Download Dorothy Day y la revolución permanente. Eileen Egan

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Transcript
DOROTHY DAY
Y LA
REVOLUCION PERMANENTE
Por EILEEN EGAN
1983 edición inglesa
1985 edición española
1
Prefacio
Este libro ha sido traducido en la casa Juan Diego ha servido a los refugiados de
habla hispana de Centroamérica durante los últimos cinco años. Por esta razón,
nos agrada tanto tener un libro en español sobre la vida de Dorothy Day, de quien
hemos recibido inspiración. Varios de los trabajadores de casa Juan Diego no
hablan inglés.
Estamos muy agradecidos con Anabella de Trabanino por las muchas horas que
dedicó para llevar a cabo la traducción de esta obra: Dorothy Day y la revolución
permanente.
Gran parte del contenido de este folleto fue publicado en The Way en Julio de 1982
por los Jesuitas en Londres.
2
DOROTHY DAY
Y LA
REVOLUCION PERMANENTE
“Hacerme católica,” relataba Dorothy Day, “significaría
enfrentarme sola a la vida. Yo no quería estar sola. No quería deshacerme de un amor humano que era tan querido y tierno.”
El hombre que ella amó y con quien vivió bajo un matrimonio civil fue
un hombre con una dedicación inquebrantable hacia sus propios principios. Nunca quiso tener nada que ver con una ceremonia matrimonial formal religiosa y además le insistió a Dorothy que “él no tendría
nada que ver con religión ni conmigo si yo la practicaba.”
La separación de Forster Batterham, el padre de su hija, fue la primera prueba de su aceptación de Jesús y la Iglesia, pero esa fue solamente
parte de la separación que tendría que enfrentar. La otra separación
fue de sus amigos con quien ella había compartido el fermento revolucionario de los jóvenes escritores y artistas de Nueva York. Ella había
trabajado para la socialista Calc, y por un lapso corto de tiempo para
Masses, la misma revista a la cual, John Reed, el revolucionario americano y autor de “Ten Days That Shook The World,” (en español: Los
diez días que sacudieron al mundo), estaba ligado. Dorothy describía
la exaltación de esos días al mismo tiempo que celebraba con miles de
neoyorquinos el triunfo de la revolución soviética y también decía ella,
“Iba cantando canciones revolucionarias bajo la noche estrellada.”
Una de sus compañeras de canto era Rayna Prohme, quien tomó parte
en la Revolución Chino-comunista, antes de escapar para Moscú, en
donde murió a los 27 años.
Aunque nunca había sido miembro del partido comunista, Dorothy extrañaba la exaltación de la lucha para hacer nacer una nueva sociedad,
una lucha que fue el pan de cada día de sus compañeros de izquierda.
Después de cinco años de catolicismo, Dorothy se encontraba en Washington D.C., la capital de la nación, para reportar sobre una “marcha
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de hambre,” inspirada por los comunistas. El artículo se publicó en el
Commonweal, (En español, El Bien Común), una revista laica católica
y la primera en aceptar sus escritos. Fue durante el tope de la gran depresión, con millones de americanos sin trabajo y sin esperanzas. Después de la marcha, el 8 de diciembre de 1932, Dorothy rezaba con lágrimas de angustia en la cripta del Sepulcro Nacional de la Inmaculada
Concepción, “Que yo puedo hacer algo en el orden social, además de
reportar condiciones. Yo quería cambiarlas, no solamente reportarlas.” “Pero había perdido la fe en la revolución, quería amar a mi
enemigo, capitalista o comunista.”
A su regreso de Nueva York, cuenta ella, la esperaba, “Un
hombre bajo, de unos cincuenta y tantos años, tan vulgar y harapiento
como cualquiera de los que habían marchando conmigo.”
Dorothy siempre decía que si Tessa, su cuñada, con quien vivía, no le
hubiera enseñado la “hospitalidad española” de aceptar a un extraño
sucio, a éste lo hubiera pasado por alto.
Era Peter Maurin.
Venia listo y equipado con planes para una revolución pacifica y rebosaba de ideas de cómo rehacer la sociedad. George Shuster, el editor de
The Commonweal,, lo había enviado. Había notado ciertas congruencias entre las ideas de Peter y Dorothy.
Pronto comenzó a explicarle a Dorothy lo que “Lenin decía, ‘No puede
haber revolución sin la teoría de la revolución’; así es que yo estoy tratando de dar la teoría de una “revolución verde.”
La revolución de Maurin era una revolución “personalista comunitaria” y estaba fundamentada en tres principios que el escribió con su estilo lapidario de la siguiente forma: Culto, Cultura y Cultivación. El
Culto comprendía las enseñanzas de Jesús, la Misa y los rituales litúrgicos y la practica diaria de las obras de caridad.
Maurin creía que en relación directa al cambio social y a él mismo, llevar a cabo los trabajos caritativos por encima de todas las barreras,
era la acción más directa de todas las acciones. Las casas de hospitalidad, (los refugios) serían los lugares en donde todas las obras de caridad, tanto espiritual como corporal, podrían ser practicadas. La Cultura era la sabiduría de los viejos, de los santos, mártires, teólogos,
economistas, filósofos que sería estudiada y discutida en mesas redondas. De estas discusiones saldría la frase favorita de Peter, “La clarificación del pensamiento,” para usarla en tal forma que las verdades
eternas pudieran ser desenterradas para servir de guías en la vida moderna.
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La Cultivación significa un retorno y respeto a la tierra y todo trabajo,
especialmente artesanías y manualidades. Esto nos conduciría a fundar
universidades de agronomía en donde la gente joven desempleada pudiera aprender la ciencia para vivir en el campo. Ellos llegarían no sólo
a descubrir cómo lograr la autosuficiencia, sino también la manera de
ayudar a otro. “No hay desempleo en el campo,” decía orgullosamente
Peter.
Peter predijo el crecimiento de las Comunidades rurales, en donde “los
escolares serían obreros y los obreros serían escolares.” Su método de
indoctrinación era aquel método pacífico de “Encontrar concordancia,” y él, de alguna manera, encontraría concordancias entre gente de
ideas totalmente divergentes. Su concepto básico, sobre el cual, la mayor parte de la gente estaba de acuerdo con él, era el concepto expuesto
por Santo Tomás de “el bien común.” El tomo de las IWW, (Asociación Radical de Trabajadores Internacionales del Mundo) el concepto
de construir una nueva sociedad en la concha de la antigua.” Su meta
final, explicaba, era ayudar a construir “una sociedad, en la cual, fuera
más fácil ser bueno.” En su mente siempre estaba la necesidad de destinar al laico hacia un sentido renovado del “Cuerpo Místico” y a un
compromiso hacia la pobreza voluntaria, en forma tal, que quedaran
en libertad de servir a otros.
Una idea de Peter para esparcir las ideas de la revolución verde era
publicar un manifiesto. Esta fue la idea que atrajo a Dorothy como escritora y miembro de la familia periodística que ella era. Su padre y
dos hermanos trabajaban en periódicos. Ella discutió los aspectos
prácticos de esto con Peter y se dio cuenta que él no quería involucrarse en estos asuntos.
“Yo establezco los principios,” dijo él y luego explicó la necesidad de
depender de la providencia de Dios. “Solamente lee la vida de los santos,” le dijo a Dorothy.
Dorothy tomó este consejo al pie de la letra. Tan pronto ella tuvo 57
dólares. –que representaban el pago por un artículo en el Semanario
Jesuitas América y con los regalos de unos amigos, hizo los arreglos
para imprimir 2500 copias de un periódico de ocho paginas.
Este fue editado en la cocina, de un departamento de un bajo del East
Side de Nueva York y contenía siete aportaciones de Peter. Los párrafos estaban compuestos de frases similares a los versos libres que llegaron a ser conocidos como “Easy Essays” (Ensayos Sencillos). Ante mí
está la publicación de Peter “Ética y Economía.” En la cuarta columna
de la primera página y en una página interior se encuentran varios ensayos sobre usura e interés, uno de los cuales decía, “Cristo echó fuera
del templo a los prestamistas, pero actualmente nadie se atreve a echar
fuera del templo a los mismos.”
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El candente amor de Dorothy por los pobres y por los que no son escuchados, ilumina cada página. Con una ardiente y apasionada pluma,
ella describe la explotación del trabajo de los negros en Mississippi,
por el departamento de Guerra de los Estados Unidos y la presión a
que son sujetas las mujeres en los talleres y fábricas. La publicación salió de las prensas el 10 de Mayo, día en que la Plaza Unión en la calle
14 del bario del Este, estaba atiborrada con más de 50.000 personas
para la Convención Comunista anual. Dorothy Day, con unos pocos
jóvenes, se movía entre la multitud vendiendo a un centavo la copia o
simplemente regalando una edición con un título similar a aquel del
periódico comunista Daily Worker (El Trabajador Diario). El de ella
se titulaba The Catholic Worker (El Trabajador Católico).
El editorial conciso expresaba: Para aquellos que están sentados en las
bancas del parque bajo el ardiente sol de primavera. Para aquellos
apiñados en refugios, tratando de escapar de la lluvia. Para aquellos
que piensan que no hay esperanzas para el futuro, ni reconocimiento
de su desesperación, para todos ellos, está dirigida esta publicación.
Se ha escrito para llamar la atención sobre el hecho de que la Iglesia
Católica tiene un programa social y para darles a conocer que hay
hombres de Dios que están trabajando no solamente por su bienestar
espiritual, sino también por el material.
El movimiento nació aquel día lo, de Mayo de 1933.
Según Peter, Dorothy llegó a ser una moderna Santa Catalina de Siena, siendo esta última la que 600 años atrás había sorprendido al
hablar de reformas de la Iglesia y la sociedad y haber congregado a su
alrededor a “la bella brigada,” a una compleja comunidad de laicos y
religiosos que vieron en ella a su guía. A través del periódico, pláticas y
contactos personales, Dorothy llegó a ser la chispa que encendió las
mentes de los obispos para embarcarse en el programa de casas de hospitalidad, universidades de agronomía y el resurgimiento del mensaje
de Jesús en término aplicables a los monstruosos problemas sociales
que había a su alrededor. Peter continuó diciéndole a Dorothy y a todo
el que quisiera oírlo que “La verdad debe ser re-establecida cada veinte años.” Ella relataba que Peter “hablaba tanto hasta volvernos sordos, tontos y ciegos” y “creía que había que repetir y recalcar su punto
de vista hasta penetrar, por medio de repetición constante, como lo
hace la gota de agua sobre las piedras como si estas fueron nuestros corazones. “Si el hubiera sido un hombre malhumorado, hubiera sido un
ejercicio desgastador para quienes lo escuchaban, pero el estilo de Peter era el de “anunciar, denunciar.” Caso omiso a un marcado acento
francés, su pensamiento era claramente transmitido porque él sabía
cuando pausar, para luego soltar sus más agudos comentarios.
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Dorothy continuó escuchando, pero la Iglesia Americana, a través de
sus dirigentes, no dio señal de respuesta. A los miembros de la Iglesia
Católica que estaban en las grandes empresas se le hizo difícil, a través
de sus organizaciones de caridad católica, ayudar a proveer comida,
vestido y refugio para varios millones de parados. La ayuda a los hogares no era nada más que un paliativo pequeño y la comunidad católica,
los inmigrantes y los hijos de los inmigrantes, fueron salvajemente golpeados por la depresión.
El reconocimiento de otro aspecto del programa de Peter, se plasmó
como una respuesta de Dorothy a una tragedia. Cuando los voluntarios
se juntaron como un pequeño grupo para sacar a luz una publicación,
The Catholic Worker (El Trabajador Católico), se organizó también
una cocina comunal. Gente hambrienta venía por café, pan y sopa. Algunos de ellos solicitaban albergue pero sencillamente no había espacio
en la casa de la calle 15 Este. Dorothy contaba un día, que dos mujeres
que habían compartido una comida, le dijeron que no tenían donde vivir.
Cuando terminaron se fueron caminando y al rato regresó una de ellas
para contarle a Dorothy que su compañera se había tirado bajo las
ruedas del tren metropolitano. Con sus únicos cinco dólares en la bolsa, Dorothy se fue calle abajo donde había un apartamento vacante.
Rentó el apartamento, dejando los cinco dólares de depósito y con esto
logro alberque para seis mujeres sin hogar. Esta fue la primera “Casa
de Hospitalidad.” Dorothy le confió a la Divina Providencia, el pago de
la renta. El dinero llegó, así como llegó también, para otras casas de
hospitalidad más grandes en Nueva York y otras fundadas por laicos
en Boston, San Luis, Missouri, Chicago, Detroit y eventualmente en
ciudades de la costa oeste.
Dorothy decidió, por pura corazonada, que Peter debería ser su mentor. “El fue mi maestro,” escribió, “y yo fui su discípula. El me indicó
el sendero de la vida.” Peter se impuso la tarea de compartir con ella
las ricas enseñanzas de la Iglesia, así como la síntesis de la inmensa lectura.
Difícilmente podrían haberse juntados dos personalidades más dispares. En el tiempo en que se juntaron, Dorothy estaba en sus treinta
años, era una mujer libertina y bohemia, marcada con varias aventuras amorosas infelices y un matrimonio civil antes de su concubinato.
Tenía una profesión, la de escribir. Peter era un célibe en su cincuenta
y tantos años, que no encajaba en la sociedad y por ello tomaba raros
quehaceres que lo mantenían. Dorothy era una americana de pura cepa y cuya familia de clase media, al igual, que otros americanos erran7
tes, se podía mover de costa a costa y a lugares intermedios y rápidamente asentarse en alguno de ellos. Peter se hacía llamar un campesino, como hijo de campesino, que por espacio de quince siglos habían
vivido en la región de Languedoc, al sur de Francia. Nació en una casa
de piedra que parecía haber emergido de la tierra misma.
La familia Day no practicaba religión alguna. Su madre asistía a la
Iglesia Episcopal. Su padre traía consigo una Biblia pero con frecuencia expresaba sus sentimientos antirreligiosos. Peter, bautizado con el
nombre de Aristide Pierre, venía de una familia muy encajada en el
Catolicismo, donde muchos de sus miembros decidieron seguir su vocación hacia la vida religiosa. La voracidad de Dorothy por la lectura
la llevó desde Scout y Dickens hasta Peter Kropotkin y Jack London.
(cuyos relatos de la opresión de los trabajadores y su lucha de clases le
marcaron un sendero en su mente) y hasta los novelistas rusos, Dostoievske, sobre todo. Lo que Peter leía era más bien los Evangelios, los
Padres de la Iglesia, las vidas de los Santos, los grandes teólogos, como
Santo Tomás de Aquino y las encíclicas sociales. Todo el dinero que
podía ahorrar era para gastarlo en más lecturas, como lo escrito por
Eric Gill, R.H. Tavoney, Emmanuel Mounier y Peter Kropotkin. Sus
lecturas convergieron en el último príncipe ruso que llegó a ser un
anarquista.
Mientras Dorothy únicamente había incursionado en el trabajo de él,
Peter había hecho un estudio de las implicaciones de “Ayuda Mutua,”
y “Campos, Fábricas y Talleres.”
Dorothy siempre quiso escribir y además de sus historias periodísticas.
Usó su tiempo en escribir ficción, incluyendo una novela que escribió y
que le rindió suficiente para comprar una casita de playa en Staten Island en la Bahía de Nueva York. Una comedia le valió un contrato de
escritora para Hollywood. Los escritos de Peter, frecuentemente ilegibles, escritos con un pedazo de lápiz sobre trozos de papel, eran siempre sobre temas religiosos y éticos, seleccionados de sus lecturas y ofreciendo soluciones para los dilemas del siglo veinte.
Más o menos, al mismo tiempo que Dorothy, quien cuando niña había
tenido inquietudes religiosas, se alejaba de las mismas considerándolas
como el opio de los pueblos y algo sin atractivo, Peter se unía a la sociedad de los “Hermanos Cristianos.” Dorothy, como atea, se adhirió al
partido socialista, y Peter consideraba que había encontrado su vocación como religioso.
La unión de ambos fue una búsqueda de una síntesis entre las enseñanzas de Jesús y la manera como sus seguidores deberían de vivir.
Dorothy había encontrado que trabajar para la revolución, no le daba
el sustento espiritual y que ella debería retirarse de sus amigos para irse a los templos de Greenwhich Village, San José, (la Iglesia Católica
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más antigua de la ciudad) la más decorada de la “pequeña Italia.” Algo
de espíritu de su adolescencia se reafirmó por sí mismo cuando, siendo
una quinceañera, le escribió a un amigo, “Yo sé que parece tonto intentar ser como Cristo-pero Dios dice que podemos,-sino, por qué su
mandamiento que dice, ‘Sé perfecto.’”
Cuando Dorothy supo que iba a tener un hijo, se llenó de tanta alegría
que se volvió hacia Dios. Era una alegría natural, nunca sintió miseria
y decía frecuentemente, que ello la había hecho volverse hacia su
Creador. Cuando la criatura nació, la hizo bautizar con el nombre de
Tamar Teresa, en la Iglesia Católica local.
Nunca pensó en otra religión, que la que consideró más cercana a la
gente. Un año después ella misma se incorporó a la fe, lo cual le significo la exquisita agonía de terminar su relación con Foster Battheram, el
padre de su hija.
Peter, quien abandonó el movimiento de los “Hermanos Cristianos,”
paso un tiempo en Paris trabajando con el movimiento “Le Sillón.” (La
Grieta) y pregonando la vanguardia de una publicación semanal llamada The Democratic Awakening (El Despertar Democrático).
En 1909, se unió a un éxodo de franceses que inmigraban hacia el Canadá. Después de la muerte de su socio, cruzo la frontera ilegalmente
hacia los Estados Unidos. Nunca dio detalles de la experiencia religiosa
que lo movió a adoptar la forma franciscana de pobreza voluntaria.
Vivió día a día compartiendo sus convicciones con quien quisiera escucharlo.
En sus designios puros de providencia, sus trayectorias los unieron en
Nueva Cork en 1932. Fueron co-fundadores de un movimiento que ha
influenciado a la Iglesia Católica Norteamericana tan profundamente
que después de “El Trabajador Católico,” la Iglesia nunca volvió a ser
la misma.
De la pequeña imprenta del 10 de Mayo de 1933, El Trabajador Católico alcanzó una circulación de 100,000 copias en un periodo de tres
años y al año siguiente subió a 150,000. Provocó respuesta entre la juventud, quien ofreció su trabajo voluntario y talentos. Se pregonó en
las puertas de las Iglesias y en las calles a través del país. Al poco tiempo, el movimiento fundó su casa matriz en la calle Mott 115, al borde
de Chinatown en Nueva York. Era un edificio de cinco pisos con dos
oficinas en el frente y una pequeña casa en la parte de atrás. Raras veces llegaba la luz del sol hasta esta casita rodeada de edificios. Allí en la
oscuridad, en apartamentos sin calefacción, donde inmigrantes irlandeses habían llegado en los años de 1880, vinieron personas jóvenes
con ideales encendidos de rehacer el mundo.
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Había espacio en este local para los desposeídos, víctimas de la depresión y con sentimientos fuertes de inutilidad, debido a la falta de trabajo. Envueltos en harapos y con los zapatos rotos y sin medias y sus caras grises de hambre. Traían el cuerpo y la suciedad de aquellos que no
tienen lugar para bañarse y daban a los voluntarios el trabajo de tratar con estos visitantes malqueridos, así como luchar constantemente
contra las cucarachas y otros insectos.
La fila para recibir el pan, el café y otros alimentos crecía cada vez
más. La ayuda llegaba, generalmente ya cuando las deudas habían crecido considerablemente. La visión, como lo expresaba Dorothy, animaba a todos aquellos que se habían adherido al movimiento. “Ver a Cristo en los demás y amar a ese Cristo que ves en los otros. Sentimos el
respeto por el pobre y el desposeído,” decía ella, “así como aquellos
que están más cerca de Dios y los escogidos por Cristo para su compasión. Cristo vivió entre los hombres. El gran misterio de la Encarnación que significó que Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera
hacerse Dios, era un regocijo que nos hacía querer besar la tierra en
adoración, porque sus pies, en un momento dado, pisaron esa tierra.”
Los voluntarios que persistían, eran los que podían sentir ese regocijo
o saborearlo con frecuencia para sustituirlo por otras experiencias de
la vida en El Trabajador Católico.
El deseo sincero de Peter de que los Obispos Católicos fundaran Universidades de agronomía en sus diócesis, no se llevó a cabo. Comenzó a
interesar a Dorothy por la idea de fundar comunidades agropecuarias.
Ella resistió diciendo: “Yo amo la ciudad,” confesó, “especialmente la
vida de la parte baja del este.” Al final accedió a los deseos de quien le
había proporcionado una forma de vida.
La primera comunidad agropecuaria consistió en una casa con un acre
de terreno de jardín en Staten Island; la segunda, una propiedad decrepita de 28 acres en Easton, Pensylvania. Tenía una casa, un establo
y una bodega. Pronto, la gente comenzó a llegar a Easton para discusiones, durante las cuales Peter estaba en su gloria. Siempre enfatizó su
punto de vista, con su dedo.
Tenía tantas cosas importantes que decir que no tenía tiempo para trivialidades. Pero también siempre escuchó, antes de dar su respuesta y
de esta manera decía, ambos somos los más ricos.
En Easton se ofrecían retiros que los daba el Reverendo Paul Harley
Furfey, un pensador de los primeros días del periódico. El contribuyó
con el primer artículo anti-guerra, basando sus argumentos en la noviolencia del Evangelio. “El retiro” dirigido por el Padre John Hugo,
seguía a continuación y enfatizaba lo supernatural hasta el extremo
que Dorothy sintió que era como oír el Evangelio por primera vez.
Mientras le daba a ella gran fortaleza perturbaba a aquellos, cuya
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educación católica los había inclinado hacia la escrupulosidad. De todos modos, el retiro de una semana, en el que los que asistían guardaban silencio, se daba para una gran variedad de grupos.
Por las relaciones que se tenían en El Trabajador Católico, los voluntarios de los diferentes lugares, acordaron comenzar las comunidades
agropecuarias, muchas de ellas adjuntas a las Casas de Hospitalidad de
la ciudad.
Cuando una huelga de pescadores se desató en el Puerto de Nueva
York, El Trabajador Católico, organizó un centro en las orillas del
mar y dio de comer a los huelguistas. A cincuenta de ellos se les dio techo en cada esquina de las casas de la Calle Mott. Un pescador, John
Felliner, se quedó permanentemente convirtiéndose en John Agricultor
en una comunidad agropecuaria. En los años sesenta, ayudó a alimentar a los participantes de la conferencia anual Pax Tivoli, dirigida por
Dorothy Day, así como también por líderes pacifistas como el Arzobispo T. D. Roberts, S.J., y Walter Stein. Thomas Merton mandó su último artículo “Paz y revolución” a la conferencia Pax de 1968. John el
Agricultor, siempre con el movimiento, trabajaba con la comunidad
agropecuaria más reciente de El Trabajador Católico, que tenía 57
acres, bajo el nombre de “Peter Maurin,” cerca de Marlboro en el estado de Nueva York, cuando lo sorprendió la muerte en 1982.
Sin un plan premeditado, muchas de las comunidades agropecuarias,
fueron con los años convirtiéndose en Casas de Hospitalidad, donde a
los caminantes se les podía dar posada temporal en su viaje y donde la
gente de la ciudad, podía venir a pasar un día de fiesta. Algunas personas vinieron a visitar y luego no se les podía sacar. Las comunidades
agropecuarias de El Trabajador Católico, no siempre eran lugares
tranquilos. Dorothy escribió sobre las guerras peleadas en El Trabajador Católico, una de ellas era la del viejo contra el joven, otra era la del
estudiante contra el trabajador. La gente mayor acostumbrada a un
trabajo regular, patrones de vida rígidos, y prácticas religiosas, se encolerizaba en contra de lo que veían como irresponsabilidad y debilidad de la gente joven en todos los aspectos de sus vidas. Los eruditos,
quienes generalmente hablaban o leían mientras había trabajo que
hacer, se veía como perdida de tiempo por los trabajadores. Pero año
tras año, Dorothy se concentraba más y más en la necesidad de una
comunidad. Era un misterio, cómo ella podía mantener el espíritu de la
comunidad vivo a través de los grupos, pasando por alto las disputas,
moviendo los extremistas hacia posiciones menos rígidas. Ella sabía
que en el movimiento, estaban aquellos cuya amargura era un grito
desde lo más hondo de su soledad, un grito de amor. “Todos hemos conocido la larga soledad,” escribió, “y hemos aprendido que la única solución es el amor y que el amor llega con la comunidad.”
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El Trabajador Católico siempre tomó el Evangelio literalmente, aceptando así a Jesús en el hambriento, el desposeído, el enfermo y hasta el
enajenado mental, no encontró mayor oposición. Llevando a cabo lo
que Peter y Dorothy usualmente llamaban los “trabajos corporales de
misericordia,” (una descripción frecuentemente usada en esos tiempos), encendieron así los corazones de la gente. Había una incomprensión y hasta oposición cuando se involucraban en los más bien controversiales, trabajos espirituales de misericordia, en particular, el instruir al ignorante. Peter sentía que la Iglesia protegía a la sociedad, en
particular al débil, cuando prohibió los préstamos a interés, no solamente lo que hoy se llama usura. Usura, en la mente de la Iglesia medieval, era simplemente el interés. La posición de Peter era que la debilidad por abolir la usura había permitido a la comunidad católica
aceptar el capitalismo y la motivación de la ganancia del capital, sin
criticismo alguno y ser transformado por la sociedad en lugar de transformarla.. Muchos de sus 200 “Ensayos Sencillos,” hablaban de lo maligno que era para la sociedad la legalización del usurero.
El dinero es por definición un medio de intercambio, y no un medio
para hacer más dinero. Cuando el dinero es usado como un medio de
intercambio, ayuda a consumir los bienes que han sido producidos.
Cuando el dinero es usado como inversión no ayuda a consumir los
bienes producidos, ayuda a producir más bienes, a crear sobreproducción, y como consecuencia, crea desempleo.
Tanto dinero ha sido puesto en negocios, que ha hecho quebrar a los
mismos.
El dinero que se da al pobre, es funcional es, dinero que cumple su cometido.
El dinero usado como inversión , es dinero prostituido es, dinero que
no cumple su cometido.
La interpretación de Peter del Evangelio, que la sobreproducción de
bienes que tengamos no debería invertirse sino darse al pobre, constituía una doctrina cristiana de pobreza tan radical, que muchos católicos creyentes estaban alarmados.
La oposición a El Trabajador Católico se disolvió por su posición respecto a la guerra. Durante la guerra civil española, las publicaciones
católicas estaban llenas de violencia en contra de sacerdotes y monjas;
y con el programa anti-Iglesia de los leales. Irlandeses americanos, tendían a identificar el pillaje en contra de la Iglesia en España, con el de
la Iglesia Irlandesa durante épocas pasadas. El Trabajador Católico se
inclinó al pacifismo y permaneció neutral durante la guerra civil. El
periódico condeno las matanzas tanto de parte de Franco como de los
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leales y como consecuencia perdió la mitad de sus suscripciones. Había
subido hasta el tope de su circulación de 150,000 y cayó a 75,000.
Una prueba aún más dura le vino durante la segunda guerra mundial.
Desde su fundación, El Trabajador Católico, había publicado artículos
oponiéndose al totalitarismo y al antisemitismo. El grupo de El Trabajador Católico, comenzó a protestar ante el Consulado Alemán en
Nueva York, en contra de la persecución de los judíos y disidentes antinazis. Dorothy Day ayudó a organizar el Comité de Católicos para la
lucha contra el anti-semitismo. Después de la entrada de los Estados
Unidos en la segunda guerra mundial, el 7de diciembre de 1941, Dorothy se fue a la Iglesia de la Transfiguración en la Calle Mott y rezó,
“Señor, Dios Misericordioso, Padre Nuestro, ¿nos quedamos en silencio o hablamos? Y si hablamos, que decimos?”
Estas palabras se imprimieron en la publicación de Enero de 1942 de
El Trabajador Católico bajo el título de: “Nuestro País Pasa De una
Guerra No Declarada, A Una Declarada: Nosotros Continuamos Nuestra Posición Pacifista.”
Dorothy insistió, “vamos a imprimir la palabra de Cristo, quien esta
siempre con nosotros hasta el fin del mundo…’ ‘Ama a tu enemigo, haz
bien a aquellos que te odian.’ Nuestro manifiesto es el sermón de la
montaña, lo que significa que trataremos de ser pacifistas. Hablando
por muchos de nuestros objetores de conciencia, no participaremos en
la lucha armada, ni fabricando municiones, ni comprando bonos gubernamentales para alargar la guerra, así como tampoco apoyar a nadie hacia estas tendencia .”
Su posición contra la primera guerra mundial fue de táctica pacifista.
Un pacifismo en cuanto a la lucha por una causa nacional, pero alerta
a levantarse y pelear con la evolución de violencia para obtener cambios sociales.
Con su conversión, Dorothy continuó creyendo en la revolución, la
nueva criatura del Evangelio lucharía por medio de una revolución pacifica de amor, para dar una luz de lo que es el Reino de Dios.
Su pacifismo era aquel de la Cruz. La convicción de la aceptación del
sufrimiento del inocente, es la verdadera conquista sobre el mal. En este misterio, ese sufrimiento inocente es la salvación del mundo. Esta
era la posición de El Trabajador Católico, dirigido por Dorothy Day.
La función de este era la de continuar con “la práctica diaria de los
trabajos de misericordia,” tanto para el amigo como para el llamado
enemigo, ya que, la palabra misericordia, es simplemente un sinónimo
de amor. Amor bajo el aspecto de necesidad. Los trabajos de misericordia aunque son la verdadera relación entre los seres humanos en el
orden de Jesús y aunque también son los medios de salvación, se ven
interrumpidos por la guerra.
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La posición atrevida de Dorothy fue seguida de una acción igualmente
atrevida. Con Joseph Zarella, un objetor de conciencia, se fue a Washington a testificar ante el Comité de Congresistas para interceder por
una alternativa al servicio civil para los católicos que objetaban contra
el servicio militar y rehusaban quitar vidas.
La abstención de servicio militar era otorgada por el Gobierno de los
Estados Unidos, solamente para seminaristas católicos y para sacerdotes y hermanos religiosos bajo votos. Alternativas civiles de servicio
eran concedidas a miembros de “las iglesias de paz,” mientras los católicos que se demostraban en contra de la guerra junto con los de otras
iglesias cristianas, eran frecuentemente encarcelados. Dorothy Day y
un sacerdote de la Universidad Católica, fueron los que más exaltaron
sus voces apoyando los derechos de los laicos. Para los católicos como
Gordon Zahn, quien consiguió recibir el estatuto de “objetor de conciencia” (conscientious objector – C. O.) de las juntas de reclutamiento,
Dorothy Day ayudó a organizar dos campos donde podían ejercerse
servicios civiles. La escritora de este libro es una de las personas a
quienes, entre otros, Dorothy Day abrió sus mentes a la no violencia
cristiana. Para millones de católicos americanos que pelearon en la segunda guerra mundial, el pacifismo era considerado como una postura
pasiva ante la faz del mal. Dorothy Day, más que cualquier católico
americano, demostró que pacifismo no es pasividad, sino una lucha
diaria contra el mal, por medios no violentos, aceptando el sufrimiento
en vez de transmitírselo a otros.
Dorothy Day nunca dudó en ir a la cárcel por la justicia y los derechos
humanos, así como por su oposición a la guerra y preparación para la
misma. Su primer arresto y sentencia de cárcel fue por demostraciones
a favor del voto femenino. Siempre nos recordó que ella nunca había
votado. Esta era su forma, una forma extremista tal vez de enfatizar
su punto de vista, de que la responsabilidad personal debe suplantar al
apoyo y a la dependencia del Estado.
Durante los años 50, rehusaba esconderse cuando la sirena sonaba
anunciando las prácticas de ataques aéreos. Ella concordaba con las
ideas de Ammon Hennacy, el editor de El Trabajador Católico, y revolucionario, en que las prácticas de defensa civil eran ejercicios psicológicos de guerra. La protesta que comenzó con unos pocos, de los cuales
todos fueron sentenciados a cárcel, alcanzó enormes proporciones al
cabo de 5 años. Más de cuatro mil manifestantes llenaron el parque del
City Hall y se pararon frente a la oficina del Alcalde rehusando obedecer las sirenas. Solamente unos cuantos fueron arrestados. Los reportajes de Dorothy sobre sus experiencias en la cárcel de mujeres, ayudaron a poner a muchos en alerta sobre las condiciones de las prisiones,
así como al gran debate de cómo se les preparaba para la guerra.
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El trabajador Católico, había ya apoyado la causa de César Chávez y
los campesinos. Fue en El Trabajador Católico donde los campesinos
encontraron techo por primera vez, cuando vinieron a Nueva York a
difundir la huelga de la uva, que llamó la atención no solamente a la
nación sino al mundo entero. En el venero de su setenta y cinco cumpleaños, viajó a California para estar junto a César Chávez, cuando él
y muchos que lo apoyaban, rehusaron obedecer leyes inconstitucionales en contra de las demostraciones públicas. Pasó doce días encarcelada para dar fe a la lucha no violenta de Chávez, quien fue llamado “El
Ghandi de las uvas.” Esta fue su última experiencia en prisión.
Con las hostilidades en Vietnam, los años sesenta vieron elevarse un
sentimiento en contra de la guerra. El movimiento de El Trabajador
Católico apoyó los muchos esfuerzos por la paz, incluyendo el Grupo
Católico de paz y “Pax Cristi”, la rama norteamericana del movimiento inglés, fundado por Eric Gill y otros. Fue en los años sesenta que llevó a cabo sus viajes internacionales por la paz y yo, como escritora,
anduve con ella en casi todos. En 1963, como vocero de Pax, ella aceptó
hablar en la Casa de Conferencia Spode sobre “Paz por medio de reconciliación.” Conocimos a dos mujeres luchadoras por la paz, Vera
Brittain, autora de “Testamento de Juventud” y Muriel Lester, anfitriona de Ghandi en Londres.
La mansión de Spode estaba suficientemente lejos de Londres y otros
centros, así las personas que venían a la conferencia de fin de semana,
tenían que quedarse desde el principio al final. Cuando llegó el momento de comprar otra propiedad, Dorothy sugirió que tendría que
quedar más lejos de Nueva York que Staten Island, así los participantes se quedarían a las discusiones serias sin estar yendo y viniendo a la
ciudad. Un antiguo hotel de Tivoli, en la parte alta del estado de Nueva
York fue una imitación razonable de la Casa Spode.
El conocimiento de su interés en el anarquismo de Kropotkin la había
precedido y un público muy numeroso le dio la bienvenida cuando
habló en una reunión anárquica en Londres. Como de costumbre, continuamos nuestras discusiones sobre anarquismo, pues yo consideraba
que personalismo era una expresión mejor del movimiento de El Trabajador Católico. Sentía que el término era un bloqueo para muchos
católicos ya que lo relacionaba con grupos extremistas y violentos. Peter le dijo a un entrevistador que él era un anarquista pero prefería el
término personalista.
Dorothy defendió su fidelidad al término, pues quería no una palabra
suave como personalismo, sino una palabra encendida que despertara
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a la gente. Dorothy y Peter trataban con gente que sentía, que tenía
que escoger entre capitalismo y comunismo, quienes habían visto antes
que ellos la grandeza despersonalizada de los grandes negocios y la
deshumanización y centralización del Marxismo-Leninismo. Al mandar gente a Kropotkin, ellos querían con esto decirles que tenían que
reanalizar su mundo. Una forma posible de rehacerlo sería comenzar
con esfuerzos descentralizados voluntarios de productores ligados con
un contrato libre. Querían reforzar a la gente en contra de todo César,
gente que fácilmente se volvía pasiva e inútil.
Cuando la guerra y la paz fueron debatidas en la sesión final del Concilio Vaticano, decidimos que el lugar indicado en el otoño de 1965, era
Roma. Nos preparamos para la sesión elaborando una publicación especial de El Trabajador Católico titulado “El Concilio y la Bomba.” Dorothy
me pidió que editara y escribiera el editorial de esta publicación, que
incluía la más reciente fórmula de los Padres del Concilio Vaticano sobre guerra y paz. Artículos y cartas empujaron a los obispos de todo el
mundo a hablar claramente sobre la guerra moderna. Con fondos monetarios de amigos de El Trabajador Católico y Pax, pudimos durante el
verano de 1965, mandar por correo aéreo una copia de El Trabajador Católico a cada uno de los obispos en el mundo. Era probablemente la
primera vez que los laicos se habían hecho oír tan directamente por la
Madre Iglesia a escala mundial.
En Roma, Dorothy con otras mujeres de diferentes nacionalidades,
ayunaron durante 10 días. Esto había sido organizado por Lanza del
Vasto, llamado por Ghandi, “Shantidas,” Sirviente de la Paz.
Como fundador de la Comunidad del Arca en el sur de Francia, había
luchado al igual que Dorothy, por transmitir el mensaje del Evangelio
de no violencia, y como ella, ayudar a la Iglesia Católica a darse a conocer como una iglesia de paz. Mientras Dorothy ayunaba padeciendo,
tanto por el aroma del café que se sentía en las mañanas como por el
dolor en los huesos, yo fui de sacerdote conciliar con El Trabajador Católico, y una exposición de “pax cristi”. Cuando los Padres del Concilio
votaron por la sección de paz de “La iglesia en el mundo moderno,”
condenando indiscriminadamente los conflictos de guerra y apoyando
cualquier objeción de conciencia relacionada con el gasto en armas,
con todas las necesidades aún sin llenar de los pobres, y hasta enfatizando la no violencia del Evangelio como una posible postura de los católicos, nos llenamos de alegría. Sin embargo, sabíamos que ciertos
obispos italianos y norteamericanos se habían opuesto a esa sección.
Estábamos de nuevo en Roma en 1967 para el congreso de los laicos y
tomamos parte en los trabajos de paz y no violencia. Dorothy fue uno
de los norteamericanos, (siendo el otro un astronauta), escogidos para
recibir la comunión de manos del Santo Padre Pablo VI. En 1970 fui16
mos invitadas a Australia. Australia tenía tropas en Vietnam y Dorothy era la oradora principal en una convención anti-vietnam, en la Casa
del Gobierno de Sydney. El grupo australiano de El Trabajador Católico
había publicado un periódico excelente, más bien como una revista,
durante 35 años. Se nos habían dado billetes para dar la vuelta al mundo, pudiendo hacer parada en Hong Kong, India, Tanzania, Italia y finalmente Inglaterra. En el aeropuerto de Dum Dum en Calcuta, Madre Teresa vino a vernos, recibiéndonos con el tradicional collar de flores frescas. Dorothy estaba invitada a hablarles a las novicias de las
misiones de la Caridad. La visión de ambas mujeres era idéntica, la de
ver a Jesús en todas las criaturas humanas particularmente en la
“máscara del sufrimiento,” de la suciedad, enfermedad, parados y faltos de techo.
Así Dorothy iba narrándoles a las novicias la otra dimensión, el activismo social, y yo veía sus miradas cuando ella les contaba sobre las
veces que ella misma había escogido ir a la cárcel. Entendían lo que
significaba ir a prisión por la verdad y la liberación como Ghandi
había hecho. Ahora lo estaban escuchando en un contexto específicamente cristiano, el del trabajo de misericordia de visitar al prisionero,
entrando uno mismo en la prisión. Cuando Dorothy hubo terminado,
Madre Teresa tomó la cruz negra con el Cuerpo de Cristo, como lo
usaban las Misioneras de la Caridad, en sus saris y se lo puso a Dorothy en su hombro izquierdo. Es el único caso que yo conozco en el que
la Madre Teresa le da el crucifijo de su congregación a un laico.
En Delhi, fuimos bienvenidos por Elizabeth Reed de “The Grail”, de
los Servicios Católico de Consolación, y por Devendra Kumar Gupta,
del Comité Centenario Ghandi. Devendra le dijo a Dorothy cuán cerca
se sentían los Ghandis del movimiento de El Trabajador Católico y
como, por años, habían leído religiosamente el periódico. Estuvimos
paradas bajo un sol brillante en el Rajghat, el lugar de cremación de
Ghandi. Leímos su talismán: “Recuerda la cara del hombre más pobre
y sin ayuda que tú hayas visto y pregúntate a ti mismo si el paso que
vas a dar le va a ser útil. ¿Será posible que la sirva de algo?”
No hay mucho espacio aquí para historias acerca de Dorothy, su persona, pero si es importante enfatizar algunas de las cualidades que le
ayudaron a lanzar y mantener vivo un movimiento tan significante.
Aunque Peter Maurin murió en 1949, Dorothy siempre lo señaló como
el espíritu y fundador del movimiento. Pero fue ella el centro luminoso
y fue ella quien lo mantuvo firme en su posición más radical: la no violencia del Evangelio.
Dorothy poseía más que cualquier otra persona que yo haya conocido
en mi vida, excepto Madre Teresa de Calcuta, una fe inquebrantable
en la Providencia de Dios. Esa cualidad le hizo posible a los 75 años,
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embarcarse en la más atrevida de las empresas de El Trabajador Católico: “Maryhouse” (Casa de Maria), la casa de los neoyorquinos sin techo. Aun Madre Teresa dudaba como este movimiento podría continuar cuando los voluntarios que trabajaban en Maryhouse y las otras
casas, iban y venían sin ningún voto o compromiso. Pero no solo los
fondos monetarios sino también la gente llegó cuando se le necesitó.
Gente como Frank Donovan que supervisó la conversión de Maryhouse en Casa de Hospitalidad. Fue cuando una serie de leyes de la ciudad
entraron en vigor cuando Nueva York le concedió el Certificado Ocupacional.
Una segunda clave del carácter de Dorothy era su sentido de gratitud
por todo, desde lo más pequeño. Una vez mencionó que lo único que le
gustaría que le escribieran en su tumba eran las palabras “Deo Gratias,” Gracias a Dios. Ella le daba gracias a Dios por todo lo bueno que
le había sucedido pero antes que nada, el obsequio de la fe, lo que le
había traído su más grande felicidad. En lugar de un sentimiento de
vacío por su amor perdido, ella daba gracias a Dios por Forster Batterham. Fue con el que había encontrado la alegría natural que la
había guiado hacia Dios. “Forster era un biólogo, con un conocimiento
y amor por la naturaleza. Su amor ardiente de creación,” decía ella,
“me llevó al Creador de todas las cosas.”
Hasta cierto punto, ella consideraba que Forster había contribuido
crucialmente a la existencia del movimiento. Si Forster la hubiera
aceptado con su nueva fe y se hubiera casado, ella hubiese permanecido en su relación con la conciencia tranquila. Ella lo hubiera aceptado
felizmente. Me decía que en ese caso, ella hubiese concentrado las
energías que le quedaban para dedicarse a escribir. Uno solamente
puede suponer la forma que hubiesen tomado esos escritos. Hubieran
sido seguramente en busca de Dios.
Ella le agradecía a Dios hasta las cosas más ordinarias. Me acuerdo
que una vez comimos una comida de pescado sencillísima en Londres;
Le dio gracias a Dios por la comida tan deliciosa, comentando con entusiasmo lo fresco y bueno que estaba. En un paseo en bote sobre el Rio
Tamesis en Greenwich, un viento frío penetró su abrigo. Tomó el periódico del London Times y lo usó dentro de ella para protegerse. Ya
sentadas en la cubierta del barco me dijo, “Doy gracias a la gente de
Bowry, (barrio pobre de Nueva York), por estas enseñanzas. Todos
aprendemos algo de otros.” Es tan agradable viajar con una persona
que tiene una mente tan agradecida. Dorothy era ante todo y sobre todo una mujer de oración. Cuando viajábamos, Dorothy que se levantaba muy temprano, estaba ya leyendo y meditando los salmos a la
hora que yo llegaba. En sus ratos libres, se ponía a leer un librito sobre
algo como “lectura divina” que llevaba siempre consigo, además del
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breviario y el misal diario. Frecuentemente discutía las implicaciones
en sus lecturas y sus escritos, así como en sus columnas de su “En peregrinación (On pilgrimage),” que eran iluminados con trozos dorados
de Sta. Teresa de Ávila, Sta. Teresa de Lisieux, San Francisco de Asís o
Juliana de Norwich. En tiempos oscuros, ella traía a su mente el recuerdo lleno de esperanza de Juliana, de que todo iría bien, ya que lo
peor había pasado, especialmente la caída y que Jesucristo había remediado esa “caída feliz.” No podía ser mas que su vida de oración y
su intimidad con los sacramentos, lo que le daba esa fuerza increíble
que necesitaba para superar los ataques y humillaciones que le rodeaban tanto a ella como a su movimiento.
La Eucaristía era el centro de su vida y recibía el cuerpo y sangre de
nuestro Señor, como un ferviente banquete al que todos somos llamados. “Nosotros Lo conocemos en el partir del pan,” decía, “y nos conocemos unos a otros de la misma forma y ya no estamos solos. El cielo es
nuestro banquete y la vida es un banquete también donde hay compañerismo.” En sus últimos días ella se sentía tan agradecida que la Eucaristía se pudiera mantener en la pequeña capilla de Maryhouse y que
la comunión se la podían llevar cuando ya su corazón débil no le permitía bajar a Misa. Su corazón nunca dejó de preocuparse por los que
sufrían. En la tarde del 29 de Noviembre de 1980, me habló por teléfono para preguntarme por los afectados por el terremoto del sur de Italia. Había visto por televisión, cómo los sobrevivientes estaban luchando por mantenerse vivos en la nieve de las regiones montañosas. Su voz
se volvió fuerte con compasión cuando me preguntó qué se estaba
haciendo por ellos. Cuando le dije que ya se habían mandado medicinas, comida y grandes cargamentos de frazadas, se siento más tranquila y me dijo que las frazadas se podían usar para hacer tiendas de
campaña.
Tres horas después, a las 5:39 p.m., mientras el año viejo eclesiástico
moría y la Misa de Vigilia del primer domingo de Adviento comenzaba
en la Iglesia de la Natividad, a la vuelta de Maryhouse, Dorothy Day
entregaba su alma al Creador. Su hija Tamar Teresa, se encontraba
con ella.
A su velatorio en Maryhouse vino una cantidad interminable de gente,
gente de todas las religiones y sin religión. Algunos venían a rezar,
otros solo a pararse cerca del ataúd de pino sin pintar, en el que yacía
esta mujer pobre. Alrededor de su pelo tenía el pañuelo de algodón.
Vino gente de todos partes de la nación y el Canadá. I.F. Stone, escritora humanista y periodista, le hizo una larga visita. César Chavez vino y escribió: “Ella siempre estuvo allí, enseñando con su propio cuerpo y sangre el significado del sacrificio.” La Iglesia de la Natividad es-
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taba llena e igual cantidad de gente que había adentro, había afuera en
la calle.
El memorial público más grande y una Misa en la Catedral de San
Patricio, tuvo lugar dos meses después de la muerte de Dorothy. El
cardenal Terrence Cooke con otros 25 sacerdotes la concelebraron. El
Cardenal hizo énfasis en su homilía que Dorothy Day había sido llamada a hacer una entrega “voluntaria y completa de un amor humano
a un amor divino.” El drama que siguió a Dorothy en su vida no la desertó en su muerte. Frente al Cardenal, en el primer banco de la Catedral, se encontraba un hombre de 86 años, alerta y erecto, que usaba
un par de lentes gruesos de aumento. El era el “amor humano” en persona, Forster Batterham, siempre fiel al anarquismo y ateismo, el
hombre a quien Dorothy había abandonado hacía más de un cuarto de
siglo. Junto a él, estaba la hija de esa unión, Tamar Teresa Hennessy,
con tres de sus nueve hijos.
En un discurso acerca de Dorothy Day, Monseñor George Higgins, que
siempre había estado preocupado con los derechos de trabajo a favor
de la conferencia central de la jerarquía americana, dijo a la Congregación, que ella había sido “una señal verdadera de la forma como
Dios nos hablaba hoy.” Un pensamiento cruzó mi mente, irreverente
tal vez. ¿No sería que una amante de San Agustin le había sobrevivido?, siendo que el murió a los 76 años ¿No habría ella atendido un funeral en Hippo?.
Monseñor Higgins enfatizó la realidad que los santos eran reconocidos
por aquellos que les rodeaban, ya fueran o no, alguna vez” elevados a
los altares” por el proceso de beatificación.
Cuando le presenté al Cardenal la hija de Dorothy después de la Misa,
nos explicó por qué el estaba en desacuerdo con la aparente desenfatización de la beatificación formal. El proceso de beatificación es bien
importante, nos dijo, porque la influencia de la persona santa sobre sus
contemporáneos o aún sobre algunas generaciones por venir, no es suficiente.
“El ejemplo de santidad de la persona debe ser exaltado para siglos futuros, para la gente que viva 300 o 500 años de ahora, “nos dijo. Declarar santa a una persona, continuó, da seguridad de que el ejemplo e
inspiración de esa persona, sean cuidadosamente guardados en los archivos de la Iglesia para todos sus miembros por todo el tiempo. Dorothy Day, quien rehusó dejar que la gente “la consideraba como una
santa,” durante su vida, estaba a su muerte, levantando serios interrogantes de santidad.
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“¿Sobrevivirá El Trabajador Católico?” es la pregunta que se oía por
muchos lados. “¿Está sobreviviendo?”, es una pregunta frecuente desde que la presencia de Dorothy Day desapareció de él.
Primero la respuesta a la segunda pregunta. Maryhouse y la Casa de
San José y las cuarenta otras casas y comunidades rurales de El Trabajador Católico, continúan. El mismo día de la muerte de Dorothy,
Michael Kirwan abría una casa de hospitalidad en Washintong, DC y
exactamente un año después, una Maryhouse comenzó para dar albergue a las mujeres sin techo en la capital de la nación. Nuevas casas han
sido abiertas en otras cuatro ciudades, algunas solamente dan comida,
otras dan albergue también. Hay un continuo grito de ayuda por más
voluntarios que dediquen sus vidas a este movimiento, pero de alguna
forma, el trabajo sigue adelante. Como la mitad de las casas tienen su
propio periódico, incluyendo El Agitador de los Angeles, On The Edge de
Detroit y Via Pacis de De Moines. Todos tratan de incitar el despertar de
las conciencias a los asuntos morales relacionados con la comunidad
del mundo, así como con las comunidades locales y nacionales. Las
reuniones de los viernes por la noche que comenzaron en 1933, todavía
se mantenían en la casa de Nueva York. La localización era el Auditorio de Maryhouse. Daniel Berrigan le llamo “la universidad de mayor
duración libre y flotante de Nueva York o de cualquier otro lugar.”Todavía atraían oradores como Daniel Berrigan , Daniel Elisberg
y Danilo Dolci. Así como en el pasado habían atraído oradores como
Jacques Maritain, Frank Sed y Lanzo del Vasto.
El Trabajador Católico siempre imprimiendo serias contribuciones de conocidos y no conocidos escritores y gráficas de artistas reconocidos
como Fritz Eichenberg, que salio en más de cien mil copias por todo el
mundo.
La interrogación de la continuidad del movimiento ha sido ya contestada por muchos, incluyendo el escritor. Aparte de otras indicaciones,
el año del Bicentenario Americano, demostró que la revolución de El
Trabajador Católico había influenciado a la Iglesia Católica en una
forma irreversible. Aunque las casas del Trabajador Católico se borraran de la escena, su testimonio viviría. La Iglesia Americana marcó
el año 1976 como el bicentenario del nacimiento de la nación, celebrando dos acontecimientos religiosos: El Congreso Internacional Eucarístico que llamó masas enteras de gente a Filadelfia en Agosto y la
“Conferencia del Llamado a la Acción” en “Libertad y Justicia” que
atrajo a miles de delegados representantes a Detroit en Noviembre.
Dorothy Day recibió una ovación de unas 8,000 personas cuando habló
en el Congreso Eucarístico, compartiendo la plataforma con la Madre
teresa de Calcuta y Dom Helder Cámara de Brasil. La fecha fue el 6
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de Agosto, el aniversario de Hirosima. Ningún día en la historia pudo
haberle dado más apoyo al mensaje de la mujer que habló con las palabras del Evangelio incitando a los cristianos a ser pacifistas y no guerreros y estimulando a todos los seres humanos a ser condescendientes
con su prójimo. Su mensaje profético había roto con la tradición de la
guerra justa, la cual, por medio de San Agustin, había capturado a la
Iglesia después de su oposición a la guerra durante los primeros siglos.
Muy poco a través de los siglos: un orador durante las cruzadas y San
Francisco de Asís, se habían opuesto a la guerra justa con y desde lo
más profundo de la Iglesia. Hablando de Hiroshima, Dorothy encontró
que sería más fácil presentar su posición trascendental y profética como una posición práctica, si la humanidad fuera a sobrevivir la era nuclear. Guerra en esta época significa que millones de personas serían
quemadas vivas y el armamento ya reunido tendría tal poder explosivo
que sería anti-creación.
Era esta mujer, ya hoy frágil y por primera vez, leyendo cada palabra
de su discurso, quien más que cualquier teólogo, había despertado en
la gente las implicaciones del mensaje de Jesús sobre la participación
de sus seguidores en la guerra. Ella se había movido de las formulaciones abstractas de los teólogos en las que matar es lícito, a la realidad
del mensaje de amor y misericordia que no podía ser suspendido por
ningún esfuerzo humano, ni por el crimen organizado de guerra.
El cristiano tiene el deber, seguía diciendo, a través de las hospitalidades en las que los ciudadanos americanos están involucrados, de ejecutar los trabajos de amor misericordioso por Jesús, quien es también el
hambriento, el desamparado el que no tiene techo y el enemigo herido.
Usando términos teológico, Dorothy Day ha triunfado, clasificando la
paz como constitutiva y elemento básico y esencial del Evangelio de Jesús.
La plática el día de Hiroshima, 1976, fue la última vez que Dorothy
Day habló en público. Esto es algo que hay que tomar en consideración. Cuando volamos sobre el Pacifico en 1970, perdimos el día 6 de
agosto al volar por la línea internacional del tiempo. Cuando le hice
ver que el día del aniversario de Hiroshima había sido barrado del calendario para nosotros ese año y que me hacía sentir muy aliviada, ella
me reprochó. “Es también la fiesta de la Transfiguración y necesitamos
acordarnos y celebrarla.”
Unos meses después de la conferencia de “Llamada a la Acción” verdaderamente salió a relucir la forma profunda en cómo la revolución
de El Trabajador Católico había abarcado a la Iglesia Católica.
Dorothy había dicho: “Es una revolución permanente, este movimiento
de El Trabajador Católico.” Describiendo la clase de revolución, ella
quiso decir y expresó, “El mayor debate del día es cómo llevar a cabo
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una revolución que tiene que comenzar con cada uno de nosotros.
Cuando comencemos a tomar el lugar más bajo, a lavar los pies de
otros, a amar a nuestros hermanos con ese amor ardiente, esa pasión
que llevó a la cruz entonces podemos decir verdaderamente, `Hoy ha
comenzado:
Dicha revolución’” no tiene nada que ver con la toma del poder, con el
mito que un cambio de relaciones poderosas podría remediar las calamidades que afligen a este o aquel segmento de la humanidad. La revolución de ella era del amor, una revolución que tantas veces se recibió
por medio del sufrimiento de la cruz y al cual regresaría. Ella sabía,
como otros líderes espirituales lo saben que así como la vida espiritual
es una serie de nuevos comienzos, así la revolución del corazón nunca
es la final, siempre es revivida por nuevos comienzos.
La conferencia de Detroit fue preparada con charlas que se llevaron a
cabo por toda la nación durante un periodo de 2 años. Más de 800.000
personas participaron en una u otra forma, preparando trabajos sobre
ocho tópicos diferentes, uno de los cuales era Humanidad. Dorothy
había participado en una de las charlas a principios de 1976 cuando su
mensaje a los Católicos Americanos había sido publicado como “Arrepentimiento.” Como miembro del comité de preparación de Humanidad,
yo había luchando para sacar una declaración fuerte de paz y justicia,
con medio a que después, muchos de los que respondieran hubiesen
compartido sus inquietudes y después del voto final en Detroit, dicha
declaración hubiese emergido débil y sin vida. Yo no había observado
cuan lejos, la Iglesia Católica había avanzado y cuánto había penetrado El Trabajador Católico en el pensamiento del Católico, ni siquiera
cuánto más avanzado estaba el laico de los obispos en asuntos de guerra y simplicidad de la vida.
Los representantes en Detroit tenían la declaración para ellos mismos,
mientras nosotros no podíamos participar excepto contestar preguntas
para información. Ellos decidieron una declaración reforzada sobre
Humanidad. Llamaron a la comunidad católica a encabezar una “resistencia a la producción, proliferación y amenazas de uso de armas nucleares y otras armas de destrucción indiscriminada.” Mientras el arsenal del país se encontraba lleno de millares de estas armas, capaces
de un holocausto en las grandes ciudades y poblaciones alrededor del
mundo, estos católicos americanos se habían declarado en coalición
con su gobierno. Su posición estaba basada en moralidad y como toda
moralidad es unilateral, su posición sólo podía ser analizada como favorecedora del desarme nuclear unilateral.
La declaración de Humanidad también pidió las enseñanzas de paz a todo nivel en la vida de la Iglesia así como a la búsqueda activa de alternativas no violentas para la defensa nacional. Hubo apoyo para los que
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objetaban en conciencia al servicio militar y además para los que objetaran, al igual, a pagar impuestos con fines militares y de guerra. Urgió
que la venta y envió de armas a otros países del mundo fuera suspendida y que la nación diera un paso a convertirse en una economía basada en la paz, para poder llenar mejor las necesidades de los ciudadanos. Se recomendaba una conexión de lo que concierne al derecho a la
vida (en términos de anti-aborto), con esfuerzos “a promover el fin de
la incontrolada destrucción por medio de las técnicas modernas de
combate.” Mientras los católicos eran exhortados a apoyar movimientos de libertad y justicia, los métodos usados eran los de no-violencia
material y asistencia espiritual, métodos que fortalecían la reconciliación.
El Movimiento del Trabajador Católico fue acogido para ser mencionado como un modelo de trabajo para la educación y la formación por
la justicia. La simplicidad de vida que liberaría hombres y mujeres para dar tiempo y energía para la construcción social, fue encarnada con
una firme recomendación atribuida a Santa Elizabeth Seton, canonizada aquel año, “La vida es tan simple como para que otros puedan
sencillamente vivirla.” Este postulado fue enviado al Consejo Nacional
de Obispos Católicos.
El Obispo Thomas Gumbleton, Presidente de Pax Christ USA, fue uno
de más entre una docena de personas que pusieron su firma y mensajes
en la cubierta del postulado Humanidad, el cual le fue devuelto a Dorothy. “Gracias” escribió el Obispo “por todos sus testimonios de paz que
tanto han ayudado a que este escrito haya sido una realidad.” Cuando
la jerarquía americana se refirió a la paz y la guerra en su pastoral de
1983, “El Reto por la Paz- La promesa de Dios y nuestra Respuesta,”
Dorothy Day fue mencionada como un testimonio del pacifismo cristiano, un testimonio que ha crecido en aceptación por su vida y su trabajo.
En un artículo del New York Times, titulado Una Revolución Católica,”
Vincent A. Yzermans, un sacerdote y escritor, aseveró que la Iglesia
Católica Americana ha ingresado en una revolución que falló en lograr
una explosión entre la Iglesia y la Nación, lo cual disminuiría otras
controversia, aun la relativa al aborto. Su artículo apareció en Noviembre de 1981 después de los mensajes sobre la paz y el desarme que
habían impactado como golpes de trueno y que provenían de parte de
Obispos Católicos en muchas partes del país. El Obispo de Seattle,
Raymund Hanthausen, al denunciar la carrera armamentista, hizo un
llamado para un desarme nuclear unilateral. Se presentó como ejemplo antes los católicos, negándose a pagar un 50% de sus impuestos de
Renta Federales como forma de resistencia no violenta al “asesinato y
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suicidio nuclear.” Explicó que colocaría el dinero así retenido en un
fondo con fines caritativos y pacíficos, uno de los cuales sería el de
ayudar a relocalizar el empleo de quienes abandonaran sus trabajos ligados a la guerra nuclear.
Encontrando que un porcentaje de los fondos de la diócesis eran invertidos en industrias relacionadas con la guerra, el Arzobispo liquidó
aquellas inversiones. El Obispo de Amarillo, llamó a la decisión de fabricar la bomba de neutrones, “una de las últimas posturas de una serie en contra de la vida.” Ya que muchos en su parroquia, ganaban su
subsistencia en una fábrica cercana en donde se daba el último toque a
la fabricación de todas las armas nucleares, les pidió a los obreros considerar la alternativa de cambiar a otro trabajo en donde fueran útiles
para la vida en vez de para la muerte. Aconsejó a los cristianos a presionar a su gobierno par que se cambiara a la producción de alimentos,
vestido y abrigo. “La Comunión con Cristo,” subrayó el Obispo de
Amarillo, “no puede fundarse en la desobediencia a sus claras enseñanzas.
Jesús no autorizó a ninguno de sus seguidores a sustituir el amor con la
violencia; ni a mi, ni a usted, ni al Presidente, ni al Papa, ni a nadie. La
enseñanza de Cristo de amar a nuestros enemigos no es opcional.”
Seis Obispos de Nueva York, incluyendo al Obispo Edgard E. Swanstrom, cabeza por más de tres décadas de toda la ayuda para los necesitados y los golpeados por la guerra, coincidieron en aseverar que la carrera armamentista, “roba al pobre” y que “la posesión de armas nucleares es inmoral.” Más de cincuenta Obispos Americanos se hicieron
miembros de Pax Cristi USA.
El artículo, “La Revolución Católica” era tal, que buscaba puntualizarlas implicaciones eventuales de oposición por parte de obispos católicos a la así llamada “postura de defensa” de los Estados Unidos. Ya
no pudieron ser tomados más en cuenta los obispos como el “brazo
moral de una nación guerrera” para usar la frase del finado Obispo
pacifista Thomas D. Roberts. Una aseveración de Yzerman causó sorpresa. Estableció una fecha para el inicio de la revolución, 9 de Septiembre de 1979, cuando el Cardenal John Krol de Filadelfia había expresado algo similar en nombre de la mayoría de los obispos ante el
Comité de Relaciones Exteriores del Senado, aunque no declaraba en
una forma tan abierta los sentimientos. El autor estaba en lo correcto,
si los Obispos únicamente son la Iglesia. Si la Iglesia comprende al
pueblo de Dios, la aseveración tiene que ser puesta en duda. Aproximadamente durante medio siglo, la revolución de la paz, del amor, de
la no-violencia, de resistencia a las limitaciones de conciencia del gobierno, ha sido conducida por una mujer que insistió en un género de
vida obstinado en la fuerza del Evangelio. Corrientes de gente joven se
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unieron a su revolución trabajando con ella, o meramente por contacto
con Dorothy Day y El Trabajador Católico. Muchos necesitan ser despertados del sopor de una “guerra justa” pensando en una era cuando
las armas nucleares puedan hacer un “Auschwitz instantáneo” de una
ciudad en el mundo. Era un objetivo devotamente deseado que hubiera
Obispos Americanos listos a asumir la responsabilidad de conducir la
revolución. Esta era la revolución permanente, sacada del Sermón de
la Montaña, por la cual Dorothy Day había predicado, hablado, escrito, urgido, protestado, sufrido humillaciones y hasta había ido a prisión.
Cuando El Trabajador Católico cumplió sus cincuenta años, aquellos
que estaban en el movimiento se interrogaron acerca de cómo podían
continuar sin Dorothy Day. Petty Scherer, editor de El Trabajador Católico, lo resumió así: “No tenemos a Dorothy, pero todavía tenemos el
Evangelio.”
Es una felicidad,
Una alegría pensar en
El mañana. El amor de
Dios que nos espera,
La satisfacción
Donde vamos a
Conocer como
Nosotros
Somos conocidos.
Cuando todos
Nuestros talentos,
Energías y
Habilidades
Sean utilizadas y
Desarrolladas,
Cuando seamos
Verdaderamente
Amados.
Dorothy Day
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