardenal sencillo y austero, más parecido a un fraile que a
un miembro del Colegio cardenalicio. Se dice que solía desplazarse en autobús, en bicicleta
o a pie y que desayunaba en un pequeño café como tantos hay en Roma, un café Capuchino
o un Espresso Late con un biscocho. Se dice también que su austeridad le permitió
mantenerse lejano a compromisos o simpatías que algunos suelen adquirir.
El nombramiento de Tarcisio Bertone se podía percibir como la elección de un
hombre sencillo, de trabajo, de fe y de oración, pero también de un teólogo profundo en su
formación, con licenciatura en Teología por la Facultad Salesiana de Teología de Turín y
doctorado en Derecho Canónico por el Pontificio Ateneo Salesiano.
En los meses siguientes seguiríamos conociendo más cambios en la Curia y en otros
organismos de la Santa Sede. Uno que ya sonaba era el referente a la Sala de Prensa,
dirigida por el Dr. Joaquín Navarro Valls durante 22 años y quien ya había presentado su
renuncia al Santo Padre. Faltaba por conocerse si había sido aceptada y, en su caso, quién le
sucedería.
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“Humo gris”
Por encima del techo exterior, de tejas de cerámica, de la capilla Sixtina del
Vaticano, sobresale la boca de la chimenea más famosa del mundo, caracterizada por ser el
instrumento mediante el cual, el Cónclave de Elección da a conocer, mediante el humo de
color blanco, que la Iglesia cuenta con un nuevo sucesor de Pedro, a quien minutos después
se le conoce cuando es presentado al Pueblo de Dios desde el Balcón de la Bendición de la
Basílica vaticana. Pero si el humo es de color negro significa que debe desarrollarse una
nueva votación, por parte de los cardenales electores, pues aún no se completa la mayoría
de votos requerida para elegir al Romano Pontífice.
El 2 de julio de 2006, se detallaban en Roma, los últimos arreglos para montar, en
otoño del mismo año, una exhibición que se tituló Habemus Papam y que mostraría la
historia bimilenaria de la Iglesia a través de la elección y muerte de los pontífices desde San
Pedro hasta Benedicto XVI. Ese era el objetivo de la exposición preparada por los Museos
Vaticanos, presentada en el espléndido marco del Palacio Valentini, sede de la Provincia de
Roma. La exposición, que se instaló en el Apartamento Pontificio del Palacio lateranense,
en la Basílica de San Juan de Letrán, permitió por primera vez al público admirar pinturas,
documentos raros, grabados, objetos y vestiduras de época, retratos y fotografías antiguas,
para ilustrar con detalle lo que es la Sede Vacante cuando el Papa ha muerto, y el Cónclave
como ceremonia de la elección papal con todos sus ritos.
La exhibición tuvo por objeto adicional la presentación correcta del ritual, de lo
sagrado, que la Iglesia católica ha definido a lo largo de los siglos para rendir el último
homenaje al Pontífice que muere y para elegir, escuchando el deseo del Espíritu Santo, a su
inmediato sucesor.
El Cónclave hunde sus raíces en la Edad Media, pues fue el Papa Nicolás II quien
fijó las primeras reglas para la elección del Pontífice con el decreto In nomine Domini, si
bien los procedimientos sufrieron distintas modificaciones a lo largo de los siglos, hasta
que en 1996, con la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis promulgada por
Juan Pablo II, se actualizaron las normas que regulan el tiempo entre la muerte de un Papa
y la elección del sucesor.
En México, el mismo domingo 2 de julio de 2006, luego de la jornada electoral, no
fue posible dar a conocer al Pueblo el resultado de las elecciones, ni siquiera una cifra, un
número, un porcentaje. Al día siguiente se manifestaron los inconformes, el martes se
escucharon las primeras protestas, el miércoles se presentaron amenazas y marchas. Creció
la incertidumbre, nadie sabía qué pensar y se estiraba una liga que amenazaba con
romperse. Todo había ido en paz pero esa misma paz se percibía asediada. Luego se
hicieron patentes los plantones, el secuestro del Paseo de la Reforma y del Zócalo. Después
todo se traducía en que había tres presidentes: un “Presidente Electo”, un “Presidente
Legítimo” y un “Presidente Espurio”. ¡Qué desastre, pobres mexicanos, pobres candidatos,
pobres partidos políticos, pobre democracia!. El humo no era blanco ni negro.
En su primer viaje apostólico, en 1979, el Papa Juan Pablo II había hecho saber que
“pesa sobre México una hipoteca social, pues lo que a unos les falta es lo que a otros les
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sobra”, y luego de 27 años sigue pesando la misma hipoteca social, aunque más acentuada,
más lastimosa y más injusta.
Mientras en Roma se preparaba una exposición sobre las elecciones de los sucesores
de Pedro, a México se le presentaba una factura pendiente que ya era necesario pagar, sobre
todo para purificar la conciencia de tantas omisiones cometidas en contra de la pobreza,
mientras empresarios, gobernantes y políticos permanecían instalados en sus puestos de
poder y de riqueza. Siempre un nuevo gobierno ha dicho que son las consecuencias de las
omisiones de gobiernos anteriores porque no cambiaron las estructuras injustas. El nuevo
Gobierno dirá lo mismo para que los puestos de poder y de riqueza se mantengan, aunque
las estructuras injustas no cambien.
Hace dos mil años Poncio Pilato se convirtió en cobarde cuando se lavó las manos
para no perder autoridad, y Judas Iscariote se transformó en un traidor cuando no supo
abandonar sus propias pretensiones.
Sabíamos entonces que Felipe Calderón debía gobernar consciente de que había
llegado el momento de lavar las conciencias para poder hacer todo lo que no se quiso en
gobiernos anteriores, pues durante su gobierno le acompañaría un humo gris electoral que
no mostraba preferencias, pero que puso en evidencia la división en la que México vivía. 57
“El Padre Federico Lombardi” Salir temprano y tomar un café espresso asegura estar animoso para recorrer las
calles de Roma hasta llegar al Vaticano para cruzar la Porta di Santa Anna, saludar a los
guardias suizos, siempre atentos, e indicarles que uno dirige sus pasos hacia el Centro
Televisivo Vaticano para cumplir con un appuntamento previamente establecido con su
Direttore Generale, el Padre Federico Lombardi. En su oficina se toman los acuerdos para
continuar con el ministerio confiado de informar en México, por prensa, radio y televisión,
sobre cómo se desarrolla, en Roma y en el mundo, el pulso del Papa.
Siempre amable, dispuesto y de permanente buen humor a pesar de sus múltiples
ocupaciones, pues además se desempeña como Director General de la Radio Vaticana y de
la Sala de Prensa de la Santa Sede, el Padre Lombardi mantiene una sonrisa que ilumina un
rostro que refleja la inteligencia que plasma en sus editoriales semanales, profundamente
analíticos y expresivos de la realidad de la Iglesia en el mundo.
La Radio Vaticana se encuentra al inicio de la Vía della Conciliazione justo frente al
Castello di Saint Angelo, en tanto que el Centro Televisivo se halla dentro de los muros del
Vaticano. La Sala Stampa o Sala de Prensa de la Santa Sede está situada entre la Radio y la
Televisora del Papa, también sobre la Vía de la Conciliación. Estos tres organismos
trabajan para dar respuesta al mandato que el Señor entregó a sus apóstoles luego de su
Resurrección: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a todas las naciones.
Quien crea se salvará”. ¿Qué mejor trabajo se puede desempeñar?
A partir del martes 11 de julio de 2006, Federico Lombardi, de 65 años de edad y
sacerdote de la Compañía de Jesús, fue nombrado por Benedicto XVI, Director de la Sala
de Prensa de la Santa Sede. Seguiría dirigiendo, además, el Centro Televisivo Vaticano y la
Radio Vaticana.
El Santo Padre había aceptado la renuncia del Dr. Joaquín Navarro Valls al mismo
cargo, que desempeñaba desde 1984. Fueron 22 años de un trabajo impecable que se volvió
magistral mientras iba informando puntualmente de la agonía de Juan Pablo II, su muerte,
sus funerales, y del Cónclave que eligió al cardenal Joseph Ratzinger como Romano
Pontífice. Fue un servicio informativo entregado a los medios de todo el mundo y de
diversas lenguas, presentes en Roma unos y a la distancia otros, pero siempre demandando
la información que la Sala de Prensa les entregaba oportunamente, a veces en propia voz,
marcada e interrumpida por la emoción, de su Director.
Luego de servir a Benedicto XVI en los primeros quince meses al mando de la
Barca de Pedro, el Dr. Navarro Valls declaró que:
“Estoy muy agradecido al Santo Padre por haber aceptado mi disponibilidad,
manifestada diversas veces, para dejar el cargo de Director de la Oficina de Prensa
de la Santa Sede después de tantos años”. Luego agregó que “Soy consciente de
haber recibido en estos años mucho más de cuanto haya podido dar e incluso de
cuanto ahora sea capaz de entender plenamente”.
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Por su parte, en su primera tarea al frente de la Sala de Prensa más famosa del
mundo, el Padre Federico Lombardi ha dirigido una carta a los periodistas acreditados ante
ese organismo vaticano, en la que, entre otras cosas les dice:
“Trabajo desde hace tiempo, como ustedes, para que la actividad del Santo
Padre y la realidad de la Iglesia sean conocidas y comprendidas de forma objetiva y
adecuada. Pueden contar con el empeño que pondré, con mis límites pero con todas
las fuerzas disponibles, en servir al Santo Padre y al buen trabajo de ustedes”.
Enmarcado por este nombramiento, emanado del Santo Padre, se situó el feliz
anuncio, pronunciado por Benedicto XVI desde Valencia, España, el domingo 9 de julio,
cuando daba a conocer que México sería sede del VI Encuentro Mundial de las familias,
programado para el año 2009. Se pensó de inmediato que con probabilidad el Papa
Ratzinger estaría en México del 16 al 18 de enero, en la que sería la sexta visita del Vicario
de Cristo a esta tierra que siempre le espera con amable disposición para recibirle. Faltaba
conocer el aviso oficial, luego del protocolo necesario, que sería dado a conocer
precisamente por la Sala de Prensa de la Santa Sede.
Mientras tanto, durante los dos años siguientes, algunos sectores eclesiásticos y
algunos informadores estuvieron afirmando constantemente, con exagerada vehemencia,
que el Papa vendría a México. En agosto de 2008 el Padre Lombardi tuvo que desmentirlos
mediante una entrevista. Era mejor decir la verdad que dejar crecer una esperanza falsa
porque era incierta.
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“El Papa y el Líbano” Líbano es un país que ocupa un territorio sembrado de árboles, los conocidos
“cedros de Líbano”, que configuran el escudo nacional y la bandera. En ese pequeño país,
cuya capital es Beirut, una de las más hermosas ciudades del mundo, conviven, sin el
mínimo problema, libaneses que profesan la Fe en Jesucristo, unos, y la religión de
Mahoma, otros. Su convivencia ha llegado a ser tan cuidadosa que han procurado que en su
Congreso de representantes se mantenga equilibrado el número de legisladores cristianos y
de musulmanes.
“Quien no tenga un amigo libanés, que se lo consiga” es una frase que se le atribuye
a Adolfo López Mateos, siendo Presidente de México, cuando se refirió por propia
experiencia, al alto valor que a la amistad le conceden los libaneses, a su fidelidad con los
amigos y a las constantes muestras de afecto que suelen presentar en su trato.
México abrió sus puertas a los libaneses cuando, por los conflictos que se vivía en
su país, convulsionado por la guerra, se vieron obligados a salir para emprender una hégira
a otros países que les aseguraban una vida de paz. Aquellos que aquí llegaron “con una
mano adelante y la otra atrás” establecieron comercios, trabajaron, produjeron y nos
trajeron parte de su cultura, entre ella su comida, tan exquisita como su música y su danza.
Los mexicanos estamos agradecidos con gente de origen libanés tan talentosa como Joaquín
Pardavé, Gaspar Henaine “Capulina”, Mauricio Garcés y Antonio Trabulse; con personas
tan creyentes y que gracias a su Fe nos dejaron a sacerdotes como Camilo Maccise, George
Saad, Rafael Checa y Bernardo Chehaibar; a hombres tan trabajadores y productivos como
los Slim, Kuri y Helú.
Después de años de paz, Líbano se había ensombrecido por la guerra, tan dolorosa
en aquella nación que mucho aprecia y valora la paz. En julio de 2006 les bombardearon
sus ciudades, su aeropuerto, sus casas, comercios, fábricas y calles. En sólo siete días se
destruyó a un país y diariamente sabíamos de heridos, de mutilados y de muertos. Nos
sentíamos impotentes por no hacer nada mientras veíamos y sabíamos que a nuestros
amigos libaneses se les agredía en su propia tierra con bombas y misiles lanzados a larga
distancia.
El Papa Benedicto XVI, quien se encontraba de descanso en el Valle de Aosta, en la
pequeña casa de Les Combes, se había reunido por la mañana del domingo 16 de julio con
más de cinco mil personas de la localidad, que acudieron a rezar con él la oración mariana
del Ángelus en el jardín frente al pórtico de la casa. Al término de la oración el Papa afirmó
que las noticias procedentes de Tierra Santa eran para todos “un motivo de nuevas y graves
preocupaciones, en particular por la expansión de acciones bélicas también en Líbano, y
por las numerosas víctimas entre la población civil”.
El jueves 20, ante el empeoramiento de la situación, la Oficina de Prensa de la Santa
Sede comunicaba que:
“El Santo Padre sigue con gran preocupación el destino de todas las
poblaciones interesadas y proclama para el próximo domingo 23 de julio, una
60
jornada especial de oración y penitencia, invitando a los pastores y a los fieles de
todas las iglesias particulares, así como a todos los creyentes del mundo, a implorar
de Dios el don precioso de la paz” agregando que “en particular, el Sumo Pontífice
desea que se eleve la oración al Señor para que cese inmediatamente el fuego entre
las partes, se instauren inmediatamente pasillos humanitarios para poder llevar
ayuda a las poblaciones que sufren y se inicien después negociaciones razonables y
responsables, para poner fin a situaciones objetivas de injusticia existentes en
aquella región”, tal y como ya había indicado el Papa en el Ángelus del domingo 16
de julio. El comunicado luego abundaba en su contenido cuando indicaba que “en
este doloroso momento, Su Santidad dirige también un llamamiento a las
organizaciones caritativas para que ayuden a todas las poblaciones afectadas por
este despiadado conflicto”.
De Líbano proviene la Iglesia Católica-Maronita, en comunión con el Obispo de
Roma, que ha aportado grandes santos ya canonizados, como San Charbel, San Nemetalá y
Santa Rafqa. Esta Iglesia católica de rito oriental mantiene presencia en México a través de
su Eparquía con sus dos iglesias: Nuestra Señora de Balvanera, en el centro histórico; y
Nuestra Señora de el Líbano en Churubusco.
En aquellos días dolorosos para la comunidad libanesa, muchos mexicanos nos
sumamos a la Jornada de Oración y Penitencia que el Papa había proclamado y muchos
enviamos recursos de asistencia humanitaria a la embajada, al Centro libanés y a la
Eparquía maronita.
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“¡Danos la paz hoy!”
Mientras sobre Líbano continuaba una lluvia de misiles y bombas, resultado de la
furia con la que Israel respondía desproporcionadamente a un conflicto de origen añejo, el
Papa Benedicto XVI imploraba por la paz con una voz cada vez más fuerte y enérgica.
Líbano se encontraba sitiado desde tierra, mar y aire. Israel había bombardeado el
aeropuerto, los puertos de Beirut, Tiro, Sidón, Trípoli y Jounieh, todos los puentes del país
y las carreteras. También bombardeó los pueblos del sur, había provocado el desalojo de
sus viviendas a más de 600,000 personas; había bombardeado el faro de Beirut, las
centrales de electricidad, la central telefónica y la autopista internacional.
El 12 de julio de 2006, un grupo de Hezbollah había atacado a una unidad militar
israelita y capturado a dos soldados. A raíz de esto, Israel anunció que ese ataque era una
declaración de guerra, responsabilizando al Líbano sobre lo sucedido, aunque el consenso
de las naciones había calificado esa guerra como desproporcionada, en respuesta a lo
sucedido el 12 de julio porque fue un ataque que contradice las normas humanitarias del
Derecho Internacional.
El gobierno libanés, por su parte, había ratificado que no estaba al tanto del ataque,
que no lo amparaba y que no se hacía responsable del mismo. Pero a Israel no le bastó con
responder a dicho ataque y declarar la guerra al Líbano, sabiendo que no posee una fuerza
militar similar o proporcional a la israelí para afrontarla. Sin embargo, Israel sabe bien que
el gobierno democrático libanés no actuó con mala intención, pues el Primer Ministro del
Líbano había viajado a Washington y a la sede de la ONU con la intención de encontrar una
solución, por la vía pacífica, a la cuestión de la Franja de Chebaa, tierra libanesa ocupada
por Israel.
Por otra parte, el gobierno libanés estaba tratando, a través de un dialogo nacional,
de cumplir con las obligaciones de la Resolución 1559, en lo que se refiere al desarme de
los militares libaneses y no libaneses, y de desplegar el poder del gobierno sobre todas las
tierras libanesas; diálogo que contó con el apoyo de todos los países, incluso el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas y de los Estados Unidos. En esos momentos había
millares de ciudadanos aislados en zonas a las que era imposible llegar, y que a su vez
estaban desprovistas de agua, alimentos y medicamentos. Guerra, muerte y destrucción no
habían resuelto nada hasta entonces. El diálogo a través de las Naciones Unidas, era la
única vía correcta para detener la lluvia de misiles, pero no logró prosperar. Mientras tanto,
el conflicto armado continuaba. Hezbollah había seguido lanzando cohetes contra ciudades
israelíes cercanas a la frontera, mientras que Israel había reanudado los bombardeos contra
los barrios del sur de Beirut.
En la región de Baalbeck, varias aldeas y ciudades habían sido atacadas por aviones
israelíes, que habían destruido fábricas, viviendas y lugares de culto. Los barrios del sur de
Beirut quedaron casi destruidos por completo, al considerarlos Israel feudos de Hezbollah.
El Papa Benedicto XVI, por su parte, había manifestado la postura de la Santa Sede
al reafirmar “el derecho de los libaneses a la integridad y a la soberanía de su país, el
derecho de los israelíes a vivir en paz en su Estado, y el derecho de los palestinos a tener
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una Patria libre y soberana”. Además había presentado un llamamiento a las partes en
conflicto para que cesara inmediatamente el fuego y permitiesen el envío de ayuda
humanitaria, y para que, con el apoyo de la comunidad internacional, se busquen caminos
para comenzar las negociaciones”.
El Santo Padre también había presentado su particular cercanía con “las poblaciones
civiles inertes, injustamente dañadas por un conflicto en el que no hay más que víctimas:
tanto las de Galilea, obligadas a vivir en los refugios; como la gran multitud de los
libaneses, que una vez más, ven destruido su país y han tenido que dejarlo todo y escapar a
otros lugares”.
El Papá además había elevado “una dolorosa oración para que la aspiración a la paz
de la gran mayoría de las poblaciones pueda realizarse cuanto antes, gracias al empeño
común de los responsables. Renuevo también mi llamamiento a todas las organizaciones
caritativas para que lleven a aquellas poblaciones la expresión concreta de la solidaridad
común” y había implorado: “!Que María, Reina de la paz, interceda por nosotros!”
Requiere mención especial la solicitud, en términos de angustia, que el Papa había
presentado a Dios cuando textualmente había implorado: “Señor, líbranos de todos los
males y danos la paz; no mañana o pasado mañana, danos la paz hoy !”.
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“El verano en Castelgandolfo” Estando en Roma basta con salir en automóvil por el sudeste de la ciudad y recorrer
media hora de trayecto para llegar a la antigua Alba Longa, ciudad de Lacio, para llegar al
Palacio Apostólico de Castelgandolfo. Si se procura llegar en domingo, un poco antes del
mediodía y en el mes de agosto, lo más probable es que se pueda tener un encuentro con el
Santo Padre en el patio interior y rezar con él la devoción mariana del Ángelus, para luego
recibir la Bendición Apostólica; una tradición que comienza por iniciativa del Papa beato
Juan XXIII, cuyo cuerpo yace en un féretro de cristal colocado en el interior de la Basílica
de San Pedro.
El Papa Benedicto XVI había estado desde el 11 de julio en les Combes de Introd,
en el Valle de Aosta, hasta que el viernes 28 de julio concluyó su periodo de descanso
correspondiente al año 2006. Ese mismo día el Pontífice se trasladó al Palacio Apostólico
de Castelgandolfo. Al llegar, el Papa saludó a los peregrinos reunidos para darle la
bienvenida. “Estoy feliz de estar en su bellísima ciudad”, afirmó el Papa, y dio a conocer
que permanecería allí durante el resto del verano.
En Roma, mientras tanto, se vivía el periodo del Ferragosto conocido así por ser el
tiempo de mayor calor en la ciudad; un calor sofocante e insoportable, al grado de que
dicen algunos, que si se arroja un huevo a la banqueta, allí queda frito; en tanto que otros,
que deben permanecer en Roma por sus ocupaciones, aprovechan los fines de semana para
ir a la estación del tren en Términi y pedir un boleto “a donde sea que no haya calor” para
luego regresar el domingo por la tarde.
El mes de agosto es propicio para visitar Roma con poco dinero, pues los hoteles
disminuyen sus tarifas sustancialmente ya que el turismo también baja de manera notable.
Una ventaja es que las chicas romanas lucen verdaderamente hermosas pues el abrigo y la
bufanda se quedan guardados en el ropero.
Debido al ferragosto es que surge la costumbre de que el Papa resida en
Castelgandolfo mientras el clima se torna más amable en la Ciudad Eterna, aunque no deja
de acudir a Roma los miércoles para celebrar la Audiencia General con los peregrinos que
viajan para encontrarse con él. Puede trasladarse en automóvil o en helicóptero, aunque
otras veces se queda en Castelgandolfo y allí celebra la tradicional Audiencia de los
miércoles.
En Castelgandolfo el Papa continúa trabajando, contrario a lo que algunos piensan,
pues aunque pase sus días en la Residencia de verano, ello no implica que el Pontífice se
encuentre de vacaciones. Su periodo de descanso de ese año había terminado el viernes y
luego continuó con sus ocupaciones. Allí también tienen lugar las audiencias públicas y
privadas así como la plena actividad pontificia.
Ese lugar donde entonces se encontraba Benedicto XVI tomó su nombre de la
familia Gandulfi, natural de Génova, quienes edificaron hacia el año 1200 una pequeña
fortaleza amurallada cuadrada, con un patio interno, varias torres y un jardín. Castelgandolfo significa pues, “Castillo de los Gandolfi”. En el siglo XVI la propiedad perteneció
a la familia Savelli hasta que en 1596 pasó a manos del Papa Clemente VIII como pago de
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una deuda de los mismos Savelli. En 1604 el Pontífice declaró que fuese patrimonio de la
Santa Sede.
En 1623 el Papa Urbano VII decidió convertir la fortaleza en casa de verano e hizo
las adaptaciones y ampliaciones propias. El Papa Clemente XI (1700-1721) otorgó a la
propiedad el título de “Villa pontificia”. A consecuencia del Tratado Lateranense entre
Italia y la Santa Sede, la Villa Barberini pasó a ser parte de Castelgandolfo y en 1929 el
Papa Pío XI restauró los edificios, recuperó los antiguos terrenos y compró varios huertos
con el propósito de producir bienes, lo que elevó la extensión de la propiedad a 55
hectáreas. Así, Castelgandolfo es más grande que la Ciudad Estado del Vaticano, pues ésta
sólo tiene 44 hectáreas. Pío XII murió allí en 1958 y Paulo VI en 1978.
En la granja se produce diariamente huevos, leche de 25 vacas y yogurt; también
aceite de olivo. Estos bienes se destinan a los palacios apostólicos en Castelgandolfo y en
Roma y se venden en el supermercado del Vaticano. En Castelgandolfo trabajan 60
personas durante todo el año y solamente 20 de ellos viven en el lugar.
El Papa Benedicto XVI, durante el verano, había pedido una vez más el cese del
fuego contra Líbano y había implorado por que llegara la paz a Oriente Medio, en aquellos
días, desde Castelgandolfo. 65
“El Islam nunca grita”
Desproporcionada fue la respuesta del mundo islámico al discurso que el Papa
Benedicto XVI pronunciara el martes 12 de septiembre de 2006 en la Universidad de
Ratisbona, en su natal Alemania, pues verdaderamente no hubo intención de ofender, ni a
los seguidores del profeta Mahoma, ni al contenido de su práctica religiosa.
Ante la posibilidad de que el Papa hubiese cometido una imprudencia, cuando no
una provocación, la pregunta que durante aquellos días había prevalecido se refería a saber
porqué tuvo que referirse al Islam y a escudriñar la posibilidad de que no supiera calcular
sus propias palabras. Sin embargo no fue así, pues sus expresiones tuvieron lugar en un
ambiente universitario, entre académicos y en referencia a un acontecimiento histórico.
Fueron casi dos semanas de intensa actividad diplomática por parte de la Santa Sede
en varios intentos por bajar presión a la crisis que entonces se vivió en la Ciudad de El
Vaticano y concretamente en la persona del Romano Pontífice. La diplomacia vaticana,
caracterizada por su extraordinario refinamiento, trabajó a todo lo que da para evitar que la
crisis se saliera de control y se derivara en actos de terrorismo o de violencia extrema hacia
la cristiandad.
El sábado 16, el cardenal Tarcisio Bertone, flamante Secretario de Estado, pues
apenas había tomado posesión de su cargo el viernes 15, presentaba al mediodía una
declaración en la que definía que la posición del Papa sobre el Islam es la expresada en el
documento del Concilio ecuménico Vaticano II Nostra aetate que dice “La iglesia mira con
aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios” y que, por lo tanto, “el Santo Padre
está profundamente disgustado por el hecho de que algunos pasajes de su discurso hayan
podido sonar como ofensivos para la sensibilidad de los creyentes musulmanes y hayan
sido interpretados de una manera que no corresponde en absoluto a sus intenciones”.
En la misma declaración, con un acento afectuoso y amable, el cardenal Secretario
de Estado agregaba que “Al confirmar su respeto y estima por quienes profesan el Islam, el
Papa desea que se les ayude a comprender en su justo sentido sus palabras para que, una
vez superado este momento difícil, se refuerce el testimonio en el único Dios, viviente y
subsistente, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres y la colaboración
para promover y defender unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad
para todos los hombres”.
El domingo 17, antes de rezar el Ángelus con los peregrinos reunidos en el patio del
Palacio Apostólico de Castelgandolfo, Benedicto XVI recordó su reciente viaje a Baviera y
personalmente, en un nuevo intento por disminuir la tensión, dijo que “En este momento
sólo deseo añadir que me siento profundamente apenado por las reacciones suscitadas por
un breve pasaje de mi discurso en la Universidad de Ratisbona, considerado ofensivo para
la sensibilidad de los creyentes musulmanes, mientras se trataba de una cita de un texto
medieval, que no expresa de ninguna manera mi pensamiento personal”.
“Ayer el cardenal secretario de Estado –dijo el Santo Padre- hizo publica una
declaración en la que explicaba el sentido auténtico de mis palabras. Espero que sirva para
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calmar los ánimos y aclarar el verdadero significado de mi discurso, que en su totalidad era
y es una invitación al diálogo franco y sincero, con gran respeto recíproco”.
Finalmente, el miércoles 20 de septiembre, durante la Audiencia General celebrada
en la Plaza de San Pedro, del Vaticano, en la que con certeza ha sido la Audiencia más
esperada en lo que va de su pontificado, Benedicto XVI, poco sonriente, pero con
apariencia sosegada, se refirió en varias lenguas al conflicto que se suscitara la semana
anterior y dijo que “En Regensburg he encontrado a los estudiantes y profesores de la
universidad, reflexionando sobre la relación entre la fe y la razón. Lamentablemente, en
este contexto se ha producido un malentendido, al explicar que la religión no va a la
violencia, sino a la razón. Mi verdadero pensamiento se desprende claramente también de
otros pasajes, como cuando en Munich, con gran respeto por las grandes religiones del
mundo, también por los musulmanes que adoran a un único Dios, he subrayado la
importancia de respetar lo sagrado y la importancia del diálogo interreligioso y la
colaboración común a favor del bien común, la justicia social y los valores morales”.
En medio de la crisis, resultaron evidentes las maneras violentas con las que el
Islam reaccionó, pues aunque lo quieran negar, desde el siglo VII la espada ha sido su
argumento, como el de quien a gritos proclama: “!yo nunca grito!”.
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“El verdadero enemigo a vencer”
Verdaderamente el Papa Benedicto XVI ha sorprendido con una estrategia de esas
que son llamadas “de tres bandas”. Meditó, calculó y ejecutó estupendamente, desde su
tierra natal Baviera, en la Universidad de Ratisbona, desde un escenario que le es propicio y
durante un viaje pontificio fuera de Italia, lo que provocara que muchos pensaran que el
Papa había cometido una imprudencia. Pero no fue así.
El Santo Padre “le puso el cascabel al gato” y luego regresó a Castelgandolfo a
esperar la respuesta. Se mantuvo sereno para medir cada momento. Al quinto día
comenzaron las protestas y él respondió de inmediato que su intención no era ofensiva. En
efecto, el Papa nunca quiso ofender a los musulmanes. Su propósito era convocarlos,
provocando su atención al estilo de ellos, para un encuentro.
El nuevo Secretario de Estado, el cardenal Tarcisio Bertone, se estrenaba en el cargo
con una personal defensa del Pontífice citando el documento del Vaticano II, Nostra Aetate,
para indicar que la postura del Papa no era distinta al documento. El nuevo Secretario para
las Relaciones con los Estados, Dominique Mamberti, desde Sudán explicaba que “el Papa
había hecho una lectura rápida de su discurso”. Pero Benedicto XVI observaba todo y a
todos, a los musulmanes extremistas y a los moderados. También a los de casa, a sus
colaboradores cercanos, midiendo las respuestas del todo y de todos. Mientras tanto,
algunos fundamentalistas quemaban su efigie y le amenazaban de muerte.
Sabedor de que su intención no era ofender, y consciente de no haber cometido una
imprudencia, el Papa nunca pidió perdón ni se excusó. Sabía que su estrategia avanzaba
positivamente según sus cálculos. Finalmente llegó el anuncio del Portavoz vaticano, el
Padre Federico Lombardi, cuando daba a conocer que el Papa se reuniría el lunes 25 de
septiembre de 2006, en el Palacio Apostólico de Castelgandolfo, con los representantes de
países de mayoría musulmana que mantienen relaciones diplomáticas con la Santa Sede.
Había llegado el desenlace calculado por el Papa Ratzinger, cuando al fin, en medio
de una aparente crisis y ante los jefes de las misiones de Kuwait, Jordania, Pakistán, Qatar,
Costa de Marfil, Indonesia, Turquía, Bosnia-Herzegovina, Líbano, Yemen, Egipto, Irak,
Senegal, Argelia, Marruecos, Albania, Liga de los Estados Árabes, Siria, Túnez, Libia, Irán
y Azerbaiyán, así como 14 miembros de la Consulta Islámica en Italia y dos representantes
del Centro Islámico Cultural de Italia y de la Oficina de la Liga Musulmana Mundial,
pronunció de viva voz y al momento de saludarles, el objetivo de su estrategia, cuando
aseguró que había deseado ese encuentro “para consolidar los lazos de amistad y de
solidaridad entre la Santa sede y las comunidades musulmanas del mundo”, para luego
resaltar “toda la estima y el profundo respeto que nutro por los creyentes musulmanes”.
Y allí estaba Joseph Ratzinger en pleno, congregando al mundo islámico, tendiendo
la mano que se convertía en un abrazo fraterno y ante la mirada de quienes hasta entonces
comenzaban a comprender el significado de los últimos acontecimientos.
Benedicto XVI se revelaba, además del gran teólogo que ya es, como un
extraordinario estratega que parece cerrar el puño para luego dar una caricia. Lo que ningún
ejército hubiese conseguido, el Papa Ratzinger lo obtuvo a partir de su discurso en
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Ratisbona, y en su ulterior caricia todavía se permitió el gozo de recordar que ya desde el
inicio de su pontificado había expresado el deseo de que “se sigan consolidando puentes de
amistad con los fieles de todas las religiones, con un particular aprecio por el crecimiento
del diálogo entre musulmanes y cristianos”.
En una semana el Papa había conquistado al Islam. Faltaba definir las tareas y así
fue cuando señaló que “el diálogo interreligioso e intercultural constituye una necesidad
para construir juntos el mundo de paz y de fraternidad ardientemente deseado por todos los
hombre de nueva voluntad” para luego agregar que “por eso, es necesario que, fieles a las
enseñanzas de sus propias tradiciones religiosas, cristianos y musulmanes aprendan a
trabajar juntos”.
El acuerdo estaba tomado. La alianza se había sellado. Faltaba ponerle nombre al
enemigo a vencer, y lo hizo: “Mientras crecen las amenazas contra el ser humano y contra
la paz, al reconocer el carácter central de la persona humana y al trabajar sin descanso para
que la vida humana sea respetada, cristianos y musulmanes manifiestan su obediencia al
Creador, cuya voluntad es que todos los seres humanos vivan con la dignidad que les ha
dado”.
Al término del encuentro, el Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz,
fascinado y valeroso concluía; “el verdadero enemigo de la Iglesia no es el Islam, sino la
sociedad secularizada”.
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“Del odio al amor”
El Papa Benedicto XVI se reunió en el Palacio apostólico de verano, en
Castelgandolfo, con los 22 embajadores de los países de mayoría musulmana. Más de la
mitad de ellos habían acudido expresamente desde el extranjero, pues no residen en Roma,
lo que da cuenta de lo bien acogida que fue la invitación de la Santa Sede. El encuentro no
se centró en explicaciones del ya famoso discurso pronunciado por el Pontífice en la
Universidad de Ratisbona, sino en la importancia del diálogo entre cristianismo e Islam y
sus principios esenciales.
El encuentro en Castelgandolfo fue el lunes 25 de septiembre de 2006 y apenas dos
días después Monseñor Giovanni Lajolo, desde la tribuna de la Asamblea general de la
ONU, en Nueva York, en un amplio discurso sobre las “Vías para la paz” volvió sobre las
afirmaciones fundamentales del Papa y dijo que “No son la religión y la violencia, sino la
religión y la razón las que van juntas”.
Lo que había comenzado a suceder no era otra cosa que la evidencia y la
confirmación de que el comentadísimo discurso que el Papa pronunciara en Regensburg,
Alemania, el 12 de septiembre, había logrado al fin, y luego de tres semanas, alcanzar sus
objetivos. ¿Cuáles fueron?
Se pueden puntualizar en tres:
1.- “Separar radicalmente el nombre de Dios del uso de la violencia y
resaltar la necesidad del diálogo y de un verdadero respeto entre las religiones. Así
como Dios no camina de la mano de la violencia, las religiones tampoco pueden
hacerlo entre ellas”.
Las reacciones de algunos grupos musulmanes, a partir del discurso, pero
antes del encuentro en Castelgandolfo, pudiesen parecer desproporcionadas y
separadas con el concepto universal que de Dios se tiene. Sin embargo, es cotidiano
encontrar en algunos ámbitos cristianos, la figura de un Dios que es castigador y de
rápido y fácil enojo, ambientes que parecen olvidarse de que el Dios de Jesucristo es
el Dios que es Padre, que perdona y que ama, pero que como también es justo, pide
cuentas. Sus cuentas, no obstante, no parten de la violencia sino de la paz; no del
odio, sino del amor.
2.- “Reafirmar que los intentos por separar lo sagrado de la vida de la
sociedad son las verdaderas causas de tensión y de violencia”.
En Europa, en América y ahora en México, a partir del ya conocido
materialismo y más recientemente, del relativismo, se vive una especie de consigna
de secularización de la sociedad. El intento de matar a Dios reaparece luego de dos
mil años y se traduce en burlarse de la Fe, desprestigiar al cristianismo y mofarse de
las religiones. Se ha hecho de los sacerdotes el objeto de desprestigios,
difamaciones y calumnias. También de los obispos y hasta del Papa. Se ha perdido
70
el respeto por lo sagrado, por lo que es de Dios. La consecuencia, es pues, la
proliferación de la violencia.
3.- “El establecimiento de una alianza entre cristianos y musulmanes que
permita poner límites a la hegemonía económica y militar de una potencia mundial
única”.
Juan Pablo II fue Pontífice en los tiempos de la guerra fría, cuando dos
grandes potencias se jugaban la paz mundial. El orbe estaba dividido por el
capitalismo norteamericano y por el comunismo soviético. Al caer la cortina de
hierro ganaron terreno los Estados Unidos, que sabedores de ser una potencia única,
vertiginosamente se transformaron en un Estado que parece despreciar al conjunto
de naciones cuando pasa por sobre los convenios y tratados internacionales. Invaden
países con guerras unilaterales y atacan naciones en forma desproporcionada e
injustificadamente. Es la única nación que hasta ahora ha detonado bombas
nucleares que asesinaron a las poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki, únicas
ciudades cristianas del Japón. Sin embargo ahora se dicen víctimas de un
“terrorismo islámico”.
De los puntos expresados, se deduce que las religiones, a iniciativa de la Santa Sede,
habían comenzado a retomar sus funciones de manera amplia en lo que se refiere a vigilar,
provocar y hacer respetar los derechos del ser humano considerando también los derechos
de Dios, porque Dios también tiene derechos, aunque suene extraño afirmarlo a
consecuencia de las formas de exclusión de la divinidad que ya se han hecho patentes.
El principal Derecho de Dios es la justicia, porque Dios, siendo justo, ajusta a quien
no le reconoce. Otro Derecho de Dios es la verdad, para que reconociéndolo, se pueda
conservar la adecuación de la inteligencia con la realidad.
Antes de que puedan ser aplastadas la justicia y la verdad, el Papa Ratzinger había
logrado convocar al Islam, para que juntos lograran dar el primer gran paso… del odio… al
amor.
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“Una incómoda acomodada”
A un Santo Patrono se le encomienda a su cuidado a un grupo de personas o una
obra específica, porque ese Santo ha encarnado en su vida los ideales que aspiran alcanzar
quienes se hallarán bajo su protección. Así, por ejemplo, San Francisco Javier, de quien se
dice que se le dormía el brazo de tanto bautizar, es el Patrono de las Misiones; San José,
esposo de la Virgen María y sustento de la Sagrada Familia, es el Patrono del Hogar y del
Trabajo; Santa Juana de Arco, defensora de su patria ante la invasión británica, es Patrona
de Francia. En consecuencia se entiende, que los misioneros deben bautizar; los padres,
trabajar para el sostenimiento de sus familias y los franceses luchar por la soberanía de
Francia. Así es como se comprende la figura de un Santo Patrono y así se justifica también
su nombramiento.
San Rafael Guízar y Valencia, canonizado por Benedicto XVI el domingo 15 de
octubre de 2006 en la Plaza de San Pedro del Vaticano, fue declarado Santo Patrono de los
obispos de México, iniciativa a la que se sumaron los obispos de Latinoamérica, por lo que
desde entonces, tanto la Conferencia del Episcopado Mexicano, la CEM por sus siglas,
como el Consejo Episcopal Latinoamericano, el CELAM, por las suyas, cuentan ya con su
Santo Patrono, lo que significa que los obispos de México y los de América Latina
consideran como modelo de sus ideales a San Rafael Guízar, pues lo tienen ya por su Santo
Patrono. Se entiende con ello que todo obispo latinoamericano deberá imitarlo en su
virtudes, sin soslayar que el modelo primario a imitar, siempre es y será Cristo-Jesús.
De la misma manera lo dio a entender el Santo Padre, luego del ritual de
canonización, cuando sentenció: “Que el ejemplo de San Rafael Guízar y Valencia sea un
llamado para los hermanos obispos y sacerdotes a considerar como fundamental en los
programas pastorales, además del espíritu de pobreza y de la evangelización, el fomento de
las vocaciones sacerdotales y religiosas, y su formación según el corazón de Cristo”.
¿Qué hizo San Rafael para ser considerado por el Papa como un ejemplo y un
llamado a obispos y sacerdotes?. Lo explicó durante la homilía cuando mencionó que
“imitando a Cristo pobre, se desprendió de sus bienes y nunca aceptó regalos de los
poderosos, o bien los daba enseguida” para luego añadir que “por ello recibió cien veces
más y pudo ayudar así a los pobres, incluso en medio de persecuciones sin tregua. Su
caridad vivida en grado heroico hizo que le llamaran el Obispo de los Pobres”.
Se entiende pues, que San Rafael Guízar es Patrono de los obispos, por su cercanía
con los pobres y su desprendimiento de los regalos de los poderosos; pero no es ésta la
única razón, ya que Benedicto XVI enfatizó que “en su ministerio sacerdotal y después
episcopal, fue un incansable predicador de misiones populares” y señaló que una de sus
prioridades era “la formación de los sacerdotes”, por lo que citó las palabras del Santo
cuando afirmaba que: “a un obispo le puede faltar mitra, báculo y hasta catedral, pero
nunca le puede faltar seminario, porque del seminario depende el futuro de la diócesis”.
En el Episcopado mexicano hay más o menos cien obispos, en activo son alrededor
de ochenta. Con la gran mayoría se pueden tener gratísimas experiencias, amables
conversaciones y obtener respuestas oportunas y amables. Se les suele percibir actitudes
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pastorales con expresiones muy similares a las de su Santo Patrono y muchos de ellos
tienen entre sus prioridades el desarrollo de sus seminarios. Sin embargo hay otros, muy
pocos contados, que no son así.
El Papa Benedicto XVI no tolera, y bien se le ha notado ya, a los obispos y
sacerdotes que se dejan influir por el poder económico, político o social, porque sabe que
abandonan a sus sacerdotes y a las iglesias de sus diócesis, porque no celebran Misa si no
es en su catedral, porque no visitan las parroquias pobres de su territorio episcopal y porque
están ocupados en viajar a Roma para ganar cargos, cuando no algún ascenso, o conseguir
privilegios personales, en lugar de beneficios para su rebaño.
Para los buenos obispos, comprometidos en el Anuncio del Evangelio y en el
cuidado de los fieles, San Rafael Guízar resulta ser un Santo Patrono ideal y oportuno; pero
para los obispos que han cambiado a Cristo por dos o tres amigos ricos y poderosos, para
aquellos que cuando saludan ya no miran a los ojos, para ellos… el nombramiento del
“Obispo de los Pobres” como “Santo Patrono” puede recibirse como una incómoda
acomodada.
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“Discurso en Verona”
El Santo Padre había viajado a la ciudad de Verona, en Italia, con motivo de la
Convención Eclesial Italiana, en lo que había sido una visita que bien puede considerarse
como una consecución de las grandes innovaciones en la Iglesia que esta suscitando este
pontificado.
En un discurso realmente denso, que pronunciara en la Feria de Verona, la mañana
del 19 de octubre de 2006, frente a los 2,700 delegados de la Convención de la Iglesia de
Italia, el Papa presentó un llamado a hacer frente a la creciente secularización de la
sociedad que parece estar en una especie de campaña para excluir a Dios de la vida pública.
Además ha llamado a afrontar el “riesgo de unas elecciones políticas y legislativas
contrarias a los principios éticos enraizados en la naturaleza humana”.
Este discurso quedará como un punto de referencia para el camino de la Iglesia
durante los próximos años. Aunque se refirió a la Iglesia de Italia, sus temas, característicos
del magisterio de Benedicto XVI, se conectan a la Iglesia en Europa y en el mundo. Caso
similar a la cita del Papa, había sido el triste espectáculo entonces vivido en México,
cuando vimos al candidato López Obrador en campaña, ajeno a los intereses del pueblo
pero aferrado a su necesidad de colocarse en la Presidencia de la República a como diese
lugar y en abierta afrenta con el proceso electoral, implementando plantones que invadieron
las calles de la ciudad capital y con actitudes de beligerancia y de rebeldía ajenos a los
“principios éticos enraizados en la naturaleza humana”, como bien expresara el Romano
Pontífice.
De vuelta al discurso del Papa Ratzinger en Verona, son dignos de destacar los tres
temas que alcanzaron el centro de sus propuestas:
Primero.- “Debe manifestarse en el testimonio de la Iglesia el gran sí que
Dios ha dado en Jesucristo al hombre y a su vida, al amor humano, a nuestra
libertad y nuestra inteligencia: que la fe en el Dios del rostro humano trae la alegría
al mundo. El anuncio de los cristianos es, así, un anuncio positivo, de plenitud de
vida y de alegría. Debemos mirar a esto, pero sin ser ingenuos ni cobardes ante los
riesgos para los valores fundamentales, sin olvidar que a veces es preciso ser signos
de contradicción”.
Segundo.- “La razón no es adversaria, sino amiga de la fe: la filosofía, la
teología y las ciencias van juntas. La Iglesia Italiana habla desde hace mucho
tiempo de su proyecto cultural, que ha de desarrollarse en el contexto de la
evangelización”. El magisterio del Papa es, pues, un poderoso acicate para buscar en
profundidad la unidad y la coherencia de la propuesta cultural cristiana en el mundo
de hoy.
Tercero.- En el campo del trabajo por el bien común, el Papa había hecho
una clara distinción entre las tareas de la Iglesia y la de los laicos cristianos. “La
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Iglesia no es ni intenta ser un agente político”, había afirmado el Papa, “pero ofrece
su doctrina social como referencia”. Y en lo concerniente a la tarea inmediata de
trabajar en el ámbito político para construir un orden justo en la sociedad, el Papa
dijo que les “corresponde a los fieles laicos, quienes obran como ciudadanos bajo su
responsabilidad”.
Un cristianismo positivo, una fe razonable, y la responsabilidad de los laicos.
Son mensajes sólidos y esenciales para el camino de las comunidades eclesiales.
Por la tarde del mismo día, todavía en Verona, en la homilía de la Santa Misa, en el
estadio Bentegodi y ante 40,000 fieles, el Santo Padre recordó que “la certeza de que Cristo
ha resucitado nos asegura que ninguna fuerza contraria podrá nunca destruir la Iglesia.
También nos anima la conciencia de que únicamente Cristo puede satisfacer las
expectativas del corazón humano y responder a las preguntas más inquietantes sobre el
dolor, la injusticia y el mal, sobre la muerte y el más allá. Nuestra fe está bien fundada, pero
es preciso que esta se haga vida en cada uno de nosotros”.
En resonancia para México, también víctima de campañas para excluir a Dios de la
vida pública en ciertos ambientes liberales, la Iglesia se preparaba para la Asamblea
plenaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano, cuyos trabajos se desarrollarían a la
semana siguiente, y a donde acudiría el próximo Presidente de la República para tener, más
que un encuentro, una toma de acuerdos que se tornaba fundamental ante los nuevos
tiempos que estaban por iniciar en 2007 y que eran consecuencia, no es posible negarlo, de
unas elecciones que se desarrollaron bajo “los principios éticos enraizados en la naturaleza
humana” como bien dijera Benedicto XVI en Verona Italia.
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“Benedicto XVI vs pederastas”
“Son crímenes enormes, muchos y terribles los casos de abusos sexuales sobre
menores de edad y son aún más trágicos cuando el abusador es un hombre de Iglesia”.
Estas palabras fueron expresadas por el Papa Benedicto XVI al referirse a la conducta que
se traduce en el vicio de obtener placer sexual por el contacto con niños o niñas. Quedan
secuelas irreparables que les afecta toda su vida.
La integridad de los niños se aprecia, se respeta y protege de manera especial, pues
son inocentes e ignorantes de los vicios. Es un crimen terrible el acto de convertir a niños
en víctimas de las desviaciones sexuales de un vicioso.
El Papa Benedicto XVI ha sujetado con fuerza el timón de la barca de Pedro y había
sacudido el árbol para provocar que cayera el follaje seco y los frutos podridos. Comenzó
con suspensiones y retiros de algunos sacerdotes, continuó con la ex-comunión del
arzobispo Emanuelle Milingo y se lanzaba contra sacerdotes y presbíteros que, en uso y
abuso del ministerio otorgado por Cristo y por su Iglesia, además de no haber mantenido la
fidelidad a su promesa, se han entrometido en la intimidad de quienes debieran ser el objeto
de su protección en la integridad física y en la formación de sus conciencias.
Estas son las cosas que al Papa Ratzinger le pueden enojar gravemente, al punto de
que ha anunciado que está “determinado a limpiar la Iglesia por dentro”. Esta expresión,
utilizada el sábado 28 de octubre de 2006, durante la visita Ad-límina Apostolorum de los
obispos de Irlanda, podía ya considerarse como la condena más firme de su pontificado,
hasta entonces.
Juan Pablo II, en tiempos difíciles que así lo exigían, había declarado la guerra a la
Mafia italiana. Ahora Benedicto XVI hacía lo propio con el clero depravado, al condenar
con dureza los casos de pederastia en el seno de la Iglesia, pero además porque abogaba por
garantizar la justicia en los casos en que se investigaron presuntos abusos sexuales de
sacerdotes contra niños. Justamente esta es la postura adecuada de un obispo, la de abogar
porque se haga justicia y nunca encubrir ni proteger a agresores. El Papa luego exigió que
“es necesario establecer la verdad de lo que sucedió, a fin de tomar medidas para prevenir
la posibilidad de que los hechos se repitan, garantizar que los principios de justicia sean
plenamente respetados y, sobre todo, llevar apoyo a las víctimas”.
La postura del Romano Pontífice es clara, contundente y firme, pues no permite
dudas ni interpretaciones diversas. “Limpiar la Iglesia por dentro” tiene sus motivos, ya
descritos por él mismo como terribles y trágicos, pero también tendrá sus efectos, pues el
desprestigio que la Institución y la figura del sacerdote han sufrido en años recientes,
también ha sido grave. Por unos sacerdotes nefastos, otros se han visto afectados en su
prestigio por una generalización que pone en duda su calidad humana en el ejercicio de su
ministerio. En este sentido, durante el mismo discurso en el que calificara como “crímenes
enormes” a los casos de pederastia, el Papa dijo que “las heridas causadas por tales actos
actúan en profundidad y es una operación urgente para la Iglesia reconstruir la confianza y
la seguridad donde fueron dañadas”.
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La actitud del Papa no pareció ser en lo absoluto un discurso más; tampoco fue
casual y no pasó de largo. Evidentemente tenía un plan claro y definitorio de lo que esta
siendo un pontificado sin tolerancias ni concesiones para nada ni nadie. “La credibilidad del
clero fue afectada, y el restablecimiento de la confianza es urgente”, dijo el Papa.
El mensaje, del que fueron recipendarios personales los obispos de Irlanda, y del
que habrán quedado estremecidos, se interpretó como un aviso de cero-tolerancia a los
actos de pederastia y como una alerta para todos los obispos de la Iglesia, a fin de que se
hagan responsables de las acciones de su presbiterio.
El Papa Ratzinger crecía en su pontificado sin temores ni compromisos adquiridos.
Se había empeñado en exterminar plagas en una limpieza desde dentro, por lo que luego
nos enteraríamos de más destituciones, suspensiones, y de cambios curiales y episcopales.
Es urgente restablecer la confianza y proteger al rebaño, así que es indispensable que caiga
el fruto podrido.
El Evangelio consigna la expresión de Jesús: “Y al que escandalice a uno de estos
pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que
mueven los asnos y que le echen al mar”. El Papa la conoce bien, de ahí su condena, porque
primero está la oveja y luego esta el pastor.
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“Nuevos vientos en Roma y en México”
Este pontificado, contra los pronósticos al momento de su inicio, promete
caracterizarse por sustanciales cambios que renovarán la vida de la Iglesia.
Angelo Giuseppe Roncalli, procedente de una familia de campesinos pobres de la
localidad de Soto il Monte, en la provincia italiana de Bérgamo, fue electo sucesor de Pedro
luego del pontificado de Pío XII, un noble italiano de figura esbelta y refinados modales,
que había dirigido la Barca de Pedro durante el difícil momento de la segunda guerra
mundial y con Roma invadida por los nazis bajo la locura de Adolph Hitler.
Juan XXIII había sido electo bajo las expectativas de un pontificado breve y sin
mucha trascendencia, que permitiese a la Iglesia un reposo, luego de la convulsión de la
guerra. Pero el Papa Roncalli abriría las ventanas de la Patriarcal Basílica de San Pablo
Fuora di Muri exclamando que era preciso que entraran “vientos nuevos a la Iglesia” para
luego convocar al Concilio Ecuménico Vaticano II, consagrándose como el Papa promotor
de los cambios que hasta hoy prevalecen. Paulo VI daría oportuna continuidad al Concilio
para luego llegar a los pontificados de Juan Pablo I y de Juan Pablo II, quienes con sus
nombres, tomados de sus antecesores, Juan XXII y Paulo VI, denotaban su comunión y
continuidad con los documentos conciliares del Vaticano II.
Así como la precaución hacia los cambios, propiciada durante el cónclave de
elección de Juan XXIII, se había traducido en el gran giro de la Iglesia en el siglo XX
contra toda expectativa del Colegio cardenalicio elector, así también el pontificado vigente
se perfila, contra los pronósticos de que sería riguroso, duro, conservador y sin
movimientos sustanciales, como un pontificado promotor de cambios inesperados. Así lo
han ido confirmando las acciones emprendidas por Benedicto XVI que bien pueden leerse
como anuncios de giros insospechados.
El pontificado lo estrenaron los obispos mexicanos ante quienes, durante su visita
Ad-límina, el Papa denunció el “deterioro de la Cosa Pública en México y la infiltración del
narcotráfico”.
Sorpresiva fue, y todavía se recuerda como harto escandalosa, la pena impuesta al
Padre Marcial Maciel, a consecuencia de las investigaciones seguidas por la Sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe, de la que había sido Prefecto, por 25 años, el
cardenal Ratzinger.
Polémico fue el discurso en la Universidad de Ratisbona, interpretado por los
despistados como un tropezón pontificio, pero entendido ya como una estrategia dirigida
por el Papa a unir los esfuerzos espirituales de cristianos y musulmanes, en medio de un
mundo dominado por la dictadura del relativismo, que ha convertido en una especie de
deidades a la comunidad científica y a la jerarquía económica y financiera mundial.
Luego vino la excomunión inmediata, automática, latae sentenciae, del arzobispo
casado, Emanuelle Milingo, por el remedo de ordenación episcopal de algunos sacerdotes,
también casados, en los Estados Unidos.
Una gratísima sorpresa fue la expresión del Papa Ratzinger “estoy dispuesto a
limpiar la Iglesia desde dentro”, ante la conferencia de obispos de Irlanda reunidos con él
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en visita Ad-límina, en referencia a los abusos sexuales de sacerdotes acusados del
gravísimo crimen de la pederastia. El Papa responsabilizó a todos y a cada uno de los
obispos del mundo, de las acciones de los sacerdotes bajo su mando.
Impresionante ha sido la denuncia pontificia de que en el planeta prevalecen 800
millones de seres humanos con hambre, a pesar de los esfuerzos del Fondo de las Naciones
Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Es necesario “eliminar las causas
estructurales ligadas al sistema de gobierno de la economía mundial, que destina la mayor
parte de los recursos del planeta a una minoría de la población”, dijo Benedicto XVI, en lo
que puede interpretarse como su primera denuncia de la existencia de un “gobierno
mundial” regido por una economía que privilegia a sus integrantes.
La tragedia del hambre se traduce en que una cuarta parte de la humanidad consume
tres cuartas partes de la producción mundial de alimentos, en tanto que las otras tres cuartas
partes de la población mundial se alimenta de solamente una cuarta parte de la producción
alimenticia. Evidentemente se destina la mayor parte de los recursos a una minoría de la
población.
Mientras al Santo Padre le esperaba Turquía, un país de mayoría musulmana, para
su visita a finales de noviembre de 2006, los obispos mexicanos habían electo como su
Presidente a Mons. Carlos Aguiar Retes, obispo de Texcoco; a Mons. Alberto Suárez Inda,
arzobispo de Morelia, como su Vice-presidente y a Mons. Leopoldo González, obispo
auxiliar de Guadalajara, como Secretario General y vocero.
Se respiraban nuevos y buenos vientos tanto en Roma como en México.
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“Sea por la paz” El viaje de Benedicto XVI a Turquía se presentó como un viaje dificultoso que se
hallaba bajo la lupa de periodistas y reporteros que esperaban un mínimo resbalón que les
permitiera hacer de ello una gran nota que se adicionaría a la cobertura informativa. Difícil
también porque la experiencia en el pontificado era breve y este era apenas su quinto viaje
pastoral. Sin embargo, el Papa había encontrado un mayor bien en la oportunidad de
dialogar por la paz que en la ocasión de lucirse en el ministerio petrino. Lo sencillo hubiese
sido enfermarse para suspender el viaje, pero por lo que vimos, el Papa Ratzinger no opta
por caminos fáciles pues, como escribiera San Juan de la Cruz: “De trabajos, cuantos más,
mejor”.
El Papa sabía bien cuáles eran las tensiones y los compromisos en juego, cuáles las
interrogantes, también de carácter social y político, además de religioso, que agitaron los
debates en Turquía y sobre Turquía. Llevar este viaje a término fue una prueba de sereno
coraje en testimonio de un servicio amplio de la verdad, de la caridad y de la paz, pues no
era posible pensar que el Santo Padre viajaba a fin de convertir a los musulmanes al
cristianismo. Esa idea ni siquiera se acariciaba.
El ánimo que movió a Benedicto XVI para visitar a la antigua Constantinopla, en
noviembre de 2006, fue, ciertamente, el deseo de renovar y profundizar los vínculos de
fraternidad con las otras iglesias cristianas y con sus responsables, en particular con el
Patriarca ecuménico Bartolomé I, quien siente y tiene la gran necesidad de contar con un
apoyo cordial en la situación de minoría cristiana y de fragilidad objetiva en la que vive,
situación que igualmente es compartida por las pequeñas comunidades católicas de la
región.
La otrora Constantinopla, una nación totalmente cristiana, luego de las invasiones
islámicas se ha transformado en la actual Turquía de mayoría musulmana, situada en la
frontera geográfica y cultural entre Europa y Asia, entre el mundo islámico y el mundo
cristiano.
El Papa se había desplazado desde Esmirna a Estambul, la ciudad más hermosa del
mundo, para encontrarse con el patriarca ecuménico Bartolomé I, compartir un abrazo
fraterno y corresponder a la visita que el Patriarca hiciese al Obispo de Roma en el
Vaticano.
Benedicto XVI estuvo en Efeso donde dio ante todo gracias a Dios por “la
maternidad divina de María”, y afirmó que era “uno de los lugares más queridos por la
comunidad cristiana”. Después recordó las visitas a ese lugar de sus antecesores Pablo VI y
Juan Pablo II y recordó especialmente al Papa beato Juan XXIII, quien fuera representante
pontificio en Turquía de 1935 a 1944, antes de ser sucesor de Pedro.
Efeso es uno de los lugares arqueológicos más famosos del Mediterráneo, que
cuenta hoy con 18,000 habitantes. En la antigüedad, entre sus monumentos estaba el templo
de Diana, una de las siete maravillas del mundo. La ciudad fue también uno de los centros
de las primeras comunidades cristianas y en ella residió durante tres años San Pablo. San
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Juan Evangelista vivió y murió allí. En el año 431, se celebró en Efeso el Concilio
Ecuménico que proclamó la maternidad divina de María.
En el santuario de Meryem Ana Eví, que significa “Casa de la Madre María”,
localizado a 4 kilómetros de Efeso, el Papa se encontró con la comunidad católica residente
en Turquía. Es un centro de culto mariano único en el mundo, si bien no existen pruebas
arqueológicas de que efectivamente hubiera sido la residencia de la Virgen Madre de Dios,
una tradición del siglo I y un testimonio sirio del siglo XIII narran, en cambio, que María
vivió en Efeso con San Juan Evangelista. El santuario es frecuentado no solo por los
cristianos, sino también por los musulmanes que se detienen allí para venerar a María, antes
de proseguir su peregrinación a la mezquita de Isa Bey.
En aquel itinerario, superado momento a momento, dejando pasar las provocaciones
y fijando la atención en los testimonios de amistad, el Santo Padre logró invocar la paz y la
reconciliación “ante todo para los que viven en la tierra que llamamos Santa y que es
considerada así por cristianos, judíos y musulmanes: es la tierra de Abraham, de Isaac y de
Jacob, destinada a albergar un pueblo que fuese bendición para todas las gentes. ¡Paz para
toda la humanidad! ¡Que se cumpla pronto la profecía de Isaías: ¡No levantará espada
nación contra nación ni se ejercitarán más en la guerra!”.
Luego de Turquía, este pontificado se perfilaba como la llave que abriría el
encuentro entre líderes religiosos que desean establecer la paz. 81
“Mensaje de Navidad 2006” “¿Tiene todavía valor y sentido un Salvador para el hombre del tercer milenio? ¿Es
aún necesario un Salvador para el hombre que ha alcanzado la Luna y Marte, y se dispone a
conquistar el universo; para el hombre que investiga sin límites los secretos de la naturaleza
y logra descifrar hasta los fascinantes códigos del genoma humano? ¿Necesita un Salvador
el hombre que ha inventado la comunicación interactiva, que navega en el océano virtual
del internet y que, gracias a las modernas y avanzadas tecnologías mediáticas, ha
convertido la Tierra, esta gran casa común, en una pequeña aldea global? Este hombre del
siglo veintiuno, artífice autosuficiente y seguro de la propia suerte, se presenta como
productor entusiasta de éxitos indiscutibles. Lo parece, pero no es así. Se muere todavía de
hambre y sed, de enfermedad y pobreza en este tiempo de abundancia y consumismo
desenfrenado. Todavía hay quienes están esclavizados, explotados y ofendidos a su
dignidad, quienes son victimas del odio racial y religioso, y se ven impedidos de profesar
libremente su fe por intolerancias y discriminaciones, por injerencias políticas y coacciones
físicas o morales. Hay quienes ven su cuerpo y el de los propios seres queridos,
especialmente niños, destrozado por el uso de las armas, por el terrorismo y por cualquier
tipo de violencia en una época en que se invoca y proclama por doquier el progreso, la
solidaridad y la paz para todos.
¿Qué se puede decir de quienes, sin esperanza, se ven obligados a dejar su casa y su
patria para buscar en otros lugares condiciones de vida digna del hombre? ¿Qué se puede
hacer para ayudar a los que, engañados por fáciles profetas de felicidad, a los que son
frágiles en sus relaciones e incapaces de asumir responsabilidades estables ante su presente
y ante su futuro, se encaminan por el túnel de la soledad y acaban frecuentemente
esclavizados por el alcohol o la droga? ¿Qué se puede pensar de quien elige la muerte
creyendo que ensalza la vida? ¿Cómo no darse cuenta de que, precisamente desde el fondo
de esta humanidad placentera y desesperada, surge una desgarradora petición de ayuda?
Es Navidad: hoy entra en el mundo la luz verdadera, que alumbra a todo hombre.
Hoy, justo hoy; Cristo viene de nuevo entre los suyos y a quienes lo acogen les da poder
para ser hijos de Dios; es decir, les ofrece la oportunidad de ver la gloria divina y de
compartir la alegría del Amor, que en Belén se ha hecho carne por nosotros. Hoy, también
hoy, nuestro Salvador ha nacido en el mundo, porque sabe que lo necesitamos.
A pesar de tantas formas de progreso, el ser humano es el mismo de siempre: una
libertad tensa entre bien y mal, entre vida y muerte. Es precisamente en su intimidad, en lo
que la Biblia llama el corazón, donde siempre necesita ser salvado. Y en la época actual
postmoderna necesita quizás aún más un Salvador, porque la sociedad en la que vive se ha
vuelto más compleja y se han hecho más insidiosas las amenazas para su integridad
personal y moral. ¿Quién pude defenderlo sino Aquél que lo ama hasta sacrificar en la cruz
a su Hijo unigénito como Salvador del mundo?
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...Confío al divino niño de Belén los indicios de una reanudación del diálogo entre
israelitas y palestinos que hemos observado estos días, así como la esperanza de ulteriores
desarrollos reconfortantes...
Hago un llamamiento a los que tienen en sus manos el destino de Irak, para que cese
la feroz violencia que ensangrienta el País y se asegure una existencia normal a todos los
habitantes. Invoco a Dios para que en Sri Lanka, en las partes en lucha, se escuche el
anhelo de las poblaciones de un porvenir de fraternidad y solidaridad; para que en Dafur y
en toda África se ponga término a los conflictos fraticidas, cicatricen pronto las heridas
abiertas en la carne de ese Continente y se consoliden los procesos de reconciliación,
democracia y desarrollo. Que el Niño Dios, Príncipe de la paz haga que se extingan los
focos de tensión que hacen incierto el futuro de otras partes del mundo, tanto en Europa
como Latinoamérica.
Queridos hermanos y hermanas, dondequiera que se encuentren, que llegue hasta
ustedes este mensaje de alegría y de esperanza: Dios se ha hecho hombre en Jesucristo; ha
nacido de la Virgen María y renace hoy en la Iglesia. Él es quien lleva a todos el amor del
Padre celestial. ¡Él es Salvador del mundo! No teman, ábranle el corazón, acójanlo, para
que su Reino de amor y de paz se convierta en herencia común de todos. ¡Feliz Navidad!” 83
“Las prioridades del Papa”
Es común que muchos se pregunten cuáles son las prioridades del Papa en el
gobierno de la Iglesia, cuál es su programa y qué iniciativas tiene que atender. En el caso de
Benedicto XVI sus prioridades están ya muy claras:
La primera es Dios. Como ha recordado muchas veces, “el gran problema de
Occidente es el olvido de Dios”. Es un problema gravísimo que se extiende, y del
que, en último análisis, dependen muchos otros. La sociedad moderna secularizada
corre el riesgo de perder los valores fundamentales sobre los que debe construir las
líneas de su vida y de su futuro.
La segunda es Jesucristo. La persona a la que reconocemos como Hijo de
Dios en nuestra fe, y que nos hace conocer de verdad quién es el Dios que es amor.
En la cultura moderna, incluso en la teológica, corre el riesgo de desvanecerse la
realidad histórica de Jesús. El empeño que ha puesto el Papa teólogo por completar
su libro sobre Jesucristo, es un testimonio elocuente de esta preocupación.
La tercera es el hombre. En su densísimo discurso a la Curia romana antes de
la Navidad de 2006, el Papa respondía con pasión a los que tan a menudo echan en
cara a la Iglesia que se entromete en las cuestiones legislativas que hacen referencia
a los valores éticos: “¿Pero es que el hombre no nos interesa?” cuestionaba, a
manera de respuesta el Santo Padre. Con amor, coherencia y rigor, es necesario
defender la dignidad de la persona humana, imagen de Dios, de quienes la
amenazan, a veces pensando erróneamente que la defienden.
Naturalmente habrá muchos acontecimientos y muchos documentos que estan
todavía por conocerse: sobre la Iglesia, sobre el ecumenismo, sobre el diálogo con las
culturas y las religiones... Pero hay que volver a partir siempre desde el fundamento más
profundo: Dios, Jesucristo y la persona humana. Estas, si no me equivoco, son las
prioridades del Papa. Intentemos comprenderlas porque es importante para entender este
pontificado.
En otro tema, todavía recuerdo aquella ocasión cuando hacia el final del 2 de abril
de 2005 se destacaba en la oscuridad de la noche la luz prendida a través de dos ventanas
del apartamento apostólico. Fue notorio el minuto en que se iluminó la tercera ventana.
Para la mirada atenta de los observadores ese acontecimiento se tradujo como el momento
en el que el Papa Juan Pablo II había muerto.
Pasaron unos minutos más para que apareciera en la plaza de San Pedro la figura de
Monseñor Renato Boccardo para iniciar el rezo del Rosario. Muchos presentes en el lugar y
a través de las televisoras no alcanzaban a calcular lo que sucedía. Pensaban que la
intención era rezar por su estabilidad pero poco después quedaba claro que habían sido las
84
primeras preces por el difunto Pontífice cuando Monseñor Leonardo Sandri daba a conocer
el anuncio al informar que a las 21:37 horas “nuestro amado Santo Padre ha regresado a la
casa del Padre”.
En aquel entonces Monseñor Boccardo era el secretario del Pontificio Consejo de
las Comunicaciones Sociales de la Santa Sede, que presidía Monseñor John P. Foley.
Actualmente es el Secretario del Gobierno de la Ciudad-Estado del Vaticano, una especie
de Alcalde.
En la ciudad del Vaticano trabajan 1,613 personas, de las que sólo 200 viven dentro
de la ciudad. Casi todos los empleados son laicos. Es una ciudad normal y extraordinaria al
mismo tiempo cuyo territorio apenas abarca 44 hectáreas en las que contiene a la Sede de la
Iglesia que Cristo fundó.
Renato Boccardo nació en Turín, Italia, el 21 de diciembre de 1952. Cuenta con una
licenciatura en Derecho canónico. Entró al servicio diplomático de la Santa Sede en 1982
desempeñando diversos encargos en las nunciaturas apostólicas de Bolivia, Camerún y
Francia. Además se ha desenvuelto en diversos organismos curiales como el Pontificio
Consejo para los Laicos. En 2001 fue nombrado Jefe de Protocolo en la Secretaría de
Estado con la responsabilidad de la organización de los viajes papales. En 2004 se le
encomendó la Secretaría del Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales y en 2005
la Secretaría de Gobierno de la ciudad del Vaticano.
Se puede acceder a la Ciudad del Vaticano a través de cinco entradas: la puerta de
Santa Anna, la del Santo Uficcio, el Arco de las Campanas, la de Bronce y la de la Basílica
de San Pedro.
En México se puede acceder a terrenos del Vaticano al cruzar la puerta de la
Nunciatura Apostólica en la calle Juan Pablo II de la colonia Guadalupe Inn. Se escucharon
rumores en enero de 2007 que decían que Renato Boccardo sería nombrado Nuncio para
México.
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“Víctimas pero verdugos”
El trato intimidatorio de la persona y vejatorio de sus derechos, que reciben los
mexicanos emigrantes en territorio estadounidense, es similar al que sufren los migrantes
centroamericanos al cruzar la frontera en el sur de México, aunque la finalidad es distinta,
pues en tanto que los mexicanos buscan residir en los Estados Unidos, los centroamericanos
solamente cruzan el territorio mexicano de manera transitoria para dirigirse a la Unión
Americana.
Lo que anima a mexicanos y a centroamericanos es el mismo afán de mejorar las
condiciones económicas y de los suyos. Ambos se desplazan por el intento de conseguir
una especie de “asilo por hambre”.
Según datos recientes de la ONU, los emigrantes por razones económicas son casi
220 millones, los refugiados suman 9 millones y los estudiantes fuera de sus países son 2
millones, lo que hace un total actual de emigrantes de 231 millones de personas. Pero a esta
cifra se debe añadir la de los desplazados dentro de sus propios países y los emigrantes
irregulares, a fin de tener en cuenta que el problema de la separación familiar es diverso y
complicado.
La movilidad humana tiene características especiales en Europa, continente al que
se desplazan habitantes de África y del medio oriente, principalmente de comunidades
islámicas. México es ajeno a ese tipo de movimiento migratorio pero padece la emigración
de su propio pueblo hacia los Estados Unidos, la nación que, paradójicamente, tiene como
origen una conformación cosmopolita y multirracial.
Con ocasión de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, celebrada el
domingo 14 de enero de 2007 en Roma y en varios países, el Papa Benedicto XVI había
presentado un llamamiento urgente a fin de “tutelar a los emigrantes y desplazados y a sus
familias con medidas legislativas, jurídicas y administrativas específicas, y a través de una
red de servicios, centros de escucha y estructuras de asistencia social y pastoral” y advirtió
que “solo si se respeta por una parte, la dignidad de todos los emigrantes, y, por la otra si
los emigrantes reconocen los valores de la sociedad que les da cabida, las familias se
integrarán en los sistemas sociales, económicos y políticos de los países de acogida”.
“Las migraciones –concluyó Benedicto XVI- nunca deben considerarse solamente
un problema, sino también y sobre todo un gran recurso para el camino de la humanidad.
Un recurso especial es la familia emigrante, siempre que sea respetada, y que no tenga que
sufrir laceraciones irreparables, sino que pueda permanecer unida o reunirse, para cumplir
su misión de cuna de la vida y de primer ámbito de acogida y de educación de la persona”.
Por su parte los obispos de México se manifestaron con motivo de la misma Jornada
para establecer que “es urgente la promulgación de las leyes de Estados Unidos y México
que protejan los derechos humanos de los migrantes y les provean de un estatus legal”
además de “establecer una cooperación más afectiva entre los gobiernos para erradicar las
redes de tráfico de seres humanos en la región”.
Gracias a la celebración de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, se
había vuelto a desafiar la conciencia de servidores públicos, de autoridades, de aquellos que
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definen políticas públicas, de prestadores de servicios jurídicos y sociales, pero también de
los habitantes de las comunidades fronterizas al sur y al norte de México, pues además se
había hecho pública la denuncia, por parte de los obispos mexicanos, de que los migrantes
centroamericanos que cruzan México en su intento por llegar a Estados Unidos son
víctimas de explotación y de abusos de quienes se dedican al tráfico de personas, además de
que son tratados duramente por las autoridades, que los detienen y encarcelan en México,
en condiciones deplorables.
Por último, el presidente de la Conferencia Episcopal de Guatemala, Monseñor
Álvaro Ramazzini Imeri, se pronunció por una frontera libre entre México y Guatemala.
“Siempre he sostenido que no entiendo por qué México no deja un paso libre a los
migrantes, que lo que quieren es ir a Estados Unidos, como miles de mexicanos. Yo digo
que dejen pasar a nuestros migrantes, no les va a hacer ningún daño, no se van a quedar en
México” y consideró que al detener a los migrantes centroamericanos en su territorio, “el
Gobierno mexicano le hace el trabajo al de los Estados Unidos” para luego agregar que “ha
sido una tradición de México ser hospitalario con los países centroamericanos. Yo no
quisiera que esta tradición se perdiera”.
Los mexicanos contamos con el programa “Bienvenido Paisano” para alivio de los
nuestros, pero todavía no dejamos de ser las victimas de la migración, cuando ya somos
también sus crueles verdugos.
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“Justo, firme y bueno”
El momento de los “tiempos del cambio” ha llegado al seno de la Iglesia. En efecto,
a partir del advenimiento del “cambio de los tiempos” marcado por la post-modernidad
nacida luego de las guerras mundiales, y después del significativo cambio de siglo y de
milenio, la humanidad parece tornarse más demandante de su individualidad en lo que
respecta al reclamo de la congruencia de conducta hacia los hombres que han optado por la
vida religiosa, los sacerdotes y los ministros de culto.
En efecto, la exigencia de la vivencia de la moral por parte de los “hombres de
Dios” es más severa de lo que fue en el pasado. Hoy el juicio de sus conductas ha salido de
los monasterios y de las curias para establecerse en las manos del mundo profano. El
laicado es hoy el gran juez del presbiterio y los medios de comunicación electrónica,
inexistentes todavía en el siglo pasado, ahora participan abundantemente de esos juicios en
la exhibición de las conductas desordenadas de algunos clérigos. Bastaron unos minutos,
por ejemplo, para que el mundo quedase informado de que el flamante arzobispo de
Varsovia y primado de Polonia había colaborado en tareas de espionaje con los comunistas
que durante la ocupación soviética de Polonia se habían constituido en enemigos de la
Iglesia. El escándalo corrió como pólvora en tanto que el Papa Benedicto XVI le pedía la
renuncia al cargo.
Se respira en la Curia romana, en las diócesis del mundo y en sus respectivos
presbiterios, una mano firme que dirige la barca de Pedro hacia un destino más acorde con
el magisterio de la Iglesia, centrado en la enseñanza del Evangelio, que se sustenta en
propuestas de vida cristiana.
En dos mil años de Iglesia se han vivido dos diversas formas de evangelización,
pues en tanto que durante los primeros mil años de cristianismo el modo fue el de la
catequesis, en el segundo milenio la forma ha sido la del dogmatismo moralista. Mientras
que la enseñanza del dogma moral establece una norma de conducta para vivir la fe, la
catequesis provoca una resonancia en quien la recibe, que se transforma en un eco que por
sí mismo se ajusta con la experiencia de fe.
Al cabo de dos mil años, en este “cambio de los tiempos” que la humanidad de hoy
vive en todos sus entornos, se experimenta un cansancio a la vez que un despertar de lo
religioso, ya que al Dios Creador no se le puede excluir de su creación y se le sigue
buscando, pues el ser humano (del latín humus = suelo, es decir, sacado del suelo, del polvo
de la tierra, en alusión al relato del Génesis) no descansa del ansia de Dios puesta en su
mismo ser, hasta que reconoce al Creador como tal y regresa a Él como su propio origen.
Sin embargo, parece que el adoctrinamiento moralista ha producido poco pan para hoy y
hambre para el futuro. Esa hambre ya se vive y su saciedad se traduce en la exigencia hacia
quienes han enseñado la fe desde los dogmas de la moral, consistente en que ellos mismos
vivan esos dogmas.
Escandalizan los desórdenes morales del clero, de una pequeña parte del mismo,
vale decirlo, pero son igual de escandalosas las actitudes de arrogancia, la especial
tolerancia hacia algunos ricos y poderosos y desprecios a pobres y pequeños. Lastima,
88
porque hiere precisamente en lo moral, el testimonio de un ministro de culto que lucra con
su posición para obtener beneficios económicos o de poder. “Sentarse a la mesa con
pecadores” no esta mal en tanto que se les convierta, pero no sentarse jamás a la mesa con
los pobres, eso sí que no va, porque Jesús caminó el Vía Crucis desde la fortaleza Antonia
hasta el Gólgota, para que nadie quedase excluido jamás, sólo por ser pequeño.
A partir de un retorno de la catequesis, por encima del dogmatismo moralista, en la
enseñanza del Evangelio, se podrá recuperar el dogma por excelencia del cristianismo, que
es el que establece que Dios es Amor. Otra vez la Iglesia contará con personas creyentes y
creíbles y podrá formar sujetos que crean por convicción.
El Papa Ratzinger ha dado muestras de ser, al mismo tiempo, justo, firme y bueno;
tres virtudes que es difícil combinar para quien no las aplica ni siquiera por separado. El
Papa sabe hacerlo pero no puede ser el único. Hoy, en los “tiempos del cambio” bien
asumidos en este pontificado, los hombres de Dios deben comprender que “el cambio de
los tiempos” ha llegado al seno de la Iglesia desde la Silla de Pedro. Con certeza lo
veremos.
89
“Exhorto nuevamente...”
¿Qué sucedería si los directivos de los medios masivos de comunicación decidiesen
hacer un alto en sus caminos para detenerse a reflexionar en lo que están entregando a los
niños, a través de los programas que les exhiben? Tal vez pudiesen exigir a los productores,
que en sus televisoras y radiodifusoras trabajan buscando el “hilo negro” que eleve los
índices de audiencia a través de contenidos creativos y novedosos, que tuviesen por norma
común y fundamental de su tarea, preservar la verdad, salvaguardar el bien común, proteger
la dignidad humana y promover el respeto por las necesidades de la familia.
¿Es un ideal este planteamiento, es sólo una quimera de lo que debe ser pero que no
es, porque los medios cuentan con la complacencia solapada de las autoridades y con el
silencio de una comunidad humana conforme con lo que recibe, porque considera que así
deben ser las cosas en el ingreso a la modernidad y a un mundo globalizado?
Es mal de muchos porque nadie levanta la voz a fin de recordarles a los
responsables de la industria de los medios, que tienen la obligación de cumplir con su
compromiso, al operar una concesión, de servir a la sociedad.
Con motivo de la celebración, el 20 de mayo de 2007, de la cuadragésimo-primera
Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que tuvo por lema “Los niños y los
medios de comunicación social: un reto para la educación”, el Papa Benedicto XVI
presentó anticipadamente su Mensaje, como ya es costumbre en la Santa Sede para su
análisis y reflexión previos, en el que exhorta a reflexionar sobre dos aspectos de suma
importancia. Uno es la formación de los niños. El segundo, quizás menos obvio pero no
menos importante, es la formación de los medios mismos.
En el Mensaje para la Jornada de 2007, resultaba sintomático de la realidad
mediática su inicio en dos palabras: “Exhorto nuevamente”. Desde el comienzo del
Mensaje se presenta la realidad de la exhortación (concepto que supera al de la invitación)
y la de la insistencia repetitiva (nuevamente, otra vez, una vez más). ¿Es la voz del Papa, en
esta exhortación, un grito en el desierto? Tal vez, aunque no deja de ser la voz que se alza
como la voz de “los sin voz” y que finalmente resultamos ser todos aquellos que nos
sumamos a tan feliz propuesta y a tan dichosa exhortación, nuevamente y una vez más,
porque no dejaremos de hacerlo en tanto que los responsables de los medios continúen
soslayando la dignidad humana, la inocencia de los niños y la unión de la familia.
Benedicto XVI propone educar a los niños para que hagan un buen uso de los
medios y confía tal responsabilidad a los padres, a la Iglesia y a la escuela. “El papel de los
padres –dijo el Papa- es de vital importancia. Éstos tienen el derecho y el deber de asegurar
un uso prudente de los medios educando la conciencia de sus hijos, para que sean capaces
de expresar juicios serenos y objetivos que después les guíen en la elección o rechazo de los
programas propuestos.”
En lo que se refiere a los medios, la propuesta del Papa Ratzinger consiste en
hacerles saber que “la belleza, que es como un espejo de lo divino, inspira y vivifica los
corazones y mentes jóvenes, mientras que la fealdad y la tosquedad tienen un impacto
deprimente en las actitudes y comportamientos” y agrega que “la educación para los
90
medios, como toda labor educativa, requiere la formación del ejercicio de la libertad. Se
trata de una tarea exigente” aclaró el Papa, porque “a la luz de la verdad, la auténtica
libertad se experimenta como una respuesta definitiva al Sí de Dios a la humanidad, que
nos llama a elegir lo que es bueno, verdadero y bello.”
En el Mensaje, dirigido principalmente a padres de familia y a medios de
comunicación, el Papa afirma que la educación a los niños en la belleza, la verdad y la
bondad, solo será favorecido por la industria de los medios en la medida en que
“promuevan la dignidad fundamental del ser humano, el verdadero valor del matrimonio y
de la vida familiar, así como los logros y metas de la humanidad. De ahí que la necesidad
de que los medios estén comprometidos en una formación efectiva y éticamente aceptable,
sea vista con particular interés e incluso con urgencia, no solamente por los padres, sino
también por todos aquellos que tienen un sentido de responsabilidad cívica”.
De todo el mensaje me parece que la parte desesperadamente urgente, aunque
alentadora a su vez, es precisamente su inicio de sólo dos palabras: “Exhorto
nuevamente...”
91
“Su primer libro” El personaje de quien más se ha escrito y de quien más se escribe todavía, es Jesús
de Nazarét. Con fe o sin ella, con fidelidad o con desdén hacia su persona, para alabarlo o
para ofenderle, sigue siendo, el Hijo del Padre para algunos, o el Hijo del Carpintero para
otros, centro de atención de sus escritos y dichos.
Creyentes y no creyentes se relacionan con Jesús en algún momento de su actividad,
de su historia, de sus vidas. A veces es demasiada la atención que le prestan aquellos que
no creen en él, que le edifican mitos, desautorizan sus milagros, banalizan su discurso,
minimizan su propuesta de vida o des-divinizan su personalidad. Jesús les provoca, les
mueve, les pone en acción, y sin percatarse de ello, le dedican buena parte de su tiempo, a
veces más del que le otorgan sus seguidores y creyentes. Unos llegan a creer, otros no. Pero
Jesús es histórico, su existencia es innegable. En la historia está registrada por los romanos
de entonces la fecha de su muerte en el año 30. Lo que inquieta a los infieles es su
divinidad, y lo que de la divinidad de Jesús les es molesto es la parte en la que Dios se hace
hombre. La fórmula del Dios divinísimo y del hombre humanísimo en la misma persona de
Jesús, es la parte inalcanzable de asumir, sin fe, y que acaban resolviendo con el rechazo.
El último libro hasta ahora escrito sobre Jesús es el primero que, como Romano
Pontífice, publicó Joseph Ratzinger. Durante un periodo de descanso, un año después del
fatigoso cónclave al que entró como cardenal elector y salió electo como sucesor de Pedro,
Benedicto XVI escribió las últimas líneas de su libro, llamado simplemente, “Jesús de
Nazarét”. Es el primero de dos volúmenes, consta de 448 páginas, fue traducido a 20
idiomas y se presentó el mismo día en el que el Papa cumplió 80 años de edad, el 16 de
abril de 2007. La obra examina la vida pública de Cristo, desde su bautismo en el río Jordán
hasta la Transfiguración ante Pedro, Santiago y Juan, en lo alto de un monte.
El Jesús de Nazaret de Benedicto XVI bien puede ser definido como un relato
pastoral que a través del comentario a los Evangelios ofrece una introducción a los
principios del cristianismo. Es a su vez un ensayo que conserva el rigor teológico que es tan
distintivo de todos los escritos del teólogo Joseph Ratzinger, mucho más novedoso, y en
muchas partes hasta sorprendente en sus contenidos, de lo que muchos pudiesen suponer.
Un ejemplo de ello es la aseveración que en su libro presenta en referencia a Barrabás como
protagonista de un mesianismo alterno, como una especie de un doble de Jesucristo que, al
ser presentado por Poncio Pilato ante el pueblo, como líder de la resistencia, les permite
elegir quién debe ser condenado y quién liberado. -“¿A quien quieren que les suelte, a
quien ustedes llaman el Rey de los judíos o a Barrabás?”- y sin saberlo, el propio Pilato
otorga la elección de un mesianismo poderoso, armado y violentamente liberador o de un
mesianismo humilde, amoroso y de servicio en la entrega. Llega al grado, el Papa
Ratzinger, de explicar que Barrabás significa “Bar-hijo” y “Abbá- Padre”, es decir: “Hijo
del Padre”.
Si lo anterior sorprende, más asombra adentrarse en los escritos de este teólogo
ubicado entre dos siglos y electo Papa al inicio del segundo, un siglo que será determinante
92
de las acciones que esta generación implemente, y que afectará a la humanidad venidera
con acciones incalculables todavía en nuestros días.
El tema central del libro gira en torno a la convicción de que “para entender la
figura de Jesucristo es necesario partir de su unión con el Padre”, pues “para Benedicto
XVI, en el texto bíblico se encuentran todos los elementos para afirmar que el personaje
histórico Jesucristo es también efectivamente el Hijo de Dios venido a la tierra para salvar a
la humanidad” como la había dado a conocer la Librería Editrice Vaticana, responsable de
su publicación. No encontraremos allí al Hijo del Carpintero sino al Hijo del Eterno, en esta
más reciente oportunidad de encontrarse con quien continúa siendo fuente del mayor
número de escritos hacia una misma persona, como ya he dicho.
Tal vez la parte más atrayente se encuentra en los dos últimos capítulos, en los que
“se establece definitivamente cuál era la verdadera misión del Mesías de Dios y el destino
de quienes desean seguirlo”, en esta última obra, hasta ahora, sobre Jesús, que en el
pontificado de Benedicto XVI es, su primer libro. 93
“La carta preventiva hacia el aborto”
Benedicto XVI cumplió ochenta años de edad el 16 de abril de 2007, motivo por el
que recibió felicitaciones procedentes de diversos países, principalmente de obispos y de
jefes de Estado; unas sinceramente afectuosas y otras en mera atención al protocolo, pues
en el Papa se juntan, en su misma persona, la del Jefe del Estado vaticano y la del Sucesor
de Pedro al frente de la Iglesia que Cristo fundó. Una de las felicitaciones, fechada el
mismo día 16, procedía de los obispos de México y llegaba firmada por el Presidente de la
Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) y obispo de Texcoco, Monseñor Carlos
Aguiar Retes.
El Papa respondió en fraternal comunión algunas de las muestras de afecto y a otras
les dirigió una respuesta proporcionalmente protocolaria. Hacia los obispos mexicanos se
dirigió con formas de expresión cordiales y les manifestó su unión con la Iglesia de México
y con las personas de buena voluntad tan preocupadas por las amenazas a la vida por nacer.
La correspondencia del Papa procedía de la Secretaría de Estado de la Santa Sede con fecha
18 de abril, venía firmada por el cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado y dirigida
al Presidente de la CEM. En seguida reproduzco íntegro su contenido:
“Con ocasión de la LXXXIII Asamblea Plenaria, Su Santidad Benedicto
XVI saluda cordialmente a sus Hermanos Obispos y les agradece el atento mensaje
de su adhesión y felicitación con motivo de su reciente cumpleaños. Al mismo
tiempo, se une a la Iglesia en México y a tantas personas de buena voluntad,
preocupadas ante un proyecto de ley, del Distrito Federal, que amenaza la vida del
niño por nacer. En este tiempo pascual, con la resurrección de Cristo estamos
celebrando el triunfo de la vida sobre la muerte. Este gran don nos impulsa a
proteger y defender con firme decisión el derecho a la vida de todo ser humano
desde el primer instante de su concepción, frente a cualquier manifestación de la
cultura de la muerte.
Con esta viva esperanza, el Santo Padre encomienda a la maternal
intercesión de nuestra Señora de Guadalupe a todos los hijos e hijas de esa querida
Nación, a la vez que les imparte con especial afecto la implorada Bendición
Apostólica”.
El gesto del Romano Pontífice fue gratamente recibido por muchos, pero algunas
voces fueron discordantes solicitando al Papa “que se callara”. Esta forma de responder a
su carta quedó fuera de protocolo, fue desproporcionada y se excluyó de toda forma de
tolerancia, como la manera en la que se expresó el coordinador de los diputados del PRI en
la Cámara baja, Emilio Gamboa, el lunes 23 cuando con desprecio dijo que “Yo le pediría a
cualquier jefe de cualquier culto religioso que no se entrometa en política, es una decisión
de los mexicanos”, como si los mexicanos no tuviéramos libertad de participar de cualquier
culto religioso, como si no contáramos con varios líderes morales y religiosos reconocidos
94
y como si nuestro país no mantuviera relaciones oficiales con la Santa Sede desde hace ya
varios años. Al desprecio se sumaron algunos integrantes del PRD.
Pero el presidente del Senado, Manlio Fabio Beltrones, reconoció el derecho del
Papa a intervenir en el debate que había generado la intención de despenalizar el aborto y
aseguró que es totalmente normal que emita su opinión sobre un tema que tiene
implicaciones éticas y religiosas: “A mí no me parece extraño que el Papa enviara una carta
en donde plasme su idea al respecto sobre este tema. Lo ilógico, lo raro, sería que el Papa
se mantuviese ajeno a un asunto que es con un fondo religioso y ético religioso”.
Por su parte los obispos de México, en un comunicado emitido durante su
Asamblea, han dejado en claro que:
“Es difícil aceptar la contradicción en el hecho de que legisladores que
fueron elegidos para preservar el bien común, legislen violando el derecho natural a
la vida de un inocente... ...La defensa de la vida no parte de un dogma religioso, sino
de un principio de derecho natural, accesible a la razón, fundado en la realidad del
hombre y su dignidad, y que, en consecuencia, no es una verdad dependiente de
solas convicciones religiosas. La defensa de la vida humana desde su concepción ha
sido asumida por la misma ciencia... ...El deber de la sociedad es protegerlo
adecuadamente. Los códigos civiles de varios estados, e incluso el del Distrito
Federal así lo entienden y lo establecen: Desde el momento en que un individuo es
concebido, entra bajo la protección de la ley y se le tiene por nacido (Artículo 22
del Código Civil del DF).”
95
“En Brasil” Benedicto XVI viajó a Brasil con el mismo motivo por el que Juan Pablo II acudió a
México en 1979: para participar como Romano Pontífice en la Conferencia de los obispos
de América Latina y el Caribe.
La historia data de 1955 cuando, con aprobación y simpatía del Papa Pío XII, se
constituyó el Consejo Episcopal General en Río de Janeiro. La segunda se celebró en
Medellín, Colombia, con la asistencia del Papa Paulo VI en 1968. La tercera fue en Puebla,
con Juan Pablo II en 1979. La cuarta, en Santo Domingo, también con Juan Pablo II, en
1992 y la quinta en Aparecida, Brasil, con Benedicto XVI en mayo de 2007.
Para cada uno de estos encuentros de obispos latinoamericanos se ha establecido un
tema central a desarrollar en la búsqueda de elementos, tanto positivos, como negativos, de
comportamiento de la vida de la Iglesia en sus diversos territorios. Primero se identifican
los problemas comunes, luego se deliberan, de común acuerdo, sobre sus soluciones, para
después establecer las líneas de acción pastoral que serán el modo de obtener los resultados.
En Río de Janeiro el tema fue fundacional del CELAM; en Medellín “La iglesia en la actual
transformación de América Latina a la luz del Concilio”, en Puebla “La evangelización en
el presente y futuro de América Latina”, en Santo Domingo “Nueva evangelización,
promoción humana y cultura cristiana”, y en Aparecida “Discípulos y misioneros de Cristo,
para que nuestros pueblos tengan vida en Él” que, en consonancia con las cuatro
conferencias precedentes, busca dar un impulso a la evangelización en el continente de
mayoría católica, en el que vive una gran parte de la comunidad de los creyentes.
La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe se celebró
del 13 al 31 de mayo de 2007. La inauguró el Papa Benedicto XVI el domingo 13 en la
gran plaza que da a la fachada posterior de la Basílica de Nuestra Señora de Aparecida con
400 mil fieles participantes. Este fue el sexto viaje apostólico del Papa Ratzinger y su
primero al continente americano. Una buena acogida hacia la figura del Sucesor de Pedro
estuvo garantizada por los tres elementos que caracterizan la religiosidad popular en el subcontinente: la devoción a la Virgen, la devoción a la Eucaristía y la devoción y el amor por
el Romano Pontífice, sin embargo, la estancia de Benedicto XVI durante cuatro días en la
cuarta ciudad más poblada del mundo, con sus 19 millones de habitantes, se daba en un
momento en el que parecía que la evangelización entre los más pobres había fracasado,
pues el proselitismo de las sectas, activo desde 1991, ha hecho descender el numero de
católicos brasileños del 83 al 67% de la población.
Muchos de los planes eclesiásticos y la organización de diversas celebraciones
suelen hacerse mediante un método sencillo de análisis que suele denominarse “luces y
sombras”. Fue el caso de la Conferencia en Aparecida, Brasil. La iglesia contempló las siguientes “luces” en Brasil:
Presencia del Papa Benedicto XVI en el país con el mayor número de
católicos, donde se reconoce le eficiencia de la Iglesia en diversos campos
96
con un alto índice de credibilidad en la mayoría de los países
latinoamericanos. Reconocimiento de la capacidad mediadora de la Iglesia
en conflictos nacionales y locales. Comunión entre los obispos del
continente con el respaldo de las Conferencias Episcopales. Afianzar la
credibilidad hacia afuera y fortalecer la comunión hacia dentro. Único
evento de esta índole en el mediano y largo plazo. Generar conclusiones
acordes a los nuevos tiempos y cambios. Contribuir a una mayor comunión.
Consolidar redes para los medios de comunicación católicos. Poner en
movimiento a la Iglesia Latinoamericana con un compromiso mayor.
Fortalecer los lazos entre el CELAM y las Conferencias Episcopales.
Obtener un mayor conocimiento de la Iglesia de América Latina. La Iglesia contempló las siguientes “sombras” en Brasil:
Las “comunidades eclesiales de Base” seguidoras de la Teología de
la Liberación. Posición de algunos teólogos y obispos con respecto a la
tradición latinoamericana. Posible utilitarismo para contraponer a una Iglesia
institucional con matiz romano a una Iglesia Latinoamericana emanada de
los pobres. Tendencias políticas de algunos países hacia la izquierdización.
Demostraciones de sectores de la Teología de la Liberación. La visita del
Papa puede desviar la atención local dejando en segundo plano a la
Conferencia General. Luego de inaugurada la V Conferencia, el Santo Padre regresó a Roma, pero las
reuniones continuaron en Brasil hasta el 31 de mayo. Los trabajos de los obispos reunidos
allí por dos semanas fueron encomendados por el Papa, desde su llegada a Brasil, a la
Virgen de Guadalupe, Patrona de América Latina.
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“Luego de Brasil”
Los resultados del sexto viaje apostólico de Benedicto XVI, y su primero al
continente americano, durante mayo de 2007, confirman que el pontificado del Papa
Ratzinger, más que mirarlo, hay que meditarlo a través de la escucha. Algunos “analistas”
han centrado sus reflexiones en el testimonio visual, pero sin la lectura de los textos
pronunciados por el Romano Pontífice al sub-continente latinoamericano.
Una revisión de las expresiones del Papa nos acercará a las respuestas que ha
entregado luego de los diversos cuestionamientos en torno a la tarea de la Iglesia y a los
retos en el continente evangelizado hace 500 años. Presento una selección de sus
pronunciamientos:
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La religiosidad popular (paralela a la liturgia).- “es el alma de los pueblos
latinoamericanos”.
La globalización.- “comporta el riesgo de los grandes monopolios y de convertir
el lucro en valor supremo”.
La democracia.- “peligra ante formas de gobierno autoritarias o sujetas a ciertas
ideologías que se creían superadas”.
La economía liberal.- “de algunos países latinoamericanos ha de tener presente
la equidad, pues siguen aumentando los sectores sociales que se ven probados
cada vez más por una enorme pobreza”.
Debilitamiento de la vida cristiana.- “en el conjunto de la sociedad y de la propia
pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al
indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y
de nuevas expresiones seudo-religiosas”.
Dios.- Han fracasado “todos los sistemas que ponen a Dios entre paréntesis”.
Formación de los fieles.- “por medio de la catequesis, valiéndose del Catecismo
de la Iglesia Católica”.
Comunicación del mensaje cristiano.- “se ha de recurrir también a los medios de
comunicación: prensa, radio y televisión, sitios de Internet, foros y tantos otros
sistemas”.
Condiciones de vida.- “más humanas libres de las amenazas del hambre y de
toda forma de violencia” y “suprimir las graves desigualdades sociales y las
enormes diferencias en el acceso a los bienes”.
Capitalismo y marxismo.- Ambas estructuras “prometieron encontrar el camino
para la creación de estructuras justas y afirmaron que éstas funcionarían por sí
mismas, que ellas fomentarían la moralidad común. Esta promesa ideológica se
ha demostrado que es falsa. El sistema marxista, donde ha gobernado, no sólo ha
dejado una triste herencia de destrucciones económicas y ecológicas, sino
también una dolorosa opresión de las personas. Y lo mismo vemos en occidente,
donde crece constantemente la distancia entre pobres y ricos y se produce una
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inquietante degradación de la dignidad personal con la droga, el alcohol y los
sutiles espejismos de felicidad”.
Iglesia en política.- “el respeto de una sana laicidad es esencial en la tradición
cristiana auténtica. Si la Iglesia comenzara a transformarse directamente en
sujeto político, no haría más por los pobres y por la justicia, sino que haría
menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral, identificándose
con una única vía política y con posiciones parciales opinables”.
Líderes católicos.- En voces e iniciativas, es notoria su “ausencia en el ámbito
político, comunicativo y universitario”.
La familia.- “sufre situaciones adversas provocadas por el secularismo y el
relativismo ético, por los diversos flujos migratorios internos y externos, por la
pobreza, por la inestabilidad social y por legislaciones civiles contrarias al
matrimonio. En algunas familias persiste aún por desgracia una mentalidad
machista, ignorando la novedad del cristianismo que reconoce y proclama la
igual dignidad y responsabilidad de la mujer respecto al hombre”.
Aborto.- que “se acoja, se ame, se respete la vida desde su concepción hasta su
término natural”.
Los sacerdotes.- deben cumplir su misión dotándose de “una sólida estructura
espiritual”, deben vivir toda su existencia “inspirada por la fe, la esperanza y la
caridad” y deben cultivar su “preparación cultural e intelectual”.
Los religiosos y religiosas.- deben entregar su testimonio “en un mundo que
tantas veces busca ante todo, el bienestar, la riqueza y el placer como finalidad
de la vida. Sus voces afirman que existe otra forma de vivir con sentido”.
Los laicos.- “deben sentirse co-responsables en la construcción de la sociedad
según los criterios del Evangelio, con entusiasmo y audacia, en comunión con
sus pastores”. También recordó “su responsabilidad y su misión de llevar la luz
del Evangelio a la vida pública”.
Los jóvenes.- les invitó a “comprometerse en una renovación constante del
mundo a la luz de Dios” y a “oponerse a las falsas ilusiones de felicidad
inmediata y de los paraísos artificiales, así como a toda forma de violencia”.
Después de esos días el Santo Padre descansó en el Palacio de Castelgandolfo para
reintegrarse, a partir de la siguiente semana, a su actividad en el Vaticano, luego de Brasil.
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“Felipe Calderón con Benedicto XVI”
La primera semana de junio de 2007 fue el encuentro entre los jefes del Estado
mexicano y de la Santa Sede, en el Palacio Apostólico del Vaticano. El mayor peso durante
la reunión lo marcó el tiempo de vida de ambas naciones, también el sitio del encuentro.
Los tiempos de Juan Pablo II y de Vicente Fox han pasado y tanto Felipe Calderón como
Benedicto XVI respiran aires de esperanza hacia el futuro. Ninguno aspira a otra cosa, así
lo entienden ambos y fueron cuidadosos del fondo y de las formas. Para entender el
encuentro es necesario salirse de la perspectiva localista que se concentra, con voces
disonantes, en los cuatro cotidianos temas que suele vislumbrar: aborto, eutanasia,
homosexuales y laicismo. Pero como se verá enseguida, fueron tratados otros tremas.
La Santa Sede es reconocida, por México, como sujeto sui-generis de Derecho
Internacional que a la vez tiene a su cargo el gobierno de la Iglesia Católica, cuya cabeza es
el Papa, Jefe de Estado y Sumo Pontífice de la Iglesia Católica Apostólica Romana. Los
poderes legislativo, ejecutivo y judicial, se concentran en el Papa, quien por medio de la
Secretaría de Estado, ejerce la representación de la Santa Sede en las relaciones con los
Estados extranjeros. Actualmente mantiene relaciones diplomáticas con 172 países además
de contar con el puesto de Observador Permanente ante la ONU.
La estructura política y legal de la Santa Sede le permite actuar en el escenario
mundial y participar activamente en diversos foros internacionales, en donde ejerce una
importante influencia basada en su fuerza moral. Ejemplo de ello son sus acciones
desarrolladas en materia de Derechos Humanos, además de la defensa irrestricta a la vida
humana y su rechazo a la violencia y al terrorismo.
La relación de la Iglesia Católica y el Estado Mexicano, que transcurrió por varias
etapas históricas, pasando de la confrontación a un proceso de distensión, finalmente llegó
a una época de colaboración respetuosa en el marco del Estado de Derecho y en un entorno
democrático y plural. Las relaciones diplomáticas entre el México moderno y la Santa Sede
se establecieron el 21 de septiembre de 1992, luego de las reformas al artículo 130 de la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Esta relación diplomática ha
progresado a partir del diálogo, la consulta y la colaboración, en un marco de respeto mutuo
así como del reconocimiento de valores y objetivos compartidos en favor de la convivencia
armoniosa, la justicia, el respeto de los derechos humanos y la solidaridad entre las
naciones.
Nuestro país defiende y promueve una serie de principios que encuentran
coincidencias con las posiciones de la Santa Sede en áreas tan sensibles y relevantes como
son la búsqueda de la paz y la seguridad internacionales, la solución pacífica de los
conflictos, el combate al terrorismo, la reducción y eliminación del armamento y la
prohibición de los ensayos nucleares. Ambas naciones mantienen convergencias en temas
como la búsqueda de una mayor justicia social y de un desarrollo sustentable, así como la
defensa de los derechos de los grupos más desfavorecidos de la sociedad, particularmente
de los pueblos indígenas, los migrantes y las mujeres, entre los más significativos.
100
Finalmente se traducen como acciones en materia de protección de los derechos humanos,
promoción de un orden mundial más justo y defensa de la legalidad internacional.
México y la Santa Sede además trabajan juntos, en estos momentos, en la
promoción de una reforma de la ONU que ofrezca como resultado una organización en la
que todos los Estados miembros estén verdaderamente representados.
Entre las recientes tareas bilaterales ambas naciones colaboran en la lucha contra la
pena de muerte y en favor de los derechos humanos de los migrantes mexicanos en Estados
Unidos, así como en el ámbito del financiamiento al desarrollo y el acceso de los países
pobres a los mercados mundiales; asuntos en los cuales la Santa Sede ha respaldado
decididamente las posiciones y las gestiones del Gobierno de México.
De lo anterior, fuera de animaciones fundamentalistas y de emociones
antirreligiosas, se desprendió la agenda de los temas y el añadido en lo referente al
“cuidado de la creación”, la reciente atención al agua y al calentamiento global. Pero
Benedicto XVI esta “muy bien informado” de la situación general de México y le preocupa
que los valores cristianos que forjaron a este Pueblo se preserven y continúen, y como tiene
claro que el cristianismo forma parte del nacimiento de la nación mexicana, entonces
seguramente tocó lo referente al aborto, eutanasia, matrimonio entre homosexuales,
laicismo persecutor, educación religiosa en escuelas públicas, presencia de la Iglesia en
medios de comunicación, y seguramente, demandó Libertad Religiosa.
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“En sana separación” Ya no es posible hablar simplemente de “tolerancia” religiosa en México luego de la
reunión celebrada en el Palacio Apostólico del Vaticano, en junio de 2007, entre el
Presidente Felipe de Jesús Calderón Hinojosa y el Papa Benedicto XVI, pues ahora salta a
la vista que los añejos gobiernos persecutores e intolerantes de la libertad religiosa, de
credo y de culto, han quedado archivados en la historia.
Ahora el Gobierno de México garantiza la libertad de culto, pero el formal ingreso
de nuestro país al mundo globalizado del siglo XXI tiene todavía un tramo por recorrer, y
todo parece indicar que se evidenciará antes de que termine la primera década, pues aún se
mantiene en un estado pendiente por resolver, el paso de la “libertad de culto” a la “libertad
religiosa”.
La libertad de culto se entiende como una prerrogativa que el Estado entrega a los
creyentes, una especie de tolerancia hacia el Pueblo que quiere creer en Dios. La libertad
religiosa, en cambio, se vive a partir de que el Estado simplemente reconoce el derecho
fundamental que todo ser humano tiene de creer en su origen como creatura de Dios y en su
trascendencia después de la muerte. La libertad religiosa garantiza la manifestación libre de
las diversas expresiones devocionales.
Durante el gobierno del presidente Vicente Fox Quesada, sus acercamientos con las
autoridades eclesiásticas parecieron estar marcados por una especie de “aprovechamiento”
de la personalidad de los pastores, por parte del presidente, quien daba la impresión de que
buscaba obtener, a manera de trueque, el reconocimiento que el Pueblo creyente y
mayoritariamente católico le podría otorgar a su calidad humana como Jefe de Estado, si se
presentaba como un hombre creyente y practicante de la fe.
Lo que pareció ser un buen intento por ganar simpatías se tradujo luego en la
representación de una especie de dramatizaciones que protagonizaba en algunos actos de
culto de los que no lograba deslindarse de su investidura presidencial, y que provocaba
críticas por parte de quienes no les era afín y de quienes ni eran católicos ni creyentes.
Intentaba ser un laico comprometido, a la vez que un Jefe del Ejecutivo muy solidario con
la cultura religiosa, y así besaba el Anillo del Pescador en mano de Juan Pablo II, levantaba
en actitud triunfal un crucifijo, asistía a Misa de la mano de su mujer y prometía a los
obispos cumplir con las solicitudes que le presentaban, aunque después no les cumplió
nada. Se burló de todo y de todos. Del discurso pasaba a una colección de manifestaciones
desordenadas que no lograban llegar al fondo y que se le complicaron por la banalización
que el propio presidente Fox y su mujer, sin cuidado del protocolo, protagonizaban con sus
personales manifestaciones de devoción hacia la figura del Papa, tan amada por los
mexicanos.
Juan Pablo II, aunque nunca tuvo un encuentro personal y privado con la mujer del
Presidente; en su calidad de Jefe de Estado de la Santa Sede sí recibió en privado al Jefe de
Estado de la nación mexicana. El Santo Padre se apegó a la diplomacia y a las relaciones
entre ambas naciones. Fox y Sahagún no pudieron llegar más allá de los límites de la moral,
102
ni por ser él el presidente ni por ser ella su mujer. La Santa Sede tampoco llegó más allá de
sus obligaciones protocolarias y el trato jamás trascendió las relaciones oficiales.
Ahora el Papa es otro y el Presidente también, lo que ha hecho más fácil y cordial el
encuentro entre ambos, sin presiones de otro tipo, sin intereses individuales, sin querer
obtener beneficios personales sotto la tavola (por debajo de la mesa), como dicen en Roma.
Ahora es evidente que el presidente Felipe Calderón ha logrado evitar aquellas
pasadas manifestaciones de veneración de forma, que no formales. Se presentó ante el
Papa, primero como Jefe de Estado de la nación mexicana para conversar y tomar acuerdos
en torno a los temas que ambas naciones llevan a cabo de manera bilateral, y una vez
terminada la visita oficial, ingresaron a la Biblioteca apostólica su esposa Margarita Zavala
y sus tres hijos. Queda claro que la primera parte de la visita fue oficial y que la segunda
parte fue familiar, íntima y privada. En el primer momento del encuentro se manifestó el
Presidente de México y en la segunda parte el Padre de familia y esposo.
Las formas fueron respetadas y cada cosa quedó en su cosa y cada cosa en su lugar.
El Presidente de México visitó al Romano Pontífice, y luego Felipe Calderón, acompañado
de su familia, visitó al Vicario de Cristo, todo en sana separación. 103
“El sonido de Asís” La ciudad de Asís, en Italia, forma parte del selecto grupo de ciudades que han sido
declaradas Patrimonio de la Humanidad. Asís bien lo vale pues es una ciudad medieval que
cuenta con crónicas de más de mil años y su intacta historia se recrea en sus callejuelas y
revive en sus edificaciones, hechas con piedra caliza, por constructores del medioevo.
Cantera, madera y tejas de cerámica conforman el aspecto urbano de Asís, único en su tipo.
Cada una de las ventanas de las pequeñas casas son vitrales emplomados, algunos son del
color del agua y otros son multicromáticos. Sus calles no conocen el asfalto pues su piel es
de piedras y su cielo es virgen porque jamás ha sido violentado por humos grotescos; es un
cielo por el que solamente cruza la mirada del sol y las lágrimas de sus nubes.
Toda la belleza de Asís respira la grandeza de lo pequeño y la sencillez de lo
grandioso. Por esto es invadido en sus mañanas por turistas procedentes de más allá de
todas las fronteras, quienes luego de haberse deleitado a través de sus miradas, regresan al
caer la tarde para dejar dormir a una de las ciudades más hermosas del orbe. El pueblo debe
descansar porque al siguiente día volverá a cumplir con su tarea de mostrar el esplendor de
la calma que contiene lo antiguo.
Con ello, Asís no le debe toda su fama a lo medieval ni a la antigüedad intacta, ni a
sus piedras mudas ni a sus calles estrechas. Todo eso es Asís, es cierto, pero hay otras
ciudades, en otros países, que guardan para sus visitantes un aspecto similar en lo medieval.
Asís es Asís por San Francisco, el Poverello, y por Santa Clara. Puede ser difícil creerlo,
pero cuando se camina por Asís, se percibe el clamor continuo de aquellas dos creaturas
quienes, habiendo renunciado a la riqueza y al poder, lograron configurarse con otro Pobre,
el de Nazarét, que por ellos y por muchos, murió clavado en una cruz mil doscientos años
antes de que Francisco fundase a los Frailes Menores y Clara a las Damas Pobres de Cristo.
Allí están los restos de Clara y de Francisco. Él, debajo de la grandiosa basílica de
dos niveles que la devoción de los fieles le edificara, y ella debajo de su basílica que la
misma fe le construyera. Allí esta también la Porciúncula, la más pequeña porción de tierra
contenida por la pequeñísima capilla en la que Francisco vivió su conversión. Allí esta el
Cristo de San Damián, el crucifijo pintado sobre madera que cobrara vida sobre su propia
cruz y le hablara al Pobrecito de Asís para pedirle que reconstruyera su Iglesia porque
amenazaba con derrumbarse. Francisco había cumplido la solicitud y buscando piedras la
reedificó con sus propias manos, pensando que con ello cumplía la voluntad del Señor. Pero
después, en su viaje a Roma, en el Palacio Apostólico lateranense y ante el Papa,
comprendió lo que Cristo le había pedido. Ante la curia romana y bajo la mirada de obispos
y cardenales enjoyados, seguido por sus hermanos de Hábito, descalzo, con los pies lodosos
ante la vista de todos y vestido sólo por la burda tela que cubría su cuerpo con un cordón
blanco atado a su cintura, Francisco dirigió sus pasos hacia el Romano Pontífice que no
esperó a que los pasos terminasen, pues él se puso en pie y caminó hacia Francisco para
luego besarle los pies y pedirle que edificara la Iglesia que por la opulencia y suntuosidad
que le rodeaban, se derrumbaba sobre sí misma. Allí en Asís se conserva ese mismo Hábito
104
con ochocientos años de edad y con ochocientos parches de tela cosidos por las pobres
manos franciscanas.
A Asís llegó el Papa Benedicto XVI el domingo 17 de junio de 2007, para celebrar
los 800 años de la conversión de San Francisco, y allí mismo, en su propia tierra, Francisco
y Clara de Asís le inspiraron, a partir de la pobreza que nada quiere, de la sencillez que a
nada aspira, de la humildad que nada pretende y de la docilidad que todo lo cambia, a soltar
un grito de paz por la humanidad tan necesitada de ella y que tanto anhela. El Papa
Ratzinger dijo que considera un deber “lanzar desde aquí un ferviente llamamiento para que
cesen los conflictos armados que ensangrientan la tierra, callen las armas y el odio se rinda
al amor, la ofensa al perdón y la discordia a la unión”.
Es que, entre otras muchas cosas, el llamamiento a la paz siempre ha sido el
constante sonido de Asís. 105
“La Iglesia es una y su Documento” Benedicto XVI se encontraba, en julio de 2007, tomando un periodo de descanso en
una pequeña casa ubicada en un poblado de nombre Lorenzago di Cadore en la región
italiana de los vénetos. Al término de sus vacaciones se trasladaría al palacio apostólico de
Castelgandolfo para reiniciar sus actividades y allí permanecer hasta finales de septiembre
para luego regresar al palacio apostólico del Vaticano. Mientras tanto, un escándalo había
provocado entre católicos y cristianos, entre creyentes y no creyentes, el documento que
bajo el título “Respuestas a algunas preguntas acerca de ciertos aspectos de la doctrina
sobre la Iglesia” hiciera público la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, el
martes 10 de julio. Se trata de un documento de tipo Responsa como se les llama en los
diversos dicasterios vaticanos a este tipo de textos aclaratorios que, a manera de respuesta,
explican cuestiones que no han sido del todo bien entendidas.
Antes de analizar el contenido del documento es necesario recordar que todo
católico proclama siempre su profesión de Fe durante la celebración eucarística en la
oración que se llama Credo y al final de la cual el celebrante afirma que “esta es nuestra Fe,
la Fe de la Iglesia, que nos gloriamos de profesar en Jesucristo nuestro Señor” y cuyas
afirmaciones se resumen en cuatro: 1) Creer en un solo Dios, 2) Creer en Jesucristo, 3)
Creer en el Espíritu Santo y 4) Creer en la Iglesia.
De las cuatro afirmaciones de la proclamación de Fe, es la cuarta la que tiene
relación con la mencionada Responsa pues textualmente se afirma en el Credo creer en “la
Iglesia que es una, santa, católica y apostólica” y es precisamente la afirmación de que la
Iglesia es una, la que ahora atrae la atención de los cristianos, entre ellos, los católicos. El
escándalo se suscitó por la suposición de que el Papa excluía mediante el documento a las
demás confesiones cristianas que no se encuentran en comunión con el obispo de Roma y
que, por tanto, se hallan separadas de la Iglesia que Cristo fundó. Sin embargo, como se ve
a partir de lo expresado en el Credo, tal afirmación no es nueva, pues así se profesa
cotidianamente en cada celebración eucarística: que la Iglesia “es una”.
El documento, entre otras cosas, afirma que “el Concilio Ecuménico Vaticano II ni
ha querido cambiar la doctrina sobre la Iglesia ni de hecho la ha cambiado, sino que la ha
desarrollado, profundizado y expuesto más ampliamente”. Por otro lado, explicando la
afirmación según la cual la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica, el documento
señala que:
“Cristo ha constituido en la tierra una sola Iglesia y la ha instituido desde su
origen como comunidad visible y espiritual. Ella continuará existiendo en el curso
de la historia y solamente en ella han permanecido y permanecerán todos los
elementos instituidos por Cristo mismo. Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el
Símbolo confesamos una, santa, católica y apostólica (...). Esta Iglesia, constituida y
ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia Católica,
gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él. Aunque
se puede afirmar rectamente, según la doctrina católica, que la Iglesia de Cristo está
106
presente y operante en las Iglesias y en las Comunidades eclesiales que aún no están
en plena comunión con la Iglesia católica, gracias a los elementos de santificación y
verdad presentes en ellas, el término subsiste es atribuido exclusivamente a la
Iglesia Católica, ya que se refiere precisamente a la nota de la unidad profesada en
los símbolos de la fe (Creo en la Iglesia una); y esta Iglesia una subsiste en la
Iglesia Católica. Retomando sustancialmente la enseñanza conciliar y el Magisterio
post- conciliar (prosigue el texto) el nuevo documento, promulgado por la
Congregación para la Doctrina de la Fe, constituye un recuerdo claro de la doctrina
católica sobre la Iglesia. Además de descartar visiones inaceptables, todavía difusas
en el mismo ámbito católico, también ofrece indicaciones importantes para la
continuación del diálogo ecuménico. Dicho diálogo es una de las prioridades de la
Iglesia Católica. (...) Pero para que el diálogo pueda ser verdaderamente
constructivo, además de la apertura a los interlocutores, es necesaria la fidelidad a la
identidad de la fe católica”. Por lo expuesto, resulta muy oportuno destacar, sin emotividades fehacientes, que
en el pontificado del Papa Ratzinger, no obstante su apertura en el diálogo con otras
religiones y su ecumenismo fraternal, se ha dejado claro y enérgicamente que la roca de la
Iglesia es Pedro y que su barca esta en Roma. 107
“Su Nuncio en México”
Luego de la última cena y antes su gran agonía emocional ante la perspectiva de que
para muchos, su Pasión, Muerte y Resurrección no significarían nada, Jesús pidió a Dios
Padre por quienes Él le había dado, y así le dijo: “No te pido que los retires del mundo, sino
que los guardes del mal. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos
en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he
enviado al mundo”.
Las palabras de Jesús, que San Juan cita en su relato del Evangelio, le vienen bien a
todo aquel que ha decidido seguirle y dar respuesta a su tarea de ir “por todo el mundo y
anunciar la Buena Nueva”, pero de manera precisa deben de provocar resonancia en los
nuncios apostólicos enviados a todas las naciones, pues ya de suyo Nuntius en latín
significa “mensajero” y su tarea fundamental es la de velar, en nombre del Papa, por la
situación de la Iglesia en el país al que han sido enviados, además de cumplir con el
ministerio de representar a la Santa Sede, como nación que es, ante un gobierno extranjero,
con rango de embajadores.
“Desde mi juventud Jesús se ha manifestado a mí de muchas maneras (expresaba
Christophe Pierre, el Nuncio apostólico de Benedicto XVI para México, en la homilía que
pronunciara durante la celebración eucarística en la Basílica de Guadalupe, con motivo de
su recepción por parte de los obispos de México hacia mediados de 2007), dándome poco a
poco a entender el sentido de la palabra: -si conocieras el don de Dios y quién es el que te
pide de beber, serías tú quien le pidiera de beber y él te daría de esa agua viva-. Esta es la
razón por la cual he escogido como mi lema episcopal: -Si conocieras el don de Dios-.”
Luego dijo que “he sido enviado a misión en medio de ustedes para beber de esta agua viva
que brota en la Iglesia de México y en cada cristiano desde el día de su bautismo”.
Al conocer esta homilía recordé que el entonces rector de la Pontificia Academia
Eclesiástica del Vaticano, donde se forma a los diplomáticos de la Santa Sede, Monseñor
Justo Mullor, me hizo saber que “a México les llegará por Nuncio un hombre justo, sabio y
bueno; séanle amigos los amigos”.
El Papa Benedicto XVI lo nombró Nuncio apostólico para México el 22 de marzo
de 2007, llegó la noche del sábado 2 de junio y presentó sus cartas credenciales al
Presidente Felipe de Jesús Calderón Hinojosa el 18 de julio.
Christophe Pierre nació el 30 de enero de 1946 en Rennes, Francia. Fue ordenado
sacerdote el 5 de abril de 1970 y consagrado arzobispo el 24 de septiembre de 1995.
Realizó sus estudios básicos en Madagascar, Francia y Marruecos. Su formación religiosa
la hizo en el Seminario Mayor arquidiocesano de Rennes, en la Universidad Pontificia
Laterana y en la Pontificia Academia Eclesiástica de Roma; tiene maestría en teología en el
Instituto Católico de París y doctorado en derecho canónico en Roma. Se ha desempeñado
en las nunciaturas de Nueva Zelanda e Islas del Pacífico Sur, Mozambique, Zimbabwe,
Cuba, Brasil, Suiza y Haití. Llegó a México luego de servir como Nuncio apostólico en
Uganda, África, por más de ocho años.
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Con un notable trato amable, y sonriente, platica la experiencia de su encuentro con
Benedicto XVI antes de su llegada a México, cuando narra que “El Papa me dijo que
recuerda muy bien a México, su visita a Guadalajara en la década de los 90 y su gran fe.
Señaló que este país tiene la fe cristiana en sus raíces, que le preocupa la posibilidad de un
cambio en este aspecto porque, afirmó, México sin su fe no existiría” y menciona que “el
Papa tiene un gran amor por los mexicanos”.
Christophe Pierre es uno de esos hombres que refleja en su mirada serena y amable,
y en su trato siempre dispuesto y fraterno, lo que implica para él ser un “mensajero” de
Dios en el mundo. Sabe que en México se tiene que alcanzar un punto de madurez en el que
todas las personas puedan expresar su opinión y que la Iglesia pueda discutir con la
sociedad y el Estado temas de derechos humanos y de libertad religiosa. Este es uno de los
objetivos, entre muchos, que por ahora ocupa la atención del Nuncio en México, quien
trabaja, como ha dicho, “para que la Iglesia ayude a todos los cristianos a vivir su fe en el
difícil contexto de la cultura actual”.
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“Infierno en el mundo”
Cuántas veces no se habrán escuchado clamores de protesta por el sufrimiento que
Roma infligía a las naciones sobre las que ejercía su dominio de hegemonía política y
económica bajo un yugo militar, pues Roma era, hace dos mil años, una máquina de matar.
Los rebeldes de la resistencia eran llevados a la cruz, el espantoso instrumento de tortura y
de muerte que los romanos habían tomado de Persia. En efecto, Roma había desatado el
infierno sobre la tierra y todo su poder parecía indicar que aquel imperio sería eterno, pero
los romanos habían alcanzado altos niveles de degeneración en sus conciencias y
terminaron por acabarse ellos mismos en la estrepitosa caída del imperio más grande y
poderoso jamás conocido.
El péndulo de la historia le ha dado ahora un poder semejante a la nación más
poderosa y rica del momento, pero tampoco es eterno su poderío. Los Estados Unidos
ejercen hoy su dominio de hegemonía política y económica bajo una constante amenaza
militar. Se han ensañado en los últimos años contra turcos y palestinos manteniendo a sus
poblaciones en un constante grito de sufrimiento por el dolor que diariamente le
proporciona a sus poblaciones heridas, a sus niños mutilados, a sus familias deshechas, a
sus jóvenes envejecidos, a sus ciudades destruidas.
Bajo el pretexto de su lucha contra el terrorismo, que ya nadie cree, los
norteamericanos se han lanzado contra el mundo árabe y se han constituido ellos mismos en
auténticos terroristas de la humanidad. Un día inventaron que en Irak había armas de
destrucción masiva y atacaron, depusieron al Presidente, luego lo ahorcaron y desde
entonces permanecen en el país con tropas de ocupación. Otro día inventaron que en
Líbano había terroristas y bombardearon el país durante veinte días. Una tarde inventaron
que en su territorio había ya demasiados mexicanos y levantaron un muro que los ha
encerrado en sí mismos sin que sus habitantes se percaten de ello, pues cuando caiga este
nuevo imperio nadie podrá salir de allí. El desastre económico y financiero de los Estados
Unidos es inminente. Ellos lo saben y por eso hacen la guerra a naciones alejadas de sus
fronteras. Las voces de las poblaciones destruidas no se oyen en sus noticiarios, pero ahora
son las familias norteamericanas y algunos legisladores quienes ya claman desde dentro por
el fin de esas guerras que matan a sus propios jóvenes.
A las denuncias ahora se ha sumado la voz del Romano Pontífice. Desde su retiro de
descanso, el domingo 22 de julio de 2007, Benedicto XVI dijo que en esos días de reposo
sentía “aún más intensamente el impacto de las noticias sobre enfrentamientos sangrientos
y episodios de violencia que se verifican en muchas partes del mundo. Esto me lleva a
reflexionar una vez más sobre el drama de la libertad humana en el mundo”.
La Tierra, dijo, es "un jardín que Dios entregó a los hombres para que lo custodiaran
y cultivaran, y si los hombres vivieran en paz con Dios, y entre ellos, la Tierra sería
verdaderamente un paraíso. El pecado, por desgracia, arruinó este proyecto divino,
engendrando divisiones y haciendo que entrase la muerte en el mundo. De este modo, los
hombres ceden a las tentaciones del Maligno y se hacen la guerra. La consecuencia es que,
en este estupendo jardín, que es el mundo, se abren espacios de infierno”.
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Tras poner de relieve que la guerra es "una calamidad", recordó que “hace 90 años
el Papa Benedicto XV pidió que se pusiera fin a la primera guerra mundial y tuvo la
valentía de afirmar que ese conflicto era una matanza inútil. Esta expresión se ha grabado
en la historia. Aquellas palabras tienen también un valor más amplio, profético, y se pueden
aplicar a otros muchos conflictos que han desgajado innumerables vidas humanas".
Además recordó cómo su antecesor también habló de "los caminos para construir una paz
justa y duradera: la fuerza moral del derecho, el desarme equilibrado y controlado, el
arbitrio en las controversias, la libertad de los mares, la condonación recíproca de los gastos
bélicos, la restitución de los territorios ocupados y negociaciones justas para dirimir las
cuestiones.
Este es el mismo planteamiento que siguieron Paulo VI y Juan Pablo II en sus
memorables discursos ante la Asamblea de las Naciones Unidas, repitiendo en nombre de la
Iglesia: ¡Nunca más la guerra!.
Desde este lugar de paz, en el que los horrores de las matanzas inútiles se
experimentan con mayor intensidad como inaceptables, renuevo el llamamiento a seguir
con tenacidad el camino del derecho, a rechazar con determinación la carrera de
armamentos y la tentación de afrontar nuevas situaciones con viejos sistemas”.
111
“Confiesa el Secretario”
Gracias a una entrevista, de agosto de 2007, que el periodista vaticanista Peter
Seewald le hiciera al Padre Georg Gänswein, quien es Secretario Personal del Papa
Benedicto XVI desde el inicio de su pontificado, podemos acercarnos a conocer rasgos
personales del Santo Padre y algunas características de su apostolado al frente del timón de
la Barca de Pedro.
El Papa esta saludable y se siente muy bien, aunque no utiliza la bicicleta que le
fuera prescrita como instrumento de ejercicio por su médico, pero trabaja mucho y a ritmo
acelerado. Es un trabajador rápido y efectivo que recibe a sus ayudantes y asesores en
audiencias privadas por las tardes, regularmente seis días a la semana. Los presidentes de
los diversos dicasterios, las pontificias congregaciones y comisiones, acuden a las
audiencias en intervalos regulares por las mañanas, lo que no sólo garantiza el contacto
personal y el flujo de información necesarios, sino también un intercambio personal que es
valioso para todos. Además de las cotidianas, hay muchas reuniones fuera de los muros del
Vaticano. El Papa siempre escucha, recibe consejo, medita y toma decisiones. Los
documentos que se le presentan los estudia rápidamente, “a la velocidad de la luz y tiene la
memoria de un elefante” hace saber el Padre Gänswien, quien en medio del trabajo
cotidiano, debe cuidarle el tiempo que necesita para leer, estudiar, rezar, pensar y escribir.
Debido a que durante el pontificado de Juan Pablo II el cardenal Ratzinger trabajó
en una de las posiciones más importantes de la Curia Romana durante 23 años, siendo
Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, conoce los ambientes
curiales como nadie más dentro de los muros vaticanos, lo que le proporciona una gran
ventaja sobre todos y elimina cualquier consideración acerca de que el Papa pudiese estar
siendo “manejado” por otros. Con todo, el Santo Padre no es una personalidad impetuosa
sino que es una persona reservada, “lo que es fácil de ver para cualquiera” hace notar el
hombre más cercano al Romano Pontífice.
Diariamente el Secretario sostiene una sesión informativa con el Papa, durante la
que le presenta las cartas oficiales y documentos, todo lo que procede de obispos y
cardenales, del mundo de la política y de la diplomacia. Aparte de eso hay una enorme
cantidad de cartas, súplicas, peticiones y ofrecimientos que él no ve porque no dispone del
tiempo, pero a cambio le ha dado capacidad al Secretario para tomar decisiones por juicio
propio.
El Padre Georg, de 51 años, deslizó durante la entrevista con Seewald la idea de que
Joseph Ratzinger era el sucesor que Juan Pablo II deseaba, pues aunque dice que dentro de
la Santa Sede “ha habido mucha especulación sobre eso” también hace notar que Juan
Pablo II dijo a sus colaboradores cercanos muchas veces: “Quiero conservar al Cardenal
Ratzinger. Lo necesito como la cabeza de teología.” de donde “se pueden deducir algunas
cosas”.
Con respecto a alguna posibilidad de comparación, no manifiesta, con el pontificado
de Juan Pablo II, el Padre Georg Gänswein opina que “nadie pensó que después de un Papa
del Milenio como Karol Wojtyla, el sucesor pudiera ser tan exitoso así de rápido. Benedicto
112
XVI atrae al doble de gente y sus libros se imprimen por millones. El Papa Ratzinger es
visto como uno de los más importantes pensadores de nuestro tiempo” y sin mencionar
nombres, indica que alguien muy familiar con los vaivenes de Roma decía durante el viaje
a Bavaria el año pasado, que “Juan Pablo II abrió los corazones de la gente y Benedicto
XVI los llena” y agrega que hay mucha verdad en eso, que el Papa Ratzinger llega a los
corazones de la gente, les habla, pero no les habla de sí mismo, les habla de Jesucristo, de
Dios, de manera descriptiva, entendible y convincente. Agrega que “eso es lo que la gente
está buscando. Benedicto XVI les da ese alimento espiritual”.
Respecto al pontificado opina que el impacto que pueda tener corresponderá al
refuerzo y al estímulo de la fe y a la conciencia de que la Fe Católica es algo grande, un
regalo de Dios, no impuesta a la gente, sino que se supone debe aceptarse libremente. En
esto están los “grandes desafíos que la Iglesia tiene que afrontar” y agrega que “la
restauración de la unidad plena de la fe es seguramente un gran objetivo del Papa-teólogo”.
Además el diálogo ecuménico con varias iglesias ortodoxas está avanzando a pleno vapor y
ha habido considerable progreso aunque el ecumenismo es una lucha difícil. Una reunión
del Papa con el Patriarca ruso de Moscú sería deseable “dondequiera que sea” confiesa el
Secretario.
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“Las tres tareas”
Según la tradición, la casa de la Virgen María, donde vivió la Sagrada Familia en
Nazarét, fue trasladada, piedra tras piedra, hasta la ciudad de Loreto, en Italia, a pocos
kilómetros de Roma. Allí se reunió Benedicto XVI con medio millón de jóvenes durante
los dos primeros días de septiembre de 2007, en un encuentro que ha mostrado claramente
qué es lo que ocupa la mente del Papa en los problemas que la humanidad debe atender
hoy, antes de que el futuro se haga más cercano.
El mensaje pontificio se resume en tres tareas que el Papa ha entregado a quienes en
breve serán los responsables del mundo: 1) No tener miedo, 2) cuidar la naturaleza y 3)
Vigilar los contenidos de los medios de comunicación. Enseguida, presento, en extractos
textuales, lo esencial de cada tarea:
1) “No tengan miedo de soñar. Hoy, por desgracia con frecuencia, una
existencia llena y feliz es vista por muchos jóvenes como un sueño difícil y en
ocasiones casi irrealizable”. “Muchos ven el futuro con aprehensión y se plantean
muchos interrogantes. Se preguntan cómo integrarse en una sociedad caracterizada
por muchas y graves injusticias y sufrimientos. ¿Cómo reaccionar ante el egoísmo y
la violencia que en ocasiones parecen prevalecer? ¿Cómo dar un sentido a la vida?”.
“¡No tengan miedo, Cristo puede llenar las aspiraciones más íntimas de su corazón!
¿Puede haber sueños irrealizables cuando son suscitados y cultivados en el corazón
por el Espíritu de Dios?”. “Dejen que esta tarde se los repita: cada uno de ustedes, si
está unido a Cristo, puede hacer grandes cosas. Por este motivo, queridos amigos,
no deben tener miedo de soñar con los ojos abiertos con grandes proyectos de bien y
no tienen que dejarse desalentar por las dificultades”.
2) Seguir a Cristo, dijo el Papa, comporta “el esfuerzo constante por dar la
propia contribución a la edificación de una sociedad más justa y solidaria, en la que
todos puedan disfrutar de los bienes de la tierra”. “Sé que muchos de ustedes se
dedican con generosidad a testimoniar la fe en diferentes ámbitos sociales, en el
voluntariado, trabajando en la promoción del bien común, de la paz y de la justicia
en toda comunidad”. “Uno de los campos en los que parece que la acción es urgente
es sin duda el de la salvaguardia de la creación”. “A las nuevas generaciones se les
confía el futuro del planeta, en el que son evidentes los signos de un desarrollo que
no siempre ha sabido respetar los delicados equilibrios de la naturaleza. Antes de
que sea demasiado tarde, es necesario tomar decisiones valientes, que sepan volver
a crear una fuerte alianza entre el hombre y la tierra”. “Es necesario pronunciar un sí
decidido a la defensa de la creación y un compromiso intenso para invertir esas
tendencias que corren el riesgo de provocar situaciones de degradación
irreversible”. “Este año se ha concentrado la atención sobre todo en el agua, bien
sumamente precioso que, si no es compartido de manera justa y pacífica, se
convertirá por desgracia en motivo de duras tensiones y de ásperos conflictos”.
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3) “¡Cuántos mensajes les dirigen los medios de comunicación! ¡Estén
atentos! ¡Sean críticos!, no sigan el camino del orgullo, sino el de la humildad”.
“Vayan contra la corriente: no escuchen las voces interesadas o seductoras que hoy
promueven modelos de vida caracterizados por la arrogancia y la violencia, por la
prepotencia y el éxito a toda costa, por la apariencia y por el tener, en detrimento del
ser”. “No se dejen llevar por la ola producida por esta potente acción de
persuasión”. “No tengan miedo, queridos jóvenes, de preferir los caminos
alternativos indicados por el auténtico amor: un estilo de vida sobrio y solidario;
relaciones afectivas sinceras y puras; un compromiso honesto en el estudio y en el
trabajo; el interés profundo por el bien común”. El Papa les alentó a no tener “miedo
de parecer que son diferentes y de ser identificados por lo que puede parecer un
fracaso o estar fuera de moda”. “El camino de la humildad no es el camino de la
renuncia, sino de la valentía. No es el resultado de un fracaso, sino el de una victoria
del amor sobre el egoísmo y de la gracia sobre el pecado”.
El Papa había fijado tres tareas desde Loreto, pero sabe que tres no son las únicas
que se deben desempeñar, pues luego hizo saber que durante su visita apostólica a Austria,
del 7 al 9 de septiembre, afrontaría las preguntas que se plantean los creyentes. De ello,
mientras Benedicto XVI acelera su pontificado en respuestas a la humanidad, daré cuenta
en el siguiente artículo.
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“Desde Austria”
Benedicto XVI se había desplazado 770 kilómetros para llegar a Austria, en el que
ha sido su séptimo viaje fuera de Italia, del 8 al 10 de septiembre de 2007. Una semana
antes había dado a conocer, mediante una carta, que allí respondería a preguntas
fundamentales de los creyentes.
Las respuestas pontificias se resumen en cuatro: 1) Los sacerdotes, 2) El domingo
como día del Señor, 3) Los monasterios como lugares de fuerza espiritual, 4) El
voluntariado como servicio al prójimo. Enseguida, presento, en extractos textuales, lo
esencial de cada respuesta:
1) “El Señor llama a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas y a los laicos
a entrar en el mundo, en su compleja realidad, para cooperar en la edificación del
Reino de Dios”. “Jesucristo que era rico de toda la riqueza de Dios se hizo pobre por
nosotros, llamó bienaventurados a los pobres, pero la simple pobreza material, de
por sí, no garantiza la cercanía a Dios, aunque Dios está particularmente cerca de
estos pobres y el cristiano ve en ellos a Cristo que lo espera. Quien quiere seguir a
Cristo de forma radical debe renunciar decididamente a los bienes materiales. Para
todos los cristianos, pero especialmente para los sacerdotes, religiosos y religiosas,
para los individuos como para las comunidades, la cuestión de la pobreza y de los
pobres debe ser siempre objeto de examen de conciencia”. “Los sacerdotes,
religiosos y religiosas, con el voto de castidad en el celibato, no se consagran al
individualismo o a una vida aislada sino que prometen solemnemente poner
totalmente y sin reservas al servicio del Reino de Dios las relaciones intensas de las
que son capaces”. Refiriéndose a la obediencia, el Papa dijo que “escuchar a Dios y
obedecerle no tiene nada que ver con la coacción externa y la pérdida de sí mismo.”
2) “Sin el Señor, y el día que le pertenece, la vida no es completa. El
domingo, en nuestras sociedades occidentales, se ha transformado en un fin de
semana, en tiempo libre. El tiempo libre es ciertamente algo bueno y necesario,
especialmente con el frenesí del mundo moderno. Sin embargo, si el tiempo libre no
tiene un centro interior, una orientación clara, termina por convertirse en tiempo
vacío que no nos fortalece. El tiempo libre tiene necesidad de un centro, el
encuentro con Aquel que es nuestro origen y nuestra meta”.
3) “El núcleo del monacato es la adoración, pero siendo los monjes hombres
de carne y sangre, San Benito añadió al imperativo central de ora, un segundo,
labora. Así, durante siglos, los monjes, partiendo de su mirada dirigida hacia Dios
han hecho la tierra habitable y hermosa. La salvaguardia y el saneamiento de la
creación se derivaban de su mirar a Dios”. “Su servicio primordial en este mundo
debe ser, por tanto, la oración y la celebración del Oficio divino. La actitud interior
de toda persona consagrada debe ser la de no anteponer nada al Oficio divino. La
116
belleza de esa actitud interior se expresará también en la belleza de la liturgia, cuyo
criterio determinante debe ser siempre la mirada hacia Dios.”
4) “El amor por el prójimo no se puede delegar: el Estado y la política, aun
con sus justas atenciones en caso de necesidad y las prestaciones sociales, no
pueden sustituirlo. Requiere siempre el empeño personal y voluntario, para el que el
Estado debe crear condiciones generales favorables”. “El compromiso de
voluntariado solidario es una decisión que libera y abre a las necesidades del otro; a
las exigencias de la justicia, de la defensa de la vida y de la salvaguardia de la
creación. En el voluntariado entra en juego la dimensión-clave de la imagen
cristiana de Dios y del ser humano: el amor de Dios y el amor del prójimo”.
Subrayó que el voluntariado se caracteriza por la gratuidad y afirmó que “la
disponibilidad al servicio de los demás está por encima del cálculo de los costos y
no espera nada a cambio; rompe las reglas de la economía de mercado. El ser
humano es mucho más que un simple factor económico que hay que valorar según
criterios económicos”. “En la mirada de los demás, y en concreto de las personas
que necesitan nuestra ayuda, experimentamos la exigencia concreta del amor
cristiano. Jesucristo no nos enseña una mística de los ojos cerrados, sino una mística
de la mirada abierta y con ella del deber absoluto de percibir las necesidades de los
demás”.
El Papa regresó a Roma hacia las 10 de la noche del domingo y de allí se trasladó a
la residencia de verano en el Palacio apostólico de Castelgandolfo, donde continuaría
residiendo hasta finales de septiembre.
117
“Los papas de los siglos XX y XXI”
El siglo XX tuvo nueve papas y el año 1978 tuvo tres. Estos son los últimos diez
pontificados hasta ahora:
- León XIII, de nombre Gioacchino Pecci, nació en Anagni, Italia, el 2 de marzo de
1810. Fue electo el 20 de febrero de 1878 y murió el 20 de julio de 1903.
Se volvió hacia las exigencias de los tiempos modernos y buscó sacar a la Iglesia de
su oposición a la sociedad. Entre sus encíclicas se encuentra la primera social, Rerum
Novarum o “De las cosas Nuevas”.
- Pío X, de nombre Giuseppe M. Sarto, nació cerca de Treviso, Italia, el 2 de junio
de 1835. Fue electo el 4 de agosto de 1903 y murió el 20 de agosto de 1914.
Se dedicó a la renovación interna de la Iglesia, no a través de la modificación de
estructuras sino de una fervorosa pastoral y de la exhortación a sacerdotes y religiosos a
aspirar a la santificación. El mismo es Santo.
- Benedicto XV, de nombre Giacomo della Chiesa, nació en Génova, Italia, el 21 de
febrero de 1854. Fue electo el 3 de septiembre de 1914 y murió el 22 de enero de 1922.
Su pontificado se desarrolló bajo la Primera Guerra Mundial, por lo que dedicó sus
esfuerzos a la neutralidad política, la independencia del Vaticano con respecto a Italia, la
obtención de una paz justa, la atención a prisioneros y a deportados, y la pacificación y
reconciliación de Europa.
- Pío XI, de nombre Achille Ratti, nació cerca de Monza, en Milán, Italia, el 31 de
mayo de 1857. Fue electo el 6 de febrero de 1922 y murió el 10 de febrero de 1939.
Criticó las dictaduras enemigas y las ideologías ateas, el comunismo marxista
soviético, el fascismo italiano y la locura racista del nacional-socialismo alemán. A través
de tratados y concordatos procuró fortalecer los derechos civiles de los católicos.
- Pío XII, de nombre Eugenio Pacelli, nació en Roma, Italia, el 2 de marzo de 1876.
Fue electo el 2 de marzo de 1939 y murió el 9 de octubre de 1958.
Elegido en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, tuvo que sufrir a los peores
dictadores y asesinos de masas de la historia: Stalin, con la muerte de millones a través de
la lucha de clases, y Hitler, con el holocausto de los judíos. Elevó el prestigio del papado
tanto hacia adentro de la Iglesia cuanto hacia fuera, aunque no ha quedado exento de
críticas de algunos judíos.
- Juan XXIII, de nombre Angelo Giuseppe Roncalli, nació en Bérgamo, Italia, el 25
de noviembre de 1881. Fue electo el 28 de octubre de 1958 y murió el 3 de junio de 1963.
El “Papa Bueno” es recordado como un padre amoroso y comprensivo que
promovió la paz entre los pueblos y la reconciliación. Convocó al Concilio Vaticano II y
118
celebró la puesta en marcha de la Iglesia hacia el futuro. Su cuerpo reposa incorrupto en un
féretro de cristal.
- Paulo VI, de nombre Giovanni Battista Montini, nació en Brescia, Italia, el 26 de
septiembre de 1897. Fue electo el 21 de junio de 1963 y murió el 6 de agosto de 1978.
Un “intelectual”, que sufrió las dificultades de un mundo moderno con una Iglesia
antigua. Sus lineamientos morales, expresados en la encíclica Humanae Vitae suscitaron
reacciones controversiales de réplica.
- Juan Pablo I, de nombre Albino Luciani, nació en Belluno, Italia, el 17 de octubre
de 1912. Fue electo el 26 de agosto de 1978 y murió el 28 de septiembre de 1978.
El “Papa de la sonrisa”, con su amabilidad conquistó el mundo pero murió a los 33
días de pontificado, de extraña manera, o por insuficiencia cardiaca.
- Juan Pablo II, de nombre Karol Wojtyla, nació en Wadowice, Polonia, el 18 de
mayo de 1920. Fue electo el 16 de octubre de 1978 y murió el 2 de abril de 2005.
Ejemplo recurrente de santidad, el “Atleta de Dios” sufrió un atentado en la plaza de
San Pedro el día 13 de mayo de 1981, cuando fue balaceado por un terrorista.
- Benedicto XVI, de nombre Joseph Ratzinger, nació en Marktl, Alemania, el 16 de
abril de 1927 y fue electo el 19 de abril de 2005.
En una estrategia bien calculada estableció lazos con los musulmanes, en un
momento histórico en el que los Estados Unidos los acusa de terroristas.
El siglo XXI ha conocido, hasta ahora, a dos pontífices. ¿A cuántos más
conoceremos y a cuántos, en este siglo, nuestros descendientes? Un teólogo contemporáneo
acuñó la frase: “El siglo XXI será místico... o no será...”.
119
“Nuevo cardenal mexicano”
El miércoles 17 de octubre de 2007, al término de la Audiencia General celebrada
en la Plaza de San Pedro, el Papa Benedicto XVI había anunciado la creación de 23 nuevos
cardenales, entre ellos un mexicano. Se trataba de Monseñor Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Monterrey, originario de Mascota, Jalisco. Además de anunciar los
nombramientos, el Papa también dio a conocer la fecha para el Consistorio Público
Ordinario (el segundo de su pontificado), la celebración en la que el Romano Pontífice
lleva a cabo la “creación” de los nuevos cardenales, que sería el sábado 24 de noviembre,
víspera de la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, también en la Plaza de San Pedro.
Del nombramiento de estos 23 nuevos cardenales se desprende que 18 de ellos
serían electores en el caso de que entonces se celebrara un Cónclave para la elección de un
Papa. Los otros cinco excedían el límite de edad de 80 años que les impide participar en un
cónclave de elección.
Los recién nombrados cardenales procedían de los siguientes países: 6 de Italia, 3 de
España, 2 de Argentina, 2 de Estados Unidos, Irak, Alemania, Polonia, Irlanda, Francia,
Senegal, la India, Brasil, Kenia y el de México.
En estos procesos se establecen dos momentos: el “nombramiento”, que ya había
tenido lugar, y la “creación” durante el Consistorio, cuando el Papa les impone el Capello
cardenalicio, el anillo de Cardenal y la titularidad de alguna iglesia de Roma, pues el título
cardenalicio es referente exclusivamente a la ciudad Eterna y nunca a las diócesis locales,
por lo que ahora Francisco Robles sería “Cardenal Arzobispo de Monterrey” y no “cardenal
de Monterrey”, pues solamente se es Cardenal de la Iglesia de Roma.
Con este nombramiento, el Colegio cardenalicio contaba con seis cardenales
mexicanos: Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo Emérito de México; Adolfo Antonio
Suárez Rivera, Arzobispo Emérito de Monterrey; Juan Sandoval Iñiguez, Arzobispo Titular
de Guadalajara; Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Titular de México, Javier Lozano
Barragán, Presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud de la Santa Sede; y
ahora Francisco Robles Ortega, Arzobispo Titular de Monterrey. De todos, sólo podían
participar en un cónclave de elección cuatro de ellos, quienes no habían cumplido los 80
años de edad.
De entre estos nombramientos cardenalicios se destaca también la figura de
Monseñor Leonardo Sandri, quien fuera Nuncio de Su Santidad Juan Pablo II para México
durante los seis meses en que sucedió a Justo Mullor en el mismo cargo, y quien después
fuera nombrado Sustituto de la Secretaría de Estado de la Santa Sede por Juan Pablo II.
Actualmente Leonardo Sandri es el Prefecto de la Congregación para las Iglesias
Orientales.
Los demás nombramientos de cardenales corresponden a los siguientes arzobispos:
John Patrick Foley, Presidente Emérito del Pontificio Consejo para las Comunicaciones
Sociales; Giovanni Lajolo, Presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad de El
Vaticano; Paul Josef Cordes, Presidente del Pontificio Consejo Cor Unum; Angelo
Comastri, Arcipreste de la Basílica vaticana, Vicario general de Su Santidad para la Ciudad
120
de El Vaticano y Presidente de la Fábrica de San Pedro; Stanislaw Rylko, Presidente del
Pontificio Consejo para los Laicos; Raffaele Farina, S.D.B., Archivero y Bibliotecario de la
Santa Iglesia Romana; Agustín García-Gasco Vicente, de Valencia (España); Sean Baptist
Brady, de Armagh (Irlanda); Lluís Martínez Sistach, de Barcelona (España); André VingtTrois, de París (Francia); Angelo Bagnasco, de Génova (Italia); Théodore-Adrien Sarr, de
Dakar (Senegal); Oswald Gracias, de Bombay (India); Daniel N. DiNardo, de GalvestonHouston (Estados Unidos); Odilio Pedro Scherer, de Sao Paulo (Brasil); John Njue, de
Nairobi (Kenia).
Además, el Papa elevó a la dignidad cardenalicia a tres obispos: Emmanuel III
Delly, Patriarca de Babilonia de los Caldeos (Irak); Giovanni Coppa, Nuncio apostólico; y
Estanislao Karlic, Emérito de Paraná (Argentina). También nombró cardenales a dos
sacerdotes “por su compromiso al servicio de la Iglesia”: Urbano Navarrete, S.I., Rector
emérito de la Pontificia Universidad Gregoriana y a Umberto Betti, O.F.M., Rector emérito
de la Pontificia Universidad Lateranense.
El Santo Padre expresó que en estos nuevos cardenales “se refleja claramente la
universalidad de la Iglesia con la multiplicidad de sus ministerios” porque la Iglesia esta
conformada por ministros de todos los países y, como los cardenales son los consejeros
personales del Romano Pontífice, en ellos se aprecia la participación de todos los pueblos
en la vida de la Iglesia.
Francisco Robles Ortega había sido Obispo de Toluca de 1996 a 2003 y desde el 25
de enero de ese mismo año, Arzobispo de Monterrey. A partir del 24 de noviembre de 2007
viste de color rojo como signo de su entrega, hasta derramar su propia sangre, en servicio
del Papa y de la Iglesia.
121
“En Nápoles”
El domingo 21 de octubre de 2007 el Papa Benedicto XVI dijo con energía que “las
religiones no pueden ser jamás vehículos de odio”, durante su visita pastoral a Nápoles, en
Italia, a fin de inaugurar los trabajos del XXI Encuentro Internacional por la Paz, que tuvo
por tema “Por un mundo sin violencia, Religiones y culturas en diálogo”. El Santo Padre
estuvo principalmente en tres momentos: 1) la celebración de la Misa dominical, 2) el rezo
de la oración mariana del Ángelus y 3) el encuentro con las delegaciones participantes en el
Encuentro.
1) A las diez horas, en una mañana lluviosa y fría, el Papa celebró la Santa
Misa con más de 20,000 personas en la Plaza del Plebiscito. Durante la homilía,
refiriéndose a las lecturas del día, dijo que “La fe nos asegura que Dios escucha
nuestra oración y accede a nuestro ruego en el momento oportuno, aunque a veces la
experiencia cotidiana parece desmentir esta certeza”, y agregó que “Dios no puede
cambiar las cosas sin nuestra conversión, y nuestra verdadera conversión inicia con
el grito del alma, que implora perdón y salvación”. En referencia a la realidad que
se vive en Nápoles, el Papa recordó “las situaciones de pobreza, de falta de
vivienda, de desempleo y la falta de perspectivas futuras. Además existe el triste
fenómeno de la violencia. No se trata únicamente del despreciable número de
delitos de la Camorra, sino también del hecho de que la violencia tiende a
convertirse por desgracia en una mentalidad difundida, penetrando en la vida social,
en los barrios históricos del centro y en las periferias nuevas y anónimas, con el
riesgo de atraer especialmente a la juventud, que crece en ambientes en los que
prospera la ilegalidad, el mercado negro y la cultura de sobrevivir como se puede” y
concluyó pidiendo a Dios que “haga crecer en la comunidad cristiana una fe
auténtica y una sólida esperanza, capaz de contrastar con eficacia el desaliento y la
violencia”.
2) Al final de la Santa Misa en la Plaza del Plebiscito de Nápoles, Benedicto
XVI, dirigió una breve alocución a los fieles antes de rezar con ellos el Ángelus y
manifestó su deseo de que “esta importante iniciativa cultural y religiosa contribuya
a consolidar la paz en el mundo”.
3) Hacia la una de la tarde, en el seminario arzobispal de Capodimonte, se
encontró con los jefes de las delegaciones que participaron en el Encuentro
Internacional por la Paz y les dijo que “Lo que ustedes representan expresa de
alguna forma los diferentes mundos y patrimonios religiosos de la humanidad a los
que la Iglesia Católica mira con sincero respeto y atención cordial. El encuentro
actual nos transporta idealmente a 1986, cuando Juan Pablo II invitó (en Asís) a los
representantes religiosos a rezar por la paz, subrayando en esa circunstancia el lazo
intrínseco entre una auténtica actitud religiosa y la aguda sensibilidad por este bien
122
fundamental de la humanidad”. Luego profundizó en que “en el respeto de las
diferencias de las diversas religiones todos estamos llamados a trabajar por la paz y
a comprometernos activamente en promover la reconciliación entre los pueblos.
Este es el auténtico espíritu de Asís, que se opone a toda forma de violencia y al
abuso de la religión como pretexto para la violencia. En un mundo lacerado por los
conflictos, donde a veces la violencia se justifica en nombre de Dios, es importante
reafirmar que las religiones jamás pueden convertirse en vehículos de odio; nunca
se puede llegar a justificar el mal y la violencia invocando el nombre de Dios”. Al
contrario, señaló el Papa, “las religiones pueden y deben ofrecer recursos preciosos
para construir una humanidad pacífica, porque hablan de paz al corazón del ser
humano. Deseo vivamente que este espíritu se difunda cada vez más, sobre todo
donde son más fuertes las tensiones, donde se niegan la libertad y el respeto del otro
y los hombres y mujeres sufren por las consecuencias de la intolerancia y de la
incomprensión”.
Finalizado el encuentro, el Santo Padre se trasladó a las cuatro de la tarde, a la
catedral de Nápoles, donde adoró el Santísimo Sacramento y veneró las reliquias de san
Genaro, patrono de Nápoles, para después, a las 17:30, emprender el regreso al Vaticano en
helicóptero, donde aterrizó hacia las 18:30 horas.
Luego de las catequesis del Papa pronunciadas en Nápoles, prevalece la necesidad
de saber qué es lo que le ha inspirado tan contundentes declaraciones. La razón es que hoy
son dos religiones principalmente las que, en nombre de Dios, se comportan como
vehículos de odio. Ambas en Palestina, ambas en Tierra Santa: judaísmo e Islam.
123
“Una creación que gime”
Las emergencias ocurridas en Tabasco en octubre de 2007 no fueron aisladas, eran
la consecución de una serie de desastres que se han hecho presentes sobre la Tierra de
manera más frecuente y con más violencia en su fuerza. Son tragedias que serán más
recurrentes en todo el planeta.
Los terremotos de 1985 en la ciudad de México dieron a conocer que no por estar en
el centro del país, la ciudad capital queda exenta de sufrir los gemidos de una creación que
protesta por el deterioro al que ha sido sometida en los últimos años por la mano humana,
particularmente a partir del desarrollo de la Revolución Industrial, y debido a una
combustión desproporcionada de hidrocarburos.
El Tsunami en Indonesia, en la Navidad de 2004, probó la incapacidad humana por
contener un mar que se abalanza sobre los límites impuestos por las tierras. La inundación
de agosto de 2005 sufrida en Nueva Orleáns, los hundimientos de tierra y los incendios
fuera de control en California, probaron que la tecnología de los Estados Unidos nada
puede hacer ante la fuerza de una naturaleza que busca recuperar sus espacios arrebatados.
En México ya no hay un año sin desastres; durante septiembre y noviembre el cielo
se cayó en lluvias torrenciales con vientos huracanados extraordinariamente fuertes, y
durante el verano las sequías mataron al ganado y provocaron incendios; mientras que en la
ciudad de México se sentía un frío inusitado desde hacía varias semanas, que había hecho
descender la temperatura más que en Rusia.
Pasmosamente somos espectadores de lo que hemos provocado. Se desplaza el
Presidente a las zonas de desastre y coordina personalmente las tareas; el Ejército intenta
operar el desastre; los gobernadores se mantienen vigilantes en medio de la emergencia; los
obispos convierten sus catedrales en albergues y refugios, como el obispo de Villahermosa,
Benjamín Castillo Plascencia, quien albergaba a más de 1500 damnificados dentro de
Catedral y alimentaba diariamente a más de tres mil víctimas; entran en acción Cruz Roja
Mexicana y Cruz Roja Internacional; las Cáritas Mexicana, Cáritas Internacional y Cáritas
diocesanas, los instrumentos de ayuda de la Iglesia, despliegan su capacidad operativa a
través de centenares de voluntarios; se implementan centros de acopio en diversos medios
de comunicación, en tiendas de autoservicio y en casas de gobierno; la solidaridad provoca
en el corazón humano enviar algo de lo que tienen los que tienen. Se hace lo que se puede,
pero es propicio hacer también un alto para reconocer que los desastres actuales son
solamente el inicio de desastres mayores para los próximos años.
Distintas veces en los últimos tiempos, el Santo Padre ha hecho referencia en sus
discursos al gran tema de la protección a la creación y de su urgencia. Habló de ello en
Loreto: “Se les ha confiado a las nuevas generaciones el futuro del planeta, en el que son
evidentes los signos de un desarrollo que no siempre ha sabido guardar los delicados
equilibrios de la naturaleza. Antes de que sea demasiado tarde, es preciso adoptar medidas
valientes, capaces de crear una alianza fuerte entre el hombre y la Tierra” e insistió en que
es necesario “invertir las tendencias que pueden llevar a situaciones de degradación
124
irreversible”. En Viena había dicho que el domingo es “la fiesta semanal de la creación: la
fiesta de la gratitud y de la alegría por la creación de Dios”.
Una sección completa del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia está
dedicada al mismo tema, con numerosísimas citas del Concilio Vaticano II y del magisterio
de Juan Pablo II. No se trata, pues, de una novedad, sino de insistir en una urgencia, de la
que la humanidad se hace hoy gradualmente más consciente frente a las tragedias
ambientales y a los riesgos cada vez más serios que gravitan sobre el futuro de la
humanidad.
La protección de la naturaleza es un campo de colaboración natural ecuménica e
interreligiosa, como lo fuera el simposio itinerante, durante septiembre, presidido por el
Patriarca ortodoxo Bartolomé I en Groenlandia para llamar la atención sobre el deshielo de
los glaciares árticos.
Quien reconoce que el mundo ha sido creado por Dios, también sabe ser
responsable, no sólo frente a las generaciones futuras, sino también frente a su juez, que le
ha entregado un regalo inestimable para que lo administre sabiamente. Los creyentes, por
tanto, somos más responsables de la protección de la creación.
Si bien no puede percibirse todo esto como un castigo divino, para el creyente sí es
obligado buscar el Rostro de Dios, buscar al Creador, buscar a Aquel mismo que
encomendara al cuidado de la creatura humana, una creación que ahora gime.
125
“El Papa con los cardenales”
La víspera del Consistorio Público del sábado 24 de noviembre, para la creación de
23 cardenales, el segundo consistorio del pontificado de Benedicto XVI, el Papa celebró un
encuentro de oración y reflexión con el colegio cardenalicio, en el Aula Nuova del Sínodo
de los Obispos, en el Palacio apostólico del Vaticano, con el tema “El diálogo ecuménico a
la luz de la oración y del mandato del Señor”.
Del tema de la reunión se dedujo qué es lo que ocupaba la mente del Pontífice y qué
es lo que quiso compartir con sus consejeros personales, los cardenales, para su
colaboración en la conducción de la Barca de Pedro en rumbo hacia el año 2008.
Para iniciar el encuentro, el cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio
Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, presentó el panorama en el
diálogo y en las relaciones ecuménicas, distinguiendo, según un comunicado de la Sala de
Prensa de la Santa Sede, tres ámbitos principales: “Las relaciones con las antiguas Iglesias
orientales y las Iglesias ortodoxas; las relaciones con las comunidades eclesiales surgidas
de la Reforma del siglo XVI y las relaciones con los movimientos carismáticos y
pentecostales que se desarrollaron sobre todo en el siglo pasado”.
Iniciado el encuentro, intervinieron 17 cardenales que trazaron, explicaba el
comunicado, “el compromiso ecuménico común de los cristianos en el campo social y
caritativo y en la defensa de los valores morales en las transformaciones de las sociedades
modernas. En particular, se indicó que la doctrina social de la Iglesia y su aplicación son
uno de los campos más prometedores para el ecumenismo, por lo que se destacó la
necesidad de utilizar formas de comunicación que no hieran la sensibilidad de los demás
cristianos”.
El Papa conoce el gran tesoro que encierra el diálogo ecuménico, porque tanto las
iglesias como los movimientos cristianos de las diversas denominaciones y confesiones,
comparten entre sí, y con la Iglesia católica, los argumentos en defensa de la familia en la
sociedad y en los ordenamientos jurídicos, tema que se destacó durante el encuentro,
además de la importancia del ecumenismo espiritual y de las relaciones personales con los
fieles y las autoridades de las demás confesiones cristianas.
Ante la esperanza que implica el ecumenismo, los cardenales sugirieron profundizar
en las posibilidades de los desarrollos ecuménicos y destacaron el reciente encuentro
ecuménico e interreligioso de Nápoles, inaugurado por Benedicto XVI, como una iniciativa
que debe continuarse.
En lo referente a las religiones no cristianas y al diálogo interreligioso, en la reunión
se destacó el tema de las relaciones con el judaísmo y con el Islam. Se habló del gesto
alentador representado por la carta de las 138 personalidades musulmanas y por la visita del
rey de Arabia Saudita al Santo Padre. También se recordó la importante carta del Papa a la
Iglesia católica en China y se habló de su acogida favorable por parte de obispos y fieles.
Respecto a la fe cristiana en un mundo secularizado, se presentaron las dificultades
que se afrontan cotidianamente y se trató la necesidad de contar con “una nueva
126
evangelización que sepa responder a las expectativas profundas y permanentes de felicidad
y libertad del hombre post-moderno”, destacaba el comunicado.
Finalmente, el Papa y los cardenales recordaron “la urgencia del compromiso de la
Iglesia a favor de la paz, del desarme, sobre todo nuclear y de la lucha contra la pobreza”.
Benedicto XVI aprovechó el encuentro con los cardenales para anunciar la
“próxima publicación de su nueva encíclica dedicada a la esperanza, en respuesta a las
expectativas más profundas de nuestros contemporáneos”.
Apenas tres días después del encuentro, durante el rezo de la oración mariana del
Ángelus el domingo 25, el Papa dirigía su atención hacia la Conferencia Internacional sobre
Oriente Medio, que comenzaría el miércoles 28 en la ciudad de Annapolis, en los Estados
Unidos, y pedía la unión de todos los fieles en oración, para pedir a Dios por la paz para
Tierra Santa e implorar “los dones de la sabiduría y del valor para todos los protagonistas
de este encuentro tan importante” y dijo que “israelíes y palestinos, con la ayuda de la
comunidad internacional, quieren reanudar el proceso de negociación para obtener una
solución justa y definitiva al conflicto que desde hace sesenta años ensangrienta la Tierra
Santa y ha causado tantas lágrimas y sufrimientos en los dos pueblos”.
El Papa y los cardenales han decidido establecer lazos más fuertes y frecuentes con
las diversas religiones. No obstante que algunas voces vaticinaron, al inicio de este
pontificado, que el Papa Ratzinger se cerraría hacia adentro de la Iglesia, su apertura es más
que evidente.
127
“Su segunda encíclica”
Benedicto XVI volvió a manifestar la profunda teología que le ha caracterizado por
casi toda su vida. Fue el gran teólogo de Juan Pablo II, y ambos, Karol Wojtyla y Joseph
Ratzinger, fueron la mancuerna filosófico-teológica que caracterizó a la sede de Pedro por
26 años, pues quien hoy es Papa, por 25 años tuvo a su cargo la Sagrada Congregación para
la Doctrina de la Fe.
En la segunda Encíclica de su pontificado luce sus grandes conocimientos de
teólogo. Centrada en la Esperanza, se aprecia que el Papa cuidó, con delicadeza, que fuese
presentada al inicio del Adviento, el tiempo litúrgico caracterizado por la esperanza para
celebrar la gran fiesta del nacimiento de Cristo Salvador y por la espera de su regreso al
final de los tiempos.
“Al tema de la esperanza –dijo el Papa en la homilía de la celebración eucarística el
domingo 2 de diciembre- he querido dedicar mi segunda Encíclica. Estoy contento de
ofrecerla idealmente a toda la Iglesia en este primer Domingo de Adviento, para que,
durante la preparación para la Santa Navidad, las comunidades y cada uno de los fieles
puedan leerla y meditar, para volver a descubrir la belleza y la profundidad de la esperanza
cristiana”.
La esperanza es don de Dios, es gratuidad, es una de las cualidades de Dios, una de
las virtudes de la vida teologal que, junto con la Fe y el Amor, permiten a la creatura dar
cumplimiento a lo escrito en el libro del Génesis “A imagen de Dios le creó”. Con la Fe, la
Esperanza y el Amor, el ser humano logra ser imagen de Dios.
En su primera encíclica, “Dios es amor”, Benedicto XVI reflexiona sobre la primera
virtud teologal, la mayor de las tres, en tanto que en esta segunda, “En esperanza fuimos
salvados”, centra sus reflexiones en la esperanza. Sencillo era calcular que, de seguir la
aparente secuencia, el Papa Ratzinger estaría presentando su tercera encíclica para el
siguiente año y probablemente centrada en la Fe.
Spe Salvi facti sumus o “En esperanza fuimos salvados” consta de una introducción
y ocho capítulos. “Según la fe cristiana, -explica el Papa en la introducción- la redención, la
salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de
que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar
nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si
lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que
justifique el esfuerzo del camino. El Evangelio no es solamente una comunicación de cosas
que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La
puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza
vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva”.
El Papa indica en su encíclica, entre otras cosas que merecen mucho ser destacadas,
cuatro lugares para aprender y ejercitar la esperanza:
1) La oración: “Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Si
ya no hay nadie que pueda ayudarme, Él puede ayudarme”.
128
2) El actuar: “La esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para
los demás. Y es esperanza activa, con la cual luchamos para que el mundo llegue a
ser un poco más luminoso y humano. Y solamente si sé que mi vida personal y la
historia en su conjunto están custodiados por el poder indestructible del amor, puedo
esperar”.
3) El sufrimiento: “Conviene ciertamente hacer todo lo posible para
disminuir el sufrimiento”, sin embargo “lo que cura al hombre no es esquivar el
sufrimiento sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar
en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito. Es
también fundamental, saber sufrir con los demás y por los demás. Una sociedad que
no logra aceptar a los que sufren es una sociedad cruel e inhumana”.
4) El Juicio de Dios: “Existe la resurrección de la carne. Existe una justicia.
Existe la revocación del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el derecho.
La cuestión de la justicia es el argumento esencial, o en todo caso, el argumento más
fuerte en favor de la fe en la vida eterna. La gracia no excluye la justicia... Al final,
los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a
las víctimas, como si no hubiera pasado nada”.
La esperanza es esa virtud teologal que da impulso al Ser humano, por eso el Papa
centró, en ella, su segunda Encíclica.
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“Que los creyentes crean”
No es la Navidad “un tiempo de dar y regalar”, como afirman algunas estrategias de
mercadotecnia. La Navidad, más que eso, es un tiempo providencial para “darse” a los
demás tal y como Dios se dio a la humanidad al hacerse uno de nosotros.
En Navidad solemos manifestar deseos de bien que suelen quedarse solamente en
este tiempo que enmarca el fin de un año y el principio de otro. El Papa lo sabe y por ello
en su catequesis, durante la última Audiencia del año 2007, expresó que “los deseos de
bondad y de amor que nos intercambiamos en estos días lleguen a todos los ámbitos de
nuestra vida cotidiana”.
Todos los obispos, como el de Roma, suelen entregar mensajes y enviar tarjetas de
felicitación por tan dichosa ocasión. Particularmente resultó fascinante la del obispo de
Tepic, Alfonso López Cota, con un texto breve de Santa Teresa del Niño Jesús, que dice
“Jesús, ¿quién te hizo tan pequeño? ¡El Amor!” y que logró provocar un gran eco en mi
interior al conferirle un sentido especial a la Navidad de ese año. La tarjeta me había hecho
pensar en cuán necesario es que los creyentes crean en el gran acontecimiento de la
Natividad del Señor, tan pequeño en su grandeza y tan grande en su pequeñez. He meditado
en el gran desdén que sufre nuestro Dios por parte de quienes, manifestándose creyentes, no
creen verdaderamente.
El Papa Benedicto XVI había lamentado en esa Navidad que “Hoy, en nuestro
mundo secularizado, estos conceptos parece que no cuentan mucho. Se prefiere ignorarlos o
considerarlos superfluos para la vida, aduciendo el pretexto de que son tan lejanos que
resultan prácticamente intraducibles en palabras convincentes y significativas”.
“Además, existe una idea de la tolerancia y del pluralismo según la cual creer que la
Verdad se haya efectivamente manifestado parece ser incluso un atentado a la tolerancia y a
la libertad del ser humano. Sin embargo, ¿si se elimina la verdad, el hombre no se convierte
en un ser sin sentido?”
Durante la misma catequesis el Papa definió la Navidad cuando dijo:
“La Navidad es esto: acontecimiento histórico y misterio de amor, que desde
hace más de dos mil años interpela a los hombres y mujeres de todo tiempo y lugar.
Es el día santo en el que brilla la gran luz de Cristo portadora de paz. Ciertamente,
para reconocerla, para acogerla, se necesita fe, se necesita humildad. La humildad
de María, que ha creído en la palabra del Señor, y que fue la primera que, inclinada
ante el pesebre, adoró el Fruto de su vientre; la humildad de José, hombre justo, que
tuvo la valentía de la fe y prefirió obedecer a Dios antes que proteger su propia
reputación; la humildad de los pastores, de los pobres y anónimos pastores, que
acogieron el anuncio del mensajero celestial y se apresuraron a ir a la gruta, donde
encontraron al niño recién nacido y, llenos de asombro, lo adoraron alabando a
Dios. Los pequeños, los pobres en espíritu: éstos son los protagonistas de la
Navidad, tanto ayer como hoy; los protagonistas de siempre de la historia de Dios,
los constructores incansables de su Reino de justicia, de amor y de paz.
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En el silencio de la noche de Belén Jesús nació y fue acogido por manos
solícitas. Y ahora, en esta nuestra Navidad en la que sigue resonando el alegre
anuncio de su nacimiento redentor, ¿quién está listo para abrirle las puertas del
corazón? Hombres y mujeres de hoy, Cristo viene a traernos la luz también a
nosotros, también a nosotros viene a darnos la paz. Pero ¿quién vela en la noche de
la duda y la incertidumbre con el corazón despierto y orante? ¿Quién espera la
aurora del nuevo día teniendo encendida la llama de la fe? ¿Quién tiene tiempo para
escuchar su palabra y dejarse envolver por su amor fascinante? Sí, su mensaje de
paz es para todos; viene para ofrecerse a sí mismo a todos como esperanza segura de
salvación.
Que la luz de Cristo, que viene a iluminar a todo ser humano, brille por fin y
sea consuelo para cuantos viven en las tinieblas de la miseria, de la injusticia, de la
guerra.
El Señor, que ha hecho resplandecer en Cristo su rostro de misericordia, les
colme con su felicidad y les haga mensajeros de su bondad. ¡Feliz Navidad!”.
Luego de la catequesis del Papa, y de la tarjeta del obispo de Tepic, quedó clara la
necesidad de que los buenos deseos de Navidad perduren todo el año, entre otras cosas,
para lograr que de los hombres de buena voluntad, al menos los creyentes, crean.
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“Mes por mes 2007”
-Enero:
1.- Mensaje para la XL Jornada Mundial de la Paz con el tema: “La persona humana,
corazón de la paz”.
4.- Visita al comedor de la Cáritas diocesana de Roma.
7.- El Arzobispo Stanisław Wielgus presenta su dimisión como arzobispo de Varsovia.
8.- Audiencia a los embajadores del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede.
24.- Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales con el tema: “Los
niños y los medios de comunicación: un reto para la educación”.
25.- Audiencia al primer ministro de la República Socialista de Vietnam.
-Febrero:
1.- Audiencia a los miembros de la Comisión Mixta Internacional para el diálogo teológico
entre la Iglesia Católica y las Iglesias Ortodoxas Orientales.
5.- Mensaje para la XXII Jornada Mundial de la Juventud con el lema: “Como yo los he
amado, así ámense también ustedes los unos a los otros”.
15.- Audiencia al presidente de la República de Corea.
-Marzo:
7.- Renuncia del cardenal Camillo Ruini, por límite de edad, como presidente de la
Conferencia Episcopal Italiana. Su sucesor es Angelo Bagnasco, arzobispo de Génova.
13.- Presentación de la Exhortación Apostólica Postsinodal “Sacramentum Caritatis”, sobre
la Eucaristía.
13.- Audiencia a Vladimir Putin, Presidente de la Federación Rusa.
14.- Visita a la Fábrica de San Pedro, la institución pontificia encargada de la conservación
de la Basílica Vaticana.
18.- Visita al Penal para Menores de Roma.
25.- Visita a la parroquia romana de Santa Felícitas.
-Abril:
2.- Clausura de la investigación diocesana sobre la vida, las virtudes y la fama de santidad
del Siervo de Dios Juan Pablo II, dos años después de su muerte.
13.- Presentación del libro “Jesús de Nazaret”.
15.- El Papa celebra Misa al cumplir 80 años. Nació el 16 abril de 1927.
18.- Audiencia a Ban Ki-moon, Secretario General de la ONU, quien lo invita a visitar la
sede de las Naciones Unidas.
21 y 22.- Visita a las diócesis italianas de Vigevano y Pavía.
24.- Audiencia al Presidente de la Autoridad Palestina.
-Mayo:
9 al 14.- Viaje a Brasil con motivo de la V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe.
31.- La Santa Sede y los Emiratos Árabes Unidos establecen relaciones diplomáticas.
-Junio:
4.- Audiencia al presidente de México, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa.
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9.- Audiencia al presidente de Estados Unidos, George W. Bush.
16.- Audiencia a Su Beatitud Chrysostomos, Arzobispo de Nueva Justiniana y todo Chipre.
17.- Visita a Asís, Italia, por el octavo centenario de la conversión de San Francisco.
23.- Audiencia al primer ministro del Reino Unido, Anthony Blair.
26.- Motu Proprio por el cual restablece la norma tradicional sobre la mayoría necesaria
para la elección del Sumo Pontífice.
28.- Proclamación del Año Paulino, en el dos mil aniversario del nacimiento de San Pablo.
30: Publicación de la carta a la Iglesia Católica en la República Popular China.
-Julio:
6.- Presentación del balance definitivo de la Santa Sede con superávit de 2.4 millones de
euros.
7.- Publicación de la carta “Summorum Pontificum” sobre el uso de la Liturgia romana
anterior a la reforma de 1970.
9 al 27.- Periodo de descanso en Lorenzago di Cadore, Italia.
10.- Publicación del documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe: “Respuestas
a algunas preguntas acerca de ciertos aspectos de la doctrina sobre la Iglesia”.
-Agosto:
8.- El cardenal Roger Etchegaray visita Rusia y es recibido por Su Santidad Alexis II,
patriarca de Moscú y de todas las Rusias.
-Septiembre:
1.- Visita al santuario de Loreto, Italia.
6.- Audiencia a Shimon Peres, presidente de Israel.
7 a 9.- Viaje a Austria por el 850 aniversario del santuario de Mariazell. Es su séptimo viaje
fuera de Italia.
23.- Visita a Velletri, Italia.
-Octubre:
17.- Nombramiento de 23 nuevos cardenales.
18.- Audiencia a la presidenta de la República de Chile, Michelle Bachelet.
19.- Primera audiencia del Pontífice a una delegación de la Conferencia Mundial Menonita.
21.- Visita a Nápoles, Italia, por el Encuentro Internacional por la Paz.
-Noviembre:
6.- Audiencia al rey de Arabia Saudita, Su Majestad Abdullah bin Abdulaziz Al Saud.
24.- Celebración del consistorio para la creación de 23 nuevos cardenales, entre ellos el
mexicano Francisco Robles Ortega, arzobispo de Monterrey.
30.- Publicación de su segunda encíclica, “Spe salvi”, centrada en la esperanza.
-Diciembre:
5.- Concesión de indulgencia plenaria con motivo del 150 aniversario de las apariciones de
la Virgen María en Lourdes.
11.- Publicación del Mensaje para la 41 Jornada Mundial de la Paz 2008 con el título
“Familia humana, comunidad de paz”.
16.- Visita la parroquia romana de Santa María del Rosario de Pompeya.
20.- Audiencia al presidente de la República Francesa, Nikolas Sarkozy.
25.- Imparte la Bendición Urbi et Orbi.
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“El Mensaje por la Paz 2008”
Hace 40 años que, a propuesta del Papa, se celebra la “Jornada Mundial por la Paz”.
Paulo VI daba a conocer, en el primer Mensaje por la paz, que: “Nos dirigimos a todos los
hombres de buena voluntad para exhortarlos a celebrar El Día de la Paz en todo el mundo,
el primer día del año civil, 1 de enero de 1968. Sería nuestro deseo que después, cada año,
esta celebración se repitiese como presagio y como promesa, al principio del calendario que
mide y describe el camino de la vida en el tiempo, de que sea la Paz con su justo y benéfico
equilibrio la que domine el desarrollo de la historia futura.
La proposición de dedicar a la Paz el primer día del año nuevo no intenta calificarse
como exclusivamente nuestra, religiosa, es decir católica; querría encontrar la adhesión de
todos los amigos de la Paz, como si fuese iniciativa suya propia, y expresarse en formas
diversas, correspondientes al carácter particular de cuantos advierten cuán hermosa e
importante es la armonía de todas las voces en el mundo para la exaltación de este primer
bien, que es la Paz, en el múltiple concierto de la humanidad moderna”.
En nuestros días, para la XLI Jornada Mundial por la Paz, el 1 de enero de 2008,
Benedicto XVI había propuesto reflexionar en torno a la “Familia humana, comunidad de
paz” en un momento en que la institución familiar sufría severas críticas y era desdeñada
por novedosas formas de convivencia relativistas. Son destacables, de este segundo
Mensaje por la Paz en el pontificado del Papa Ratzinger, cuatro ámbitos de los que depende
la paz:
1) Institución familiar.- “La familia natural, en cuanto comunión íntima de vida y
amor, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es el lugar primario de
humanización de la persona y de la sociedad, la cuna de la vida y del amor.”
“La familia es la primera e insustituible educadora de la paz, es también fundamento
de la sociedad porque permite tener experiencias determinantes de paz. Por consiguiente, la
comunidad humana no puede prescindir del servicio que presta la familia”.
“La negación o restricción de los derechos de la familia, al oscurecer la verdad
sobre el hombre, amenaza los fundamentos mismos de la paz. Por tanto, quien obstaculiza
la institución familiar, aunque sea inconscientemente, hace que la paz de toda la
comunidad, nacional e internacional, sea frágil, porque debilita lo que, de hecho, es la
principal agencia de paz”.
2) Medios de comunicación.- “Los medios de comunicación social, por las
potencialidades educativas de que disponen, tienen una responsabilidad especial en la
promoción del respeto por la familia, en ilustrar sus esperanzas y derechos, en resaltar su
belleza”.
3) Cuidado de la creación.- “Hoy la humanidad teme por el futuro equilibrio
ecológico. Sería bueno que las valoraciones a este respecto se hicieran con prudencia, en
diálogo entre expertos y entendidos, sin apremios ideológicos hacia conclusiones
apresuradas y, sobre todo, concordando juntos un modelo de desarrollo sostenible, que
asegure el bienestar de todos respetando el equilibrio ecológico. Si la tutela del medio
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ambiente tiene sus costos, éstos han de ser distribuidos con justicia, teniendo en cuenta el
desarrollo de los diversos países y la solidaridad con las futuras generaciones”.
4) Desarme nuclear.- “La humanidad sufre hoy, lamentablemente, grandes
divisiones y fuertes conflictos que arrojan densas nubes sobre su futuro. El peligro de que
aumenten los países con armas nucleares suscita en toda persona responsable una fundada
preocupación.”
“En tiempos tan difíciles, es verdaderamente necesaria una movilización de todas
las personas de buena voluntad para llegar a acuerdos concretos con vistas a una eficaz
desmilitarización, sobre todo en el campo de las armas nucleares. En esta fase en la que el
proceso de no proliferación nuclear está estancado, siento el deber de exhortar a las
autoridades a que reanuden las negociaciones con una determinación más firme de cara al
desmantelamiento progresivo y concordado de las armas nucleares existentes”.
El Papa culminaba con una exhortación: “Invito a todos los hombres y mujeres a
que tomen una conciencia más clara sobre la común pertenencia a la única familia humana
y a comprometerse para que la convivencia en la tierra refleje cada vez más esta
convicción, de la cual depende la instauración de una paz verdadera y duradera. Invito
también a los creyentes a implorar a Dios sin cesar el gran don de la paz".
Por la cercana relación entre la paz y la vida en familia, el Mensaje del Papa
Benedicto XVI se presentaba como un modelo que debía ser tutelado a lo largo de todo el
año que comenzaba.
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“Con los embajadores”
Al comenzar 2008, como es tradición al inicio de cada año, el Papa pronunció su
discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede y recibió las felicitaciones de
los embajadores. El encuentro, que tiene lugar en el Aula Regia del Palacio apostólico del
Vaticano, muestra los sentimientos del Pontífice hacia la política internacional, que por ser
manifestados a los embajadores, queda asegurado que sean conocidos por todos los jefes de
Estado del mundo.
En esta ocasión el Papa tuvo palabras hacia un tema discutido en México hacia
finales del año 2007, cuando se refirió a la libertad religiosa, diciendo que “esta exigencia
ineludible de la dignidad de cada hombre y piedra angular del edificio de los derechos
humanos, está frecuentemente amenazada. Existen lugares donde no se puede ejercer
plenamente. La Santa Sede la defiende y pide su respeto para todos”.
En un tema, también relacionado con situaciones que se vivieron en México, bajo
ciertas formas de desprecio hacia la familia como institución, el Papa manifestó firmemente
su sentir cuando sentenció: “Deploro, una vez más, los ataques preocupantes contra la
integridad de la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer. Los
responsables de la política, independientemente de su orientación, deben defender esta
institución fundamental, célula básica de la sociedad”.
El Papa además se refirió a los desastres naturales, cada vez más recurrentes como
consecuencia del descuido de la creación, sufridos en México y en otros países, cuando
mencionó que “Mi pensamiento y mi oración se dirigen sobre todo a las poblaciones
sacudidas por espantosas catástrofes naturales. Me refiero a los huracanes e inundaciones
que han devastado ciertas regiones de México y de América Central, así como algunos
países de África y de Asia, en particular Bangladesh, y una parte de Oceanía”.
Hablando del continente americano, manifestó su deseo de que crezca “la
cooperación entre los pueblos de América Latina y, que cesen las tensiones internas en cada
uno de los países que la componen”, y se refirió a Cuba “que se apresta –dijo- a celebrar el
décimo aniversario de la visita de mi venerado predecesor. El Papa Juan Pablo II fue
recibido con afecto por las autoridades y por la población, animando a todos los cubanos a
colaborar para conseguir un futuro mejor. Permítaseme retomar este mensaje de esperanza,
que no ha perdido nada de su actualidad”.
Benedicto XVI mencionó varios conflictos que existen en el mundo y señaló que “la
comunidad internacional mantiene viva su preocupación por Medio Oriente” e hizo un
llamamiento “a los israelíes y a palestinos para que concentren sus esfuerzos en poner en
práctica los compromisos asumidos en esta ocasión y no frenen el proceso felizmente
iniciado”. Refiriéndose a Irak, dijo que “la reconciliación es una urgencia. Actualmente
continúan los atentados terroristas, las amenazas y la violencia, en particular contra la
comunidad cristiana”. Respecto a Asia, el Papa mencionó a Pakistán, “que en los últimos
meses ha sido duramente golpeado por la violencia. En Afganistán se añaden otros graves
problemas sociales como la producción de droga”. Hacia África expresó su “profundo pesar
al comprobar cómo la esperanza parece casi derrotada por la amenaza de hambre y de
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muerte que perdura en Darfur”. Hablando de Somalia, subrayó que “sigue estando afligida
por la violencia y la pobreza” y llamó la atención de “las partes en conflicto para que cesen
las operaciones militares, se facilite la ayuda humanitaria y los civiles sean respetados”.
“Kenia -mencionó- ha experimentado estos días una brusca explosión de violencia”. Se
refirió finalmente a Europa cuando dijo que “será para todos un buen lugar para vivir si se
construye sobre un sólido fundamento cultural y moral de valores comunes tomados de
nuestra historia y de nuestras tradiciones y si no reniega de sus raíces cristianas”.
Finalmente, Benedicto XVI aseguró que “al hacer este rápido repaso general queda
claro que la seguridad y la estabilidad en el mundo siguen siendo frágiles. El derecho sólo
podrá ser una fuerza eficaz de paz si sus fundamentos permanecen sólidamente anclados en
el derecho natural, dado por el Creador. Por este motivo, nunca se puede excluir a Dios del
horizonte del hombre y de la historia. El nombre de Dios es un nombre de justicia;
representa una llamada urgente a la paz”.
El Papa terminó fincado su esperanza en un diálogo internacional que esté inspirado
por la reconciliación y la fraternidad y en un compromiso global por la seguridad,
afianzado por la no proliferación nuclear.
Del pedido del Papa, lo que México podrá aportar principalmente es el
reconocimiento a la Libertad Religiosa y la defensa de la Familia como institución. De ello
daríamos dar razón durante el año.
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“Con quien sabemos nos ama”
La Cuaresma, que inicia con el rito de imposición de la ceniza, es un tiempo ideal
para volver la atención hacia lo interior y descubrir que somos capaces de Dios. En efecto,
de entre todas las creaturas, solamente el ser humano tiene capacidad de Dios, de saber de
Él, de conocerlo y de tratarlo. Nos hizo capaces de Él y estableció un canal de
comunicación que es la oración, a la que define Santa Teresa de Jesús como “un trato de
amistad, estando muchas veces, tratando a solas, con quien sabemos nos ama”.
En la tradición escriturística el desierto es el lugar del encuentro con Dios, a donde
llevó a su Pueblo, luego del cautiverio en Egipto, para su liberación, pues quienes cruzaron
el mar se encontraron con Él. Luego de ser bautizado por Juan en el Jordán, el espíritu de
Dios empujó a Jesús al desierto, donde permaneció cuarenta días en una experiencia tan
profunda que tuvo como resultado que al desierto entrara el Hijo del carpintero y del
desierto saliera el Mesías, enriquecido con el conocimiento de su misión.
La Cuaresma es el tiempo providencial para dejarnos llevar por Dios al desierto y
dejarnos seducir por Él a fin de conocer la gran misión que a cada uno nos tiene reservada,
pero que sin orar no es posible conocer. Por esto la práctica de la oración es necesaria
durante este “gran retiro espiritual de cuarenta días” como llamó a la Cuaresma el Papa
Benedicto XVI durante la audiencia general celebrada el Miércoles de Ceniza de 2008.
El desierto, más que un lugar, es un estado del alma que predispone al encuentro
con Dios en la oración, en tanto que el ayuno, otro elemento del desierto, dispone al cuerpo
para el diálogo con el Absoluto, pues queda en espera de recibir la vida y energía que el
alimento contiene y que procede de Dios.
Para la Cuaresma de 2008 el mensaje de Benedicto XVI llevó por título un versículo
de la segunda carta de San Pablo a los corintios que dice que “Nuestro Señor Jesucristo,
siendo rico, por ustedes se hizo pobre”. El Papa expresa que “cada año la Cuaresma nos
ofrece una ocasión providencial para profundizar en el sentido y el valor de ser cristianos, y
nos estimula a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros
lleguemos a ser misericordiosos con nuestros hermanos. En el tiempo cuaresmal la Iglesia
se preocupa de proponer algunos compromisos específicos que acompañan concretamente a
los fieles en este proceso de renovación interior: son la oración, el ayuno y la limosna. Este
año, en mi acostumbrado mensaje cuaresmal, (subrayó el Papa) deseo detenerme a
reflexionar sobre la práctica de la limosna, que representa una manera concreta de ayudar a
los necesitados y, al mismo tiempo, un ejercicio ascético para liberarse del apego a los
bienes terrenales. Cuán fuerte es la seducción de las riquezas materiales y cuán tajante tiene
que ser nuestra decisión de no idolatrías, lo afirma Jesús de manera perentoria: -No pueden
servir a Dios y al dinero-.”
El Papa hizo notar que “la limosna nos ayuda a vencer esta constante tentación
educándonos a socorrer al prójimo en sus necesidades y a compartir con los demás lo que
poseemos por bondad divina” y añadía que “la limosna educa a la generosidad del amor”
pues Jesús “como señala San Pablo, se ha hecho pobre a fin de enriquecernos con su
pobreza; se ha entregado a sí mismo por nosotros. La Cuaresma nos empuja a seguir su
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ejemplo, también a través de la práctica de la limosna. Siguiendo sus enseñanzas podemos
aprender a hacer de nuestra vida un don total; imitándole conseguimos estar dispuestos a
dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos. ¿Acaso no se
resume todo el Evangelio en el único mandamiento de la caridad? Por tanto, la práctica
cuaresmal de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocación
cristiana. El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no
es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor. Por tanto, lo que
da valor a la limosna es el amor, que inspira formas distintas de don, según las
posibilidades y las condiciones de cada uno”.
Es una práctica siempre recomendable que en la Cuaresma, especialmente cuando el
relativismo dicta, en juicio de valor, que poseer es lo adecuado, nos demos la oportunidad
de dejarnos conducir por Dios al desierto, desprendernos de nosotros mismos, y practicar la
oración, el ayuno y la limosna, para encontrarnos... con quien sabemos nos ama.
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“Servidores de todos”
Iban juntos por el camino, pero discutían entre sí. Hacía tiempo que algunos de ellos
buscaban cierto liderazgo en el grupo, pues unos se sabían más populares y otros sentían
que podían disfrutar de algunos privilegios. Por primera vez en sus vidas comenzaban a ser
importantes, antes no eran tomados en cuenta, ni en sus personas ni en sus acciones; unos
habían sido pescadores, otros pastores, unos cuantos militaban en la Resistencia; nada que
pudiese proporcionarles grandeza entre los demás, pero ahora habían escuchado la promesa
de ser “pescadores de hombres” y de formar parte del “Reino” que estaba comenzando.
Ante sus ojos habían visto sucederse milagros extra-ordinarios y consideraron que había
llegado el momento de establecer quién, de entre ellos, era el mayor, el más importante.
Llegados a Cafarnaúm escucharon la pregunta que no esperaban: -¿De qué discutían
por el camino?- y que evitaron responder optando por guardar silencio al saberse
descubiertos en sus pretensiones. Con su silencio por respuesta, Jesús les pidió que
escucharan con atención la solución a sus discusiones. Les dijo: -Miren, si alguno de
ustedes quiere ser el primero, deberá hacerse el último de todos y ser el servidor de todos;
hasta entonces podrá ser visto por los otros como el más grande y como el primero, pues lo
que verdaderamente hace que los demás nos aprecien radica en la capacidad y
disponibilidad de servir y no en ser servido, ¿me entienden lo que les digo?-.
En aquel momento no entendieron nada, como luego de dos mil años sucede con
muchos, pues aunque de corazón se sabe que la finalidad del ser humano es servir a los
demás, en la práctica no se lleva a la acción y es notorio que una mayoría actúa como si la
grandeza o importancia personal dependiera de los bienes materiales, de la belleza física o
de la calidad del vestido. Sin embargo, ¡cuánta razón tiene Jesús en su enseñanza!, porque
la promesa de servir es lo que consigue, casi siempre, la aceptación de los demás, aunque
luego resulte que se sabe prometer pero no se quiere cumplir.
Aquellos discípulos tampoco habían comprendido hasta entonces que Dios se había
hecho hombre para servir y no para ser servido; les faltaba verlo dar la vida por ellos
mismos. Por eso fue que una noche, antes de cenar, Jesús se ató un lienzo a la cintura y, de
rodillas ante ellos, los que habían discutido sobre quién era el mayor, se puso a lavarles los
pies. Arrodillado, les quitaba las sandalias con cuidado, como lo sabían hacer los sirvientes
de los poderosos hacia los visitantes que llegaban extenuados de viajes largos con los pies
resecos, calientes por el sol y ardientes por la arena. De igual manera Jesús les lavó los pies
para luego secarlos con el lienzo atado a su cintura. Pedro no quería dejarse lavar los pies
por el Maestro porque, pensaba en su interior -si me dejo lavar, yo tendré que hacer lo
mismo por los demás-. Pero ya Jesús había llevado sus palabras a la acción concreta.
Dos mil años después, el domingo 16 de febrero, al terminar en la Capilla
Redemptoris Mater del Vaticano los ejercicios espirituales para la Curia Romana del año
2008, el Papa le dio las gracias al predicador, el cardenal Albert Vanhoye, y le dijo que
durante el retiro cuaresmal le hizo recordar la imagen de Jesús arrodillado ante Pedro para
lavarle los pies, “que he tenido siempre ante los ojos y me ha hablado durante las
meditaciones. He visto que precisamente aquí, en este comportamiento, en este acto de
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extrema humildad se realiza el nuevo sacerdocio de Jesús. Y se realiza precisamente en el
acto de la solidaridad con nosotros, con nuestras debilidades, nuestro sufrimiento, nuestras
pruebas, hasta la muerte” y comentó además el momento en el que Pedro ruega al Señor
que no solo le lave los pies, sino también la cabeza y las manos. “Me parece -dijo el Papaque expresa, más allá de aquel momento, la dificultad del apóstol y de todos los discípulos
del Señor de entender la sorprendente novedad del sacerdocio de Jesús, de este sacerdocio
que es humillación, solidaridad con nosotros y nos abre el acceso al verdadero santuario, el
cuerpo resucitado de Jesús”.
Uno de los títulos que corresponden al Romano Pontífice es “Siervo de los siervos
de Dios”, título ante el que obispos y cardenales se pliegan, porque saben que el llamado a
servir es precisamente, para todos, de manera particular para quienes han consagrado sus
vidas al Servicio de la Iglesia, y en ella a los bautizados, porque su sacerdocio les hace
constituirse en servidores de todos.
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“En Estados Unidos”
Benedicto XVI visitó Estados Unidos del 15 al 20 de abril de 2008. Estuvo en la
ONU, como estuvieron Paulo VI y Juan Pablo II. El foro ante las naciones, en Nueva York,
fue la gran oportunidad para que el Papa se pronunciara sobre los derechos humanos, entre
ellos la migración y la Libertad Religiosa. El salón oval de la Casa Blanca, en Washington,
fue el sitio donde con certeza presentó su preocupación sobre la ocupación de Irak, el
conflicto en Palestina y el muro fronterizo en México.
Durante su estancia en Washington, el día 16, el Papa Ratzinger cumplió 81 años de
edad, y en Nueva York, el día 19, tres de pontificado. Se cuidaron su salud y sus fuerzas.
No obstante, el Santo Padre fue sometido a una carga de trabajo extra-ordinaria, aunque se
tuvieron previstos varios momentos de descanso, luego de los almuerzos.
El martes partió de Roma al mediodía y luego de once horas llegó a Washington, a
las cuatro de la tarde, al aeropuerto Andrews de la Base de la Fuerza Aérea, donde fue
recibido por el Presidente de los Estados Unidos y la Primera Dama, en un gesto de fina
atención. Quince minutos después se trasladó a la Nunciatura apostólica.
El miércoles celebró Misa privada en la capilla de la Nunciatura. Luego acudió a la
Casa Blanca para la Ceremonia de Bienvenida en el jardín sur, donde pronunció su primer
discurso a las 10:30 y luego se reunió en privado con el Presidente en la Sala Oval. Al
mediodía se trasladó, en Papamóvil, a la Nunciatura para el almuerzo a la una de la tarde
con los cardenales de Estados Unidos, el Presidente de la Conferencia episcopal de Estados
Unidos y el séquito papal. Luego de descansar, el Papa recibió a representantes de
fundaciones católicas caritativas para luego desplazarse, a las cinco de la tarde, en
Papamóvil, al Santuario de la Inmaculada Concepción para presidir el rezo de Vísperas y
encontrarse con los obispos estadounidenses, a quienes reclamó haber “tratado a veces de
pésimo modo” el penoso asunto de los abusos sexuales a menores. Regresó a la Nunciatura
a las 19:30 horas.
El jueves celebró la Santa Misa a las 10:00 en el Estadio Nacional de Washington.
Regresó a la Nunciatura al mediodía. A las 17:00 se encontró con el Mundo universitario en
la Sala de conferencias de la Catholic University of America. A las 18:15 se trasladó en
Papamóvil al Centro Cultural Papa Juan Pablo II para el encuentro con representantes de
otras religiones. A las siete regresó a la Nunciatura.
El viernes se despidió del personal de la Nunciatura y fue al aeropuerto de la Base
de la Fuerza Aérea de donde partió a las 8:45 para llegar una hora después al aeropuerto
John F. Kennedy de Nueva York y desplazarse en helicóptero, a las diez de la mañana, al
helipuerto de Wall Street de Manhattan. A las 10:30 se trasladó en automóvil a la sede de la
Organización de las Naciones Unidas en donde pronunció su discurso a las 10:45 horas.
Tres horas después acudió a la Residencia del Observador Permanente de la Santa Sede
ante la ONU, en Nueva York, que fue por tres días Residencia papal. Luego de un almuerzo
privado y un descanso fue a la Iglesia de San José para mantener un encuentro ecuménico y
142
pronunciar un discurso a las 18:00 horas. Regresó a la Residencia papal para cenar a las
19:30 con los cardenales, el Presidente de la Conferencia episcopal y el séquito.
El sábado celebró la Santa Misa en la Catedral de San Patricio a las nueve de la
mañana. A las doce almorzó con los obispos de la arquidiócesis de Nueva York y con el
séquito. A las 13:15 regresó, en Papamóvil, a la Residencia para descansar. A las cuatro de
la tarde acudió al Seminario de San José para tener un encuentro con los jóvenes
seminaristas y entregarles un discurso. A las seis y media regresó a la Residencia.
El domingo hizo oración en la Zona Cero a las 9:30. A las diez regresó a la
Residencia papal donde permaneció tres horas; luego acudió al Estadio de los Yankees para
celebrar Misa a las 14:00 horas. A las 16:45 retornó a la Residencia. A las 19:00 horas se
desplazó al helipuerto de Wall Street y de ahí al aeropuerto de Nueva York donde a las
ocho de la noche fue la ceremonia de despedida. A las 20:30 partió hacia Roma, de regreso
a casa. Llegó al aeropuerto Ciampino al día siguiente a las 10:45 de la mañana. De ahí se
trasladó, cansado aunque profundamente satisfecho, al Vaticano.
143
“Su visión del mundo”
De las palabras pronunciadas por Benedicto XVI durante su viaje apostólico a
Estados Unidos, los siguientes extractos muestran la visión que mantiene hacia el momento
actual y hacia el mundo que le han tocado.
-Discurso en la ceremonia de bienvenida:
“En un mundo sin verdad la libertad pierde su fundamento, y una democracia sin
valores puede perder su propia alma”.
-Discurso a los obispos en el Santuario de la Inmaculada Concepción:
“Entre los signos contrarios al Evangelio de la vida que se pueden encontrar en
América, pero también en otras partes, hay uno que causa profunda vergüenza: el
abuso sexual de los menores. Muchos de ustedes me han hablado del enorme dolor
que sus comunidades han sufrido cuando hombres de Iglesia han traicionado sus
obligaciones y compromisos sacerdotales con semejante comportamiento
gravemente inmoral... ...La respuesta a esta situación no ha sido fácil y... ...ha sido
tratada a veces de pésimo modo”.
-Homilía en el National Stadium de Washington:
“...percibimos signos evidentes de un quebrantamiento preocupante de los
fundamentos mismos de la sociedad: signos de alienación, ira y contraposición en
muchos contemporáneos nuestros; aumento de la violencia, debilitamiento del
sentido moral, vulgaridad en las relaciones sociales, y creciente olvido de Dios.” En
español les dijo a los inmigrantes que “no se dejen vencer por el pesimismo, la
inercia o los problemas. Antes bien, fieles a los compromisos que adquirieron en su
bautismo, profundicen cada día en el conocimiento de Cristo y permitan que su
corazón quede conquistado por su amor y por su perdón”.
-Discurso en la Universidad Católica de América:
“Mientras hemos buscado diligentemente atraer la inteligencia de nuestros jóvenes,
quizás hemos descuidado su voluntad. Como consecuencia, observamos
preocupados que la noción de libertad se ha distorsionado. La libertad no es la
facultad para desentenderse de; es la facultad de comprometerse con, una
participación en el Ser mismo”.
-Palabras en el encuentro con representantes de otras religiones:
“Que los miembros de todas las religiones estén unidos en la defensa y promoción
de la vida y la libertad religiosa en todo el mundo. Y que, dedicándonos
generosamente a este sagrado deber, a través del diálogo y de tantos pequeños actos
de amor, de comprensión y de compasión, seamos instrumentos de paz para toda la
familia humana”.
-Discurso en la ONU:
“Obviamente, los derechos humanos deben incluir el derecho a la libertad religiosa,
entendido como expresión de una dimensión que es al mismo tiempo individual y
144
comunitaria, una visión que manifiesta la unidad de la persona, aun distinguiendo
claramente entre la dimensión de ciudadano y la de creyente”.
-Palabras en una sinagoga de Nueva York:
“Me resulta conmovedor recordar que Jesús, siendo joven, escuchó las palabras de
la Escritura y rezó en un lugar como éste... ...Bendito sea el nombre del Señor”.
-Discurso en la Iglesia de San José:
“Solamente manteniéndose firmes en la enseñanza segura lograremos responder a
los retos que nos asaltan en un mundo cambiante. Solo así daremos un testimonio
firme de la verdad del Evangelio y de su enseñanza moral”.
-Homilía en la catedral de San Patricio:
“¡ ...sean también los primeros amigos del pobre, del prófugo, del extranjero, del
enfermo y de todos los que sufren!”.
-Discurso a jóvenes y seminaristas:
“Pienso ante todo en sus padres, abuelos y padrinos. Ellos han sido sus primeros
educadores en la fe. Al presentarlos para el bautismo, les dieron la posibilidad de
recibir el don más grande de su vida. Aquel día ustedes entraron en la santidad de
Dios mismo. Llegaron a ser hijos e hijas adoptivos del Padre. Fueron incorporados a
Cristo. Se convirtieron en morada de su Espíritu”.
-Oración en la Zona Cero:
“Dios de la paz, concede tu paz a nuestro violento mundo: paz en los corazones de
todos los hombres y mujeres y paz entre las naciones de la Tierra”.
-Homilía en el Yankee Stadium:
“Aquí, en este país de libertad, quiero proclamar con fuerza que la Palabra de Cristo
no elimina nuestras aspiraciones a una vida plena y libre, sino que nos descubre
nuestra verdadera dignidad de hijos de Dios y nos alienta a luchar contra todo
aquello que nos esclaviza, empezando por nuestro propio egoísmo y caprichos”.
-Discurso en la ceremonia de despedida:
“Rezo por todos los Estados Unidos, realmente por todo el mundo, para que el
futuro traiga una mayor fraternidad y solidaridad, un creciente respeto recíproco y
una renovada fe y confianza en Dios, nuestro Padre que esta en el cielo. Con estas
palabras de despedida, les dejo, rogándoles que se acuerden de mí en sus plegarias,
a la vez que les aseguro mi afecto y mi amistad en el Señor. Dios bendiga a
América”.
145
“Esta es una gran noticia”
Cuando Juan Pablo II proclamó el año 2000 como “Año del Gran Jubileo” con
motivo de los dos mil años del nacimiento de Jesucristo, hizo también que fuese un Año
Santo al conceder la gracia de la Indulgencia Plenaria para todos los fieles que quisieran
ganarla al cruzar la Puerta Santa, que él mismo abrió, en las cuatro basílicas patriarcales de
Roma: San Pedro, San Pablo, San Juan y Santa María la Mayor. También indicó que las
puertas de todas las catedrales del mundo y de varias iglesias más, fuesen consideradas
santas, para que al cruzarlas, todos pudiesen ganar el beneficio de la indulgencia sin tener
que viajar a Roma. Al término del Año Santo del Gran Jubileo se acabó la oportunidad de
ganar la indulgencia y hubo muchos que no se dieron por enterados de la gracia concedida
por el Papa.
Las indulgencias continúan vigentes en la Iglesia y su práctica ha crecido entre los
creyentes que conocen sus beneficios. La constitución apostólica Indulgentiarum doctrina
de Paulo VI, de 1967, establece que “La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena
temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y
cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia...” y especifica
que “la indulgencia es parcial o plenaria según libere de la pena temporal debida por los
pecados en parte o totalmente” de donde se desprende que la Indulgencia Plenaria es la que
libera totalmente de todas las culpas.
Para entender esto de “las culpas” es necesario recordar que en el sacramento de la
Reconciliación, en el confesionario, se obtiene el perdón de los pecados y se recupera el
trato de amistad con Dios, aunque permanece la culpa como parte de la historia pasada y
vivida. Sucede, por ejemplo, lo que con la difamación, cuando en la Reconciliación se
obtiene el perdón de Dios por la falta cometida, pero queda pendiente la obligación de
restituir el prestigio y recibir el perdón de la víctima. Aunque se cumpla con estos
requisitos, queda escrito en la historia personal el acto de haber cometido una difamación,
de haber sido un difamador, lo que permanece como una especie de mancha en el alma y en
la historia de quien cometió la falta. Es como lo que sucede con un expediente clínico, que
aunque muestra que el paciente ha sido dado de alta, permanecerá la historia clínica con la
descripción de la enfermedad que padeció.
Con la Indulgencia Plenaria se obtiene, además del perdón de los pecados, la
remisión total de las culpas, como si las facturas pendientes de pago fuesen canceladas por
completo. Es como un “volver a empezar”, como un “borrón y cuenta nueva” pues luego de
haber ganado la indulgencia plenaria el creyente vuelve a quedar exactamente como el día
de su bautismo, absuelto de todo pecado y libre de toda culpa.
La Indulgencia Plenaria puede obtenerse para uno mismo y también para los
difuntos. Así lo establece el Código de Derecho Canónico en el canon 994 que dice que
“Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar por los difuntos, a manera de sufragio, las
indulgencias tanto parciales como plenarias”. Por su parte, el Catecismo de la Iglesia
Católica, en su párrafo 1498 dice que “Mediante las indulgencias, los fieles pueden
146
alcanzar para sí mismos y también para las almas del Purgatorio la remisión de las penas
temporales, consecuencia de los pecados” y en el párrafo 1479 especifica que “Puesto que
los fieles difuntos en vías de purificación son también miembros de la misma comunión de
los santos, podemos ayudarles, entre otras formas, obteniendo para ellos indulgencias, de
manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados”.
Juan Pablo II volvió a conceder un nuevo Año de Gracia con motivo del Año de la
Eucaristía, de octubre de 2004 a octubre de 2005. Igualmente hubo muchos que no se
enteraron.
Ahora Benedicto XVI, con motivo del bimilenario del nacimiento del apóstol San
Pablo y del Año Paulino, concedió Indulgencia Plenaria durante todo un año de gracia del
28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009. Es una oportunidad, renovada y re-creada, de
volver a iniciar una relación de trato de amistad con Dios y también con los demás.
Como siempre, para ganar indulgencias, las condiciones son: confesión y comunión
sacramental, orar por las intenciones del Romano Pontífice, y ahora, acudir a alguna
celebración dedicada a San Pablo durante el año paulino.
La Indulgencia Plenaria es también la oportunidad de vaciar el Purgatorio sacando
de allí a quienes nos han precedido, cosa que es una gran noticia.
147
“Habrá hambre”
Justo a la mitad de la meta fijada se dieron cita en Roma 50 jefes de estado para
asistir a la sede de la FAO a fin de acudir a la Conferencia de Alto Nivel sobre la Seguridad
Alimentaria Mundial “Los Desafíos del Cambio climático y la Bioenergía” del 3 al 5 de
junio de 2008. Tuvo lugar también justo a la mitad del objetivo que se fijara en el año 2000,
cuando la mayor cumbre de jefes de estado proclamaba la “Declaración del Milenio” a fin
de enumerar los objetivos más urgentes para el bien de la humanidad y se determinaba que
habrían de alcanzarse antes del año 2015, cuando se hizo presente la amenaza de una crisis
alimentaria de proporciones todavía no calculables.
La crisis de alimentos que empezó a manifestarse en varios países, y que se percibe
como gravísima, se hace presente a partir de su síntoma inicial que es el aumento de precio
de los cereales. México ya se cuenta entre estos países.
Para la cumbre en Roma, el Papa Benedicto XVI había enviado un mensaje escrito
en el que hizo patente el deseo de la Iglesia católica de sumarse a este esfuerzo. El mensaje,
leído por el cardenal Secretario de Estado, Tarcisio Bertone, la mañana del 3 de junio,
señala que “el hambre y la malnutrición son inaceptables en un mundo que, en realidad,
dispone de niveles de producción, de recursos y de conocimientos suficientes para poner fin
a este drama y a sus consecuencias”. El Papa invitó a los 50 jefes de estado reunidos en la
cumbre, a continuar con “las reformas estructurales que, a nivel nacional, son
indispensables para afrontar con éxito los problemas del subdesarrollo, de los que el
hambre y la malnutrición son consecuencias directas”.
En su mensaje, Benedicto XVI había afirmado que la pobreza y la alimentación
deficiente “no son una simple fatalidad provocada por situaciones ambientales adversas o
por calamidades naturales desastrosas” y enfatizó que “las consideraciones de carácter
exclusivamente técnico o económico no deben prevalecer sobre los deberes de justicia
hacia los que padecen hambre” pues “el derecho primario a la alimentación está
intrínsecamente vinculado a la tutela y a la defensa de la vida humana. Cada persona tiene
derecho a la vida; por eso, es necesario promover la puesta en práctica de manera eficaz de
este derecho y se debe ayudar a las poblaciones que sufren por la falta de alimentos a llegar
a ser poco a poco capaces de satisfacer las propias exigencias de una alimentación
suficiente y sana”.
En referencia al problema vigente del aumento de precios de productos agrícolas, el
Santo Padre pidió que se elaboren “nuevas estrategias de lucha contra la pobreza y de
promoción de desarrollo rural mediante procesos de reformas estructurales que permitan
afrontar los desafíos de la seguridad y de los cambios climáticos” y aclaró que “el aumento
global de la producción agrícola será eficiente solo si está acompañado por la distribución
eficaz de la producción y si se destina primariamente a satisfacer las necesidades
esenciales”.
Tras afirmar que las tecnologías modernas no bastan para hacer frente a la carencia
de alimentos, Benedicto XVI estableció la necesidad de “una acción política, que inspirada
en aquellos principios de la ley natural que están inscritos en el corazón de los seres
148
humanos, proteja la dignidad de la persona. Solo la tutela de la persona consiente combatir
la causa principal del hambre” razón por la que, si en las decisiones que debían tomarse en
la cumbre, se tuviera en cuenta el respeto de la dignidad humana “se podrían superar
obstáculos que de otro modo son insuperables y se eliminaría, o al menos disminuiría, el
desinterés por el bien de los demás. La defensa de la dignidad humana en la acción
internacional, también de emergencia, ayudaría además a limitar lo superfluo en la
perspectiva de las necesidades de los demás y a administrar de modo justo los frutos de la
creación, poniéndolos a disposición de todas las generaciones”.
En aquel momento había identificadas, por los expertos, tres causas atribuibles a la
crisis que comenzaba:
- El mercado distorsionado de los subsidios a la agricultura en los países ricos.
- La producción de bio-combustibles como consecuencia de la preocupación
ambiental.
- El creciente consumo de carne en países grandes como China e India que provoca
que buena parte de la producción agrícola ya no se dedique directamente a los
cereales para la alimentación humana.
Esta crisis no sería pasajera y amenazaba con que el número de hambrientos, que crece
rápidamente, podría llegar en breve a los mil millones de habitantes. El nuevo problema
mundial consiste en que ahora habrá hambre.
149
“Indulgencia Plenaria”
Para dar inicio a las celebraciones del Año Paulino, una iniciativa del Papa
Benedicto XVI, el Santo Padre quiso disponer de los tesoros de la Iglesia a fin de que fuese
un Año de Gracia al conceder Indulgencia Plenaria, durante todo el año que celebra el
bimilenario de San Pablo, del 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009.
Por lo trascendente del acontecimiento y por su explícito contenido, enseguida se
reproduce el Decreto promulgado por la Penitenciaría Apostólica, fechado el 10 de mayo de
2008:
En la inminencia de la solemnidad litúrgica de los Príncipes de los
Apóstoles, el Sumo Pontífice, impulsado por su solicitud pastoral, quiere proveer
oportunamente a los tesoros espirituales que se han de conceder a los fieles para su
santificación, de modo que puedan renovar y fortalecer, con mayor fervor aún en
esta piadosa y feliz ocasión, propósitos de salvación sobrenatural ya a partir de las
primeras Vísperas de la recordada solemnidad, principalmente en honor del Apóstol
de los gentiles, de cuyo nacimiento terreno están a punto de cumplirse dos mil años.
En verdad, el don de las indulgencias, que el Romano Pontífice ofrece a la
Iglesia universal, allana el camino para alcanzar en sumo grado la purificación
interior que, rindiendo honor al bienaventurado apóstol san Pablo, exalta la vida
sobrenatural en el corazón de los fieles y los estimula a dar frutos de buenas obras.
Por tanto, esta Penitenciaría apostólica, a la que el Santo Padre ha encomendado la
tarea de preparar y redactar el Decreto de concesión y obtención de las indulgencias,
que valdrán durante todo el Año paulino, con el presente Decreto, promulgado en
conformidad con la voluntad del Sumo Pontífice, benévolamente concede las
gracias que se enumeran a continuación:
I. A todos y cada uno de los fieles cristianos verdaderamente arrepentidos
que, debidamente purificados mediante el sacramento de la Penitencia y
alimentados con la sagrada Comunión, visiten piadosamente en forma de
peregrinación la basílica papal de San Pablo en la vía Ostiense y oren según las
intenciones del Sumo Pontífice, se les concede e imparte la indulgencia plenaria de
la pena temporal por sus pecados, una vez que hayan obtenido la remisión
sacramental y el perdón de sus faltas.
Los fieles cristianos podrán lucrar la indulgencia plenaria para sí mismos o
aplicarla por los difuntos, cuantas veces se realicen las obras indicadas, respetando
la norma según la cual solamente se puede obtener la indulgencia plenaria una vez
al día.
Asimismo, para que las oraciones que se eleven durante estas visitas
sagradas lleven y estimulen más intensamente el corazón de los fieles a la
veneración de la memoria de san Pablo, se establece y dispone cuanto sigue: los
fieles, además de elevar sus súplicas ante el altar del santísimo Sacramento, cada
uno según su piedad, deberán acercarse al altar de la Confesión y rezar devotamente
150
el padrenuestro y el Credo, añadiendo invocaciones piadosas en honor de la
santísima Virgen María y de san Pablo. Dicha devoción debe estar siempre
estrechamente unida a la memoria de san Pedro, el Príncipe de los Apóstoles.
II. Los fieles cristianos de las diversas Iglesias locales, una vez cumplidas las
condiciones habituales (confesión sacramental, Comunión eucarística y oración
según las intenciones del Sumo Pontífice), excluido cualquier apego al pecado,
podrán lucrar la indulgencia plenaria si participan devotamente en una función
sagrada o en un ejercicio piadoso realizados públicamente en honor del Apóstol de
los gentiles: los días de la inauguración solemne y la clausura del Año paulino, en
todos los lugares sagrados; en otros días determinados por el Ordinario del lugar, en
los lugares sagrados dedicados a san Pablo y, para utilidad de los fieles, en otros
designados por el mismo Ordinario.
III. Por último, los fieles impedidos por la enfermedad o por otra causa
legítima y relevante, siempre con el corazón desapegado de cualquier pecado y con
el propósito de cumplir las condiciones habituales apenas sea posible, podrán lucrar
también la indulgencia plenaria, con tal que se unan espiritualmente a una
celebración jubilar en honor de san Pablo, ofreciendo a Dios sus oraciones y sus
sufrimientos por la unidad de los cristianos.
Con el fin de que los fieles puedan participar más fácilmente de estos
beneficios celestiales, los sacerdotes aprobados por la autoridad eclesiástica
competente para escuchar confesiones muéstrense dispuestos con generosidad para
acogerlas.
Este decreto sólo tiene validez durante el Año paulino. No obstante cualquier
disposición contraria.
Como se ve, la Indulgencia concede el perdón de los pecados y la remisión de las
culpas para vivos y difuntos, lo que permite, si nos lo proponemos empeñosamente, “vaciar
el purgatorio” siempre que el Romano Pontífice concede Indulgencia Plenaria.
151
“Palabras de esperanza”
¿Qué es lo que encontraban los jóvenes en un anciano herido severamente por la
enfermedad del Parkinson? ¿Qué los movía a desplazarse en largos trayectos para
escucharle decir que no hicieran lo que les gusta hacer? ¿Porqué de las reuniones que Juan
Pablo II celebró, en 26 años de pontificado, las más concurridas fueron los encuentros con
la juventud?
La relación estrecha que se estableció entre el Papa y los jóvenes es un fenómeno
social que requiere un análisis antropológico que logre explicarlo, pues contrasta el
concepto generalizado de una juventud relativista con esos encuentros masivos que le
proporcionaban retroalimentación al Papa y sabiduría a los jóvenes que con él se
encontraban.
Tal vez hallaban en esa figura encorvada, una congruencia, como en nadie, entre lo
que proclamaba con su voz y lo que llevaba a la realidad con sus acciones. Es posible que
en Juan Pablo II hallaron muchos lo que no encontraban en sus propios hogares y familias,
pues no son pocos los padres que encuentran dificultad para formar con el ejemplo propio.
Es probable que del Papa escucharan palabras que ya nadie sabía decirles, palabras de
probada cercanía solidaria, frases de esperanza, de comprensión que acompaña, mensajes
que fueron descubriendo.
Muerto Juan Pablo II, la atención de la juventud se fijó en la XX Jornada Mundial
de la Juventud que se celebró en la ciudad de Colonia, Alemania, del 16 al 21 de agosto de
2005. Los jóvenes quedaron satisfechos y complacidos por el encuentro con el nuevo Papa
electo apenas hacía cuatro meses.
Estos encuentros iniciaron en 1986 a iniciativa de Juan Pablo II aunque habían
tenido dos antecedentes que los fueron configurando, cuando en 1984 se clausuró el Jubileo
de los jóvenes en Roma con motivo del Año santo de la Redención, y cuando en 1985 se
celebró el Encuentro mundial de jóvenes con motivo del Año Internacional de la Juventud.
El Papa les dedicó una Carta Apostólica el 31 de marzo y el 20 de diciembre anunció la
institución de la Jornada Mundial de la Juventud.
La cita volvió a cumplirse en 2008 durante la XXIII Jornada Mundial, en Sydney,
Australia, que con el tema “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre
ustedes, y serán mis testigos” se celebró del 15 al 21 de julio. Un año antes, el Papa
Benedicto XVI les había dicho:
“Para muchos de nosotros será un largo viaje, sin embargo, Australia y su pueblo
evocan imágenes de una cordial bienvenida y de una maravillosa belleza, de una antigua
historia aborigen y de multitud de ciudades y comunidades vivas. La Jornada mundial de la
juventud es mucho más que un acontecimiento. Es un tiempo de profunda renovación
espiritual, de cuyos frutos se beneficia toda la sociedad. Los jóvenes peregrinos sienten el
deseo de rezar, de alimentarse con la Palabra y el Sacramento, de ser transformados por el
Espíritu Santo, que ilumina la maravilla del alma humana y muestra el camino para ser
expresión e instrumento del amor que proviene de Dios. Este amor, el amor de Cristo, es lo
que el mundo anhela. Por eso, están llamados por tantas personas a ser sus testigos.
152
Algunos de sus amigos tienen pocas motivaciones reales en su vida, quizá absortos en una
búsqueda vana de innumerables experiencias nuevas. Llévenlos también a ellos a la Jornada
mundial de la juventud. De hecho, he notado que, contra la corriente de secularismo,
muchos jóvenes están redescubriendo el deseo que satisface de una belleza, de una bondad
y una verdad auténticas. Con su testimonio, les ayudan en su búsqueda del Espíritu de Dios.
Sean intrépidos en este testimonio. Esfuércense por difundir la luz de Cristo, que guía y da
motivación para toda vida, haciendo posible para todos una alegría y una felicidad
duraderas”.
Me impresiona que los jóvenes de todos los tiempos hallamos vivido nuestra
juventud estigmatizados por conceptos que de la juventud tienen los mayores. En todo
tiempo se les ha considerado revoltosos, impulsivos y rebeldes; pero personalmente me he
percatado de que la mayoría de los jóvenes suelen ser mucho mejores personas que la
mayoría de los adultos. Estoy seguro de que esto lo sabe el Papa, de que los jóvenes lo
perciben, y de que por ello, entre otras razones, acuden a encontrarse con él.
Benedicto XVI se encontró con una nación conformada por 21 millones de
habitantes, de los que seis millones, el 28%, son católicos. En Australia hay 70 obispos y
3,200 sacerdotes; pero el Papa también se encontró con cientos de millares de jóvenes que
con anhelo le esperaban para escucharle decir, como sabía decirles con frecuencia Juan
Pablo II, palabras de esperanza.
153
“Los falsos dioses”
“Se podría pensar que actualmente es poco probable que la gente adore a otros
dioses. Sin embargo, a veces la gente adora a otros dioses sin darse cuenta. Los falsos
dioses, cualquiera que sea el nombre, la imagen o la forma que se les dé, están casi siempre
asociados a la adoración de tres cosas: los bienes materiales, el amor posesivo y el poder.”
La cita anterior es parte del discurso que pronunciara el Papa Benedicto XVI el
viernes 18 de julio de 2008 como parte de las celebraciones de la XXIII Jornada Mundial
de la Juventud, en Darlinghurst, lugar donde se halla un centro de recuperación de la
Agencia de Servicios Sociales de la Arquidiócesis de Sydney, que atiende a jóvenes
delincuentes y drogadictos que allí participan en el programa “Alive”, que significa “estar
vivo”, para su rescate de las drogas y de la delincuencia. Así definía el Papa a los ídolos
contemporáneos que exigen culto sin distinguir personas, y luego, en el mismo discurso,
explicaba a fondo cómo es que cada uno de estos falsos dioses en vez de dar la vida, traen
la muerte:
-Los bienes: “Los bienes materiales son buenos en sí mismos. No podríamos
sobrevivir por mucho tiempo sin dinero, vestidos o vivienda. Para vivir, necesitamos
alimento. Pero, si somos codiciosos, si nos negamos a compartir lo que tenemos con los
hambrientos y los pobres, convertimos nuestros bienes en una falsa divinidad. En nuestra
sociedad materialista, muchas voces nos dicen que la felicidad se consigue poseyendo el
mayor número de bienes posible y objetos de lujo. Sin embargo, esto significa transformar
los bienes en una falsa divinidad. En vez de dar la vida, traen la muerte.”
-El amor posesivo: “El amor auténtico es evidentemente algo bueno. Sin él,
difícilmente valdría la pena vivir. El amor satisface nuestras necesidades más profundas y,
cuando amamos, somos más plenamente nosotros mismos, más plenamente humanos. Pero,
qué fácil es transformar el amor en una falsa divinidad. La gente piensa con frecuencia que
está amando cuando en realidad tiende a poseer al otro o a manipularlo. A veces trata a los
otros más como objetos para satisfacer sus propias necesidades que como personas dignas
de amor y de aprecio. Qué fácil es ser engañado por tantas voces que, en nuestra sociedad,
sostienen una visión permisiva de la sexualidad, sin tener en cuenta la modestia, el respeto
de sí mismo o los valores morales que dignifican las relaciones humanas. Esto supone
adorar a una falsa divinidad. En vez de dar la vida, trae la muerte.”
-El poder: “El poder que Dios nos ha dado de plasmar el mundo que nos rodea es
ciertamente algo bueno. Si lo utilizamos de modo apropiado y responsable nos permite
transformar la vida de la gente. Toda comunidad necesita buenos guías. Sin embargo, qué
fuerte es la tentación de aferrarse al poder por sí mismo, buscando dominar a los otros o
explotar el medio ambiente natural con fines egoístas. Esto significa transformar el poder
en una falsa divinidad. En vez de dar la vida, trae la muerte.”
Estos tres falsos dioses traen la muerte en vez de la vida porque a menudo la gente
suele, agregó el Papa, “comportarse como si fuesen Dios en tanto que intentan asumir el
control total, sin prestar atención a la sabiduría y a los mandamientos que Dios nos ha dado
a conocer. Este es el camino que lleva a la muerte” en tanto que, continuaba, “adorar al
154
único Dios verdadero significa reconocer en él la fuente de toda bondad, confiarnos a él,
abrirnos al poder saludable de su gracia y obedecer sus mandamientos: este es el camino
para elegir la vida.”
Antes de despedirse, Benedicto XVI les dijo a los jóvenes: “el mensaje que les dirijo
hoy es el mismo que Moisés pronunció hace tantos años: -elige la vida, y vivirás tú y tu
descendencia amando al Señor tu Dios-. Que su Espíritu los guíe por el camino de la vida,
obedeciendo sus mandamientos, siguiendo sus enseñanzas, abandonando las decisiones
erróneas que sólo llevan a la muerte, y los comprometa en la amistad con Jesús para toda la
vida. Que con la fuerza del Espíritu Santo elijan la vida y el amor, y den testimonio ante el
mundo de la alegría que esto conlleva. Esta es mi oración por cada uno de ustedes en esta
Jornada Mundial de la Juventud. Que Dios los bendiga.”
Pero su discurso no lo dirigió el Papa únicamente a unos jóvenes que estaban
internados bajo tratamiento en Sydney. Este discurso aplica a toda persona que ya ha
idolizado estas tres realidades haciéndolas parte de su vida, los falsos dioses.
155
“Los santos normales”
El Papa Benedicto XVI dijo en su catequesis, durante la Audiencia que se celebrara
el miércoles 21 de agosto de 2008 en el patio interior del Palacio apostólico de
Castelgandolfo, que la santidad no es un privilegio de pocos. Aseguró que “a Dios le gustan
los santos normales” y explicó que “la santidad se ofrece a todos porque es, en realidad, el
destino común de todos los hombres llamados a ser hijos de Dios”. Luego profundizó
diciendo que la experiencia personal de los santos “muestra que la santidad no es un lujo y
no es una meta imposible para un hombre normal” porque la santidad “se ofrece a todos” y
añadió, con una expresión digna de un místico, que los santos son “el espectro de la luz
divina” y que “no es necesariamente un santo el que posee carismas extraordinarios”.
Todos hemos conocido a personas que vivieron una vida de ejemplo simplemente
porque fueron buenos. Además de sus familiares y amigos nadie los conoce, porque nunca
aparecieron en televisión, no ocuparon jamás las primeras planas de los periódicos, nadie
les escribió un libro y no recibieron medallas ni títulos; pero a cambio dejaron un recuerdo
imborrable en sus mentes y un sentimiento inolvidable en sus corazones. En el seno de
nuestras familias todos conocimos a algunos así. El papá o la mamá, los abuelitos o algunos
tíos, que aunque no hayan sido todavía beatificados o canonizados, estamos ciertos de que
ya son santos porque han resucitado, porque han regresado a los brazos del Padre Eterno,
porque viven con Él en el Cielo y porque ya nunca morirán. Benedicto XVI lo sabe bien y
por ello dijo que “hay muchísimos santos cuyos nombres sólo Dios conoce, porque en la
Tierra han llevado una existencia aparentemente normalísima”.
Me gusta mucho pensar que el Señor andaba con gente normal, que los discípulos
que le seguían no adoptaban poses de sufrimiento, que sus apóstoles no andaban poniendo
cara de dolor ante quien los miraba, y que quienes se le acercaban podían hacerlo con tan
grande facilidad como cuantos relatos dan cuenta de ello en el Evangelio. Se le acercaban
mujeres, niños, extranjeros, extraños, pescadores, pecadores, leprosos y endemoniados.
También escribas, fariseos y hasta espías que le eran enviados desde Jerusalén para
atraparlo en algún dicho o hecho que luego pudiese servirles para desprestigiarle entre
quienes le buscaban.
En efecto, Jesús andaba con gente normal, y con gente normal fundó la Iglesia, la
comunidad en torno a él, un Pueblo nuevo surgido a partir de la propuesta sencilla del
nazareno, del hijo de un carpintero que contrastaba con los poderosos de su tiempo, que
hizo lucir absurdos a los sumos sacerdotes Anás y Caifás, que evidenció la ridícula forma
de reinar de Herodes, y que hizo notar la ausencia de poder en Poncio Pilato, el pretor
romano que se lavó las manos en un ritual de purificación judía ajeno al Derecho romano
que velaba por los intereses del César, el emperador a quien el mismo Jesús le mandó
entregar el denario que mostraba su efigie, pero que también pidió que se entregue a Dios
lo que de Dios es.
Jesús nos hizo saber que la santidad es para todos, que buenos y malos estamos
llamados a regresar con el Padre celestial, que Dios quiere eliminar el pecado pero que no
quiere eliminar al pecador, que a todos nos ama con la infinita ternura de un padre
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misericordioso y providente, que hay más alegría en el Cielo por un pecador arrepentido
que por un justo, que no necesitan médico los que están sanos sino los que están mal, que
primero nos cansaremos nosotros de ofenderle que él de perdonarnos, y que no lleva cuenta
de nuestros pecados sino de nuestros actos de amor.
Una semana antes de aquella Audiencia, durante sus vacaciones en Bressanone,
reunido con el clero de esa diócesis italiana en la Catedral, se le pidió al Papa una reflexión
sobre la administración de los sacramentos a los jóvenes, quienes, se le dijo, participan
poco en la vida eclesial. Para sorpresa de todos, el Papa Ratzinger respondió que “cuando
era más joven, era más severo. Decía: los sacramentos son los sacramentos de la fe, y por
eso, donde no hay práctica de fe, tampoco puede conferirse el sacramento. A lo largo del
tiempo he comprendido que tenemos que seguir más el ejemplo del Señor, que era muy
abierto también con las personas marginales de Israel de aquellos tiempos, era un Señor de
la misericordia”
Lo mejor de la Audiencia ya mencionada fue cuando el Papa explicó que
“precisamente son estos santos normales los santos que Dios habitualmente quiere”.
157
“En Lourdes”
Benedicto XVI estuvo de viaje en Francia del día 12 al 15 de septiembre de 2008.
Estuvo en París y en Lourdes con ocasión del 150 aniversario de las apariciones de la
Virgen María. Juan Pablo II había acudido en 1983 y en 2004.
Con ocasión de este aniversario, el Papa concedió la gracia de la Indulgencia
Plenaria, que se pudo ganar cada día, desde el 8 de diciembre de 2007 hasta el 8 de
diciembre de 2008, a todos los fieles que devotamente visitaran el sitio de las apariciones.
Ha habido diversas manifestaciones marianas, teológicamente llamadas
“mariofanías” en el cristianismo católico, de las que sólo se les considera como probables a
tres de ellas: Guadalupe, ocurrida en México en diciembre de 1531; Lourdes, en Francia del
11 de febrero al 16 de julio de 1858; y Fátima, en Portugal, del 13 de mayo al 13 de octubre
de 1917. Ninguna manifestación mariana es dogma de fe porque pertenecen al ámbito de
las revelaciones particulares y privadas, por lo que el creyente puede creerlas o no.
A toda revelación privada corresponde un vidente. En el acontecimiento
guadalupano, es el indígena Juan Diego; en Lourdes, la niña Bernadette Soubirus; y en
Fátima, los tres niños pastores Jacinta y Francisco Marto y Lucía Dos Santos. Todos los
videntes de las mariofanías tienen en común la sencillez, pobreza e ignorancia, lo que les
imposibilita para interpretar por sí mismos el contenido de los mensajes y para agregar
significado a las revelaciones, visuales y auditivas, que ellos reciben.
María de Guadalupe se presentó como “la Madre del verdadero Dios”, Nuestra
Señora de Lourdes como “La Inmaculada Concepción” y la Virgen de Fátima como “la
Virgen del Rosario”.
En el que ha sido su décimo viaje apostólico fuera de Italia, el Papa Ratzinger visitó
por primera ocasión, como sucesor de Pedro, el sitio de una de las tres mariofanías que sí
son aceptadas por el magisterio de la Iglesia.
Juan Pablo II afirmó que en su primer viaje a México, durante su visita a la Basílica
de Guadalupe, supo que en su pontificado debería recorrer el mundo para llevar
personalmente el anuncio del Evangelio a todas las naciones, y años más tarde, en Portugal,
le colocó a Nuestra Señora de Fátima una corona con la bala engarzada que le había sido
disparada en la Plaza de San Pedro en 1981, pues el Papa siempre afirmó que la Virgen de
Fátima le había salvado la vida porque ella personalmente había desviado la bala.
Por las experiencias vividas por su antecesor, es de alta probabilidad suponer que
ahora el Papa Benedicto XVI haya tenido a su vez algún tipo de experiencia mística durante
su visita a esa gruta, lugar preciso de las apariciones en la localidad de Massabiele, cerca de
Lourdes, pues el contacto que se establece con la divinidad y con lo divino, en esos lugares,
siempre se traduce, allí mismo o tiempo después, en una especie de señal, de luz o de guía
en el sendero de la fe.
En ese mismo sitio, hace 150 años, Bernadette Soubirous, de 12 años de edad, vio
en 18 ocasiones a la Virgen. Hasta la tercera aparición, la niña le habló en gascón, su
dialecto francés natal. La Virgen le hablaba de “usted” como cortesía y le pidió: “¿Me haría
usted el favor de venir aquí durante quince días?”. Bernadette le dijo que sí y la Señora le
158
anunció que no la haría feliz en vida sino después de muerta. Ante la insistencia de la
jovencita de que le revelara su nombre, le dijo “Yo soy la Inmaculada Concepción”, dogma
que había sido proclamado el 8 de diciembre de 1854, apenas tres años antes. Durante una
aparición Bernadette excavó la roca, a pedido de la Virgen, y brotó la fuente de agua que
hasta hoy es meta de peregrinaciones y que ha logrado varias curaciones milagrosas.
La imagen de la Virgen de Lourdes sigue la descripción que Bernadette hiciera de ella
cuando afirmó que es joven, de la estatura de ella misma (cuando tenía 12 años, es decir, de
estatura pequeña), vestida de blanco con un cinto azul, con las manos juntas en expresión
orante y con una rosa dorada en cada pie. Deducimos que es de altura pequeñita, como la
de una niña, aunque la escultura que colocada en la gruta de Massabiele es de estatura
regular, debido a que el escultor tuvo que alterar la descripción de Santa Bernadette porque
la estatura pequeña no le parecía satisfactoria para la estética artística que se requería.
Allí estuvo Benedicto XVI durante su viaje a Lourdes. Le faltaba visitar a Guadalupe y
a Fátima.
159
“En Francia”
Del viaje apostólico de Benedicto XVI a Francia del 12 al 15 de septiembre de
2008, el décimo fuera de Italia, de su pontificado, la siguiente selección de sus expresiones
son una muestra breve de su pensar y su sentir:
-Bienvenida en aeropuerto:
“En este momento histórico en que las culturas se entrecruzan cada vez más, estoy
profundamente convencido de que es cada vez más necesaria una nueva reflexión sobre el
significado auténtico y sobre la importancia de la laicidad.”
-Discurso ante representantes de la cultura:
“La búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharle, sigue siendo aún hoy el
fundamento de toda verdadera cultura.”
-Celebración de Vísperas en Notre Dame:
“No un amor en la Iglesia sin amor a la Palabra, no una Iglesia sin unidad en torno a
Cristo redentor, no frutos de redención sin amor a Dios y al prójimo, según los dos
mandamientos que resumen toda la Escritura santa.”
-Saludo a los jóvenes en Vigilia de oración:
“Muchos de ustedes llevan colgada del cuello una cadena con una cruz. También yo
llevo una. No es un adorno ni una joya. Es el precioso símbolo de nuestra fe, el signo
visible y material de la vinculación a Cristo.”
-Misa en la Plaza de los Inválidos:
“Dios nunca pide al hombre que sacrifique su razón. La razón nunca está en
contradicción real con la fe. El único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ha creado la razón
y nos da la fe, proponiendo a nuestra libertad que la reciba como un don precioso. Lo que
desencamina al hombre de esta perspectiva es el culto a los ídolos, y la razón misma puede
fabricar ídolos.”
-Discurso en la Basílica:
“Al venir en peregrinación aquí, a Lourdes, queremos entrar, siguiendo a
Bernadette, en esta extraordinaria cercanía entre el Cielo y la Tierra que nunca ha faltado y
que se consolida sin cesar. Cuando rezamos el Rosario, María nos ofrece su corazón y su
mirada para contemplar la vida de su Hijo, Jesucristo.”
-Misa en el Santuario de Lourdes:
Lo esencial del mensaje de Lourdes es que “Bernadette era la primogénita de una
familia muy pobre, sin sabiduría ni poder, de salud frágil. María la eligió para transmitir su
mensaje de conversión, de oración y penitencia, en total sintonía con la palabra de Jesús: 160
Porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la
gente sencilla-”
-Ángelus:
“María nos muestra la manera adecuada de acercarnos al Señor... con sinceridad y
sencillez. Gracias a Ella, descubrimos que la fe cristiana no es un fardo, sino que es como
una ala que nos permite volar más alto para refugiarnos en los brazos de Dios.”
-Encuentro en el Hemiciclo Santa Bernadette:
El ser humano “necesita siempre verse libre de sus temores y de sus pecados. El
hombre debe aprender constantemente que Dios no es su enemigo, sino su Creador lleno de
bondad. Necesita saber que su vida tiene un sentido y que, al final de su recorrido sobre la
tierra, le espera participar por siempre en la gloria de Cristo en el cielo.”
-Oración ante el Santísimo:
“Ven, déjate llamar por el Maestro. Él está aquí y te llama. Él quiere tomar tu vida y
unirla a la suya. Déjate atraer por Él. No mires ya tus heridas, mira las suyas. No mires lo
que te separa aún de Él y de los demás; mira la distancia infinita que ha abolido tomando tu
carne, subiendo a la Cruz que le prepararon los hombres y dejándose llevar a la muerte para
mostrar su amor. En estas heridas, te toma; en estas heridas, te esconde. No rechaces su
amor.”
-Misa en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario:
“En la sonrisa de la Virgen está misteriosamente escondida la fuerza para continuar
la lucha contra la enfermedad y a favor de la vida. También junto a Ella se encuentra la
gracia de aceptar sin miedo ni amargura el dejar este mundo, a la hora que Dios quiera.”
-Despedida en aeropuerto:
“Encontré un pueblo vivo de fieles, orgullosos y convencidos de su fe. Vine para
alentarlos a que perseveren con valentía viviendo las enseñanzas de Cristo y de su Iglesia.”
De regreso en Roma, durante la Audiencia del miércoles siguiente, el Papa presentó
un resumen de su viaje y manifestó lo que había sido su preocupación durante su estancia
en Francia: “Auténtica laicidad no significa prescindir de la dimensión espiritual, sino
reconocer que precisamente ésta es garante de nuestra libertad y de la autonomía de las
realidades terrenas, gracias a los juicios de la Sabiduría creadora que la conciencia humana
sabe acoger y poner en práctica”.
161
“¿Cuándo murió Juan Pablo Primero?”
El 28 o el 29 de septiembre de 2008 se cumplieron 30 años de la muerte del Papa
Juan Pablo I, el “Papa de la Sonrisa” como se le llamó al verle en el Balcón de la Bendición
el 26 de agosto de 1978. La ceremonia oficial del inicio de su pontificado se celebró el 3 de
septiembre y 25 días después moría. El pontificado de Albino Luciani apenas duró 33 días
y su súbita muerte hizo que 1978 tuviera tres papas: Paulo VI, quien murió en
Castelgandolfo el 6 de agosto; el mismo Juan Pablo I, quien muriera en el apartamento
apostólico del Vaticano; y Juan Pablo II, electo el 16 de octubre.
Juan Pablo I murió a la edad de 66 años. Nació el 17 de octubre de 1912. En 1958 el
Papa Juan XXIII lo nombró Obispo de Vittorio Veneto; en 1969 Paulo VI lo promovió a
Patriarca de Venecia; de 1972 a 1975 fue vicepresidente de la Conferencia episcopal
italiana y en 1973 Paulo VI lo creó Cardenal.
Hacia las 8:30 de la mañana, casi tres horas después de encontrar al Papa muerto, la
Santa Sede daba a conocer el comunicado oficial: “Esta mañana, 29 de septiembre de 1978,
hacia las cinco y media, el secretario particular del Papa, no habiendo encontrado al Santo
Padre en la capilla, como de costumbre, lo ha buscado en su habitación y lo ha encontrado
muerto en la cama, con la luz encendida, como si aún leyera. El médico, Dr. Renato
Buzzonetti, que acudió inmediatamente, ha constatado su muerte, acaecida probablemente
hacia las 23:00 horas del día anterior a causa de un infarto agudo de miocardio”.
El secretario de Juan Pablo I, Diego Lorenzi, describe cómo vio el cadáver: “Tenía
dos o tres almohadones a la espalda. La luz de la cama estaba encendida. No parecía que
estuviera muerto. Y las hojas de papel estaban completamente derechas. No habían
resbalado de sus manos ni habían caído en el suelo. Yo mismo cogí las hojas de su mano”.
Sor Vincenza, encargada del apartamento apostólico, nunca dijo nada, pero en 1983,
antes de morir, informó que de la Secretaría de Estado le habían impuesto silencio (puede
suponerse que habría sido el mismo Secretario de Estado, el cardenal Villot), pero que
como ante su inminente muerte se sentía liberada de tal imposición, ahora daba a conocer
que fue ella, y no el secretario del Papa, quien había encontrado el cadáver, que el Papa
estaba sentado en la cama, con los anteojos puestos y unas hojas de papel en las manos,
tenía la cabeza ladeada hacia la derecha y una pierna estirada sobre la cama, mantenía una
leve sonrisa y la frente la tenía tibia. Dijo que también tenía tibia la espalda y agregó que
“el Papa pudo morir entre la una y las dos de la mañana” (del 29 de septiembre).
El Dr. Francis Roe, quien era jefe de cirugía vascular en el Hospital London de
Connecticut, afirmó que hay algo verdaderamente sospechoso en la forma en que se
encontró el cadáver del Papa: “Los cuerpos muertos no están sentados sonriendo y leyendo.
Conozco gente que muere durante el sueño pero encuentro difícil creer que estuviera
leyendo en el momento justo anterior a su muerte. Pienso que habría tenido tiempo
suficiente para notar que algo estaba pasando. Habría sentido un dolor, y habría hecho
algún esfuerzo para respirar, o para salir de la cama y pedir auxilio. He visto muchas
muertes de esta clase, pero nunca he conocido a nadie que muriese sin inmutarse ante lo
162
que le estaba pasando. El cuadro encontrado podría responder mejor a una muerte
provocada por sustancia depresora y acaecida en profundo sueño”.
Aunque oficialmente se negó, un fraile benedictino que trabajaba en la Secretaría de
Estado dio a conocer, el mismo día de la muerte, que hubo autopsia y que se supo que el
Papa murió por la ingestión de una dosis fuertísima de un vasodilatador (que en la tarde
anterior habría recetado por teléfono su médico personal de Venecia).
No es creíble que el Dr. Da Ros, médico del Papa Luciani, hubiera recetado una
medicina contraindicada. Pero fue hasta 1993, tras quince años de silencio, que el médico
declaró que Juan Pablo I estaba bien de salud y que él no le había recetado nada.
Con un diagnóstico sin fundamento, una autopsia secreta y un medicamento que no
receta su médico, es que la noche del 28 o la madrugada del 29 de septiembre, murió Juan
Pablo Primero.
¿Murió o lo mataron? ¿Quiénes y porqué? De ello daré razón en el segundo tomo de
“El pulso del Papa”.
163
Apéndice
164
Apéndice
Luego del viaje apostólico de Su Santidad Benedicto XVI a los Estados Unidos, y
de regreso a Roma, el Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, escribió, como lo
hace periódicamente, su editorial semanal. Publicado el 26 de abril de 2008, en torno
reflexivo, el vocero de la Santa Sede dice que “Se esperaba que el Papa, en las Naciones
Unidas, denunciase algunas de las dramáticas situaciones de injusticia o de conflicto en el
mundo de hoy. No. Esto lo ha hecho y lo hace el Papa en muchas otras veces, en el discurso
al Cuerpo Diplomático de inicios de año, en los mensajes de Navidad y de Pascua, en
numerosos llamamientos en distintas ocasiones. Se esperaba que polemizase con las
tendencias a favor del aborto y de la contracepción extendidas en distintas agencias de la
ONU. No. En esta ocasión eligió hacer un discurso con otro aire bien distinto, un discurso
sobre fundamentos y sobre principios, un discurso que dure en el tiempo, porque esta era su
contribución más positiva y más urgente en esta sede. Fue un discurso muy coherente con
la autoridad moral específica de la Iglesia católica y con el tenor general del magisterio de
Benedicto XVI”.
El Portavoz vaticano concluía que el Papa “prestó a las Naciones Unidas el servicio
más precioso, difundiendo el valor permanente de la Declaración Universal de los derechos
del Hombre, y encontró la convicción y la determinación para hacerlo desde la visión
cristiana y religiosa del mundo”.
En consideración a que el Portavoz vaticano logra obtener tales conclusiones a
partir del discurso pronunciado por el Papa ante la Asamblea de las Naciones Unidas, se
reproducen en el apéndice de este libro, a continuación, los discursos y homilías
pronunciados por el Santo Padre durante su viaje apostólico a los Estados Unidos del 15 al
20 de abril de 2008, pues muchas y valiosas conclusiones más podrán derivarse de la
lectura cuidadosa de estos discursos y homilías.
Este que ha sido el primer viaje del Papa Ratzinger a los Estados Unidos, con
probabilidad será el último a ese país, pues ahí cumplió los 81 años de edad. Este
pontificado será breve en tiempo pero profundo en enseñanza y en reflexión teológica,
filosófica y antropológica.
El pulso del Papa Benedicto XVI, más que visto, debe ser leído y escuchado con
especial empeño, pues aunque su figura encorvada y de suave caminar no dice mucho a un
mundo que tiende al relativismo como objetivo de vida; su profundo conocimiento de Dios
y su constante diálogo con el Eterno continúan traduciéndose en testimonios de paz y de
amor, que como humanidad, nunca dejaremos de necesitar.
El pulso del Papa late en los mensajes de esperanza que dirige a quienes saben que
han perdido toda esperanza, en las palabras de amor que sirven a quienes han sido
abandonados y se encuentran en soledad, y en los testimonios de fe que hacen que los
creyentes crean en el Dios infinitamente misericordioso, el Dios de Jesucristo, de quien el
Papa es Vicario en la Tierra.
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Rueda de Prensa con el Papa Benedicto XVI
en el vuelo Roma - Washington
Lunes 15 de abril
(Transcripción íntegra de la Sala de Prensa de la Santa Sede)
P. Lombardi: Santidad, ¡bienvenido! En nombre de todos los colegas aquí presentes le doy
las gracias por su amabilísima disponibilidad para venir a saludarnos y también a darnos
algunas indicaciones e ideas para seguir este viaje. Es su segundo viaje intercontinental; el
primero como Santo Padre a América, a los Estados Unidos y a las Naciones Unidas. Un
viaje importante y muy esperado. Para empezar, ¿desea decirnos algo sobre sus
sentimientos, las esperanzas con las que afronta este viaje y cuál es su objetivo
fundamental, desde su punto de vista?
Benedicto XVI: Mi viaje tiene sobre todo dos objetivos. El primer objetivo es la visita a la
Iglesia en América, en los Estados Unidos. Existe un motivo particular: la diócesis de
Baltimore, hace 200 años, fue elevada a metropolía y a la vez nacieron otras cuatro
diócesis: Nueva York, Filadelfia, Boston y Louisville. De manera que se trata de un gran
jubileo para este núcleo de la Iglesia en los Estados Unidos, un momento de reflexión sobre
el pasado y sobre todo de reflexión sobre el futuro, sobre cómo responder a los grandes
desafíos de nuestro tiempo, en el presente y con vista al futuro. Y naturalmente, forma parte
de esta visita también el encuentro interreligioso y el encuentro ecuménico, particularmente
también un encuentro en la Sinagoga con nuestros amigos judíos, en la víspera de su fiesta
de Pascua. Por lo tanto, éste es el aspecto religioso-pastoral de la Iglesia en los Estados
Unidos en este momento de nuestra historia, y el encuentro con todos los demás en esta
fraternidad común que nos vincula en una responsabilidad común. Desearía en este
momento igualmente dar las gracias al presidente Bush, quien vendrá al aeropuerto, me
reservará mucho tiempo para coloquios y me recibirá con ocasión de mi cumpleaños.
Segundo objetivo, la visita a las Naciones Unidas. También aquí hay un motivo particular:
han pasado 60 años de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Ésta es la
base antropológica, la filosofía fundante de las Naciones Unidas, el fundamento humano y
espiritual sobre el que están construidas. Por lo tanto es realmente un momento de
reflexión, un momento de volver a tomar conciencia de esta etapa importante de la historia.
En la Declaración de los Derechos del Hombre han confluido varias tradiciones culturales,
sobre todo una antropología que reconoce en el Hombre un sujeto de derecho precedente a
todas las Instituciones, con valores comunes que hay que respetar por parte de todos. Por lo
tanto esta visita, que tiene lugar precisamente en un momento de crisis de valores, me
parece importante para reconfirmar a la vez que todo emperezó en ese momento y para
recuperarlo para nuestro futuro.
166
P. Lombardi: Pasemos ahora a las preguntas que habéis presentado estos días y que
algunos plantearéis al Santo Padre. Empecemos con la pregunta que hace John Allen, quien
no creo que necesite presentación porque es muy conocido como comentarista de los temas
vaticanos en los Estados Unidos.
Pregunta: Santo Padre, le hago la pregunta en inglés, si me permite, y tal vez, si fuera
posible, si pudiéramos tener una frase, una palabra en inglés, le estaríamos muy
agradecidos. La pregunta: la Iglesia que encontrará en los Estados Unidos es una Iglesia
grande, una Iglesia viva, pero también una Iglesia que sufre, en cierto sentido, sobre todo a
causa de la reciente crisis debida a los abusos sexuales. El pueblo americano está esperando
una palabra de usted, un mensaje suyo sobre esta crisis. ¿Cuál será su mensaje para esta
Iglesia sufriente?
Benedicto XVI: (en inglés) Es un gran sufrimiento para la Iglesia en los Estados Unidos y
para la Iglesia en general, y para mí personalmente, el hecho de que esto ocurriera. Si leo
los relatos de tales sucesos, me resulta difícil comprender cómo fue posible que algunos
sacerdotes fracasaran de esta forma en la misión de llevar alivio, de llevar el amor de Dios a
estos niños. Estoy avergonzado y haremos todo lo posible para asegurar que esto no se
repita en el futuro. Creo que tendremos que actuar en tres planos: el primero es el plano de
la justicia y el plano político. No hablaré en este momento de homosexualidad: éste es otro
tema. Excluiremos rigurosamente a los pedófilos del sagrado ministerio: es absolutamente
incompatible y quien es verdaderamente culpable de ser pedófilo no puede ser sacerdote.
En este primer nivel podemos hacer justicia y ayudar a las víctimas, porque están
profundamente afectadas. Estos son los dos aspectos de la justicia: uno es que los pedófilos
no pueden ser sacerdotes y el otro es ayudar en toda manera posible a las víctimas. Después
está el plano pastoral. Las víctimas necesitarán sanación, ayuda, asistencia y reconciliación.
Se trata de un gran compromiso pastoral y sé que los obispos y los sacerdotes y todos los
católicos en los Estados Unidos harán lo posible por ayudar, asistir, curar. Hemos realizado
inspecciones en los seminarios y haremos cuanto sea posible para que los seminaristas
reciban una profunda formación espiritual, humana e intelectual. Sólo personas sanas
pueden ser admitidas al sacerdocio y sólo personas con una profunda vida personal en
Cristo y que tengan también una profunda vida sacramental. Sé que los obispos y los
rectores de los seminarios harán lo posible por ejercer un discernimiento muy, muy severo,
porque es más importante tener buenos sacerdotes que tener muchos. Éste es nuestro tercer
punto, y esperamos poder hacer, y haber hecho, y hacer en el futuro todo cuanto esté en
nuestra mano para curar estas heridas.
P. Lombardi: Gracias, Santidad. Otro de los temas sobre los que hemos tenido muchas
preguntas de parte de nuestros colegas es el de la inmigración, la presencia en la sociedad
estadounidense también de miembros de lengua española. Y por esto la pregunta la
realizará nuestro colega Andrés Leonardo Beltramo Álvarez, que es de la agencia de
información de México.
Pregunta: Santidad, hago la pregunta en italiano y después, si usted lo desea, puede hacer
el comentario en español. Un saludo, sólo un saludo. Hay un crecimiento enorme de la
presencia hispánica también en la Iglesia en los Estados Unidos en general: la comunidad
católica se hace cada vez más bilingüe y cada vez más bi-cultural. Al mismo tiempo, existe
167
en la sociedad un creciente movimiento anti-inmigración: la situación de los inmigrantes se
caracteriza por formas de precariedad y discriminación. ¿Tiene usted intención de hablar de
este problema y de invitar a América a acoger bien a los inmigrantes, muchos de los cuales
son católicos?
Benedicto XVI: No puedo hablar en español, pero mis saludos y mi bendición para todos
los hispánicos (sic). Ciertamente tocaré este punto. He recibido varias visitas «ad Limina»
de los obispos de América Central, también de América del sur, y he visto la amplitud de
este problema, sobre todo el grave problema de la separación de las familias. Y esto
verdaderamente es peligroso para el tejido social, moral y humano de estos países. Sin
embargo hay que diferenciar entre medidas que hay que adoptar enseguida y soluciones a
largo plazo. La solución fundamental es que ya no exista necesidad de emigrar porque haya
en la propia patria suficientes puestos de trabajo, un tejido social suficiente, de manera que
nadie tenga ya que emigrar. Por lo tanto debemos trabajar todos por este objetivo, por un
desarrollo social que consienta ofrecer a los ciudadanos trabajo y un futuro en la tierra de
origen. Y también sobre este punto desearía hablar con el presidente, porque sobre todo los
Estados Unidos deben ayudar a fin de que los países se puedan así desarrollar. Está en el
interés de todos, no sólo de estos países, sino del mundo y también de los Estados Unidos.
Además, medidas a corto plazo: es muy importante ayudar sobre todo a las familias. A la
luz de las conversaciones que he mantenido con los obispos, el principal problema es que
las familias estén protegidas, que no se destruyan. Cuanto se pueda hacer, se debe hacer.
Asimismo, naturalmente, hay que hacer lo posible contra la precariedad y contra todas las
violencias, y ayudar para que puedan tener realmente una vida digna allí donde se
encuentren actualmente. Desearía asimismo decir que existen muchos problemas, muchos
sufrimientos, ¡pero hay también mucha hospitalidad! Sé que sobre todo la Conferencia
Episcopal Americana colabora muchísimo con las Conferencias Episcopales de América
Latina en vista de las ayudas necesarias. Con todas las cosas dolorosas, no olvidemos
también tanta verdadera humanidad, tantas acciones positivas que igualmente existen.
P. Lombardi: Gracias, Santidad. Ahora una pregunta que se refiere a la sociedad
americana: exactamente al puesto de los valores religiosos en la sociedad americana.
Damos la palabra a nuestro colega Andrea Tornielli, que es vaticanista de un diario italiano:
Pregunta: Santo Padre, cuando recibió a la nueva embajadora de los Estados Unidos ante la
Santa Sede, (la diplomática) evidenció como valor positivo el reconocimiento público de la
religión en los Estados Unidos. Desearía preguntarle si lo considera como un posible
modelo también para la Europa secularizada, o si cree que puede existir también el riesgo
de que la religión y el nombre de Dios puedan utilizarse para aprobar ciertas políticas y
hasta la guerra...
Benedictro XVI: Ciertamente en Europa no podemos sencillamente copiar a los Estados
Unidos: tenemos nuestra historia. Pero todos debemos aprender unos de otros. Lo que
encuentro fascinante en los Estados Unidos es que comenzaron con un concepto positivo de
laicidad, porque este nuevo pueblo estaba formado por comunidades y personas que habían
huido de las Iglesias de Estado y querían tener un Estado laico, secular, que abriera
posibilidades a todas las confesiones, para todas las formas de ejercicio religioso. Así nació
un Estado intencionalmente laico: eran contrarios a una Iglesia de Estado. Pero laico debía
168
ser el Estado precisamente por amor a la religión en su autenticidad, que puede vivirse sólo
libremente. Y así encontramos este conjunto de un Estado intencional y decididamente
laico, pero precisamente por una voluntad religiosa, para dar autenticidad a la religión. Y
sabemos que Alexis de Tocqueville, estudiando América, vio que las instituciones laicas
viven con un consenso moral de hecho que existe entre los ciudadanos. Esto me parece un
modelo fundamental y positivo. Hay que considerar que en Europa, entretanto, han pasado
doscientos años, más de doscientos años, con muchos desarrollos. Ahora existe también en
los Estados Unidos el asalto de un nuevo secularismo, del todo diverso, y por lo tanto antes
los problemas eran la inmigración, pero la situación se ha complicado y diferenciado en el
curso de la historia. Pero el fundamento, el modelo fundamental, me parece igualmente hoy
digno de tenerlo presente también en Europa.
P. Lombardi: Gracias, Santidad. Y ahora un último tema relativo a su visita a las Naciones
Unidas, y sobre esto la pregunta le corresponde a John Thavis, que es el responsable en
Roma de la agencia católica de noticias de los Estados Unidos.
Pregunta: Santo Padre, se considera con frecuencia al Papa como la conciencia de la
humanidad, y también por esto su discurso en las Naciones Unidas es muy esperado.
Desearía preguntar: ¿considera usted que una institución multilateral como las Naciones
Unidas puede salvaguardar los principios tenidos como «no negociables» por la Iglesia
católica, esto es, los principios fundados en la ley natural?
Benedicto XVI: Es precisamente el objetivo de las Naciones Unidas: que salvaguarden los
valores comunes de la humanidad, sobre los cuales se basa la convivencia pacífica de las
Naciones: la observancia de la justicia y el desarrollo de la justicia. Ya he mencionado
brevemente que me parece muy importante que el fundamento de las Naciones Unidas sea
precisamente la idea de los derechos humanos, de los derechos que expresan valores no
negociables, que preceden todas las instituciones y son el fundamento de todas las
instituciones. Y es importante que exista esta convergencia entre las culturas que han
encontrado un consenso sobre el hecho de que estos valores son fundamentales, que están
inscritos en el propio ser Humano. Renovar esta conciencia de que las Naciones Unidas,
con su función pacificadora, pueden trabajar sólo si tienen el fundamento común de los
valores que se expresan después en «derechos» que deben ser observados por todos.
Confirmar esta concepción fundamental y actualizarla en lo posible es un objetivo de mi
misión.
Finalmente, dado que al principio el padre Lombardi me había planteado una pregunta
sobre mis sentimientos, desearía decir: ¡voy a los Estados Unidos con alegría! He estado
anteriormente varias veces en los Estados Unidos, conozco este gran país, conozco la gran
vivacidad de la Iglesia a pesar de todos los problemas, y estoy contento de poder encontrar,
en este momento histórico tanto para la Iglesia como para las Naciones Unidas, a este gran
pueblo y a esta gran Iglesia. ¡Gracias a todos!
P. Lombardi: Gracias a usted, Santidad, de parte de todos nosotros. Renovamos
verdaderamente el deseo para este viaje: que pueda tener todos los frutos que usted espera y
que también todos nosotros, junto a usted, aguardamos. ¡Gracias y buen viaje!
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Ceremonia Oficial de Bienvenida
Discurso del Presidente George w. Bush
South Lawn de la Casa Blanca, Washington D.C.
Miércoles 16 de abril de 2008
Santo Padre, para Laura y para mí es un privilegio contar con su presencia aquí en la Casa
Blanca. Le damos la bienvenida con las antiguas palabras expresadas por San Agustín:
"Pax Tecum". Que la paz esté con usted.
Ha decidido visitar Estados Unidos en su cumpleaños. Bueno, los cumpleaños
tradicionalmente se pasan con amigos cercanos, por lo que toda nuestra nación se
conmueve y se siente honrada de que haya decidido compartir este día especial con
nosotros. Le deseamos mucha salud y felicidad... hoy y durante muchos años más.
Éste es su primer viaje a Estados Unidos desde que ascendió al Trono de San Pedro.
Visitará dos de nuestras principales ciudades y se reunirá con innumerables
estadounidenses, entre ellos muchos que han viajado de un extremo del país al otro para
verlo y participar en el júbilo de esta visita. Acá en Estados Unidos encontrará una nación
dedicada a la oración. Todos los días, millones de nuestros ciudadanos invocan de rodillas a
nuestro Creador, en busca de Su gracia y agradecidos por las muchas bendiciones que nos
concede. Millones de estadounidenses han estado rezando por su visita y millones están
deseosos de orar con usted esta semana.
Aquí en Estados Unidos encontrará una nación imbuida de compasión. Los estadounidenses
creen que la manera en que tratamos a los más débiles y los más vulnerables entre nosotros
es la manera de calibrar a una sociedad libre. Por lo tanto, todos los días, ciudadanos en
todo Estados Unidos responden al llamado universal de alimentar a los hambrientos y
reconfortar a los enfermos y cuidar a los discapacitados. Todos los días en todo el mundo,
Estados Unidos se esfuerza por erradicar las enfermedades, aliviar la pobreza, promover la
paz y llevar la luz de la esperanza a lugares aún envueltos en las tinieblas de la tiranía y la
desesperanza.
Aquí en Estados Unidos encontrará una nación que acoge el papel de la religión en la plaza
pública. Cuando nuestros fundadores declararon la independencia de nuestra nación,
apoyaron sus argumentos apelando a "las leyes de la naturaleza y al Dios de esa
naturaleza". Creemos en la libertad religiosa. También creemos que el amor por la libertad
y un código moral común están grabados en todos los corazones humanos, y que éstos
constituyen la base firme sobre la cual se debe forjar toda sociedad libre.
170
Aquí en Estados Unidos encontrará una nación que es totalmente moderna, pero sin
embargo, es guiada por verdades antiguas y eternas. Estados Unidos es el país más
innovador, creativo y dinámico de la Tierra... y también es uno de los más religiosos. En
nuestra nación, la fe y la razón coexisten en armonía. Éste es uno de los principales
atributos de nuestro país y una de las razones por las que nuestro territorio continúa siendo
un modelo de esperanza y oportunidades para millones en todo el mundo.
Sobre todo, Santo Padre, encontrará en Estados Unidos personas cuyo corazón está abierto
a su mensaje de esperanza. Y Estados Unidos y el mundo necesitan este mensaje. En un
mundo donde hay quienes invocan el nombre de Dios para justificar actos de terrorismo y
asesinato y odio, necesitamos su mensaje de que "Dios es amor". Y aceptar este amor es la
manera más segura de evitar que los hombres "caigan presa de las enseñanzas del fanatismo
y el terrorismo".
En un mundo en el que algunos tratan la vida como algo que se puede degradar y descartar,
necesitamos su mensaje de que toda vida humana es sagrada y que "cada uno de nosotros es
deseado, cada uno de nosotros es amado" y su mensaje de que "cada uno de nosotros es
deseado, cada uno de nosotros es amado y cada uno es necesario".
En un mundo en el que algunos ya no creen que podemos distinguir simplemente entre lo
correcto y lo incorrecto, necesitamos su mensaje para rechazar esta "dictadura del
relativismo" y acoger una cultura de justicia y verdad.
En un mundo en el que algunos ven la libertad como simplemente el derecho de hacer lo
que desean, necesitamos su mensaje de que la verdadera libertad requiere que vivamos
nuestra libertad no sólo para beneficio propio, sino "en un espíritu de apoyo mutuo".
Santo Padre, gracias por hacer este viaje a Estados Unidos. Nuestra nación le da la
bienvenida. Agradecemos el ejemplo que sienta para el mundo y le pedimos que siempre
nos recuerde en sus oraciones.
(Traducción al español distribuida por la Casa Blanca)
171
Ceremonia de Bienvenida
Discurso de Su Santidad Benedicto XVI
South Lawn de la Casa Blanca, Washington D.C.
Miércoles 16 de abril de 2008
Señor Presidente:
Gracias por las amables palabras de bienvenida en nombre del pueblo de los Estados
Unidos de América. Aprecio profundamente su invitación a visitar este gran País. Mi
llegada coincide con un momento importante de la vida de la comunidad católica en
América, como es la celebración del segundo centenario de la elevación de la primera
diócesis del País, Baltimore, a Archidiócesis metropolitana, y la fundación de las sedes de
Nueva York, Boston, Filadelfia y Louisville. También me siento dichoso de ser huésped de
todos los americanos. Vengo como amigo y anunciador del Evangelio, como uno que tiene
gran respeto por esta vasta sociedad pluralista. Los católicos americanos han ofrecido y
siguen ofreciendo una excelente contribución a la vida de su País. Al comenzar mi visita,
confío en que mi presencia pueda ser fuente de renovación y esperanza para la Iglesia en
los Estados Unidos y refuerce la voluntad de los católicos de contribuir más
responsablemente aún a la vida de la Nación, de la que están orgullosos de ser ciudadanos.
Ya desde los albores de la República, la búsqueda de libertad de América ha sido guiada
por la convicción de que los principios que gobiernan la vida política y social están
íntimamente relacionados con un orden moral, basado en la señoría de Dios Creador. Los
redactores de los documentos constitutivos de esta Nación se basaron en esta convicción al
proclamar la “verdad evidente por sí misma” de que todos los hombres han sido creados
iguales y dotados de derechos inalienables, fundados en la ley natural y en el Dios de esta
naturaleza. El curso de la historia americana demuestra las dificultades, las luchas y la gran
determinación intelectual y moral que han sido necesarias para formar una sociedad que
incorporara fielmente estos nobles principios. A lo largo de ese proceso, que ha plasmado el
alma de la Nación, las creencias religiosas fueron una constante inspiración y una fuerza
orientadora, como, por ejemplo, en la lucha contra la esclavitud y en el movimiento en
favor de los derechos civiles. También en nuestro tiempo, especialmente en los momentos
de crisis, los americanos siguen encontrando energía en sí mismos adhiriéndose a este
patrimonio de ideales y aspiraciones compartidos.
En los próximos días, espero encontrarme no solamente con la comunidad católica de
América, sino también con otras comunidades cristianas y representaciones de las
numerosas tradiciones religiosas presentes en este País. Históricamente, no sólo los
católicos, sino todos los creyentes han encontrado aquí la libertad de adorar a Dios según
los dictámenes de su conciencia, siendo aceptados al mismo tiempo como parte de una
172
confederación en la que cada individuo y cada grupo puede hacer oír su propia voz. Ahora
que la Nación tiene que afrontar cuestiones políticas y éticas cada vez más complejas,
confío que los americanos encuentren en sus creencias religiosas una fuente preciosa de
discernimiento y una inspiración para buscar un diálogo razonable, responsable y
respetuoso en el esfuerzo de edificar una sociedad más humana y más libre.
La libertad no es sólo un don, sino también una llamada a la responsabilidad personal. Los
americanos lo saben por experiencia: casi todas las ciudades de este País tienen
monumentos en honor a cuantos han sacrificado su vida en defensa de la libertad, tanto en
su propia tierra como en otros lugares. La defensa de la libertad es una llamada a cultivar la
virtud, la autodisciplina, el sacrificio por el bien común y un sentido de responsabilidad
ante los menos afortunados. Además, exige el valor de empeñarse en la vida civil, llevando
las propias creencias religiosas y los valores más profundos a un debate público razonable.
En una palabra, la libertad es siempre nueva. Se trata de un desafío que se plantea a cada
generación, y ha de ser ganado constantemente en favor de la causa del bien (cf. Spe salvi,
24). Pocos han entendido esto tan claramente como el Papa Juan Pablo II, de venerada
memoria. Al reflexionar sobre la victoria espiritual de la libertad sobre el totalitarismo en
su Polonia nativa y en Europa oriental, nos recordó que la historia demuestra en muchas
ocasiones que «en un mundo sin verdad la libertad pierde su fundamento», y que una
democracia sin valores puede perder su propia alma (cf. Centesimus annus, 46). En estas
palabras proféticas resuena de algún modo la convicción del Presidente Washington,
expresada en su discurso de despedida, de que la religión y la moralidad son «soportes
indispensables» para la prosperidad política.
Por su parte, la Iglesia desea contribuir a la construcción de un mundo cada vez más digno
de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26-27). Está
convencida de que la fe proyecta una luz nueva sobre todas las cosas, y que el Evangelio
revela la noble vocación y el destino sublime de todo hombre y mujer (cf. Gaudium et spes,
10). La fe, además, nos ofrece la fuerza para responder a nuestra alta vocación y la
esperanza que nos lleva a trabajar por una sociedad cada vez más justa y fraterna. Como
vuestros Padres fundadores bien sabían, la democracia sólo puede florecer cuando los
líderes políticos, y los que ellos representan, son guiados por la verdad y aplican la
sabiduría, que nace de firmes principios morales, a las decisiones que conciernen la vida y
el futuro de la Nación.
Los Estados Unidos América han desempeñado desde hace más de un siglo un papel
importante en la comunidad internacional. El viernes próximo, si Dios quiere, tendré el
honor de dirigir la palabra a la Organización de las Naciones Unidas, donde espero alentar
los esfuerzos que se están haciendo para dar a esa institución una voz todavía más eficaz en
favor de las expectativas legítimas de todos los pueblos del mundo. A este respecto, en el
60° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, la exigencia de
una solidaridad global es más urgente que nunca, si se quiere que todos puedan vivir de
acuerdo con su dignidad, como hermanos y hermanas que habitan en una misma casa,
alrededor de la mesa que la bondad de Dios ha preparado para todos sus hijos. América se
ha mostrado siempre generosa en salir al encuentro de las necesidades humanas inmediatas,
promoviendo el desarrollo y ofreciendo alivio a las víctimas de las catástrofes naturales.
Tengo la confianza de que esta preocupación por la gran familia humana seguirá
173
manifestándose con el apoyo a los esfuerzos pacientes de la diplomacia internacional
orientados a solucionar los conflictos y a promover el progreso. Así, las generaciones
futuras podrán vivir en un mundo en el que florezca la verdad, la libertad y la justicia, un
mundo donde la dignidad y los derechos dados por Dios a cada hombre, mujer y niño, sean
tenidos en consideración, protegidos y promovidos eficazmente.
Señor Presidente, queridos amigos: al comenzar mi visita en los Estados Unidos, deseo
expresar un vez más mi gratitud por su invitación, mi alegría por encontrarme entre
vosotros y mi oración ferviente para que Dios Omnipotente fortalezca a esta Nación y a su
pueblo en el camino de la justicia, la prosperidad y la paz. ¡Que Dios bendiga a América!
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Celebración de las Vísperas y
Encuentro con los Obispos de Estados Unidos
Discurso de Su Santidad Benedicto XVI
Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción de Washington, D.C.
Miércoles 16 de abril de 2008
Queridos Hermanos Obispos:
Grande es mi alegría al saludaros hoy, al principio de mi visita en este País, a la vez que
doy las gracias al Cardenal George por las amables palabras que me ha dirigido en nombre
vuestro. Deseo agradecer a cada uno de vosotros, especialmente a los Oficiales de la
Conferencia Episcopal, el intenso trabajo que habéis afrontado para la preparación de este
viaje. Expreso también mi reconocimiento al personal y a los voluntarios del Santuario
Nacional, los cuales nos han acogido aquí esta tarde. Los católicos de América son
conocidos por su afecto leal a la Sede de Pedro. Mi visita pastoral aquí es una ocasión para
reforzar ulteriormente los vínculos de comunión que nos unen. Hemos iniciado con la
celebración de la Oración de la Tarde en esta Basílica dedicada a la Inmaculada
Concepción de la Santísima Virgen María, santuario de especial significado para los
católicos americanos, justo en el corazón de vuestra Capital. Unidos en oración con María,
Madre de Jesús, encomendamos amorosamente a nuestro Padre celestial al Pueblo de Dios
de cada región de Estados Unidos.
Para las comunidades católicas de Boston, Nueva York, Filadelfia y Louisville, éste es un
año de celebraciones particulares, puesto que marca el bicentenario de la erección de estas
Iglesias como Diócesis. Me uno a vosotros en la acción de gracias por los muchos dones
celestiales concedidos a la Iglesia en estos lugares a lo largo de dos siglos. Puesto que el
presente año marca también el bicentenario de la erección de la sede fundadora, Baltimore,
como arquidiócesis, esto me ofrece la oportunidad de recordar con admiración y gratitud la
vida y el ministerio de John Carroll, primer Obispo de Baltimore y digno pastor de la
comunidad católica en vuestra Nación, independiente desde hacía poco. Sus incansables
esfuerzos por difundir el Evangelio en el vasto territorio encomendado a su cuidado
pastoral pusieron las bases de la vida eclesial en vuestro País y permitieron a la Iglesia en
América crecer hacia su madurez. Hoy la comunidad católica que servís es una de las más
vastas del mundo y una de los más influyentes. Cuán importante es, pues, procurar que
vuestra luz brille ante vuestros conciudadanos y en el mundo “para que vean vuestras
buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo” (Mt 5, 16).
Muchas personas, entre las cuales John Carroll y sus hermanos Obispos que ejercieron el
ministerio hace dos siglos, llegaron desde lejanas tierras. La diversidad de sus orígenes está
reflejada en la rica variedad de la vida eclesial de la América actual. Queridos Hermanos
175
Obispos, deseo animaros, así como a vuestras comunidades, a seguir acogiendo a los
inmigrantes que se unen hoy a vuestras filas, compartir sus alegrías y esperanzas,
acompañarlos en sus sufrimientos y pruebas, y ayudarlos a prosperar en su nueva casa.
Esto, por otra parte, es lo que hicieron vuestros conciudadanos durante generaciones. Ya
desde el principio, ellos abrieron las puertas a los desanimados, a los pobres, a las “masas
que se agolparon anhelando respirar libertad” (cf. Soneto grabado en la Estatua de la
Libertad). Éstas fueron las personas que formaron América.
Entre quienes vinieron aquí para construirse una nueva vida, muchos fueron capaces de
hacer buen uso de los recursos y de las oportunidades que encontraron, y alcanzar un alto
nivel de prosperidad. En verdad, los ciudadanos de este País son conocidos por su gran
vitalidad y creatividad. Son conocidos incluso por su generosidad. Después del ataque a las
Torres Gemelas, en septiembre del 2001, y también después del huracán Katrina en el
2005, los americanos han mostrado su disponibilidad en ayudar a sus hermanos y hermanas
necesitados. A nivel internacional, la contribución ofrecida por el pueblo de América a las
operaciones de socorro y salvamento después del tsunami de diciembre del 2004 es una
nueva muestra de esta compasión. Permitidme que exprese un particular reconocimiento
por las innumerables formas de asistencia humanitaria ofrecidas por los católicos
americanos a través de las Cáritas católicas y de otras agencias. Su generosidad ha dado sus
frutos en la atención a los pobres y necesitados, como también en la energía manifestada en
la construcción de la red nacional de parroquias católicas, hospitales, escuelas y
universidades. Todo eso constituye un sólido motivo para dar gracias.
América es también una tierra de gran fe. Vuestra gente es bien conocida por el fervor
religioso y está orgullosa de pertenecer a una comunidad orante. Tiene confianza en Dios y
no duda en introducir en los discursos públicos argumentos morales basados en la fe
bíblica. El respeto por la libertad de religión está profundamente arraigado en la conciencia
americana, un dato que de hecho ha favorecido que este País atrajera generaciones de
inmigrantes a la búsqueda de una casa donde poder dar libremente culto a Dios según las
propias convicciones religiosas.
En este contexto me es grato poner de relieve la presencia entre vosotros de Obispos de
todas las venerables Iglesias orientales en comunión con el Sucesor de Pedro: os saludo con
especial alegría. Queridos Hermanos, os pido que comuniquéis a vuestras comunidades mi
profundo afecto y la oración incesante, tanto por ellas como también por tantos hermanos y
hermanas que han quedado en su tierra de origen. Vuestra presencia en este País recuerda el
valiente testimonio por Cristo de numerosos miembros de vuestras comunidades que a
menudo sufren en su propia Patria. Esto es también una gran riqueza para la vida eclesial en
América, ya que ofrece una vigorosa expresión de la catolicidad de la Iglesia y de la
variedad de sus tradiciones litúrgicas y espirituales.
En esta fértil tierra, alimentada por tan numerosos y diferentes manantiales, es donde
vosotros, queridos Obispos, estáis llamados hoy a esparcir la semilla del Evangelio. Esto
me lleva a preguntarme ¿cómo, en el siglo veintiuno, puede un Obispo cumplir del mejor
modo posible el llamado a “renovarlo todo en Cristo, nuestra esperanza”? ¿Cómo puede
guiar a su pueblo al “encuentro con el Dios vivo”, fuente de aquella esperanza que
transforma la vida de la que habla el Evangelio? (cf. Spe salvi, 4). Quizás necesita derribar
176
ante todo algunas barreras que impiden este encuentro. Si bien es verdad que este País está
marcado por un auténtico espíritu religioso, la sutil influencia del laicismo puede indicar sin
embargo el modo en el que las personas permiten que la fe influya en sus propios
comportamientos. ¿Es acaso coherente profesar nuestra fe el domingo en el templo y luego,
durante la semana, dedicarse a negocios o promover intervenciones médicas contrarias a
esta fe? ¿Es quizás coherente para católicos practicantes ignorar o explotar a los pobres y
marginados, promover comportamientos sexuales contrarios a la enseñanza moral católica,
o adoptar posiciones que contradicen el derecho a la vida de cada ser humano desde su
concepción hasta su muerte natural? Es necesario resistir a toda tendencia que considere la
religión como un hecho privado. Sólo cuando la fe impregna cada aspecto de la vida, los
cristianos se abren verdaderamente a la fuerza transformadora del Evangelio.
Para una sociedad rica, un nuevo obstáculo para un encuentro con el Dios vivo está en la
sutil influencia del materialismo, que por desgracia puede centrar muy fácilmente la
atención sobre el “cien veces más” prometido por Dios en esta vida, a cambio de la vida
eterna que promete para el futuro (Mc 10,30). Las personas necesitan hoy ser llamadas de
nuevo al objetivo último de su existencia. Necesitan reconocer que en su interior hay una
profunda sed de Dios. Necesitan tener la oportunidad de enriquecerse del pozo de su amor
infinito. Es fácil ser atraídas por las posibilidades casi ilimitadas que la ciencia y la técnica
nos ofrecen; es fácil cometer el error de creer que se puede conseguir con nuestros propios
esfuerzos saciar las necesidades más profundas. Ésta es una ilusión. Sin Dios, el cual nos da
lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar (cf. Spe salvi, 31), nuestras vidas están
realmente vacías. Las personas necesitan ser llamadas continuamente a cultivar una
relación con Cristo, que ha venido para que tuviéramos la vida en abundancia (cf. Jn
10,10). La meta de toda nuestra actividad pastoral y catequética, el objeto de nuestra
predicación, el centro mismo de nuestro ministerio sacramental ha de ser ayudar a las
personas a establecer y alimentar semejante relación vital con “Jesucristo nuestra
esperanza” (1 Tm 1,1).
En una sociedad que da mucho valor a la libertad personal y a la autonomía es fácil perder
de vista nuestra dependencia de los demás, como también la responsabilidad que tenemos
en las relaciones con ellos. Esta acentuación del individualismo ha influenciado incluso a la
Iglesia (cf. Spe salvi, 13-15), dando origen a una forma de piedad que a veces subraya
nuestra relación privada con Dios en detrimento del llamado a ser miembros de una
comunidad redimida. Sin embargo, ya desde el principio, Dios vio que “no es bueno que el
hombre esté solo” (Gn 2,18). Hemos sido creados como seres sociales que se realizan
solamente en el amor a Dios y al prójimo. Si queremos tener verdaderamente fija la mirada
hacia Él, fuente de nuestra alegría, tenemos que hacerlo como miembros del Pueblo de Dios
(cf. Spe salvi, 14). Si pareciera que esto va en contra de la cultura actual, sería
sencillamente una nueva prueba de la urgente necesidad de una renovada evangelización de
la cultura.
Aquí en América habéis sido bendecidos con un laicado católico de considerable variedad
cultural, que dedica sus propios y multiformes talentos al servicio de la Iglesia y de la
sociedad en general. Este laicado mira hacia vosotros para recibir estímulo, guía y
orientación. En una época saturada de informaciones, la importancia de ofrecer una sólida
formación de la fe no corre el riesgo de ser sobrevalorada. Los católicos americanos han
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reconocido, por tradición, un alto valor a la educación religiosa, tanto en las escuelas como
en el conjunto de los programas de formación para adultos: conviene mantenerlo y
difundirlo. Los numerosos hombres y mujeres que se dedican generosamente a las obras
caritativas han de ser ayudados a renovar su compromiso mediante una “formación del
corazón”: un “encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu
al otro” (Deus caritas est, 31). En una época en que el progreso de las ciencias médicas
lleva nueva esperanza a muchos, pueden darse desafíos éticos impensables anteriormente.
Esto hace que sea más importante que nunca asegurar una sólida formación en las
enseñanzas morales de la Iglesia para aquellos católicos que trabajan en el ámbito de la
salud. Es necesaria una sabia guía en todos estos campos de apostolado para que puedan
producir frutos abundantes. Si de verdad quieren promover el bien integral de la persona,
ellos mismos han de renovarse en Cristo nuestra esperanza.
Como anunciadores del Evangelio y guías de la comunidad católica, vosotros estáis
llamados también a participar en el intercambio de ideas en la esfera pública, para ayudar a
modelar actitudes culturales adecuadas. En un contexto en el que se aprecia la libertad de
palabra y se anima un debate firme y honesto, se respeta vuestra voz que tiene mucho que
ofrecer a la discusión sobre las cuestiones sociales y morales de la actualidad. Al promover
que el Evangelio sea escuchado de modo claro, no solamente formáis a las personas de
vuestra comunidad, sino que, en el ámbito de la más vasta platea de la comunicación de
masas, ayudáis a difundir el mensaje de la esperanza cristiana en todo el mundo.
Está claro que la influencia de la Iglesia en el público debate se realiza a niveles muy
diferentes. En Estados Unidos, como en otras partes, hay actualmente muchas leyes ya en
vigor o en discusión que suscitan preocupación desde el punto de vista de la moralidad, y la
comunidad católica, bajo vuestra guía, debe ofrecer un testimonio claro y unitario sobre
estas materias. No obstante, es más importante aún la apertura gradual de las mentes y de
los corazones de la comunidad más amplia a la verdad moral: aquí hay todavía mucho por
hacer. En este ámbito es crucial el papel de los fieles laicos para actuar como “levadura” en
la sociedad. Sin embargo, no se debe dar por supuesto que todos los ciudadanos católicos
piensen de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia sobre las cuestiones éticas fundamentales
de hoy. Una vez más es vuestro deber procurar que la formación moral ofrecida a cada
nivel de la vida eclesial refleje la auténtica enseñanza del Evangelio de la vida.
A este respecto, un tema de profunda preocupación para todos nosotros es la situación de la
familia dentro de la sociedad. Es verdad: el Cardenal George ha recordado antes cómo
vosotros habéis fijado la consolidación del matrimonio y de la vida familiar entre las
prioridades de vuestra atención pastoral en los próximos años. En el Mensaje de este año
para la Jornada Mundial de la Paz, he hablado de la contribución esencial que una vida
familiar sana ofrece a la paz en y entre las Naciones. En el hogar familiar se experimentan
“algunos elementos esenciales de la paz: la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la
función de la autoridad manifestada por los padres, el servicio afectuoso a los miembros
más débiles, porque son pequeños, ancianos o están enfermos, la ayuda mutua en las
necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para
perdonarlo” (n. 3). La familia, además, es el lugar primario de la evangelización, en la
transmisión de la fe, ayudando a los jóvenes a apreciar la importancia de la práctica
religiosa y la observancia del domingo. ¿Cómo no sentirse desconcertados al observar la
178
rápida decadencia de la familia como elemento básico de la Iglesia y de la sociedad? El
divorcio y la infidelidad están aumentando, y muchos jóvenes hombres y mujeres deciden
retrasar la boda o incluso evitarla completamente. Algunos jóvenes católicos consideran el
vínculo sacramental del matrimonio poco distinto de una unión civil, o lo entienden incluso
como un simple acuerdo para vivir con otra persona de modo informal y sin estabilidad.
Como consecuencia se percibe una alarmante disminución de bodas católicas en Estados
Unidos, junto con un aumento de convivencias en las que está simplemente ausente la
recíproca autodonación de los novios a la manera de Cristo, mediante el sello de una
promesa pública de vivir las exigencias de un compromiso indisoluble para toda la
existencia. En esas circunstancias se les niega a los hijos el ambiente seguro que necesitan
para crecer como seres humanos, e incluso se niegan a la sociedad aquellos pilares estables
que son necesarios si se quiere mantener la cohesión y el centro moral de la comunidad.
Como enseñó mi predecesor, el Papa Juan Pablo II, “el primer responsable de la pastoral
familiar en la diócesis es el obispo… que debe dedicar interés, atención, tiempo, personas,
recursos; y sobre todo apoyo personal a las familias y a cuantos le ayudan en el pastoral de
la familia” (Familiaris consortio, 73). Es vuestro deber proclamar con fuerza los
argumentos de fe y de razón que hablan del instituto del matrimonio, entendido como
compromiso para la vida entre un hombre y una mujer, abierto a la transmisión de la vida.
Este mensaje debería resonar ante las personas de hoy, ya que es esencialmente un “sí”
incondicional y sin reservas a la vida, un “sí” al amor y un “sí” a las aspiraciones del
corazón de nuestra común humanidad, a la vez que nos esforzamos en realizar nuestro
profundo deseo de intimidad con los demás y con el Señor.
Entre los signos contrarios al Evangelio de la vida que se pueden encontrar en América,
pero también en otras partes, hay uno que causa profunda vergüenza: el abuso sexual de los
menores. Muchos de vosotros me habéis hablado del enorme dolor que vuestras
comunidades han sufrido cuando hombres de Iglesia han traicionado sus obligaciones y
compromisos sacerdotales con semejante comportamiento gravemente inmoral. Mientras
tratáis de erradicar este mal dondequiera que suceda, tenéis que sentiros apoyados por la
oración del Pueblo de Dios en todo el mundo. Justamente dais prioridad a las expresiones
de compasión y apoyo a las víctimas. Es una responsabilidad que os viene de Dios, como
Pastores, la de fajar las heridas causadas por cada violación de la confianza, favorecer la
curación, promover la reconciliación y acercaros con afectuosa preocupación a cuantos han
sido tan seriamente dañados.
La respuesta a esta situación no ha sido fácil y, como ha indicado el Presidente de vuestra
Conferencia Episcopal, ha sido “tratada a veces de pésimo modo”. Ahora que la dimensión
y gravedad del problema se comprenden más claramente, habéis podido adoptar medidas de
recuperación y disciplinares más adecuadas, y promover un ambiente seguro que ofrezca
mayor protección a los jóvenes. Mientras se ha de recordar que la inmensa mayoría de los
sacerdotes y religiosos en América llevan a cabo una excelente labor por llevar el mensaje
liberador del Evangelio a las personas confiadas a sus cuidados pastorales, es de vital
importancia que los sujetos vulnerables estén siempre protegidos de cuantos pudieran
causarles heridas. A este respecto, vuestros esfuerzos por aliviarlos y protegerlos están
dando no sólo gran fruto para quienes están directamente bajo vuestra cuidado pastoral,
sino también para toda la sociedad.
179
No obstante, si queremos que las medidas y estrategias adoptadas por vosotros alcancen su
pleno objetivo, conviene que se apliquen en un contexto más amplio. Los niños tienen
derecho a crecer con una sana comprensión de la sexualidad y de su justo papel en las
relaciones humanas. A ellos se les debería evitar las manifestaciones degradantes y la
vulgar manipulación de la sexualidad hoy tan preponderante. Ellos tienen derecho a ser
educados en los auténticos valores morales basados en la dignidad de la persona humana.
Esto nos lleva a considerar la centralidad de la familia y la necesidad de promover el
Evangelio de la vida. ¿Qué significa hablar de la protección de los niños cuando en tantas
casas se puede ver hoy la pornografía y la violencia a través de los medios de comunicación
ampliamente disponibles? Debemos reafirmar con urgencia los valores que sostienen la
sociedad, a fin de ofrecer a jóvenes y adultos una sólida formación moral. Todos tienen un
papel que desarrollar en este cometido, no sólo los padres, los formadores religiosos, los
profesores y los catequistas, sino también la información y la industria del ocio.
Ciertamente, cada miembro de la sociedad puede contribuir a esta renovación moral y sacar
beneficio de ello. Cuidarse de verdad de los jóvenes y del futuro de nuestra civilización
significa reconocer nuestra responsabilidad de promover y vivir los auténticos valores
morales que hacen a la persona humana capaz de prosperar. Es vuestro deber de pastores
que tienen como modelo Cristo, el Buen Pastor, proclamar de modo valiente y claro este
mensaje y afrontar, por tanto, el pecado de abuso en el contexto más vasto de los
comportamientos sexuales. Además, al reconocer el problema y al afrontarlo cuando sucede
en un contexto eclesial, vosotros podéis ofrecer una orientación a los demás, dado que esta
plaga se encuentra no sólo en vuestras Diócesis, sino también en cada sector de la sociedad.
Esto exige una respuesta firme y colectiva.
Los sacerdotes necesitan también vuestra guía y cercanía durante este difícil tiempo. Ellos
han experimentado vergüenza por lo que ha ocurrido y muchos de ellos se dan cuenta de
que han perdido parte de aquella confianza que tenían una vez. No son pocos los que
experimentan una cercanía a Cristo en su Pasión, a la vez que se esfuerzan por afrontar las
consecuencias de esta crisis. El Obispo, como padre, hermano y amigo de sus sacerdotes,
puede ayudarlos a sacar fruto espiritual de esta unión con Cristo, haciéndoles tomar
conciencia de la consoladora presencia del Señor en medio de sus sufrimientos, y
animándolos a caminar con el Señor por la senda de la esperanza (cf. Spe salvi, 39). Como
observaba el Papa Juan Pablo II, hace seis años, “debemos confiar en que este tiempo de
prueba lleve a la purificación de toda la comunidad católica”, que conducirá “a un
sacerdocio más santo, a un episcopado más santo y a una Iglesia más santa” (Mensaje a los
Cardenales de Estados Unidos, 23 abril 2002, 4). Hay muchos signos de que, en el período
siguiente, ha tenido de veras lugar esta purificación. La constante presencia de Cristo en
medio de nuestros sufrimientos está transformando gradualmente nuestras tinieblas en luz:
cada cosa es renovada realmente en Cristo Jesús, nuestra esperanza.
En este momento una parte vital de vuestra tarea es reforzar las relaciones con vuestros
sacerdotes, especialmente en aquellos casos en que ha surgido tensión entre sacerdotes y
Obispos como consecuencia de la crisis. Es importante que sigáis demostrándoles vuestra
preocupación, vuestro apoyo y vuestra guía con el ejemplo. De esta modo los ayudaréis a
encontrar al Dios vivo y los orientaréis hacia aquella esperanza que transforma la existencia
de la que habla el Evangelio. Si vosotros mismos vivís de un modo que se configura
180
íntimamente con Cristo, el Buen Pastor, que dio la vida por sus ovejas, animaréis a vuestros
hermanos sacerdotes a dedicarse de nuevo al servicio de la grey con la generosidad que
caracterizó a Cristo. En verdad, si queremos ir adelante es preciso concentrarse más
claramente en la imitación de Cristo con la santidad de vida. Tenemos que redescubrir la
alegría de vivir una existencia centrada en Cristo, cultivando las virtudes y sumergiéndonos
en la oración. Cuando los fieles saben que su pastor es un hombre que reza y dedica la
propia vida a su servicio, corresponden con aquel calor y afecto que alimenta y sostiene la
vida de toda la comunidad.
El tiempo pasado en la oración nunca es desperdiciado, por muy importantes que sean los
deberes que nos apremian por todas partes. La adoración de Cristo nuestro Señor en el
Santísimo Sacramento prolonga e intensifica aquella unión con Él que se realiza mediante
la Celebración eucarística (cf. Sacramentum caritatis, 66). La contemplación de los
misterios del Rosario difunde toda su fuerza salvadora conformándonos, uniéndonos y
consagrándonos a Jesucristo (cf. Rosarium Virginis Mariae, 11.15). La fidelidad a la
Liturgia de las Horas asegura que todo nuestro día sea santificado, recordándonos
continuamente la necesidad de permanecer concentrados en cumplir la obra de Dios, no
obstante todas las urgencias o las distracciones que pueden surgir ante las obligaciones que
se han de cumplir. De esta manera, la devoción nos ayuda a hablar y actuar in persona
Christi, a enseñar, gobernar y santificar a los fieles en el nombre de Jesús, llevando su
reconciliación, su curación y su amor a todos sus queridos hermanos y hermanas. Esta
radical configuración con Cristo Buen Pastor es el centro de nuestro ministerio pastoral, y
si través de la oración nos abrimos nosotros mismos a la fuerza del Espíritu, Él nos
concederá los dones que necesitamos para cumplir nuestra enorme tarea, de modo que no
nos preocupemos nunca “de cómo o qué vamos a hablar” (cf. Mt 10,19).
Al concluir este discurso dirigido a vosotros esta tarde, encomiendo de manera muy
particular a la Iglesia que está en vuestro País a la materna solicitud y a la intercesión de
Maria Inmaculada, Patrona de Estados Unidos. Que ella, que llevó en su propio seno la
esperanza de todas las Naciones, interceda por el pueblo de esta Nación, para que todos
sean renovados en Cristo Jesús, su Hijo. Queridos Hermanos Obispos, expreso a cada uno
de vosotros aquí presente mi profunda amistad y mi participación en vuestras
preocupaciones pastorales. A todos vosotros, al clero, a los religiosos y a los fieles laicos
imparto cordialmente la Bendición Apostólica, prenda de alegría y paz en Cristo
Resucitado.
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Encuentro con los Obispos de Estados Unidos
Respuestas de Su Santidad Benedicto XVI a las preguntas de los obispos americanos
Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción de Washington, D.C.
Miércoles 16 de abril de 2008
1. Se pide al Santo Padre que ofrezca su valoración sobre el reto del secularismo creciente
en la vida pública y sobre el relativismo en la vida intelectual, así como sus sugerencias
para afrontar dichos desafíos desde el punto de vista pastoral, para poder llevar a cabo
más eficazmente la evangelización.
He tratado brevemente este tema en mi discurso. Me parece significativo el hecho de que en
América, a diferencia de muchas partes en Europa, la mentalidad secular no se oponga
intrínsecamente a la religión. Dentro del contexto de la separación entre Iglesia y Estado, la
sociedad americana está siempre marcada por un respeto fundamental de la religión y de su
papel público y, si se quiere dar crédito a los sondeos, el pueblo americano es
profundamente religioso. Pero no es suficiente tener en cuenta esta religiosidad tradicional
y comportarse como si todo fuese normal, mientras sus fundamentos se van erosionando
lentamente. Un compromiso serio en el campo de la evangelización no puede prescindir de
un diagnóstico profundo de los desafíos reales que el Evangelio tiene que afrontar en la
cultura americana contemporánea.
Evidentemente, es esencial una correcta comprensión de la justa autonomía del orden
secular, una autonomía que no puede desvincularse de Dios Creador ni de su plan de
salvación (cf. Gaudium et spes, 36). Tal vez, el tipo de secularismo de América plantea un
problema particular: mientras permite creer en Dios y respeta el papel público de la religión
y de las Iglesias, reduce sutilmente sin embargo la creencia religiosa al mínimo común
denominador. La fe se transforma en aceptación pasiva de que ciertas cosas “allí fuera” son
verdaderas, pero sin relevancia práctica para la vida cotidiana. El resultado es una
separación creciente entre la fe y la vida: el vivir “como si Dios no existiese”. Esto se ve
agravado por un planteamiento individualista y ecléctico de la fe y la religión: alejándose
de la perspectiva católica de “pensar con la Iglesia”, cada uno cree tener derecho de
seleccionar y escoger, manteniendo los vínculos sociales pero sin una conversión integral e
interior a la ley de Cristo. Consiguientemente, más que transformarse y renovarse por
dentro, los cristianos caen fácilmente en la tentación de acomodarse al espíritu mundano
(cf. Rm 12,2). Lo hemos constatado de manera punzante en el escándalo provocado por
católicos que promueven un presunto derecho al aborto.
En un plano más profundo, el secularismo obliga a la Iglesia a reafirmar y perseguir todavía
más activamente su misión en y hacia el mundo. Como ha puesto de manifiesto el Concilio,
los laicos tienen una misión particular en este ámbito. Estoy convencido de que lo que
182
necesitamos es un mayor sentido de la relación intrínseca entre el Evangelio y la ley natural
por una parte y, por otra, la consecución del auténtico bien humano, como se encarna en la
ley civil y en las decisiones morales personales. En una sociedad que tiene justamente en
alta consideración la libertad personal, la Iglesia debe promover en todos los ámbitos de su
enseñanza —en la catequesis, la predicación, la formación en los seminarios y
universidades— una apología encaminada a afirmar la verdad de la revelación cristiana, la
armonía entre fe y razón, y una sana comprensión de la libertad, considerada en términos
positivos como liberación tanto de las limitaciones del pecado como para una vida
auténtica y plena. En una palabra, el Evangelio debe ser predicado y enseñado como modo
de vida integral, que ofrece una respuesta atrayente y veraz, intelectual y prácticamente, a
los problemas humanos reales. La “dictadura del relativismo”, al fin y al cabo, no es más
que una amenaza a la libertad humana, la cual madura sólo en la generosidad y en la
fidelidad a la verdad.
Naturalmente, se podría añadir mucho más sobre este argumento. Sin embargo, permítanme
concluir diciendo que creo que la Iglesia en América tiene ante sí en este preciso momento
de su historia el reto de encontrar una visión católica de la realidad y presentarla a una
sociedad que ofrece todo tipo de recetas para la autorrealización humana de manera
atrayente y con fantasía. En particular, pienso en la necesidad que tenemos de hablar al
corazón de los jóvenes, los cuales, aunque expuestos a mensajes contrarios al Evangelio,
continúan teniendo sed de autenticidad, de bondad, de verdad. Queda todavía mucho por
hacer en el terreno de la predicación y de la catequesis en las parroquias y en las escuelas,
si se quiere que la evangelización produzca frutos para la renovación de la vida eclesial en
América.
2. Se le pregunta al Santo Padre sobre un “cierto proceso silencioso” mediante el cual los
católicos abandonan la práctica de la fe, a veces con una decisión explícita, pero más a
menudo alejándose quieta y gradualmente de la participación en la Misa y de la
identificación con la Iglesia.
Ciertamente, mucho de todo eso depende de la reducción progresiva de una cultura
religiosa, parangonada en ocasiones de manera despectiva a un “ghetto”, que podría
reforzar la participación y la identificación con la Iglesia. Como acabo de decir, uno de los
grandes retos para la Iglesia en este País es el de fomentar una identidad católica no tanto
basada en elementos externos, sino más bien en un modo de pensar y actuar enraizado en el
Evangelio y enriquecido con la tradición viva de la Iglesia.
Este tema implica claramente factores como el individualismo religioso y el escándalo.
Pero vayamos al corazón de la cuestión: la fe no puede sobrevivir si no se alimenta, si no es
“activa en la práctica del amor” (Ga 5,6). ¿La gente tiene hoy dificultad para encontrar a
Dios en nuestras iglesias? ¿Quizás nuestra predicación se ha vuelto sosa? ¿No será que todo
esto se debe a que muchos han olvidado, o no aprendieron nunca, cómo rezar en y con la
Iglesia?
No hablo aquí de las personas que dejan la Iglesia en busca de “experiencias” religiosas
subjetivas; éste es un tema pastoral que se ha de afrontar en sus propios términos. Pienso
183
que estamos hablando de personas que han perdido el camino sin haber rechazado
conscientemente la fe en Cristo, pero que, por una u otra razón, no han recibido fuerza vital
de la liturgia, de los Sacramentos, de la predicación. Y, sin embargo, la fe cristiana es
esencialmente eclesial, como sabemos, y sin un vínculo vivo con la comunidad, la fe del
individuo nunca crecerá hasta la madurez. Volviendo a la cuestión apenas discutida: el
resultado puede ser una apostasía silenciosa.
Déjenme por tanto hacer dos breves observaciones sobre el problema del “proceso de
abandono”, que espero estimulará ulteriores reflexiones.
En primer lugar, como saben, en las sociedades occidentales se hace cada vez más difícil
hablar de manera sensata de “salvación”. Sin embargo, la salvación —la liberación de la
realidad del mal y el don de una vida nueva y libre en Cristo— está en el corazón mismo
del Evangelio. Hemos de redescubrir, como ya he dicho, modos nuevos y atractivos para
proclamar este mensaje y despertar una sed de esa plenitud que solamente Cristo puede dar.
En la liturgia de la Iglesia, y sobre todo en el sacramento de la Eucaristía, es donde se
manifiestan estas realidades de manera más poderosa y se viven en la existencia de los
creyentes; quizás tenemos todavía mucho que hacer para realizar la visión del Concilio
sobre la liturgia como ejercicio del sacerdocio común y como impulso para un apostolado
fructuoso en el mundo.
En segundo lugar, debemos reconocer con preocupación el eclipse casi total de un sentido
escatológico en muchas de nuestras sociedades tradicionalmente cristianas. Como saben, he
planteado esta cuestión en la encíclica Spe salvi. Baste decir que fe y esperanza no se
limitan a este mundo: como virtudes teologales, nos unen al Señor y nos llevan hacia el
cumplimiento no solamente de nuestro destino, sino también al de toda la creación. La fe y
la esperanza son la inspiración y la base de nuestros esfuerzos para prepararnos a la llegada
del Reino de Dios. En el cristianismo no puede haber lugar para una religión meramente
privada: Cristo es el Salvador del mundo y, como miembros de su Cuerpo y partícipes de
sus munera profético, sacerdotal y real, no podemos separar nuestro amor por Él del
compromiso por la edificación de la Iglesia y la difusión del Reino. En la medida en que la
religión se convierte en un asunto puramente privado, pierde su propia alma.
Déjenme concluir afirmando algo obvio. Los campos están ya listos hoy en día para la siega
(cf. Jn 4,35); Dios sigue haciendo crecer la mies (cf. 1 Co 3,6). Podemos y tenemos que
creer, junto con el difunto Papa Juan Pablo II, que Dios está preparando una nueva
primavera para la cristiandad (cf. Redemptoris missio, 86). Lo que más se necesita en este
específico tiempo de la historia de la Iglesia en América es la renovación de ese celo
apostólico que inspire a sus pastores a buscar de manera activa a los extraviados, a curar a
quienes han sido heridos y a reforzar a los débiles (cf. Ez 34,16). Y, como ya he dicho, eso
exige nuevos modos de pensar basados en una diagnosis de los desafíos actuales y en un
esfuerzo por la unidad en el servicio a la misión de la Iglesia respecto a las generaciones
presentes.
3. Se pide al Santo Padre que dé su parecer sobre la disminución de vocaciones, a pesar
del crecimiento de la población católica, y sobre las razones de la esperanza ofrecidas por
184
las cualidades personales y por la sed de santidad que caracterizan a los candidatos que
deciden continuar.
Seamos sinceros: la capacidad de suscitar vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa es
un signo seguro de la salud de una Iglesia local. A este respecto, no queda lugar para
complacencia alguna. Dios sigue llamando a los jóvenes, pero nos corresponde a nosotros
animar una respuesta generosa y libre a esa llamada. Por otro lado, ninguno de nosotros
pueda dar por descontada esa gracia.
En el Evangelio, Jesús nos dice que se ha de orar para que el Señor de la mies envíe
obreros; admite incluso que los obreros son pocos ante la abundancia de la mies (cf. Mt
9,37-38). Parecerá extraño, pero yo pienso muchas veces que la oración —el unum
necessarium— es el único aspecto de las vocaciones que resulta eficaz y que nosotros
tendemos con frecuencia a olvidarlo o infravalorarlo.
No hablo solamente de la oración por las vocaciones. La oración misma, nacida en las
familias católicas, fomentada por programas de formación cristiana, reforzada por la gracia
de los Sacramentos, es el medio principal por el que llegamos a conocer la voluntad de
Dios para nuestra vida. En la medida en que enseñamos a los jóvenes a rezar, y a rezar bien,
cooperamos a la llamada de Dios. Los programas, los planes y los proyectos tienen su
lugar, pero el discernimiento de una vocación es ante todo el fruto del diálogo íntimo entre
el Señor y sus discípulos. Los jóvenes, si saben rezar, pueden tener confianza de saber qué
hacer ante la llamada de Dios.
Se ha hecho notar que hoy hay una sed creciente de santidad en muchos jóvenes y que,
aunque cada vez en menor número, los que van adelante demuestran un gran idealismo y
prometen mucho. Es importante escucharlos, comprender sus experiencias y animarlos a
ayudar a sus coetáneos a ver a la necesidad de sacerdotes y religiosos comprometidos, así
como a ver la belleza de una vida de sacrificio y servicio al Señor y a su Iglesia. A mi
juicio, se exige mucho a los directores y formadores de las vocaciones: hoy más que nunca,
hay que ofrecer a los candidatos una sana formación intelectual y humana que los capacite
no solamente para responder a las preguntas reales y a las necesidades de sus
contemporáneos, sino también para madurar en su conversión y perseverar en la vocación
mediante un compromiso que dure toda la vida. Como Obispos, son conscientes del
sacrificio que se les pide cuando les solicitan liberar de sus cometidos a uno de sus mejores
sacerdotes para trabajar en el seminario. Les exhorto a responder con generosidad por el
bien de toda la Iglesia.
Por último, pienso que saben por experiencia que muchos de vuestros hermanos sacerdotes
son felices en su vocación. Lo que dije en mi discurso sobre la importancia de la unidad y
la colaboración con el presbiterio se aplica también a este campo. Es necesario para todos
nosotros que se dejen las divisiones estériles, los desacuerdos y los prejuicios, y que se
escuche juntos la voz del Espíritu que guía a la Iglesia hacia un futuro de esperanza. Cada
uno de nosotros sabe la importancia que ha tenido en la propia vida la fraternidad
sacerdotal; ésta no es solamente algo precioso que tenemos, sino también un recurso
inmenso para la renovación del sacerdocio y el crecimiento de nuevas vocaciones. Deseo
concluir animándoles a crear oportunidades para un mayor diálogo y encuentros fraternos
185
entre vuestros sacerdotes, especialmente los jóvenes. Estoy convencido que eso dará fruto
para su enriquecimiento, para el aumento de su amor al sacerdocio y a la Iglesia, así como
también para la eficacia de su apostolado.
Con estas pocas observaciones, les animo una vez más en su ministerio respecto a los fieles
confiados a su solicitud pastoral y les confío a la entrañable intercesión de María
Inmaculada, Madre de la Iglesia.
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Encuentro con los Obispos de Estados Unidos
Palabras de Su Santidad Benedicto XVI
durante la Entrega de un cáliz al arzobispo de Nueva Orleans
Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción de Washington, D.C.
Miércoles 16 de abril de 2008
Antes de partir, quisiera detenerme un instante para mencionar el inmenso sufrimiento
padecido por el Pueblo de Dios en la Archidiócesis de Nueva Orleans como consecuencia
del huracán Katrina, así como su valor ante el reto de los trabajos de reconstrucción. Quiero
ofrecer al Arzobispo Alfred Hughes un cáliz, esperando que sea recibido como un signo de
mi solidaridad y oración con los fieles de la Archidiócesis, así como de mi gratitud personal
por la solicitud incansable que tanto él como los Arzobispos Philip Hannan y Francis
Schulte han demostrado con la grey que les ha sido encomendada.
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Santa Misa
Homilía de Su Santidad Benedicto XVI
Nationals Stadium de Washington, D.C.
Jueves 17 de abril de 2008
Queridos hermanos y hermanas en Cristo
“Paz a ustedes” (Jn 20,19). Con estas palabras, las primeras que el Señor resucitado dirigió
a sus discípulos, les saludo a todos en el júbilo de este tiempo pascual. Ante todo, doy
gracias a Dios por la gracia de estar entre ustedes. Agradezco en particular al Arzobispo
Wuerl por sus amables palabras de bienvenida.
Nuestra Misa de hoy retrotrae a la Iglesia en los Estados Unidos a sus raíces en el cercano
Maryland y recuerda el 200 aniversario del primer capítulo de su considerable crecimiento:
la división que hizo mi predecesor el Papa Pío VII de la Diócesis originaria de Baltimore y
la instauración de las Diócesis de Boston, Bardstown, ahora Louisville, Nueva York y
Filadelfia. Doscientos años después, la Iglesia en América tiene buenos motivos para alabar
la capacidad de las generaciones pasadas de aglutinar grupos de inmigrantes muy diferentes
en la unidad de la fe católica y en el esfuerzo común por difundir el Evangelio. Al mismo
tiempo, la Comunidad católica en este País, consciente de su rica multiplicidad, ha
apreciado cada vez más plenamente la importancia de que cada individuo y grupo aporte su
propio don particular al conjunto. Ahora la Iglesia en los Estados Unidos está llamada a
mirar hacia el futuro, firmemente arraigada en la fe transmitida por las generaciones
anteriores y dispuesta a afrontar nuevos desafíos –desafíos no menos exigentes de los que
afrontaron vuestros antepasados– con la esperanza que nace del amor de Dios derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo. (cf. Rm 5,5).
En el ejercicio de mi ministerio de Sucesor de Pietro, he venido a América para
confirmaros, queridos hermanos y hermanas, en la fe de los Apóstoles (cf. Lc 22,32). He
venido para proclamar de nuevo, como lo hizo san Pedro el día de Pentecostés, que
Jesucristo es Señor y Mesías, resucitado de la muerte, sentado a la derecha del Padre en la
gloria y constituido juez de vivos y muertos (cf. Hch 2,14ss). He venido para reiterar la
llamada urgente de los Apóstoles a la conversión para el perdón de los pecados y para
implorar al Señor una nueva efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia en este País. Como
hemos oído en este tiempo pascual, la Iglesia ha nacido de los dones del Espíritu Santo: el
arrepentimiento y la fe en el Señor resucitado. Ella se ve impulsada por el mismo Espíritu
en cada época a llevar la buena nueva de nuestra reconciliación con Dios en Cristo a
hombres y a mujeres de toda raza, lengua y nación (cf. Ap 5,9).
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Las lecturas de la Misa de hoy nos invitan a considerar el crecimiento de la Iglesia en
América como un capítulo en la historia más grande de la expansión de la Iglesia después
de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. En estas lecturas vemos la unión inseparable
entre el Señor resucitado y el don del Espíritu para el perdón de los pecados y el misterio de
la Iglesia. Cristo ha constituido su Iglesia sobre el fundamento de los Apóstoles (cf. Ap
21,14), como comunidad estructurada visible, que es a la vez comunión espiritual, cuerpo
místico animado por los múltiples dones del Espíritu y sacramento de salvación para toda la
humanidad (cf. Lumen gentium, 8). La Iglesia está llamada en todo tiempo y lugar a crecer
en la unidad mediante una constante conversión a Cristo, cuya obra redentora es
proclamada por los Sucesores de los Apóstoles y celebrada en los sacramentos. Por otro
lado, esta unidad comporta una “expansión continua”, porque el Espíritu incita a los
creyentes a proclamar “las grandes obras de Dios” y a invitar a todas las gentes a entrar en
la comunidad de los salvados mediante la sangre de Cristo y que han recibido la vida nueva
en su Espíritu.
Ruego también para que este aniversario significativo en la vida de la Iglesia en los Estados
Unidos y la presencia del Sucesor de Pedro entre vosotros sean para todos los católicos una
ocasión para reafirmar su unidad en la fe apostólica, para ofrecer a sus contemporáneos una
razón convincente de la esperanza que los inspira (cf. 1 P 3,15) y para renovar su celo
misionero al servicio de la difusión del Reino de Dios.
El mundo necesita el testimonio. ¿Quién puede negar que el momento actual sea decisivo
no sólo para la Iglesia en América, sino también para la sociedad en su conjunto? Es un
tiempo lleno de grandes promesas, pues vemos cómo la familia humana se acomuna de
diversos modos, haciéndose cada vez más interdependiente. Al mismo tiempo, sin
embargo, percibimos signos evidentes de un quebrantamiento preocupante de los
fundamentos mismos de la sociedad: signos de alienación, ira y contraposición en muchos
contemporáneos nuestros; aumento de la violencia, debilitamiento del sentido moral,
vulgaridad en las relaciones sociales y creciente olvido de Cristo y de Dios. También la
Iglesia ve signos de grandes promesas en sus numerosas parroquias sólidas y en los
movimientos vivaces, en el entusiasmo por la fe demostrada por muchos jóvenes, en el
número de los que cada año abrazan la fe católica y en un interés cada vez más grande por
la oración y por la catequesis. Pero, al mismo tiempo, percibe a menudo con dolor que hay
división y contrastes en su seno, descubriendo también el hecho desconcertante de que
tantos bautizados, en lugar de actuar como fermento espiritual en el mundo, se inclinan a
adoptar actitudes contrarias a la verdad del Evangelio.
“Señor, manda tu Espíritu y renueva la faz de la tierra” (cf. Sal 104,30). Las palabras del
Salmo responsorial de hoy son una plegaria que, siempre y en todo lugar, brota del corazón
de la Iglesia. Nos recuerdan que el Espíritu Santo ha sido infundido como primicia de una
nueva creación, de “cielos nuevos y tierra nueva” (cf. 2 P 3,13; Ap 21, 1) en los que reinará
la paz de Dios y la familia humana será reconciliada en la justicia y en el amor. Hemos oído
decir a san Pablo que toda la creación “gime” hasta a hoy, en espera de la verdadera
libertad, que es el don de Dios para sus hijos (cf. Rm 8,21-22), una libertad que nos hace
capaces de vivir conforme a su voluntad. Oremos hoy insistentemente para que la Iglesia en
América sea renovada en este mismo Espíritu y ayudada en su misión de anunciar el
189
Evangelio a un mundo que tiene nostalgia de una genuina libertad (cf. Jn 8,32), de una
felicidad auténtica y del cumplimiento de sus aspiraciones más profundas.
Deseo en este momento dirigir una palabra particular de gratitud y estímulo a todos los que
han acogido el desafío del Concilio Vaticano II, tantas veces repetido por el Papa Juan
Pablo II, y han dedicado su vida a la nueva evangelización. Doy las gracias a mis hermanos
Obispos, a los sacerdotes y diáconos, a los religiosos y religiosas, a los padres, maestros y
catequistas. La fidelidad y el valor con que la Iglesia en este País logrará afrontar los retos
de una cultura cada vez más secularizada y materialista dependerá en gran parte de vuestra
fidelidad personal al transmitir el tesoro de nuestra fe católica. Los jóvenes necesitan ser
ayudados para discernir la vía que conduce a la verdadera libertad: la vía de una sincera y
generosa imitación de Cristo, la vía de la entrega a la justicia y a la paz. Se ha progresado
mucho en el desarrollo de programas sólidos para la catequesis, pero queda por hacer
todavía mucho más para formar los corazones y las mentes de los jóvenes en el
conocimiento y en el amor del Dios. Los desafíos que se nos presentan exigen una
instrucción amplia y sana en la verdad de la fe. Pero requieren cultivar también un modo de
pensar, una “cultura” intelectual que sea auténticamente católica, que confía en la armonía
profunda entre fe y razón, y dispuesta a llevar la riqueza de la visión de la fe en contacto
con las cuestiones urgentes que conciernen el futuro de la sociedad americana.
Queridos amigos, mi visita en los Estados Unidos quiere ser un testimonio de “Cristo,
esperanza nuestra”. Los americanos han sido siempre un pueblo de esperanza: vuestros
antepasados vinieron a este País con la expectativa de encontrar una nueva libertad y
nuevas oportunidades, y la extensión de territorios inexplorados les inspiró la esperanza de
poder empezar completamente de nuevo, creando una nueva nación sobre nuevos
fundamentos. Ciertamente, ésta no ha sido la experiencia de todos los habitantes de este
País; baste pensar en las injusticias sufridas por las poblaciones americanas nativas y de los
que fueron traídos de África por la fuerza como esclavos. Pero la esperanza, la esperanza en
el futuro, forma parte hondamente del carácter americano. Y la virtud cristiana de la
esperanza –la esperanza derramada en nuestro corazón por el Espíritu Santo, la esperanza
que purifica y endereza de modo sobrenatural nuestras aspiraciones orientándolas hacia el
Señor y su plan de salvación–, esta esperanza ha caracterizado también y sigue
caracterizando la vida de la comunidad católica en este País.
En el contexto de esta esperanza nacida del amor y de la fidelidad de Dios reconozco el
dolor que ha sufrido la Iglesia en América como consecuencia del abuso sexual de
menores. Ninguna palabra mía podría describir el dolor y el daño producido por dicho
abuso. Es importante que se preste una cordial atención pastoral a los que han sufrido.
Tampoco puedo expresar adecuadamente el daño que se ha hecho dentro de la comunidad
de la Iglesia. Ya se han hecho grandes esfuerzos para afrontar de manera honesta y justa
esta trágica situación y para asegurar que los niños –a los que nuestro Señor ama
entrañablemente (cf. Mc 10,14), y que son nuestro tesoro más grande– puedan crecer en un
ambiente seguro. Estos esfuerzos para proteger a los niños han de continuar. Ayer hablé de
esto con vuestros Obispos. Hoy animo a cada uno de ustedes a hacer cuanto les sea posible
para promover la recuperación y la reconciliación, y para ayudar a los que han sido
dañados. Les pido también que estimen a sus sacerdotes y los reafirmen en el excelente
190
trabajo que hacen. Y, sobre todo, oren para que el Espíritu Santo derrame sus dones sobre
la Iglesia, los dones que llevan a la conversión, al perdón y el crecimiento en la santidad.
San Pablo, como hemos escuchado en la segunda lectura, habla de una especie de oración
que brota de las profundidades de nuestros corazones con suspiros que son demasiado
profundos para expresarlos con palabras, con “gemidos” (Rm 8,26) inspirados por el
Espíritu. Ésta es una oración que anhela, en medio de la tribulación, el cumplimiento de las
promesas de Dios. Es una plegaria de esperanza inagotable, pero también de paciente
perseverancia y, a veces, acompañada por el sufrimiento por la verdad. A través de esta
plegaria participamos en el misterio de la misma debilidad y sufrimiento de Cristo, mientras
confiamos firmemente en la victoria de su Cruz. Que la Iglesia en América, con esta
oración, emprenda cada vez más el camino de la conversión y de la fidelidad al Evangelio.
Y que todos los católicos experimenten el consuelo de la esperanza y los dones de la alegría
y la fuerza infundidos por el Espíritu.
En el relato evangélico de hoy, el Señor resucitado otorga a los Apóstoles el don del
Espíritu Santo y les concede la autoridad para perdonar los pecados. Mediante el poder
invencible de la gracia de Cristo, confiado a frágiles ministros humanos, la Iglesia renace
continuamente y se nos da a cada uno de nosotros la esperanza de un nuevo comienzo.
Confiemos en el poder del Espíritu de inspirar conversión, curar cada herida, superar toda
división y suscitar vida y libertades nuevas. ¡Cuánta necesidad tenemos de estos dones! ¡Y
qué cerca los tenemos, particularmente en el Sacramento de la penitencia! La fuerza
libertadora de este Sacramento, en el que nuestra sincera confesión del pecado encuentra la
palabra misericordiosa de perdón y paz de parte de Dios, necesita ser redescubierta y ralea
propia de cada católico. En gran parte la renovación de la Iglesia en América y en el mundo
depende de la renovación de la regla de la penitencia y del crecimiento en la santidad: los
dos es inspirado y realizadas por este Sacramento.
“En esperanza fuimos salvados” (Rm 8,24). Mientras la Iglesia en los Estados Unidos da
gracias por las bendiciones de los doscientos años pasados, invito a ustedes, a sus familias y
cada parroquia y comunidad religiosa a confiar en el poder de la gracia para crear un futuro
prometedor para el Pueblo de Dios en este País. En el nombre del Señor Jesús les pido que
eviten toda división y que trabajen con alegría para preparar vía para Él, fieles a su palabra
y en constante conversión a su voluntad. Les exhorto, sobre todo, a seguir a siendo
fermento de esperanza evangélica en la sociedad americana, con el fin de llevar la luz y la
verdad del Evangelio en la tarea de crear un mundo cada vez más justo y libre para las
generaciones futuras.
Quien tiene esperanza ha de vivir de otra manera (cf. Spe Salvi, 2). Que ustedes, mediante
sus plegarias, el testimonio de su fe y la fecundidad de su caridad, indiquen el camino hacia
ese horizonte inmenso de esperanza que Dios está abriendo también hoy a su Iglesia, más
aún, a toda la humanidad: la visión de un mundo reconciliado y renovado en Jesucristo,
nuestro Salvador. A Él honor y gloria, ahora y siempre.
Amén.
***
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Palabras del Santo Padre a los fieles de lengua española
Queridos hermanos y hermanas de lengua española:
Deseo saludarles con las mismas palabras que Cristo Resucitado dirigió a los apóstoles:
“Paz a ustedes” (Jn 20,19). Que la alegría de saber que el Señor ha triunfado sobre la
muerte y el pecado les ayude a ser, allá donde se encuentren, testigos de su amor y
sembradores de la esperanza que Él vino a traernos y que jamás defrauda.
No se dejen vencer por el pesimismo, la inercia o los problemas. Antes bien, fieles a los
compromisos que adquirieron en su bautismo, profundicen cada día en el conocimiento de
Cristo y permitan que su corazón quede conquistado por su amor y por su perdón.
La Iglesia en los Estados Unidos, acogiendo en su seno a tantos de sus hijos emigrantes, ha
ido creciendo gracias también a la vitalidad del testimonio de fe de los fieles de lengua
española. Por eso, el Señor les llama a seguir contribuyendo al futuro de la Iglesia en este
País y a la difusión del Evangelio. Sólo si están unidos a Cristo y entre ustedes, su
testimonio evangelizador será creíble y florecerá en copiosos frutos de paz y reconciliación
en medio de un mundo muchas veces marcado por divisiones y enfrentamientos.
La Iglesia espera mucho de ustedes. No la defrauden en su donación generosa. “Lo que han
recibido gratis, denlo gratis” (Mt 10,8). Amén.
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Encuentro con los Educadores Católicos
Discurso de Su Santidad Benedicto XVI
Salón de Conferencias de la Universidad Católica de América, Washington, D.C.
Jueves 17 de abril de 2008
Queridos Cardenales,
Queridos Hermanos Obispos,
Ilustres Profesores, Docentes y Educadores:
“¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio!” (Rm 10,15). Con estas palabras
de Isaías, citadas por san Pablo, saludo calurosamente a cada uno de ustedes, portadores de
sabiduría, y a través de ustedes a todo el personal, a los estudiantes y las familias de las
muchas y variadas instituciones formativas que ustedes representan. Es un verdadero placer
encontrarme con ustedes y compartir algunas reflexiones sobre la naturaleza y la identidad
de la educación católica hoy. En particular, deseo dar las gracias al P. Davide O’Connell,
Presidente y Rector de la Catholic University of America. Querido Presidente, he apreciado
mucho sus amables palabras de bienvenida. Le ruego que transmita mi cordial gratitud a
toda la comunidad de esta Universidad, a las Facultades, al personal y a los estudiantes.
El deber educativo es parte integrante de la misión que la Iglesia tiene de proclamar la
Buena Noticia. En primer lugar, y sobre todo, cada institución educativa católica es un
lugar para encontrar a Dios vivo, el cual revela en Jesucristo la fuerza transformadora de su
amor y su verdad (cf. Spe salvi, 4). Esta relación suscita el deseo de crecer en el
conocimiento y en la comprensión de Cristo y de su enseñanza. De este modo, quienes lo
encuentran se ven impulsados por la fuerza del Evangelio a llevar una nueva vida marcada
por todo lo que es bello, bueno y verdadero; una vida de testimonio cristiano alimentada y
fortalecida en la comunidad de los discípulos de Nuestro Señor, la Iglesia.
La dinámica entre encuentro personal, conocimiento y testimonio cristiano es parte
integrante de la diakonia de la verdad que la Iglesia ejerce en medio de la humanidad. La
revelación de Dios ofrece a cada generación la posibilidad de descubrir la verdad última
sobre la propia vida y sobre el fin de la historia. Este deber jamás es fácil: implica a toda la
comunidad cristiana y motiva a cada generación de educadores cristianos a garantizar que
el poder de la verdad de Dios impregne todas las dimensiones de las instituciones a las que
sirven. De este modo, la Buena Noticia de Cristo puede actuar, guiando tanto al docente
como al estudiante hacia la verdad objetiva que, trascendiendo lo particular y lo subjetivo,
apunta a lo universal y a lo absoluto, que nos capacita para proclamar con confianza la
esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5). Frente a los conflictos personales, la confusión
moral y la fragmentación del conocimiento, los nobles fines de la formación académica y
193
de la educación, fundados en la unidad de la verdad y en el servicio a la persona y a la
comunidad, son un poderoso instrumento especial de esperanza.
Queridos amigos, la historia de esta Nación ofrece numerosos ejemplos del compromiso de
la Iglesia en este ámbito. De hecho, la comunidad católica en este País ha hecho de la
educación una de sus prioridades más importantes. Esta empresa no se ha llevado a cabo sin
grandes sacrificios. Figuras eminentes como Santa Elizabeth Ann Seton y otros fundadores
y fundadoras, con gran tenacidad y clarividencia, han impulsado la institución de lo que
hoy es una considerable red de escuelas parroquiales, que contribuyen al bienestar de la
Iglesia y de la Nación. Algunos, como Santa Katherine Drexel, dedicaron su vida a la
educación de los que otros habían descuidado, en su caso, de los Afroamericanos y
Americanos indígenas. Innumerables hermanas, hermanos y sacerdotes de congregaciones
religiosas, junto con padres altruistas, han ayudado a través de las Escuelas católicas, a
generaciones de inmigrantes a salir de la miseria y a situarse en la sociedad actual.
Este sacrificio continúa todavía hoy. Es un excelente apostolado de la esperanza procurar
hacerse cargo de las necesidades materiales, intelectuales y espirituales de más de tres
millones de muchachos y estudiantes. Esto ofrece a toda la comunidad católica una
oportunidad altamente encomiable de contribuir generosamente a las necesidades
económicas de nuestras instituciones. Hay que garantizar que puedan mantenerse a largo
plazo. En efecto, se ha de hacer todo lo posible, en estrecha colaboración con la comunidad,
para asegurar que sean accesibles a personas de cualquier estrato social y económico. A
ningún niño o niña debe ser negado el derecho de una educación en la fe, que a su vez nutre
el espíritu de la Nación.
Algunos cuestionan hoy el compromiso de la Iglesia en la educación, preguntándose si
estos recursos no se podrían emplear mejor de otra manera. Ciertamente, en una nación
como ésta, el Estado ofrece amplias oportunidades para la educación y atrae hacia esta
honrada profesión a hombres y mujeres comprometidos y generosos. Es oportuno, pues,
reflexionar sobre lo específico de nuestras instituciones católicas. ¿Cómo pueden éstas
contribuir al bien de la sociedad a través de la misión primaria de la Iglesia que es la de
evangelizar?
Todas las actividades de la Iglesia nacen de su conciencia de ser portadora de un mensaje
que tiene su origen en Dios mismo: en su bondad y sabiduría, Dios ha elegido revelarse a sí
mismo y dar a conocer el propósito escondido de su voluntad (cf. Ef 1,9; Dei Verbum, 2).
El deseo de Dios de darse a conocer y el innato deseo de cada ser humano de conocer la
verdad constituyen el contexto de la búsqueda humana sobre el significado de la vida. Este
encuentro único está sostenido por la comunidad cristiana: quien busca la verdad se
transforma en uno que vive de fe (cf. Fides et ratio, 31). Esto puede ser descrito como un
movimiento del “yo” al “nosotros”, que lleva al individuo a formar parte del Pueblo de
Dios.
La misma dinámica de identidad comunitaria —¿a quién pertenezco?— vivifica el ethos de
nuestras instituciones católicas. La identidad de una Universidad o de una Escuela católica
no es simplemente una cuestión del número de los estudiantes católicos. Es una cuestión de
convicción: ¿creemos realmente que sólo en el misterio del Verbo encarnado se esclarece
194
verdaderamente el misterio del hombre (cf. Gaudium et spes, 22)? ¿Estamos realmente
dispuestos a confiar todo nuestro yo, inteligencia y voluntad, mente y corazón, a Dios?
¿Aceptamos la verdad que Cristo revela? En nuestras universidades y escuelas ¿es
“tangible” la fe? ¿Se expresa férvidamente en la liturgia, en los sacramentos, por medio de
la oración, los actos de caridad, la solicitud por la justicia y el respeto por la creación de
Dios? Solamente de este modo damos realmente testimonio sobre el sentido de quiénes
somos y de lo que sostenemos.
Desde esta perspectiva se puede reconocer que la “crisis de verdad” contemporánea está
radicada en una “crisis de fe”. Únicamente mediante la fe podemos dar libremente nuestro
asentimiento al testimonio de Dios y reconocerlo como el garante trascendente de la verdad
que él revela. Una vez más, vemos por qué el promover la intimidad personal con
Jesucristo y el testimonio comunitario de su verdad que es amor, es indispensable en las
instituciones formativas católicas. De hecho, todos vemos y observamos con preocupación
la dificultad o la repulsa que muchas personas tienen hoy para entregarse a sí mismas a
Dios. Éste es un fenómeno complejo sobre el que reflexiono continuamente. Mientras
hemos buscado diligentemente atraer la inteligencia de nuestros jóvenes, quizás hemos
descuidado su voluntad. Como consecuencia, observamos preocupados que la noción de
libertad se ha distorsionado. La libertad no es la facultad para desentenderse de; es la
facultad de comprometerse con, una participación en el Ser mismo. Como resultado, la
libertad auténtica jamás puede ser alcanzada alejándose de Dios. Una opción similar
significaría al final descuidar la genuina verdad que necesitamos para comprendernos a
nosotros mismos. Por eso, suscitar entre los jóvenes el deseo de un acto de fe, animándolos
a comprometerse con la vida eclesial que nace de este acto de fe, es una responsabilidad
particular de cada uno de ustedes, y de sus colegas. Así es como la libertad alcanza la
certeza de la verdad. Eligiendo vivir de acuerdo a esta verdad, abrazamos la plenitud de la
vida de fe que se nos da en la Iglesia.
Así pues, está claro que la identidad católica no depende de las estadísticas. Tampoco se la
puede equiparar simplemente con la ortodoxia del contenido de los cursos. Esto exige e
inspira mucho más, a saber, que cualquier aspecto de vuestras comunidades de estudio se
refleje en una vida eclesial de fe. La verdad solamente puede encarnarse en la fe y la razón
auténticamente humana, hacerse capaz de dirigir la voluntad a través del camino de la
libertad (cf. Spe salvi, 23). De este modo nuestras instituciones ofrecen una contribución
vital a la misión de la Iglesia y sirven eficazmente a la sociedad. Han de ser lugares en los
que se reconoce la presencia activa de Dios en los asuntos humanos y cada joven descubre
la alegría de entrar en “el ser para los otros” de Cristo (cf. ibid., 28).
La misión, primaria en la Iglesia, de evangelizar, en la que las instituciones educativas
juegan un papel crucial, está en consonancia con la aspiración fundamental de la nación de
desarrollar una sociedad verdaderamente digna de la dignidad de la persona humana. A
veces, sin embargo, se cuestiona el valor de la contribución de la Iglesia al forum público.
Por esto es importante recordar que la verdad de la fe y la de la razón nunca se contradicen
(cf. Concilio Ecuménico Vaticano I, Const. dogm. Dei Filius sobre la fe católica, IV: DS
3017; S. Agustín, Contra Academicos, III, 20,43). La misión de la Iglesia, de hecho, la
compromete en la lucha que la humanidad mantiene por alcanzar la verdad. Al exponer la
verdad revelada, la Iglesia sirve a todos los miembros de la sociedad purificando la razón,
195
asegurando que ésta permanezca abierta a la consideración de las verdades últimas.
Recurriendo a la sabiduría divina, proyecta luz sobre el fundamento de la moralidad y de la
ética humana, y recuerda a todos los grupos sociales que no es la praxis la que crea la
verdad, sino que es la verdad la que debe servir de cimiento a la praxis. Lejos de amenazar
la tolerancia de la legítima diversidad, una contribución así ilumina la auténtica verdad que
hace posible el consenso, y ayuda a que el debate público se mantenga razonable, honesto y
responsable. De igual modo, la Iglesia jamás se cansa de sostener las categorías morales
esenciales de lo justo y lo injusto, sin las cuales la esperanza acaba marchitándose, dando
lugar a fríos cálculos de pragmática utilidad, que reducen la persona a poco más que a un
peón de un ajedrez ideológico.
Respecto al forum educativo, la diakonía de la verdad adquiere un alto significado en las
sociedades en las que la ideología secularista introduce una cuña entre verdad y fe. Esta
división ha llevado a la tendencia de equiparar verdad y conocimiento y a adoptar una
mentalidad positivista que, rechazando la metafísica, niega los fundamentos de la fe y
rechaza la necesidad de una visión moral. Verdad significa más que conocimiento: conocer
la verdad nos lleva a descubrir el bien. La verdad se dirige al individuo en su totalidad,
invitándonos a responder con todo nuestro ser. Esta visión optimista está fundada en
nuestra fe cristiana, ya que en esta fe se ofrece la visión del Logos, la Razón creadora de
Dios, que en la Encarnación se ha revelado como divinidad ella misma. Lejos de ser
solamente una comunicación de datos fácticos, “informativa”, la verdad amante del
Evangelio es creativa y capaz de cambiar la vida, es “performativa” (cf. Spe salvi, 2). Con
confianza, los educadores cristianos pueden liberar a los jóvenes de los límites del
positivismo y despertar su receptividad con respecto a la verdad, a Dios y a su bondad. De
este modo, ustedes ayudarán también a formar su conciencia que, enriquecida por la fe,
abre un camino seguro hacia la paz interior y el respeto a los otros.
No sorprende, pues, que no sean precisamente nuestras propias comunidades eclesiales,
sino la sociedad en general, la que espere mucho de los educadores católicos. Esto entraña
para ustedes una responsabilidad y les ofrece una oportunidad. Cada vez son más,
especialmente entre los padres, los que reconocen la necesidad de algo excelso en la
formación humana de sus hijos. Como Madre y Maestra, la Iglesia comparte su
preocupación. Cuando no se reconoce como definitivo nada que sobrepase al individuo, el
criterio último de juicio acaba siendo el yo y la satisfacción de los propios deseos
inmediatos. La objetividad y la perspectiva, que derivan solamente del reconocimiento de la
esencial dimensión trascendente de la persona humana, pueden acabar perdiéndose. En este
horizonte relativista, los fines de la educación terminan inevitablemente por reducirse. Se
produce lentamente un descenso de los niveles. Hoy notamos una cierta timidez ante la
categoría del bien y una búsqueda ansiosa de las novedades del momento como realización
de la libertad. Somos testigos de cómo se ha asumido que cualquier experiencia vale lo
mismo y cómo se rechaza admitir imperfecciones y errores. Es especialmente inquietante la
reducción de la preciosa y delicada área de la educación sexual a la gestión del “riesgo”, sin
referencia alguna a la belleza del amor conyugal.
¿Cómo pueden responder los educadores cristianos? Estos peligrosos datos manifiestan lo
urgente que es lo que podríamos llamar “caridad intelectual”. Este aspecto de la caridad
invita al educador a reconocer que la profunda responsabilidad de llevar a los jóvenes a la
196
verdad no es más que un acto de amor. De hecho, la dignidad de la educación reside en la
promoción de la verdadera perfección y la alegría de los que han de ser formados. En la
práctica, la “caridad intelectual” defiende la unidad esencial del conocimiento frente a la
fragmentación que surge cuando la razón se aparta de la búsqueda de la verdad. Esto lleva a
los jóvenes a la profunda satisfacción de ejercer la libertad respecto a la verdad, y esto
impulsa a formular la relación entre la fe y los diversos aspectos de la vida familiar y civil.
Una vez que se ha despertado la pasión por la plenitud y unidad de la verdad, los jóvenes
estarán seguramente contentos de descubrir que la cuestión sobre lo que pueden conocer les
abre a la gran aventura de lo que deben hacer. Entonces experimentarán “en quién” y “en
qué” es posible esperar y se animarán a ofrecer su contribución a la sociedad de un modo
que genere esperanza para los otros.
Queridos amigos, deseo concluir llamando la atención específicamente sobre la enorme
importancia de vuestra competencia y testimonio en las universidades y escuelas católicas.
Ante todo, permítanme agradecerles su solicitud y generosidad. Conozco desde cuando era
Profesor, y después se lo he oído decir a sus Obispos y a los Oficiales de la Congregación
para la Educación Católica, que la reputación de las instituciones educativas en su País se
debe en gran parte a ustedes y a sus predecesores. Sus aportaciones desinteresadas —desde
la investigación externa a la dedicación de los que trabajan en las Instituciones
académicas— sirven tanto al País como a la Iglesia. Por este motivo les expreso mi
profunda gratitud.
A propósito de los miembros de las Facultades en los Colegios Universitarios, quisiera
reiterar el gran valor de la libertad académica. En virtud de esta libertad, ustedes están
llamados a buscar la verdad allí donde el análisis riguroso de la evidencia los lleve. Sin
embargo, es preciso decir también que toda invocación del principio de la libertad
académica para justificar posiciones que contradigan la fe y la enseñanza de la Iglesia
obstaculizaría o incluso traicionaría la identidad y la misión de la Universidad, una misión
que está en el corazón del munus docendi de la Iglesia y en modo alguno es autónoma o
independiente de la misma.
Docentes y administradores, tanto en las universidades como en las escuelas, tienen el
deber y el privilegio de asegurar que los estudiantes reciban una instrucción en la doctrina y
en la praxis católica. Esto requiere que el testimonio público de Cristo, tal y como se
encuentra en el Evangelio y es enseñado por el magisterio de la Iglesia, modele cualquier
aspecto de la vida institucional, tanto dentro como fuera de las aulas escolares. Distanciarse
de esta visión debilita la identidad católica y, lejos de hacer avanzar la libertad, lleva
inevitablemente a la confusión tanto moral como intelectual y espiritual.
Quisiera igualmente expresar una especial palabra de ánimo a los catequistas, tanto laicos
como religiosos, los cuales se esfuerzan por asegurar que los jóvenes cada día sean más
capaces de apreciar el don de la fe. La educación religiosa constituye un apostolado
estimulante y hay muchos signos entre los jóvenes de un deseo de conocer mejor la fe y
practicarla con determinación. Si se quiere que se desarrolle este despertar, es necesario que
los docentes tengan una comprensión clara y precisa de la naturaleza específica y del papel
de la educación católica. Deben estar también preparados para capitanear el compromiso de
197
toda la comunidad educativa de ayudar a nuestros jóvenes y a sus familias a que
experimenten la armonía entre fe, vida y cultura.
Deseo también dirigir una exhortación especial a los religiosos, a las religiosas y
sacerdotes: no abandonen el apostolado educativo; más aún, renueven su dedicación a las
escuelas, en particular a las que se hallan en las zonas más pobres. En los lugares donde hay
muchas promesas falsas, que atraen a los jóvenes lejos de la senda de la verdad y de la
genuina libertad, el testimonio de los consejos evangélicos que dan las personas
consagradas es un don insustituible. Aliento a los religiosos aquí presentes a renovar su
entusiasmo en la promoción de las vocaciones. Sepan que su testimonio en favor del ideal
de la consagración y de la misión en medio de los jóvenes es una fuente de gran inspiración
en la fe para ellos y sus familias.
A todos ustedes les digo: sean testigos de esperanza. Alimenten su testimonio con la
oración. Den razón de la esperanza que caracteriza sus vidas (cf. 1 Pe 3,15), viviendo la
verdad que proponen a sus estudiantes. Ayúdenles a conocer y a amar a Aquel que han
encontrado, cuya verdad y bondad ustedes han experimentado con alegría. Digamos con
san Agustín: “Tanto nosotros que hablamos, como ustedes que escuchan, sepamos que
somos fieles discípulos del único Maestro” (Serm. 23,2). Con estos sentimientos de
comunión, les imparto complacido a ustedes, sus colegas y estudiantes, así como a sus
familias, la Bendición Apostólica.
198
Encuentro con los Representantes
de Otras Religiones
Discurso de Su Santidad Benedicto XVI
Pope John Paul II Cultural Center, Washington
Jueves 17 de abril de 2008
Queridos amigos:
Me alegra tener la ocasión de encontrarme hoy con ustedes. Agradezco las palabras de
bienvenida del Obispo Sklba y saludo cordialmente a todos los que están aquí, en
representación de las diversas religiones presentes en los Estados Unidos de América.
Muchos de ustedes han aceptado amablemente la invitación para elaborar las reflexiones
contenidas en el programa de hoy. Les estoy muy agradecido por las palabras acerca de
cómo cada una de sus tradiciones contribuye a la paz. Gracias a todos.
Este País tiene una larga historia de colaboración entre las diversas religiones en muchos
campos de la vida pública. Servicios de oración interreligiosa durante la Fiesta Nacional de
Acción de Gracias, iniciativas comunes en actividades caritativas, una voz compartida
sobre cuestiones públicas importantes: éstas son algunas formas en que los miembros de
diversas religiones se encuentran para mejorar la comprensión recíproca y promover el bien
común. Aliento a todos los grupos religiosos en América a perseverar en esta colaboración
y a enriquecer de este modo la vida pública con los valores espirituales que animan su
acción en el mundo.
El lugar en el que estamos ahora reunidos fue fundado precisamente para promover este
tipo de colaboración. De hecho, el “Pope John Paul II Cultural Center” desea ofrecer una
voz cristiana para “la búsqueda humana del sentido y objeto de la vida” en un mundo de
“comunidades religiosas, étnicas y culturales diversas” (Mission Statement). Esta
institución nos recuerda la convicción de esta Nación de que todos los hombres deben ser
libres para buscar la felicidad de manera adecuada a su naturaleza de criaturas dotadas de
razón y de voluntad libre.
Los americanos han apreciado siempre la posibilidad de dar culto libremente y de acuerdo
con su conciencia. Alexis de Tocqueville, historiador francés y observador de las realidades
americanas, estaba fascinado por este aspecto de la Nación. Subrayó que éste es un País en
el que la religión y la libertad están “íntimamente vinculadas” en la contribución a una
democracia estable que favorezca las virtudes sociales y la participación en la vida
comunitaria de todos sus ciudadanos. En las áreas urbanas, es normal que las personas
procedentes de sustratos culturales y religiosos diversos se impliquen de manera conjunta
cada día en entidades comerciales, sociales y educativas. Hoy, jóvenes cristianos, judíos,
199
musulmanes, hindúes, budistas, y niños de todas las religiones se sientan en las aulas de
todo el País uno junto a otro, aprendiendo unos de otros. Esta diversidad da lugar a nuevos
retos que suscitan una reflexión más profunda sobre los principios fundamentales de una
sociedad democrática. Es de desear que vuestra experiencia anime a otros, siendo
conscientes de que una sociedad unida puede proceder de una pluralidad de pueblos –E
pluribus unum, de muchos, uno–, a condición de que todos reconozcan la libertad religiosa
como un derecho civil fundamental (cf. Dignitatis humanae, 2).
El deber de defender la libertad religiosa nunca termina. Nuevas situaciones y nuevos
desafíos invitan a los ciudadanos y a los líderes a reflexionar sobre el modo en que sus
decisiones respetan este derecho humano fundamental. Tutelar la libertad religiosa dentro
de la normativa legal no garantiza que los pueblos –en particular las minorías– se vean
libres de formas injustas de discriminación y prejuicio. Esto requiere un esfuerzo constante
por parte de todos los miembros de la sociedad con el fin de asegurar que a los ciudadanos
se les dé la oportunidad de celebrar pacíficamente el culto y transmitir a sus hijos su
patrimonio religioso.
La transmisión de las tradiciones religiosas a las generaciones venideras no sólo ayuda a
preservar un patrimonio, sino que también sostiene y alimenta en el presente la cultura que
las circunda. Lo mismo vale para el diálogo entre las religiones: tanto los que participan en
él como la sociedad salen enriquecidos. En la medida en que crezcamos en la mutua
comprensión, vemos que compartimos una estima por los valores éticos, perceptibles por la
razón humana, que son reconocidos por todas las personas de buena voluntad. El mundo
pide insistentemente un testimonio común de estos valores. Por consiguiente, invito a todas
las personas religiosas a considerar el diálogo no sólo como un medio para reforzar la
comprensión recíproca, sino también como un modo para servir a la sociedad de manera
más amplia. Al dar testimonio de las verdades morales que tienen en común con todos los
hombres y mujeres de buena voluntad, los grupos religiosos influyen sobre la cultura en su
sentido más amplio e impulsan a quienes nos rodean, a los colegas de trabajo y los
conciudadanos, a unirse en el deber de fortalecer los lazos de solidaridad. Usando las
palabras del Presidente Franklin Delano Roosevelt, “nada más grande podría recibir nuestra
tierra que un renacimiento del espíritu de fe”.
Un ejemplo concreto de la contribución que las comunidades religiosas pueden ofrecer a la
sociedad civil son las escuelas confesionales. Estas instituciones enriquecen a los niños
tanto intelectual como espiritualmente. Guiados por sus maestros en el descubrimiento de la
dignidad dada por Dios a todo ser humano, los jóvenes aprenden a respetar las creencias y
prácticas religiosas de los otros, enalteciendo la vida civil de una nación.
¡Qué responsabilidad tan grande tienen los líderes religiosos! Ellos han de impregnar la
sociedad con un profundo temor y respeto por la vida humana y la libertad; garantizar que
la dignidad humana se reconozca y aprecie; facilitar la paz y la justicia; enseñar a los niños
lo que es justo, bueno y razonable.
Hay otro punto sobre el que deseo detenerme. He notado un interés creciente entre los
gobiernos para patrocinar programas destinados a promover el diálogo interreligioso e
intercultural. Se trata de iniciativas encomiables. Al mismo tiempo, la libertad religiosa, el
200
diálogo interreligioso y la educación basada en la fe, tienden a algo más que a lograr un
consenso encaminado a encontrar caminos para formular estrategias prácticas para el
progreso de la paz. El objetivo más amplio del diálogo es descubrir la verdad. ¿Cuál es el
origen y el destino del género humano? ¿Qué es el bien y el mal? ¿Qué nos espera al final
de nuestra existencia terrena? Solamente afrontando estas cuestiones más profundas
podremos construir una base sólida para la paz y la seguridad de la familia humana: “donde
y cuando el hombre se deja iluminar por el resplandor de la verdad, emprende de modo casi
natural el camino de la paz” (Mensaje para la Jornada mundial de la Paz, 2006, 3).
Vivimos en una época en la que con demasiada frecuencia se marginan estas preguntas. Sin
embargo, jamás se podrán borrar del corazón humano. A lo largo de la historia, los hombres
y las mujeres han buscado relacionar sus inquietudes con este mundo que pasa. En la
tradición judeocristiana, los Salmos están llenos de expresiones como éstas: “Mi aliento
desfallece” (Sal 143,4; cf. Sal 6,7; 31,11; 32,4; 38,8; 77,3); “¿Por qué te acongojas, alma
mía, por qué te me turbas?” (Sal 42,6). La respuesta es siempre de fe: “Espera en Dios, que
volverás a alabarlo: ‘Salud de mi rostro, Dios mío’” (ibíd.; cf. Sal 62,6). Los líderes
espirituales tienen un deber particular, y podríamos decir una competencia especial, de
poner en un primer plano las preguntas más profundas de la conciencia humana, de
despertar a la humanidad ante el misterio de la existencia humana, de proporcionar un
espacio para la reflexión y la plegaria en un mundo frenético.
Ante estos interrogantes más profundos sobre el origen y el destino del género humano, los
cristianos proponen a Jesús de Nazaret. Él es, así lo creemos, el Logos eterno, que se hizo
carne para reconciliar al hombre con Dios y revelar la razón que está en el fondo de todas
las cosas. Es a Él a quien llevamos al forum del diálogo interreligioso. El deseo ardiente de
seguir sus huellas impulsa a los cristianos a abrir sus mentes y sus corazones al diálogo (cf.
Lc 10,25-37; Jn 4,7-26).
Queridos amigos, en nuestro intento de descubrir los puntos de comunión, hemos evitado
quizás la responsabilidad de discutir nuestras diferencias con calma y claridad. Mientras
unimos siempre nuestros corazones y mentes en la búsqueda de la paz, debemos también
escuchar con atención la voz de la verdad. De este modo, nuestro diálogo no se detendrá
sólo en reconocer un conjunto común de valores, sino que avanzará para indagar su
fundamento último. No tenemos nada que temer, porque la verdad nos revela la relación
esencial entre el mundo y Dios. Somos capaces de percibir que la paz es un “don celestial”,
que nos llama a conformar la historia humana al orden divino. Aquí está la “verdad de la
paz” (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la Paz, 2006).
Como hemos visto, pues, el objetivo más importante del diálogo interreligioso requiere una
exposición clara de nuestras respectivas doctrinas religiosas. A este respecto, los colegios,
las universidades y centros de estudios son foros importantes para un intercambio sincero
de ideas religiosas. La Santa Sede, por su parte, intenta impulsar esta tarea importante por
medio del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, del Instituto Pontificio de
Estudios Árabes e Islámicos, así como de varias Universidades Pontificias.
Queridos amigos, dejemos que nuestro diálogo sincero y nuestra cooperación impulsen a
todos a meditar las preguntas más profundas sobre su origen y destino. Que los miembros
201
de todas las religiones estén unidos en la defensa y promoción de la vida y la libertad
religiosa en todo el mundo. Y que, dedicándonos generosamente a este sagrado deber –a
través del diálogo y de tantos pequeños actos de amor, de comprensión y de compasión–
seamos instrumentos de paz para toda la familia humana. Paz a todos ustedes.
202
Encuentro con los Representantes
de la Comunidad Judía
Palabras de Su Santidad Benedicto XVI
Pope John Paul II Cultural Center, Washington
Jueves 17 de abril de 2008
Queridos amigos:
Dirijo un especial saludo de paz a la comunidad judía de los Estados Unidos y de todo el
mundo, en los momentos en que ustedes se están preparando para celebrar la festividad
anual de la Pesah. Mi visita a este país coincide con esta fiesta, y me permite encontrarme
personalmente con ustedes y asegurarles mi plegaria, mientras recuerdan los signos y
prodigios que Dios realizó para liberar a su pueblo elegido. Impulsado por nuestra común
herencia espiritual, me complace confiarles este mensaje como signo de nuestra esperanza,
fundada en el Todopoderoso y en su misericordia.
203
Mensaje de Su Santidad Benedicto XVI
a la Comunidad Judía en la fiesta de la Pesah (Pascua)
Mi visita a los Estados Unidos me ofrece la ocasión de hacer llegar un cordial y caluroso
saludo a mis hermanos y hermanas judíos que están en este País y en el mundo entero. Un
saludo repleto de la más intensa espiritualidad porque se acerca la gran fiesta de la Pesah.
«Éste será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor,
de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre» (Éxodo 12,14).
Aunque la celebración cristiana de la Pascua difiere en muchos sentidos de vuestra
celebración de la Pesah, la consideramos como una experiencia en continuidad con la
narración bíblica de las grandezas que el Señor ha hecho por su pueblo.
En este momento de vuestra celebración más solemne, me siento particularmente cercano,
precisamente porque Nostra Aetate hace una llamada a los cristianos para que recuerden
siempre que la Iglesia «ha recibido la revelación del Antiguo Testamento por medio del
pueblo con el que Dios, por su inefable misericordia, se dignó establecer la Antigua
Alianza, y no puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en el que se han injertado
las ramas del olivo silvestre que son los gentiles» (N. 4). Al dirigirme a ustedes, deseo
también yo reafirmar la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre las relaciones católicojudías y reiterar el compromiso de la Iglesia por el diálogo, que en los últimos cuarenta
años ha cambiado y mejorado fundamentalmente nuestras relaciones.
Debido a ese aumento de confianza y amistad, cristianos y judíos pueden alegrarse juntos
en la profunda espiritualidad de la Pascua, un memorial (zikkarôn) de libertad y redención.
Cada año, cuando nosotros escuchamos la historia de la Pascua, volvemos a esa bendita
noche de liberación. Este tiempo santo del año debe ser una llamada a nuestras respectivas
comunidades a buscar la justicia, la misericordia, la solidaridad con el extranjero en el
territorio, con la viuda y el huérfano, como ordenó Moisés: «Recuerda que fuiste esclavo en
el país de Egipto y que Yahveh tu Dios te rescató de allí. Por eso te mando hacer
esto» (Deuteronomio 24,18).
En la Pascua Sèder ustedes evocan los santos patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, y las
santas mujeres de Israel, Sara, Rebeca, Raquel y Lía, inicio del largo linaje de hijos e hijas
de la Alianza. Con el paso del tiempo, la Alianza asume un valor cada vez más universal,
como se expresa en la promesa hecha a Abraham: «Te bendeciré, haré famoso tu nombre y
será una bendición... Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo» (Génesis
12,2-3). En efecto, según el profeta Isaías la esperanza de la redención se extiende a toda de
humanidad: «y acudirán pueblos numerosos. Dirán: “Venid, subamos al monte del Señor, a
la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus
senderos» (Isaías 2,3). Dentro de este horizonte escatológico se ofrece una perspectiva real
de hermandad universal por las sendas de la justicia y la paz, que prepara el camino del
Señor (cf. Isaías 62,10).
204
Cristianos y judíos comparten esta esperanza; somos efectivamente, como dicen los
profetas, «cautivos» de esperanza (Zacarías 9,12). Esta vinculación nos permite a los
cristianos celebrar junto a ustedes, aunque según nuestro modo propio, la Pascua de la
muerte y resurrección de Cristo, que consideramos inseparable de lo que es propio de
ustedes, pues Jesús mismo dijo: «La salvación viene de los judíos» (Juan 4,22). Nuestra
Pascua y su Pesah, aunque distintas y diferentes, nos une en nuestra esperanza común
centrada en Dios y su misericordia. Ellas nos instan a cooperar unos con otros, y con todos
los hombres y mujeres de buena voluntad, para hacer de este mundo un mundo mejor para
todos, mientras esperamos el cumplimiento de las promesas de Dios.
Por consiguiente, ruego con respeto y amistad a la comunidad judía que acepte mi saludo
de Pesah, en un espíritu de apertura a las posibilidades reales de cooperación que vemos
ante nosotros al contemplar las necesidades urgentes de nuestro mundo, y al percibir con
compasión los sufrimientos por doquier de millones de nuestros hermanos y hermanas.
Naturalmente, nuestra esperanza compartida de paz en el mundo comprende el Medio
Oriente y la Tierra Santa en particular. Que la conmemoración de los dones de Dios, que
judíos y cristianos celebran en este tiempo festivo, inspire a todos los responsables del
futuro de esa región –donde han tenido lugar los acontecimientos que rodean la revelación
de Dios– renovados esfuerzos y, sobre todo, nuevas actitudes y una nueva purificación de
los corazones.
En mi corazón, repito con ustedes el salmo del Hallel pascual (Salmo 118,1-4), invocando
abundantes bendiciones divinas sobre ustedes:
«Dad gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia....
Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia».
Vaticano, 14 de abril de 2008
Benedictus PP. XVI
205
Encuentro con los Miembros de la Asamblea General
de las Naciones Unidas
Discurso de Su Santidad Benedicto XVI
Nueva York
Viernes 18 de abril de 2008
Señor Presidente,
Señoras y Señores:
Al comenzar mi intervención en esta Asamblea, deseo ante todo expresarle a usted, Señor
Presidente, mi sincera gratitud por sus amables palabras. Quiero agradecer también al
Secretario General, el Señor Ban Ki-moon, por su invitación a visitar la Sede central de la
Organización y por su cordial bienvenida. Saludo a los Embajadores y a los Diplomáticos
de los Estados Miembros, así como a todos los presentes: a través de ustedes, saludo a los
pueblos que representan aquí. Ellos esperan de esta Institución que lleve adelante la
inspiración que condujo a su fundación, la de ser un «centro que armonice los esfuerzos de
las Naciones por alcanzar los fines comunes», de la paz y el desarrollo (cf. Carta de las
Naciones Unidas, art. 1.2-1.4). Como dijo el Papa Juan Pablo II en 1995, la Organización
debería ser “centro moral, en el que todas las naciones del mundo se sientan como en su
casa, desarrollando la conciencia común de ser, por así decir, una ‘familia de naciones’”
(Discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Nueva York, 5 de octubre de
1995, 14).
A través de las Naciones Unidas, los Estados han establecido objetivos universales que,
aunque no coincidan con el bien común total de la familia humana, representan sin duda
una parte fundamental de este mismo bien. Los principios fundacionales de la Organización
–el deseo de la paz, la búsqueda de la justicia, el respeto de la dignidad de la persona, la
cooperación y la asistencia humanitaria– expresan las justas aspiraciones del espíritu
humano y constituyen los ideales que deberían estar subyacentes en las relaciones
internacionales. Como mis predecesores Pablo VI y Juan Pablo II han hecho notar desde
esta misma tribuna, se trata de cuestiones que la Iglesia Católica y la Santa Sede siguen con
atención e interés, pues ven en vuestra actividad un ejemplo de cómo los problemas y
conflictos relativos a la comunidad mundial pueden estar sujetos a una reglamentación
común. Las Naciones Unidas encarnan la aspiración a “un grado superior de ordenamiento
internacional” (Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 43), inspirado y gobernado por el
principio de subsidiaridad y, por tanto, capaz de responder a las demandas de la familia
humana mediante reglas internacionales vinculantes y estructuras capaces de armonizar el
desarrollo cotidiano de la vida de los pueblos. Esto es más necesario aún en un tiempo en el
que experimentamos la manifiesta paradoja de un consenso multilateral que sigue
padeciendo una crisis a causa de su subordinación a las decisiones de unos pocos, mientras
206
que los problemas del mundo exigen intervenciones conjuntas por parte de la comunidad
internacional.
Ciertamente, cuestiones de seguridad, los objetivos del desarrollo, la reducción de las
desigualdades locales y globales, la protección del entorno, de los recursos y del clima,
requieren que todos los responsables internacionales actúen conjuntamente y demuestren
una disponibilidad para actuar de buena fe, respetando la ley y promoviendo la solidaridad
con las regiones más débiles del planeta. Pienso particularmente en aquellos Países de
África y de otras partes del mundo que permanecen al margen de un auténtico desarrollo
integral, y corren por tanto el riesgo de experimentar sólo los efectos negativos de la
globalización. En el contexto de las relaciones internacionales, es necesario reconocer el
papel superior que desempeñan las reglas y las estructuras intrínsecamente ordenadas a
promover el bien común y, por tanto, a defender la libertad humana. Dichas reglas no
limitan la libertad. Por el contrario, la promueven cuando prohíben comportamientos y
actos que van contra el bien común, obstaculizan su realización efectiva y, por tanto,
comprometen la dignidad de toda persona humana. En nombre de la libertad debe haber
una correlación entre derechos y deberes, por la cual cada persona está llamada a asumir la
responsabilidad de sus opciones, tomadas al entrar en relación con los otros. Aquí, nuestro
pensamiento se dirige al modo en que a veces se han aplicado los resultados de los
descubrimientos de la investigación científica y tecnológica. No obstante los enormes
beneficios que la humanidad puede recabar de ellos, algunos aspectos de dicha aplicación
representan una clara violación del orden de la creación, hasta el punto en que no solamente
se contradice el carácter sagrado de la vida, sino que la persona humana misma y la familia
se ven despojadas de su identidad natural. Del mismo modo, la acción internacional
dirigida a preservar el entorno y a proteger las diversas formas de vida sobre la tierra no ha
de garantizar solamente un empleo racional de la tecnología y de la ciencia, sino que debe
redescubrir también la auténtica imagen de la creación. Esto nunca requiere optar entre
ciencia y ética: se trata más bien de adoptar un método científico que respete realmente los
imperativos éticos.
El reconocimiento de la unidad de la familia humana y la atención a la dignidad innata de
cada hombre y mujer adquiere hoy un nuevo énfasis con el principio de la responsabilidad
de proteger. Este principio ha sido definido sólo recientemente, pero ya estaba
implícitamente presente en los orígenes de las Naciones Unidas y ahora se ha convertido
cada vez más en una característica de la actividad de la Organización. Todo Estado tiene el
deber primario de proteger a la propia población de violaciones graves y continuas de los
derechos humanos, como también de las consecuencias de las crisis humanitarias, ya sean
provocadas por la naturaleza o por el hombre. Si los Estados no son capaces de garantizar
esta protección, la comunidad internacional ha de intervenir con los medios jurídicos
previstos por la Carta de las Naciones Unidas y por otros instrumentos internacionales. La
acción de la comunidad internacional y de sus instituciones, dando por sentado el respeto
de los principios que están a la base del orden internacional, no tiene por qué ser
interpretada nunca como una imposición injustificada y una limitación de soberanía. Al
contrario, es la indiferencia o la falta de intervención lo que causa un daño real. Lo que se
necesita es una búsqueda más profunda de los medios para prevenir y controlar los
conflictos, explorando cualquier vía diplomática posible y prestando atención y estímulo
también a las más tenues señales de diálogo o deseo de reconciliación.
207
El principio de la “responsabilidad de proteger” fue considerado por el antiguo ius gentium
como el fundamento de toda actuación de los gobernadores hacia los gobernados: en
tiempos en que se estaba desarrollando el concepto de Estados nacionales soberanos, el
fraile dominico Francisco de Vitoria, calificado con razón como precursor de la idea de las
Naciones Unidas, describió dicha responsabilidad como un aspecto de la razón natural
compartida por todas las Naciones, y como el resultado de un orden internacional cuya
tarea era regular las relaciones entre los pueblos. Hoy como entonces, este principio ha de
hacer referencia a la idea de la persona como imagen del Creador, al deseo de una absoluta
y esencial libertad. Como sabemos, la fundación de las Naciones Unidas coincidió con la
profunda conmoción experimentada por la humanidad cuando se abandonó la referencia al
sentido de la trascendencia y de la razón natural y, en consecuencia, se violaron gravemente
la libertad y la dignidad del hombre. Cuando eso ocurre, los fundamentos objetivos de los
valores que inspiran y gobiernan el orden internacional se ven amenazados, y minados en
su base los principios inderogables e inviolables formulados y consolidados por las
Naciones Unidas. Cuando se está ante nuevos e insistentes desafíos, es un error retroceder
hacia un planteamiento pragmático, limitado a determinar “un terreno común”, minimalista
en los contenidos y débil en su efectividad.
La referencia a la dignidad humana, que es el fundamento y el objetivo de la
responsabilidad de proteger, nos lleva al tema sobre el cual hemos sido invitados a
centrarnos este año, en el que se cumple el 60° aniversario de la Declaración Universal de
los Derechos del Hombre. El documento fue el resultado de una convergencia de
tradiciones religiosas y culturales, todas ellas motivadas por el deseo común de poner a la
persona humana en el corazón de las instituciones, leyes y actuaciones de la sociedad, y de
considerar a la persona humana esencial para el mundo de la cultura, de la religión y de la
ciencia. Los derechos humanos son presentados cada vez más como el lenguaje común y el
sustrato ético de las relaciones internacionales. Al mismo tiempo, la universalidad, la
indivisibilidad y la interdependencia de los derechos humanos sirven como garantía para la
salvaguardia de la dignidad humana. Sin embargo, es evidente que los derechos
reconocidos y enunciados en la Declaración se aplican a cada uno en virtud del origen
común de la persona, la cual sigue siendo el punto más alto del designio creador de Dios
para el mundo y la historia. Estos derechos se basan en la ley natural inscrita en el corazón
del hombre y presente en las diferentes culturas y civilizaciones. Arrancar los derechos
humanos de este contexto significaría restringir su ámbito y ceder a una concepción
relativista, según la cual el sentido y la interpretación de los derechos podrían variar,
negando su universalidad en nombre de los diferentes contextos culturales, políticos,
sociales e incluso religiosos. Así pues, no se debe permitir que esta vasta variedad de
puntos de vista oscurezca no sólo el hecho de que los derechos son universales, sino que
también lo es la persona humana, sujeto de estos derechos.
La vida de la comunidad, tanto en el ámbito interior como en el internacional, muestra
claramente cómo el respeto de los derechos y las garantías que se derivan de ellos son las
medidas del bien común que sirven para valorar la relación entre justicia e injusticia,
desarrollo y pobreza, seguridad y conflicto. La promoción de los derechos humanos sigue
siendo la estrategia más eficaz para extirpar las desigualdades entre Países y grupos
sociales, así como para aumentar la seguridad. Es cierto que las víctimas de la opresión y la
208
desesperación, cuya dignidad humana se ve impunemente violada, pueden ceder fácilmente
al impulso de la violencia y convertirse ellas mismas en transgresoras de la paz. Sin
embargo, el bien común que los derechos humanos permiten conseguir no puede lograrse
simplemente con la aplicación de procedimientos correctos ni tampoco a través de un
simple equilibrio entre derechos contrapuestos. La Declaración Universal tiene el mérito de
haber permitido confluir en un núcleo fundamental de valores y, por lo tanto, de derechos, a
diferentes culturas, expresiones jurídicas y modelos institucionales. No obstante, hoy es
preciso redoblar los esfuerzos ante las presiones para reinterpretar los fundamentos de la
Declaración y comprometer con ello su íntima unidad, facilitando así su alejamiento de la
protección de la dignidad humana para satisfacer meros intereses, con frecuencia
particulares. La Declaración fue adoptada como un “ideal común” (preámbulo) y no puede
ser aplicada por partes separadas, según tendencias u opciones selectivas que corren
simplemente el riesgo de contradecir la unidad de la persona humana y por tanto la
indivisibilidad de los derechos humanos.
La experiencia nos enseña que a menudo la legalidad prevalece sobre la justicia cuando la
insistencia sobre los derechos humanos los hace aparecer como resultado exclusivo de
medidas legislativas o decisiones normativas tomadas por las diversas agencias de los que
están en el poder. Cuando se presentan simplemente en términos de legalidad, los derechos
corren el riesgo de convertirse en proposiciones frágiles, separadas de la dimensión ética y
racional, que es su fundamento y su fin. Por el contrario, la Declaración Universal ha
reforzado la convicción de que el respeto de los derechos humanos está enraizado
principalmente en la justicia que no cambia, sobre la cual se basa también la fuerza
vinculante de las proclamaciones internacionales. Este aspecto se ve frecuentemente
desatendido cuando se intenta privar a los derechos de su verdadera función en nombre de
una mísera perspectiva utilitarista. Puesto que los derechos y los consiguientes deberes
provienen naturalmente de la interacción humana, es fácil olvidar que son el fruto de un
sentido común de la justicia, basado principalmente sobre la solidaridad entre los miembros
de la sociedad y, por tanto, válidos para todos los tiempos y todos los pueblos. Esta
intuición fue expresada ya muy pronto, en el siglo V, por Agustín de Hipona, uno de los
maestros de nuestra herencia intelectual. Decía que la máxima no hagas a otros lo que no
quieres que te hagan a ti “en modo alguno puede variar, por mucha que sea la diversidad de
las naciones” (De doctrina christiana, III, 14). Por tanto, los derechos humanos han de ser
respetados como expresión de justicia, y no simplemente porque pueden hacerse respetar
mediante la voluntad de los legisladores.
Señoras y Señores, con el transcurrir de la historia surgen situaciones nuevas y se intenta
conectarlas a nuevos derechos. El discernimiento, es decir, la capacidad de distinguir el
bien del mal, se hace más esencial en el contexto de exigencias que conciernen a la vida
misma y al comportamiento de las personas, de las comunidades y de los pueblos. Al
afrontar el tema de los derechos, puesto que en él están implicadas situaciones importantes
y realidades profundas, el discernimiento es al mismo tiempo una virtud indispensable y
fructuosa.
Así, el discernimiento muestra cómo el confiar de manera exclusiva a cada Estado, con sus
leyes e instituciones, la responsabilidad última de conjugar las aspiraciones de personas,
comunidades y pueblos enteros puede tener a veces consecuencias que excluyen la
209
posibilidad de un orden social respetuoso de la dignidad y los derechos de la persona. Por
otra parte, una visión de la vida enraizada firmemente en la dimensión religiosa puede
ayudar a conseguir dichos fines, puesto que el reconocimiento del valor trascendente de
todo hombre y toda mujer favorece la conversión del corazón, que lleva al compromiso de
resistir a la violencia, al terrorismo y a la guerra, y de promover la justicia y la paz.
Además, esto proporciona el contexto apropiado para ese diálogo interreligioso que las
Naciones Unidas están llamadas a apoyar, del mismo modo que apoyan el diálogo en otros
campos de la actividad humana. El diálogo debería ser reconocido como el medio a través
del cual los diversos sectores de la sociedad pueden articular su propio punto de vista y
construir el consenso sobre la verdad en relación a los valores u objetivos particulares.
Pertenece a la naturaleza de las religiones, libremente practicadas, el que puedan entablar
autónomamente un diálogo de pensamiento y de vida. Si también a este nivel la esfera
religiosa se mantiene separada de la acción política, se producirán grandes beneficios para
las personas y las comunidades. Por otra parte, las Naciones Unidas pueden contar con los
resultados del diálogo entre las religiones y beneficiarse de la disponibilidad de los
creyentes para poner sus propias experiencias al servicio del bien común. Su cometido es
proponer una visión de la fe, no en términos de intolerancia, discriminación y conflicto,
sino de total respeto de la verdad, la coexistencia, los derechos y la reconciliación.
Obviamente, los derechos humanos deben incluir el derecho a la libertad religiosa,
entendido como expresión de una dimensión que es al mismo tiempo individual y
comunitaria, una visión que manifiesta la unidad de la persona, aun distinguiendo
claramente entre la dimensión de ciudadano y la de creyente. La actividad de las Naciones
Unidas en los años recientes ha asegurado que el debate público ofrezca espacio a puntos
de vista inspirados en una visión religiosa en todas sus dimensiones, incluyendo la de rito,
culto, educación, difusión de informaciones, así como la libertad de profesar o elegir una
religión. Es inconcebible, por tanto, que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí
mismos –su fe– para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios
para poder gozar de los propios derechos. Los derechos asociados con la religión necesitan
protección sobre todo si se los considera en conflicto con la ideología secular predominante
o con posiciones de una mayoría religiosa de naturaleza exclusiva. No se puede limitar la
plena garantía de la libertad religiosa al libre ejercicio del culto, sino que se ha de tener en
la debida consideración la dimensión pública de la religión y, por tanto, la posibilidad de
que los creyentes contribuyan la construcción del orden social. A decir verdad, ya lo están
haciendo, por ejemplo, a través de su implicación influyente y generosa en una amplia red
de iniciativas, que van desde las universidades a las instituciones científicas, escuelas,
centros de atención médica y a organizaciones caritativas al servicio de los más pobres y
marginados. El rechazo a reconocer la contribución a la sociedad que está enraizada en la
dimensión religiosa y en la búsqueda del Absoluto –expresión por su propia naturaleza de
la comunión entre personas– privilegiaría efectivamente un planteamiento individualista y
fragmentaría la unidad de la persona.
Mi presencia en esta Asamblea es una muestra de estima por las Naciones Unidas y es
considerada como expresión de la esperanza en que la Organización sirva cada vez más
como signo de unidad entre los Estados y como instrumento al servicio de toda la familia
humana. Manifiesta también la voluntad de la Iglesia Católica de ofrecer su propia
aportación a la construcción de relaciones internacionales en un modo en que se permita a
210
cada persona y a cada pueblo percibir que son un elemento capaz de marcar la diferencia.
Además, la Iglesia trabaja para obtener dichos objetivos a través de la actividad
internacional de la Santa Sede, de manera coherente con la propia contribución en la esfera
ética y moral y con la libre actividad de los propios fieles. Ciertamente, la Santa Sede ha
tenido siempre un puesto en las asambleas de las Naciones, manifestando así el propio
carácter específico en cuanto sujeto en el ámbito internacional. Como han confirmado
recientemente las Naciones Unidas, la Santa Sede ofrece así su propia contribución según
las disposiciones de la ley internacional, ayuda a definirla y a ella se remite.
Las Naciones Unidas siguen siendo un lugar privilegiado en el que la Iglesia está
comprometida a llevar su propia experiencia “en humanidad”, desarrollada a lo largo de los
siglos entre pueblos de toda raza y cultura, y a ponerla a disposición de todos los miembros
de la comunidad internacional. Esta experiencia y actividad, orientadas a obtener la libertad
para todo creyente, intentan aumentar también la protección que se ofrece a los derechos de
la persona. Dichos derechos están basados y plasmados en la naturaleza trascendente de la
persona, que permite a hombres y mujeres recorrer su camino de fe y su búsqueda de Dios
en este mundo. El reconocimiento de esta dimensión debe ser reforzado si queremos
fomentar la esperanza de la humanidad en un mundo mejor, y crear condiciones propicias
para la paz, el desarrollo, la cooperación y la garantía de los derechos de las generaciones
futuras.
En mi reciente Encíclica Spe salvi, he subrayado “que la búsqueda, siempre nueva y
fatigosa, de rectos ordenamientos para las realidades humanas es una tarea de cada
generación” (n. 25). Para los cristianos, esta tarea está motivada por la esperanza que
proviene de la obra salvadora de Jesucristo. Precisamente por eso la Iglesia se alegra de
estar asociada con la actividad de esta ilustre Organización, a la cual está confiada la
responsabilidad de promover la paz y la buena voluntad en todo el mundo. Queridos
amigos, os doy las gracias por la oportunidad de dirigirme hoy a vosotros y prometo la
ayuda de mis oraciones para el desarrollo de vuestra noble tarea.
Antes de despedirme de esta ilustre Asamblea, quisiera expresar mis mejores deseos, en las
lenguas oficiales, a todas las Naciones representadas en ella:
Peace and Prosperity with God’s help!
Paix et prospérité, avec l’aide de Dieu!
Paz y prosperidad con la ayuda de Dios!
ْ ‫!◌ ﺍاﻝلﻝلﻩه ِ◌ ﺑﻌَﻮْ ﻥن َﻭو‬
‫ﺇإﺯز ِﺩدﻫﮬﮪھَﺎ ٌﺭر َﺳﻼ ٌﻡم‬
ِ
因著天主的幫助願大家 得享平安和繁榮 !
Мира и благоденствия с помощью Боҗией!
Muchas gracias.
211
Encuentro con el Personal
de la Organización de las Naciones Unidas
Discurso de Su Santidad Benedicto XVI
Nueva York
Viernes 18 de abril de 2008
Señoras y Señores:
Aquí, en este pequeño lugar en medio de la ajetreada ciudad de Nueva York, se encuentra
situada una Organización que tiene una misión tan vasta como el mundo: la promoción de
la paz y la justicia. Me recuerda un contraste parecido, en lo que a la magnitud se refiere,
entre el Estado de la Ciudad del Vaticano y el mundo, en el que la Iglesia realiza su misión
universal y su apostolado. Los artistas que en el siglo XVI pintaron los mapas geográficos
en las paredes del Palacio Apostólico recordaron a los Papas la enorme extensión del
mundo conocido. En esos frescos se presentaba a los Sucesores de Pedro un signo palpable
del inmenso radio de acción de la misión de la Iglesia, en un tiempo en el que el
descubrimiento del Nuevo Mundo abría horizontes inesperados. Aquí, en este Palacio de
Cristal, el arte que se muestra tiene su propia manera de recordar las responsabilidades de la
Organización de las Naciones Unidas. Vemos imágenes de los efectos de la guerra y de la
pobreza, se nos recuerda el deber de comprometernos por un mundo mejor y
experimentamos alegría por la genuina variedad y exuberancia de la cultura humana, como
se pone de manifiesto en la amplia gama de pueblos y naciones reunidos bajo la protección
de la Comunidad Internacional.
Con ocasión de mi visita, deseo rendir homenaje a la incalculable aportación del personal
administrativo y de los empleados de las Naciones Unidas, que desempeñan sus tareas cada
día con gran dedicación y profesionalidad, ya sea aquí, en Nueva York, como en otros
centros de la ONU o en misiones particulares por todo el mundo. Quisiera expresarles, a
ustedes y a quienes les han precedido, mi agradecimiento personal y el de toda la Iglesia
Católica. Recordamos de manera especial a tantos civiles y custodios de la paz –cuarenta y
dos sólo en 2007– que han sacrificado sus vidas sobre el terreno por el bien de los pueblos a
los que sirven. Recordamos también la gran multitud de los que dedican su vida a trabajos
no siempre suficientemente reconocidos, y realizados con frecuencia en condiciones
difíciles. A todos ustedes, traductores, secretarios, personal administrativo de toda clase,
equipos de mantenimiento y de seguridad, trabajadores para el desarrollo, custodios de la
paz y a tantos otros, dirijo mi más sincero agradecimiento. El trabajo que llevan a cabo
permite a la Organización buscar continuamente nuevas vías para alcanzar los objetivos
para los cuales fue fundada.
212
Se habla frecuentemente de las Naciones Unidas como de la “familia de las naciones”. De
la misma manera, podría hablarse de la sede central, aquí en Nueva York, como de un
hogar doméstico, un lugar de bienvenida y de preocupación por el bien de los miembros de
la familia en todas partes. Es un lugar excepcional para promover el aumento de la
comprensión mutua y de la colaboración entre los pueblos. Con razón se escoge el personal
de la plantilla de las Naciones Unidas entre una amplia gama de culturas y nacionalidades.
El personal aquí forma un microcosmos del mundo entero, en el que cada uno da una
aportación indispensable desde el punto de vista de su propio patrimonio cultural y
religioso. Los ideales que han inspirado a los fundadores de esta institución deben
expresarse, aquí y en cada una de las misiones de la Organización, en el respeto y la
aceptación recíproca, que son características de una familia prospera.
En los debates internos de las Naciones Unidas se está dando una importancia creciente a la
“responsabilidad de proteger”. De hecho, ésta comienza a ser reconocida como la base
moral del derecho de un gobierno a ejercer la autoridad. Es también una característica que
pertenece por naturaleza a la familia, en la que los miembros más fuertes cuidan de los más
débiles. Esta Organización, supervisando de qué manera los gobiernos cumplen con su
responsabilidad de proteger a sus ciudadanos, presta un servicio importante en nombre de la
comunidad internacional. En el ámbito del día a día, son ustedes quienes, mediante la
atención que muestran unos por otros en el puesto de trabajo y su preocupación por los
numerosos pueblos a los que sirven en sus necesidades y aspiraciones con su actividad,
ponen los fundamentos para realizar este cometido.
La Iglesia Católica, a través de la actividad internacional de la Santa Sede y mediante las
innumerables iniciativas de los laicos católicos, Iglesias locales y comunidades religiosas,
les ofrece su apoyo en su quehacer. Les aseguro un recuerdo especial en mis plegarias por
ustedes y sus familiares. Que Dios todopoderoso les bendiga siempre y les conforte con su
gracia y su paz, para que mediante su atención a toda la familia humana, puedan seguir
sirviéndole a Él.
Gracias.
213
Encuentro con los Representantes
de la Comunidad Judía
Palabras de Su Santidad Benedicto XVI
Sinagoga de Park East, Nueva York
Viernes 18 de abril de 2008
Queridos amigos:
Shalom! He venido aquí con gran alegría, pocas horas antes del comienzo de la celebración
de vuestra Pesah, para expresar mi respeto y estima a la comunidad judía de Nueva York.
La cercanía de este lugar de culto de mi residencia, me ofrece hoy la oportunidad de
saludarles. Me resulta conmovedor recordar que Jesús, siendo joven, escuchó las palabras
de la Escritura y rezó en un lugar como éste. Agradezco al Rabino Schneier sus palabras de
bienvenida y le doy las gracias de modo especial por vuestro deferente obsequio, flores de
primavera y el canto delicioso que los niños han entonado en mi honor. Sé bien que la
comunidad judía ha dado una valiosa contribución a la ciudad, y les aliento a todos a seguir
construyendo puentes de amistad con todos los diversos grupos étnicos y religiosos que
viven entre ustedes. Les aseguro muy especialmente mi cercanía en este tiempo, en el que
se preparan para celebrar las grandes maravillas del Todopoderoso, y para cantar las
alabanzas de Aquel que realizó tales prodigios por su pueblo. Les ruego a todos que
transmitan mis saludos y felicitaciones a los miembros de la comunidad judía. Bendito sea
el nombre del Señor.
214
Encuentro Ecuménico
Discurso de Su Santidad Benedicto XVI
Iglesia de San José, Nueva York
Viernes 18 de abril de 2008
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Mi corazón rebosa de agradecimiento a Dios, “Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo
penetra todo, y lo invade todo” (Ef 4,6), por esta feliz oportunidad de encontrarme esta
tarde rezando con ustedes. Agradezco al Obispo Dennis Sullivan su cordial bienvenida, y
saludo con afecto a todos los representantes de las comunidades cristianas diseminadas por
los Estados Unidos. La paz de nuestro Señor y Salvador esté con todos ustedes.
Por medio de ustedes quisiera expresar mi sincero aprecio por la obra inestimable de todos
los que están implicados en el ecumenismo: el National Council of Churches, el Christian
Churches Together, el Catholic Bishops’s Secretariat for Ecumenical and Interreligious
Affairs, y otros muchos. La aportación ofrecida al movimiento ecuménico por los cristianos
de los Estados Unidos es notoria en todo el mundo. Les aliento a todos a perseverar,
confiando siempre en la gracia de Cristo resucitado, al que nos esforzamos en servir para
obtener “la obediencia de la fe… para gloria de su nombre” (cf. Rm 1,5).
Acabamos de escuchar el texto de la Escritura en el que Pablo, “el prisionero por Cristo”,
formula una vehemente invitación a los miembros de la comunidad cristiana de Éfeso: “Les
ruego, escribe, que anden como pide la vocación a la que han sido convocados…
esforzándose en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz” (Ef 4,1-3). Por
tanto, al final de su apasionada invitación a la unidad, Pablo recuerda a sus lectores que
Jesús, una vez ascendido al cielo, ha derramado sobre los hombres todos los dones
necesarios para la edificación del Cuerpo de Cristo (cf. Ef 4,11-13).
Hoy la exhortación de Pablo resuena con mayor fuerza. Sus palabras nos infunden la
certeza de que el Señor no nos abandonará jamás en la búsqueda de la unidad. Nos invitan,
además, a vivir de modo que podamos dar testimonio “pensando y sintiendo lo mismo” (cf.
Hch 4,32), que ha sido siempre la característica de la koinonia cristiana (cf. Hch 2,42), y la
fuerza que atrae a los que están fuera para entrar a formar parte de la comunidad de los
creyentes, y que también ellos puedan compartir la “riqueza insondable que es Cristo” (Ef
3,8).
La globalización ha colocado a la humanidad entre dos extremos. Por una parte, el sentido
creciente de interrelación e interdependencia entre los pueblos, incluso cuando, hablando en
términos geográficos y culturales, están distantes unos de otros. Esta nueva situación ofrece
la posibilidad de mejorar el sentido de la solidaridad global y compartir responsabilidades
para el bien de la humanidad. Por otra parte, no se puede negar que las rápidas mutaciones
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que suceden en el mundo presentan también algunos signos desagradables de
fragmentación y de repliegue en el individualismo. El uso cada vez más extendido de la
electrónica en el mundo de las comunicaciones ha comportado paradójicamente un
aumento del aislamiento. Muchos, jóvenes incluidos, buscan por esta razón formas más
auténticas de comunidad. También es fuente de grave preocupación la difusión de la
ideología secularista, que socava e incluso rechaza la verdad trascendente. La misma
posibilidad de una revelación divina, y por tanto de la fe cristiana, se ha puesto a menudo
en discusión por tendencias de pensamiento muy difundidas en los ambientes
universitarios, en los medios de comunicación y en la opinión pública. Por estas razones, es
necesario más que nunca un testimonio fiel del Evangelio. Se pide a los cristianos que den
razón de su esperanza con claridad (cf. 1 Pe 3,15).
Con mucha frecuencia los no cristianos, al ver la fragmentación de las comunidades
cristianas, quedan confundidos con razón sobre el mensaje mismo del Evangelio. A veces
las creencias y comportamientos cristianos fundamentales son modificados dentro de las
comunidades por las así llamadas “acciones proféticas”, basadas en una hermenéutica no
siempre en consonancia con la Escritura y la Tradición. Como consecuencia, las
comunidades renuncian a actuar como un cuerpo unido, y prefieren en cambio actuar según
el principio de “las opciones locales”. En este proceso, se pierde la necesidad de una
koinonia diacrónica —la comunión con la Iglesia de todos los tiempos— precisamente en
el momento en el que el mundo ha perdido su orientación y necesita testimonios comunes y
convincentes del poder salvador del Evangelio (cf. Rm 1,18-23).
Frente a estas dificultades, en primer lugar, debemos recordarnos que la unidad de la Iglesia
deriva de la perfecta unidad de Dios uno y trino. El Evangelio de Juan nos dice que Jesús
ha rogado al Padre para que sus discípulos sean uno, “como tú… en mí y yo en ti” (cf. Jn
17,21). Este pasaje refleja la firme convicción de la comunidad cristiana primitiva de que su
unidad era fruto y reflejo de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esto, a su
vez, muestra que la cohesión recíproca de los creyentes se fundaba en la plena integridad de
la confesión de su credo (cf. 1 Tm 1,3-11). En todo el Nuevo Testamento vemos cómo los
Apóstoles fueron llamados reiteradamente a dar razón de su fe, tanto ante los gentiles (cf.
Hch 17,16-34) como ante los judíos (cf. Hch 4,5-22; 5,27-42). El núcleo central de su
argumentación fue siempre el hecho histórico de la resurrección corporal del Señor de la
tumba (Hch 2,24-32; 3,15; 4,10; 5,30; 10,40; 13,30). La eficacia última de su predicación
no dependía de “palabras rebuscadas” o de “sabiduría humana” (1 Co 2,13), sino más bien
de la acción del Espíritu (Ef 3,5), que confirmaba el testimonio autorizado de los Apóstoles
(cf. 1 Co 15,1-11). El núcleo de la predicación de Pablo y de la Iglesia de los orígenes no
fue otro que Jesucristo, y “éste, crucificado” (1 Co 2,2). Y esta proclamación debía de ser
garantizada por la pureza de la doctrina normativa expresada en las fórmulas de fe, los
símbolos, que articulaban la esencia de la fe cristiana y constituían el fundamento de la
unidad de los bautizados (cf. 1 Co 15,3-5; Ga 1,6-9; Unitatis redintegratio, 2).
Mis queridos amigos, la fuerza del kerigma no ha perdido nada de su dinamismo interior.
Sin embargo, debemos preguntarnos si no se ha atenuado toda su fuerza por una
aproximación relativista a la doctrina cristiana similar a la que encontramos en las
ideologías secularizadas, que, al sostener que solamente la ciencia es “objetiva”, relegan
completamente la religión a la esfera subjetiva del sentimiento del individuo. Los
216
descubrimientos científicos y sus realizaciones a través del ingenio humano ofrecen a la
humanidad sin duda nuevas posibilidades de mejora. Esto no significa, sin embargo, que lo
que “puede ser conocido” ha de limitarse a lo que es verificable empíricamente, ni que la
religión esté confinada al reino cambiante de la “experiencia personal”.
La aceptación de esta línea errónea de pensamiento conduciría a los cristianos a la
conclusión de que en la exposición de la fe cristiana no es necesario subrayar la verdad
objetiva, porque no hay más que seguir la propia conciencia y escoger la comunidad que
más concuerde con los propios gustos personales. El resultado de esto se puede observar en
la continua proliferación de comunidades, que con frecuencia evitan estructuras
institucionales y minimizan la importancia de la vida cristiana en el contexto doctrinal.
También en el movimiento ecuménico, los cristianos se muestran reacios a afirmar el papel
de la doctrina por temor a que esto sirva sólo para exacerbar, más que para curar, las
heridas de la división. A pesar de esto, un testimonio claro y convincente de la salvación
que Cristo Jesús ha realizado en favor nuestro debe basarse en la noción de una enseñanza
apostólica normativa, esto es, una enseñanza que realmente subraye la palabra inspirada de
Dios y sustente la vida sacramental de los cristianos de hoy.
Solamente “manteniéndose firmes” en la enseñanza segura (cf. 2 Ts 2,15) lograremos
responder a los retos que nos asaltan en un mundo cambiante. Sólo así daremos un
testimonio firme de la verdad del Evangelio y de su enseñanza moral. Éste es el mensaje
que el mundo espera oír de nosotros. Igual que los primeros cristianos, tenemos la
responsabilidad de dar un testimonio transparente de las “razones de nuestra esperanza”, de
manera que los ojos de todos los hombres de buena voluntad se abran para ver que Dios ha
manifestado su rostro (cf. 2 Co 3,12-18) y nos ha permitido acceder a su vida divina a
través de Jesucristo. Sólo Él es nuestra esperanza. Dios ha revelado su amor a todos los
pueblos mediante el misterio de la pasión y muerte de su Hijo, y nos ha llamado a
proclamar que ha resucitado verdaderamente, que está sentado a la diestra del Padre y que
“de nuevo vendrá en la gloria a juzgar a vivos y muertos” (Credo niceno).
Que la palabra de Dios que hemos escuchado esta tarde inflame de esperanza nuestros
corazones en el camino de la unidad (cf. Lc 24,32). Que este encuentro de oración sea un
ejemplo de la centralidad de la plegaria en el movimiento ecuménico (cf. Unitatis
redintegratio, 8); pues, sin plegaria, las estructuras, las instituciones y los programas
ecuménicos quedarían despojados de su corazón y de su alma. Demos gracias a Dios por
los progresos realizados por la acción del Espíritu, y reconozcamos con gratitud los
sacrificios espirituales ofrecidos por tantos como están presentes y por cuantos nos han
precedido.
Caminando tras sus huellas y poniendo la confianza sólo en Dios, espero que —haciendo
mías las palabras del Padre Paul Wattson— alcanzaremos la “unidad de esperanza, de fe y
de amor”, la única que puede convencer al mundo de que Jesucristo es el enviado del Padre
para la salvación de todos.
Gracias a todos.
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Misa Votiva por la Iglesia Universal
Homilía de Su Santidad Benedicto XVI
Catedral de San Patricio, Nueva York
Sábado 19 de abril de 2008
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Saludo con gran afecto en el Señor a todos vosotros que representáis a los Obispos,
sacerdotes y diáconos, a los hombres y mujeres de vida consagrada, y a los seminaristas de
los Estados Unidos. Agradezco al Cardenal Egan la cordial bienvenida y felicitación que ha
expresado en nombre vuestro, al inicio del cuarto año de mi Pontificado. Me alegra celebrar
esta Misa con vosotros que habéis sido elegidos por el Señor, que habéis respondido a su
llamado y que dedicáis vuestra vida a la búsqueda de la santidad, a la difusión del
Evangelio y a la edificación de la Iglesia en la fe, en la esperanza y en el amor.
Reunidos en esta histórica catedral, ¿cómo no recordar a los innumerables hombres y
mujeres que os han precedido, que han trabajado por el crecimiento de la Iglesia en los
Estados Unidos, dejándonos un patrimonio duradero de fe y de obras buenas? En la primera
lectura de hoy hemos visto cómo los Apóstoles, con la fuerza del Espíritu Santo, salieron de
la sala del piso superior para anunciar las grandes obras de Dios a personas de toda nación
y lengua. En este país la misión de la Iglesia ha conllevado siempre atraer a la gente “de
todas las naciones de la tierra” (Hch 2,5) hacia una unidad espiritual enriqueciendo el
Cuerpo de Cristo con la multiplicidad de sus dones. Al mismo tiempo que damos gracias
por estas preciosas bendiciones del pasado y consideramos los desafíos del futuro,
queremos implorar de Dios la gracia de un nuevo Pentecostés para la Iglesia en América.
¡Que desciendan sobre todos los presentes lenguas como de fuego, fundiendo el amor
ardiente a Dios y al prójimo con el celo por la propagación del Reino de Dios!
En la segunda lectura de esta mañana san Pablo nos recuerda que la unidad espiritual –
aquella unidad que reconcilia y enriquece la diversidad – tiene su origen y su modelo
supremo en la vida del Dios uno y trino. La Trinidad, como comunión de amor y libertad
infinita, hace nacer incesantemente la vida nueva en la obra de la creación y redención. La
Iglesia, como “pueblo unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Lumen
gentium, 4), está llamada a proclamar el don de la vida, a proteger la vida y a promover una
cultura de la vida. Aquí, en esta catedral, nuestro recuerdo se dirige naturalmente al
testimonio heroico por el Evangelio de la vida, dado por los difuntos Cardenales Cooke y
O’Connor. La proclamación de la vida, de la vida abundante, debe ser el centro de la nueva
evangelización. Pues la verdadera vida – nuestra salvación – se encuentra sólo en la
reconciliación, en la libertad y en el amor que son dones gratuitos de Dios.
218
Éste es el mensaje de esperanza que estamos llamados a anunciar y encarnar en un mundo
en el que egocentrismo, avidez, violencia y cinismo parecen sofocar muy a menudo el
crecimiento frágil de la gracia en el corazón de la gente. San Ireneo comprendió con gran
profundidad que la exhortación de Moisés al pueblo de Israel: “Elige la vida” (Dt 30,19) era
la razón más profunda para nuestra obediencia a todos los mandamientos de Dios (cf. Adv.
Haer. IV, 16, 2-5). Quizás hemos perdido de vista que en una sociedad en la que la Iglesia
parece a muchos que es legalista e “institucional”, nuestro desafío más urgente es
comunicar la alegría que nace de la fe y de la experiencia del amor de Dios.
Soy particularmente feliz que nos hayamos reunido en la catedral de San Patricio. Este
lugar, quizás más que cualquier otro templo de Estados Unidos, es conocido y amado como
“una casa de oración para todos los pueblos” (cf. Is 56,7; Mc 11,17). Cada día miles de
hombres, mujeres y niños entran por sus puertas y encuentran la paz dentro de sus muros.
El Arzobispo John Hughes –como nos ha recordado el Cardenal Egan– fue el promotor de
la construcción de este venerable edificio; quiso erigirlo en puro estilo gótico. Quería que
esta catedral recordase a la joven Iglesia en América la gran tradición espiritual de la que
era heredera, y que la inspirase a llevar lo mejor de este patrimonio en la edificación del
Cuerpo de Cristo en este país. Quisiera llamar vuestra atención sobre algunos aspectos de
esta bellísima estructura, que me parece que puede servir como punto de partida para una
reflexión sobre nuestras vocaciones particulares dentro de la unidad del Cuerpo místico.
El primer aspecto se refiere a los ventanales con vidrieras historiadas que inundan el
ambiente interior con una luz mística. Vistos desde fuera, estos ventanales parecen oscuros,
recargados y hasta lúgubres. Pero cuando se entra en el templo, de improviso toman vida; al
reflejar la luz que las atraviesa revelan todo su esplendor. Muchos escritores –aquí en
América podemos recordar a Nathaniel Hawthorne– han usado la imagen de estas vidrieras
historiada para ilustrar el misterio de la Iglesia misma. Solamente desde dentro, desde la
experiencia de fe y de vida eclesial, es como vemos a la Iglesia tal como es
verdaderamente: llena de gracia, esplendorosa por su belleza, adornada por múltiples dones
del Espíritu. Una consecuencia de esto es que nosotros, que vivimos la vida de gracia en la
comunión de la Iglesia, estamos llamados a atraer dentro de este misterio de luz a toda la
gente.
No es un cometido fácil en un mundo que es propenso a mirar “desde fuera” a la Iglesia,
igual que a aquellos ventanales: un mundo que siente profundamente una necesidad
espiritual, pero que encuentra difícil “entrar en el” misterio de la Iglesia. También para
algunos de nosotros, desde dentro, la luz de la fe puede amortiguarse por la rutina y el
esplendor de la Iglesia puede ofuscarse por los pecados y las debilidades de sus miembros.
La ofuscación puede originarse por los obstáculos encontrados en una sociedad que, a
veces, parece haber olvidado a Dios e irritarse ante las exigencias más elementales de la
moral cristiana. Vosotros, que habéis consagrado vuestra vida para dar testimonio del amor
de Cristo y para la edificación de su Cuerpo, sabéis por vuestro contacto diario con el
mundo que nos rodea, cuantas veces se siente la tentación de ceder a la frustración, a la
desilusión e incluso al pesimismo sobre el futuro. En una palabra: no siempre es fácil ver la
luz del Espíritu a nuestro alrededor, el esplendor del Señor resucitado que ilumina nuestra
vida e infunde nueva esperanza en su victoria sobre el mundo (cf. Jn 16,33).
219
Sin embargo, la palabra de Dios nos recuerda que, en la fe, vemos los cielos abiertos y la
gracia del Espíritu Santo que ilumina a la Iglesia y que lleva una esperanza segura a nuestro
mundo. “Señor, Dios mío”, canta el salmista, “envías tu aliento y los creas, y repueblas la
faz de la tierra” (Sal 104,30). Estas palabras evocan la primera creación, cuando “el Aliento
de Dios se cernía sobre la faz de las aguas” (Gn 1,2). Y ellas impulsan nuestra mirada hacia
la nueva creación, hacia Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre los
Apóstoles e instauró la Iglesia como primicia de la humanidad redimida (cf. Jn 20,22-23).
Estas palabras nos invitan a una fe cada vez más profunda en la potencia infinita de Dios,
que transforma toda situación humana, crea vida desde la muerte e ilumina también la
noche más oscura. Y nos hacen pensar en otra bellísima frase de san Ireneo: “Donde está la
Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda
gracia” (Adv. Haer. III, 24,1).
Esto me lleva a otra reflexión sobre la arquitectura de este templo. Como todas las
catedrales góticas, tiene una estructura muy compleja, cuyas proporciones precisas y
armoniosas simbolizan la unidad de la creación de Dios. Los artistas medievales a menudo
representaban a Cristo, la Palabra creadora de Dios, como un “aparejador” celestial con el
compás en mano, que ordena el cosmos con infinita sabiduría y determinación. Esta
imagen, ¿no nos hace pensar quizás en la necesidad de ver todas las cosas con los ojos de la
fe para, de este modo, poder comprenderlas en su perspectiva más auténtica, en la unidad
del plan eterno de Dios? Esto requiere, como sabemos, una continua conversión y el
esfuerzo de “renovarnos en el espíritu de nuestra mente” (cf. Ef 4,23) para conseguir una
mentalidad nueva y espiritual. Exige también el desarrollo de aquellas virtudes que hacen a
cada uno de nosotros capaz de crecer en santidad y dar frutos espirituales en el propio
estado de vida. Esta constante conversión “intelectual”, ¿acaso no es tan necesaria como la
conversión “moral” para nuestro crecimiento en la fe, para nuestro discernimiento de los
signos de los tiempos y para nuestra aportación personal a la vida y misión de la Iglesia?
Una de las grandes desilusiones que siguieron al Concilio Vaticano II, con su exhortación a
un mayor compromiso en la misión de la Iglesia para el mundo, pienso que haya sido para
todos nosotros la experiencia de división entre diferentes grupos, distintas generaciones y
diversos miembros de la misma familia religiosa. ¡Podemos avanzar sólo si fijamos juntos
nuestra mirada en Cristo! Con la luz de la fe descubriremos entonces la sabiduría y la
fuerza necesarias para abrirnos hacia puntos de vista que no siempre coinciden del todo con
nuestras ideas o nuestras suposiciones. Así podemos valorar los puntos de vista de otros, ya
sean más jóvenes o más ancianos que nosotros, y escuchar por fin “lo que el Espíritu nos
dice” a nosotros y a la Iglesia (cf. Ap 2, 7). De este modo caminaremos juntos hacia la
verdadera renovación espiritual que quería el Concilio, la única renovación que puede
reforzar la Iglesia en la santidad y en la unidad indispensable para la proclamación eficaz
del Evangelio en el mundo de hoy.
¿No ha sido quizás esta unidad de visión y de intentos –basada en la fe y en el espíritu de
continua conversión y sacrificio personal– el secreto del crecimiento sorprendente de la
Iglesia en este país? Basta pensar en la obra extraordinaria de aquel sacerdote americano
ejemplar, el venerable Michael McGivney, cuya visión y celo le llevaron a la fundación de
los Caballeros de Colón, o en la herencia espiritual de generaciones de religiosas, religiosos
220
y sacerdotes que, silenciosamente, han dedicado su vida al servicio del pueblo de Dios en
innumerables escuelas, hospitales y parroquias.
Aquí, en el contexto de nuestra necesidad de una perspectiva fundamentada en la fe, y de
unidad y colaboración en el trabajo de edificación de la Iglesia, querría decir unas palabras
sobre los abusos sexuales que han causado tantos sufrimientos. Ya he tenido ocasión de
hablar de esto y del consiguiente daño para la comunidad de los fieles. Ahora deseo
expresaros sencillamente, queridos sacerdotes y religiosos, mi cercanía espiritual, al mismo
tiempo que tratáis de responder con esperanza cristiana a los continuos desafíos surgidos
por esta situación. Me siento unido a vosotros rezando para que éste sea un tiempo de
purificación para cada uno y para cada Iglesia y comunidad religiosa, y también un tiempo
de sanación. Os animo también a colaborar con vuestros Obispos, que siguen trabajando
eficazmente para resolver este problema. Que nuestro Señor Jesucristo conceda a la Iglesia
en América un renovado sentido de unidad y decisión, mientras todos –Obispos, clero,
religiosos, religiosas y laicos– caminan en la esperanza y en el amor recíproco y para la
verdad.
Queridos amigos, estas consideraciones me llevan a una última observación sobre esta gran
catedral en la que nos encontramos. La unidad de una catedral gótica, es sabido, no es la
unidad estática de un templo clásico, sino una unidad nacida de la tensión dinámica de
diferentes fuerzas que empujan la arquitectura hacia arriba, orientándola hacia el cielo.
Aquí podemos ver también un símbolo de la unidad de la Iglesia que es –como nos ha
dicho san Pablo– unidad de un cuerpo vivo compuesto por muchos elementos diferentes,
cada uno con su propia función y su propia determinación. Aquí vemos también la
necesidad de reconocer y respetar los dones de cada miembro del cuerpo como
“manifestación del Espíritu para provecho común” (1 Co 12,7). Ciertamente, en la
estructura de la Iglesia querida por Dios se ha de distinguir entre los dones jerárquicos y los
carismáticos (cf. Lumen gentium, 4). Pero precisamente la variedad y riqueza de las gracias
concedidas por el Espíritu nos invitan constantemente a discernir cómo estos dones tienen
que ser insertados correctamente en el servicio de la misión de la Iglesia. Vosotros,
queridos sacerdotes, por medio de la ordenación sacramental, habéis sido conformados con
Cristo, Cabeza del Cuerpo. Vosotros, queridos diáconos, habéis sido ordenados para el
servicio de este Cuerpo. Vosotros, queridos religiosos y religiosas, tanto los contemplativos
como los dedicados al apostolado, habéis consagrado vuestra vida a seguir al divino
Maestro en el amor generoso y en plena fidelidad a su Evangelio. Todos vosotros que hoy
llenáis esta catedral, así como vuestros hermanos y hermanas ancianos, enfermos o
jubilados que ofrecen sus oraciones y sus sacrificios para vuestro trabajo, estáis llamados a
ser fuerzas de unidad dentro del Cuerpo de Cristo. A través de vuestro testimonio personal
y de vuestra fidelidad al ministerio o al apostolado que se os ha confiado preparáis el
camino al Espíritu. Ya que el Espíritu nunca deja de derramar sus abundantes dones,
suscitar nuevas vocaciones y nuevas misiones, y de dirigir a la Iglesia –como el Señor ha
prometido en el fragmento evangélico de esta mañana– hacia la verdad plena (cf. Jn 16,
13).
¡Dirijamos, pues, nuestra mirada hacia arriba! Y con gran humildad y confianza pidamos al
Espíritu que cada día nos haga capaces de crecer en la santidad que nos hará piedras vivas
del templo que Él está levantando justamente ahora en el mundo. Si tenemos que ser
221
auténticas fuerzas de unidad, ¡esforcémonos entonces en ser los primeros en buscar una
reconciliación interior a través de la penitencia! ¡Perdonemos las ofensas padecidas y
dominemos todo sentimiento de rabia y de enfrentamiento! ¡Esforcémonos en ser los
primeros en demostrar la humildad y la pureza de corazón necesarias para acercarnos al
esplendor de la verdad de Dios! En fidelidad al depósito de la fe confiado a los Apóstoles
(cf. 1 Tm 6,20), ¡esforcémonos en ser testigos alegres de la fuerza transformadora del
Evangelio!
¡Queridos hermanos y hermanas, de acuerdo con las tradiciones más nobles de la Iglesia en
este país, sed también los primeros amigos del pobre, del prófugo, del extranjero, del
enfermo y de todos los que sufren! ¡Actuad como faros de esperanza, irradiando la luz de
Cristo en el mundo y animando a los jóvenes a descubrir la belleza de una vida entregada
enteramente al Señor y a su Iglesia! Dirijo este llamado de modo especial a los numerosos
seminaristas y jóvenes religiosas y religiosos aquí presentes. Cada uno de vosotros tiene un
lugar particular en mi corazón. No olvidéis nunca que estáis llamados a llevar adelante, con
todo el entusiasmo y la alegría que os da el Espíritu, una obra que otros han empezado, un
patrimonio que un día vosotros tendréis que pasar también a una nueva generación.
¡Trabajad con generosidad y alegría, porque Aquél a quien servís es el Señor!
Las agujas de las torres de la catedral de san Patricio han sido muy superadas por los
rascacielos del tipo de Manhattan; sin embargo, en el corazón de esta metrópoli ajetreada
ellas son un signo vivo que recuerda la constante nostalgia del espíritu humano de elevarse
hacia Dios. En esta Celebración eucarística queremos dar gracias al Señor porque nos
permite reconocerlo en la comunión de la Iglesia y colaborar con Él, edificando su Cuerpo
místico y llevando su palabra salvadora como buena nueva a los hombres y mujeres de
nuestro tiempo. Y después, cuando salgamos de este gran templo, caminemos como
mensajeros de la esperanza en medio de esta ciudad y en todos aquellos lugares donde nos
ha puesto la gracia de Dios. De este modo la Iglesia en América conocerá una nueva
primavera en el Espíritu e indicará el camino hacia aquella otra ciudad más grande, la
nueva Jerusalén, cuya luz es el Cordero (cf. Ap 21,23). Por esto Dios está preparando
también ahora un banquete de alegría y de vida infinitas para todos los pueblos. Amén
Palabras improvisadas del Santo Padre al final de la celebración de la Santa Misa:
En este momento no me queda más que agradecerles su amor a la Iglesia y a Nuestro
Señor; agradecerles que también ofrezcan su amor al pobre Sucesor de San Pedro. Intentaré
hacer todo lo posible para ser un digno sucesor de este gran Apóstol, el cual era también un
hombre con sus defectos y sus pecados, pero que al final sigue siendo la roca de la Iglesia.
Con toda mi pobreza espiritual, también yo puedo ser ahora, por gracia del Señor, el
Sucesor de Pedro. Ciertamente las plegarias y el amor de ustedes son lo que me da la
certeza de que el Señor me ayudará en mi ministerio. Les agradezco profundamente, pues,
su amor, sus oraciones. En este momento, mi respuesta a todo lo que me han dado durante
mi visita es la bendición que ahora les imparto al final de esta hermosa Celebración.
222
Encuentro con los Jóvenes Minusválidos
Palabras de Su Santidad Benedicto XVI
Seminario de San José, Yonkers, Nueva York
Sábado 19 de abril de 2008
Eminencia,
Excelencia,
queridos amigos:
Me alegra tener esta oportunidad de encontrarme brevemente con ustedes. Agradezco el
saludo del Señor Cardenal y, sobre todo, doy las gracias a vuestros representantes por sus
atentas palabras y por el regalo de vuestra composición. Sepan que estoy muy contento de
estar con ustedes. Les ruego que transmitan mi saludo a sus padres y familiares, a sus
profesores y a los que les atienden.
Dios les ha bendecido con el don de la vida, y con otros talentos y cualidades, por medio de
las cuales pueden servirlo a Él y a la sociedad de diferentes modos. Aunque la contribución
de algunos puede parecer grande y la de otros más modesta, el valioso testimonio de
nuestros esfuerzos constituye siempre un signo de esperanza para todos.
A veces es un reto encontrar una razón para lo que aparece solamente como una dificultad
que superar o un dolor que afrontar. No obstante, la fe nos ayuda a ampliar el horizonte más
allá de nosotros mismos para ver la vida como Dios la ve. El amor incondicional de Dios,
que alcanza a todo ser humano, otorga un significado y finalidad a cada vida humana. Por
su Cruz, Jesús nos introduce realmente en su amor salvador (cf. Jn 12,32) y así nos muestra
la dirección, el camino de la esperanza que nos transfigura, de modo que nosotros mismos
lleguemos a ser para los demás transmisores de esperanza y amor.
Queridos amigos, les animo a rezar todos los días por nuestro mundo. Hay muchas
intenciones y personas por las que poder orar, también por los que todavía no han llegado a
conocer a Jesús. Les ruego que recen también por mí. Como saben, acabo de cumplir un
año más. El tiempo vuela.
Reitero a todos mi gratitud, también a los Jóvenes Cantores de la Catedral de San Patricio y
a los miembros del Coro de Sordos de la Archidiócesis. Como signo de vigor y de paz y
con gran afecto en el Señor, les imparto a ustedes y a sus familias, a sus profesores y a los
que les cuidan mi Bendición Apostólica.
223
Encuentro con los Jóvenes y los Seminaristas
Discurso de Su Santidad Benedicto XVI
Seminario de San José, Yonkers, Nueva York
Sábado 19 de abril de 2008
Eminencia,
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Queridos jóvenes amigos:
Proclamen a Cristo Señor, “siempre prontos para dar razón de su esperanza a todo el que se
la pidiere” (1 Pe 3,15). Con estas palabras de la Primera carta de san Pedro, saludo a cada
uno de ustedes con cordial afecto. Agradezco al Señor Cardenal Egan sus amables palabras
de bienvenida y también doy las gracias a los representantes que han elegido por sus
manifestaciones de gozosa acogida. Dirijo un particular saludo y expreso mi gratitud al
Señor Obispo Walsh, Rector del Seminario de San José, al personal y a los seminaristas.
Jóvenes amigos, me alegra tener la ocasión de hablar con ustedes. Lleven, por favor, mis
cordiales saludos a los miembros de sus familias y a sus parientes, así como a sus
profesores y al personal de las diversas Escuelas, Colegios y Universidades a las que
pertenecen. Me consta que muchos han trabajado intensamente para garantizar la
realización de este nuestro encuentro. Les quedo muy reconocido. Gracias también por
haberme cantado el “Happy Birthday”. Gracias por este detalle conmovedor; a todos les
doy un sobresaliente por la pronunciación del alemán. Esta tarde quisiera compartir con
ustedes algunas reflexiones sobre el ser discípulo de Jesucristo; siguiendo las huellas del
Señor, nuestra vida se transforma en un viaje de esperanza.
Tienen delante las imágenes de seis hombres y mujeres ordinarios que se superaron para
llevar una vida extraordinaria. La Iglesia les tributa el honor de Venerables, Beatos o
Santos: cada uno respondió a la llamada de Dios y a una vida de caridad, y lo sirvió aquí en
las calles y callejas o en los suburbios de Nueva York. Me ha impresionado la
heterogeneidad de este grupo: pobres y ricos, laicos y laicas –una era una pudiente esposa
y madre–, sacerdotes y religiosas, emigrantes venidos de lejos, la hija de un guerrero
Mohawk y una madre Algonquin, un esclavo haitiano y un intelectual cubano.
Santa Isabel Ana Seton, Santa Francisca Javier Cabrina, San Juan Neumann, la beata Kateri
Tekakwitha, el venerable Pierre Toussaint y el Padre Félix Varela: cada uno de nosotros
podría estar entre ellos, pues en este grupo no hay un estereotipo, ningún modelo uniforme.
Pero mirando más de cerca se aprecian ciertos rasgos comunes. Inflamados por el amor de
Jesús, sus vidas se convirtieron en extraordinarios itinerarios de esperanza. Para algunos,
esto supuso dejar la Patria y embarcarse en una peregrinación de miles de kilómetros. Para
224
todos, un acto de abandono en Dios con la confianza de que él es la meta final de todo
peregrino. Y cada uno de ellos ofrecían su “mano tendida” de esperanza a cuantos
encontraban en el camino, suscitando en ellos muchas veces una vida de fe. Atendieron a
los pobres, a los enfermos y a los marginados en hospicios, escuelas y hospitales, y,
mediante el testimonio convincente que proviene del caminar humildemente tras las huellas
de Jesús, estas seis personas abrieron el camino de la fe, la esperanza y la caridad a muchas
otras, incluyendo tal vez a sus propios antepasados.
Y ¿qué ocurre hoy? ¿Quién da testimonio de la Buena Noticia de Jesús en las calles de
Nueva York, en los suburbios agitados en la periferia de las grandes ciudades, en las zonas
donde se reúnen los jóvenes buscando a alguien en quien confiar? Dios es nuestro origen y
nuestra meta, y Jesús es el camino. El recorrido de este viaje pasa, como el de nuestros
santos, por los gozos y las pruebas de la vida ordinaria: en vuestras familias, en la escuela o
el colegio, durante vuestras actividades recreativas y en vuestras comunidades parroquiales.
Todos estos lugares están marcados por la cultura en la que estáis creciendo. Como jóvenes
americanos se les ofrecen muchas posibilidades para el desarrollo personal y están siendo
educados con un sentido de generosidad, servicio y rectitud. Pero no necesitan que les diga
que también hay dificultades: comportamientos y modos de pensar que asfixian la
esperanza, sendas que parecen conducir a la felicidad y a la satisfacción, pero que sólo
acaban en confusión y angustia.
Mis años de teenager fueron arruinados por un régimen funesto que pensaba tener todas las
respuestas; su influjo creció –filtrándose en las escuelas y los organismos civiles, así como
en la política e incluso en la religión– antes de que pudiera percibirse claramente que era un
monstruo. Declaró proscrito a Dios, y así se hizo ciego a todo lo bueno y verdadero.
Muchos de los padres y abuelos de ustedes les habrán contado el horror de la destrucción
que siguió después.
Algunos de ellos, de hecho, vinieron a América precisamente para escapar de este terror.
Demos gracias a Dios, porque hoy muchos de su generación pueden gozar de las libertades
que surgieron gracias a la expansión de la democracia y del respeto de los derechos
humanos. Demos gracias a Dios por todos los que lucharon para asegurar que puedan
crecer en un ambiente que cultiva lo bello, bueno y verdadero: sus padres y abuelos, sus
profesores y sacerdotes, las autoridades civiles que buscan lo que es recto y justo.
Sin embargo, el poder destructivo permanece. Decir lo contrario sería engañarse a sí
mismos. Pero éste jamás triunfará; ha sido derrotado. Ésta es la esencia de la esperanza que
nos distingue como cristianos; la Iglesia lo recuerda de modo muy dramático en el Triduo
Pascual y lo celebra con gran gozo en el Tiempo pascual. El que nos indica la vía tras la
muerte es Aquel que nos muestra cómo superar la destrucción y la angustia; Jesús es, pues,
el verdadero maestro de vida (cf. Spe salvi, 6). Su muerte y resurrección significa que
podemos decir al Padre celestial: “Tú has renovado el mundo” (Viernes Santo, Oración
después de la comunión). De este modo, hace pocas semanas, en la bellísima liturgia de la
Vigilia pascual, no por desesperación o angustia, sino con una confianza colmada de
esperanza, clamamos a Dios por nuestro mundo: “Disipa las tinieblas del corazón. Disipa
las tinieblas del espíritu” (cf. Oración al encender el cirio pascual).
225
¿Qué pueden ser estas tinieblas? ¿Qué sucede cuando las personas, sobre todo las más
vulnerables, encuentran el puño cerrado de la represión o de la manipulación en vez de la
mano tendida de la esperanza? El primer grupo de ejemplos pertenece al corazón. Aquí, los
sueños y los deseos que los jóvenes persiguen se pueden romper y destruir muy fácilmente.
Pienso en los afectados por el abuso de la droga y los estupefacientes, por la falta de casa o
la pobreza, por el racismo, la violencia o la degradación, en particular muchachas y
mujeres. Aunque las causas de estas situaciones problemáticas son complejas, todas tienen
en común una actitud mental envenenada que se manifiesta en tratar a las personas como
meros objetos: una insensibilidad del corazón, que primero ignora y después se burla de la
dignidad dada por Dios a toda persona humana. Tragedias similares muestran también que
lo podría haber sido y lo que puede ser ahora, si otras manos, vuestras manos, hubieran
estado tendidas o se tendiesen hacia ellos. Les animo a invitar a otros, sobre todo a los
débiles e inocentes, a unirse a ustedes en el camino de la bondad y de la esperanza.
El segundo grupo de tinieblas –las que afectan al espíritu– a menudo no se percibe, y por
eso es particularmente nocivo. La manipulación de la verdad distorsiona nuestra percepción
de la realidad y enturbia nuestra imaginación y nuestras aspiraciones. Ya he mencionado las
muchas libertades que afortunadamente pueden gozar ustedes. Hay que salvaguardar
rigurosamente la importancia fundamental de la libertad. No sorprende, pues, que muchas
personas y grupos reivindiquen en voz alta y públicamente su libertad. Pero la libertad es
un valor delicado. Puede ser malentendida y usada mal, de manera que no lleva a la
felicidad que todos esperamos, sino hacia un escenario oscuro de manipulación, en el que
nuestra comprensión de nosotros mismos y del mundo se hace confusa o se ve incluso
distorsionada por quienes ocultan sus propias intenciones.
¿Han notado ustedes que, con frecuencia, se reivindica la libertad sin hacer jamás
referencia a la verdad de la persona humana? Hay quien afirma hoy que el respeto a la
libertad del individuo hace que sea erróneo buscar la verdad, incluida la verdad sobre lo que
es el bien. En algunos ambientes, hablar de la verdad se considera como una fuente de
discusiones o de divisiones y, por tanto, es mejor relegar este tema al ámbito privado. En
lugar de la verdad –o mejor, de su ausencia– se ha difundido la idea de que, dando un valor
indiscriminado a todo, se asegura la libertad y se libera la conciencia. A esto llamamos
relativismo. Pero, ¿qué objeto tiene una “libertad” que, ignorando la verdad, persigue lo
que es falso o injusto? ¿A cuántos jóvenes se les ha tendido una mano que, en nombre de la
libertad o de una experiencia, los ha llevado al consumo habitual de estupefacientes, a la
confusión moral o intelectual, a la violencia, a la pérdida del respeto por sí mismos, a la
desesperación incluso y, de este modo, trágicamente, al suicidio? Queridos amigos, la
verdad no es una imposición. Tampoco es un mero conjunto de reglas. Es el descubrimiento
de Alguien que jamás nos traiciona; de Alguien del que siempre podemos fiarnos.
Buscando la verdad llegamos a vivir basados en la fe porque, en definitiva, la verdad es una
persona: Jesucristo. Ésta es la razón por la que la auténtica libertad no es optar por
“desentenderse de”. Es decidir “comprometerse con”; nada menos que salir de sí mismos y
ser incorporados en el “ser para los otros” de Cristo (cf. Spe salvi, 28).
Como creyentes, ¿cómo podemos ayudar a los otros a caminar por el camino de la libertad
que lleva a la satisfacción plena y a la felicidad duradera? Volvamos una vez más a los
santos. ¿De qué modo su testimonio ha liberado realmente a otros de las tinieblas del
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corazón y del espíritu? La respuesta se encuentra en la médula de su fe, de nuestra fe. La
encarnación, el nacimiento de Jesús nos muestra que Dios, de hecho, busca un sitio entre
nosotros. A pesar de que la posada está llena, él entra por el establo, y hay personas que ven
su luz. Se dan cuenta de lo que es el mundo oscuro y hermético de Herodes y siguen, en
cambio, el brillo de la estrella que los guía en la noche. ¿Y qué irradia? A este respecto
pueden recordar la oración recitada en la noche santa de Pascua: “¡Oh Dios!, que por medio
de tu Hijo, luz del mundo, nos has dado la luz de tu gloria, enciende en nosotros la llama
viva de tu esperanza” (cf. Bendición del fuego). De este modo, en la procesión solemne con
las velas encendidas, nos pasamos de uno a otro la luz de Cristo. Es la luz que “ahuyenta
los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes,
expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos” (Exsultet). Ésta es la luz de
Cristo en acción. Éste es el camino de los santos. Ésta es la visión magnífica de la
esperanza. La luz de Cristo les invita a ser estrellas-guía para los otros, marchando por el
camino de Cristo, que es camino de perdón, de reconciliación, de humildad, de gozo y de
paz.
Sin embargo, a veces tenemos la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, de dudar de
la fuerza del esplendor de Cristo, de limitar el horizonte de la esperanza. ¡Ánimo! Miren a
nuestros santos. La diversidad de su experiencia de la presencia de Dios nos sugiere
descubrir nuevamente la anchura y la profundidad del cristianismo. Dejen que su fantasía se
explaye libremente por el ilimitado horizonte del discipulado de Cristo. A veces nos
consideran únicamente como personas que hablan sólo de prohibiciones. Nada más lejos de
la verdad. Un discipulado cristiano auténtico se caracteriza por el sentido de la admiración.
Estamos ante un Dios que conocemos y al que amamos como a un amigo, ante la
inmensidad de su creación y la belleza de nuestra fe cristiana.
Queridos amigos, el ejemplo de los santos nos invita, también, a considerar cuatro aspectos
esenciales del tesoro de nuestra fe: oración personal y silencio, oración litúrgica, práctica de
la caridad y vocaciones.
Lo más importante es que ustedes desarrollen su relación personal con Dios. Esta relación
se manifiesta en la plegaria. Dios, por virtud de su propia naturaleza, habla, escucha y
responde. En efecto, San Pablo nos recuerda que podemos y debemos “ser constantes en
orar” (cf. 1 Ts 5,17). En vez de replegarnos sobre nosotros mismos o de alejarnos de los
vaivenes de la vida, en la oración nos dirigimos hacia Dios y, por medio de Él, nos
volvemos unos a otros, incluyendo a los marginados y a cuantos siguen vías distintas a las
de Dios (cf. Spe salvi, 33). Como admirablemente nos enseñan los santos, la oración se
transforma en esperanza en acto. Cristo era su constante compañero, con quien conversaban
en cualquier momento de su camino de servicio a los demás.
Hay otro aspecto de la oración que debemos recordar: la contemplación y el silencio. San
Juan, por ejemplo, nos dice que para acoger la revelación de Dios es necesario escuchar y
después responder anunciando lo que hemos oído y visto (cf. 1 Jn 1,2-3; Dei Verbum, 1).
¿Hemos perdido quizás algo del arte de escuchar? ¿Dejan ustedes algún espacio para
escuchar el susurro de Dios que les llama a caminar hacia la bondad? Amigos, no tengan
miedo del silencio y del sosiego, escuchen a Dios, adórenlo en la Eucaristía. Permitan que
su palabra modele su camino como crecimiento de la santidad.
227
En la liturgia encontramos a toda la Iglesia en plegaria. La palabra “liturgia” significa la
participación del pueblo de Dios en “la obra de Cristo Sacerdote y de su Cuerpo, que es la
Iglesia” (Sacrosanctum concilium, 7). ¿En qué consiste esta obra? Ante todo se refiere a la
Pasión de Cristo, a su muerte y resurrección y a su ascensión, lo que denominamos
“Misterio pascual”. Se refiere también a la celebración misma de la liturgia. Los dos
significados, de hecho, están vinculados inseparablemente, ya que esta “obra de Jesús” es el
verdadero contenido de la liturgia. Mediante la liturgia, “la obra de Jesús” entra
continuamente en contacto con la historia; con nuestra vida, para modelarla. Aquí
percibimos otra idea de la grandeza de nuestra fe cristiana. Cada vez que se reúnen para la
Santa Misa, cuando van a confesarse, cada vez que celebran uno de los Sacramentos, Jesús
está actuando. Por el Espíritu Santo los atrae hacia sí, dentro de su amor sacrificial por el
Padre, que se transforma en amor hacia todos. De este modo vemos que la liturgia de la
Iglesia es un ministerio de esperanza para la humanidad. Vuestra participación colmada de
fe es una esperanza activa que ayuda a que el mundo -tanto santos como pecadores- esté
abierto a Dios; ésta es la verdadera esperanza humana que ofrecemos a cada uno (cf. Spe
salvi, 34).
Su plegaria personal, sus tiempos de contemplación silenciosa y su participación en la
liturgia de la Iglesia les acerca más a Dios y les prepara también para servir a los demás.
Los santos que nos acompañan esta tarde nos muestran que la vida de fe y de esperanza es
también una vida de caridad. Contemplando a Jesús en la cruz, vemos el amor en su forma
más radical. Comencemos a imaginar el camino del amor por el que debemos marchar (cf.
Deus caritas est, 12). Las ocasiones para recorrer este camino son muchas. Miren a su
alrededor con los ojos de Cristo, escuchen con sus oídos, intuyan y piensen con su corazón
y su espíritu. ¿Están ustedes dispuestos a dar todo por la verdad y la justicia, como hizo Él?
Muchos de los ejemplos de sufrimiento a los que nuestros santos respondieron con
compasión, siguen produciéndose todavía en esta ciudad y en sus alrededores. Y han
surgido nuevas injusticias: algunas son complejas y derivan de la explotación del corazón y
de la manipulación del espíritu; también nuestro ambiente de la vida ordinaria, la tierra
misma, gime bajo el peso de la avidez consumista y de la explotación irresponsable. Hemos
de escuchar atentamente. Hemos de responder con una acción social renovada que nazca
del amor universal que no conoce límites. De este modo estamos seguros de que nuestras
obras de misericordia y justicia se transforman en esperanza viva para los demás.
Queridos jóvenes, quisiera añadir por último una palabra sobre las vocaciones. Pienso, ante
todo, en sus padres, abuelos y padrinos. Ellos han sido sus primeros educadores en la fe. Al
presentarlos para el bautismo, les dieron la posibilidad de recibir el don más grande de su
vida. Aquel día ustedes entraron en la santidad de Dios mismo. Llegaron a ser hijos e hijas
adoptivos del Padre. Fueron incorporados a Cristo. Se convirtieron en morada de su
Espíritu. Recemos por las madres y los padres en todo el mundo, en particular por los que
de alguna manera están lejos, social, material, espiritualmente. Honremos las vocaciones al
matrimonio y a la dignidad de la vida familiar. Deseamos que se reconozca siempre que las
familias son el lugar donde nacen las vocaciones.
Saludo a los seminaristas congregados en el Seminario de San José y animo también a
todos los seminaristas de América. Me alegra saber que están aumentando. El Pueblo de
228
Dios espera de ustedes que sean sacerdotes santos, caminando cotidianamente hacia la
conversión, inculcando en los demás el deseo de entrar más profundamente en la vida
eclesial de creyentes. Les exhorto a profundizar su amistad con Jesús, el Buen Pastor.
Hablen con Él de corazón a corazón. Rechacen toda tentación de ostentación, hacer carrera
o de vanidad. Tiendan hacia un estilo de vida caracterizado auténticamente por la caridad,
la castidad y la humildad, imitando a Cristo, el Sumo y Eterno Sacerdote, del que deben
llegar a ser imágenes vivas (cf. Pastores dabo vobis, 33). Queridos seminaristas, rezo por
ustedes cada día. Recuerden que lo que cuenta ante el Señor es permanecer en su amor e
irradiar su amor por los demás.
Las Religiosas, los Religiosos y los Sacerdotes de las Congregaciones contribuyen
generosamente a la misión de la Iglesia. Su testimonio profético se caracteriza por una
convicción profunda de la primacía del Evangelio para plasmar la vida cristiana y
transformar la sociedad. Quisiera hoy llamar su atención sobre la renovación espiritual
positiva que las Congregaciones están llevando a cabo en relación con su carisma. La
palabra “carisma” significa don ofrecido libre y gratuitamente. Los carismas los concede el
Espíritu Santo que inspira a los fundadores y fundadoras y forma las Congregaciones con el
consiguiente patrimonio espiritual. El maravilloso conjunto de carismas propios de cada
Instituto religioso es un tesoro espiritual extraordinario. En efecto, la historia de la Iglesia
se muestra tal vez del modo más bello a través de la historia de sus escuelas de
espiritualidad, la mayor parte de las cuales se remontan a la vida de los santos fundadores y
fundadoras. Estoy seguro que, descubriendo los carismas que producen esta riqueza de
sabiduría espiritual, algunos de ustedes, jóvenes, se sentirán atraídos por una vida de
servicio apostólico o contemplativo. No sean tímidos para hablar con hermanas, hermanos
o sacerdotes religiosos sobre su carisma y la espiritualidad de su Congregación. No existe
ninguna comunidad perfecta, pero es el discernimiento de la fidelidad al carisma fundador,
no a una persona en particular, lo que el Señor les está pidiendo. Ánimo. También ustedes
pueden hacer de su vida una autodonación por amor al Señor Jesús y, en Él, a todos los
miembros de la familia humana (cf. Vita consecrata, 3).
Amigos, de nuevo les pregunto, ¿qué decir de la hora presente? ¿Qué están buscando? ¿Qué
les está sugiriendo Dios? Cristo es la esperanza que jamás defrauda. Los santos nos
muestran el amor desinteresado por su camino. Como discípulos de Cristo, sus caminos
extraordinarios se desplegaron en aquella comunidad de esperanza que es la Iglesia. Y
también ustedes encontrarán dentro de la Iglesia el aliento y el apoyo para marchar por el
camino del Señor. Alimentados por la plegaria personal, preparados en el silencio,
modelados por la liturgia de la Iglesia, descubrirán la vocación particular a la que el Señor
les llama. Acójanla con gozo. Hoy son ustedes los discípulos de Cristo. Irradien su luz en
esta gran ciudad y en otras. Den razón de su esperanza al mundo. Hablen con los demás de
la verdad que les hace libres. Con estos sentimientos de gran esperanza en ustedes, les
saludo con un “hasta pronto”, hasta encontrarme de nuevo con ustedes en julio, para la
Jornada Mundial de la Juventud en Sidney. Y, como signo de mi afecto por ustedes y sus
familias, les imparto con alegría la
Bendición Apostólica.
229
Palabras del Santo Padre a los jóvenes y seminaristas de lengua española
Queridos Seminaristas, queridos jóvenes:
Es para mí una gran alegría poder encontrarme con todos ustedes en el transcurso de esta
visita, durante la cual he festejado también mi cumpleaños. Gracias por su acogida y por el
cariño que me han demostrado.
Les animo a abrirle al Señor su corazón para que Él lo llene por completo y con el fuego de
su amor lleven su Evangelio a todos los barrios de Nueva York.
La luz de la fe les impulsará a responder al mal con el bien y la santidad de vida, como lo
hicieron los grandes testigos del Evangelio a lo largo de los siglos. Ustedes están llamados
a continuar esa cadena de amigos de Jesús, que encontraron en su amor el gran tesoro de
sus vidas. Cultiven esta amistad a través de la oración, tanto personal como litúrgica, y por
medio de las obras de caridad y del compromiso por ayudar a los más necesitados. Si no lo
han hecho, plantéense seriamente si el Señor les pide seguirlo de un modo radical en el
ministerio sacerdotal o en la vida consagrada. No basta una relación esporádica con Cristo.
Una amistad así no es tal. Cristo les quiere amigos suyos íntimos, fieles y perseverantes.
A la vez que les renuevo mi invitación a participar en la Jornada Mundial de la Juventud en
Sidney, les aseguro mi recuerdo en la oración, en la que suplico a Dios que los haga
auténticos discípulos de Cristo Resucitado. Muchas gracias.
230
Visita a la Zona Cero
Oración de Su Santidad Benedicto XVI
Ground Zero, Nueva York
Domingo 20 de abril de 2008
¡Oh Dios de amor, compasión y salvación!
¡Míranos, gente de diferentes creencias y tradiciones,
reunidos hoy en este lugar,
escenario de violencia y dolor increíbles.
Te pedimos que por tu bondad
concedas la luz y la paz eternas
a todos los que murieron aquí,
a los que heroicamente acudieron los primeros,
nuestros bomberos, policías,
servicios de emergencia y las autoridades del puerto,
y a todos los hombres y mujeres inocentes
que fueron víctimas de esta tragedia
simplemente porque vinieron aquí para cumplir con su deber
el 11 de septiembre de 2001.
Te pedimos que tengas compasión
y alivies las penas de aquellos que,
por estar presentes aquí ese día,
hoy están heridos o enfermos.
Alivia también el dolor de las familias que todavía sufren
y de todos los que han perdido a sus seres queridos en esta tragedia.
Dales fortaleza para seguir viviendo con valentía y esperanza.
También tenemos presentes
a cuantos murieron, resultaron heridos o sufrieron pérdidas
ese mismo día en el Pentágono y en Shanskville, Pennsylvania.
Nuestros corazones se unen a los suyos,
mientras nuestras oraciones abrazan su dolor y sufrimiento.
Dios de la paz, concede tu paz a nuestro violento mundo:
paz en los corazones de todos los hombres y mujeres
y paz entre las naciones de la tierra.
Lleva por tu senda del amor
231
a aquellos cuyas mentes y corazones
están nublados por el odio.
Dios de comprensión,
abrumados por la magnitud de esta tragedia,
buscamos tu luz y tu guía
cuando nos enfrentamos con hechos tan terribles como éste.
Haz que aquellos cuyas vidas fueron salvadas
vivan de manera que las vidas perdidas aquí
no lo hayan sido en vano.
Confórtanos y consuélanos,
fortalécenos en la esperanza,
y danos la sabiduría y el coraje
para trabajar incansablemente por un mundo
en el que la verdadera paz y el amor
reinen entre las naciones y en los corazones de todos.
232
Celebración Eucarística
Homilía de Su Santidad Benedicto XVI
Yankee Stadium, Bronx, Nueva York
V Domingo de Pascua, 20 de abril de 2008
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
En el Evangelio que acabamos de escuchar, Jesús dice a sus Apóstoles que tengan fe en Él,
porque Él es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Cristo es el camino que conduce al
Padre, la verdad que da sentido a la existencia humana, y la fuente de esa vida que es
alegría eterna con todos los Santos en el Reino de los cielos. Acojamos estas palabras del
Señor. Renovemos nuestra fe en Él y pongamos nuestra esperanza en sus promesas.
Con esta invitación a perseverar en la fe de Pedro (cf. Lc 22,32; Mt 16,17), les saludo a
todos con gran afecto. Agradezco al Señor Cardenal Egan las cordiales palabras de
bienvenida que ha pronunciado en vuestro nombre. En esta Misa, la Iglesia que peregrina
en los Estados Unidos celebra el Bicentenario de la creación de las sedes de Nueva York,
Boston, Filadelfia y Louisville por la desmembración de la sede madre de Baltimore. La
presencia, en torno a este altar, del Sucesor de Pedro, de sus Hermanos Obispos y
sacerdotes, de los diáconos, de los consagrados y consagradas, así como de los fieles laicos
procedentes de los cincuenta Estados de la Unión, manifiesta de forma elocuente nuestra
comunión en la fe católica que nos llegó de los Apóstoles.
La celebración de hoy es también un signo del crecimiento impresionante que Dios ha
concedido a la Iglesia en vuestro País en los pasados doscientos años. A partir de un
pequeño rebaño, como el descrito en la primera lectura, la Iglesia en América ha sido
edificada en la fidelidad a los dos mandamientos del amor a Dios y del amor al prójimo. En
esta tierra de libertad y oportunidades, la Iglesia ha unido rebaños muy diversos en la
profesión de fe y, a través de sus muchas obras educativas, caritativas y sociales, también
ha contribuido de modo significativo al crecimiento de la sociedad americana en su
conjunto.
Este gran resultado no ha estado exento de retos. La primera lectura de hoy, tomada de los
Hechos de los Apóstoles, habla de las tensiones lingüísticas y culturales que había en la
primitiva comunidad eclesial. Al mismo tiempo, muestra el poder de la Palabra de Dios,
proclamada autorizadamente por los Apóstoles y acogida en la fe, para crear una unidad
capaz de ir más allá de las divisiones que provienen de los límites y debilidades humanas.
Se nos recuerda aquí una verdad fundamental: que la unidad de la Iglesia no tiene más
fundamento que la Palabra de Dios, hecha carne en Cristo Jesús, Nuestro Señor. Todos los
signos externos de identidad, todas las estructuras, asociaciones o programas, por válidos o
233
incluso esenciales que sean, existen en último término únicamente para sostener y favorecer
una unidad más profunda que, en Cristo, es un don indefectible de Dios a su Iglesia.
La primera lectura muestra además, como vemos en la imposición de manos sobre los
primeros diáconos, que la unidad de la Iglesia es “apostólica”, es decir, una unidad visible
fundada sobre los Apóstoles, que Cristo eligió y constituyó como testigos de su
resurrección, y nacida de lo que la Escritura denomina “la obediencia de la fe” (Rm 1,5;
Hch 6,7).
“Autoridad”… “obediencia”. Siendo francos, estas palabras no se pronuncian hoy
fácilmente. Palabras como éstas representan “una piedra de tropiezo” para muchos de
nuestros contemporáneos, especialmente en una sociedad que justamente da mucho valor a
la libertad personal. Y, sin embargo, a la luz de nuestra fe en Cristo, “el camino, la verdad y
la vida”, alcanzamos a ver el sentido más pleno, el valor e incluso la belleza de tales
palabras. El Evangelio nos enseña que la auténtica libertad, la libertad de los hijos de Dios,
se encuentra sólo en la renuncia al propio yo, que es parte del misterio del amor. Sólo
perdiendo la propia vida, como nos dice el Señor, nos encontramos realmente a nosotros
mismos (cf. Lc 17,33). La verdadera libertad florece cuando nos alejamos del yugo del
pecado, que nubla nuestra percepción y debilita nuestra determinación, y ve la fuente de
nuestra felicidad definitiva en Él, que es amor infinito, libertad infinita, vida sin fin. “En su
voluntad está nuestra paz”.
Por tanto, la verdadera libertad es un don gratuito de Dios, fruto de la conversión a su
verdad, a la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32). Y dicha libertad en la verdad lleva
consigo un modo nuevo y liberador de ver la realidad. Cuando nos identificamos con “la
mente de Cristo” (cf. Fil 2,5), se nos abren nuevos horizontes. A la luz de la fe, en la
comunión de la Iglesia, encontramos también la inspiración y la fuerza para llegar a ser
fermento del Evangelio en este mundo. Llegamos a ser luz del mundo, sal de la tierra (cf.
Mt 5,13-14), encargados del “apostolado” de conformar nuestras vidas y el mundo en que
vivimos cada vez más plenamente con el plan salvador de Dios.
La magnífica visión de un mundo transformado por la verdad liberadora del Evangelio
queda reflejada en la descripción de la Iglesia que encontramos en la segunda lectura de
hoy. El Apóstol nos dice que Cristo, resucitado de entre los muertos, es la piedra angular de
un gran templo que también ahora se está edificando en el Espíritu. Y nosotros, miembros
de su cuerpo, nos hacemos por el Bautismo “piedras vivas” de ese templo, participando por
la gracia en la vida de Dios, bendecidos con la libertad de los hijos de Dios, y capaces de
ofrecer sacrificios espirituales agradables a él (cf. 1 P 2,5). ¿Qué otra ofrenda estamos
llamados a realizar, sino la de dirigir todo pensamiento, palabra o acción a la verdad del
Evangelio, o a dedicar toda nuestra energía al servicio del Reino de Dios? Sólo así podemos
construir con Dios, sobre el cimiento que es Cristo (cf. 1 Co 3,11). Sólo así podemos
edificar algo que sea realmente duradero. Sólo así nuestra vida encuentra el significado
último y da frutos perdurables.
Hoy recordamos doscientos años de un momento crucial la historia de la Iglesia en los
Estados Unidos: su primer gran fase de crecimiento. En estos doscientos años, el rostro de
la comunidad católica en vuestro País ha cambiado considerablemente. Pensemos en las
234
continuas oleadas de emigrantes, cuyas tradiciones han enriquecido mucho a la Iglesia en
América. Pensemos en la recia fe que edificó la cadena de Iglesias, instituciones educativas,
sanitarias y sociales, que desde hace mucho tiempo son el emblema distintivo de la Iglesia
en este territorio. Pensemos también en los innumerables padres y madres que han
transmitido la fe a sus hijos, en el ministerio cotidiano de muchos sacerdotes que han
gastado su vida en el cuidado de las almas, en la contribución incalculable de tantos
consagrados y consagradas, quienes no sólo han enseñado a los niños a leer y escribir, sino
que también les han inculcado para toda la vida un deseo de conocer, amar y servir a Dios.
Cuántos “sacrificios espirituales agradables a Dios” se han ofrecido en los dos siglos
transcurridos. En esta tierra de libertad religiosa, los católicos han encontrado no sólo la
libertad para practicar su fe, sino también para participar plenamente en la vida civil,
llevando consigo sus convicciones morales a la esfera pública, cooperando con sus vecinos
a forjar una vibrante sociedad democrática. La celebración actual es algo más que una
ocasión de gratitud por las gracias recibidas: es una invitación para proseguir con la firme
determinación de usar sabiamente la bendición de la libertad, con el fin de edificar un
futuro de esperanza para las generaciones futuras.
“Ustedes son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo
adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que les llamó a salir de la tiniebla y a
entrar en su luz maravillosa” (1 P 2,9). Estas palabras del Apóstol Pedro no sólo nos
recuerdan la dignidad que por gracia de Dios tenemos, sino que también entrañan un
desafío y una fidelidad cada vez más grande a la herencia gloriosa recibida en Cristo (cf. Ef
1,18). Nos retan a examinar nuestras conciencias, a purificar nuestros corazones, a renovar
nuestro compromiso bautismal de rechazar a Satanás y todas sus promesas vacías. Nos
retan a ser un pueblo de la alegría, heraldos de la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5)
nacida de la fe en la Palabra de Dios y de la confianza en sus promesas.
En esta tierra, ustedes y muchos de sus vecinos rezan todos los días al Padre con las
palabras del Señor: “Venga tu Reino”. Esta plegaria debe forjar la mente y el corazón de
todo cristiano de esta Nación. Debe dar fruto en el modo en que ustedes viven su esperanza
y en la manera en que construyen su familia y su comunidad. Debe crear nuevos “lugares
de esperanza” (cf. Spe salvi, 32ss) en los que el Reino de Dios se haga presente con todo su
poder salvador.
Además, rezar con fervor por la venida del Reino significa estar constantemente atentos a
los signos de su presencia, trabajando para que crezca en cada sector de la sociedad. Esto
quiere decir afrontar los desafíos del presente y del futuro confiados en la victoria de Cristo
y comprometiéndose en extender su Reino. Comporta no perder la confianza ante
resistencias, adversidades o escándalos. Significa superar toda separación entre fe y vida,
oponiéndose a los falsos evangelios de libertad y felicidad. Quiere decir, además, rechazar
la falsa dicotomía entre la fe y la vida política, pues, como ha afirmado el Concilio
Vaticano II, “ninguna actividad humana, ni siquiera en los asuntos temporales, puede
sustraerse a la soberanía de Dios” (Lumen gentium, 36). Esto quiere decir esforzarse para
enriquecer la sociedad y la cultura americanas con la belleza y la verdad del Evangelio, sin
perder jamás de vista esa gran esperanza que da sentido y valor a todas las otras esperanzas
que inspiran nuestra vida.
235
Queridos amigos, éste es el reto que os presenta hoy el Sucesor de Pedro. Como “raza
elegida, sacerdocio real, nación consagrada”, sigan con fidelidad las huellas de quienes les
han precedido. Apresuren la venida del Reino en esta tierra. Las generaciones pasadas les
han legado una herencia extraordinaria. También en nuestros días la comunidad católica de
esta Nación ha destacado en su testimonio profético en defensa de la vida, en la educación
de los jóvenes, en la atención a los pobres, enfermos o extranjeros que viven entre ustedes.
También hoy el futuro de la Iglesia en América debe comenzar a elevarse partiendo de
estas bases sólidas.
Ayer, no lejos de aquí, me ha conmovido la alegría, la esperanza y el amor generoso a
Cristo que he visto en el rostro de tantos jóvenes congregados en Dunwoodie. Ellos son el
futuro de la Iglesia y merecen nuestras oraciones y todo el apoyo que podamos darles. Por
eso, deseo concluir añadiendo una palabra de aliento para ellos. Queridos jóvenes amigos:
igual que los siete hombres “llenos de espíritu de sabiduría” a los que los Apóstoles
confiaron el cuidado de la joven Iglesia, álcense también ustedes y asuman la
responsabilidad que la fe en Cristo les presenta. Que encuentren la audacia de proclamar a
Cristo, “el mismo ayer, hoy y siempre”, y las verdades inmutables que se fundamentan en
Él (cf. Gaudium et spes, 10; Hb 13,8): son verdades que nos hacen libres. Se trata de las
únicas verdades que pueden garantizar el respeto de la dignidad y de los derechos de todo
hombre, mujer y niño en nuestro mundo, incluidos los más indefensos de todos los seres
humanos, como los niños que están aún en el seno materno. En un mundo en el que, como
Juan Pablo II nos recordó hablando en este mismo lugar, Lázaro continúa llamando a
nuestra puerta (Homilía en el Yankee Stadium, 2 de octubre de 1979, n. 7), actúen de modo
que su fe y su amor den fruto ayudando a los pobres, a los necesitados y a los sin voz.
Muchachos y muchachas de América, les reitero: abran los corazones a la llamada de Dios
para seguirlo en el sacerdocio y en la vida religiosa. ¿Puede haber un signo de amor más
grande que seguir las huellas de Cristo, que no dudó en dar la vida por sus amigos (cf. Jn
15,13)?
En el Evangelio de hoy, el Señor promete a los discípulos que realizarán obras todavía más
grandes que las suyas (cf. Jn 14,12). Queridos amigos, sólo Dios en su providencia sabe lo
que su gracia debe realizar todavía en sus vidas y en la vida de la Iglesia de los Estados
Unidos. Mientras tanto, la promesa de Cristo nos colma de esperanza firme. Unamos, pues,
nuestras plegarias a la suya, como piedras vivas del templo espiritual que es su Iglesia una,
santa, católica y apostólica. Dirijamos nuestra mirada hacia él, pues también ahora nos está
preparando un sitio en la casa de su Padre. Y, fortalecidos por el Espíritu Santo, trabajemos
con renovado ardor por la extensión de su Reino.
“Dichosos los creyentes” (cf. 1 P 2,7). Dirijámonos a Jesús. Sólo Él es el camino que
conduce a la felicidad eterna, la verdad que satisface los deseos más profundos de todo
corazón, y la vida trae siempre nuevo gozo y esperanza, para nosotros y para todo el
mundo. Amén.
Palabras del Santo Padre a los fieles de lengua española
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
236
Les saludo con afecto y me alegro de celebrar esta Santa Misa para dar gracias a Dios por el
bicentenario del momento en que empezó a desarrollarse la Iglesia Católica en esta Nación.
Al mirar el camino de fe recorrido en estos años, no exento también de dificultades,
alabamos al Señor por los frutos que la Palabra de Dios ha dado en estas tierras y le
manifestamos nuestro deseo de que Cristo, Camino, Verdad y Vida, sea cada vez más
conocido y amado.
Aquí, en este País de libertad, quiero proclamar con fuerza que la Palabra de Cristo no
elimina nuestras aspiraciones a una vida plena y libre, sino que nos descubre nuestra
verdadera dignidad de hijos de Dios y nos alienta a luchar contra todo aquello que nos
esclaviza, empezando por nuestro propio egoísmo y caprichos. Al mismo tiempo, nos
anima a manifestar nuestra fe a través de nuestra vida de caridad y a hacer que nuestras
comunidades eclesiales sean cada día más acogedoras y fraternas.
Sobre todo a los jóvenes les confío asumir el gran reto que entraña creer en Cristo y lograr
que esa fe se manifieste en una cercanía efectiva hacia los pobres. También en una
respuesta generosa a las llamadas que Él sigue formulando para dejarlo todo y emprender
una vida de total consagración a Dios y a la Iglesia, en la vida sacerdotal o religiosa.
Queridos hermanos y hermanas, les invito a mirar el futuro con esperanza, permitiendo que
Jesús entre en sus vidas. Solamente Él es el camino que conduce a la felicidad que no
acaba, la verdad que satisface las más nobles expectativas humanas y la vida colmada de
gozo para bien de la Iglesia y el mundo. Que Dios les bendiga.
237
Ceremonia de Despedida
Discurso del Santo Padre Benedicto XVI
Aeropuerto internacional John Fitzgerald Kennedy, Nueva York
Domingo 20 de abril de 2008
Señor Vicepresidente,
Ilustres Autoridades,
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Queridos Hermanos y Hermanas:
Ha llegado el momento de despedirme de vuestro País. Los días que he pasado en los
Estados Unidos han estado bendecidos por muchas e inolvidables experiencias del sentido
de hospitalidad de los americanos. Deseos expresarles a todos ustedes mi profunda gratitud
por su amable acogida. Me ha alegrado ser testigo de la fe y de la devoción de la
comunidad católica en esta Nación. Ha sido alentador encontrar a los líderes y a los
representantes de otras comunidades cristianas y de otras religiones, motivo por el cual les
aseguro mi consideración y estima. Agradezco al Señor Presidente Bush el que viniera a
saludarme al comienzo de mi visita, y doy las gracias al Señor Vicepresidente Cheney por
su presencia aquí en el momento de mi salida. Las autoridades civiles, los encargados y
voluntarios en Washington y en Nueva York han sacrificado generosamente su tiempo y
energías para asegurar el sereno desarrollo de mi visita en cada una de sus etapas, y por esta
razón expreso mi profundo agradecimiento al Señor Alcalde de Washington, Adrian Fenty,
y al Señor Alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg.
Reitero mis felicitaciones y mi plegaria a los representantes de las Sedes de Baltimore, la
primera Archidiócesis, y a las de Nueva York, Boston, Filadelfia y Louisville, en este año
jubilar. Que el Señor continúe colmándoles de bendiciones en los años venideros. Renuevo
mi reconocimiento por su arduo compromiso y su dedicación a todos mis Hermanos en el
Episcopado, a Mons. DiMarzio, Obispo de Brookling, a los oficiales y al personal de la
Conferencia Episcopal, que han contribuido de diversos modos a la preparación de esta
visita. Con gran afecto saludo una vez más a los sacerdotes y religiosos, a los diáconos, a
los seminaristas y a los jóvenes, y a todos los fieles de los Estados Unidos, y los aliento a
perseverar dando un gozoso testimonio de Cristo, nuestra esperanza, nuestro Señor y
Salvador resucitado, que renueva todas las cosas y nos da la vida en abundancia.
Uno de los momentos más significativos de mi visita ha sido la oportunidad de dirigir la
palabra a la Asamblea de las Naciones Unidas. Agradezco al Secretario General, Ban Kimoon, su atenta invitación y su acogida. Revisando los sesenta años transcurridos desde la
Declaración Universal de los Derechos del Hombre, agradezco todo lo que la Organización
238
ha logrado realizar para defender y promover los derechos fundamentales de todo hombre,
mujer y niño en cualquier parte del mundo, y aliento a todos los hombres de buena voluntad
a continuar esforzándose sin desfallecer en la promoción de la coexistencia justa y pacífica
entre los pueblos y las naciones.
La visita que esta mañana he realizado a “Ground Zero” permanecerá profundamente
grabada en mi memoria. Seguiré rezando por los que fallecieron y por los que sufren las
consecuencias de la tragedia que tuvo lugar en 2001. Rezo por todos los Estados Unidos,
realmente por todo el mundo, para que el futuro traiga una mayor fraternidad y solidaridad,
un creciente respecto recíproco y una renovada fe y confianza en Dios, nuestro Padre que
está en el cielo.
Con estas palabras de despedida, les dejo, rogándoles que se acuerden de mí en sus
plegarias, a la vez que les aseguro mi afecto y mi amistad en el Señor. Dios bendiga a
América.
239
Índice
Prólogo de P. Federico Lombardi S.I.
2
Introducción de José Alberto Villasana
4
El día nefasto
6
Su primer viaje
8
Luego de Colonia
10
Obispos de México con el Papa
12
El Papa y los exorcistas
14
Ratzinger abre fuego
16
Los últimos minutos de Juan Pablo II
18
Su propio ritmo de trabajo
20
El Vocero
22
El descuido de la creación
24
El Papa no inventa verdugos
26
Rumbo a la Navidad de 2005
28
Su primera Navidad
30
A imagen y semejanza
32
En la verdad la paz
34
Cuerpo diplomático acreditado
36
240
El Papa y los medios
38
Hay un límite impuesto al mal
40
Sólo por cargar una oveja
42
El Papa, obispos y candidatos
44
Ty Jestes Skala
46
México y Polonia
48
El Papa mujer
50
El Papa y el demonio
52
Inician los cambios curiales
54
Humo gris
56
El Padre Federico Lombardi
58
El Papa y el Líbano
60
¡Danos la paz hoy!
62
El verano en Castelgandolfo
64
El Islam nunca grita
66
El verdadero enemigo a vencer
68
Del odio al amor
70
Una incómoda acomodada
72
Discurso en Verona
74
Benedicto XVI vs pederastas
76
Nuevos vientos en Roma y en México
78
Sea por la paz
80
241
Mensaje de Navidad 2006
82
Las prioridades del Papa
84
Víctimas pero verdugos
86
Justo, firme y bueno
88
Exhorto nuevamente...
90
Su primer libro
92
La carta preventiva hacia el aborto
94
En Brasil
96
Luego de Brasil
98
Felipe Calderón con Benedicto XVI
100
En sana separación
102
El sonido de Asís
104
La Iglesia es una, y su documento
106
Su Nuncio en México
108
Infierno en el mundo
110
Confiesa el Secretario
112
Las tres tareas
114
Desde Austria
116
Los papas del siglo XX y XXI
118
Nuevo cardenal mexicano
120
En Nápoles
122
242
Una creación que gime
124
El Papa con los cardenales
126
Su segunda encíclica
128
Que los creyentes crean
130
Mes por mes 2007
132
El Mensaje por la Paz 2008
134
Con los embajadores
136
Con quien sabemos nos ama
138
Servidores de todos
140
En Estados Unidos
142
Su visión del mundo
144
Esta es una gran noticia
146
Habrá hambre
148
Indulgencia Plenaria
150
Palabras de esperanza
152
Los falsos dioses
154
Los santos normales
156
En Lourdes
158
En Francia
160
¿Cuándo murió Juan Pablo Primero?
162
Apéndice
165
- Rueda de Prensa en el vuelo Roma - Washington
243
166
- Ceremonia oficial de Bienvenida en la Casa Blanca
Discurso del Presidente George W. Bush
170
- Ceremonia oficial de Bienvenida en la Casa Blanca
Discurso de Su Santidad Benedicto XVI
172
- Discurso en el Encuentro con los Obispos de Estados Unidos
Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción de Washington, D.C
175
- Respuestas a las preguntas de los obispos durante el Encuentro
Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción de Washington, D.C
182
- Palabras durante la Entrega de un cáliz al arzobispo de Nueva Orleáns
Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción de Washington, D.C
187
- Homilía en la Santa Misa
Nationals Stadium de Washington, D.C.
188
- Discurso en el Encuentro con los Educadores Católicos
Universidad Católica de América, Washington, D.C.
193
- Discurso en el Encuentro con los Representantes de Otras Religiones
Centro Cultural Papa Juan Pablo II, Washington
199
- Palabras en el Encuentro con los Representantes de la Comunidad Judía
Centro Cultural Papa Juan Pablo II, Washington
203
- Mensaje a la Comunidad Judía en la fiesta de la Pesah (Pascua)
204
- Discurso en el Encuentro con los Miembros de la Asamblea General de las
Naciones Unidas, Nueva York
206
- Discurso en el Encuentro con el Personal de la ONU
Sede de las Naciones Unidas, Nueva York
212
- Palabras en el Encuentro con los Representantes de la Comunidad Judía
Sinagoga de Park East, Nueva York
214
- Discurso en el Encuentro Ecuménico
Iglesia de San José, Nueva York
215
- Homilía en la Misa Votiva por la Iglesia Universal
Catedral de San Patricio, Nueva York
218
- Palabras en el Encuentro con los Jóvenes Minusválidos
Seminario de San José, Yonkers, Nueva York
223
244
- Discurso en el Encuentro con los Jóvenes y Seminaristas
Seminario de San José, Yonkers, Nueva York
224
- Oración en la Visita a la Zona Cero
Ground Zero, Nueva York
231
- Homilía en la Celebración Eucarística
Yankee Stadium, Bronx, Nueva York
233
- Discurso en la Ceremonia de Despedida
Aeropuerto internacional John Fitzgerald Kennedy, Nueva York
238
Índice
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