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Obispado de Río Gallegos
La caridad
nos apremia
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de Cristo
Carta Pastoral del Año jubilar 2000
Cristo ayer, hoy y siempre
Queridos hermanos sacerdote, religiosos y religiosas y laicos.
Es la primera oportunidad, que tengo este año, para dirigirme a toda la comunidad diocesana,
que tanto está trabajando en la construcción del reino en esta querida Patagonia. A todos hago
llegar mi saludo cordial junto con el deseo de que tengamos un nuevo año, es decir un año en
que podamos dar repuestas pastorales para estos tiempos nuevos.
1- Necesidad de un examen
El comienzo de un año nos da pie para hacernos varias preguntas. ¿Cómo estamos dando
consistencia a las tres prioridades diocesanas, a saber: la familia, los jóvenes y los laicos?.
¿Cómo logramos superar el egoísmo (capillismo) que no permite trabajar en comunión y en
una pastoral de conjunto? ¿Los Consejos Pastorales son tales o simplemente comisiones
organizativas, integradas desde años por las mismas personas? ¿De qué modo las instituciones
educativas católicas están integradas en sus parroquias respectivas y en la Pastoral de
conjunto?.
Esta insistencia se apoya en la necesidad de renovar las parroquias para actualizarlas y
hacerlas más eficientes. El pluralismo en la participación genera renovación, abre horizontes
nuevos y oxigena la vida pastoral. Es menester para esto, inclusive la actitud de dar un paso al
costado, si es preciso, para que otros hermanos crezcan, sin que ello signifique
automarginarse y dejar de participar. Es preciso aprender a trabajar en distintos niveles. Si
uno estuvo en posiciones dirigenciales, será bueno pasar a posiciones menos apariscentes pero
más cualitativamente asumidas. Toda actitud de acaparar “poder” para dominar, figurar y auto
servirse, a más de ser una contradicción cristiana, empobrece a la comunidad parroquial,
discrimina y fosiliza la creatividad pastoral.
2- Año Jubilar
Hemos iniciado el Año Jubilar, acontecimiento universal muy importante cuyas dimensiones
describe Juan Pablo II cuando dice en “Tertio Millenio Adveniente” que tiene precisamente
un carácter renovador, propio del espíritu, un alcance ecuménico y derivaciones en lo social.
El Jubileo tiene sus raíces en las instituciones más arcaicas del pueblo israelita y forma parte
de una legislación preocupada por establecer la justicia y la igualdad entre los hombres.
Encuadra preocupación social dentro de un contexto social.
Jubileo era una fiesta muy solemne que celebraban los israelitas cada 50 años. El gran Jubileo
de este año celebra los 2000 años del nacimiento de Cristo.
Desde la Encíclica “ Redemptor Hominis“ el Papa viene pensando en esta fecha del Jubileo
para preparar el corazón de todos los hombres a una mayor docilidad al Espíritu Santo,
introducirlos necesariamente en la pedagogía divina de la salvación, e impulsarlos a la
conversión y a la penitencia.
Es una oportunidad que nos motiva a renovarnos y a renovar nuestras estructuras para
sentirnos evangelizadores de nosotros mismos y de la realidad humana.
Todos somos responsables pastorales frente al armado materialista de nuestra cultura y de las
situaciones paradójicas de nuestro tiempo que tanto nos condicionan. Las grandes ciudades
tienen edificios más altos y autopistas más anchas, pero nuestros puntos de vista son más
Mons. Alejandro Buccolini, sdb. – Carta Pastoral Año 2000
estrechos y egoístas. Tenemos más compromisos pero no tenemos tiempo. Hemos
multiplicado nuestras posesiones o nos esforzamos para lograrlo, pero hemos reducido los
valores. Hemos llegado a la luna y regresamos, pero tenemos problemas para cruzar la calle y
encontrarnos con nuestros hermanos cercanos y necesitados. Tiempos con más libertad, pero
menos alegría. Más conquistas del espacio exterior, pero menos del interior.
El mundo moderno ha llegado a una encrucijada casi sin salida. Nos sentimos no sólo
responsables sino solidarios con “los gozos y las esperanzas, las tristezas y angustias de los
hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren” (Vat II)
Que nada nos frene en este Año Jubilar a trabajar para llegar al que no llegamos y depositar
esperanzas nuevas... Aprovechemos la celebración jubilar para fortalecer nuestro compromiso
pastoral. El jubileo es una ocasión más que nos da el Señor para que analicemos en qué
estamos y cómo proyectamos.
Indulgencias en el Año Jubilar
En este Año Jubilar, año de especial gracia, tenemos la posibilidad de ganar las indulgencias
cumpliendo con algunas condiciones:
1- Realizar la celebración sacramental de la reconciliación, que conlleva una verdadera
conversión del corazón. Esto supone un examen profundo sobre la propia vida del
bautizado (es decir qué está haciendo con su vida, quienes son los demás), un
arrepentimiento sincero y un propósito firme.
2- Participar en la Comunión Eucarística. Todo el año jubilar tendrá una acentuación
eucarística. Del 8 al 10 de septiembre se realizará en Córdoba un Encuentro Eucarístico
Nacional al cuál están invitadas todas las diócesis.
3- Peregrinar a algún santuario para recordar que somos peregrinos. En nuestra diócesis
visitar algunos de estos templos:
La Iglesia Catedral; Virgen del Valle (Caleta Olivia); La Gruta de Lourdes (Pto. Deseado),
Nuestra Señora de las Victorias (Perito Moreno), Sagrado Corazón (San Julián),
Exaltación de la Santa Cruz (Pto. Santa Cruz), Virgen de la Merced (Ushuaia) y La
Misión (Río Grande).
4- Rezar por las intenciones del Papa el Credo, el Padre Nuestro, el Ave María y Gloria.
5- Realizar obras de caridad a favor de los necesitados: enfermos, encarcelados, ancianos que
viven en soledad, inválidos...
3- La Misión y el Jubileo
Un camino para los viajeros de la fe es el Jubileo del mismo modo que la misión lo es para el
Jubileo. Así lo entendió la diócesis que en 1987 propuso realizar una misión popular como
preparación inmediata.
A esta altura de los acontecimientos debemos examinar cómo se la está llevando a cabo. Se
comenzó bien, los resultados fueron positivos y muchos.
La marcha actual nos revela que ha habido logros y también dificultades. Lamentablemente
en algunas comunidades hay misioneros que han retirado su servicio, en porcentaje mayor al
previsto y esto debe llevarnos a encontrar las causas. ¿Se trata de cansancio, de escasez de
tiempo o de falta de acompañamiento? ¿Nos sentimos todos realmente involucrados en esta
responsabilidad? ¿Qué debemos hacer para revertir esta realidad?. Naturalmente misionar
cuesta porque supone salir de sí mismo, disponer del propio tiempo, producir éxodos
interiores, superar barreras e inhibiciones, miedos y tentaciones, quebrar la costra del egoísmo
que nos encierra dentro de nosotros mismos.
Por eso pido que cada decanato, en el mes de marzo haga una revisión profunda y sincera.
Busque desde la propia realidad el modo de hacer una nueva convocatoria. Este punto bien
podría ser un elemento del acto penitencial de la cuaresma jubilar.
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Mons. Alejandro Buccolini, sdb. – Carta Pastoral Año 2000
Nos preocupa la misión porque entendemos que pertenece a la identidad de la Iglesia y
estamos convencidos que la Iglesia, hoy más que nunca, debe llegar casa a casa no sólo en
razón del Jubileo sino como actividad permanente.
La Iglesia peregrinante es, por naturaleza, misionera, puesto que toma origen en la misión del
Espíritu Santo, según el propósito de Dios ( AG). El documento Ad Gentes relaciona el ser
misionero de la Iglesia con su catolicidad. La Iglesia deja de ser católica si no es misionera.
A acción iniciada, debemos verificar el logro de los objetivos. En nuestro caso eran dos:
activar la formación de agentes apostólicos e implantar en el territorio parroquial un sin fin
de comunidades pequeñas, insertas, serviciales, dinámicas, misioneras, que promuevan y
garanticen el crecimiento de la fe dentro de los mismos ambientes familiares, barriales y
espacios en los que la gente vive, se encuentra, se divierte, sufre, trabaja, busca y espera...
Entiendo que será difícil plantearse esta acción de inserción si la misión no fue encarada o
fue abandonada, o se diluyó en vaguedades. Plantearse pues esta realidad, llevará a la toma
de decisiones que pueden variar desde el calibrar las estrategias de inserción ( para aquellas
parroquias que han logrado los dos objetivos) hasta el iniciar la tarea si acaso nada se hizo,
pasando por concluir la tarea en aquellas parroquias donde se está a mitad de camino. Sin
duda que esto marca una diversidad amplia de respuesta al empeño diocesano y también sin
duda a la condición vocacional misionera de la misma Iglesia. El año jubilar es una ocasión
inmejorable para delinear la tarea.
4 – Las pequeñas comunidades y las comunidades eclesiales de base
Como fruto lógico del accionar misionero hemos considerado extender la presencia de la
Iglesia a través de nuevas comunidades barriales y de las comunidades eclesiales de base. Este
tema ha sido preferencial en la última Asamblea Diocesana. Si consideramos que la Iglesia se
encuentra entre las casas de los hombres, ella debe tener una presencia insertada en la
sociedad humana e íntimamente solidaria con sus aspiraciones y dificultades. A eso tienden
estas comunidades llamadas a vivir en comunidad de fe, de culto y de amor. Por otra parte, da
a los laicos un mayor espacio de participación.
Cuando el Documento de Santo Domingo dice que la Parroquia es comunidad de
comunidades abarca no sólo la comunidad en general y los movimientos, sino que supone la
presencia de las comunidades de base, comunidades pequeñas y comunidades de barrio.
Cuando hablamos de comunidades eclesiales insertas, primero queremos superar las
connotaciones y actitudes peyorativas que los términos “comunidad eclesial de base” puedan
tener, dada su historia. En segundo lugar, hacer un esfuerzo para purificar estas notas
peyorativas y ahondar en la experiencia primaria de la comunidad cristiana en los primeros
siglos de la Iglesia. Y por último, soltarnos para producir estrategias creativas para la
inserción. Mucho me temo que gran parte de nuestros esfuerzos pastorales apuntan a lo
“cultual”. ¡Magnífico!. Es un ejercicio del sacerdocio. ¿Pero dónde queda el ejercicio también
de la profecía, y de la realeza, sobre todo? En el fondo, lo que interesa es el imperio de la
caridad: ¡esto es ser reyes! Ejercer la realeza, es profecía y merece la celebración cultual.
¿Vale la pena un sacerdocio centrado en el culto, sin imperio de caridad y sin testimonio
profético? Lo que le da consistencia al culto, su sentido y su profundidad, es el laboreo
permanente para instaurar la caridad y la prestancia de la profecía, testimonio de esa realeza.
Cuando triunfa la caridad en todos los ámbitos, entonces surge espontánea la celebración
cultual. Y la profecía brilla por su audacia y su osadía.
Me parece que este objetivo de la Gran Misión sintetiza la vocación de todos y da mucho aire
a una pastoral encarnada. Por eso, sugiero una cierta criteriología:
1. La creatividad en estas estrategias, debería apuntar al imperio de la caridad,
sosteniéndola con una espiritualidad de “buen samaritano”: donde está caído el
hombre, al borde de cualquier camino, golpeado y malherido, la iglesia no puede
cruzarse a la vereda de enfrente, tiene su vino de amor, su aceite de esperanza, su
caballo para transportar y su dinero para ofrecer.
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Mons. Alejandro Buccolini, sdb. – Carta Pastoral Año 2000
2. Toda profecía debe apuntar a testimoniar la caridad. Si no lo hiciera, es falsa
profecía o es alarde de figuración. Se la sostiene con una espiritualidad de permanente
conversión, formación y oración. Donde el hombre está en búsqueda, inquieto,
desorientado y perdido, la Iglesia no puede desentenderse y disimular su identidad.
Tiene una verdad que gritar y un anuncio gozoso y liberador para proclamar: ¡Jesús es
el Camino, y la Verdad, y la Vida!
3. Todo culto debe partir del imperio de la caridad, corroborado por el ardor de la
profecía. No debe ser sólo espectáculo y narcisismo celebrativo: un culto basado en lo
bonito y emotivo, exaspera el sentimentalismo y degrada la celebración de la fe. Se lo
sostiene con una espiritualidad litúrgica (antiguamente llamada mistagógica)
coherente, que integra fe y vida. Donde el hombre está sumergido en infinidad de
idolatrías y de rituales impuestos por la moda, la onda, la apariencia, la conveniencia,
el “look”, la iglesia no puede copiar el modelo. Sólo adora al Dios de la vida, y al
Señor de la historia, solo a Él tributa culto, y tiene para el hombre un espacio donde
celebra la alegría de ser hijo, hermano y señor.
Guiados por estos sencillos criterios fundantes de nuestra misión, las estrategias deben ser
aterrizadas y posibles, sencillas, perseverantes y audaces. A lo mejor, insertar la iglesia en
medio de nuestra gente debe partir de “buena vecindad”, horizontal y/o vertical, mucha
comunicación, enterarnos de la vida del otro, de sus necesidades y urgencias, de sus carencias
y aspiraciones, de su júbilo, celebrando las cosas hermosas de la vida: cumpleaños, bodas,
nacimientos... Una vez que prenda la comunión y la fraternidad (“imperio de la caridad”),
avanzar sobre la línea de pequeños servicios alrededor, atención de los niños, de los jóvenes,
de las madres adolescentes, de los ancianos, organizados y coordinados mínimamente y
siempre orientados por el Párroco y la acción participativa del Consejo (“explicitación de la
profecía”). Y a medida que el testimonio va ganando terreno, y la vida del creyente
credibilidad, “implementar el culto” como punto de llegada al Corazón de Cristo y de partida
de Él hacia los demás: “misión”.
El balance de situación y proyección de la 6º carta pastoral, elaborados durante las ASPAS
1998, puede servir de pista para la concreción de esta intención. Creo que sobre esa línea se
debería trabajar, prosiguiendo así la tarea iniciada hace casi un lustro, de planificación
pastoral.
Ojalá esta iniciativa surja como consecuencia de la Misión en el Año Jubilar. En una época
en que la familia como institución está en crisis, la multiplicación de las comunidades de base
y de pequeñas comunidades hace posible, en el ámbito de la experiencia humana, una intensa
vivencia de la realidad de la Iglesia como Familia de Dios.
Como el fuego que vivifica a la Familia de Dios es el Espíritu Santo, le pedimos que nos
ilumine, que suscite la comunión de fe, esperanza y caridad para nuestro trabajo pastoral.
Les auguro un muy buen año en todos los aspectos: personal, familiar y eclesial. La Virgen,
estrella de la evangelización, nos acompañe.
Renuevo mi total disponibilidad pastoral, pido disculpas por mis errores y limitaciones
mientras imparto de corazón mi pastoral bendición.
+ Alejandro Buccolini, sdb.
Obispo
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