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FAMILIA FRANCISCANA
MISIONERA DE LA MADRE DEL DIVINO PASTOR
Esta es una propuesta de reflexión, puede tomar el cuerpo que mejor convenga a los diversos grupos, lo importante es
comenzar a vivir en sintonía, en comunión y así ir tejiendo el sentido de Familia de María Ana que tiene una palabra para el
joven y para el mundo de hoy.
1. Un poco de historia…
Memoria y objetivo de las Jornadas
Todo comenzó en el ya lejano 1983, cuando desde Milán, el Juan Pablo II invitó “a los jóvenes
de todas las naciones y continentes” a celebrar un jubileo especial con ocasión del Año Santo
extraordinario de la Redención, cuyo objetivo era “hacerse constructores de nuevas formas de
vida más expresivas del rostro del hombre de hoy. Y, sobre todo, del hombre del mañana que ya
se prefigura en sus rostros”.
Del 11 al 15 de abril de 1984, tuvo lugar en Roma el Jubileo Internacional de los Jóvenes, al
que asistieron 60.000 muchachos venidos de todo el mundo. “¿Quién ha dicho –se preguntó el
Pontífice– que la juventud de hoy ha perdido el sentido de los valores?”. Ese mismo año, el 25
de noviembre, solemnidad de Cristo Rey, el Papa reiteró la invitación a los jóvenes a venir a
Roma el Domingo de Ramos de 1985, proclamado por la ONU Año Internacional de la
Juventud.
El 26 de marzo de 1985, cinco días antes del Domingo de Ramos, Juan Pablo II hizo pública
su Carta Apostólica a los Jóvenes, a los que llama “queridos amigos”, en el que afirma:
“Ustedes son la juventud Ustedes son también la juventud de la Iglesia. Todos miran hacia
ustedes, porque todos nosotros, gracias a ustedes, en cierto sentido, volvemos a ser jóvenes”.
Fue un gran éxito el encuentro, al que asistieron jóvenes de 70 países y en el discurso al
Colegio Cardenalicio del 20 de diciembre de 1985, el Santo Padre anunció la institución de la
Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), que se celebraría todos los Domingos de Ramos.
De este modo se fueron realizando las JMJs a nivel Diocesano y también mundial. Después
de Roma fue Argentina la sede; tras Buenos Aires (1987), la ciudad brasileña será la segunda de
América del Sur en celebrar una JMJ. Con la de Madrid ya se han celebrado veintiséis, todas
ellas presididas por el Papa y once fuera del Vaticano –Buenos Aires (Argentina), Santiago de
Compostela (España), Czestochowa (Polonia), Den ver (Estados Unidos), Manila (Filipinas),
París (Francia), Roma (Italia), Toronto (Canadá), Colonia (Alemania) y Sydney (Australia)–.
2. JMJ 2013 – Río de Janeiro
Presentación del lema y del logo
"VAYAN Y HAGAN DISCÍPULOS A TODOS LOS PUEBLOS" MT 28, 19
Este es el lema del próxima JMJ y, como los anteriores, es un mandato del Evangelio, este
puntualmente nace del envío misionero que Jesús Resucitado realiza a sus discípulos y
discípulas que haciendo eco de su voz se reúnen en Galilea luego de la Resurrección.
FRANCISCANAS MISIONERAS DE LA MADRE DEL DIVINO PASTOR
PROVINCIA “NUESTRA SEÑORA DEL PILAR” / ARGENTINA - BOLIVIA
FAMILIA FRANCISCANA
MISIONERA DE LA MADRE DEL DIVINO PASTOR
Estas palabras del Maestro, compromete a todo/a discípulo/a a vivir la dimensión misionera
de nuestro bautismo.
El logo recoge la espiritualidad y algunas características propias de la tierra que acogerá a los
miles de jóvenes que participarán del encuentro.
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La cruz en color blanco, simboliza a la cruz
peregrina y a Brasil como tierra de la "Santa
Cruz".
En el centro, color amarillo, la indiscutible
silueta del "Cristo Redentor" uno de los
símbolos más conocidos de Río de Janeiro y
Embajador de la JMJ.
En Verde (Superior) el "Pan de Azúcar"
representativas elevaciones vegetales que
bordean la ciudad sede. En la Parte Inferior,
en azul, el litoral de la ciudad carioca.
Toda esta simbología se enmarca en un corazón, corazón de discípulo que está enviado
a anunciar la Buena Nueva y a hacer que todos los pueblos sean sus discípulos.
3. Manos a la obra…
Propuesta de trabajo
1. Taller: presentación del lema/ estilos misioneros.
(Bíblico - Eclesial)
2. Francisco y María Ana, modelos de discípulos y misioneros.
(Espiritualidad)
3. Nuestra realidad como jóvenes discípulos y misioneros.
(Realidad)
Algunas miradas…
A continuación les ofrecemos un material que recoge una mirada sobre el Discipulado y la
Misión desde algunos de los documentos eclesiales.
EL DISCÍPULADO
LOS LLAMÓ PARA QUE ESTUVIERAN CON ÉL (MC 3,14)
El proceso formativo del discípulo misionero incluye el discipulado, fase de profundización en
la persona, ejemplo y doctrina de Jesús, mediante una catequesis permanente y vida
sacramental. En esta dimensión de la formación, los discípulos misioneros van madurando
«constantemente en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesús Maestro» (DA 278c).
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FAMILIA FRANCISCANA
MISIONERA DE LA MADRE DEL DIVINO PASTOR
El verdadero discípulo se hace a los pies del Maestro. Para el evangelista san Mateo, ser
discípulo consiste en estar «con Jesús» hasta la muerte (Cf. Mt 26,29.36.40.51.69.71). En otras
palabras, no puede entenderse en la vida de quien quiere llegar a ser discípulo de Jesucristo, el
Emmanuel, la neutralidad y la distancia. Los discípulos tendrán, por consiguiente, una tarea
singular: vivir en comunión con su Maestro.
En el Evangelio de san Marcos, el discípulo es llamado por el Maestro para estar con Él y ser
enviado (Cf. Mc 3,13). Esto supone que los discípulos misioneros aceptan la llamada como
gracia de Dios, y responden generosamente a ella; por eso, están con el Señor, escuchan su
Palabra, descubren su voluntad, conviven y celebran los grandes misterios del amor de Dios.
Esto significa una profunda, constante y activa participación en los Sacramentos; así como una
catequesis permanente, integral y sistemática que fortalezcan la conversión inicial y ayuden a
los convertidos a perseverar en el nuevo estilo de vida cristiana, mientras realizan su misión en
medio del mundo que los rodea y los desafía.
Una formación kerygmática, integral y permanente
La formación del discípulo misionero debe ser integral; armonizando las diversas dimensiones
en una unidad vital. En cada una de estas dimensiones debe hacerse presente y operante la
fuerza del anuncio kerigmático. Esta formación debe ser permanente y dinámica, de acuerdo a la
capacidad, al servicio y al desarrollo de cada persona (Cf. DA 279).
La dimensión espiritual
Si bien todas las dimensiones en la formación del discípulo misionero son igualmente
importantes, podríamos decir, sin embargo, que la dimensión espiritual es la que le da el sabor
cristiano y místico a nuestra vida de fe. El discípulo ha de tener experiencia de Dios, es decir, ha
de conocerlo por el trato cotidiano con él a través de la oración y de la recepción de los
sacramentos (Cf. DA 280b).
La dimensión humana y comunitaria
Esta dimensión tiene como intención acompañar al discípulo misionero, de tal forma que sea
capaz de ser un cristiano maduro, asumir su propia historia y vivir en el mundo como creyente
en Jesucristo, luz en la sociedad, sol para los pueblos y levadura para la gente que entre en
contacto con él. En esta dimensión, «se trata de desarrollar personalidades que maduren en el
contacto con la realidad» (DA 280a) y que puedan vivir en el mundo plural en que nos
encontramos, con actitud equilibrada, fuerte, serena y libre, siempre abiertos al Misterio.
La dimensión intelectual
Es necesario que demos razón de nuestra fe y nuestra esperanza (Cf. 1Pe 3, 15). Fe y razón no
se contraponen, más bien, se reclaman y se necesitan mutuamente. Fe sin razón se convierte en
fideísmo o en superstición, y razón sin fe se vuelve pragmatismo. Hasta donde la filosofía y la
teología nos lo permitan, hemos de llegar a la inteligencia de la fe, debemos ser capaces de
reflexiones sencillas, pero no menos profundas, y serias de lo que creemos, a fin de capacitar al
discípulo para que tenga una actitud de discernimiento, juicio crítico y dialogante con el mundo
y la cultura actual, sin menoscabo de su propia fe (Cf. DA 280c).
La dimensión pastoral y misionera
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MISIONERA DE LA MADRE DEL DIVINO PASTOR
El discípulo que verdaderamente ha tenido un encuentro con Jesucristo, que ha encontrado la
perla preciosa y el tesoro escondido, Cristo nuestro salvador, no puede quedarse callado, sino
que se siente empujado, obligado a anunciar a Cristo de manera constante en su vida y en su
ambiente. El verdadero cristiano forzosamente se convierte en discípulo misionero, no se
conforma con recibir sino que tiene deseos de dar. Con su vida cristiana atrayente para los
demás, los anima a ser más responsables de su vida espiritual, incentivándolos para cambiar las
realidades sociales que no sean verdaderamente evangélicas (Cf. DA 280d).
Una formación respetuosa de los procesos
La meta a la que debemos llegar en la formación del discípulo misionero es la de configurarnos
y conformarnos a Cristo, hasta alcanzar la estatura del hombre perfecto (Cf. EN 19; GS 21).
Este proceso de formación tiene caminos diversos, procesos personales y ritmos comunitarios,
que son, con frecuencia, continuos y graduales. Ha de tener en cuenta las asociaciones y
movimientos, comunidades religiosas, comisiones de pastoral y organismos eclesiales; de este
modo, se tiene una visión de conjunto que permite unir las distintas iniciativas y proyectos (Cf.
DA 281).
Una formación en la espiritualidad misionera
El discípulo de Cristo debe ser dócil al Espíritu Santo que siempre lo impulsa a la acción
misionera a fin de que la vida espiritual y la experiencia que se tiene de Dios no quede
solamente en el ámbito privado o de pequeños grupos, sino sea comunicada con nuevo
entusiasmo, nuevos métodos y expresiones en todos los ambientes en que un cristiano se mueve,
vive y se desarrolla (Cf. DA 284).
Iniciación a la vida cristiana
La iniciación cristiana, que incluye el kerigma, pone en contacto al ser humano con Jesucristo y
lo inicia en el discipulado (Cf. DA 288); fortaleciendo la unidad teológica que existe entre los
sacramentos de iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía; y profundizando en
su rico sentido espiritual. Por ello formar al discípulo misionero se convierte en una tarea
prioritaria en nuestro tiempo (Cf. DA 286-287).
Sacramentos del crecimiento
El cristiano, regenerado a la vida nueva en Cristo vivo y resucitado, por el Bautismo, entra en un
proceso de crecimiento espiritual que tiene en la Eucaristía el alimento que lo fortalece en su
caminar como discípulo misionero de Jesucristo; y en el Sacramento de la Reconciliación, la
fuente que limpia, perdona, sana y restablece al cristiano en su amistad y seguimiento de Cristo.
LA MISIÓN
VAYAN, PUES, Y HAGAN DISCÍPULOS A TODOS LOS PUEBLOS (MT 28,19)
El un aspecto del proceso formativo del discípulo misionero es la misión. «La comunión y la
misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta
tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es
misionera y la misión es para la comunión. Siempre es el único e idéntico Espíritu el que
convoca y une la Iglesia y el que la envía a predicar el Evangelio ‘hasta los confines de la tierra’
(Hch 1,8)» (CL 32).
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Misión ad intra, misión ad extra
La misión que la Iglesia recibe de parte de Dios se debe ejercer en dos direcciones: una, hacia
dentro de la Iglesia (missio ad intra); y la otra, hacia fuera, al mundo no cristiano (missio ad
extra).
La misión hacia dentro de la Iglesia (missio ad intra) siempre será necesaria para que ésta pueda
brillar en el mundo como lo que es, una comunidad que brota de la Trinidad, y que por lo
mismo construye fatigosamente su unidad orientada y dinamizada por el mismo Dios, y que
busca mantenerse unida a Cristo como el cuerpo a su cabeza, y con Él caminar hacia el Padre
(Cf. Ga 2,20; Flp 1,21; 1Cor 10,16-17; Mt 10,40; Jn 20,21). A esta misión hacia el interior de la
comunidad cristiana se le suele llamar trabajo pastoral, cuando se ejerce entre cristianos
practicantes; ha surgido el nombre de nueva evangelización, para el trabajo que se dirige hacia
aquellos cristianos que han abandonado su fe o la práctica de la misma.
No sólo la Iglesia, en cuanto tal, tiene una misión ad intra, sino que la tiene cada persona y cada
comunidad dentro de ella. Es decir, aún un instituto cuya misión originaria sea la misión ad
extra, tiene también una misión ad intra. Pero la misión de la Iglesia, de toda la Iglesia, es
también hacia fuera. Esa misión hacia el mundo no cristiano indica que la Iglesia sólo es tal
cuando continúa la misión de Jesús (predicar y dar testimonio del reino de Dios, sirviendo,
sanando e incluyendo a todos), en nuevos tiempos y lugares (Cf. Mt 28,18-20). A esta misión
entre los no cristianos se le suele llamar misión ad gentes.
La misión ad extra o ad gentes, tiene como destinatarios «a los pueblos o grupos humanos que
todavía no creen en Cristo», «a los que están alejados de Cristo», entre los cuales la Iglesia « no
ha arraigado todavía», y cuya cultura no ha sido influenciada aún por el Evangelio. Esta
actividad se distingue de las demás actividades eclesiales, porque se dirige a grupos y ambientes
no cristianos, debido a la ausencia o insuficiencia del anuncio evangélico y de la presencia
eclesial. La Iglesia no puede ser misionera respecto a los no cristianos de otros continentes si
antes no se preocupa seriamente de los no cristianos en su propia casa. La misión ad intra es
signo creíble y estímulo para la misión ad extra, y viceversa (Cf. RM 34)
Urgencia de la misión
«La misión es inseparable del discipulado» (DA 278e). Por ello, los discípulos son
simultáneamente misioneros, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, primer y supremo misionero, y
hablando cada vez más de su Maestro y Señor «rostro humano de Dios y rostro divino del
hombre».
El anuncio de Jesús el Cristo: de su nombre, de su doctrina, de su vida, de sus promesas y del
Reino de Dios lo puede hacer el discípulo misionero, a medida que conoce y ama a su Señor, al
experimentar la necesidad de compartir con otros lo que ha transformado su vida; alegre de ir a
su familia, a su comunidad y al mundo para anunciarles a Jesucristo, quien murió y resucitó por
nosotros; colaborando para que el Reino de Dios se haga realidad en su ambiente propio (Cf.
DA 278e).
Es conveniente observar, que la misión no debe entenderse como una etapa que viene después
de un largo proceso de formación y comunión, ya que la misión se va realizando de diversas
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maneras, de acuerdo a la vocación de cada discípulo y al nivel de maduración humana y
cristiana en que se encuentre (Cf. DA 278).
La misión es parte constitutiva de la identidad de la Iglesia llamada por el Señor a evangelizar a
todos los pueblos. «Su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la sociedad, que
debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios» (GS 40). Por eso, la misión en la
que estamos llamados a participar, según la V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe, consiste, ante todo, en animar la vocación misionera de los
católicos, fortaleciendo las raíces de su fe y despertando su responsabilidad, para que todas las
comunidades se pongan en estado de misión permanente.
Se trata de despertar en los miembros de la Iglesia Católica que peregrina entre nosotros, la
alegría y la fecundidad de ser discípulos de Jesucristo, celebrando con verdadero gozo el “estarcon-Él” y el “amar-como-Él”, para ser enviados a la misión. «No podemos desaprovechar esta
hora de gracia. ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés! ¡Necesitamos salir al encuentro de las
personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del
encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de ‘sentido’, de verdad y amor, de alegría y
de esperanza!» (DA 548).
En este aspecto del proceso, de los discípulos misioneros, tenemos la oportunidad de vivir el
encuentro con Jesucristo vivo, dentro del dinamismo de conversión personal, pastoral y eclesial,
que impulsa hacia la santidad y el apostolado a todos los bautizados, en orden a atraer a quienes
han abandonado la Iglesia y están lejos del influjo del evangelio y a quienes aún no han
experimentado el don de la fe. El propósito fundamental es «recomenzar desde Cristo» la tarea
evangelizadora y transformadora en nuestra Iglesia, «recorriendo junto a Él un camino de
maduración que nos capacite para ir al encuentro de toda persona, hablando el lenguaje cercano
del testimonio, de la fraternidad, de la solidaridad».
En la realización de la urgente tarea misionera, todos estamos llamados a reconocer y seguir la
presencia de Cristo «con el mismo realismo y novedad, el mismo poder de afecto, persuasión y
esperanza, que tuvo su encuentro con los primeros discípulos a las orillas del Jordán… Sólo
gracias a ese encuentro y seguimiento, que se convierte en familiaridad y comunión, por
desborde de gratitud y alegría, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y salimos a
comunicar a todos la vida verdadera, la felicidad y esperanza que nos ha sido dado experimentar
y gozar» (DA 549).
Para recordar…
DA
Documento de
Aparecida
(2007)
Redemptoris Missio
RM
Misión Redentora
(1990)
V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano
y del Caribe
Encíclica de Juan Pablo II. Trata la urgencia de la actividad
misionera en estos tiempos.
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Libertatis Conscientia
CL
Libertad de conciencia
Instrucción sobre libertad cristiana y liberación
(1986)
EN
Evangelli nuntiandi
De la evangelización en
el mundo
Exhortación Apostólica del Papa Pablo VI, sobre la
Evangelización del mundo moderno.
(1975)
GS
Gaudium et Spes
Gozos y Esperanzas
Constitución Apostólica del Concilio Vaticano II, trata
acerca de la Iglesia en el mundo actual.
(1965)
Estos son algunos recortes de documentos de la Iglesia que se nutren del Evangelio,
recordándonos que la misión no es cuestión sólo de los grupos de jóvenes y/o adultos, sino de
todo/a bautizado/a.
Desde la espiritualidad franciscana tenemos dos iconos de discípulos y misioneros que siguen
con toda la vigencia de quienes se han dejado seducir por la Buena Nueva del Reino: Francisco
de Asís y María Ana Mogas.
Francisco de Asís: el misionero del Amor
El aporte histórico y evangélico que realiza Francisco es importantísimo, pues él comprendió la
misión como un modo de ser y estar en el mundo; como esa pequeña lumbre que gratuitamente
brinda su luz y su calor, desde el respeto por lo diferente y la convicción de que sólo el amor es
capaz de transformar los corazones.
Compartamos algo de lo que nos dejó en sus escritos respecto a la misión del franciscano. Los
textos siguientes son de la Regla.
Capítulo XII: De los que van entre los sarracenos y otros infieles.
Cualesquiera hermanos que, por divina inspiración, quieran ir entre los sarracenos y otros
infieles, pidan la correspondiente licencia de sus ministros provinciales. 2Pero los ministros a
ninguno le concedan la licencia de ir, sino a aquellos que vean que son idóneos para enviar.
3
Con miras a todo lo dicho, impongo por obediencia a los ministros que pidan del señor Papa
uno de los cardenales de la santa Iglesia Romana, que sea gobernador, protector y corrector de
esta fraternidad, 4 para que, siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia,
estables en la fe católica (cf. Col 1,23), guardemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo, que firmemente hemos prometido.
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Capítulo XIV: Cómo deben ir los hermanos por el mundo
Cuando los hermanos van por el mundo, nada lleven para el camino, ni bolsa, ni alforja, ni
pan, ni moneda, ni bastón (cf. Lc 9,3; 10,4; Mt 10,10). 2Y en cualquier casa en que entren,
digan primero: Paz a esta casa (cf. Lc 10,5). 3Y, permaneciendo en la misma casa, coman y
beban de lo que haya en ella (cf. Lc 10,7). 4No resistan al malvado, sino, al que les pegue en
una mejilla, preséntenle también la otra (cf. Mt 5,39 y Lc 6,29). 5Y al que les quite el manto, no
le prohíban que se lleve también la túnica (cf. Lc 6,29). 6Den a todo el que les pida; y al que les
quite lo que es de ellos, no se lo reclamen (cf. Lc 6,30). (2ºRegla)
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Capítulo XVI: De los que van entre sarracenos y otros infieles
Dice el Señor: Mirad, yo los envío como ovejas en medio de lobos. 2Sean, pues, prudentes
como serpientes y sencillos como palomas (Mt 10,16). 3Por eso, cualquier hermano que quiera ir
entre sarracenos y otros infieles, vaya con la licencia de su ministro y siervo. 4Y el ministro
déles la licencia y no se oponga, si los ve idóneos para ser enviados; pues tendrá que dar cuenta
al Señor (cf. Lc 16,2), si en esto o en otras cosas procediera sin discernimiento. 5Y los hermanos
que van, pueden conducirse espiritualmente entre ellos de dos modos. 6Un modo consiste en que
no entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios (1
Pe 2,13) y confiesen que son cristianos. 7El otro modo consiste en que, cuando vean que agrada
al Señor, anuncien la palabra de Dios, para que crean en Dios omnipotente, Padre e Hijo y
Espíritu Santo, creador de todas las cosas, y en el Hijo, redentor y salvador, y para que se
bauticen y hagan cristianos, porque el que no vuelva a nacer del agua y del Espíritu Santo, no
puede entrar en el reino de Dios (cf. Jn 3,5)…
1
Capítulo XVII: De los predicadores
Todos los hermanos, por consiguiente, guardémonos de toda soberbia y vanagloria. 10Y
protejámonos de la sabiduría de este mundo y de la prudencia de la carne (Rom 8,6). 11 Pues el
espíritu de la carne quiere y se esfuerza mucho en tener palabras, pero poco en las obras; 12 y no
busca la religión y santidad en el espíritu interior, sino que quiere y desea tener una religión y
santidad que aparezca exteriormente a los hombres. (…)
9
17
Y devolvamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y reconozcamos que todos los
bienes son de él, y démosle gracias por todos a él, de quien proceden todos los bienes. 18Y el
mismo altísimo y sumo, solo Dios verdadero, tenga y a él se le tributen y él reciba todos los
honores y reverencias, todas las alabanzas y bendiciones, todas las gracias y gloria, de quien es
todo bien, solo el cual es bueno (cf. Lc 18,19).
19
Y cuando veamos u oigamos decir o hacer el mal o blasfemar contra Dios, nosotros
bendigamos y hagamos bien y alabemos a Dios (cf. Rom 12,21), que es bendito por los siglos
(Rom 1,25).
Para pensar juntos…
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¿Cuáles son los consejos que da Francisco a sus hermanos a la hora de ir anunciando la
Buena Noticia?
¿Dónde se apoya para darlos?
¿Cuál son los momentos en el proceso del anuncio?
¿Cómo se distingue al discípulo misionero de Jesús, según la Regla de Francisco?
¿Con qué nos quedamos para nuestra vida?
¿…?
María Ana Mogas: una vida desde el amor hecho entrega
La vida de María Ana Mogas es también un estímulo para cualquier discípulo y misionero. Ella
encarnó los valores del Evangelio y los proclamó con su vida. Una vida dedicada a busca los
caminos del Reino, desde la inclusión y reconocimiento de sus hermanos, en especial de las
niñas que requerían de una educación de calidad y de la atención a los enfermos más
necesitados de cuidado.
A continuación traeremos al compartir algunos testimonios de cómo su vida fue un anuncio de
la Buena Noticia para las personas de su tiempo. Pero es bueno recordar que entonces España
estaba viviendo una situación especial respecto a la fe y todo aquellos que se relacionaba con
la Iglesia, era bastante el menosprecio a todo lo relacionado con lo religioso, hablar de Dios y
hacerse cargo de ser su discípluo/a era de valientes.
Su fe era viva, se traducía en el celo (ardor, deseo) por la salvación de las almas. En
sus escritos consta una valoración personal de la fe, como experiencia de vida divina,
desde donde se abría a la realidad que la rodeaba: “Señor, me has enseñado a creer bien,
enséñame también a obrar bien. ¿De qué sirve la fe sin obras?”.
Los que la observaron desde fuera, afirman: “era muy celosa porque las gentes
conocieran y amaran a Dios”. (P. García)
Este ardor misionero, la impulsaba en todas sus fundaciones; por eso abrió una clase
para las niñas necesitadas de enseñanza moral y religiosa, además del colegio; dejó
iniciado el trámite de una casa en las misiones franciscanas en Marruecos. Con esta
mira salía a la calle, hablaba con todos, porque le preocupaba la ignorancia de Dios en
los demás, son muchos los testimonios recogidos de sus intervenciones en la vía pública
en que expresaba su fe, e influía en los demás, para acercarlos a Dios.
(Cf. LXI- LXII)
Para pensar juntos…
¿Qué resaltaríamos de la figura de María Ana como discípula y misionera?
¿Qué rasgos en común podemos encontrar en Francisco y María Ana?
¿A qué nos desafía la vida de María Ana?
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Nosotr@s, discípul@s y misioner@s: enviados a ir y hacer discípulos a
todos los pueblos
Como jóvenes estamos llamados- urgidos a hacer vida este mandato evangélico de vivir en
clave de discípulos y misioneros. Como Francisco de Asís y María Ana estamos llamados a ser
protagonistas de nuestro tiempo. A brindar nuestro aporte a la gestación de algo nuevo, de
otra sociedad… de otro mundo posible…
Conscientes de que por el bautismo compartimos el envío a ser discípulos y misioneros
pensemos en la realidad de los jóvenes hoy y hagamos un mapa de la misma; para ello es
necesario detenernos y mirar la realidad juvenil, aquella a la que somos enviados, la misma en
la que nos movemos y existimos…
Para pensar juntos…
¿Cómo describiríamos la realidad de los jóvenes hoy?
¿Qué situaciones nos preocupan y cuáles nos ocupan?
¿A qué me nos sentimos llamados o para qué nos envía Jesús?
La palabra de Dios siempre nos trae luz… dejemos que ellas nos ilumine y nos ayude a
escuchar los clamores y reclamos de la vida que está en nuestras manos. Después de leer,
reflexionar y orar el evangelio actualicémoslo desde nuestra realidad.
“En aquel tiempo, Jesús se fue a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró
en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen
del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu
del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha
enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a
los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Lc. 4,18ss
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El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para…
me ha enviado a …
para dar…
y proclamar…
y después que Jesús volvió a su lugar dijo a los que estaban en la sinagoga: «Hoy se
cumple esta escritura que acaban de oír»
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En este envío que hoy, de alguna forma renovamos, qué creemos que debemos guardar-cuidar
como miembros de la Familia de María Ana a la hora de brindar al mundo nuestro aporte
como jóvenes. Para resumir y rescatar estos consejos, elaboremos un decálogo que nos ayude
a guardar lo valioso del carisma que de alguna forma nos une y hace familia.
El fruto de la reflexión lo podríamos compartir por medio de la página web:
Franciscanas.org.ar
Para ello enviar la síntesis a [email protected]
¡PAZ Y BIEN!
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