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Discurso de Su Eminencia el
Cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino
Arzobispo de la Habana
Octavo galardonado con el
Reconocimiento Gaudium et Spes
128 Convención Suprema
Cena de Estados,
3 de agosto de 2010.
Eminencias, Excelencias, Caballero Supremo Sr. Carl Anderson, distinguidos miembros de los Caballeros de Colón,
amigos.
Para mí es un gran honor, y un deber que desempeño con mucho gusto, aceptar la invitación que me hizo el Caballero
Supremo, el Sr. Carl Anderson, para participar en esta Convención Suprema Anual.
En primer lugar, es ante todo un honor porque me permite agradecer públicamente este inmerecido reconocimiento que
los Caballeros de Colón me han otorgado, y que me será entregado en esta importante ocasión. Cuando supe que sería
honrado con el reconocimiento Gaudium et Spes, entregado por los Caballeros de Colón a algunos de los personajes
más importantes de la Iglesia Católica en el mundo, y escuché los queridísimos nombres de algunos de los
galardonados anteriores, la beata Teresa de Calcuta, el Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado de su Santidad
el Papa Benedicto XVI, y mi inolvidable amigo el Cardenal John O’Connor, sentí el impulso de comunicar al Caballero
Supremo, el Sr. Carl Anderson, mi sorpresa por haber tomado en cuenta este sucesor de los Apóstoles, quien fue
elevado a la dignidad de cardenal por Juan Pablo II en 1994, y actúa como Arzobispo de la Habana desde 1981;
también quería transmitirle mi profunda gratitud por este gran honor inmerecido. Quisiera aprovechar esta oportunidad
para hacerlo una vez más.
Dije anteriormente que también era mi deber decir unas palabras de gratitud especiales por los servicios eclesiásticos
de los Caballeros de Colón en favor de nuestra Iglesia en Cuba. Ustedes, queridos Caballeros de Colón, han hecho
realidad el lema de la convención: “Yo soy el guardián de mi hermano”.
Sin importar la distancia ni las diferencias entre nuestros sistemas sociales y políticos, ustedes han sido hermanos para
los católicos cubanos y les han mostrado su solidaridad. Tan solo necesitaríamos mencionar su decisivo apoyo para la
construcción del nuevo Seminario San Carlos y San Ambrosio en la Ciudad de la Habana, Cuba.
Estas nuevas instalaciones, que esperamos inaugurar en noviembre durante la fiesta de san Carlos Borromeo, tienen
capacidad para cien seminaristas, y remplazarán el edificio antiguo, situado en la Ciudad colonial, que no es funcional ni
por su localización ni por sus condiciones. El antiguo edificio se convertirá en un centro cultural de gran trascendencia
para la educación teológica de los laicos en las áreas de humanidades, el arte y la cultura en general.
De esta forma, al contribuir tan generosamente a la construcción del nuevo Seminario, también han permitido el
desarrollo de dos obras de gran impacto social y eclesiástico.
Como dijo el Papa Benedicto XVI, los sacerdotes son “un don del corazón de Cristo, un don para la Iglesia y para el
mundo”. Por lo tanto, su capacitación y labor vocacional constituyen la principal tarea de un obispo. De ahí mi
preocupación por tener un seminario adecuado que –gracias al apoyo de Caballeros de Colón– está a punto de
terminarse. Pero el laicado ha desempeñado un papel preponderante en Cuba, en especial en los últimos 40 años, no
solo por su trabajo en ciertos ministerios debido a la escasez de sacerdotes, sino también por su papel social en las
familias, los lugares de trabajo, las escuelas y la sociedad en general; en ocasiones han tenido que enfrentar problemas
debido a las restricciones y limitaciones que han sufrido los creyentes en las décadas pasadas. El papel del laicado en
Cuba es bien conocido por los Caballeros de Colón, quienes estaban presentes en mi país desde los inicios de la
República, en 1902, con una labor que ha dejado huellas en nosotros. Debo decir que los laicos de La Habana ya están
organizando grupos de hombres que quieren unirse a los Caballeros de Colón en diversas parroquias. Ahora les
transmito un ruego en su nombre y una invitación muy especial del Arzobispo.
Les puedo asegurar que actualmente la situación es más favorable para la acción de los servicios caritativos,
característicos de los Caballeros de Colón, en la Iglesia cubana.
Muchas obras sociales por los ancianos y por los niños discapacitados, talleres parroquiales para ayudar a los que
tienen problemas de aprendizaje, y para los jóvenes y adultos que quieren aprender humanidades o la Doctrina Social
de Iglesia, etc., son algunas de las posibilidades de la presencia social de la Iglesia en Cuba, que se ve desbordada por
estos esfuerzos, que realizan también las numerosas Casas Misión que reúnen comunidades de 60, 70 o hasta 100
personas en casas familiares. Muchas veces, estas comunidades están encabezadas por catequistas laicos que
preparan a los fieles para pasar de ser comunidades evangelizadas a comunidades de Eucaristía. En mi arquidiócesis,
varias de estas comunidades se han convertido en parroquias. Ahora debemos construir iglesias parroquiales. Ya
hemos conseguido algunos permisos para construirlas, pero nuestra Iglesia es pobre y necesita ayuda.
La Iglesia siempre se ha interesado –de una manera discreta, directa y no violenta– en todo lo que tiene que ver con la
justicia y el bien común. Ha logrado que se lean y acepten sus publicaciones, no solo por los católicos practicantes sino
también por otros, ya que reflejan las carencias y expectativas de muchos cubanos.
Últimamente, el gobierno cubano, en respuesta a nuestras peticiones, nos ha pedido ser mediadores entre los familiares
de los prisioneros políticos y las autoridades gubernamentales para conocer sus propuestas. Así comenzó un proceso
que ha llevado al anuncio reciente de que cincuenta y dos presos, considerados como prisioneros de conciencia por
Amnistía Internacional, serán liberados en un periodo de tres a cuatro meses. Más de veinte de estos prisioneros ya han
viajado a España.
Estas discusiones conducidas por la Iglesia no tienen precedentes y han provocado un nuevo reconocimiento social de
nuestros católicos. Esperamos que este proceso de diálogo, en el cual estamos inmersos actualmente, desemboque en
algo positivo. Les pedimos que oren por esta causa y por nuestra Iglesia en Cuba.
Hace poco, el portavoz de la Santa Sede, el Padre Lombardi, reconociendo la mediación de nuestra iglesia, dijo lo
siguiente:
“El papel crucial en el proceso de diálogo asumido por el Cardenal Ortega Alamino y por el Arzobispo Dionisio García,
presidente de la Conferencia de obispos, fue posible por el hecho evidente de que la Iglesia Católica tiene profundas
raíces en el pueblo y que es un intérprete confiable de su espíritu y sus expectativas.”
La Iglesia, observó, “no es una realidad extrínseca, no huye en los momentos difíciles. Soporta el sufrimiento y las
esperanzas con dignidad y paciencia, sin servilismo, pero también sin tratar de exacerbar las tensiones ni tampoco
exasperar los ánimos. Por otro lado, lo hace con un esfuerzo continuo para abrir vías para la comprensión y el diálogo.”
Creo sinceramente que ésta es también la razón por la cual los Caballeros de Colón me otorgan este reconocimiento
inmerecido. Me siento profundamente honrado. En nombre de la Iglesia de Cuba, reitero mi más profunda gratitud al
Caballero Supremo y a todos los Caballeros de Colón. Ruego al Señor que siga bendiciendo sus acciones eclesiásticas,
y que el Padre McGivney –quien fue inspirado por Dios para fundar esta extraordinaria obra eclesiástica– sea pronto
canonizado.
Los bendigo a todos y rezo por ustedes.
Muchas gracias.
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