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Penitencia y Reconciliación
¿Cuál es el nombre de este
sacramento?
Antiguamente se conocía simplemente como “la confesión”, de hecho, era
parte de nuestras costumbres la confesión los primeros viernes de cada
mes. La mayoría de la gente, más
que entender esta celebración como
un encuentro amoroso con el padre
celestial, veía en esta celebración una
oportunidad para “vaciar el costal”, no como cambio de vida, sino con la
actitud de que tarde o temprano se le volvería a llenar.
El Catecismo de la Iglesia católica señala cinco criterios para fundamentar su nombre de sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación.
• Se le denomina sacramento de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión, la vuelta al Padre
del que nos hemos alejado debido al pecado (1423).
• Se le denomina sacramento de la Penitencia porque consagra un
proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de
reparación por parte del cristiano pecador (1423).
• Se le denomina sacramento de la confesión porque la declaración o
manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un
elemento esencial de este sacramento (1424).
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• Se le denomina sacramento del perdón porque, por la absolución
sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente “el perdón y
la paz” (1424).
• Se le denomina sacramento de Reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia (1424).
Estas afirmaciones de lo que es el sacramento señalan la esencia de la
vida cristiana: el renacimiento en la gracia. La Iglesia enseña que los sacramentos, como obras litúrgicas de toda la Iglesia, celebran el misterio
pascual de Cristo; es decir, su pasión, muerte y resurrección. Por eso, al
celebrar este sacramento, la persona que lo celebra vive en ella no sólo el
misterio pascual de Cristo, sino la respuesta que todo cristiano debe tener
ante la gracia que se nos da gratuitamente: la conversión.
Pese al descuido que la gente de nuestro tiempo tiene por este sacramento, si hemos sido salvados por Cristo, como dice mi amigo Joe
Paprocki: “Fuimos salvados de algo”. ¿De qué es de lo que nos ha salvado Jesús? ¿Qué hemos hecho para que tengamos que ser salvados?
¡Hemos pecado!
Pues bien, el sacramento de la Reconciliación es un reconocimiento
de nuestra total dependencia de Dios, de nuestra necesidad de conversión
y una respuesta a la gracia divina que actúa en nosotros.
No podemos reducir este derramamiento de gracia a un simple “vaciar
el costal” o “echarle el rezo al padre”. Empobrecemos la celebración y
nos convertimos en un obstáculo para la gracia. Esa celebración de amor
debe llevarnos a la conversión, al cambio de vida, a amar más profundamente, a ser más fieles a la llamada de Cristo y, sobre todo, a ser testimonio de su amor. Al vivir esta verdad en la vida diaria evitaremos un
sacramentalismo sin conversión, esto es, confesión de los pecados sin un
verdadero arrepentimiento y cambio de vida. Como escribió el teólogo
alemán, Dietrich Bonhoeffer: “Será una gracia sin seguimiento de cristo,
la gracia sin cruz, la gracia sin Jesucristo vivo y encarnado”.
Continúa en la página 139.
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