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V Congreso Eucarístico Nacional
“LA EUCARISTÍA: MESA FRATERNA PARA LA RECONCILIACIÓN
Y LA PAZ”.
“DENLES USTEDES DE COMER”
Tijuana, 5-9 de octubre, 2011
DOCUMENTO BASE
1.- INTRODUCCIÓN
El V Congreso Eucarístico Nacional, que se llevará a cabo en la
ciudad de Tijuana durante el mes de octubre de 2011, ofrecerá a esta
Iglesia local y a la Iglesia Católica en México un tiempo fuerte de
oración y de reflexión para celebrar el don de la Sagrada Eucaristía.
Este 5° Congreso está en continuidad con el legado de los Congresos
Eucarísticos Nacionales que han marcado la historia y las vicisitudes
de la Iglesia en México desde los comienzos del siglo XX. El primer
Congreso Eucarístico Nacional, celebrado en Guadalajara, Jal. en el
año 1906, se integró en el Tercer Congreso Católico Nacional. El
segundo se llevó a cabo en la Ciudad de México, en Octubre de 1924,
en un ambiente muy difícil de persecución religiosa por parte del
gobierno mexicano.
Fue hasta Mayo del 2000, en vísperas del XLVII Congreso Eucarístico
Internacional, con motivo del Jubileo de la Encarnación, cuando se
pudo celebrar el tercer Congreso Nacional, también en México, D. F.
con una manifestación extraordinaria de la fe de los mexicanos en
torno al misterio eucarístico.
Y el cuarto Congreso Nacional tuvo lugar en la Arquidiócesis de
Morelia, Mich., del 30 de Abril al 4 de Mayo 4 de 2008, en vísperas del
XLIX Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Quebec,
Canadá.
También nuestra nación tuvo el honor de ser la sede del XLVIII
Congreso Eucarístico Internacional que se llevó a cabo en la
Arquidiócesis de Guadalajara, Jal. en octubre del año 2006.
1 Este 5º Congreso Nacional que será celebrado con la gracia de Dios
en la frontera noroeste de México, como preparación al quincuagésimo
Congreso Eucarístico Internacional que, Dios mediante, se realizará
en el año 2012 en la capital irlandesa de Dublín, tendrá lugar en el
marco histórico del Bicentenario de la Independencia de México y del
Centenario de la Revolución Mexicana.
El Ritual de “La Sagrada Comunión y del Culto a la Eucaristía fuera de
la Misa” describe el sentido de los Congresos Eucarísticos y señala
también sus objetivos y algunas normas para su realización:
"Los Congresos eucarísticos, que en los tiempos modernos se han
introducido en la vida de la Iglesia como peculiar manifestación del
culto eucarístico, se han de mirar como una statio [estación], a la cual
alguna comunidad invita a toda la Iglesia local, o una Iglesia local
invita a otras Iglesias de la región o de la nación, o aun de todo el
mundo, para que todos juntos reconozcan más plenamente el misterio
de la Eucaristía bajo algún aspecto particular y lo veneren
públicamente con el vínculo de la caridad y de la unión"1.
Un Congreso Eucarístico es una concentración de la Iglesia para
celebrar a Jesucristo vivo y presente en la Eucaristía, fuente y cumbre
de la evangelización y centro de la vida de la Iglesia.
Podemos definirlo como una manifestación especial del culto
eucarístico, que convoca al pueblo cristiano de toda una nación,
alrededor de Cristo en su misterio pascual, con todo el pueblo de Dios
representado y presidido por sus pastores2.
“Al preguntarnos qué es un Congreso Eucarístico, podemos decir que
se trata de una vivencia fuerte de la Iglesia en torno al centro de
nuestra fe, en torno a Cristo realmente presente en el Sacramento del
altar. Es una vivencia de fe, una manifestación pública de culto y una
expresión de caridad”3.
Es un verdadero acontecimiento eclesial. Un signo auténtico de fe y de
caridad, de compromiso y oración, por la participación de la Iglesia
local y por la presencia representativa de otras comunidades.
1
Ritual de la Sagrada Comunión y del Culto a la Eucaristía fuera de la Misa 1973, nn. 109-112
Cfr. X Congreso Eucarístico Nacional de España – Toledo, 27 a 30 de junio de 2010,
3
Mons. Alberto Suárez Inda, Convocatoria al 4º Congreso Eucarístico Nacional de Morelia
2
2 Las Iglesias particulares, unidas en la comunión eucarística, forman
una gran asamblea que manifiesta de manera elocuente el culto
eucarístico de la vida de la Iglesia4.
La Iglesia local, sede de un Congreso Eucarístico Nacional, se
convierte en punto de convergencia de las Iglesias particulares y las
convoca para expresar la fe en el Misterio de la Eucaristía e integrarlas
en una experiencia de comunión y solidaridad.
Sus fines y objetivos
Tres son los fines de los Congresos Eucarísticos. El primero es
reconocer y celebrar el misterio y el don de la Eucaristía, el segundo
es fortalecer la fe y el testimonio de la Iglesia y, el tercero, reflexionar,
orar y encontrar caminos para una pastoral evangelizadora y
misionera que tenga como fuente y cumbre la celebración eucarística.
Las características y programas de un Congreso Eucarístico
La Eucaristía celebrada, la Eucaristía adorada y la Eucaristía vivida
constituye la triple faceta de los Congresos Eucarísticos, cuyas
dimensiones son la oración, la adoración, el estudio, la reflexión e
intercambio de ideas, la celebración, la comunión, la caridad y la
misión. Los Congresos Eucarísticos conllevan siempre una obra
social.
El programa de los Congresos Eucarísticos está entretejido de
conferencias, seminarios, mesas redondas, celebraciones litúrgicas,
adoración eucarística y ofertas culturales y musicales. Asimismo los
Congresos se vertebran y dinamizan a través de un lema y cita bíblica,
que se traducen también en logotipos, catequesis, predicaciones y
demás materiales y subsidios. Estos Congresos suelen presentar una
Temática correspondiente a los problemas que aquejan al mundo. Se
realizan etapas de preparación a nivel parroquial y diocesano y
“Estaciones” de reflexión de todo el país, entre otras actividades.
La eucaristía nos recuerda la Pascua del Señor, es su “memorial”,
cuyo sentido no solamente es recordar sino realizar la presencia del
evento salvífico.
El Congreso Eucarístico Nacional que se celebrará en Tijuana será
ocasión privilegiada para honrar ese don de Dios a nuestra patria y
recordar y actualizar nuestras raíces cristianas y nuestro compromiso
4 Cfr. Pastoral de la Comunicación, 4º Congreso Eucarístico Nacional de Morelia
3 en favor de nuestra nación que espera y necesita una evangelización
nueva y una profunda renovación de la Iglesia.
La eucaristía ha sido desde los inicios fuerza para el anuncio del
Evangelio y para el desarrollo de la historia de México. La eucaristía
sigue siendo, también hoy, un fermento de la cultura espiritual y una
prenda segura de esperanza para el futuro de un mundo globalizado.
2.- UNA REALIDAD PALPITANTE.
Los obispos de México en su reciente Exhortación Pastoral Que en
Cristo, Nuestra Paz, México Tenga Vida Digna, sobre la Misión de la
Iglesia en la Construcción de la Paz, para la vida digna del pueblo de
México, nos han presentado un diagnóstico muy certero y un
panorama verdaderamente crítico de la realidad que vive hoy nuestra
patria. Sus palabras son elocuentes: “Con esta Exhortación Pastoral
queremos compartir nuestro discernimiento sobre la misión de la
Iglesia en la realidad de inseguridad y violencia que se vive en nuestro
país y alentar la esperanza de quienes por esta razón viven con
miedo, con dolor e incertidumbre. La Iglesia cumple su misión
siguiendo los pasos de Jesús y haciendo suyas sus actitudes (Cf. Mt
9,35-36); de Él aprendemos la sublime lección de anunciar el
Evangelio de la paz5 con la confianza puesta en la fuerza
transformadora del Amor”6.
Su diagnostico general es muy alarmante: “En los últimos meses, en
toda la geografía nacional, suceden hechos violentos, relacionados, en
numerosas ocasiones, con la delincuencia organizada; esta situación
se agrava día con día... Esta situación repercute negativamente en la
vida de las personas, de las familias, de las comunidades y de la
sociedad entera; afecta la economía, altera la paz pública, siembra
desconfianza en las relaciones humanas y sociales, daña la cohesión
social y envenena el alma de las personas con el resentimiento, el
miedo, la angustia y el deseo de venganza”7.
5
Cf. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, Documento conclusivo, No. 31. 6
Conferencia Episcopal Mexicana, QUE EN CRISTO, NUESTRA PAZ, MÉXICO TENGA VIDA DIGNA, Exhortación Pastoral del Episcopado Mexicano sobre la Misión de la Iglesia en la Construcción de la Paz, para la vida digna del pueblo de México, N. 1 7
Idem, N. 2 4 Los obispos presentan también, en su importante documento, criterios
de discernimiento y líneas de acción que nos permiten enfrentar esta
situación angustiosa con esperanza y decisión al asumir un auténtico y
justo compromiso de fe: “En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos
de Él mismo su compasión entrañable ante el dolor humano; su
cercanía a los pobres y a los pequeños; y su fidelidad a la misión
encomendada. Contemplando lo que Él hizo, con la luz de su Vida y
de su Palabra, queremos discernir lo que nosotros debemos hacer en
las circunstancias que se viven en nuestra patria.8 Nos sentimos
movidos a la compasión evangélica (Cf. Lc 10, 25-37) que nos impulsa
a acercar, a los que sufren, el consuelo de la fe, la fortaleza de la
esperanza y el bálsamo de la caridad”9.
Su amplia Exhortación Pastoral está inspirada además en el
magisterio del actual pontífice, el Papa Benedicto XVI y en el
Documento Conclusivo de la V Conferencia del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe, en Aparecida: “Acogemos la oportuna
enseñanza del Santo Padre Benedicto XVI que nos invita promover,
con la caridad en la verdad, el auténtico desarrollo de cada persona y
de toda la humanidad.10 En este horizonte, asumimos la Misión
Continental a la que hemos convocado a la Iglesia en México, en el
espíritu del acontecimiento de la V Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano y del Caribe; ésta, nos exige fortalecer
en todos los fieles de la Iglesia su condición de discípulos misioneros
al servicio de la construcción de la paz para la vida digna del pueblo
de México”11.
Finalmente, nuestros obispos, al reconocer los profundos valores
espirituales y religiosos del pueblo mexicano, alientan de manera muy
eficaz la confianza y la esperanza cierta de una primavera de
reconciliación y de paz para nuestra nación: “Al acercarnos a esta
compleja realidad, no perdemos de vista las grandes riquezas del
pueblo mexicano, por las que bendecimos y agradecemos a Dios.
Somos un pueblo de tradiciones con profundas raíces cristianas,
amante de la paz, solidario, que sabe encontrar en medio de las
situaciones difíciles razones para la esperanza y la alegría y lo
expresa en su gusto por la fiesta, por la convivencia y en el gran valor
que da a la vida familiar. Precisamente, porque sabemos que la raíz
8
Cf. Aparecida, Documento conclusivo, No. 139. Conferencia Episcopal Mexicana, QUE EN CRISTO, NUESTRA PAZ, MÉXICO TENGA VIDA DIGNA, N. 5 10
Cf. Benedicto XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, No. 1 11
Conferencia Episcopal Mexicana, QUE EN CRISTO, NUESTRA PAZ, MÉXICO TENGA VIDA DIGNA, N. 7 9
5 de la cultura mexicana es fecunda y porque reconocemos en ella la
obra buena que Dios ha realizado en nuestro pueblo a lo largo de su
historia, hoy queremos alentar en todos la esperanza”12.
Ante esta palpitante realidad que vive hoy el pueblo de México,
deseamos convocar a todas las Iglesias Particulares de nuestra
Nación a celebrar el V Congreso Eucarístico Nacional bajo el lema
“DENLES USTEDES DE COMER” que expresa en el lenguaje bíblico
el tema elegido para este Congreso: “LA EUCARISTÍA: MESA
FRATERNA PARA LA RECONCILIACIÓN Y LA PAZ”.
3.- “¡DENLES USTEDES DE COMER!” (Mt 14, 16; Mc 6, 37; Lc 9,
13).
1. Estas palabras de Jesús, que relatan los tres evangelios sinópticos
al inicio del signo de la multiplicación de los panes que anticipa y nos
introduce en el misterio de la Eucaristía, son el lema de nuestro 5º.
Congreso Eucarístico Nacional. Reflejan también los contenidos
básicos de la Exhortación Apostólica Postsinodal del Santo Padre
Benedicto XVI “Sacramentum Caritatis” y expresan el sentido del
Mensaje Final de la XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los
Obispos: “La Eucaristía, Pan vivo para la paz del mundo”.
El lema evangélico “denles Ustedes de comer”, generó en la tradición
apostólica el servicio esencial de la caridad, que es propio de la
Eucaristía, en favor de la humanidad que sufre, que tiene hambre y
que anda “como ovejas sin pastor”. Es la expresión del compromiso y
de la misión que la Iglesia recibe de Cristo de trabajar por un mundo
más justo y más fraterno. Y responde, además, a la situación de
millones de mexicanos que son víctimas de la pobreza, la marginación
y la falta de valores en nuestra sociedad flagelada por la violencia y la
inseguridad.
Al abordar este grave problema, los obispos de México afirman
enfáticamente que “la vocación cristiana incluye el llamado a construir
comunidades fraternas y justas; el compromiso de servir al hermano y
de buscar juntos caminos de justicia y ser así constructores de paz. De
esta manera la Iglesia es fiel a su esencia misma que es sacramento
de unidad entre Dios y la persona humana y de los hombres y mujeres
12
Ídem, N. 8 6 entre sí”13. La Eucaristía es alimento y signo de la caridad social de los
creyentes para ser buenos ciudadanos y para actuar con inteligencia,
amor y responsabilidad, con miras a edificar una Iglesia y una
sociedad más justas y solidarias.
2. “¡Denles ustedes mismos de comer!” (Mt 14, 16; Mc 6, 37; Lc 9,
13). Es el mandato que Jesús dio a sus apóstoles frente a la multitud
que lo seguía hambrienta de pan y de palabra, desprovista de los
recursos básicos para la subsistencia, sin alimentos y sin esperanzas.
La situación era urgente: se encontraban en lugar despoblado y la
hora avanzada. Urgía, por tanto, la respuesta del buen Pastor, que no
duda en comprometer a sus discípulos y los asocia integralmente al
misterioso signo de su salvación.
El Papa Benedicto XVI, en efecto, en su libro Jesús de Nazaret,
cuando comenta la primera tentación de Cristo en el desierto, escribe:
“Hay dos grandes relatos relacionados con el pan de vida de Jesús.
Uno es la multiplicación de los panes para las miles de personas que
habían seguido al Señor en un lugar desértico. ¿Por qué se hace esto
en ese momento lo que antes se había rechazado como tentación? La
gente había llegado para escuchar la palabra de Dios y, para ello,
habían dejado todo lo demás. Y asi, como personas que han abierto
su corazón a Dios y a los demás en reciprocidad, pueden recibir el pan
de modo adecuado. Este milagro de los panes supone tres elementos:
le precede la búsqueda de Dios, de su palabra, de una recta
orientación de toda la vida. Además, el pan se pide a Dios. Y, por
último, un elemento fundamental del milagro es la mutua disposición a
compartir. Escuchar a Dios se convierte en vivir con Dios, y lleva de la
fe al amor, al descubrimiento del otro. Jesús no es indiferente al
hambre de los hombres, a sus necesidades materiales, pero las sitúa
en el contexto adecuado y les concede la prioridad debida”.(Joseph
Ratzinger-Bendicto XVI, Jesús de Nazaret, Ed. Planeta, pp.56-57)
El evangelista san Marcos describe a la multitud que sigue al Señor
con una imagen sugerente: “eran como ovejas sin pastor” (Mc 6, 34).
La comparación es muy elocuente y describe los rasgos propios de
una sociedad que está en crisis. Las ovejas que no tienen pastor se
dispersan y andan errantes porque nadie las conduce ni las reúne. No
pueden encontrar por sí mismas alimento. No están protegidas ni
13
Idem N. 148 7 defendidas frente a las fieras que intentan devorarlas. Por todo esto se
encuentran en peligro de morir en el desierto. Nuestras multitudes
frecuentemente se parecen a “las ovejas sin pastor” porque carecen
de conducción, de alimento, de protección. En esta escena vemos
reflejada la dispersión, el abatimiento, la indefensión y el desamparo
de grandes mayorías del pueblo mexicano en los últimos años.
Jesús se encuentra frente a esta multitud doliente. El evangelista nos
dice que el Señor, al verlos, “se compadeció de ellos” (Mc 6, 34). El
profeta Ezequiel nos ha dejado un magnífico texto que describe la
enorme compasión de Dios por su pueblo disperso y confundido por
falta de pastor. “Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él”
(Ez 34, 11). Jesús ha realizado lo anunciado por el profeta. Su corazón
compasivo y su gesto solidario revelan el rostro de Dios, Padre y
Pastor, “rico en misericordia” (Ef 2, 4).
El Papa Benedicto comenta: “Este segundo relato sobre el pan remite
anticipadamente a un tercer relato y es su preparación: la Ultima
Cena, que se convierte en la Eucaristía de la Iglesia y el milagro
permanente de Jesús sobre el pan. Jesús mismo se ha convertido en
grano de trigo que, muriendo, da mucho fruto (cf Jn 12,24). El mismo
se ha hecho pan para nosotros, y esta multiplicación del Pan durara
inagotablemente hasta el fin de los tiempos. De este modo
entendemos ahora las palabras de Jesús, que toma del Antiguo
Testamento (cf Dt 8,3), para rechazar al tentador: “no solo de pan vive
el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (Jesús
de Nazaret, 57)
3. Los evangelios muestran -de muchas formas- la reacción de Jesús
ante los sufrimientos y las necesidades de las muchedumbres que lo
seguían: curaba a los enfermos (Mt 14, 14; Lc 9, 11), les enseñaba
largamente (Mc 6, 34), les hablaba de la cercanía del Reino de Dios
(Lc 9, 11). Como Pastor misericordioso atendió a las ovejas enfermas
y reunió a las dispersas (cfr. Ezq 34, 16). San Marcos dice que los hizo
sentar y los alimentó sobre la hierba verde (Mc 6, 39), como el Buen
Pastor que lleva a su rebaño para que se apaciente “en las verdes
praderas” (Sal 23, 2).
4. Junto a Jesús, frente a la multitud, están también los discípulos del
Señor. El evangelio los describe con rasgos poco alentadores: se
acercan a Jesús para decirle: “Despide a esta gente para que vaya a
8 las aldeas y pueblos del contorno a comprar de comer” (Mc 6, 35-36;
ver Mt 14, 15; Lc 9, 12). La actitud de los discípulos, aunque muy
explicable ante la situación en que se encuentran, contrasta, sin
embargo, con la enorme compasión de Cristo. Sus palabras resuenan
como burla grotesca: “Como están en el desierto y ya es casi de
noche, que vayan a las ciudades a comprar alimentos...”. Jesús los irá
a sorprender con su respuesta, que es su llamada al compromiso.
La situación extrema en que se encuentra la multitud que sigue a
Jesucristo parece que no tiene salida. Solo el poder de Dios podía
solucionarla. Pero los discípulos sólo intentan tomar distancia del
problema, porque no conocen a su maestro, porque les falta fe. Y
Jesús les ordena entonces algo que parece imposible: “¡Denles
ustedes (mismos) de comer!” (Mt 14, 16; Mc 6, 37; Lc 9, 13). El Señor
no ha aceptado la actitud evasiva de sus discípulos. Al contrario, les
exige que ellos se muestren compasivos y solidarios ante la necesidad
de la gente, aunque la situación se muestre muy por encima de sus
pobres fuerzas. El Señor ha querido hacer necesario nuestro trabajo
responsable para realizar su proyecto.
5. Queda establecida así una norma de vida y de conducta cuyo
modelo es Jesucristo y que habrá de ser la característica que
identifique a todos sus discípulos. El Señor ha cumplido lo que dice el
profeta: “Él tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras
enfermedades” (Is 53, 4; ver Mt 8, 17). Los discípulos, por lo tanto, no
deben buscar nunca su interés propio, sino el de los demás y sentir
como propias las necesidades de los demás (1 Cor 10, 24; Fil 2, 4).
6. Ante el mandato de Jesús, los discípulos -como sucede con
frecuencia a los cristianos de este tiempo- intentan evadirse
introduciendo el argumento de la insuficiencia de medios: ¿cuánto
dinero se requiere para comprar el alimento para tanta gente? (cfr. Mc
6, 37; ver Jn 6, 7). Jesús pasa por alto la objeción y ordena que la
multitud se siente sobre el pasto en grupos de cincuenta (Mc 6, 39-40).
A partir de este punto, la escena de la multiplicación de los panes se
va desarrollando de manera que nos recuerda una cena ritual judía,
preludio de la pascua: cuando la familia se encuentra reunida en torno
de la mesa, el padre toma el pan en sus manos, pronuncia la oración
de acción de gracias, parte el pan y va colocando un trozo en la mano
de cada uno de los comensales. Esto lo hace Jesús, asumiendo el
9 papel del padre de familia. Y el relato se expresa de tal forma que a
los oyentes les viene a la memoria la narración de la última cena del
Señor.
7. Ante la enorme multitud de comensales, los discípulos de Jesús
asumen gran protagonismo: ellos son los que aportan los panes y los
peces y serán encargados de repartirlos a toda la gente (Mt 14, 17.19).
Los cinco panes y los dos pescados que los discípulos entregan, al
pasar por las manos de Jesús, se convierten en alimento suficiente
para la multitud que come hasta saciarse (Mt 14, 20). Más aun, con lo
que sobra se llenan doce canastas (Mc 6, 43), como para indicar que
cada uno de los apóstoles será el garante y responsable de ese pan
inagotable que alimenta a los hombres y a las mujeres a través de
todas las generaciones del curso de la historia.
8. La actitud de Jesús y su mandato a los discípulos siguen estando
muy presentes y se dirigen hoy también a la Iglesia. Ante una
humanidad en peligro de sucumbir por las graves carencias y las
distintas formas de hambre que se dan en el mundo, el Señor de
nuevo nos dice: “¡Denles ustedes mismos de comer!” Y lo sigue
diciendo a través de quienes, en su Nombre, son hoy nuestros
pastores: “Millones de personas y familias viven en la miseria e incluso
pasan hambre”14, “los pobres no pueden esperar”15.
Informes
recientes dan cuenta de que en México, con una población de 105
millones de habitantes – según el último censo – tiene una población
de 60 millones de personas que están cercanas a la línea de la
pobreza, y de ellas 19 millones viven en pobreza extrema.
9. El relato de la multiplicación de los panes ha sido redactado, tanto
en la tradición sinóptica, como en el evangelio de san Juan con
características que permiten entenderlo como figura y anticipo de la
Eucaristía. Por ello es que la Iglesia, obediente al mandato del Señor
ofrece diariamente a la multitud hambrienta el Pan de la Palabra y de
la Eucaristía comprometiéndose en la caridad a construir el reino de la
paz y de la justicia.
Es urgente integrar cada vez mejor estas tres formas de presencia de
Cristo como “pan”. El único Pan de Vida se nos da en alimento para
14
V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, Documento conclusivo, N.
65 15
Juan Pablo II, homilía en Santiago de Chile, en 1987 10 ser “comido” en la fe tanto en el don de su Palabra (Jn 6, 32-50) como
en la entrega de su propia Carne (Jn 6, 51-58) para que el mundo
tenga vida.
12. El evangelio de Juan lo sintetiza de manera admirable cuando
resume todas las hambres de la humanidad en el hambre de vida. En
este Evangelio, después del relato de la multiplicación de los panes se
introduce una larga homilía en la que Jesús se revela como el Pan
verdadero: “Yo soy el Pan...” (Jn 6, 35. 48. 51). Él es el Pan verdadero
que alimenta a todas las multitudes hambrientas. Y es Pan verdadero
porque es “el Pan de vida” (Jn 6, 35. 48) o “el Pan vivo” (Jn 6, 51). Es
verdadero Pan para los que en Él creen (Jn 6, 35) y verdadero Pan
para quienes lo reciben y lo comen en la Eucaristía (Jn 6, 55-56). El
pan amasado por las manos del hombre no puede dar la vida eterna,
como no pudo darla el maná del desierto (Jn 6, 49. 58). Jesucristo en
la Eucaristía es el Pan vivo y verdadero. Es el único pan que puede
darnos vida eterna (Jn 6, 58).
13. Vale la pena recordar el texto de la Exhortación Apostólica
Sacramentum Caritatis del Papa Benedicto XVI, que describe en una
hermosa síntesis esta riqueza extraordinaria de la eucaristía: “«El pan
que yo daré es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6,51). Con estas
palabras el Señor revela el verdadero sentido del don de su propia
vida por todos los hombres y nos muestran también la íntima
compasión que Él tiene por cada persona. En efecto, los Evangelios
nos narran muchas veces los sentimientos de Jesús por los hombres,
de modo especial por los que sufren y los pecadores (cf. Mt 20,34; Mc
6,54; Lc 9,41). Mediante un sentimiento profundamente humano, Él
expresa la intención salvadora de Dios para todos los hombres, a fin
de que lleguen a la vida verdadera. Cada celebración eucarística
actualiza sacramentalmente el don de su propia vida que Jesús hizo
en la Cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo, en la
Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada
hermano y hermana. Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el
servicio de la caridad para con el prójimo, que « consiste precisamente
en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me
agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir
del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en
comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces
aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y
sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo ». De ese modo,
11 en las personas que encuentro reconozco a hermanos y hermanas por
los que el Señor ha dado su vida amándolos « hasta el extremo » (Jn
13,1). Por consiguiente, nuestras comunidades, cuando celebran la
Eucaristía, han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio
de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el
que cree en Él a hacerse « pan partido » para los demás y, por tanto,
a trabajar por un mundo más justo y fraterno. Pensando en la
multiplicación de los panes y los peces, hemos de reconocer que
Cristo sigue exhortando también hoy a sus discípulos a
comprometerse en primera persona: « dadles vosotros de comer » (Mt
14,16). En verdad, la vocación de cada uno de nosotros consiste en
ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo”16.
4.- LA EUCARISTÍA: UNA MESA FRATERNA
“Yo, por mi parte, dispongo un Reino para ustedes, como mi Padre lo
dispuso para mí, para que coman y beban a mi mesa en mi Reino” (Lc
22,29)
El Reino es la irrupción de Dios en la historia humana. Este Reino
convierte a todos los hombres y mujeres en “hermanos”, teniendo a
Dios como único Padre, a Jesús como Maestro y Hermano mayor, y al
Espíritu Santo como el Amor de comunión que hace posible la
fraternidad.
El anuncio del Reinado de Dios es el centro de la misión y de la vida
de Jesús. Todas sus palabras y acciones irán encaminadas a
presentarnos la riqueza de ese proyecto. La mesa que Jesús comparte
en sus comidas es signo y anticipación de la instauración definitiva del
Reino. Jesús comparte la mesa con todos los destinatarios de la
buena nueva, los fariseos y los pecadores, los judíos y los gentiles. De
esta forma, la mesa compartida de Jesús es un signo eficaz e
inequívoco de la fraternidad buscada en la realización del Reino de
Dios.
16
Cf. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis, No. 88 12 1. Mesa fraterna de la Eucaristía
“Y les digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a
la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos” (Mt
8,11).
La mesa compartida por Jesús y los marginados es una prefiguración
de lo que será la celebración Eucarística. Con el trasfondo de las
comidas fraternas, “el sentido de la Eucaristía es ser lugar de
encuentro y comunión entre los de dentro y los de fuera, entre los de
cerca y los de lejos, para ir formando de ese modo el único cuerpo que
Dios quiere que sea la humanidad por Él creada a imagen del cuerpo
de su Hijo”17.
La Eucaristía es la celebración de la fraternidad por excelencia. El pan
partido y la sangre derramada son expresión de comunión del
discípulo con su Maestro y también de la comunidad entre sí; la
comunión se vive en una doble perspectiva: vertical (con Cristo) y
horizontal (con los hermanos). Esta comunidad de discípulos y
marginados -todos hermanos-, no puede estar dividida, sino que forma
un solo cuerpo. La Cena del Señor es el principio unificador básico y la
instancia que estructura y sustenta a la comunidad (1 Cor 10, 16-17).
El libro de los Hechos de los Apóstoles, en los sumarios, que
describen las dimensiones que estructuran la vida cotidiana de la
comunidad naciente de Jerusalén, señala enfáticamente la vivencia
de la fraternidad en torno a la “fracción del pan” y a la “enseñanza de
los apóstoles”; los creyentes “eran perseverantes en la enseñanza de
los apóstoles, la comunión, la fracción del pan y las oraciones. El
temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles realizaban muchos
prodigios y señales” (Act 2,42-43).
Y en Hechos 4,32-34: “La multitud de los creyentes no tenía sino un
solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino
que todo era en común entre ellos. Los apóstoles daban testimonio
con gran poder de la resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos
de gran simpatía. No había entre ellos ningún necesitado, porque
todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe
de la venta y lo ponían a disposición de los Apóstoles.
17
Ulrich Luz, El Evangelio según san Mateo II, 15. 13 5.- MESA PARA LA RECONCILIACIÓN
“Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos
confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios
reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las
transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra
de la reconciliación”. (2 Cor 5,18-19)
La reconciliación es, sin lugar a dudas, una categoría central del
mensaje cristiano y de la vida cotidiana de la Iglesia. Resume de modo
admirable el contenido del “Evangelio de Jesús”.
“Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del
camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre,
Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres,
apartados por el pecado y se une con ellos”18.
«La historia de la salvación —tanto la de la humanidad entera como la
de cada hombre de cualquier época— es la historia admirable de la
reconciliación: aquella por la que Dios, que es Padre, reconcilia al
mundo consigo en la Sangre y en la Cruz de su Hijo hecho hombre,
engendrando de este modo una nueva familia de reconciliados»19 .
La teología paulina insiste en señalar que el Padre ha proyectado
nuestra reconciliación y la ha realizado en Jesucristo. “Dios lo exhibió
como instrumento de propiciación por su propia sangre” (Rom 3,25),
en su humanidad “estaba Dios reconciliando al mundo consigo” (2Cor
5,19)20. La reconciliación es un don gratuito del amor del Padre,
ofrecido a la humanidad en la persona de Jesús.
Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, es quien ha realizado la
reconciliación, cumpliendo de esta forma el Proyecto del Padre en la
historia. «El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con
Dios: “Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por
nuestros pecados” (1Jn 4,10)»21.
18
Congregación para el Clero, Directorio Catequístico General, 11/4/1971, 47. Citado en Catecismo de
la Iglesia Católica, 234. 19
Reconciliatio et paenitentia, 4. 20
Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 433. 21
Catecismo de la Iglesia Católica, 457. 14 En el Antiguo Testamento, las reiteradas trasgresiones del pueblo
hicieron surgir algunos ritos que buscaban la reconciliación del pueblo
con Dios, con la finalidad de purificar los pecados. Al mismo tiempo,
las relaciones interpersonales fueron siempre difíciles, surgiendo
entonces la necesidad de ritos y sacrificios para promover la comunión
en el mismo pueblo. En el Nuevo Testamento, Jesús realiza un sólo
sacrificio, de una vez y para siempre, que nos ha alcanzado la
reconciliación, de la humanidad con Dios y de los hombres y mujeres
entre sí. Ya no se necesitan más sacrificios de purificación o de
expiación, sino solamente aceptar el único sacrificio de Jesús en la
cruz, así como vivir entre nosotros la reconciliación y el perdón. De
esta forma, la reconciliación se ha convertido en un signo claro de la
presencia del Resucitado en la fraternidad de los discípulos.
1. Las acciones y signos de reconciliación de Jesús
“Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo,
sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme.» Él se
levantó y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en la casa,
vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con
Jesús y sus discípulos.” (Mt 9,9-10)
Toda la vida de Jesús es signo de la búsqueda de Dios por los
pecadores para que pudieran regresar a la amistad con Él; con sus
propias palabras: “no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores”.
Jesús manifestó públicamente el poder para perdonar a los pecadores
y, estando en el suplicio de la cruz, prometió a un ladrón el paraíso. No
hay duda, pues, de que la acogida de Jesús a los publicanos y
pecadores es un signo elocuente de la constante preocupación de
Dios por restablecer relaciones de amistad con los hombres.
Pero la reconciliación, en el ministerio de Jesús, no sólo tenía una
dimensión vertical (entre Dios y los hombres), sino que ofrecía una
dimensión horizontal (entre los hermanos y hermanas del Reino).
Como muestra, podríamos sugerir la parábola del hijo pródigo (Lc
15,11-32). La reconciliación del hijo con su Padre, invita a compartir la
alegría de tal reconciliación con el hermano. Quien se siente
reconciliado con Dios, no puede ya vivir distanciado ni mucho menos
enojado con su hermano; al contrario, al igual que Mateo, se debe
compartir con los demás la experiencia de sentirnos reconciliados.
15 2. Reconciliación y Eucaristía
“Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de
que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del
altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano” (Mt 5,23-24).
Toda Eucaristía es un sacramento de perdón y reconciliación. Jesús
mismo, en la última cena, manifestó que la sangre derramada de su
sacrificio era para el “perdón de los pecados”. La celebración de la
Eucaristía exige una actitud de humildad ante Dios, pero sobre todo,
una actitud de reconciliación. Nadie puede presentar su ofrenda ante
el altar de la celebración eucarística, si antes no se ha reconciliado de
corazón con su hermano. El cuerpo de Cristo no puede estar dividido,
por eso la fraternidad de los que viven el Reino de Dios no puede estar
quebrantada, pues ellos mismos son el cuerpo de Cristo.
Sacando las últimas consecuencias de lo anterior, la Eucaristía no
puede ser celebrada correctamente, si en la asamblea celebrante hay
cualquier tipo de marginación, de división o de discriminación. “La
comunidad de los justos debe estar siempre abierta, mediante su
mesa eucarística, a los que no lo son, para ofrecerles el don del
perdón misericordioso de Dios. La eucaristía es el sacramento central
del perdón”22.
La comunión, por ende, debe ser entendida en la doble perspectiva de
lo que hemos venido hablando: vertical y horizontal. La eucaristía es la
comunión del cristiano con Dios, por el cuerpo y la sangre de Cristo,
en el Espíritu Santo; al mismo tiempo, la comunión es la unidad
(koinonia) de la comunidad como tal. “La comunión es, pues, no sólo
una comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo, sino también en su
Espíritu. Y por ello es también una comunión eclesial, porque la Iglesia
no acaece más que allí donde el Espíritu de Cristo congrega a una
comunidad vivificándola y aunándola en un único cuerpo”23.
3.- Jesús y el Espíritu Santo
El Paráclito, primer don para los creyentes, que actúa ya en la
creación (cf. Gn 1,2), está plenamente presente en toda la vida del
Verbo encarnado; en efecto, Jesucristo fue concebido por la Virgen
22
23
Luis Maldonado, Eucaristía en devenir, 82. M. Gesteira Graza, La Eucaristía, misterio de comunión, 581. 16 María por obra del Espíritu Santo (cf. Mt 1,18; Lc 1,35); al comienzo de
su misión pública, a orillas del Jordán, lo ve bajar sobre sí en forma de
paloma (cf. Mt 3,16 y par.); en este mismo Espíritu actúa, habla y se
llena de gozo (cf. Lc 10,21), y por Él se ofrece a sí mismo (cf. Hb
9,14). En los llamados « discursos de despedida » recopilados por
Juan, Jesús establece una clara relación entre el don de su vida en el
misterio pascual y el don del Espíritu a los suyos (cf. Jn 16,7). Una vez
resucitado, llevando en su carne las señales de la pasión, Él infunde el
Espíritu (cf. Jn 20,22), haciendo a los suyos partícipes de su propia
misión (cf. Jn 20,21). Será el Espíritu quien enseñe después a los
discípulos todas las cosas y les recuerde todo lo que Cristo ha dicho
(cf. Jn 14,26), porque corresponde a Él, como Espíritu de la verdad (cf.
Jn 15,26), guiarlos hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13). En el relato
de los Hechos, el Espíritu desciende sobre los Apóstoles reunidos en
oración con María el día de Pentecostés (cf. 2,1-4), y los anima a la
misión de anunciar a todos los pueblos la buena noticia. Por tanto,
Cristo mismo, en virtud de la acción del Espíritu, está presente y
operante en su Iglesia, desde su centro vital que es la Eucaristía. (S.C.
12).
6.- LA EUCARISTÍA MESA FRATERNA PARA LA PAZ
Los Obispos de México, en su Exhortación Pastoral sobre la Misión de
la Iglesia en la Construcción de la Paz, para la vida digna del pueblo
de México24, han subrayado al mismo tiempo el dinamismo y el
compromiso de reconciliación y de paz que comporta el misterio
eucarístico: “La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida eclesial y
proyecto de solidaridad para toda la humanidad, actualiza en todos los
discípulos misioneros de Jesucristo la vocación y misión de ser
artífices de paz. En efecto, quien participa en la Eucaristía de manera
activa, consciente y responsable, «aprende de ella a ser promotor de
comunión, de paz y de solidaridad en todas las circunstancias de la
vida.»25 En medio de las situaciones de violencia los cristianos somos
interpelados «a vivir la Eucaristía como una gran escuela de paz,
donde se forman hombres y mujeres que, en los diversos ámbitos de
24
25
Conferencia Episcopal Mexicana, QUE EN CRISTO, NUESTRA PAZ, MÉXICO TENGA VIDA DIGNA, N. 153 Juan Pablo II, Carta apostólica Mane nobiscum Domine, No. 27. 17 responsabilidad de la vida social, cultural y política, sean artesanos de
diálogo y comunión.»26
Esta dimensión pedagógica de la eucaristía a favor de la paz tiene
como fundamento la experiencia de comunión con Cristo que
reconcilia y trae la paz. “Porque El mismo es nuestra paz, quien de
ambos pueblos hizo uno, derribando el muro de separación, aboliendo
en su carne la enemistad, la ley de los mandamientos expresados en
ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un nuevo hombre,
estableciendo así la paz, y para reconciliar con Dios a los dos en un
cuerpo por medio de la cruz, habiendo dado muerte en ella a la
enemistad. Él vino y anunció la paz a ustedes que estaban lejos, y
paz a los que estaban cerca” (Ef 2, 14-17).
Es a la luz de esta profunda teología paulina que los obispos de
México han explicado la gracia reconciliadora y la fuente inagotable de
paz que brota de la Eucaristía: “la unión con Cristo, que se realiza en
la Eucaristía, nos capacita para nuevos tipos de relaciones sociales
pacíficas, pues es sacramento de comunión entre hermanos y
hermanas que aceptan reconciliarse en Cristo. Sólo esta constante
tensión hacia la reconciliación nos permite comulgar dignamente con
el Cuerpo y la Sangre de Cristo (Cf. Mt 5,23- 24).27
En su Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis, el Papa
Benedicto XVI amplía esta reflexión señalando cómo en la Eucaristía
“Cristo, por el memorial de su sacrificio, refuerza la comunión entre los
hermanos y, de modo particular, apremia a los que están enfrentados
para que aceleren su reconciliación abriéndose al diálogo y al
compromiso por la justicia. No cabe duda de que las condiciones para
establecer una paz verdadera son la restauración de la justicia, la
reconciliación y el perdón. De esta toma de conciencia nace la
voluntad de transformar también las estructuras injustas para
restablecer el respeto de la dignidad del hombre, creado a imagen y
semejanza de Dios. La Eucaristía, a través de la puesta en práctica de
este compromiso, transforma en vida lo que ella significa en la
celebración. Como he afirmado, la Iglesia no tiene como tarea propia
emprender una batalla política para realizar la sociedad más justa
posible; sin embargo, tampoco puede ni debe quedarse al margen de
26
27
Ibídem. Conferencia Episcopal Mexicana, QUE EN CRISTO, NUESTRA PAZ, MÉXICO TENGA VIDA DIGNA, N. 18 la lucha por la justicia. La Iglesia « debe insertarse en ella a través de
la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin
las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede
afirmarse ni prosperar»28.
Más aun, en esa misma Exhortación, el Papa compromete a todos los
católicos a asumir una responsabilidad social muy decidida a favor de
la paz, de la justicia y de la solidaridad entre los hombres a partir de
una espiritualidad eucarística más auténtica: “El alimento de la verdad
nos impulsa a denunciar las situaciones indignas del hombre, en las
que a causa de la injusticia y la explotación se muere por falta de
comida, y nos da nueva fuerza y ánimo para trabajar sin descanso en
la construcción de la civilización del amor. Los cristianos han
procurado desde el principio compartir sus bienes (cf. Hch 4,32) y
ayudar a los pobres (cf. Rm 15,26). La colecta en las asambleas
litúrgicas no sólo nos lo recuerda expresamente, sino que es también
una necesidad muy actual. Las instituciones eclesiales de
beneficencia, en particular Caritas en sus diversos ámbitos, prestan el
precioso servicio de ayudar a las personas necesitadas, sobre todo a
los más pobres. Estas instituciones, inspirándose en la Eucaristía, que
es el sacramento de la caridad, se convierten en su expresión
concreta; por ello merecen todo encomio y estímulo por su
compromiso solidario en el mundo”29.
Por ello, los obispos de México, siguiendo esta clara enseñanza, no
dudan en afirmar que la Eucaristía es el sacramento de la paz. “La
Eucaristía es sacramento de paz.30 En ella somos perdonados y
santificados y Jesús mismo nos hace testigos de la compasión de Dios
por la humanidad. Aquí tiene su fuente el servicio de la caridad para
con el prójimo, que nos mueve a amar, en Dios y con Dios, incluso a
las personas que no conocemos o no nos simpatizan, pues el
encuentro íntimo con Él ilumina la mirada y permite descubrir en ellas,
hermanos y hermanas por quienes ha dado su vida el Señor”. 31
La Eucaristía nos pone en comunión y nos hace partícipes del
acontecimiento pascual del Jesús.
28
Benedicto XVI, Exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis, No. 89. Ídem, N. 90 30
Conferencia Episcopal Mexicana, QUE EN CRISTO, NUESTRA PAZ, MÉXICO TENGA VIDA DIGNA, N. 31
Conferencia Episcopal Mexicana, QUE EN CRISTO, NUESTRA PAZ, MÉXICO TENGA VIDA DIGNA, N. 160 29
19 Conclusión:
Hacemos votos para que la celebración del V Congreso Eucarístico
Nacional, que se llevará a cabo en esta ciudad fronteriza de Tijuana,
muchas veces golpeada por la violencia criminal y el sufrimiento de los
migrantes y los pobres, renueve en la Iglesia peregrina en nuestra
nación mexicana la fuerza pacificadora y reconciliante de la Eucaristía,
Mesa Fraterna para la Reconciliación y la Paz, para que como
discípulos misioneros, con la valiosa intercesión de Santa María de
Guadalupe, demos cumplimiento a la exhortación de Cristo a sus
discípulos: “Denles ustedes mismos de comer” (Mt 14, 16).
Comisión Teológica
Eucarístico Nacional.
Diocesana
Preparatoria
del
V
Congreso
Tijuana, B. C. junio 7 de 2010
20