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ADRIANO VI (1459-1523)
Wenceslao Calvo (23-03-2010)
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ADRIANO VI (1459-1523)
Adriano VI (Adriano Rodenburgh o Dedel, más probablemente este último) nació el 2 de marzo de 1459 en
Utrecht y murió el 14 de septiembre de 1523 en Roma. Fue papa entre 1522 y 1523.
Adriano VI, grabado en cobre de Daniel Hopfer
Fue educado por los Hermanos de la Vida Común en Lovaina, llegando a ser profesor y vice-canciller de la
universidad. Durante ese periodo compuso varias obras teológicas, incluyendo un comentario sobre las
Sentencias
de Pedro Lombardo. En 1507 el emperador Maximiliano I lo designó tutor de su nieto Carlos de España y en
1515 Fernando el Católico le hizo obispo de Tortosa. En 1517 fue hecho cardenal por León X y cuando Carlos
fue nombrado emperador alemán y fue a los Países Bajos en 1520 nombró a Adriano regente de España. En
1522 los cardenales casi unánimemente le eligieron papa. Este cónclave, al cual asitieron 39 cardenales, ofreció
un espectáculo de los más bochornosos a consecuencia de las luchas partidistas, pero al fin se impuso una
facción poderosa que obligó a capitular a los cardenales elegibles, quienes tansigieron hasta el extremo de
obligarse a consentir que se distribuyesen entre los que formaban el cónclave las ciudades de los Estados
Pontificios, sin dejar al papa más que una sombra apenas de su poder temporal. Los cardenales de Médicis y
Cayetano (de Vio) libraron al cónclave del fiero combate de discordantes opiniones y pasiones desencadenadas,
proponiendo un candidato ausente. Ninguna de las facciones había soñado siquiera en Adriano, y el pueblo, en
cuanto tuvo conocimiento de la elección, lanzó deshecha lluvia de epigramas y una tempestad de denuestos
sobre los cardenales y sobre el objeto de su elección. Adriano, que por el tiempo en que fue elegido se
encontraba en España en calidad de vicegerente de Carlos, no pudo llegar a Roma hasta el día 29 de agosto. La
capital del mundo cristiano parecía entonces, según afirma Gastiglione, una ciudad saqueada; la curia estaba
arruinada, sumida en la miseria, y más de la mitad de sus miembros habían huido ante el temor de la peste.
Aquel anciano sencillo había llevado consigo su mayordomo de los Países Bajos; se contentó con los servicios
de unos cuantos criados y no gastaba más de un ducado diario en el sostenimiento de sus necesidades. Por su
gusto hubiera vivido en cualquier villa sencilla con jardín; en el Vaticano, rodeado de restos de la antigüedad
gentílica, se consideró más bien como sucesor de Constantino que de San Pedro.
Amigo de la Reforma.
La irritación de los romanos por la elección de un alemán, que además era un hombre sencillo no inclinado a las
espléndidas tradiciones de los papas humanistas, duró durante todo su pontificado. Sin embargo, mentes más
serias saludaron con más esperanza su mandato. A pesar de que había consentido en la condenación de los
escritos de Lutero por los teólogos de Lovaina y aunque como inquisidor general no había mostrado clemencia,
Erasmo vio en él al piloto adecuado de la Iglesia en aquellos tiempos tormentosos, esperando que aboliera
muchos abusos en la corte romana. Luis Vives se dirigió a Adriano con sus propuestas de reforma y Pirkheimer
se quejó de la oposición de los dominicos al saber. Incluso en el colegio de cardenales los pocos que favorecían
una reforma le miraban a él esperanzadamente. Egidio de Viterbo le dirigió un memorándum en el que describía
la corrupción de la Iglesia y discutía los medios para solucionarla.
Adriano cumplió estas expectativas. Sobre las indulgencias quiso encontrar una manera que permitiera una
reconciliación con el concepto de Lutero, esto es, hacer depender la efectividad de la indulgencia de la
profundidad del arrepentimiento por la evidencia de una vida cambiada. Pero el cardenal Cayetano se interpuso,
afirmando que la autoridad del papa sería menoscabada, pues el principal agente ya no sería más el papa sino el
creyente, estando de acuerdo la mayoría con el cardenal. Nada se hizo sobre el asunto, ningún dogma se revisó y
las quejas de los alemanes aumentaron. No obstante, Adriano simplificó sus rentas, pues el dinero dado a la
Iglesia ya no se usó para el sostenimiento de eruditos y artistas, procurando la reforma del abuso de las
pluralidades y oponiéndose a la simonía y el nepotismo. Sus esfuerzos para que Erasmo escribiera contra Lutero
y para poner a Zwinglio de su lado mediante una carta, muestran su actitud hacia la Reforma en Alemania y
Suiza.
Su confesión.
Cuando la dieta de Nuremberg se abrió en diciembre de 1522 se quejó en un breve del surgimiento de la herejía
en Alemania, pidiendo a la dieta que tomara medidas como las que se habían tomado contra Hus, ya que las
suaves no habían surtido efecto. Pero en sus instrucciones a su legado en la dieta, el obispo Chieregati, empleó
un tono diferente y reconoció el 'libertinaje', 'abusos' y 'excesos' de la curia. Se trata del único ejemplo en el que
una confesión de ese calibre tuvo sanción oficial. Un comité que tomó nota de la confesión preparó una
respuesta, rechazando ejecutar el edicto de Worms antes de que fuera visible una mejora y pidiendo la
convocatoria de un concilio en una ciudad alemana, prometiendo impedir a Lutero publicar sus escritos
polémicos y procurando que los predicadores anunciaran el evangelio puro, aunque 'según la enseñanza e
interpretación de las Escrituras aprobadas y reverenciadas por la Iglesia Cristiana.' Chieregati no aceptó esta
respuesta ni ninguna otra, dejando Nuremberg apresuradamente. En círculos papales estrictos la confesión de
Adriano no le ha sido perdonada. Murió en Roma el 14 de septiembre de 1523. Por poco que agradase al pueblo
su pontificado, hay que convenir en que todavía menos le agradó al propio interesado. Adriano hablaba de su
trono como de la cátedra de las miserias y dijo en su primer epitafio que la mayor de sus desgracias fue haber
alcanzado aquella dignidad. Los cardenales cuando vieron al papa al borde del sepulcro le exigieron que les
hiciera entrega del dinero y le trataron, según afirmó el duque de Sessa, como a un criminal puesto en el potro.
El siguiente texto es un párrafo de la alocución de Adriano en la dieta de Nuremberg:
'Dios ha permitido este castigo1 con el fin de advertir a su Iglesia de los pecados de los hombres y,
en especial, de los que cometen clérigos y prelados... Hubo durante muchos años grandes
abominaciones espirituales y abusos en esta Santa Sede, la perversión creció por todas partes y no
es sorprendente que la enfermedad se haya extendido de la cabeza a todos los miembros. Todos
hemos sido víctimas de ello, pero ninguno de entre nosotros ha hecho lo que convenía... Debemos
hacer todo lo que esté en nuestra mano para reformar primero esta Sede, desde la que el poderoso
mal avanza, de manera que, así como la corrupción pasó de Roma a otras partes, sea también desde
Roma desde donde se extienda el remedio. El mundo nos pide ansiosamente la reforma y Nos
somos claramente responsables de ello... Sed pacientes. Todos los errores y abusos no se podrán
eliminar de una sola vez, pues la enfermedad está muy arraigada. Los avances se deberán hacer, por
tanto, poco a poco... para que no acabe todo en un caos.'
1Se refiere a la caída de Belgrado y Rodas a manos de los turcos.