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S.E. Mons. Juan Abelardo Mata, Presidente de la Asociación Nicaragüense
Pro-Derechos Humanos (ANPDH) y honorables miembros de la junta
directiva de la Asociación; S.E. Mons. Leopoldo J. Brenes, Arzobispo de
Managua; S.E. Mons. Pablo Smith, Obispo del Vicariato Apostólico de
Bluefields; Honorable Sra. Embajadora de los Estados Unidos, Sra. Philip
Power; Miembros de Cuerpo Diplomático y Organismos de la sociedad
civil; Lic. Elizabeth Romero y demás miembros de los medios de
comunicación; Invitados especiales. Señores y Señoras.
AGRADECIMIENTO
Deseo agradecer a la Asociación Nicaragüense Pro-Derechos Humanos
por la distinción con que me honra el día de hoy, de la cual no me siento
merecedor, pero que recibo en nombre de la Iglesia Católica de Nicaragua,
pues veo en tal distinción un reconocimiento más a la secular obra
evangelizadora de la Iglesia en nuestro país, comprometida en el nombre
del Señor con los más altos valores que dignifican al ser humano y a la
sociedad.
SERVIDOR DEL EVANGELIO
Me presento ante ustedes como un servidor de la Palabra de Dios. El lema
de mi escudo episcopal: “Por tu Palabra” (Lc 5,3), la frase con que Simón
Pedro echó las redes en el mar confiado en la palabra de Jesús después de
no haber pescado nada durante toda una noche, resume la actitud interior
con la cual acogí la misión episcopal que la Iglesia me encomendó hace
tres años y medio. Desde el primer momento de mi ministerio no he
deseado otra cosa, no he buscado otra cosa sino ser un fiel anunciador del
Evangelio. En mi ordenación episcopal me impactó sobremanera el rito de
la colocación del libro de los evangelios sobre mi cabeza. Es un signo muy
bello de la ordenación episcopal: significa que el obispo debe tener el
Evangelio siempre dentro de sí mismo y ser un Evangelio viviente. Como
Obispo he intentado siempre vivir sometido al Evangelio en todo: mi más
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profundo deseo ha sido y es que mi palabra haga resonar el Evangelio y
que cada gesto de mi existencia sea una realización concreta del mismo.
Como servidor del Evangelio un obispo no puede sino poner en el centro
de sus preocupaciones al ser humano, pues para la Iglesia de Cristo, nos lo
ha recordado el Concilio Vaticano II, “el gozo y la esperanza, las lágrimas y
angustias del hombre de nuestros días, sobre todo de los pobres y de toda
clase de afligidos, son también gozo y esperanza, lágrimas y angustias de
los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no tenga
resonancia en su corazón” (GS 1).
LOS DERECHOS HUMANOS
Por esta misma razón pertenece a la misión evangelizadora del Obispo la
promoción y la defensa de los derechos humanos. Anunciar la novedad
liberadora del Evangelio a todo hombre, alcanzarle en todo lo que
conforma su existencia y expresa su humanidad es el desafío permanente
de la Iglesia.
El movimiento hacia la identificación y la proclamación de los derechos
del hombre representa uno de los esfuerzos más relevantes para
responder eficazmente a las exigencias imprescindibles de la dignidad
humana. La Iglesia ve en estos derechos la extraordinaria ocasión que
nuestro tiempo ofrece para que, mediante su consolidación, la dignidad
humana sea reconocida más eficazmente y promovida universalmente
como característica impresa por Dios Creador en su criatura.
Hablar de derechos humanos para un hombre de fe, para un obispo, es
hablar del mismo misterio y gloria de Dios revelados en el ser humano,
creado a su imagen y semejanza. La fuente última de los derechos
humanos, en efecto, no se encuentra en la voluntad de los seres humanos,
de los poderes públicos o del Estado, sino en el hombre mismo y en Dios
su Creador. No es ajeno, por tanto, al servicio al Evangelio y al mismo
trabajo pastoral anunciar continuamente el fundamento cristiano de los
derechos del hombre y denunciar cualquier violación a estos derechos.
Estrictamente hablando, los derechos humanos no son verdades de fe,
pero pueden descubrirse -e incluso iluminarse plenamente- en el mensaje
de Cristo que "revela el hombre al propio hombre" (Gaudium et Spes, 22).
Éstos reciben una confirmación ulterior desde la fe.
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NICARAGUA
En nuestra sociedad nicaragüense contemporánea, caracterizada por el
irrespeto a la institucionalidad y a la democracia, por el ansia de poder, la
compra de conciencias, el clientelismo político y la corrupción a todos los
niveles e, incluso, por la oscura voluntad de servirse hasta de la religión
para fines “autocráticos y abusivos” a nivel político (cf. Mensaje de la CEN,
26.09.12), se ha vuelto irrenunciable para un obispo iluminar desde la
radicalidad del evangelio no sólo la conciencia individual de cada
ciudadano o ciudadana, sino también las motivaciones, formas de
realización y finalidades de los proyectos ideológicos, económicos y
sociales.
Ciertamente un gobierno democrático no asegura automáticamente el
respeto a los derechos humanos, pero una sólida institucionalidad y el
respeto a la libertad de expresión y a la voluntad popular expresada en
comicios libres y transparentes propician tales derechos. Es doloroso
tener que constatar que en nuestro país hay todavía un largo camino que
hacer en este sentido. La monopolización de los medios de comunicación,
los despidos masivos de trabajadores estatales por razones políticas, la
manipulación populista con fines de propaganda ideológica que se hace a
partir de la situación de pobreza de la gente, la impunidad de delitos
cometidos por personas ligadas a los grupos de poder, y aquí no puedo
dejar de recordar el cruel asesinato de nuestro sacerdote el P. Marlon
Ernesto Pupiro, la indiferencia de la policía ante la violencia de la que han
sido víctimas grupos que manifiestan su desacuerdo ante el modo en que
se lleva adelante la gestión gubernamental, el doloroso desenlace a que
han llevado los fraudes electorales dejando lamentablemente como
secuela actos de irrespeto a la dignidad de las personas e incluso casos de
personas muertas en algunos municipios. Todo ello muestra que hay
mucho que recorrer en Nicaragua todavía en materia de derechos
humanos.
La Iglesia proclama el derecho de los hombres a la existencia, a la
integridad física, a los medios indispensables que hagan posible una
sustentabilidad digna. Condena la tortura en todas sus formas, tanto física
como síquicamente. En cuanto a los valores morales, pregona el derecho
al honor, a la vida privada y a la libertad en la búsqueda de la verdad.
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EDUCAR PARA LOS DERECHOS HUMANOS
Tenemos que reconstruir Nicaragua comenzando por los cimientos: el
respeto de todos los derechos del hombre, tanto los que están ligados a su
dimensión material y económica como los que están ligados a la
dimensión espiritual e interior de su existencia en este mundo. Es el
camino seguro para poder “formular e impulsar un nuevo proyecto de
nación, fundado en el Estado de Derecho, la legalidad y la solidez
institucional y, al mismo tiempo, para establecer un plan estratégico de
desarrollo social y económico sostenible del que puedan gozar todos los
ciudadanos” (Mensaje de la CEN, 26.09.12, n. 11).
Como Obispo estoy convencido de que los cristianos debemos
comprometernos desde nuestra fe en la denuncia de los derechos
humanos después de un serio y objetivo conocimiento de los derechos
violados. Pero no basta con denunciar, es preciso también analizar las
causas profundas de estas situaciones y comprometerse decididamente a
afrontarlas y resolverlas correctamente. Es necesario trabajar por la
educación integral, que haga posible la transformación de las
mentalidades al servicio de la justicia y la paz. Es una manera de vivir el
compromiso cristiano al servicio de los demás.
La realización de los derechos humanos se concreta entonces en una
acción educativa continua, permanente y práctica, que haga más
consciente a los hombres de su dignidad de persona humana. Educar para
los derechos humanos es educar en el respeto de las diferencias legítimas
que definen al ser humano, dentro de la identidad fundamental que existe
en todos los hombres.
CONCLUSIÓN
Al agradecer la distinción con que hoy se me honra, deseo concluir
recordando unas palabras del Beato Juan Pablo II en su Exhortación
Apostólica Pastores Gregis, en donde describe con pinceladas precisas la
misión del Obispo al servicio del ser humano, como defensor de sus
derechos y maestro de la verdad en una sociedad en donde se pretende
disminuir al hombre: “A imagen de Jesucristo y siguiendo sus huellas, el
Obispo sale también a anunciarlo al mundo como Salvador del hombre, de
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todos los hombres. Como misionero del Evangelio, actúa en nombre de la
Iglesia, experta en humanidad y cercana a los hombres de nuestro tiempo.
Por eso, afianzado en el radicalismo evangélico, tiene además el deber de
desenmascarar las falsas antropologías, rescatar los valores despreciados
por los procesos ideológicos y discernir la verdad” (n. 66).
Managua, 10 de diciembre de 2012
Mons. Silvio José Báez
Secretario de la Conferencia Episcopal de Nicaragua